La María
HISTORIA
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La despenalización norteamericana
La marihuana en los 70 En 1972, los ecos de la época hippie se apagaban, pero dejando tras de sí ciertos rasgos culturales que ya nunca desaparecerían. La represión de la psiquedelia había cristalizado en el terrible Convenio de Viena, que introdujo las famosas listas de clasificación de drogas por su peligrosidad, una peligrosidad que ya no se basaba en criterios pseudofarmacológicos como la "adictividad", etc., sino en otros relacionados con la libertad de pensamiento y acción que habían generado algunas sustancias durante los años pasados.
Con la marihuana condenada a la Lista I, parecería que su existencia iba a ser borrada de la faz de la tierra, al menos en lo que se refiere a la aceptación popular y el consumo masivo. Sin embargo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario. Mucha gente había pasado la década anterior experimentando con drogas de viaje, drogas más potentes que la marihuana, como la LSD, psilocibina,
más suave y manejable, se convirtiera en droga mayoritaria, consumida cada vez más regularmente por amplios sectores de la población mundial. Su aceptación en Estados Unidos fue formidable, y pronto resultó evidente que no producía las consecuencias apocalípticas que venían siendo previstas por los guardianes de la moral norteamericana. Y así, contra todo pronóstico, en 1972 la National Commission on Marihua-
1976, la cifra había aumentado a unos cuarenta millones de usuarios (el 68% de los jóvenes), aumentando también la tolerancia frente a su consumo (60% de la población adulta). No era extraño que se produjera este cambio de actitud en la habitualmente conservadora sociedad norteamericana, ya que con semejantes cifras de consumidores -esporádicos o habituales-, no se había producido ningún problema grave, ni de delincuencia ni de salud pública. Lo realmente extraño sería el también rápido cambio de actitud de las propias autoridades, como los presidentes Ford y Carter, cuyas esposas proclamaron públicamente que sus hijos fumaban habitualmente marihuana, sin que se produjese una reacción escandalizada en la sociedad. Pero esto tenía también su explicación. Las necesidades de abastecimiento que provocaba la demanda de cuarenta millones de usuarios, eran excesivas para la habitual importación de cannabis, que venía sobre todo de otros países americanos (Colombia, Jamaica, Brasil, México, Panamá). A pesar de que esta importación se incrementó con la aportación de otros países más lejanos (Tailandia, Afganistán, Pakistán, India, etc.), seguía sin ser suficiente, por lo que, naturalmente, Estados Unidos empezó a cultivar su propia marihuana masivamente, particularmente en las islas Hawaii y en la costa oeste. En pocos años, el entusiasmo cultivador creció de tal manera que hacia 1976 Estados Unidos se había convertido en uno de los mayores productores mundiales, y además, de algunas de
etc. La persecución de estas sustancias y también, en parte, su obvia potencia como fármacos, hicieron que su consumo fuera remitiendo, pero no el deseo de introspección y conocimiento que muchas personas habían sentido mientras las utilizaban. Este espíritu propició que el cannabis, también una droga de viaje, pero bastante
na and Drug Abuse publicó un informe ¡aconsejando su despenalización! Se basaba no sólo en la falta de peligrosidad de la sustancia, sino el el hecho incontrovertible de que en aquel momento las encuestas recogían que era utilizada por nada menos que veinticinco millones de norteamericanos. Unos años después, en
las mejores variedades, como la "california sin semilla". Al contrario que muchos países del tercer mundo, que cultivaban sin mirar la calidad, los norteamericanos lo hacían con cuidados extraordinarios, mimando la calidad de unas plantas que estaban empezando a ser uno de los cultivos más importantes del país. En 1976, California despenaliza la posesión de cannabis para uso propio, y el cambio de estatus de esta sustancia se hace ya imparable. A pesar de los manejos de la DEA, absolutamente en desacuerdo con esta actitud, el gobierno norteamericano se mantiene en sus trece, al menos hasta que, a mediados de los ochenta, Ronald Reagan aterrice en la Casa Blanca como elefante en cacharrería y acabe con la permisividad y la tolerancia reinantes. Pero el conocimiento sobre la inocuidad de la marihuana se ha generalizado, y muchos otros países despenalizan la posesión y el consumo, hasta la aparición del caso emblemático, el de Holanda y sus coffee shops, que directamente normaliza el consumo, convirtiendo el cannabis en un producto de uso común, que se puede comprar y vender legalmente. Como, naturalmente, esto no causa problemas, y ni siquiera aumenta los índices de consumo (en Holanda lo consume habitualmente menos del diez por ciento de la población), los argumentos favoritos de los detractores se desinflan rápidamente. Pero ahí estaban los ínclitos Reagan y Thatcher, al acecho, listos para fastidiarlo todo de nuevo.