Laberinto No. 683 (16/07/16)

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Laberinto

SOBRE ELENA FERRANTE santiago gamboa p. 02

CARADURA Y DOS–CARAS álvaro uribe p. 03

ENTREVISTA A FRANCISCO GONZÁLEZ–CRUSSÍ vianey fernández p. 04 y 05

MILENIO

NÚM. 683

sábado 16 de julio de 2016 ILUSTRACIÓN: KARINA VARGAS

TRAICIÓN, RELATO INÉDITO natalia ginzburg (1916–1991) p. 06 a 08


ANTESALA

sábado 16 de julio de 2016

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LABERINTO

BENJAMÍN DOMÍNGUEZ

Benjamín Domínguez, El Grande AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

C

ubriré los espejos en señal de luto, no quiero ver. El único reflejo que quiero está en las pinturas de Benjamín Domínguez, en ellas buscaré la realidad, en ellas veré a mi propio ser, ahí quiero que la existencia se manifieste, en los cuerpos tatuados de sus personajes, en la levitación pagana de sus magos que eran santos poseídos por otros dioses. Cómo decirte ahora que tu pintura es eterna, cómo explicarte que estabas creando para un tiempo sin fecha, cómo, Benjamín, si aún no puedo terminar de ver tus obras, de analizarlas, de comprender en qué momento inventaste ese lenguaje. Sé, por ejemplo, que naciste hace más de 350 años, que por eso conocías los secretos de la pintura novohispana, sus técnicas y peligros, que sabías sacar de los altares a los ángeles para pervertirlos, para hacerlos gozar con juegos sadomasoquistas, y diversiones de niños. Alterabas las costumbres, pintaste bicicletas y convertiste a los ángeles en cirqueros, hiciste de los milagros un acto de magia. Sin miedo, con una obstinada búsqueda de la belleza del dolor y del placer doloroso, de la expiación a través de la carne, fuiste más lejos, pasaste por encima de tus brocados bordados en oro, de los zapatos con piedras preciosas, y del lujo barroco que solamente tú conoces, todo eso lo enajenaste, lo desquiciaste, lo

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

llevaste a la más oscura mazmorra, a la celda donde los cilicios perforan la carne, donde las cuerdas de cuero atan el cuerpo para que resista, para que conozca el éxtasis. En el pequeño rincón donde pintaste, desde esa ventana por la que nunca te asomaste, diste la espalda a la precaria cotidianeidad, tu lienzo es más grande que la vida contemporánea, tu lienzo es un túnel sin final, en una de sus celdas está Salomé con antifaz de cuero, penacho novohispano y níveo torso desnudo, sostiene la cabeza de un cordero mientras ve la del Bautista. Carcelero de tus víctimas, con qué placer preciosista los martirizaste, a uno de ellos lo colgaste de cabeza en una compleja atadura, las piernas cubiertas por un brocado, los brazos escurriendo la sangre depositada en un plato, puedo escuchar en el silencio cómo caen las gotas. Primero construiste el gran escenario del barroco, lo dominaste y luego, en un grito lo convertiste en la más depurada morada de lo obsceno. Reuniste la parafernalia sadomasoquista con la iconografía religiosa, ¿ahora en qué vamos a creer? ¿En el dolor? ¿En el gozo? En la belleza, en tu fijación con la belleza, que hoy está perseguida y proscrita y permanece refugiada en las celdas en las que mantienes presos a tus personajes. Riqueza, exuberancia, el banquete de la promiscuidad entre máscaras de plata, esos

Pan de angustia y agua de aflicción

cuerpos blancos, concupiscentes, apestan, son tan hermosos que los lastimas. Liberaste a tu pintura cuando la amarraste y flagelaste, en ese momento comenzaste a pintar con toda tu sabiduría, en Pan de angustia y agua de aflicción te rebelaste, escapaste de lo visible para pintar lo prohibido, el grito dentro de esa bolsa de plástico, la transparente violencia, es el instante del más grande placer, arrancar la bolsa un segundo después es la muerte, juego frágil, incomparable en riesgo, la recompensa es inmensa como esa pintura. No quiero ver ningún reflejo, no quiero saber quién soy, no me interesa, pero si me doy tiempo para engañarme, quiero que sea en una de esas pinturas donde pueda mirarme, y tal vez, entender un poco para qué estamos aquí, y para qué alguien como tú se va. L

Cada noche, Blancanieves tiene una pregunta y siete respuestas.

El secreto de Elena Ferrante AMBOS MUNDOS

SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores ESPECIAL

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o hay duda de que el novelista en lengua italiana más exitoso de la actualidad es la misteriosa Elena Ferrante, autora de un soberbio cuarteto narrativo llamado Dos amigas, que comienza con La amiga estupenda, sigue con Un mal nombre, continúa con Las deudas del cuerpo y acaba con La niña perdida. La primera novela se publicó en 2011, y a partir de ahí el cuarteto ha ido ganando lectores y países hasta convertirse tal vez en el más importante best seller culto de la actualidad. Baste mencionar que el primer tomo en inglés, publicado en Estados Unidos por Europa Editions, estuvo varios meses en el top ten del New York Times y fue finalista del Booker International. En Francia y Alemania es un fenómeno, lo mismo que en las 30 lenguas que han comprado sus derechos. Lo primero que quiero recordar es que Elena Ferrante es un pseudónimo, lo cual ha dado pie a todo tipo de

rumores. Se ha llegado a decir algo insólito y es que son los propios editores quienes escriben los libros, es decir Sandro Ferri y Sandra Ozzola, propietarios de Edizioni e/o, la editorial que, gracias a este y otros éxitos, se ha transformado en el sello culto y de moda en Italia. ¿Serán Ferri y Ozzola los autores? Hay algo fundamental y es que se trata indiscutiblemente de una

mujer, nacida alrededor de 1946, como sus personajes, con una formación muy sofisticada. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene quién sea el autor? Lo importante son los libros, claro, porque en ellos se regresa a ese inmenso placer de las largas sagas familiares en las que el lector ve crecer y hacerse cada vez más complejos a los personajes, en ese periplo vital que

consiste en salir del universo de la casa al del barrio, y luego del barrio a la ciudad, ya en el altamar de la vida, ese lugar que nos atrae e intimida pero que es el destino de toda persona que nace en una urbe, allá donde, además, se encuentra ese inquietante “otro” que no nos conoce ni sabe nuestro origen, y en el caso de las novelas de la Ferrante aún más, pues este movimiento se inicia en un pobrísimo barrio popular de periferia, con personajes que son hijos de zapateros y tenderos, y que discurre hacia el centro y hacia el mar, con una Nápoles cambiante, pues el lector asiste también a la transformación de la ciudad y conoce desde dentro sus contradicciones y dolores, el modo en que sus habitantes aman, sufren y mueren. Todo desde la perspectiva de Elena Greco, una de las dos amigas. La otra es Rafaella Cerullo, la hija del zapatero. Dos niñas, luego dos adolescentes y al final dos mujeres cuya amistad es un peso y a la vez un intenso milagro, pues se adoran y se odian, se ayudan y se hacen daño, se vigilan y se protegen. Y en torno a ellas la vida de quienes Elena llama “la plebe” y que son ellos mismos, su familia y las de sus amigos y vecinos, y las extrañas reglas de la hombría en una sociedad anclada en el pasado y que lucha por encontrar un lugar en el presente. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


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ANTESALA

ESPECIAL

× C H R I STO P H E R

O K I G B O ×

Lamento de los tambores Este poema de una de las máximas figuras de la literatura nigeriana del siglo XX pertenece a Puerta del cielo (Conaculta/ Mangos de Hacha, México, 2015), que reúne cuatro libros en los que sobresale la influencia del catolicismo y los clásicos latinos V Para los aislados hay llanto: Para los que han sido trasladados; Para los distantes…

El llanto es para los campos de cosechas: El lamento de los tambores es: No crecen…

El llanto es para los campos de hombres: Para las casadas estériles; Para niños que mueren…

El llanto es para el Gran Río: Sus guardianes barrigones lo Saquean… Traducción del inglés de Obioma Ofoego y Laura Petrecca

