Laberinto
VW Y LAS EMISIONES CONTAMINANTES
gerardo herrera corral p. 08
ENTREVISTA A MAYA GODED
héctor gonzález p. 10
MILENIO
sábado 6 de agosto de 2016 FOTO: ANDRÉ DE DIENES
Cuento inédito EL ARTE INÚTIL DE PETER FISCHLI Y DAVID WEISS miriam mabel martínez p. 04 y 05
NÚM. 686
AL AMANECER dino buzzati p. 06 y 07
ANTESALA
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LABERINTO
ESPECIAL
Aspecto actual de la biblioteca de Montaigne
De la propia cola ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
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esde hace varios días tengo como ensayo de cabecera “De la tristeza” de Montaigne. En este texto, el escritor alude a la historia de un rey que, derrotado en la batalla y vuelto prisionero, observa imperturbable la tortura de su familia más cercana. Nada parece alterar su orgullosa templanza ante la desgracia hasta que azotan a un servidor suyo, y sucede entonces, a partir de este daño
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
aparentemente menor, que la tensión acumulada estalla y el dolor entero aflora. Cierto, los arrebatos climáticos del dolor son inexplicables e inescrutables y no acuden en los momentos en que la convención social los juzga imprescindibles. De estos recovecos de la emoción y de la mente habla Montaigne y eso lo hace un maestro de vida. Cómo vivir una vida con Montaigne (Ariel, 2014), el libro de la escritora inglesa
Uno de los gemelos escribía cuentos eróticos; el otro estaba muy ocupado viviéndolos.
Plimpton LOS PAISAJES INVISIBLES
G
Sara Bakewell, indaga precisamente en la faceta más significativa del inventor del ensayo: no el pensador (falto de sistema y tan profético unas veces como prejuiciado otras), ni el estilista (extraordinario pero finalmente superado por muchos orfebres de su lengua), sino el hombre que, al cuestionarse a sí mismo, enseña un nuevo arte, no doctrinario ni perfeccionista, de vivir. El libro de Bakewell, estructurado en 20 respuestas extraídas de la biografía y obra de Montaigne a la pregunta de cómo vivir, combina erudición y soltura; discurre sobre la trayectoria de Montaigne y explora su impronta y algunos accidentes de su posteridad. Quizá no descubre, para los adeptos de Montaigne, muchas cosas nuevas, pero lo reafirma como cómplice de lo imperfecto y transitorio, es decir como cómplice de lo humano. En efecto, el nuevo género que crea Montaigne se centra en las pequeñas y grandes decisiones del diario devenir y, con un ingenioso escepticismo, conmina a superar limitaciones y miedos, aceptándolos plenamente. Por ejemplo, Montaigne tiene miedo a la muerte pero lo domina en la mediana edad, gracias a un encuentro próximo con ella que la hace concebirla como un acontecimiento casi trivial, al que la especulación convierte en tormento. Según Montaigne, para escapar de la angustia de la muerte y aprender a vivir es importante mantener el interés y la sorpresa, poner atención al mundo y dejarse inocular por sus extravagancias y maravillas más menudas. Montaigne ahonda en la ambivalencia de sus sentimientos y aspiraciones, se inspira en los grandes maestros de la antigüedad para seguir una regla de vida, pero admite sus fracasos y entiende que, al lado del anhelo de virtud, se instalan la falta, la mezquindad, la debilidad y la mengua. Por eso, como sugiere Montaigne, ningún éxito pasajero debe hacer olvidar la volubilidad de la fortuna, ni atrofiar el sentido humano más importante, el de las proporciones: “no tiene caso que nos subamos en unos zancos, porque aunque llevemos zancos tenemos que andar sobre nuestras propias piernas. Y hasta en el trono más elevado del mundo nos tenemos que sentar sobre nuestro propio culo”. L
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
