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Así se lo montan
from 2004 06 ES
by SoftSecrets
Los chulos de Madrid
La legislación española en materia de drogas se adaptó, como casi todas, a las directrices americanas contenidas en la Ley Harrison (1918). Sin embargo, ocurrió algo similar a lo acontecido con la Inquisición española en la cuestión de las brujas: si bien se persiguió con denuedo a herejes y protestantes, las brujas no tuvieron mucha prédica en este país. Cristina Pizarro
Los poderosos inquisidores mantenían una posición escéptica sobre la existencia de conjuros y aquelarres y atribuían los fenómenos que tanto espantaban en otros países al consumo de sustancias y a la histeria colectiva (con un criterio bastante moderno). En España apenas se quemaron brujas, mientras en otros países de Europa, como Francia y Alemania, sucumbían a miles. Algo análogo pasó con las drogas: España se aplicó a perseguir la fabricación ilegal, el contrabando, etc., pero las ideas del dope fiend y del “maligno poder de las drogas” no se comprendían en absoluto. Pero todo se contagia y, con la dictadura de Primo de Rivera las cosas cambiaron. El dictador se alarmó con las noticias sobre juergas de jóvenes que consumían diversas drogas de moda, y el peligro de la”corrupción de la juventud” (o quizá más bien de la rebeldía y la desobediencia), consiguieron al fin que España se incorporara al club de países que perseguían las drogas como a poderes demoníacos. Aunque en lo profundo de la sociedad nunca calaron estos conceptos. A finales de los años cuarenta, el miserable mundo del hampa que sobrevivía en el sórdido Madrid de posguerra sufrió una profunda conmoción. La noche anterior se había producido una reyerta en un bar de “señoritos” de la calle Serrano, saldada con graves destrozos y la intervención de la policía. Como consecuencia, una oleada de detenciones y juicios sacudió los cimientos de la delincuencia madrileña, afectando especialmente a un gremio antiguo y sólidamente establecido: el de los chulos. Sus filas quedaron seriamente mermadas, ya que fueron muchos los que cayeron en esos días y fueron condenados a varios años de cárcel.
La “grifa”
Pero ¿qué relación podía existir entre una pelea de “niños bien”, hijos ociosos de aquellos a quienes la guerra no había menoscabado bienes ni posición, y la detención de aquella chusma de macarrillas y proxenetas? Muy sencillo. La policía había encontrado a los alborotadores consumiendo una droga ilícita: “la grifa”. Con este nombre se conocía en Madrid a la tosca picadura de hojas, ramas y cogollos de cannabis (todo mezclado), que prodedía de Marruecos y que era lo que llegaba entonces a España, en buena parte gracias a soldados y legionarios destinados en el norte de Africa, y cuyo contrabando estaba prohibido. La policía tiró del hilo para encontrar el siguiente eslabón en la cadena, los pequeños traficantes (“contrabandistas”, por aquel entonces). Este papel lo ejercía mayoritariamente el gremio de chulos, que proporcionaba a los señoritos aburridos sexo, drogas y juergas, toda la diversión proscrita por la dictadura de Franco.
Chulos y putas
En este terrible y gris periodo de la posguerra franquista, la vida era difícil para casi todos. En el viejo Madrid pululaban los buscavidas y la profesión de chulo era una de las más deseadas. Pero no todo el mundo podía acceder a ella. Se trataba de un gremio cuyos miembros se conocían y respetaban entre sí. Se reunían en los bares a jugar al “chamelo” (dominó), y a contarse sus batallitas, antes de ir a buscar a sus “protegidas” para acompañarlas del brazo a los lugares públicos (bares nocturnos y las nuevas “boites”) donde ejercían la prostitución con la connivencia -y correspondiente comisión- de porteros y vigilantes de estos locales. Al concluir la “jornada laboral”, y si la prostituta no había terminado la noche marchándose con un último cliente, su chulo la iba a buscar para llevarla al miserable cuartucho que generalmente compartían. De esta manera, las mujeres se sentían protegidas; aunque las explotaban, y aunque menudeaban las palizas y otros abusos, al menos no se veían abandonadas a su suerte y expuestas a los desmanes de juerguistas y otros noctámbulos más amenazadores. Se trataba de un acuerdo que convenía a ambas partes. Los ingresos se repartían al cincuenta por ciento, y el contrato a menudo incluía relaciones sexuales entre empleador y empleada, gratis, por supuesto. A cambio, la mujer no estaba nunca sola.
Gente subiendo al tranvía en Madrid (años 40).
Franco inaugurando la Feria del Libro de Madrid (años 40).
El contrabando y otras actividades
A pesar de todo, el negocio no siempre proporcionaba los ingresos necesarios para la supervivencia de estos personajes, los chulos, que además de sus necesidades y pequeños vicios tenían la obsesión de vestir de acuerdo con su “posición”. A menudo, y a regañadientes, tenían que buscarse algún trabajito que completara sus emolumentos. El contrabando de grifa y otras drogas recreativas era un buen modo de conseguirlo sin tener que trabajar demasiado. Los chulos, que estaban en contacto con todo el mundo noctámbulo y nocturno de la ciudad, se relacionaban así con los personajes ricos que deseaban divertirse al margen de las férreas leyes franquistas. Estos demandaban todo lo prohibido, y los chulos sabían dónde encontrarlo. Se formaron amplias redes de contrabando y trapicheo, y la “grifa” empezó a circular por los ambientes de moda, formando parte de toda fiesta canalla que se preciase.
Los nuevos tiempos
Pero las grandes redadas de finales de los cuarenta marcaron el principio del fin, y muchos chulos se dieron cuenta en ese mismo momento. Aclaradas sus filas, con muchos de sus compañeros en prisión, los supervivientes se reunieron para analizar en voz baja la situación. Comprendían que su mundo se acababa, no sólo por las detenciones, sino por los cambios sociales que estaban convirtiendo su “profesión” en un tipo de delincuencia muy diferente. Las prostitutas, sus compañeras, estaban asustadas. De otras partes de Europa estaban llegando redes de prostitución internacionales, en las que los chulos eran asesinos con pistolas que no “protegían” a una o dos mujeres, como los de aquí, sino que manejaban con mano férrea amplios contingentes de mujeres semiesclavizadas y amenazadas, a las que despachaban cuando no servían. Del mismo modo, el viejo contrabando de grifa, fuente de ingresos adicionales para los chulos clásicos, estaba dejando paso al tráfico a gran escala de todo tipo de drogas prohibidas, estableciendo clanes mafiosos y redes internacionales, mucho más peligrosas y ambiciosas. En aquellos días, los chulos de Madrid se manifestaron en sus calles. Protestaban por la invasión de esa delincuencia extranjera y reclamaban su espacio en aquel mundo que moría. Con gran indignación, decían: “No hay derecho. Nosotros ¡las enamoramos!”.