×EKO×EX LIBRIS×BENJAMÍN DOMÍNGUEZ×

Caradura y Dos–caras CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

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o se lo confunda con el Jano bifronte de la mitología romana. Mientras un rostro de ese legendario rey del Lacio mira al futuro y el otro al pasado, ambos rostros del dos–caras bizquean hacia el presente confuso de su propia conveniencia. También se lo conoce como caradura, porque se necesita un sólido cinismo para vivir de un modo y pensar (o decir que uno piensa) de otro completamente distinto y aun opuesto. Se encuentra en todas partes, pero por alguna razón genética o histórica prolifera en México. El emblema clásico del dos–caras local representa a un individuo amigable que te abraza para apuñalarte por la espalda. El caradurismo es ley en nuestra república de las letras. Siempre dependientes del Estado (desde la benevolencia de los virreyes hasta los apoyos de las instituciones culturales, pasando por la diplomacia y otros puestos públicos concedidos por los políticos), los escritores mexicanos se sienten culpables. Y ante el dilema de reconocer que forman parte del establishment o renunciar a los beneficios del establishment, muchos optan salomónicamente por beneficiarse tanto como puedan y a la vez criticar hasta donde puedan a otros beneficiarios. En la lucha (libre) para obtener y juntamente cuestionar el óbolo del gobierno, los luchadores más aguerridos no son los novelistas (cuyos libros se venden) ni los ensayistas (capaces de argumentar su causa en los periódicos) sino los poetas (confinados por la escasa popularidad del género y por su gremial ineptitud para la prosa a la arena deletérea de Internet). Qué ponzoñosos tuits les lanza la ruda Tamara a sus muchos enemigos (todos los que no admiren irrestrictamente su obra). Con cuánta saña bulea en Facebook a sus pocos amigos (que se atreven a aconsejarle moderación). No importa que en sus tiempos de promotora cultural haya sido sectaria: hoy milita con vehemencia contra el sectarismo. No importa que haya recibido y siga recibiendo cuantiosos cheques de las instituciones: aun así embarra de injurias a los institucionales. No importa que esté solicitando una beca más: ella fustiga en su poesía los crímenes de Estado y la corrupción. Entre los apóstoles simultáneos de Dios y del Diablo la aventaja solo el cavernario Padura, azote de cuantos difieran de él. Recitador de versos simplones, detesta la poesía elaborada. Versificador de lugares comunes, lo enfurecen los poemas esquivos. En las redes sociales se declara excluido, marginado, perseguido. Pero solo incluye a amigos y comparsas en la revista que edita (con dinero del erario) y en el festival de letras que dirige (con dinero del erario) y en los talleres de poesía que coordina en todo el país (con dinero del erario). Si fuera por Padura, no tendrían becas, ni publicarían, ni siquiera existirían, otros poetas sino él y los suyos. Para qué desenmascarar a estos campeones de la duplicidad (piensas) si no te dan tanta rabia como lástima: pues más, mucho más que medrar, Tamara Dos–caras y Padura Caradura querrían gustar. L

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LABERINTO

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Francisco González-Crussí

“El amor estremece y sacude el cuerpo”

La publicación de La enfermedad del amor, que traza una línea que corre desde Safo hasta la medicina del siglo XIX, abre nuevos caminos para establecer una sintomatología de las pasiones y de sus cumbres y abismos. Su autor charla aquí sobre la difusa frontera entre la anomalía y la felicidad extática, y sobre las relaciones, siempre fructíferas, entre la ciencia y las humanidades ENTREVISTA

IDEAS MÉDICAS

VIANEY FERNÁNDEZ

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n el prólogo de La enfermedad del amor (Debate, 2016), Jesús Ramírez Bermúdez escribe que el nuevo libro del patólogo y ensayista mexicano Francisco González-Crussí “es un organismo literario poblado de grandes pensadores arrinconados en los límites de la racionalidad: un museo de anormalidades y relatos de todas las épocas, donde se distingue el triángulo malsano conformado por los hechos del cuerpo y contradicción con la cultura, ante la figura del médico que solo puede ver a medias la estructura lógica del problema”. Sobre este libro en el que plantea nuevas interrogantes sobre el amor y, para hacerlo, recorre la historia de las ideas, el autor, entre otros títulos, de Remedios de antaño. Episodios de la historia de la medicina (FCE, 2012) y El rostro y el alma (Debate, 2014), conversa con nosotros.

¿De qué manera el amor se inscribe y determina el rumbo de la civilización?

Breve historia de la medicina, 2011

El cuerpo, el alma, la muerte, son asuntos que usted ha tratado en sus libros. ¿Por qué abordar ahora la enfermedad del amor?

Se puede decir que la mayor parte de mi labor de escritor gira alrededor del cuerpo, sus poderes y sus limitaciones. “Grandeza y miseria de la corporeidad” podría ser un título general de mi trabajo, y suena como eco de Balzac —aunque desgraciadamente no tengo ni el talento ni la imaginación de un novelista, y debo conformarme con producir uno que otro esmirriado ensayo—. El amor estremece y sacude al cuerpo. Como médico, el fenómeno fisiológico me intriga; pero además toda emoción vehemente nos obliga a preguntarnos qué relación puede haber entre mente (o “alma”, si se prefiere) y cuerpo, tema complejísimo y debatido desde siempre. En fin, es un tema que, dada mi orientación, me pareció muy natural abordar.

Creo que sí. Al menos desde el principio de la historia escrita, pues hay antiquísimas narraciones que así lo atestiguan. Remedios de antaño, 2012

¿Cómo se relacionan el amor y la filosofía, el amor y la historia, el amor y la literatura?

Es un lugar común que todas las literaturas del mundo se han ocupado del amor, y que los poemas de amor (como toda obra maestra sobre el tema) parecen ser intemporales; es decir, contemporáneos entre sí y contemporáneos con nosotros. Todos describen emociones que hombres y mujeres han sentido al margen de la época y la cultura en que viven. En cuanto a la filosofía, a ella le toca el análisis: distinguir cómo se definen sus clases y variedades —amor fraternal, filial, conyugal, sexual, amistad, etcétera—, cómo deben ordenarse jerárquicamente uno respecto al otro, y qué significa cada uno en el difícil quehacer que es la vida. ¿Cómo se relaciona el amor con el arte y la música?

Organi vitali, 2012

Lo que dije sobre la literatura puede hacerse extensivo a todas las artes. ¿Cómo ha sido tratado el amor por la medicina?

¿El amor es una enfermedad del alma?

Ya me referí a esto en mi respuesta anterior. Mi libro La enfermedad del amor examina el problema de si el amor es, o no

Con la amplia, global, exhaustiva definición filosófica mencionada, es fácil contestar a su pregunta. Si hablamos de amor a la patria, amor a la justicia, y hasta de amor maternal y amor filial como variedades del amor, entonces todos los actos de heroísmo y de auto–sacrificio que la historia registra son resultado del amor. Pero si hablamos solo del amor entre hombre y mujer, entonces la respuesta no es tan fácil. Viendo los escándalos amorosos que a cada rato estallan entre los líderes mundiales, parece evidente que el curso de la historia seguramente ha cambiado según que el corazón de reyes, emperadores o grandes potentados se haya inclinado de un lado o de otro. Hay ejemplos en que secretos de Estado fueron revelados a amantes que resultaron ser espías. Hay casos en que serios crímenes de Estado se cometieron para acallar posibles denuncias de amores ilícitos. Pero qué tan frecuente ocurra esto es imposible de determinar. ¿El amor ha estado siempre presente en la historia del hombre?

¿Qué es el amor para usted?

En mi libro hago hincapié en las enormes dificultades que existen para definir satisfactoriamente tanto el amor como la enfermedad. Peor todavía cuando se pretende determinar si el amor es, o no es, enfermedad. Yo prefiero atenerme a una definición muy general, tan general que puede que se me acuse de estar tratando de escamotear el problema: veo el amor como una fuerza universal, inefable, incomprensible, engendradora y renovadora de las cosas, cuya acción junta y armoniza a dos seres. Esto no es nada original. Es fama que entre los filósofos pre–socráticos, Empédocles explicaba todo, hasta el origen del universo, como resultado de dos fuerzas, que llamó el Amor (Filia) y el Odio o Lucha (Neikos): aquel juntando las cosas, y éste escindiéndolas, separándolas. Lo que hoy los físicos llaman atracción electrostática entre átomos de cargas opuestas, para Empédocles era amor; y la repulsión, debida a cargas iguales, odio. Parecerá que todo esto es “andarse por las nubes,” es decir, hablar de conceptos filosóficos de poca relevancia para la vida práctica, sobre todo la vida amorosa. Pero entrar en los detalles requeriría disertaciones tan largas y tan aburridas, que prefiero dejar aquí mi respuesta.

es, una enfermedad. Me disculpo por no dar una respuesta directa a esta pregunta. Descubrir mi opinión al respecto sería tanto como anunciar prematuramente mi solución personal al problema que planteo con mi libro a los lectores: algo así como gritar “¡El mayordomo es el asesino!” a la fila de gente que está esperando entrar al cine para ver una película de suspense o un misterio policiaco.

El rostro y el alma, 2014

Este es el tema central de mi libro La enfermedad del amor. Para simplificar: los médicos antiguos, carentes de la biotecnología moderna, pero viendo al enamorado–apasionado pálido, distraído, ojeroso, insomne, inapetente, perdiendo peso, y con otros síntomas, no dudaron en diagnosticarlo como enfermo. Los médicos modernos, al no poder detectar alteraciones significativas (en el marco de la teoría médica actual) con sus aparatos tecnológicos, tienden a declarar que no se trata de un estado patológico. Tanto los antiguos como los modernos saben que una pasión vehemente puede perturbar el estado mental de quien la sufre. Los médicos antiguos hablaron de melancolía, manía, histeria y otros estados, y no dudaron en


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LITERATURA

PENGUIN RANDOM HOUSE MONDADORI

UN PROBLEMA CON DOS SOLUCIONES SILVIA HERRERA

S

atribuir la causa principal al amor contrariado. Los médicos modernos han descartado casi enteramente esta terminología. Reconocen que un desorden mental puede seguir a una decepción amorosa, pero piensan que esto ocurre en individuos que tienen un padecimiento preexistente, y que el amor infeliz juega un papel secundario, tal vez como factor precipitante, no como la causa principal. Este resumen es una simplificación, pero describe las cosas a grandes rasgos. ¿Quiénes son más susceptibles de morir de amor, los jóvenes o los viejos?

Imposible saberlo con certidumbre. No hay estadísticas. El amor no figura como causa de muerte en las autopsias, ni en los certificados de defunción. Escribe usted: “Hoy día el amor incomprendido destila su ponzoña en correos electrónicos, en redes sociales y por todo el mundo a través de internet”. ¿Los celos y la ponzoña amorosa son más peligrosos en la actualidad que en otros tiempos?

