Un vacío infatigable
Si, como ha sostenido Epicteto, la filosofía surge cuando nos percatamos de nuestra propia debilidad e impotencia, es fundamental que reconozcamos limitaciones en el campo del conocimiento. Somos criaturas que, aunque lo anhelemos, no tendremos la dicha (o desventura) de contar con todas las respuestas. Es una condición que no dejará de acompañarnos mientras agotemos la vida. Podemos recurrir al autoengaño, creernos descomunales mentiras sobre competencias personales, destrezas e ingenio; sin embargo, la realidad nos abofeteará en cualquier momento. Jamás podremos librarnos de preguntas que desnuden cuán monstruosa es nuestra ignorancia. Poco interesa un fenómeno tan corriente como el de la vanidad, pues un gran amor propio no es idóneo para volvernos sobrehumanos. Lo sensato es aprender a lidiar del mejor modo posible con esa particularidad, evitando miserias y exageraciones. Porque, incluso teniendo móviles muy nobles, se pueden cometer auténticas tonterías.