Laberinto No.701 (19/11/16)

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Laberinto

ADIÓS A LOS CARACTERES álvaro uribe p. 03

MILENIO

NÚM. 701

sábado 19 de noviembre de 2016 FOTO: ARNOLD GENTHE, 1904

ROGELIO NARANJO

CENTENARIO DE JACK LONDON

angélica abelleyra p. 04 y 05

luis torres albarrán p. 06 y 07


ANTESALA

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sábado 19 de noviembre de 2016

LABERINTO

PIERRE DUMONSTIER II

Retrato de una artista AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

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n el retrato el artista es el espejo, la obra es el reflejo de lo que él ve. La persona que se mira en un espejo o en un retrato no busca la realidad, los espejos dan una imagen que nuestra mente trastoca y deforma, omite detalles y se concentra en los que perseguimos como ideales. Perpetuando la mentira, tenemos la fortuna de la imposibilidad de aceptar lo que somos, el artista cómplice ofrece lo que observa como una puerta a una realidad falsa e inaccesible. En la exposición French Portrait Drawings from Clouet to Courbet en el British Museum, el ojo del artista persigue la forma y la traduce en líneas, como un astrónomo que traza la ruta ficticia de los astros. El espejo opaco del papel plantea una irrealidad: la línea. El dibujo es la persona pero no es lo que vemos, y en un alarde de esencialidad, Pierre Dumonstier II dibuja la mano derecha de Artemisia Gentileschi y la retrata, no ve el rostro, destina su observación a la herramienta que los dos comparten y los hace iguales. En el margen superior la llama “Aurora”,

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

la diosa que abre la oscuridad del cielo con sus manos para que entre el amanecer; la belleza de esas manos no es su apariencia, es su capacidad de crear “maravillas que envían a los ojos juiciosos al éxtasis, raptures”. Dumonstier II rompe con el cliché de la belleza física como meta del retrato femenino, lo despoja de edad y sexo, reconoce que él mismo se plasma al recrear las manos de ella. Un retrato y un autorretrato, un espejo que se multiplica en un juego interminable. Con este dibujo la sala del museo expone decenas de manos, aunque sean rostros, cuerpos enteros, son manos dibujando, unas más apasionadas, otras frías y analíticas. El artista se ve en sus obras y al final muestra esa herramienta compleja que percibe sensaciones y las transmite, que exige el entrenamiento constante. El hacer nos describe, la apariencia, irrelevante por inestable, no alcanza a decir, la voz de nuestro ser son las acciones. El pincel que Artemisia sostiene, la sombra en la oquedad de la mano, suspendida en el limbo del papel, dirigiéndose con voluntad

La mano derecha de Artemisia Gentileschi

propia, contiene toda la sabiduría de la pintora, sus frustraciones, los inicios que aún le esperan, las obras que nunca podrá pintar y las que guarda en una biografía que recuerda y olvida en cada trabajo. El dibujo es la diosa Aurora, la ocultación nos revela la luz de la verdad de Artemisia, inmortalizar esa mano, retenerla en la acción, convierte a la condena de Sísifo en el privilegio de la creación. L

La polilla devoró la Biblia y creyó en Dios. ESPECIAL

Soñar con Asia AMBOS MUNDOS

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SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores

ientras cruzaba el mundo de un extremo a otro para llegar a Seúl desde Colombia pensaba en Asia, en lo que me hizo interesarme por Asia, y entonces recordé a un autor, Joseph Conrad, y su gran novela Lord Jim, en la cual un joven huye de la culpa, una culpa obtenida por inexperiencia y por ambición, al dejarse llevar por marineros curtidos y sin alma a cometer una bellaquería. ¿Y a dónde huye Lord Jim? Al Oriente, cada vez más a Oriente. Primero va a Singapur y luego se interna por la península malaya. El nombre de Lord Jim es una traducción de la voz “Tuang Jim”, como lo llamaron los aborígenes de la última región en la que buscó refugio. Ese libro me cautivó. La idea de escapar de la culpa yendo hacia Oriente fue un

verdadero descubrimiento. ¿Me sentía yo culpable? Con los años descubrí que en Bogotá la falta de oxígeno me hacía sentir culpa. La culpa. No en vano la primera ciudad de Asia que conocí fue Singapur, la primera escala de Lord Jim en su viaje hacia el olvido. Ahí en Singapur me encontré con otro libro, San Jack, de Paul Theroux, del que Peter Bogdanovich hizo una estupenda película protagonizada por Ben Gazzara. Caminé por las calles de Singapur y me sentí libre. Un americano tranquilo. Poco después viajé a Pekín e inicié lo que podría llamar “una temporada china”. Después conocí Jakarta, donde encontré el café Batavia y las obras de Pramoedya Ananta Toer, que estuvo en la cárcel casi toda su vida. Estuve en Bangkok

y conocí sus ásperos bajos mundos. Luego vino la India, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka. Un día fui invitado a Tokio y pude conocer la ciudad de Murakami. Asia me hacía sentir libre. Por eso cuando el Instituto de Lenguas y Traducciones de Corea me invitó a Seúl no lo dudé un instante. Era una de las pocas grandes capitales que me faltaba por conocer, e incluso me sentía en deuda. Tal vez debía fingir que ya la conocía. Había estado leyendo al filósofo coreano Byung Chul Han, sobre todo La

sociedad del cansancio, y había comprendido que el gran mal del siglo era la depresión. Pero en Seúl la gente no parecía muy deprimida. Tal vez sus fantasmas son invisibles, ¿cómo saberlo? Esos fantasmas deben estar en su literatura, me dije. Escuchar al poeta Pak Jeong–de fue muy revelador, pues dijo que cada persona era un extraño planeta perdido en un solitario universo. Y luego la escritora Ham definió el amor con una frase hermosa y enigmática: “Hay gente que simplemente camina”. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


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× L AU RA

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ANTESALA

Z AVA L E TA ×

Maternidad Este poema está incluido en Transfronterizas, una selección de 38 poetas latinoamericanos que acaba de aparecer con el sello de la Coordinación de Difusión Cultural y la Dirección de Literatura de la UNAM

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i abuelo le dijo algo al oído, ella parió un mundo y luego otro y cada vez más geométrico el círculo se fue cerrando y el mundo era abarcado por su falda. Ahí subíamos a bordo. Entrábamos al Arca. En todos sus rincones mi abuela esparcía leche, sobre los abismos donde se fundaban las jurisdicciones de nuestros fantasmas. Ella nos daba de comer. Nos arropó con la nieve que cubría sus párpados. Llenó de nieve mi lengua y quedó dormida hasta que me quiso mostrar el alfabeto. ×EKO×EX LIBRIS×CLARA SCHUMANN×

El carácter de los Caracteres CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

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omo los escritores que los practican, los géneros literarios tienen fecha y lugar de nacimiento. No habría poesía épica sin la Ilíada, lírica sin Estesícoro, diálogo filosófico sin Platón. Tampoco, más modestamente, habría caracteres sin Teofrasto (371 a. C.–287 a. C.). Nacido en Ereso, en la isla de Lesbos, se llamaba Tírtamo, pero Aristóteles (a quien sucedió a la cabeza de la escuela peripatética de filosofía) le dio su nombre duradero, que significa “el que frasea como los dioses” o “el del lenguaje divino”. Diógenes Laercio le atribuye a Teofrasto 227 títulos, con un total de 230 mil 808 renglones. De esa obra ingente, que abarcaba desde la metafísica hasta la botánica y la mineralogía, sobrevive acaso la décima parte. Una porción mínima de los restos la constituyen los 30 bosquejos o caricaturas de personajes arquetípicos, prototípicos o meramente típicos que la posteridad conoce como Caracteres morales (Ethikoì Xaraterês). La historia de los Caracteres pasa por los bizantinos Juan Tzetzes y Eustacio, que en el siglo XII los usaron para enseñar retórica; por la traducción al latín de Lapo de Castiglionchio (1430); por varios autores ingleses del siglo XVII y, al fin, por el moralista Jean de La Bruyère (1645–1696), que los tradujo al francés y los continuó con 1120 textos agrupados en 16 capítulos para componer su propia obra maestra, Los caracteres o las costumbres de este siglo. Comprimidos en una o a lo sumo dos páginas, los Caracteres de Teofrasto comienzan con una definición del vicio o el vicioso estudiados (la rusticidad, el complaciente, la desvergüenza, el hablador) y proceden con rigor silogístico hasta su condena final. Los de De La Bruyère, más literato que filósofo, acumulan párrafos de diversas extensiones y abundan en pérfidos retratos de personajes con nombres antiguos, como Egesipo o Mesalina. Los que me atrevo a añadir a esa ilustre galería toman lo que pueden de sus grandes modelos e incluyen la interlocución con un tú susceptible de ser lo mismo el lector que el alter ego del autor. Lejos de mí el deseo de instruir a nadie con mis escritos; la idea piadosa (que parecen compartir Teofrasto y De la Bruyère) de que la lectura es capaz de mejorar éticamente a los lectores no encuentra muchas corroboraciones empíricas en los siglos transcurridos desde la invención de la escritura. Tampoco pretendo predicar con el ejemplo; no critico y ridiculizo los defectos ajenos sino para lamentar y acaso combatir los propios. Pero cualquiera que analice la conducta del prójimo en sociedad se interna en los vericuetos de la moral y me declaro extraviado en ellos. Según el prólogo (apócrifo) a sus Caracteres, Teofrasto los escribió a los 99 años. De la Bruyère emprendió los suyos a los 43. A medio camino entre la ancianidad sapiente y la briosa madurez solo ambiciono con los míos ofrecerle al lector eventual, sobre todo si le incumbe la vida literaria, un espejo de mano donde pueda examinar con otros ojos su propio maquillaje. ◆◆◆ (Cuando acepté la generosa invitación de José Luis Martínez S. a colaborar quincenalmente con Laberinto me propuse hacer un libro de 52 textos. Con éste concluye mi proyecto y me despido hasta nuevo aviso.) L