Difícil pregunta. En el siglo XVII, el gran escultor y arquitecto romano Gian Lorenzo Bernini se entera de que su amante lo traiciona. Furioso, le manda unos esbirros que le hacen lo que los italianos llamaban un sfregio, y los mexicanos “charrasqueada,” es decir, una cortada en la cara. Quiero pensar que 400 años más tarde las costumbres se han suavizado un poco, y que las instituciones sociales ofrecen mayor protección a los ciudadanos. De ahí colijo que las venganzas violentas no son ya automáticas, como en la Italia de Bernini. Por otro lado,

las pasiones no han cambiado, y en algunas naciones, como la estadunidense, cualquier hijo de vecino puede hacerse de un arma de fuego altamente letal —mucho más letal que el arma punzocortante usada en trazar el sfregio—. Tal vez la mejor respuesta sea que la peligrosidad depende del nivel general de violencia que prevalece en la sociedad de que se trata. ¿Tiene cura el amor obsesivo?

Un médico moderno respondería diciendo que depende del padecimiento principal, puesto que el amor obsesivo, aun cuando alcanza proporciones alarmantes, no es una enfermedad en sí; es solo una manifestación de una enfermedad mental subyacente, y ésta es la que debe ser tratada. La enfermedad del amor es un recorrido por la historia de las ideas. ¿Qué lección le deja haber escrito este libro?

Esta pregunta se me ha hecho repetidamente, y mucho me temo que mi respuesta sea cada vez decepcionante. Mi propósito deliberado al escribir es suscitar ideas y reflexiones en el lector. Sobre todo en este libro, donde me esforcé por contrastar puntos de vista opuestos, sin inclinarme por ninguno. No tengo una preciosa “perla de sabiduría” que ofrecer. Fue para mí un verdadero deleite intelectual hacer ese recorrido por la historia de las ideas, y nada me gustaría más que lograr reproducir esa deleitosa experiencia en los lectores. Tal vez alguno, más apto y mejor dotado que yo, logre destilar esa sublime lección que tanta gente espera. L

alvo para los filósofos que lo han desacreditado (como Diógenes, quien lo veía como “la ocupación de las gentes ociosas”, o Platón que lo consideraba “la enfermedad de las mentes desocupadas”), el amor queda como una experiencia por la que todos los seres humanos deben pasar. El efecto positivo o negativo que produzca en las personas dependerá de la fortaleza interna de cada uno. Esta última idea se deriva de la conclusión a la que llega el doctor Francisco González–Crussí en La enfermedad del amor (Debate, México, 2016). En el diálogo cuasi socrático con el que cierra el volumen, afirma que “el mal de amores es y no es enfermedad” (las cursivas las pone él), respuesta que seguramente decepcionará a no pocos lectores. En apariencia, lo señalado por González–Crussí queda como una ambigüedad, pero no es así. Tanto por el lado en el que afirma que no es una enfermedad como por el contrario hay argumentos. Vayamos por partes. ¿Cuándo es posible vivir el amor “sin penas ni dolor”, como canta Rubén Blades en alguna canción? La respuesta la da el filósofo griego Epicuro. Como aclara el doctor, comúnmente se piensa que el epicureísmo consiste en vivir una vida libertina en oposición al estoicismo, pero en realidad para Epicuro el placer consistía en eliminar el dolor de la vida y alcanzar la ataraxia, el estado de perfecta serenidad. Como todos los antiguos, consideraba que el amor estaba ligado a la carne y el sexo; lo que pedía era que el deseo no se adueñara de la gente para no romper el estado de ataraxia. Como observa González–Crussí, el punto de vista de Epicuro ha sido cuestionado. Un exégeta moderno, el estudioso francés Robert Flacelière, lo asoció con la posición “del solterón egoísta” que no quiere ver alterada su “paz mental”. El punto de vista resulta excesivo, en tanto que la idea del “amor perdurable” continúa guiando a las personas en la búsqueda de la pareja. Y, por lo demás, no escasean en la vida real los ejemplos de matrimonios felices que han durado años. No es de extrañar que González–Crussí no ahonde más en este asunto. Los rebeldes de todos los tiempos, los apasionados, siempre han rechazado la imagen del “amor aburguesado”. Pero es precisamente cuando aparece la pasión, como lo veía Epicuro, cuando el amor se torna una enfermedad. Si bien en el subtítulo que ponen los editores se resalta la frase “obsesión erótica”, es necesario aclarar que no en todos los casos el aspecto sexual fue la causa de la enfermedad del amor. En su animada exposición, el doctor hace gala de una erudición, como el lector familiarizado en su obra lo sabe, que no se circunscribe solo a los textos médicos y que se extiende a la literatura. En los capítulos iniciales, donde se remonta a la antigüedad clásica, a través de la poesía de Safo se deriva parte de la sintomatología fisiológica del enfermo de amor: “Safo nos dice que tan pronto avizora a la persona amada le vienen temblores, palpitaciones, palidez, sudoración y siente como si no pudiera hablar, casi como si estuviera a las puertas de la muerte”. De acuerdo con esto, desde que viene propiamente el primer flechazo de Cupido, comienza la enfermedad. La cuestión se agudiza cuando pasamos a la obsesión. Anotábamos renglones arriba que no todos los enfermos de amor tenían como causa el aspecto erótico. En el recorrido histórico que González–Crussí efectúa, ofrece ejemplos de diversa índole. En esas curiosidades, el coito se presenta como una cura; en otros, la herbolaria ocupará un sitio importante. Un caso extremo es el de los hombres lobo en la Edad Media. En este caso, el doctor ofrece una poco convincente explicación que termina en la connatural bestialidad humana, pero resulta extraño que, erudito como es, no haya citado el poema que Ezra Pound escribió sobre el trovador Peire Vidal, quien se creyó lobo por su dama. Hay puntos a discutir como el de si la anorexia es causada en sentido estricto por un mal de amores y se agradece que en el capítulo final, cuando parecía que iba a argumentar que existe la enfermedad del amor por razones neurológicas, no lo haya hecho. Los neuros ya causan neuras. L


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SHUTTERSTOCK

Traición

Ofrecemos un cuento inédito que Natalia Ginzburg, quien nació el 14 de julio de 1916, escribió en 1934 (en ese entonces, Natalia Levi) y que le envió a Alberto Carocci para que fuera publicado en la revista florentina Solaria pero no pasó la prueba. Ahora aparece por primera vez en la antología que conmemora el centenario de su nacimiento: Un’assenza. Racconti, memorie, cronache 1933–1988 (Einaudi, 2016) NATALIA GINZBURG

E

ran las cuatro de la tarde y hacía mucho sol. Desde la ventana abierta se veía el jardín, la calle empedrada surcada por los automóviles, las villas blancas sobre la colina. Su madre atravesó el jardín, abrió el portón, se despidió de él agitando la sombrilla. Luego se alejó entre los árboles, con su sombrilla lila y su bolsa de paja, en la que guardaba la labor. Luego pasó Gisella, en bicicleta, con un pañuelo rojo anudado al cuello. Lo llamó, le hizo un mohín, se echó a reír y se escabulló. “¡Gisella! ¡Gisella!”. Se asomó al balcón, restregándose los ojos todavía con sueño. Pero en el camino ya no había nadie. Gisella era una muchacha curiosa, algo difícil de entender. Volvió a entrar, cerró las contraventanas y se echó en la cama, y cuando ya casi estaba por volverse a dormir entró Diego y lo llamó. “Aquí está una señorita que lo busca; la hice pasar al estudio”. Y luego, bajando la voz: “Se trata de la hermana menor… la hermana menor, usted sabe”. “¿Qué hermana menor? ¡Yo no sé nada!”. En el estudio lo esperaba Carlottina, sentada en el diván con las manos apoyadas en el regazo. “¿Tú? No entiendo… ¡Estás loca! ¡Te has vuelto loca! Afortunadamente mi mamá no está, pero cómo diablos…”. “¡No me dejas hablar! Pensaba llamar a Diego y que él te advirtiera. Pero vi a tu mamá en la calle, una señora con una sombrilla lila. La reconocí, me acordaba de haberla visto contigo. Y pensé que podía subir”. “No ha pasado nada. Solo que Ángela se mortifica mucho. Ya son diez días que no vienes a la casa con nosotras. Ve a la casa de Enzo, me dice, ve a la casa de Enzo y haz que venga de inmediato. Tengo una cosa importante que decirle. ¿Sabes?, ya tiene los ojos y los labios hinchados de tanto llorar. Se la pasa llorando todo el día y no me deja estudiar. ¿Sabes?, en octubre presento examen de francés”. Suspiró. Era una niña de catorce años, gorda, de macizas piernas al descubierto. Su cabello lacio, peinado hacia atrás, dejaba a la vista dos pulposas y pequeñas orejas. Vestía una americana de tela roja y una sotana blanca toda arrugada.

