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Liz Magenta
Liz magenta
puebLa, puebLa, 1980
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Estudió los diplomados en creación literaria en SOGEM, e INBA-CONACULTA. Ha publicado cuento en revistas nacionales e internacionales como: Tierra Adentro, Revista culturel, Nocturnario, Lo-innombrable, Teoría Omicrón, Literatura.sí, Phantastique, Perro negro de la calle, Seattle Escribe, entre otras. Ha ilustrado cuentos y portadas para las revistas: Teoría Omicrón, Noche Laberinto, Lo-innombrable, Estrepito, Perro Negro de la calle, Miseria, Margínalees y Lunáticas Mx. Está incluida en el mapa de escritoras mexicanas contemporáneas: (https://mapaescritorasmexicanas. wordpress.com/). Tiene publicados los libros: Infinito Psytrance, en coautoría con Zad Moon, y Mundo Insecto.
Nuestro bar
Tenía una puerta de dos hojas, como en el viejo oeste. Los techos agrietados. Mesas y sillas de plástico, una barra con bancos altos. Los refrigeradores llenos de cervezas. Una fracturada rocola emitía noche y día cumbias de antaño. Las mujeres y los trans, acumulaban fichas por cada botella vacía y jugaban con ellas a hacer pirámides o a echar volados. Carcajadas agrías, humo de cigarrillo y tragos de alcohol deambulaban allí, donde entraban y salían las almas que comprendemos la soledad y el abandono, donde bailábamos canciones tristes y brindábamos felices por el encuentro, hombre con hombre, mujer con mujer, hombre, mujer, qué importaba, lo importante era deshacerse aunque sea un rato, tal vez solo por un momento de tanta soledad guardada. Dónde estarán ahora, mis novias, mis putas, mis amigas, dónde estarán si por culpa de la pandemia, nos cerraron el bar. Si el alcohol no nos mató, ni la enfermedad, entonces nos matará tanta pinche soledad.
Amor en tiempos de pandemia
Ella tenía el tono de gris más etéreo que jamás había visto en un par de ojos. Enmarcados por un abanico de pestañas muy oscuras, largas y gruesas. Sus cejas, aunque delgadas por la depilación, se miraban espesas y abundantes, esa mirada flechó su corazón oxidado por culpa de tantos viejos amores. Y era todo lo que podía ver en su rostro, pero era suficiente, demasiado, belleza infinita que despertó su adormilado deseo de placer. Cuando el dardo de esa mirada entró en su cavidad cardíaca, éste volvió a reanimarse y a partir de allí, latió y latió sin descanso. Se acercó a ella. Después de los cortejos, una noche entraron por fin a una habitación de hotel, sentados a la orilla de la cama se tomaron de las manos mientras se miraban fijamente, y entonces sucedió el milagro, la seducción, lo más excitante. El hombre tomó delicadamente las cuerdas del cubre bocas que escondía un tesoro de mieles. Lo retiró despacio de esas orejas que fue besando de a poco, con suavidad, con mucha calma, para ir descubriendo con ansia, con suspenso, con absoluto deseo, unos labios rojos, carnosos, que se entregaron derrotados al beso, al baile con esa otra lengua que los dos sintieron, gozando la humedad fría, entibiándose, excitados al unísono cuando al fin arrojaron a un lado de la cama los detestables cubre bocas, y al fin desnudos, se entregaron en un prolongado beso, antesala de su primera noche de besos y amor.
Señorita Blue
Siempre viste de azul porque es su color favorito. A su piel blanca le sienta bien. Camina recta, segura, inalcanzable. Nunca supe su edad, pero podría tener 27, o 40, o 35. Sus pupilas son azules y sus venas también lo son, cuando te abraza, las venas de sus brazos crecen, se estiran, se alargan y te enredan, te atan con puro amor. Y si te besa, entonces su saliva sabe a mora, azul, y su lengua es tibia y delicada como sus manos. Toda su piel es lisa y suave como la seda de un blanco azulado. Yo lo viví, eso, el hechizo, ese estar atrapado en ella, me libré solo porque me dio miedo ya no poder escaparme. Pero fui de los que tuvieron la suerte de tenerla, de dormir con ella. Después de amarla, sus venas se enredaban por todo mi cuerpo en las noches, cubriéndome con todo su corazón que bombeaba un calor hirviente que casi quemaba. Probé cada parte azul de su cuerpo perfecto, y solo por el miedo de volverme loco por ella, por sus ojos azules, por su sangre azul, y su saliva de mora, solo por eso la abandoné, y ella lloró en azul, a mares, hasta que el azul se le agotó, y solo quedó el blanco de su memoria, de sus recuerdos, y del corazón que bombeaba azul amor.