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a su pequeña hija, que ama y cuida junto a Éricka, por una pieza homónima del estonio que es río calmo, silencioso, eterno. Será que su mirada cafecita se ilumina con las otras eternidades que Theo Angelopoulos le regala en cada película. Será que Sándor Márai le otorga sorpresas en la aparente cotidianidad insulsa. Será que es Rogelio Naranjo con su humanidad completa, acompañado. Aquí algo de la charla que captó una grabadora y el aderezo del recuerdo. ¿Desde cuándo estás deprimido?

Tengo la impresión de que fue a partir de que terminó Vivir en la raya. De entonces a la fecha empecé a caerme y ya no quería dibujar. Me deprimí porque no salían mis dibujos, porque andaba físicamente mal y no sentía ganas de dibujar. No dejé de hacerlo al cien por ciento porque estaba consciente de que, si lo dejaba, entonces sí me iba para abajo. Quería seguir dibujando pero los resultados no digo que fueran de cero, pero ya nadie podía hablar de la habilidad del dibujo. De repente me encontré con que ya no me salía nada y no sentía satisfacción del dibujo. Sabía que si cortaba o dejaba de trabajar, sería más difícil salir adelante.

Rogelio Naranjo

“Nunca me he sentido huérfano”

El 11 de noviembre murió uno de los grandes caricaturistas del México contemporáneo. Recordamos su huella con esta entrevista inédita MEMORIA ANGÉLICA ABELLEYRA

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l suéter pachón de Chiconcuac lo hace ver más fornido en este día de nubes que invita a la charla con un café cargado. Está deprimido. Su amigo Julio Scherer García murió dos meses antes y la ausencia mantiene apretujado el corazón de Rogelio Naranjo. Los aires grises de su ánimo responden a la partida del periodista que considera una pieza tutelar en lo profesional y, sobre todo, raíz de amistad. También sus problemas de salud ocular velan su alegría, pues le impiden ejercitar la mano con la exactitud del trazo que es signo de identidad de un Naranjo: ese dibujo irónico, aquel cartón ácido, esa caricatura melancólica, aquel retrato que enjuicia la desigualdad social, todos con el rasgo de maestría y obsesivo detalle de su rayita tras rayita tras rayita que conforman el infinito en cada dibujo. Es el segundo día de marzo de 2015. Toma asiento en la sala de su casa en la colonia Industrial. No le gusta la grabadora, pero la acepta un poco a la distancia sobre la mesa central. Las entrevistas lo incomodan, hace puchero, pero se anima a ratos ante el devenir de la plática suelta, deshilvanada a ratos, como la vida. Este encuentro sucede para saber cómo se encuentra, para ponernos al día, tras la cruda que permanece en su cuerpo, luego de la retrospectiva Vivir en la raya: 500 obras que develaron a un artista de cuerpo entero en su confección de mundos plagados de profundidad interna y complejos cuerpos exteriores. Lo más conocido de aquel conglomerado en exposición: su filo de crítica política que arrasa con demagogos, manipuladores y sátrapas en los contextos proclives a

ello, llámese político, clerical, empresarial, sindical… Su dedo en la llaga sobre la discriminación, la pobreza, la violencia y deshumanización que nos constituyen como seres y países. Lo menos difundido: sus primeros pasos como pintor e historietista; sus guiños poéticos en collages, calendarios y animaciones; su eficacia visual en el diseño de portadas de revistas, libros de texto y carteles; su amoroso ejercicio del retrato de los personajes que le han generado placer y conocimiento. Esa exposición ocupó los muros del Centro Cultural Universitario Tlatelolco de enero a julio de 2013 (y en octubre de 2015 una versión más pequeña se desplegaría en el CASA, Centro de las Artes de San Agustín —Etla, Oaxaca—, en el marco de la FILO, la Feria del Libro de Oaxaca, que así le rindió homenaje). Dos años después de aquella retrospectiva en Tlatelolco, Naranjo conserva un ambivalente sabor de boca: algo dulzón por ciertos destellos que observa en su trabajo de 60 años, como la llamada Sala Erótica que le pareció divertida en su muestrario del Calendario PORNaranjo (1970) o el serial de retratos de sus compañeros de viaje en los placeres del arte: de Saramago a Solyenitzin, de Quevedo a Beckett, de Kafka a Yourcenar. O sus versiones de Modotti, Picasso y Toledo. Pero el otro lado de su sentir es más bien amargo, o al menos preso de dudas frente a lo mostrado en pintura y ciertos dibujos políticos. En extremo crítico de sí mismo, percibe que no todo lo mostrado en Vivir en la raya “vale”. Pese al desasosiego momentáneo, un trago de café lo reconforta. Nunca se ha sentido huérfano de ideas. Será que la vida atribulada de México lo sacia de posibles asideros críticos en obras gráficas. Será que sus dibujos lo acompañan. Será que sus amores de carne y hueso también. Será que sus oídos están serenos con los acordes de Arvo Pärt, su compositor preferido; tanto, que bautizó Alina

¿Qué te ha ayudado a superar ese estado?

Solito yo, con mi soledad y mi tristeza. Para no estar dando lástimas. Porque sé que mi vista no es la misma para dibujar de manera que me diera satisfacción. Y sabía que eso iba a costarme un huevo y la mitad del otro. ¿Lo conseguiste con una línea más sencilla?

En primer lugar, lo conseguí sin ser tan exigente. Además, estaba políticamente desubicado, sin saber qué estaba pasando, buscando fechas emblemáticas en México para hacer algún dibujo sobre eso y sabía que la disciplina para trabajar era lo único que iba a funcionarme. No estoy pensando que ya la hice sino que estoy en un proceso que no sé cuánto va a durar. Mis utensilios empezaron a volverse algo separado de mí, y sabiendo que eso era un riesgo grande traté de dominar ese problema y empezaron a salir cosas interesantes. Eso fue cercano a la fecha de la exposición. No he podido superarlo pero sé que si me deprimo, me amuelo. El presente es un río revuelto en la vida política de México. Para alguien como tú, que editorializa con cada cartón, ¿es difícil tener certezas?

Hay veces en que no pasa nada o lo que pasa no tiene importancia y el gobierno de alguna manera le da importancia a sus cosas. Pero a mí no se me ocurre dorarles el caldo. No voy a hacer dibujos para eso. De repente brinca la liebre por donde uno no está esperando. Lo de Ayotzinapa sacudió a todo mundo, así que pienso en algunos dibujos que hice en ese momento, aunque no es un momento puesto que continúa. Todo eso ayudó a que no me sintiera huérfano de ideas. Cuando te asalta la confusión por un asunto político, ¿cuentas con algún soporte de reflexión, de guía, para entrever procesos que no alcanzas a comprender?

La cosa curiosa es que nunca me he sentido huérfano. Cuando trabajo, pienso que estoy aportando algo; eso es importante para mí y a veces salen cosas que me estimulan. Empiezo a hacer primero un dibujo, luego otros cinco o diez que medio me gustan. Es un camino que al principio me llevó a ir encontrando hallazgos y dibujos que tienen sentido y que no me he equivocado al publicarlos. En ese sentido, Proceso es importante porque es


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HUMOR

FOTOS: HÉCTOR TÉLLEZ

donde se han publicado los mejores dibujos. Estoy tratando de mantener un nivel en El Universal pero me está costando trabajo. ¿Con estas dos entregas te estás dando permiso de hacer un trabajo más libre?