“Pero ya ves, ahora estoy aquí en la villa, y la ciudad no es que quede tan cerca”. “Oh, pero si también el año pasado estuviste aquí y, sin embargo, encontrabas la manera de ir todos los días a casa de Ángela. ¡En automóvil te toma poco tiempo! Vamos, ponte el saco y ven”. “Al igual que mi niña, yo… Ni en sueños”. “Pero tienes que venir, tienes que venir. Si me ve llegar sola, mi hermana se desquitará conmigo. Y no querrá que me regrese sola, en la oscuridad. Me vine caminando, un tramo en tranvía y otro a pie, y un viejo me venía siguiendo, me llamaba y se reía, y me dio miedo. Finalmente alcancé a ver desde lejos el saco rayado de Diego y le di alcance. Déjale escrito un recadito a tu mamá, déjaselo sobre ese escritorio. Dile que tienes que ir a arreglar un asunto en la ciudad, un asunto urgente, importante. ¡Lo has hecho muchas veces! Aquí está la pluma, apúrate”. Enzo tomó la pluma con dos dedos perezosos. “Querida mamá, tengo que arreglar un asunto en la ciudad, un asunto Esta niña me gusta, urgente, importante”, me divierte, pensaba. escribió para el caso en Qué curioso, ya serán una hoja. ¡Tonterías! La dos años que la veo a mi cosa era clara, y mamá alrededor y no me había no lo hubiera creído. dado cuenta... Pero le importaba poco. El automóvil corría por la campiña desierta, entre castaños de hojas polvorientas. Enzo iba al volante, la niña iba sentada a su lado. “Oye, ¿estás muy enfadado?”. Se volteó con una sonrisa: “¿Sabes? Realmente hoy no tenía ganas de ir a la ciudad. Estoy de malhumor. Me da miedo que Angela y yo terminemos riñendo”. “No la hagas llorar, ya ha llorado mucho. Si vas a reñir con ella, entonces lo mejor será que te regreses”. “¡Pero si estoy bromeando, estoy bromeando!” Retiró una mano del volante y le acarició la cabeza. “Eres una buena niña”. “Me alegro de que hayas venido. Pusieron un tapiz nuevo en la recámara de Angela, ya lo verás. Un loro y una corona de flores, un loro y una corona de flores. Luego, colgamos las cortinas. Angela se subió en la escalera.

Tengo sed, detente un momento: allí abajo hay una fuente”. Bajaron a beber, se lavaron las manos y el rostro. “Descansemos un poco en ese prado”, dijo Enzo, “porque ya me cansé de manejar. No es tarde, dentro de poco estaremos en la ciudad”. Se tendieron sobre la hierba. La niña se quitó la americana, la enrolló y Enzo posó su cabeza sobre el fardo. Los pájaros se perseguían por el cielo, chillando. “Vamos, Carlottina, ¿no me cuentas nada? Dime algo agradable”. “No sé… ¿Qué habría de contarte que sea hermoso? Qué hermoso es tu cabello rizado. Me gustaría tener el cabello rizado. ¡En cambio, mira el mío! Nunca sé cómo peinarme. ¿Estás contento? Una amiga mía me dijo: ‘Tu hermana tiene un enamorado guapo’. Bueno, en realidad no es mi amiga, solo es una compañera de la escuela, allá con las monjas. Dice que su hermana no tiene enamorado. ¡Te lo juro, si vieras lo fea que es!”. “¿Y tú tienes enamorado, Carlottina?”. “¿Yo? ¿Te estás burlando de mí? Pero ya lo tendré cuando sea más grande”. “Seguro. ¿Y a quién escogerás? Escuchemos tus gustos, escuchemos los gustos de Carlottina”. “Oh… no sé. Una vez me habría gustado…”, ruborizada, se sonrió. “Alguna vez estuve enamorada de ti”. “¿De veras? ¿Tú estabas enamorada de mí?”. “Sí”. Mantenía apretado en el puño un pañuelito húmedo de sudor, abría los dedos y lo miraba. “Sí”. “Oh, mira, y yo que no me había dado cuenta: ¡me hace muy feliz saberlo!”. Esta niña me gusta, me divierte, pensaba. Qué curioso, ya serán dos años que la veo a mi alrededor y no me había dado cuenta… Me gusta. “Vamos, Carlottina, cuéntame un poco cómo sucedió. Ya habrá pasado mucho tiempo. ¿Fue agradable?”. “No mucho... No ha pasado mucho tiempo. A veces era bonito, ¿sabes?, pero no siempre. Cuando Angela me decía: ‘Quédate en casa haciendo tu tarea’, y se iba a pasear contigo, entonces no era nada agradable. Yo me llevaba la mecedora hasta el balcón, y ¿sabes?, me ponía a pensar. ¡Pero basta de cháchara! Ahora vámonos”.


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DE PORTADA

ACERVO CARLO GINZBURG

“Carlottina, se me pasa el malhumor estando contigo. Estoy contento. Gracias”. Le tomó la cara entre las manos, se reflejó en sus ojos, riendo. La ayudó a levantarse, le sacudió la sotana manchada de verde. Se subieron al automóvil, y él volvió a ponerse al volante. “Esta niña”, pensaba, “es algo puro, fresco. Verla crecer, hacerse una mujer o enseñarle a ser hermosa, a hacer el amor. Quizá cuando sea un poco mayor… Cuando ya todo haya terminado con Angela…”. En pocos minutos alcanzaron la ciudad. Las dos hermanas vivían en una casa nueva, pintada de blanco yeso, con un largo patio rectangular: en las escaleras todavía se podían ver manchas de pintura y en la esquina las escupideras estaban llenas de aserrín seco. Angela los había visto llegar desde el balcón, los esperaba en el rellano. Iba sin medias, llevaba un viejo vestido negro de gasa con una rosa blanca sobre el hombro. “Vete a cambiar de inmediato y ponte a estudiar”, le dijo a Carlottina. “Enzo, justamente contigo quería hablar, ven a mi recámara. Te mandé llamar”, comenzó cuando estuvieron solos, sentados sobre la cama, “para decirte que

si ya no quieres saber nada de mí, te dejo libre. Anda, vete, vete de aquí. Te divertiste conmigo hasta que te pareció cómodo. Ibas y venías de mi casa como dueño y señor. Cuando te quedabas a dormir, era mi hermana, en la mañana, la que te limpiaba los zapatos. ¿Y yo? ¿Acaso no se me ha deteriorado la salud por ti? Mira a lo que me he reducido. ¿Y acaso no te sigo queriendo como el primer día? Me he enamorado de ti como una estúpida”. Se dejó caer sobre la cama, sollozando. “Vamos, Angela, no te pongas así, ya cálmate. Vamos, deja de llorar. ¡Ya estoy aquí, qué no ves!”. Se le acercó, acariciándola. Ella le busco la mano. “Eres malo… querido… malo”, dijo en un susurro. “Vete con las otras, vete a hacerles la corte a las señoritas de allá de la villa, pero luego sé que regresarás con tu Angela... querido…”. Enzo se quitó el saco, se zafó los zapatos sin desatarse las agujetas y se tendió sobre la cama exhalando un largo suspiro. Las horas pasaban. Él siguió hasta el techo el diseño del tapiz: un loro y una corona de flores, un loro y una corona de flores. Sobre la mesa descansaba un retrato: la

madre de Angela, fallecida hacía cuatro años. Un rostro grande, surcado de arrugas. “¿Sabes?, Enzo, nuestra madre era muy diferente a la tuya”, decía Carlottina. “Imagínate que nunca fue al cine. Decía que eran puras tonterías. En invierno le venían los sabañones y yo tomaba un pincel y le coloreaba los pies y las manos de yodo. Siempre estaba alegre, le gustaba cantar”. Esa tarde Enzo y Angela no se sentaron en la mesa. Carlottina cenó sola, luego de esperarlos inútilmente: pero llevó la mesa junto a la ventana, para mirar hacia afuera, y derramó la conserva sobre la tortilla, intercambiando señas amigables con los niños del balcón de enfrente. Enzo se despierta antes de la medianoche. Se desliza de la cama: cruza el pasillo a oscuras, buscando a tientas la puerta de la cocina. “Sin probar bocado, ha hecho que me quede sin probar bocado”, bostezaba mientras rebuscaba en la alacena. “Se le olvidó la hora de cenar, pero a mí no”. Apiñó en un plato un poco de carne fría, un huevo duro y algunas cerezas. Mientras comía, sus ojos se posaron en un calendario colgado en un clavo en la pared. En la viñeta una muchacha de hombros descubiertos, mostrando los dientes. “Si tuviese una mujer así… no me aburriría con una mujer así. Entonces sí, hasta se me olvidaría comer”. “Veinticinco de junio”, dice la hojita. ¿Veinticinco de junio? Algo debía suceder el 25 de junio… ¿pero qué, qué cosa? Se da un golpecito en la frente: el baile. Por supuesto, el baile de la señora Giordano, esa amiga de mamá que tiene la villa junto a la de nosotros. Incluso Gisella había prometido ir. ¡Gisella, desde hace cuánto tiempo que no estaban juntos! ¡Ah, pero cómo pudo haberse olvidado del baile! “No puedo evadir este compromiso, mamá se pondría furiosa. Pero Angela… tengo que irme sin despertar a Angela. Lo malo es que las llaves del portón…”. No tenía las llaves del portón; las había perdido hace unos meses. “No pasa nada”, le dijo a Angela, “no te vendré a buscar a medianoche” ¡Idiota! ¿Cómo es posible que, cuando se tiene una amante, uno pueda quedarse sin las llaves de su casa? ¿Y ahora, cómo las consigo? No, no puedo despertar a Angela, me arriesgo a que me monte otra de sus escenitas.


