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Ale Montero

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Liz Magenta

Liz Magenta

aLe montero

acapuLco, guerrero, 1995

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Es Licenciada en Psicología y psicoterapeuta. Ha publicado cuentos y poemas en diversas revistas literarias. Publicó el poemario La locura del poeta (2017). Obtuvo el segundo lugar en el primer concurso de poemas de amor convocado por la revista literaria Pérgola de humo, con su poema «Cuerpo». Consiguió mención honorífica en el primer concurso de minificción convocado por Manumisión, con su texto «Opresión».

https://instagram.com/alemonterocabrera https://twitter.com/AleMontero1995 Boukker: Ale Montero.

Soledad

Cuando despertó había un penetrante silencio. Al correr la cortina y observar por la ventana, descubrió una calma anormal: no había nadie en la ciudad. —Tal vez todos están festejando algo en el centro.

Salió de casa. Notó una inmensa tranquilidad. Lo único visible era un ave girando alrededor del sol. Mandó mensajes por celular a sus amistades y familiares; sin embargo, no obtuvo respuesta. Intentó realizar llamadas; no obstante, nadie contestaba sus celulares. Empezó a preocuparse. Observaba carros estacionados y tiendas vacías. Los únicos seres vivos eran pájaros bajando a posarse en ramas de árboles. Su ansiedad fue aumentando. Regresó a casa para investigar en su celular si la gente había desaparecido en todo el mundo, pero no había noticias relevantes. —No necesito a la gente en mi vida.

Transcurrieron días. Sus labios temblaban, tartamudeaba, sus piernas se movían constantemente, hablaba por las noches viéndose en el espejo y conversaba con objetos. —Oye, Relojelio, ¿cómo va tu día? —le decía al reloj de pared mientras se sentaba a contemplarlo—. Supe que ayer tuviste una discusión con el sillón. No te lo tomes personal, tiene problemas emocionales.

El siguiente día colocó una silla y vio fijamente al sillón. —Mira, yo sé que Relojelio puede ser fastidioso. No te pongas así, es buen sujeto. Pero no vine a eso, es que te quiero confesar algo: me siento mal de ser la única persona sobre la Tierra. Lo único reconfortante es saber que los tengo a ustedes.

Organizó una reunión con algunos muebles. Les colocó platos con comida en la mesa. De repente, a los muebles les nacieron ojos y hablaron a través de los cajones. Relojelio poseía una boca, por la cual comunicó su agradecimiento de pertenecer a la familia. De manera inesperada, los muebles se convirtieron en humanoides de madera, altos, con flacas y largas extremidades. —Chicos, últimamente siento que no existo —dijo con mirada triste y voz quebrada. —Nos tienes a nosotros —contestó un humanoide de madera mientras le tocaba el hombro con cariño.

Transcurrieron días. Sonreía ligeramente observando el suelo. Permaneció inmóvil en un rincón de su casa. Abrazaba con fuerza un reloj de pared. Enfrente había un buró tirado con los cajones abiertos.

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