No, porque ahora no tengo tiempo ni ganas. Cuando tengo una buena idea no escojo el mejor medio, sino que cualquier lugar para mí es una garantía de que voy a estar acogido y me seguirán publicando. Lo que ahora me preocupa es mi seguridad. Cuando terminó la exposición en Tlatelolco me vino como una cruda después de una borrachera. Una cosa que no conocía en esa magnitud. Sentía que ya no merecía acaparar los espacios de ningún lado y eso iba a costarme mucho. Y hasta la fecha no veo que se esté cumpliendo ese vaticinio. Tengo 77 años. Muchos. ¿Has seguido encontrando materiales en tus archivos?

No he buscado ni quiero que nadie se meta. Sigo mandando materiales a Tlatelolco. No quiero meterme para saber cómo están funcionando las cosas. Una vez fui y vi cómo tienen bien protegidos los dibujos en bodega. Me dio mucho gusto ir y cerciorarme de que están resguardados. ¿Se te antoja otra exposición?

No. Esta exposición me dejó con una sensación muy confusa: siempre he tenido la certeza de que mi trabajo es valioso pero también tengo la convicción de que no todo vale. Y eso es algo que me da miedo. La idea, al hacer la donación a la UNAM, es que en Tlatelolco se sigan haciendo investigaciones, revisiones de tu trabajo…

¿Quién me garantiza que voy a vivir dos años? No soy fatalista pero pienso que está mermando mi capacidad de trabajar y puede que de repente una gran idea me dé la sorpresa de que no pueda dibujar. Pero eso tampoco me satisface como pasaba antes, cuando podía disfrutar de mis éxitos, con tanta gente a la que he conocido, que estuvo en la exposición y que escribió cosas tan hermosas, cosas que ni imaginaba. ¿Qué te importa ahora?

La cuestión es que me convertí en un cínico. Quiero dibujar bien y de eso vendrá todo lo que tenga importancia y calidad. Es lo que me interesa: mejorar mi trabajo, pero puede que dure dos o tres años, no me importa. De lo perdido, lo que aparezca.

¿Hablas de la inseguridad social?

Todavía me considero una gente privilegiada. ¿En términos de la vida nacional, cuáles son los temas que más te preocupan?

Me preocupa el país como está, la habilidad que tiene el sistema para engañar y embaucar a medio mundo. Lo siento por mi Mexiquito, por mi amor a este país todo sufrido, mexicanizado, y ahora quién sabe si se va a franciscanizar [se refiere al papa Francisco]. ¿Dónde puedes encontrar un espíritu optimista?

Nunca he sido optimista. Pienso que me toca lo peor o que me va a suceder lo peor. Todo es mentira porque tengo no sé cuántos años con problemas del corazón y ahí ando. Voy a Cardiología y me dicen que se hizo una especie de costra en el corazón y que ya no hay posibilidades de que deje de funcionar, que está bien: una cicatriz en todo el sistema que permite que no haya sorpresas. Desde finales de 2012 voy a Cardiología del Me convertí en un cínico. Centro Médico porque Quiero dibujar bien y de una hija del doctor eso vendrá todo lo que Ignacio Chávez me tenga importancia. Es lo ayudó a ingresar y que me interesa: mejorar me han atendido muy mi trabajo bien, con los mejores médicos. Me han hecho muchas pruebas y las he pasado bien. Los sustos son por pura inseguridad. Claro que estoy contento, pienso que lo dicen porque ya no quieren verme. ¿A quiénes ves?

La vida social no se me da. Soy solitario. A veces veo a Alejandro Magallanes y a Boligán, quien se da un tiempo para venir un rato a verme, aunque los dos viajan mucho. Mi tiempo es de trabajo y de lectura. De repente me encontré un libro, no sé quién lo trajo pero sospecho que fue Gaby Scherer, quien lo dejó para ver si caía en la curiosidad: un libro de Sándor Márai. Me gustó mucho la forma tan inteligente de armar reflexiones acerca de determinadas cosas que se presentan en una situación intrascendente de la vida cotidiana. De repente empieza a describir y a hablar de cosas interesantísimas. No recuerdo el título porque he leído tantos de él, pero se pone a escribir y de repente él mismo empieza a divagar en favor de su literatura. Y no

te puedes despegar. De cada libro suyo, espero a que llegue al cenit del relato, con reflexiones, y entonces empiezo a disfrutarlo como no tienes idea. No he tenido tiempo de leer otras cosas. Quiero agotar todo Márai. Además de la lectura, eres melómano irredento.

No sé qué se hicieron pero he perdido un montón de discos. Creo que fue en la mudanza [se cambió de casa en la misma colonia Industrial, a una distancia de tres o cuatro cuadras, en 2014] cuando mucha gente metió mano en discos y películas. Me dio coraje haberme perdido el concierto de Arvo Pärt en la Ciudad de México, porque estaba en el hospital. Sé que estuvo en el Cervantino. Es probable que venga de nuevo a México. Le atrae y tiene una pieza dedicada a la Virgen de Guadalupe. Lo interesante es que me encanta aunque es bien mocho. Y el cine es otro mundo que amas. Vi que hiciste un cartón de Alejandro González Iñárritu, cuando ganó el Oscar por la película Birdman, en febrero de 2015.

Éricka se lo apañó. Le encantó Birdman y a mí no me gustó mucho. Una película que me encantó fue Ida, una polaca, corta —40 minutos—, sobre una monjita que tiene una salida del convento para conocer la vida; se va y se mete a un lugar de perdición. Preciosa. Y El gran Hotel Budapest me gustó, pero es un tipo de cine, como el de los hermanos Cohen, que no va tanto conmigo. Soy propenso a deprimirme y a sacar algún gusto de eso; es lo que vi en la película polaca. El humor inglés a veces no me va. La que es cinéfila es Éricka; ama las películas de Iñárritu, quien hace unas cosas inteligentes, muy redondas, como Amores perros. De foto me gusta mucho Sebastián Salgado. Me encantó La sal de la tierra, el documental que estuvo nominado al Oscar. Y también hay un peruano muy bueno, Martín Chambi, que hace cosas preciosas.

CODA A Rogelio Naranjo se le animan los ojos cuando habla de cine y trae a cuento su música. Se pone de pie para arreglar el cinturón de su suéter oriundo de Chiconcuac. El tono de depresión bajó una, casi dos rayitas. El café se terminó. Hay que preparar otra tanda de expresos, ¿o mejor un whisky? La charla fluye hacia otros derroteros, ya sin grabadora y con dos vasos en los que, orondos, nadan algunos hielos. L


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Jack London

El boxeo en su tinta En las letras como en el ring, lo que mantiene vigente a un hombre es su legado. A cien años de su muerte, Jack London (12 de enero de 1876–22 de noviembre de 1916) reclama para sí el título de pionero de la narrativa boxística del siglo XX LUIS TORRES ALBARRÁN

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e habían antecedido en la liza George Bernard Shaw y Arthur Conan Doyle. Y le sucederían muchos más: desde Ring Lardner con su cuento “Campeón”, publicado el mismo año de su fallecimiento, hasta F. X. Toole en el 2000 con Rope Burns: Stories from the Corner, el libro en que se basa la película Golpes del destino, pero como señala J. Lawrence Mitchell, profesor emérito de la Texas A&M University, a London le corresponde haber sido el primer escritor en arriesgar su reputación al adentrarse en un territorio —el de la dulce ciencia del aporreo— en el que ningún autor de respeto en Estados Unidos se había atrevido a hacerlo. Antes que “Por un bistec” y “El mexicano”, Jack London debuta en el ensogado de las historias de púgiles con la novela El combate, hacia 1905. Para entonces —advierte Mitchell en su ensayo “Jack London on Boxing”, para la revista American Literary Realism de la primavera de 2004—, la publicación de La llamada de lo salvaje y El lobo de mar lo ubican ya como un referente de la literatura de aventuras. Y el boxeo a puño limpio del que escribieran Shaw y Conan Doyle en sus novelas Cashel Byron’s Profession y Rodney Stone va quedando cada vez más lejos de la nueva realidad del juego, ahora bajo las reglas del Marqués de Queensberry: esa de la que su obra ofrecerá registro.