DE PORTADA

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LABERINTO

MAGNUS HALLGREN

Entró en la recámara de Carlottina, encendió la luz. “¡Carlottina! Las llaves del portón. Las llaves”. Ella se sentó en la cama, frotándose los ojos. “¿Qué quieres?”. “Carlottina, despiértate, debo explicarte. Vi el calendario, 25 de junio, figúrate, me había olvidado. ¡El baile! Un baile de la señora Giordano, la amiga de mamá. ¿Quién se acordaba de él? ¡Un baile elegante, figúrate, un baile en el jardín! No puedo faltar, Carlottina mía, realmente no puedo. Y no tengo las llaves del portón: tú sabes bien que las perdí y no quiero despertar a Angela. Búscale las llaves, tesoro. Sin duda tú sabes dónde están. Pero, por caridad, sin despertar a Angela”. “¿Te quieres ir?” “Tengo que irme, Carlottina mía. Mira, haré lo imposible por regresar aquí mañana, antes del mediodía. Carlottina, Carlottina, ¿sabes qué? Te llevaré conmigo al baile. Te pones un vestido de noche, ¿tendrás un bonito vestidito de noche? Y nos vamos al baile de la señora Giordano. Te hago pasar por… la hermana de un amigo mío. Te endilgo un apellido cualquiera… Será un juego, una comedia. Nos divertiremos. Y te regreso a casa mañana en la mañana temprano, antes de que Angela se despierte. Carlottina, un baile en el jardín, nunca has ido a un baile en un jardín. Linternas de colores colgadas de los árboles. Y refrescos. Vamos, las llaves, busca las llaves”. “Oh, Enzo, yo... sí, sé dónde están escondidas”. Se levantó de la cama, con un camisón escotado, corto y suelto. Se envolvió en la bata, se metió un par de zapatos de tela que le servían de pantuflas. “¿Linternas de colores? Oh, cómo me gustan las linternas de colores. ¿Sabes?, la noche de la Consolata colgamos cuatro en la ventana: dos amarillas, una roja y una azul, la azul se quemó, desgraciadamente”. “Sí, querida, pero ve, ve a buscar las llaves”. Ella se fue corriendo. Regresó pocos minutos después con el mazo de llaves, apretadas en el puño para que no tintinearan. “Aquí están. Estaban en su bolsita marrón. Oh, Enzo, movió un brazo, tenía mucho miedo de que se despertara. Aquí están, tómalas. ¿Me visto? Tengo un vestido celeste del año pasado, ¿crees que me vaya a quedar corto?” “No sé… sí, quizá ya te quede algo corto”. “Oh, pero casi no he crecido, ¿sabes? Será muy bonito. Bailaré contigo, habrá muchas señoras… ¿Incluso tu mamá? ¿Qué irá a decir tu mamá? Me dan ganas de reírme. Entonces, vete a la antecámara y espérame allí. Me visto rápido”. Y lo empujó hacia afuera. Él se sentó en la antecámara, se amarró los zapatos, se abotonó el saco. “Qué locura”, se dijo para sí, “¿qué hago con la niña? ¿Me la tengo que llevar al baile, con el vestido celeste del año pasado? ¿A un baile en donde estará mamá? Qué idiota he sido en proponérselo. De cualquier modo me hubiera dado las llaves”. “Enzo”, susurró Carlottina a través de la puerta, “dentro de dos minutos estoy lista, ya me puse las medias, ¿sabes?” “Qué estoy haciendo”, proseguía, “qué idiota he sido, qué idiota”. Se palpó las llaves en el bolsillo de los pantalones. Furtivo, sin encender la luz, entrecerró la puerta que daba sobre el rellano; se deslizó fuera. Descendió abruptamente las escaleras, abrió el portón y lo volvió a cerrar suavemente, subió en el automóvil y se fue. Tomó el camino hacia la campiña. “Bellaco. Aquí estoy fugándome como si tuviese el diablo adentro. Metiéndome en líos gratuitamente, no se puede ser más tonto. Pobre de Carlottina, la engañé, nunca me va a perdonar esto. Llora, sí, seguramente se pondrá a llorar. Enamorada de mí. Cuando me quedo a dormir con ellas, ella siempre me limpia los zapatos. Llevarla al baile, bailar con ella toda la noche, hacerla vivir una hora feliz. Una buena acción. Habría sido una buena acción. Pero se ve que yo no las sé hacer. Sin embargo, ahora me regreso, regreso por la Carlottina”. Conduce por la calle oscura, desierta. “¿Me regreso? No, aquí la calle es demasiado estrecha como para darme la vuelta. Más adelante”. Conduce en la noche, bajo el cielo estrellado. Y ve su villa, con el fanal lateral, en lontananza. “La consolaré, le diré que se me hacía tarde, que ya no pude. Le haré un regalito. Un muñeco de cerámica, una baratija, tonterías de niña. Mamá sabe de una tienda en donde venden a precios económicos cosas graciosas… Paso a la casa, me pongo el esmoquin y me voy. ¿A Gisella le dará gusto verme? Pasaba bajo mi ventana y no se ha detenido. Quizá llevaba mucha prisa. Me llamó para saludarme. Si le fuese del todo antipático...”. L Traducción de María Teresa Meneses © 2016 Giulio Einaudi editore S. p. A. Torino

Otra faceta del horror RESEÑA JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

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a polémica pertenece tanto a los tribunales como a la crítica literaria: ¿qué tanto de lo que escribe Svetlana Alexiévich es literatura y qué tanto periodismo? Es parte del mundo jurídico debido a que ha sido llevada a juicio por hacer uso de las anécdotas narradas por un puñado de combatientes rusos en la guerra de Afganistán. Ellos alzaron la voz pues se había lucrado con su experiencia, se había atentado contra su dignidad y se les había convertido en criminales. Al menos eso aseguraban. Es parte del mundo de lo literario porque no queda clara cuál es la línea que separa a la ficción del periodismo. Esta misma polémica, en el campo de las letras, se despertó cuando le concedieron el Premio Nobel de Literatura en 2015. Nadie renegaba, por ejemplo, del poder evocador de su prosa, de esa capacidad tan quirúrgica de aislar las muestras del horror a partir del testimonio de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, de la tragedia de Chernóbil o, más recientemente, de la invasión rusa a Afganistán. Nadie lo niega. Sin embargo, sus detractores aseguran que su trabajo es más periodístico que literario. Para muestra, cualquiera de sus novelas: en ellas hace uso de los testimonios de los afectados. Construye una historia que se desarrolla de la voz de sus protagonistas. Si acaso, tiene la habilidad de quien sabe armar rompecabezas. Nada más falso. Para muestra, Los muchachos de zinc (Debate, España, 2016). Decir que en ella se da cuenta de la guerra entre la Unión Soviética y Afganistán es pretender demasiado. De entrada, porque la novela no presenta una cronología llena de datos duros; tampoco se ocupa de ahondar en la geopolítica o en los movimientos estratégicos de las tropas. Por el contrario, de nuevo da voz a unos 70 participantes de la batalla; también a sus familias, a quienes aguardaron su regreso. Lo hace cambiando los nombres, protegiendo sus identidades. Salvo el propio, porque tuvo ocasión de visitar la zona de combate como periodista que era. En ocasiones, bastan apenas un par de páginas para adentrarnos al horror de esta guerra. No solo porque la mayoría de quienes se alistaron para ir al frente lo hicieron mediante engaños. La idea de una nación superior a punto de salvar al mundo es un discurso que, tristemente, se ha repetido demasiado. El asunto es que llegaron

ahí, cientos de miles de muchachos soviéticos. Llegaron solo para volverse víctimas tras haber sido victimarios: disparar a los niños, quemar aldeas, observar cómo el amigo pierde las vísceras al arrastrarlo por el campo de batalla o apretar los dientes mientras se amputa alguna de sus extremidades. Regresar, más tarde, a casa, con la derrota a cuestas. Intentar reincorporarse a una familia y a una sociedad que no suelen estar a la altura de sus necesidades. Descubrir, más tarde, que han sido engañados, que la guerra no tuvo sentido, que las manos sin dedos son incapaces de acariciar, de nueva cuenta, a un hijo pequeño. Descubrir, además, que también son culpables: sufrieron mucho, es verdad, pero causaron tanto o más dolor estando al frente. Devastador, es cierto. Producto de los testimonios, quizá. Pese a ello, Svetlana Alexiévich lleva al límite un género que parecía haber consolidado Truman Capote. Ella no inventa la historia, no es responsable de la forma en que se dieron las cosas. Tampoco es una mera reportera buscando alertar a sus lectores. En realidad, refigura todo el lenguaje, le da forma, consistencia, lo despoja del melodrama para conseguir viñetas crudas. Dosificar la información narrativa es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta cualquier escritor; y Alexiévich lo hace con maestría. Cuando un autor decide juzgar, su texto se vuelve panfletario o, con suerte, algo parecido a un manifiesto. Cuando son los personajes quienes lo hacen, entonces se convierte en un grito de auxilio. La voz necesaria para mostrar cómo el absurdo antecede a las grandes catástrofes. Un absurdo tan intenso que parece no haber sido intencional. Sin embargo, lo fue: los poderosos mandan a los suyos al matadero, sin necesidad de justificaciones. Novelas en torno a la guerra se acumulan por doquier. Son pocas, empero, las que consiguen conmover a los lectores. Los muchachos de zinc es una de ellas. Y lo logra gracias al despliegue, sutil pero contundente, de toda una estrategia textual. Llega a alturas a las que pocos autores aspiran. De ahí que criticarla sea más sumarse a una moda que a un argumento. Es mejor dejarla reposar para que el horror termine de asentarse en el ánimo; si es que eso es posible. Si, tras la lectura, quedan ganas de presenciar el juicio, en esta nueva edición se incluyen decenas de cuartillas en torno a las dos causas por las que la autora fue llevada a los tribunales. Pero, eso, sí forma parte del universo extraliterario. L


MILENIO

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× A

LA FÓRMULA PREFERIDA DEL PROFESOR YOKO OGAWA Funambulista España, 2016 298 pp. La cotidianidad de una madre soltera que trabaja para un viejo y huraño profesor de matemáticas que, tras un accidente de auto, padece de memoria fragmentaria, y la relación de éste con el hijo de 10 años de la sirvienta, son los elementos dramáticos de un libro que no solo se ha vuelto un fenómeno de ventas en Japón (edición en rústica, de bolsillo, película, cómic y CD) sino que ha despertado, entre sus lectores, un inusitado interés por las matemáticas, quizá porque los eslabones existenciales del profesor se basan en raíces cuadradas, ecuaciones, divisores, dividendos y demás.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA MIGUEL DE CERVANTES Funambulista España, 2016 684 pp. ¿Qué tiene de especial esta edición de la obra capital del Manco de Lepanto? Simple: se trata de una versión en romance llevada a cabo por Teodoro Martín, en la que las aventuras de Alonso Quijano sobre los lomos de Rocinante y de su fiel escudero Sancho Panza montado en su borrico, acontecen bajo la melodiosa cadencia del romance castellano y que, en cierta medida, se aproxima a los viejos romances en los que las aventuras de los héroes eran cantadas por juglares y trovadores en plazas públicas o en palacios o en banquetes.

