ALIMENTOS TRANSGÉNICOS Muy Interesante 02/02/2004 Algo va a cambiar para siempre en la manera en la que nos alimentaremos en el futuro los europeos. Y la receta no se está cocinando precisamente en los mejores restaurantes del continente ni en los laboratorios de las grandes empresas de alimentación. Los chefs que tienen la última palabra son los políticos que debaten sin descanso, en el seno de la Unión Europea, sobre la conveniencia o no de autorizar el uso generalizado en agricultura de organismos modificados genéticamente, los vulgarmente conocidos como alimentos transgénicos. Hasta ahora, en Europa sólo existe autorización para cultivar un puñado de especies, entre ellas una modalidad de maíz que se planta en España. La batalla parece que llega a su fin. En los próximos meses (quizás semanas) la UE deberá haber adoptado una decisión definitiva tras más de una década de debate y, por ende, de retraso respecto a otras regiones como Estados Unidos o Asia donde los transgénicos son ya una realidad consolidada. Y ante tal perspectiva, la polémica se aviva. Desde organizaciones ecologistas como Greenpeace, se solicita la prohibición total de cualquier tipo de producción transgénica en Europa. Esta ONG defiende la aplicación del "principio de precaución" ante "los probables riesgos de esta tecnología" y se opone a la liberación de organismos modificados genéticamente en el medio ambiente. Sin embargo, no es contraria a la experimentación biotecnológica en laboratorio ni a sus aplicaciones médicas. Por otro lado, innumerables organizaciones científicas, entidades internacionales de investigación y empresas biotecnológicas se esfuerzan en demostrar que este tipo de cultivos no sólo no ofrece ningún riesgo grave sino que presenta ventajas para el agricultor y el consumidor.
Al final, triunfará la cordura para ambos bandos Juan Ramón Lacadena, director del Departamento de Genética de la Facultad de Ciencias Biológicas en la Universidad Complutense de Madrid, cree también que estamos ante el final de la batalla transgénica y vaticina que “se impondrá la cordura para ambos bandos y que, con las debidas precauciones tomadas caso por caso, las plantas y los alimentos transgénicos llegarán a ser aceptados como una realidad del avance biotecnológico para el beneficio de la humanidad” Puede que ese futuro esté cercano pero, ¿en qué situación nos encontramos hoy en día? El último informe del International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications (ISAAA) fue publicado el año pasado y recoge datos de producción transgénica hasta enero de 2003. Según esta fuente, entre 5,5 y 6 millones de agricultores repartidos en 16 países cultivaron variedades transgénicas en 2002. El total de hectáreas dedicadas a estas especies
fue de 58,7 millones, lo que supone un aumento de más de 6 millones de hectáreas respecto a 2001. Aun así, las cifras están muy lejos de los 271 millones de hectáreas dedicadas a las variedades convencionales de las mismas semillas. La agricultura transgénica sigue siendo minoritaria (ver mapa de la página anterior). Sólo en un caso, el de la soja, el cultivo de la semilla modificada genéticamente se está acercando al de la semilla convencional. Es importante tener en cuenta que la inmensa mayoría de los productos modificados genéticamente que se cultivan no llegan de manera directa al consumidor sino que son utilizados para alimentar animales o como parte de un producto alimentario elaborado. Sin embargo, la peculiaridad de la tecnología obliga a establecer férreos controles "caso por caso" en aquellos países en los que se utiliza. En la valoración de los posibles riesgos humanos y ambientales de esta práctica reside buena parte de la polémica sobre los transgénicos y la precaución con la que las autoridades europeas se están tomando el asunto. Aunque algunos expertos no ven motivos para tanta parsimonia. En palabras de Francisco García Olmedo, catedrático de Bioquímica de la Universidad Politécnica de Madrid, "los europeos pagarán caro su actitud de dejar que el resto del mundo adopte antes que ellos esta tecnología".
Más controles que para algunos fármacos
Durante la última década se han realizado cientos de estudios para aclarar la viabilidad de estos productos, entre ellos 81 financiados con fondos de la Unión Europea. Todos han llegado a la conclusión de que la seguridad de las nuevas plantas es similar a la de las tradicionales. Pero, por si fuera poco, los controles a los que se somete a este tipo de cultivos son mucho mayores que los que han de pasar las especies convencionales. Hasta tal punto que, en algunos casos, los plazos para conseguir una licencia se asemejan a los que rigen para los medicamentos de nuevo cuño. Se puede tardar entre 10 y 15 años desde la obtención de un nuevo alimento modificado hasta que se autoriza su comercialización con todas las garantías pertinentes. En los países en los que el cultivo comercial se realiza de forma sistemática desde hace casi una década, no se han registrado, para colmo, problemas de seguridad alimentaria ni medioambiental.