Con base en su experiencia en el gimnasio y su pasión por las peleas, London construye el empalagoso romance entre Joe Fleming y Genevieve Pritchard, joven pareja de “aristócratas de la clase obrera”, que ve ensombrecida su felicidad por un final por demás melodramático arriba del cuadrilátero. A petición de su amada, Joe promete que la contienda con John Ponta —“una criatura salvaje, primordial, feroz”— será la última de las últimas. Confía en su calidad de favorito (10 a 6 en las apuestas), aunque sabe bien que “siempre puede haber un golpe de suerte, un accidente”. En medio de la reyerta, la advertencia de Fleming se vuelve destino fatal cuando el resbalón de uno de sus pies sobre la lona mojada le abre la ocasión a Ponta de juntar “las fuerzas exhaustas de su cuerpo”, asestarle un golpe violento en la punta del mentón y hacerlo volar de espaldas por los aires. A través de un hoyo en la pared del camerino contiguo al ring desde donde sigue el tiro a escondidas, Genevieve oye el ruido seco de la cabeza contra el entarimado: sin saberlo todavía, sus ojos han visto la muerte de su prometido en vísperas de la boda. Tres años después, un golpe de suerte en carne propia perfila el retorno de la pluma de Jack London al boxeo cuando en Australia, aquejado por problemas de salud, se ve obligado a interrumpir el sueño de su travesía por el mundo a bordo del yate Snark. Como por accidente, su estancia forzosa en Sidney le permite disponer del lugar en primera fila desde el cual, el 26 de diciembre de 1908, cubre para el New York Herald la batalla por la corona mundial de los pesos pesados entre el monarca canadiense Tommy Burns y el retador afroamericano Jack Johnson. En un choque que describe como “un funeral en el que el fallecido fuera Burns, y Johnson el director de la funeraria, el enterrador y el sacristán”, el negro somete al blanco en 14 asaltos y, finalmente, se hace del campeonato mundial de peso completo. Por vez primera, el hombre blanco es destronado del lugar que parecía destinado a ocupar durante la existencia del pugilismo. Así parece verlo el propio London, al suscribir su crónica con un llamado a

Jim Jeffries a dejar el retiro en su granja de alfalfa y volver a borrarle la sonrisa al insolente Johnson. A decir de George Kimball, coeditor junto a John Schullian del volumen At the Fights: American Writers on Boxing, éste sería el primer puyazo de una incansable campaña en la prensa de la época que, al cabo de un año en búsqueda de quien devolviera el título a su raza, lograría el regreso de Jeffries como la Gran Esperanza Blanca. Inspirado en el pleito entre Johnson y Burns, en 1909, durante su trayecto de Australia a Estados Unidos vía Ecuador a bordo del SS Tymeric, Jack London escribe “Por un bistec”, quizá su relato más balanceado y evocador en torno a una pelea, en opinión de J. Lawrence Mitchell. En una edición más del inexorable drama del relevo generacional, a Tom King le llega la hora de servir de escalón al joven Sandel. Mientras el muchacho ambiciona dinero, fama y futuro, lo único que el viejo quiere es ganarse 30 libras para saldar deudas y conseguirle carne a la hembra y los cachorros que le esperan en el hogar. Episodio tras episodio, King echa mano de toda su experiencia y artimañas para cansar a Sandel y mandarlo varias veces a la lona. En el undécimo, con el chamaco a un pelo de la derrota, le tira a la mandíbula… aunque apenas le conecta en el hombro. Había apuntado más alto, pero sus músculos no le obedecen. Con un bistec en el estómago habría alcanzado a asestar el golpe final. Recuperado, ahora Sandel es quien le apunta a la quijada. King ve venir el peligro e intenta reaccionar, pero su brazo parece cargado con un quintal de plomo: velo de noche, puñetazo de nocaut. De vuelta a casa, Tom King se sienta en un parque donde, exhausto y hambriento, las lágrimas le mojan el rostro. Solo entonces le es dado comprender por qué el veterano Stowhser Bill también había llorado aquella noche lejana cuando él, entonces mozo, lo había apabullado: “Pues la Juventud es siempre joven; solamente la Edad envejecía”. Otra vez en guardia de periodista, en el verano de 1910, comisionado nuevamente por el New York Herald, Jack London cumple su cita en Reno, Ne-


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vada, para la cobertura del combate del siglo, como pasaría a la posteridad el enfrentamiento entre Jack Johnson y Jim Jeffries. En el que es calificado por Kimball como el primer circo mediático en los anales del boxeo, London reporta durante los doce días previos al encuentro, en una especie de remotísimo antecedente de la serie de televisión 24/7 de HBO. Desde su envío del 23 de junio, queda clara la magnitud de la expectativa generada por el tiro: “No había más de once corresponsales cuando los japoneses enviaron a través del río Yalu a 50 mil hombres a las garras de los rusos. […] Se jugaba el destino de grandes imperios y antiguas dinastías, y sin embargo solo once hombres estaban presentes. […] Hoy, en Reno, el número de corresponsales es diez veces mayor”. Cinco años atrás, al amparo de la barrera de color, Jeffries se había retirado invicto, harto de aplastar a rivales blancos de poca monta, pero sin aceptar el reto del negro Johnson. De ahí que, todavía una tarde antes del pleito, declarara: “Cuando me aten los guantes mañana por la tarde y esté a punto de defender lo que realmente es mi título, será a petición del público, que me sacó de mi retiro. […] Esa porción de la raza blanca que ha esperado verme defender su supremacía atlética puede sentirse segura de que estoy listo para dar lo mejor de mí”. Al día siguiente, 4 de julio, Johnson le enmienda la plana a puños durante 14 asaltos para noquearlo en el decimoquinto, haciéndole ver que cuando un campeón abandona el cuadrilátero se convierte en ex campeón. Contrario al pronóstico en uno de sus previos, Jack London reconoce: “No ha sido un gran combate, después de todo, excepto por su puesta en escena y su importancia. […] Ha sido un monólogo que un negro sonriente que no ha dudado ni un segundo, y que no ha tenido que ponerse serio más de una vez, ha ofrecido a veinte mil espectadores”. Por encima de su simpatía por Jeffries —finalmente reportero—, London consigna las habilidades del triunfador —“en la defensa y el ataque, una y otra vez, adelante y atrás, Johnson centelleaba como el asombroso mecanismo de lucha que es”—, aunque sin el menor entusiasmo. Frecuentemente señalado como evidencia de racismo, su despacho desde Reno —publicado por Gallo Nero Ediciones como El combate del siglo (traducción de Laura Salas), junto con un análisis de las consecuencias políticas y sociales del acontecimiento— termina por convertirse en un documento que, de manera involuntaria, dimensiona la gesta del Gigante de Galveston, a pesar de los intentos por censurarlo. A partir de su experiencia como cronista de las peleas de Johnson —estima el doctor Mitchell—, Jack London confronta su fe en el darwinismo social para, al menos veladamente, dejar de lado

sábado 19 de noviembre de 2016

cción de iones, tradu ic d E ra st o (N reccia, ), y Enrique B Gonzalo Vélez Knock Out, tres en en el volum bistec, oxeo: Por un b e d as ri ibros histo (L e El combat , o n ca xi e m El ió n d e ojo, tr a d u cc R o rr o Z l e d son). Patricia Will

su convicción en la supervivencia del más fuerte y apostarle al poder de la inteligencia y la gracia. Hacia diciembre de 1910, London regresa al pugilato de ficción cuando, sobre un argumento original de Sinclair Lewis, reescribe la novela The Abysmal Brute —algo así como El monstruo abisal—, acerca del encontronazo del cándido Pat Glendon con la corrupción en el negocio de la bofetada rentada. Criado en las montañas del norte de California por su padre viudo, Pat es una especie de buen salvaje de 22 años y 220 libras con un dominio total de la correlación mente–músculo, esa extraña habilidad que le permite administrar tiempo, distancia y pegada y así elegir a placer cuándo finiquitar cada batalla. Malicioso, Sam Stubener —el manejador con el que el viejo Pat lo ha encargado rumbo al campeonato mundial de los pesados— le propone acordar antes de cada tiro el episodio en que habrá de terminar e, inocente, Pat accede. Pleito a pleito, su fama crece cada vez más, pero nunca tanto como las ganancias de Stubener bajo la protección de la mafia secreta de apostadores. No es sino hasta su entrevista con Maud Sangster —una señorita de sociedad metida a reportera— que el chico se entera de la farsa, en tanto que ella descubre que el bruto del que habla la prensa deportiva en realidad es un tipo retraído y taciturno que gusta de los versos de Shakespeare, las galerías de arte y la fotografía a color: flechazo instantáneo. Durante la presentación de la riña con Tom Cannam, el amor por Maud y la rabia por el fraude precipitan el retiro de Pat. En su despedida, fustiga a promotores, entrenadores y boxeadores por igual. Indignado, el campeón Jim Hanford sube al ring solo para ser anestesiado de un golpe a mano limpia. Ya con guantes, misma suerte hace correr a Cannam. La arena arde. En contraste con The Abysmal Brute, la última incursión de Jack London en el ensogado de las historias de púgiles quizá sea uno de sus relatos más conocidos: fechado en 1911, “El mexicano” da testimonio de la proeza de Felipe Rivera, “frijolero” en quien encarna la rebelión contra Porfirio Díaz para rifarse por 5 mil dólares que doten de rifles a los alzados. El