VÁMONOS CON PANCHO VILLA RAFAEL F. MUÑOZ Era México, 2016 257 pp. Clásico del género que se ha dado en llamar “novela de la Revolución mexicana”, Vámonos con Pancho Villa puede leerse de dos maneras: como la crónica de un grupo de rancheros que respiran aires de libertad una vez que se dejan arrastrar por la lucha armada y como la carrera de un hombre, Tiburcio Maya, que antepone la fidelidad al Jefe a la custodia de su familia. La primera supone una dimensión épica, la segunda se resuelve trágicamente. El prólogo de Jorge Aguilar Mora abre nuevas interpretaciones y engrandece la figura de Rafael F. Muñoz.

PATERSON WILLIAM CARLOS WILLIAMS Aldvs/ Conaculta México, 2015 503 pp. Con traducción a cargo de Hugo García Manríquez, este volumen abona a la bibliografía del poeta estadunidense una de sus mejores obras. De él, Robert Lowell dijo que “es la América de Whitman, crecida patética y trágicamente, brutalizada por la desigualdad, desestructurada por el caos industrial y de cara a la aniquilación. Ningún poeta ha escrito sobre esto con tal combinación de brillantez, compasión y experiencia, con tal estado de alerta y vitalidad […]. Paterson no es la tragedia de lo proscrito sino de nuestra civilización”.

CUESTIONES DE ARTE Y DE ARTISTAS DEL SIGLO XX MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ Seminario de Cultura Mexicana México, 2016 224 pp. Publicados entre 2010 y 2014 en diarios y revistas, estos textos responden a la necesidad de dar cuenta del arte como un fenómeno que, en los últimos 50 años, ya no es puramente visual. Las formas (la fotografía, la escultura, la pintura) se han vuelto híbridas. Muñoz abre fuego con un repaso a vuelo de pájaro de la crítica en México y desde ahí emprende sus acercamientos a artistas de las más variadas escuelas y temperamentos: Alfonso Mena, Yayoi Kusama, Salvador Dalí, Ángel Zárraga, Ángela Gurría, Marcel Duchamp… El periodismo se pone al servicio de la mirada.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

DEMENCIA

Eloy Urroz Alfaguara México, 2016

El diablo en pantaletas ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

V

aloremos las frases siguientes: “Abrí mi corazón y le dije que últimamente no estaba seguro de las cosas que me estaban ocurriendo”; “Sería imposible, aparte de absurdo, negar mis sentimientos, decirme que no lo quiera, cuando toda la vida he sentido lo contrario”; “Todavía, a veces, por las noches, sin poder dormir, me pregunto si todo aquello sucedió en la realidad o si, acaso, fue un breve sueño ardiente y febril”; “Su pasión fue mi pasión. Y yo caí rendido a sus pies”; “una pasión que ella anhelaba desesperadamente antes de que yo mismo siquiera lo deseara”. No, no provienen de la telenovela de la barra vespertina sino de otra más de las novelas tan al gusto de Eloy Urroz, con garañones sexualmente superdotados y hembras con orgasmos en la punta de la lengua. Mientras va produciendo ese tipo de frases al mayoreo —y haciendo que los personajes columbren, admonicen, aduzcan—, Demencia refiere las calenturas de tres amigos en la frontera de los treinta. Se supone que son jóvenes proclives a los bienes espirituales, aunque se vayan de putas o fumen mariguana de vez en cuando: Rogelio se ha hecho cargo de su madre y hermanas después de que su padre se ha declarado una loca en busca de “mancebos rubios y morenos”; Néstor proyecta la novela del padre de Rogelio, con todo y algunas incursiones a un agujero de la Zona Rosa donde transexuales y travestis someten a sus presas a un riguroso escrutinio; Fabián es músico y está por interpretar las sonatas Opus 30 de Beethoven. Dejo que los compasivos lectores de Urroz descubran el tamaño de sus calenturas y el curso que toman. Si algo tiene cierto atractivo es la serie de hechos inexplicables que rondan a Fabián. En las primeras páginas, dos policías irrumpen en su departamento —en un remedo de El proceso de Kafka— para interrogarlo sobre la muerte de una de sus vecinas. Poco después, la que sabía muerta llama a su puerta en busca de un poco de azúcar. El asesinato de una joven, cometido en un parque cercano y solitario, amenaza también su tranquilidad pues conoce a un individuo que asegura tener una pista. Conforme avanzamos, la salud mental de Fabián parece dispuesta a quebrarse: cree haber vivido algunas experiencias y a la vez cree haberlas soñado o proyectado como alucinaciones. Pero nada más desconcertante que la aparición de una hermosa mujer que a un tiempo es mentirosa y suplantadora, sibilina y escurridiza y, cómo no iba a ser de otra manera, quiere llevárselo a la cama. Por supuesto que hay gato encerrado y que nada es lo que parece ser… porque, sí, señoras y señores, la hermosa mujer no es otra que el mismo diablo, de piernas “musculosas, morenas y peludas”, representando el horror a la propia homosexualidad. ¿De modo que su Alteza Serenísima se toma demasiados trabajos para conseguir un acostón? ¿Basta con semejante ordalía para atreverse a escribir una novela? Qué está pasando, qué república de las letras es ésta, en la que el patetismo imposible de aguantar pregona sus baratijas? L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Hay menos control de las situaciones.

Es engañoso pensar que en la ficción hay más control. Cuentas con más dinero e interviene más gente, pero de pronto tienes que lidiar con los cambios climáticos o algún problema con un actor. El documental te aporta las herramientas para resolver las eventualidades. Después de moverse en ambas esferas es casi natural que su nueva película, El viento sabe que vuelvo a casa, fuera un falso documental.

Hice un falso documental porque por un lado me interesaba retratar la vida en las islas Chiloé, sus habitantes tienen un código propio de entender el mundo. Por otro, quería aproximarme al trabajo de Ignacio Agüero, director al que siempre he admirado. Le propuse hacer un proyecto donde él se interpretara a sí mismo, por eso me creé un dispositivo de ficción. En términos literarios es un metarrelato.

José Luis Torres Leiva

“El término contemplativo está muy manoseado” Bajo el formato de falso documental, El viento sabe que vuelvo a casa rinde homenaje al director chileno Ignacio Agüero ENTREVISTA

L

a relación del chileno José Luis Torres Leiva con el cine nació de la atracción. En la adolescencia comenzó a pensar a partir de imágenes y poco después se convirtió en su medio de expresión fundamental. Hoy es de los realizadores chilenos más prominentes. Hace unos días visitó México para impartir un curso como parte del Festival Distrital, así como para presentar su nuevo filme, El viento sabe que vuelvo a casa, un falso documental en el que indaga sobre el proceso creativo de su colega Ignacio Agüero. Es un realizador todoterreno: produce, dirige…

Hacía de todo porque soy tímido y casi no conocía gente. Fue un periodo formativo.

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com ¿El tránsito del documental a la ficción se dio de manera natural?

Comenzar con el documental me ayudó a enfrentarme a la ficción. Sin embargo, hoy te puedo decir que las diferencias entre uno y otro son solo técnicas. El documental me ayudó para aproximarme a los personajes. ¿Es más detallada la construcción del personaje en el documental?

El proceso del documental necesita más tiempo. No es lo mismo convivir una semana con un personaje, que un mes; te exige aprender a lidiar con una realidad que no manejas y con personas que no tienen por qué admitirte en sus vidas.

HOMBRE DE CELULOIDE

Por un lado es mi mirada sobre el proceso de Ignacio Agüero y por otro su forma de acercarse a los personajes que entrevista. Quería mostrar el proceso cinematográfico para construir un proyecto de manera integral. La crítica ha celebrado que, pese a su juventud, ha sabido construir una propuesta propia en términos de narrativa visual. ¿Siente que en verdad llegó a este punto?

Siempre ha habido una búsqueda. Los proyectos cinematográficos involucran un desarrollo. Si bien uno tiene un punto de vista y quizá una mirada, las situaciones propias de la vida marcan tu rumbo y evolución. Seguramente, si volviera a filmar una película de hace diez años, la haría de distinta manera. Eso es lo más interesante de construir una filmografía. Los directores que más me interesan son aquellos que definen su propuesta en cada obra. Usted pertenece al grupo de realizadores latinoamericanos sobre los que Carl Dreyer tiene un peso importante.