Consecuencias que nadie puede calibrar ¿De dónde proceden, entonces, las pegas? Según fuentes de la organización Greenpeace, "nadie, ni siquiera los expertos en genética pueden prever las consecuencias a largo plazo de la introducción de nuevos genes en el medio ambiente". Los contrarios a la agricultura biotecnológica creen que la introducción de especies modificadas amenazará la diversidad genética natural, pondrá en riesgo los cultivos no transgénicos y será una fuente de posibles daños para la salud, como alergias. Aunque la lectura de las toneladas de informes científicos al respecto no da pie, precisamente, a la alarma. Uno de los más recientes es un trabajo de campo realizado por la Royal Society de Londres y encargado por el Gobierno del Reino Unido antes de tomar una decisión legislativa sobre el tema. Dicho estudio analizaba los efectos del cultivo de colza, remolacha azucarera y maíz resistentes a los herbicidas. Según los datos, en el caso de la colza y la remolacha se pudieron apreciar más daños para el entorno cuando el cultivo era transgénico. Sin embargo, el maíz modificado demostró ser mucho menos dañino que el tradicional. En otras palabras, la Royal Society reconoce que la transgénesis no tiene por qué ser un problema ambiental por sí, sino que su inocuidad o agresividad depende del uso que se hace de ella. De ahí que se justifique su uso, se desaconseje su prohibición y se inste a una regulación correcta. Algo similar ha ocurrido con las alertas sobre los peligros para la salud humana que podrían derivarse de este consumo. En concreto, suelen citarse algunos casos de alergia demostrada por contacto con un tipo de soja transgénica en Estados Unidos. El caso más utilizado por los expertos "antitransgénicos" es el de las reacciones alérgicas provocadas a un grupo de personas sensibles a la nuez de Brasil, cuyo material genético se había incluido en dicha soja.
Alergias que arrastran mucha polémica Lo cierto es que la soja estaba destinada a la alimentación de pollos y que las reacciones alérgicas se descubrieron durante las fases de ensayos previos a la comercialización. A pesar de que la incidencia era muy baja y de que el ser humano no iba a ser destinatario de aquel producto, la empresa Pioneer, creadora de la modificación, no obtuvo la licencia para comercializarlo. Se trata de un ejemplo significativo de hasta qué punto los organismos modificados genéticamente están sometidos a controles de seguridad mucho más estrictos que los no modificados. Aunque en términos científicos parece acreditada de sobra la idoneidad de estos nuevos productos, los argumentos en contra han ganado altas dosis de peso político. De hecho, los países miembros de la Unión Europea parecen haber entrado en una fase de "empate técnico" al respecto. El pasado 8 de diciembre, el Comité Permanente para la Cadena Alimentaria de la UE debatió la autorización de una nueva variedad de maíz, el Bt-11, modificado genéticamente para producir sus propios insecticidas. La votación terminó con seis votos a favor (Reino Unido, España, Holanda, Suecia, Finlandia e Irlanda), seis en contra (Austria, Francia, Dinamarca, Grecia, Luxemburgo y Portugal) y tres abstenciones (Alemania, Italia y Bélgica). El empate obligó a posponer la decisión que habría supuesto, de facto, el fin de la moratoria transgénica en Europa y el cierre definitivo de la batalla por los alimentos modificados. Habrá que esperar un poco más, aunque todo
parece indicar que no mucho. Mientras, lo mejor será estar bien informado para consumir sin miedo lo que a buen seguro va estar muy pronto en las estanterías de nuestros mercados.
¿Qué es un transgénico? Un organismo transgénico es aquel cuyo material genético ha sido modificado en laboratorio de un modo distinto al que lo modifica la naturaleza habitualmente. La biotecnología permite transferir de manera segura un gen de un organismo a otro para dotar al receptor de alguna cualidad de la que carece. Por ejemplo, hacerle resistir mejor un tipo de plaga. ¿Para qué sirve? Las modificaciones realizadas en el producto le confieren características de gran interés. Puede ofrecerle resistencia a insectos, como el caso del maíz Bt que genera una toxina de origen bacteriano contra el taladro, un parásito que infecta las plantaciones. Gracias a la modificación, la plaga puede controlarse con menor uso de insecticidas. Existen también manipulaciones que convierten a la planta en un organismo resistente a los herbicidas, lo que facilita la aplicación, incluso en fase de germinación de la semilla, de estos compuestos fundamentales para el cultivo. En el futuro se generalizará el uso de estas modificaciones para potenciar la resistencia a virus o para reducir los procesos de oxidación que hacen que la planta se deteriore una vez cortada. ¿Cuántos hay? Hoy en día, en Europa no se pueden cultivar libremente estos productos. Sólo existen 18 modalidades autorizadas. Se trata de varias especies de colza, endibia, maíz, tabaco y clavel. Ninguna de ellas se produce para el consumo directo humano. En otras regiones como Estados Unidos, China e Iberoamérica se cultivan otras especies entre las que destacan la soja, la remolacha y el algodón.