DE PORTADA

S: ENRIQUE BR

ECCIA

vigdor os a Sally A Agradecem q u e e l tr a b a jo a ra e l a p oyo p ció n d e En ri q u e ta re d e inte rp gina s . re esta s pá a de st u il rc B reccia e s informes ac sulte: Para mayore n co s, los título e d o n u a d ca .com orojoméxico librosdelzorr

rival a vencer: Danny Ward, contendiente por la corona de los ligeros. Pero también el réferi, los promotores, el público, la policía y hasta la gente de su esquina: en el odiado juego de los gringos odiados, la “rata mexicana” —como le llama con desprecio Ward— está rodeada de traición. Con lo que nadie cuenta es con la metamorfosis que obrará Rivera sobre el encordado: en una reyerta de alarido, el pequeño mago de las fintas es la cascabel que ataca; al no dejar puntos vulnerables, torna ciempiés que pica; ambidiestro que pega de donde sea, muta a lobo salvaje; sublime ángel destructor, contra todo y contra todos, acaba con Danny. La Revolución podía continuar. Lejos de cráneos reventados y dobles nocauts de un solo mandarriazo, la crónica de la pelea entre Rivera y Ward —realista y emocionante— es una de las cumbres de la narrativa boxística de Jack London, que bien da cuenta de la revolución que él mismo había vivido en los últimos seis años. Más allá de los idilios ridículos y los finales inverosímiles de El combate y The Abysmal Brute, en las letras de London hay una profunda humanidad, con la que sus personajes lo mismo hacen frente a la muerte, la pobreza y el paso del tiempo que a la injusticia, la mentira y la opresión. Vendedor de periódicos de niño, London llegaría a ser una de las figuras más publicadas de su época y uno de los primeros escritores en vivir de su trabajo: antes que en los libros, sus relatos ven la luz en las páginas del Saturday Evening Post y sus novelas en las revistas Metropolitan Magazine y Popular Magazine. Pero más que su popularidad, Jack London le debe al periodismo el ser, en paralelo, protagonista y testigo privilegiado de una nueva época: la del surgimiento del boxeo en Estados Unidos como deporte–espectáculo de masas y como materia prima de una prolífica estirpe de autores, entre quienes destacan —además de Hemingway, Mailer y Oates— Budd Schulberg, A. J. Liebling, W.C. Heinz y Leonard Gardner. Todos ellos, igual que London, en algún momento rendidos ante el combate, ese al que el hombre —según comprueba con amargura la doliente Genevieve— ofrece sus esfuerzos del día y de la noche, el tributo de su cabeza y de sus manos, su trabajo encarnizado y sus más violentas esperanzas. Ese al que le da el deseo ardiente de su corazón. L


LITERATURA

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LABERINTO

La tierra a sus pies Del escritor alemán que se presentará en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia el 1 de diciembre a las 19 horas, ofrecemos algunos pasajes de su novela publicada en 2003, y aún inédita en español, una recreación de la conquista de México NARRATIVA ALEXANDER PEER

A

la mañana siguiente de su llegada, otro viento soplaba. Ya no había sal en los bronquios ni calor distinguible por la demacración ni bamboleo alguno que desequilibrara la circulación sanguínea. La sombra de las palmeras, las hierbas de olor dulce y los insectos que zumbaban eran los sirvientes de la mañana. Consigo trajeron grados, olores y sonidos de innombrable naturaleza. Al principio, el aire era húmedo y frío, luego sofocante. Se formó una fina película de sudor en la piel. Esa humedad pilló a todos los hombres y los llevó alternativamente al calor extenuante o al frío trémulo. En la nariz se estrellaron las olas de un mar de flores y en los bosques abandonados se alborotaron criaturas lanudas que brincaban de árbol en árbol. Acompañado con el lenguaje de las aves, que constantemente repicaban, despedazaban, enlechecían. Cortés no se dejó impresionar. Se había levantado muy temprano. Pero no había sido un sueño el que lo levantó de la cama: más bien no había podido conciliar el sueño. Había pasado la noche erguido en su cama, y había sentido la tensión. Su padre lo había encerrado a veces en la bodega. Allí, Hernando se sentaba en la oscuridad. El padre había olvidado a Hernando, pero no al vino. De ese modo Hernando recuperó la libertad. Podría decirse que debía al alcoholismo de su padre el seguir con vida. Pero con el tiempo esto lo llevó de hecho siempre a esta situación. Solo en estado de embriaguez el padre superaba las etiquetas del mundo aristocrático. Entonces se sentía fuerte para eliminarlas de una vez por todas. Y como no sabía cómo, agarró lo mejor que primero cayó en sus manos: su hijo. La estrechez de la bodega y la divertida furia del padre, dirigida en realidad a sí mismo, solo había impactado a Hernando… Todo eso aparecía ante Cortés como una pieza teatral que se repetía, repetía, repetía. ◆◆◆ Martín Cortés de Monroy se llamaba aquel maestro director de la infancia de Hernando; más tarde, cuando el más frágil de sus hijos se había convertido en un exitoso conquistador, buscó hacer algo bueno interviniendo ante el emperador a favor de Hernando y de su propio provecho: esperaba que pudiese quitarse de encima los demasiados años de evidente y bien cumplido papel de insignificancia histórica. Esa mañana, Cortés caminó demasiado lejos. Había andado por toda la costa, en apariencia sin pensar, así fuera mínimamente, que del matorral más próximo podrían haber ESPECIAL

saltado indios y atacarlo. Había olvidado todo lo inculcado a sus seguidores. Solo la tensión no. Necesitaba espacio y necesitaba algo esclarecedor. Después de llegar a una meseta, se sentó a descansar; una gran piedra le ofreció la oportunidad de hacerlo. La vista del mar que lo había albergado durante semanas lo hizo pensar. Un de dónde y un a dónde. ◆◆◆ Los españoles dejaron tras de sí pantanos montañosos y sierras cársticas. Apretaban siempre los dedos en las desgastadas ballestas o una y otra vez en los machetes. Cada ruido era sospechoso, cada vistazo en los matorrales estaba embargado por el recelo. Las condiciones no permitían una introspección mayor y Cortés era un hombre demasiado controlado por la razón. Debía considerar lo que exigía la situación. De cualquier manera, se dirigieron hacia los tlaxcaltecas. Un pueblo —casi el único— que había resistido con éxito a la dominación azteca, permanecería en contra de ellos. ¿Acaso serían duros y superiores a los indios ya conocidos? ¿Debía recurrir Cortés de nuevo a una de sus estratagemas para intimidar al adversario? Estaba contento de también haber llevado caballos a bordo en el último momento. Ya en sus primeras negociaciones con los indios le habían dado valiosos servicios. Él tenía escondida una yegua en su tienda de campaña. Exactamente enfrente estaban los príncipes de los indios y negociaban una tregua con los capitanes españoles. En ese momento le llevaron un semental, que de inmediato olfateó el efluvio de la yegua. Resoplando, se levantó e hinchó los orificios nasales. Tenía los ojos saltones y dirigidos tozudamente hacia

los indios. Cortés los tranquilizó y prometió que le ordenaría al caballo no hacerles nada. Cortés estaba seguro de que esa historia no permanecería en secreto, pero temía que sus escenificaciones en algún momento serían reconocidas como tales. ◆◆◆ Pero los tlaxcaltecas también estaban bien informados. Ellos llevaban mejor las negociaciones en el campo de batalla que en la mesa. Por primera vez les quedó claro a los españoles que habían desafiado al destino. No peleaban simplemente contra los indios, luchaban contra el final. Varias batallas agotaron a los guerreros, pero, extrañamente, fue reducido el número de muertos, si bien había que lamentar una gran cantidad de heridos. Malintzin explicó a Cortés que en esa tierra y sobre todo entre los mexicas era costumbre sacrificar al enemigo. Por eso no debería caer en la batalla, sino ser capturado. El prisionero sacrificado ya no era un enemigo que se mataba sino un mensaje que se enviaba a los dioses y que incluso estaba dotado de una dignidad casi divina. Cuando un guerrero capturaba a un prisionero, decía: “Aquí está mi hijo amado”. A lo que el prisionero contestaba: “Aquí está mi distinguido padre”. No sería la única vez que los españoles menearan sus cabezas para expresar su total falta de entendimiento. A la postre, después de que los tlaxcaltecas tuvieron que aceptar la perseverancia invencible de los españoles, pensaron en otra posibilidad: ¿por qué no podía intentarse, con la ayuda de esos Teules —como frecuentemente se llamaba a los españoles para honrar su poder bélico divino—, sacudirse el yugo azteca? Exactamente cuando los soldados españoles profirieron abiertamente las primeras blasfemias contra Cortés y lo maldijeron —a él, que los había conducido a una aparente emboscada sin salida—, los tlaxcaltecas les extendieron la mano. Esta vez, sin armas. Los contrincantes se convirtieron en aliados y el relativamente modesto contingente español se transformó en una poderosa unidad militar, pues los tlaxcaltecas ampliaron en miles el ejército de Cortés. ◆◆◆ Habían estado en camino unos diez días después de la derrota de Cholula, que terminó en una masacre. Por la noche, Cortés ordenó como de costumbre establecer un campamento. Los hombres procedieron a construirlo mientras Cortés se recuperaba de la conmoción por un agotamiento temporal. Pronto sería inflexible y decidido de nuevo, pues no conocía los pensamientos perturbadores. La noche levantó su dominio y la hoguera se fundió con ella, brillando. Una frescura inesperada se filtró entre los españoles. Cubrieron sus cuerpos con mantas, se sumieron en un presentimiento de tibieza y soñaron en grandes victorias. Solo Vázquez fue hecho presa por un desvelo incansable. Era inútil convencer a los párpados de su pesadez. Continuamente caían solo por unos momentos y subían de nuevo, como si los ojos estuvieran amenazados a renunciar a una visión colosal. L Traducción del alemán: Héctor Orestes Aguilar