A Dreyer lo descubrí en el último año de la escuela. Proyectaron una retrospectiva en Chile y vi casi todas sus películas. Me impresionó la intimidad de su cine, sus propuestas me calaron hondo. Después descubrí a Robert Bresson. Ambos realizadores tienen un sello particular, de modo que entiendo que su sensibilidad sea percibida por los directores latinoamericanos. A quienes lo admiran les llaman contemplativos.

El término contemplativo está muy manoseado. Si uno retrocede a los comienzos del cine verá que desde siempre ha sido así. Casi todas las películas de Chaplin están narradas a partir de un solo plano. El cine se alimenta de los mismos lenguajes de siempre, puede evolucionar pero siempre tendrá la misma base. L FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Un director duro de matar

D

os tipos peligrosos comienza más o menos bien, se pone mal y termina por aterrizar en un final muy mediocre. Shane Black, el director, escribió hace casi 30 años la franquicia Arma mortal. Más tarde se volvió también su director. Cuando termina Dos tipos peligrosos, uno tiene la impresión de que Black está queriendo reinventar la serie que creó en los años ochenta. Y la verdad es que en este 2016, Ryan Gosling y Russell Crowe tienen una química casi tan atractiva como la de Mel Gibson y Danny Glover en 1987, ya se sabe: dos detectives rudos que en el fondo tienen buen corazón. Uno está medio loco y el otro es medio idiota. Crowe, en efecto, parece tan extraviado como Gibson, y en cada película que actúa uno termina preguntándose qué está haciendo con su carrera. Crowe parece decidido a acabar con su imagen de buen actor. Dos tipos peligrosos tendría que haber sido la primera parte de una serie de filmes. Cuatro al menos, como Arma mortal. Black tendrá que inspirarse en otro lugar porque la película ha tenido una pésima recepción popular. La crítica, en cambio, la encuentra disfrutable. Y es que hoy la crítica de cine se solaza tanto en la frivolidad que los defensores de Dos tipos peligrosos enumeran las “influencias” de la

película: Polansky (Chinatown), Tarantino (Pulp Fiction) y David Lynch (Terciopelo azul). Reconocer guiños no hace a una crítica buena ni plagiar secuencias hace a una película mejor. Dos tipos peligrosos es mediocre porque lo que tendría que ser cine de puro entretenimiento no entretiene. Al otro lado del espectro, Arma mortal (al menos la primera) era entretenida, hilarante y hasta vale la pena volver a verla. Gosling está sobreactuado. Russell Crowe no solo tiene problemas de sobrepeso, se mueve con tanta indolencia que vuelve inverosímil que sea un buen peleador. Defender estéticamente Dos tipos peligrosos sería realmente extravagante, con todo y que la reconstrucción de época está más o menos bien lograda. En cuanto al guión… Dos tipos peligrosos sigue tan puntualmente el esquema del viejo cine negro de Estados Unidos y Francia que parece una caricatura: dos detectives persiguen un McGuffin en el entorno sórdido en que siempre encontramos muchachitas cándidas en problemas, políticos corruptos y asesinos crueles e insensatos. Los Angeles en 1976 resulta el lugar perfecto para revivir esta clase de cine: es una ciudad llena de porno, drogas y detectives caradura. Lo malo es que ni siquiera un personaje tan simpático como la hija del investigador medio idiota le-

Dos tipos peligrosos (The Nice Guys). dirección: Shane Black. guión: Shane Black, Anthony Bagarozzi. con Ryan Gosling, Russell Crowe, Matt Bomer, Kim Basinger. Estados Unidos, 2016.

vanta un guión que se limita a seguir fórmulas. Que dichas fórmulas deban tanto al propio Shane Black poco importa. También existe el autoplagio. Con Iron Man 3, Shane Black ya había conseguido lo que con Dos tipos peligrosos: una película de entretenimiento que no deja satisfecho al público, pero a la crítica sí. Black es un buen artesano que se cree artista. Cierta crítica también lo cree, pero el público que levantó su carrera hasta volverlo de culto, en este caso, tiene razón. L


MILENIO

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El pordiosero y el virtuoso Este retrato atrapa la vida de Joachim Raff (1822–1882), desde su infancia hasta el primer acercamiento con Franz Liszt HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

VIBRACIONES

ESPECIAL

LA MUERTE Y EL AGUA Joachim Raff (1822–1882) —a los ocho— se aventó al lago Zürich para recoger un soldadito de plomo; cinco minutos después, el capitán de un barco pesquero lo sacó inconsciente del agua. El niño creció convencido de que Dios lo había salvado por ser un elegido, y también creció con el eterno desamparo de un juguete perdido cubriéndole el corazón. Si traducía mal versos del latín al alemán o si se ensuciaba los zapatos, su padre —Joseph Raff, el maestro más temido en Lachen— le pegaba con un látigo en la espalda. Joachim Raff dejó de comer y de beber durante tres días a los 15. “Me dejo morir si vuelves a ponerme una mano encima”, amenazó a su padre, y su padre ya no le pegó, pero redobló los golpes en contra de su esposa. Ella, Katharina Schmid, atendía una tienda de cristal y porcelana. Tenía sangre alemana y le gustaba escuchar a su hijo tocar el órgano y caminar con él a través de montañas. Joachim Raff repudiaba los espacios planos. La visión de un panorama sin formas lo sumía en la angustia y en el pánico. “El agua es el alma de cualquier paisaje”, le decía a su madre, “un paisaje está muerto si no tiene agua”. Para poder estudiar en una casa que compartía con cinco hermanos más pequeños (Kaspar, María Antonia, Alonsia, Selina y Peter) y el fantasma de una bebé que murió recién nacida, Joachim Raff adquirió la costumbre

Lago Zurich

de tomar siestas durante las horas de sol y trabajar de madrugada con los pies metidos en una tina llena de agua helada. UN MAESTRO GOLPEADOR Claro como el agua: en 1840 Joachim Raff se convirtió en maestro de la Upper Primary School de Rapperswil y abofeteaba a sus alumnos cuando se portaban mal o se equivocaban. En el pueblo era respetado por su conocimiento enciclopédico y lentes dorados que le daban aspecto de joven brujo miope. De su infancia, un recuerdo lo perseguía: el tañido de las campanas

llamando a misa a la hora del ocaso, cuando el cielo se volvía rojo y el agua de los ríos corría lentamente, pintada de sangre, con un misterioso sonido largo, suave y sereno que lo transportaba al mundo de los sueños. Joachim Raff compró un piano y por la noche, al término de la jornada en el aula, componía breves piezas bailables (barcarolas, tarantelas o serenatas) de atrevidas construcciones armónicas (tendían hacia la ambigüedad tonal) y extrañas melodías rotas, construidas con fragmentos, que en su discurso incompleto adquirían una intensa expresión atormentada.

DANZA

ESCENARIOS

La música comenzó a acecharlo: pensaba en sonidos cuando exponía matemáticas y pensaba en sonidos cuando explicaba gramática, y no poder dedicarse de tiempo completo al sonido lo llenó de amargura. Tuvo un amorío con una mujer casada y se volvió gruñón e iracundo. Con su caligrafía tosca, de gruesos trazos puntiagudos, escribió en su diario: “Eres un imbécil, no has aprendido nada, ni siquiera has descubierto si tienes talento o no para la música”. Por recomendación de sus nuevos amigos, los hermanos Curti (Anton, cantante; Franz, médico), le envió a Mendelssohn las partituras de sus piezas para piano y éste —entonces treintañero— lo recomendó con sus editores (Breitkopf and Härtel), quienes las publicaron. Ver su música impresa con el apoyo de la máxima figura del romanticismo alemán le dio a Joachim Raff la fuerza para renunciar a la enseñanza. Su familia se le echó encima. Su madre le dijo: “No puedo creer que un hijo mío se haya convertido en un musiquillo mendicante”. Y el veneno materno se convirtió en profético. Joachim Raff compuso nueva música —obras de mayores dimensiones, como su Sonata para piano— pero a nadie pudo venderla. Se mudó a Zürich. Acumuló deudas. Intentó dar clases. Intentó publicar arreglos de canciones populares. Nada. Lo corrieron del cuarto que rentaba por falta de pago y pisó la cárcel. Durmió algunas noches tapado con cartones bajo los árboles. El 18 de junio de 1844, caminó 15 horas —cerca de 75 kilómetros— para asistir a un recital de Franz Liszt en Basel. Le llovió encima. Y cuando Liszt, adorador de la teatralidad, se enteró de que un hediondo vagabundo vino a pie desde Zürich solo para escucharlo, lo subió al escenario y comenzó a tocar ante un público estupefacto al escuchar la música del virtuoso ante la imagen de un pordiosero —Joachim Raff— escurriendo sudor y agua al lado del piano. L