MILENIO

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× A

LA PASAJERA ALONSO CUETO Tusquets México, 2016 120 pp. Cueto vuelve a su dolor y a su pasión, Perú, con una inmersión en el horror provocado por la guerra entre el ejército y Sendero Luminoso. Pone su mirada en un taxista que identifica a una joven peluquera, de corazón limpio y madre de una hija. El lector no tarda en descubrir los lazos que unen sus vidas: los de la víctima y el victimario, la campesina y el capitán. Con un estilo más que contenido, naturalmente coloquial, Cueto va trazando un cuadro de las huellas impresas con sangre y fuego en los —en apariencia— redimidos habitantes de Perú.

ASUNTOS DE FAMILIA ANABELLA SCHLOESSER DE PAIZ Alfaguara México, 2016 246 pp. Esta novela forma parte de ese rico caudal que es el rastreo de los orígenes. Luego de recobrar las voces de la infancia, de unir relatos dispersos, de hurgar en los recuerdos de los sobrevivientes y de invocar a los fantasmas que guardan importantes secretos, la protagonista reconstruye la historia de su padre adoptivo. Es una historia que interroga a la condición judía y que transcurre bajo el estigma de la errancia, plena de momentos dramáticos, de tragedias y alegrías cotidianas que honra la necesidad de saber a quiénes les debemos la vida.

MÁGICO, SOMBRÍO, IMPENETRABLE JOYCE CAROL OATES Alfaguara México, 2016 438 pp. Trece relatos conforman una pieza narrativa que sí, efectivamente, tiene que ver con las características del sortilegio, lo oscuro, lo insondable. Cada uno de ellos enlaza certezas e incertidumbres a través de emociones fugitivas como el deseo, el amor, el miedo y la ansiedad, materias propiamente humanas que iluminan las atmósferas de un hospital al que un adolescente lleva a su abuela para una revisión o la alcoba en la que agoniza la relación de una pareja o la residencia del anciano poeta Robert Frost.

AVISTAMIENTOS CRÍTICOS ADRIÁN CURIEL RIVERA UNAM México, 2016 263 pp. Del crítico como astrónomo literario a las figuras de H. G. Wells, Thomas De Quincey, Cyrano de Bergerac, Artemio Cruz, el Boom, el Crack, los Beat, Tarzán, Coetzee, Joseph Roth, Beckham y Shakespeare, o de las caricaturas policiales, los abuelos cyborgs a los chacales de Wall Street, estos ensayos conciben una arquitectura barroca de lecturas e ideas, sobre todo ideas, en torno al mundo contemporáneo luego de pasar por el escáner de la ficción novelada o la reflexión erudita porque, el autor apunta en uno de sus textos, un libro también es un telescopio.

EL PENSADOR INTRUSO JORGE WAGENSBERG Tusquets México, 2016 317 pp. La dispersión es el signo al que se acoge este ensayo dedicado al espíritu interdisciplinario en el mapa del conocimiento. De esta manera, revolotea con desparpajo lo mismo por el concepto de complejidad que por las fronteras entre el arte y la ciencia, por el principio de Mediocridad Universal que por las diversas concepciones del tiempo, por lo que significa lo superfluo y lo que el error tiene de capital para comprender el mundo. En Wagensberg reconocemos a uno de esos alegres y curiosos heterodoxos.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

VIVOS SE LOS LLEVARON

Jaime Velasco Luján Trajín México, 2016

La retórica harapienta ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

¿

Qué esperar de una novela que en sus primeras páginas arroja esta frase: “notó que ella no tenía preparación académica porque se complacía en hablar como la gente vulgar, se expresaba con groserías, mismas que festejaba con risas”? Solo es posible desear que termine lo más pronto posible. El señor Jaime Velasco Luján, profesor jubilado, lector de los clásicos, quien “escribe en un estilo mezcla de tres estilos: chino, japonés e hindú”, según informa la cuarta de forros, pertenece al grupo de indignados que, hartos de la escena política, toman la pluma y el papel en sus manos para manifestar un extraño heroísmo al que nada le importa el ardor literario. Quiere hacerse oír y, en vez de financiar un desplegado, apura una historia solo permisible en un mundo sin argumentos para traducir la sensación de rabia en otra cosa que no sea fervor militante. Contra las apariencias, Vivos se los llevaron no proyecta una ficción encaminada a interrogar a la noche en que desaparecieron 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en Iguala, no se sirve de la palabra justa ni de la imaginación, no tiene más antecesores que las voces beligerantes de ese Frankenstein al que algunos llaman izquierda. Mientras vive una suerte de romance con una mujer enfermiza y hábil para sacarle dinero, el protagonista, José Antonio, un profesor a punto de cumplir 50 años, confecciona una bitácora del 2014 mexicano. Ya que se trata de sacar a pastar al fervor militante, va citando encuestas, declaraciones, entrevistas, pasajes de sus columnistas de cabecera, consignas, rumores que se creen verdades. Ante nuestros ojos pasan las autodefensas de Michoacán, los desatinos del padre Solalinde, los crímenes ambientales de la Minera México, la huelga de estudiantes del IPN y, claro, los 43, y pasan con el tono pontificio e incendiario, es decir, con las mismas palabras, de nuestros pregoneros del desastre. Como la felicidad de Sísifo, el delirio reniega de los límites. Armado de certezas, José Antonio equipara a José Manuel Mireles con “un iluminado” pues abandonará la cárcel para “sanar al país”: “Solo el iluminado sabe que lo es”. Ya lleno de confianza, dispone que “El modelo del EZLN es el modelo a seguir en Michoacán, en el IPN y en Guerrero”. Hay que ser un pacifista en Siria para no ver que la bitácora del personaje de Vivos se lo llevaron es un mensaje destinado a López Obrador. Mala señal es que la propaganda vista el ropaje de la novela, que lleva con orgullo el capote de Gogol o el escudo de Aquiles. Que se quede como está, con su retórica harapienta de la aniquilación del otro. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

María José Cuevas

“A la caída le llamamos decadencia” Bellas de noche documenta el tiempo presente de cinco vedetes que hicieron época en los cabarets de la Ciudad de México ENTREVISTA

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

H

ace algunos años Lyn May, Wanda Seux, Olga Breeskin, Princesa Yamal y Rossy Mendoza eran las reinas de la noche. Durante los años setenta y principios de los ochenta hicieron de bares y cabarets su imperio. La directora María José Cuevas recupera sus vidas en Bellas de noche, filme ganador del Premio al Mejor Documental en el Festival Internacional de Cine de Morelia, que en los próximos días se estrena en salas. Su padre fue un gran noctámbulo, ¿de ahí viene su interés por la vida nocturna?

Viví una infancia especial. De niña mis papás no tenían con quién dejarme y de pronto estaba en el Teatro Blanquita. Siempre sentí a las vedetes como personajes familiares. Nunca me llevaron a ver La guerra de las galaxias, pero sí a Lyn May. Su película es el reflejo de una época que se fue.

Al principio, las vedetes de Bellas de noche fueron el pretexto para hacer el repaso de una época. Pero sin darme cuenta, empecé a conocer un lado diferente y al construir una amistad me interesaron más sus vidas. Nos hicimos cómplices y descubrí que la película podría hablar de su capacidad para reinventarse y seguir adelante.