ARGELIA GUERRERO

makarova81@yahoo.com.mx NOTIMEX

Contradicciones

E

l pasado fin de semana se llevó a cabo la presentación del libro Memoria que compila la bisoñería de Ballet Teatro del Espacio desde 1966, año de su fundación, hasta 2009, cuando el INBA anunció el retiro del apoyo a la compañía y la decisión de Gladiola Orozco y Michel Descombey de cancelar el proyecto ante la imposibilidad de continuarlo de manera independiente. Descombey murió un par de años después y Gladiola Orozco resiste de manera estoica el fin de un proyecto trascendente y fundamental en la historia de la danza mexicana, y la ausencia de quien fuera su compañero de vida. Ballet Teatro del Espacio fue un proyecto que no solo reavivó el impulso creativo en la danza mexicana, sino que generó inquietud entre coreógrafos y bailarines por buscar estilos y afinar la preparación técnica. Michel Descombey y Gladiola Orozco fueron tenaces en su empeño por vincular la danza con realidades emotivas y sociales profundas, indagaron en una depuración técnica, pero también

en una reflexión temática que derivó en obras ahora clásicas del repertorio contemporáneo como El beso, La ópera descuartizada, Carmen, Ana Frank, Tierra sombría y sinfonía fantástica. De las filas de Ballet Teatro del Espacio surgieron figuras como Lino Perea, Solange Lebourges, Laura Alvear, Ricardo Ortiz y Bernardo Benítez, quien después destacara como brillante coreógrafo en el mundo de la danza contemporánea mexicana. Recientemente la UNAM, durante el encuentro Joven Talento Mexicano, rindió homenaje a la maestra Gladiola Orozco como reconocimiento a su aportación indiscutible en la formación de bailarines, en un esfuerzo por entablar un diálogo entre las figuras de la danza que inician su carrera y aquellos que han trazado una historia y dejado huellas por las que se puede continuar o romper, pero jamás ignorar. Durante la presentación del libro se rindió homenaje tanto a Gladiola Orozco como a Michel Descombey, en un Palacio de Bellas Artes que sirvió como sede para el encuentro y reencuentro

La maestra Gladiola Orozco

de aquellos bailarines y bailarinas que deben a Ballet Teatro del Espacio mucho de su trayectoria dancística. El rostro del maestro Descombey proyectó su mirada penetrante desde una pantalla al fondo del escenario, provocando un aplauso lleno de agradecimiento y nostalgia. El cuadro emotivo fue completado cuando Gladiola Orozco apareció, como si no hubieran pasado siete años desde el forzoso cierre de un proyecto al que dedicó su vida; delgada, gallarda, firme y bella; una presencia que

no pudo sino desatar un colectivo “¡Bravo, Gladiola. Bravo!” El aplauso y la ovación no alcanzan a revelar la gratitud que bailarines y coreógrafos debemos a Gladiola y Michel. Lo que sucedió en el Palacio de Bellas Artes fue un homenaje merecido pero muy contradictorio. Una decana de la danza, la mujer a la que tanto debemos, volvió a pisar el escenario más importante para el arte de este país, volvió a ser arropada por el público en la casa que las mismas instituciones culturales que hoy la homenajean, le arrebataron. L


VARIA

sábado 16 de julio de 2016

p. 12

LABERINTO

EFE

Gol, terremoto y civilización TOSCANADAS

N

o sé cómo fue el famoso terremoto de Lisboa, pero cuando Ederzito anotó su gol en el minuto 109 contra Francia, sentí que el suelo vibraba como en aquel noviembre de 1755, con la diferencia de que el movimiento telúrico del pasado lo había causado la ira de Dios, y ahora, a decir del presidente Marcelo, fue una gracia de la Virgen de Fátima. Siempre es mejor dejar la responsabilidad de una catástrofe telúrica a las fuerzas naturales o se puede llevar a muchos judíos a la hoguera, como ocurrió en aquel siglo XVIII; y en el caso de eventos deportivos, dejémosla en manos de los jugadores, pues de lo contrario habría que alzar un debate teológico. Dado que la virgen que se apareció en Fátima es la misma que se manifestó en Lourdes, ¿acaso siente más cariño por Lucía, Francisco y Jacinta, los tres pastorcitos portugueses, que por Bernadette Soubirous, la pastorcita francesa? Para el que cree, todo es posible, y vaya uno a saber si el tercer misterio de la virgen de Fátima consistía en este resultado futbolero, lo

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

cual le habría dado información privilegiada a un papa apostador. Haya sido como haya sido, cuando pitó el árbitro me fui a caminar por Príncipe Real, Chiado, la plaza de Rossio, y finalmente a la plaza Marqués de Pombal, que para los lisboetas es lo que el Ángel para los chilangos. Vi que el futbol es en verdad capaz de dar alegría, y si se le mezcla con un poco de historia y política, esa alegría llega incluso a tener sentido y hasta puede echar raíces en forma de dignidad. Si llegó a haber una nota discordante, se debió a esos turistas ingleses que están destinados a hacer el ridículo en el mundo entero, más aún en un país donde la cerveza cuesta la tercera parte que en su tierra; más aún porque su soberbia no les ha informado que hace mucho dejaron de ser imperio, que su monarquía es una broma y que el inglés dejó de ser la lengua de Shakespeare para volverse la de John Doe. Portugal también fue imperio, pero dejó atrás la soberbia, si es que algún día la tuvo. La historia les enseña, pero no los contamina.

Festejos en Lisboa

Disfrazado de Tercer Mundo, Portugal es sin duda el país más civilizado del mundo. Para muestra, un botón: los resultados electorales fueron tan poco decisivos como en España; sin embargo, izquierda y derecha se pusieron de acuerdo muy pronto para formar un gobierno: eso hacen los hombres de Estado. En cambio en España la rebatinga continúa sin que se vislumbre un acuerdo: eso hacen los hombrecitos de partido. Portugal es un oasis en la Europa cascarrabias. Recientemente el país fue nominado entre los cinco más pacíficos del mundo. Y en verdad que los miles y miles que salieron a festejar este domingo no precisaron de un despliegue policial para mantener el orden, como se precisa infructuosamente en Pamplona. Vivir en uno de los países más seguros del mundo es una bendición

CAFÉ MADRID

impagable. La libertad comienza con la seguridad; en cambio la desconfianza mata la convivencia. No me extenderé en las maravillas de vivir en un país como Portugal, pues aquí me he hermanado con otros escritores que convirtieron Lisboa en su casa, como José Manuel Fajardo, Karla Suárez, Mempo Giardinelli y el caballeresco Antonio Sarabia, e hicimos el pacto de desinformar a la gente; de decir que la vida en Portugal es terrible, para así disuadir al enjambre de potenciales inmigrantes que vendrían a subirnos el precio de las rentas y nos convertirían la modesta tasca de la esquina en el bar de moda y la paz nocturna en un bullicio madrileño y la copa con los amigos en un vómito británico y la cortesía de las ruas en el enfado de las rues. L

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx

ARACELI PAZ

Enrique Olvera, Joxe Mari Alzeaga y Laura Esquivel

Laura: escritora y diputada

E

s una tarde templada en San Sebastián y, con las canas rizadas y el huipil bien planchado, Laura Esquivel bebe vino blanco. Está de pie en el portal de la casa donde vivió el escultor Eduardo Chillida, una construcción de piedra rodeada de grades jardines de pasto bien cuidado y de varias figuras talladas en piedra o en metal. “Estar aquí y haber recorrido todo esto me ha emocionado mucho”, dice la autora de Como agua para chocolate con los ojos acuosos. “Para Chilllida debió ser maravilloso vivir y crear aquí”. La calma del lugar se ha interrumpido hoy debido a la presencia de un grupo de cocineros, escritores y periodistas que hemos

venido a la celebración del primer premio internacional del Basque Culinary Center, la universidad vasca que ha profesionalizado (y glamurizado) al mundillo de los fogones. La escritora mexicana ha formado parte del jurado y, además, ha aprovechado su viaje a España para promocionar su nuevo libro, El diario de Tita, continuación de la novela que hace 25 años le dio fama internacional. Entre bocados de tartare de corazón de vaca, albaricoques asados y tragos de txakolí, la bebida tradicional de esta región, Esquivel cuenta lo que implica ocupar una curul en el Congreso mexicano. “Es muy difícil convivir con 500 personas que no siempre trabajan por

el bien común y que anteponen sus intereses personales o de partido. Y esas sesiones maratónicas a veces ¡son desesperantes!”, dice al tiempo que se ha formado un atento corrillo en torno a su figura (porque aquí tiene una importante legión de lectores y porque, para muchos, a ella se debe la popularización a nivel internacional de las cualidades de la gastronomía mexicana). “Una vez, a media discusión de los presupuestos del Estado, me puse a tejer”, añade desatando risillas entre quienes la escuchamos. “De inmediato los fotógrafos comenzaron a disparar sus flashes y, de inmediato también, comenzaron los memes en internet. Pero gracias a eso muchos se fijaron en nuestro grupo parlamentario, porque al ser solo 35, pues… está complicado”. Más tarde, de camino al Museo Balenciaga, en Getaria (Gipuzkoa), donde se llevó a cabo la ceremonia de premiación culinaria, Laura Esquivel me dijo que está muy contenta porque en México ya ha salido la segunda edición de El diario de Tita. “Es un libro con un diseño muy especial y es el segundo de una trilogía. El primero es Como agua para chocolate, el segundo es este diario y el tercero girará en torno a una chica de ahora, nieta de Tita, con problemas de alimentación. Quizá alguno de los tres libros se convierta en serie de televisión, todavía no sé”, dijo la escritora y diputada previsora, antes de hablar del hartazgo social que últimamente percibe en México. “A ver si ayuda a que haya un cambio. Ya toca, ¿no?” Entre la gente que estaba en el museo dedicado al modisto español se encontraba Ferrán Adriá, el catalán que sigue siendo considerado “el mejor cocinero del mundo”. Con su característico discurso atropellado, me dijo: “¡Qué gran mujer Laura Esquivel! Me ha dado mucho gusto conocerla y compartir el jurado de este premio con ella”. ¿Y ha leído su novela? “¡Por supuesto que la he leído!”, respondió al instante el introductor del nitrógeno en la cocina. “¿Pero sabes qué noto en la literatura que se ocupa de la gastronomía? Que suele ser muy sentimental. Y hace falta abordarla desde otro ángulo. Lo digo como un lector cualquiera, ¿eh? Pero pienso que mi oficio, como otros, es mucho más que un melodrama”. L


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