La reina de la noche Lyn May En la que convive la decadencia con la supervivencia.

Exacto. No manipulé nada, ni me quedé en lo que dice la prensa amarillista. Durante la investigación leí libros de Carlos Monsiváis y entrevistas de Cristina Pacheco donde hablaban de la importancia de la vida nocturna. Al conocerlas me despojé de cualquier prejuicio y me cuestioné por qué no permitimos que nuestros iconos de la belleza envejezcan. A la caída le llamamos decadencia. Al final, no son cinco mujeres que están deprimidas en su cama; se reinventan para resurgir. A veces no son ellas las primeras con ese prejuicio, ¿no?

El gran poder de las vedetes es su juventud y su belleza. Criticarlas porque quieren seguir siendo jóvenes responde a un prejuicio social. Su deseo de seguir hermosas tiene relación con su vocación de salir adelante y de seguir intentándolo una y otra vez. Yo las veo hermosas porque son hermosas y porque tienen esa fuerza. Cada una se agarra de donde se pudo agarrar. En la vida tenemos que reinventarnos constantemente. En un diálogo que al final no incluí en la película, la Princesa Yamal me dice: “Si no hay inspiración, no hay nada”.

HOMBRE DE CELULOIDE

W

Para mí fue una lección de vida. En medio del rodaje terminé con mi novio, no me quería parar de la cama de la depresión, y Wanda, teniendo cáncer, me habló. A la media hora estaba en mi casa con Yamal, llegaron con flores y comida. Su energía para luchar me contagió de vida. ¿Cómo balanceó el documental para que cada historia tuviera el mismo espacio?

Esa fue la genialidad de mi hermana Jimena, que es la editora. Tenía 180 horas filmadas y ella consiguió armar una película coral pero respetando la individualidad de cada una. Por supuesto hay historias que pesan más, pero eso depende de la sensibilidad del espectador. Nos centramos en transmitir la verdadera personalidad de cada una. Después de revisar aquella época, ¿cómo evalúa el momento que vive la vida nocturna de la ciudad?

Vedetes, centros nocturnos y cabarets habíamos tenido siempre. El gran cambio se dio con el terremoto de 1985. A aquellos shows los suplantaron los table dance. La definición de vedete es “estrella de un espectáculo”. Ahora desgraciadamente ya no tenemos nada de eso. L

FERNANDO ZAMORA

El jazzista melancólico oody Allen se ha tomado al pie de la letra aquello de que el cine es un oficio. Cada año produce películas como si fuese un artesano. Café Society es nuestra dosis de Woody anual. La película está más o menos buena. Más porque es un clásico. Menos porque la trama está muy vista: luego de los créditos en blanco y negro (con música de jazz), la cámara abre en una imagen fotografiada por Vittorio Storaro (para algunos el mejor cinefotógrafo vivo). Nos introducimos en la trama con el deseo de quien vuelve a ver a un viejo amante y, como con un viejo amante, pronto nos encontramos bostezando. Jesse Eisenberg interpreta al neurótico neoyorquino y, como otros actores que han sido elegidos para este papel (Larry David, por ejemplo), no consigue ser simpático. Solo Woody Allen puede ser él. La historia va de un muchacho judío que viaja de Nueva York a Los Ángeles donde ha de enamorarse de una chica un tanto casquivana que romperá su corazón. En el trayecto dramático, Woody ofrece el mismo

¿El filme la despojó de algún prejuicio?

menú de casi todas sus películas: reflexiones en torno a la religión, el sinsentido de la vida, la superioridad de Nueva York con respecto a Los Angeles, la complicación de enamorarse de una chica más joven y muchas más. El director parece estar cansado de haber viajado tanto por ciudades europeas, adaptando sus mismos chistes. Ha vuelto a Nueva York con la rutina de siempre. Café Society estuvo (faltaba más) en Cannes. En México abre la emisión número 61 de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca. Económicamente, la película ha sido un fracaso. Tampoco con la crítica le ha ido bien. Por más que los interesados en el cine amemos a Woody Allen, llega un momento en que el chiste sobre Platón ya no es hilarante. Dice la Real Academia que melancolía es la tristeza que origina una dicha perdida. Esto es lo que produce Café Society. Allen se siente a todas luces un jazzista que toca una y otra vez los mismos temas. No parece importarle que nos demos cuenta de que

@fernandovzamora ESPECIAL

Café Society. dirección: Woody Allen. guión: Woody Allen. fotografía: Vittorio Storaro. Con Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively. Estados Unidos, 2016.

cada día los interpreta en un rincón más olvidado. Sigue elogiando la beldad de una mujer joven en el antro de una fama que cada vez resulta más añeja. Hay momentos brillantes pero solo son ecos de una serie de temas que estuvieron de moda muchos años atrás. L


MILENIO

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ESCENARIOS

JOEL SAGET/AFP/GETTY

El hermoso destruido Leonard Cohen murió el lunes 7 de noviembre a los 82 años. A continuación, un réquiem a través de su último álbum, You Want It Darker VIBRACIONES

HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

E

stoy fuera del juego”, dijo, “me siento rabioso y cansado todo el tiempo”. Se puso de pie, apuró un vaso de sangre y sopló y sopló hasta apagar las 82 velas; luego abandonó la mesa. Ha muerto Leonard Cohen. Una destrucción hermosa. Cantó agonizante, desde el aliento final. Su última música es una extraña liturgia construida para celebrar a eróticos dioses muy oscuros con un coro renacentista mixto —hombres, mujeres y niños— colocado detrás del sintetizador de juguete Casio que descubrió en una celda durante sus seis años budistas (1993–1998) recluido en un monasterio de Los Ángeles, donde fue nombrado monje. Esa misma celda en la que escribió: “cuando puedo meter toda la cara ahí/ haciendo lo posible por respirar/ mientras ella baja sus ávidos dedos para abrirse más/ y ayudarme a usar toda la boca contra su voracidad/ su hambre más privada…/¿por qué iba yo a querer iluminarme?/ ¿por qué iba yo a querer temblar en el altar de la iluminación?/ ¿por qué iba yo a querer sonreír para siempre?” (fragmento de “El colapso zen” del poemario The Book of Longing). Desde entonces —año con año, mes con mes, día con día, pensamiento con pensamiento—, el amor se convirtió en lo más importante para su voz… La famosísima vieja voz cáustica llena de trucos lascivos de Leonard Cohen. Está, por ejemplo, el truco de la carne con el que sedujo en el Chelsea Hotel a Janis Joplin, y está ese otro truco —más complejo— del espíritu con el que convirtió

a chichifos y a prostitutas de la calle Boogie en flores y mariposas. ¡Las mujeres siempre fueron tan amables durante su senectud! Se desnudaban frente a su amplia cama blanca; le sonreían como si fuera joven y susurraban: “Mírame, Leonard, mírame por última vez”, y él, con su lento cuerpo flaco lleno de pellejos, las acariciaba con palabras. Y eso —poder amarlas a través del sonido— le era suficiente para dormir lleno de sueños y despertar contento. Poco antes de morir, Leonard Cohen redactó un tratado en el que las mujeres se comprometían a jugar con él eternamente, pero ellas —seguras y coquetas— se negaron a firmarlo; le recordaron que él mismo, a los 30 años, dijo que despreciaba toda letra impresa, que la literatura en papel —así como la academia— era pasión sin orgasmo. Le recordaron que él mismo había puesto el ejemplo de las religiones: ¿qué es un mensaje escrito sin música? Algo tan patético como desear en abstracto, con el pene fláccido. La espiritualidad late en el sonido, no en la

DANZA

palabra; por eso Bach es la única manera de sentir a Dios para un cristiano. En el sonido del sintetizador de juguete Casio de Leonard Cohen siempre hay que escuchar la existencia de los diablos. Y en el coro renacentista mixto —hombres, mujeres y niños— la posibilidad —suave y lejana— de recuperar la luz perdida. Sentado entre personas que de pronto olvidó quiénes eran, Leonard Cohen pensaba en la serpiente, en el incontenible veneno y en que cuando se nace otra vez al cuerpo le falta la piel. Afuera, en las calles, la gente bailaba durante el Jubileo. “Estoy fuera del juego”, dijo, “me siento rabioso y cansado todo el tiempo”. Se puso de pie, apuró un vaso de sangre y sopló y sopló hasta apagar las 82 velas; luego abandonó la mesa. Caminó hacia el mar; las ruinas del templo quedaron atrás. Subió una montaña y, de espalda a los demonios y de espalda a los ángeles, se inclinó sobre las piedras. Levantó la cabeza y dirigió sus manos al cielo; “Mi señor, aquí me tienes”, dijo, “¡estoy listo!”. L

ARGELIA GUERRERO

ESPECIAL

Revoluciones

A

propósito del próximo aniversario de la Revolución mexicana, valdría la pena reflexionar sobre el significado de la palabra “revolución” y traspolarlo al universo de la danza y su historia, pues en lo que a este arte se refiere existen múltiples momentos de ruptura estilísticos, temáticos, ideológicos o coreográficos siempre en una relación directa con su entorno. La danza, como todo arte, supone una dialéctica entre el presente, desde el que damos continuidad o hacemos ruptura, el pasado, que va dejando tradición y paradigmas, y el futuro, que proponemos diferente. Es a partir de este cruce temporal que pueden plantearse puntos de quiebre y se proponen cambios, revoluciones. Noverre fue para la danza el fundador de la tradición: sistematizó y nombró la mayoría de los conceptos que hoy en día se usan de modo general. A partir de este canon ha surgido una serie de rupturas a los paradigmas como el de María Grisi, que usó por primera vez las zapatillas de punta para imprimir un

carácter más etéreo a los personajes fantásticos de los ballets románticos. La figura del músico Igor Stravinsky representó un reto para los coreógrafos de su época y propició la búsqueda de estructuras coreográficas más allá de la condición narrativa de los grandes ballets. Nijinsky y más tarde George Balanchine aceptaron el desafío y llevaron el potencial de la danza a un nivel absolutamente expresivo sin la condición de contar una historia y poder llevarnos a un plano más abstracto. Isadora Duncan y Martha Graham, por su parte, descalzaron sus pies para experimentar una danza más orgánica y telúrica; se propusieron regresar a la esencia primigenia del movimiento del cuerpo en el espacio. Nureyev y Baryshnikov desarrollaron el rol masculino a un nivel superior al de mero sostén y acompañante de las bailarinas del repertorio clásico. Promovieron y crearon roles en los cuales los varones explotan su potencial físico pero sobre todo el interpretativo, a niveles sublimes que han dejado marca en la historia.

makarova81@yahoo.com.mx

Mijail Baryshnikov

Sirva este recuento para pensar la danza siempre en constante reinvención y reinterpretación de sí misma. Ver y hacer danza nos refiere al movimiento físico; pero también a una inquietud emocional e intelectual; exige de nosotros pensar nuestra historia e imaginar el futuro. Vale la pena recordar su vocación profundamente revolucionaria. L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Chéjov contemporáneo TOSCANADAS

E

n el cuento “En casa”, Anton Chéjov nos habla de un funcionario que recibe cierta información de la institutriz sobre su hijo llamado Seriosha: “He notado que fuma”, le dice, “y cuando trato de amonestarlo, se tapa los oídos con los dedos y se pone a cantar a gran volumen para ahogar mi voz”. El funcionario le pregunta a la institutriz por la edad de su propio hijo. “Siete años”, responde ella, y explica que el tabaco lo roba del escritorio.

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

Podemos anticipar la reacción de un padre contemporáneo, pero el de Chéjov reacciona con una sonrisa. “Imagino al querubín con un cigarro en la boca”, dice, y sin dejar de sonreír, cierra los ojos e imagina al niño con un enorme puro, de un metro de largo, en medio de nubes de humo de tabaco. Entonces recuerda su propia infancia, cuando los niños fumadores provocaban en sus maestros y parientes un “extraño e irracional terror”. Dice que “los niños eran azotados sin piedad y se les expulsaba de

CAFÉ MADRID

las escuelas, volviendo sus vidas miserables como castigo por fumar, a pesar de que ningún maestro o padre supiese exactamente en qué consistía el daño o el pecado de fumar. Incluso las personas inteligentes no tenían reparos en hacerle la guerra a un vicio que no comprendían”. Y al final llega a esta conclusión: “Entre menos se comprenda un mal, más feroz y severamente se lucha contra él”. Y pese a sus ideas liberales, asume el papel de padre y se dispone a regañar al niño. Sin embargo, opina que un muchacho de carácter es aquel que sigue fumando pese a los golpes y castigos. Le pasa por la cabeza dar una tunda a su hijo, pero se sabe miembro de una nueva generación. “En el pasado la gente era más sencilla y pensaba menos, por eso enfrentaba los problemas con agallas. Ahora pensamos demasiado, nos devora la lógica. Entre más civilizado es un hombre, más se pone a reflexionar y se deja derrotar por sutilezas, más indeciso y escrupuloso se vuelve, y también más cobarde para actuar”. Al final, decide contarle a su hijo un cuento sobre un gran reino: el emperador tenía un hijo pequeño, su único heredero, quien muere a la edad de veinte años a consecuencia de ser un fumador. El anciano padre queda sin quién lo ayude, sin quién se haga cargo del reino. Llegan sus enemigos, lo matan y destruyen el palacio. Y en el jardín ya no quedan cerezas, ni aves ni campanillas. El niño queda muy impresionado. “No volveré a fumar”, dice, y el padre a su vez se impresiona ante el hecho de que un cuento haya sido más poderoso que cualquier sermón, razonamiento, amenaza o castigo. Pero aun más poderoso que el cuento del padre, es el mismo cuento de Chéjov. Habría que leerlo entero, y no solo el fragmento comentado que aquí presento. El buen lector sabrá que el texto habla de mucho más que de un padre, un hijo y el conflicto del tabaco; sabrá también que no solo habla de la Rusia de finales del siglo XIX, sino de algo muy global y contemporáneo; sabrá que la no ficción apenas sabe iluminar a toro pasado, mientras que la buena ficción es una luz permanente que lo mismo alumbra las huellas que el camino. La buena ficción. El buen lector. L VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx ESPECIAL

Para conocer a Donald

C

uando Donald Mr. President traslade por completo su show a la Casa Blanca, tal vez se convierta en lo que siempre ha querido ser: Madonna. Esa fue la conclusión a la que llegó en 1996 Mark Singer, periodista de The New Yorker, después de haber sido durante unos meses la sombra del magnate. Aquel año Trump no tenía aspiraciones políticas o, por lo menos, las disimulaba alardeando constantemente sobre su fortuna, su manera de hacer negocios y sus mujeres. De manera que el objetivo del reportero era “discernir a la persona del personaje” situado en una esfera “poco seria”. Para ello, como es lógico, contó con el permiso de escuchar, mirar y hacer preguntas, una labor incómoda pero “conveniente” para alguien a quien le encanta la popularidad. Poco antes de las elecciones del pasado 8 de noviembre, Mark Singer recuperó y actualizó aquel perfil en El show de Trump. El perfil de un vendedor de humo (Debate), un libro breve pero contundente, cuyas páginas taladran hasta el fondo de un hombre que, como dice David Remnick en el prólogo, es “un producto local de Nueva York, como el olor de la plataforma del metro en la estación Times Square

a mediados de agosto”. Remnick, por cierto, tiene una teoría acerca de por qué y en qué momento Trump decidió que quería ser presidente de Estados Unidos. Dice que en la cena para corresponsales de 2011, ofrecida anualmente por la Casa Blanca a los periodistas, Barack Obama mostró (como una broma más del evento) “el video de su nacimiento” para disipar las dudas que días antes había sembrado Donald Trump (“Obama nació en África”): un fragmento de la película El rey León. “Trump frunció el ceño, tensó la mandíbula y apretó los labios. Estaba profundamente disgustado”, dice Remnick, y “los celos y el resentimiento” de esa noche pudieron haberse transformado en “planeación decidida.” A Trump no le gustan los periodistas, pero sabe que le pueden ser útiles. Y que polemizar con ellos o con los medios donde trabajan aumenta su popularidad. Por eso no ha dudado en exhibir sus “acuerdos prematrimoniales”, sus divorcios, sus enormes y “lujosas” casas y edificios, a pesar de que solo una parte de las construcciones que llevan su nombre son, en realidad, de su propiedad. Pocos como él han sabido cultivar su imagen, sintiéndose

orgullosos de no haberse declarado nunca en bancarrota y de salir de las crisis más rico que antes. Pero, ¿por qué este hijo (y alumno ejemplar) de un empresario inmobiliario que durante su campaña no paró de vociferar insultos y amenazas (contra los latinos, contra los negros, contra los musulmanes, contra las mujeres) es hoy el presidente electo de Estados Unidos? Quizá la explicación se encuentre en lo que Mark Singer vio durante los últimos meses y ahora relata en este perfil actualizado que se lee en una sentada: “Hay miles de votantes reales, con miedos reales y agravios largamente reprimidos que se apiñan en sus mítines. Se trata de ciudadanos cuyo resentimiento y enojo se había impregnado con la crónica mala fe de sus representantes. […] Gracias a su genio para poner en escena la falsa fraternidad, Trump sabe muy bien qué cuerdas tocar y cuándo”. L


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