ay Talese describió a la perfección a esa pandilla de ricachones, egresados de Harvard y Yale, hermosos y malditos como los personajes de la novela de Francis Scott Fitzgerald, que en los años cincuenta intentaron revivir la fiesta parisina que glorificó Gertrude Stein y su otra pandilla, aunque con menos éxito y quizá más frenesí: “Están obsesionados, muchos de ellos, por el deseo de saber cómo vive la otra mitad. Se hacen amigos, por lo tanto, de los más interesantes, los más extraños, evitan a los aburridos ciudadanos de Wall Street y se sumergen en pos de placeres y de literatura, en los mundos del yonqui, del pederasta, del boxeador y del aventurero, influidos tal vez por la gloriosa generación de conductores de ambulancias que los antecedió en París cuando tenían veintiséis años”. Talese se refiere a los “muchachos altos” con los que Irwin Shaw jugaba tenis en una imponente cancha de Saint–Cloud cuya vista a la Ciudad Luz era aún más imponente y, en efecto, con el adjetivo “alto” se refería a la estatura física, la mayoría sobrepasaba la talla promedio, el que con el tiempo se convertiría en el líder, George Plimpton, medía metro noventa y cinco y tenía “miembros largos y enjutos, cabeza pequeña, ojos muy azules y una nariz delicada y puntiaguda”, pinta Talese en la estupenda crónica “En busca de Hemingway” (incluida en Retratos y encuentros) a propósito del
mencionado Plimpton, John P. C. Train, Harold L. Humes, Terry Southern, Frank Musinsky, Robert Silvers y el resto de la parvada activa de la legendaria revista Paris Review. Amigo de Hemingway, de Mailer, Styron, Philip Roth, Lillian Hellman, de Jacqueline Kennedy y su hermana y su cuñado el príncipe Radziwill, del entrenador de Muhammad Ali, de algunas conejitas de Playboy, y de toda, absolutamente toda la crème de la crème culta neoyorquina y de la expatriada temporalmente por algún loco o sublime proyecto, George Plimpton poseía una pluma poderosa, detallista, que lo distinguió en eso que él mismo llamó “periodismo participativo”: vestir la piel del objeto reporteado y no mirarlo desde lejos; sentir en carne propia la rudeza del oficio, incluidos esfuerzo, temple y carácter para luego capturar con plenitud el dulce sabor de la victoria o el regusto amargo del fracaso. Por ejemplo, hizo de sparring con Archie Moore en el Gimnasio Stillman, combate salpicado de sangre en el que uno de los testigos fue Miles Davis, y bateó algunos hits en ciertas canchas, pero lo que no pudo hacer fue meterse a una piscina con traje de buzo para su nota de clavados en la Olimpiada de 1984, porque las autoridades le dijeron que un hombre rana sería un incordio para las saltadoras a la hora de ajustarse el bañador en las profundidades. Plimpton escribió de beisbol, hockey, futbol americano, box, golf. Cubrió funerales, conciertos, conmemoraciones. Reseñó
provincias y escribió retratos de figuras emblemáticas. El aristócrata del Upper East de Nueva York, decíamos, fue amigo de incontables personajes, y quizá una de sus estampas más entrañables sea la del irrealizable encuentro entre Hemingway y Mailer que nunca se concretó por él, George Plimpton, sabiendo que esas almas harían cortocircuito: había hecho una cita con su amiga Joan y con Norman Mailer, pero Hemingway lo invitó a una cena de improviso. El periodista participativo le preguntó si podía invitar a Mailer, y Hemingway dijo que sí. No obstante, los episodios de paranoia del viejo Papa comenzaban a alarmar a todos, y desistió de convidar a Mailer. En la cena, Plimpton le contó a Hemingway los gustos de Mailer: esgrima de mirada con las chicas, topes de cabeza con los hombres. Hemingway dijo “¡Santo Dios!” y luego Plimpton le habló de la lucha de dedos pulgares. Intrigado por la gesta, se tomaron de las manos y Hemingway comenzó a perder los estribos mientras imprimía una fuerza colosal en la mano de Plimpton. El rostro de Hemingway se tornó demencial, casi diabólico, y lo dejaron antes de que Plimpton resultara herido. A la mañana siguiente, mientras Plimpton se acariciaba los moretes en el dorso, Mailer le dijo que pasó la noche esperando su llamada, paladeando los elegantes reclamos que le iba a hacer a Hemingway por “perfumar su vanidad”. El rostro desfigurado de Papa en aquella mesa le afirmó que, en efecto, habría sido una noche memorable. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× L EÓ N
P L ASC E N C I A
sábado 6 de agosto de 2016
ANTESALA
Ñ O L ×
Dos escarabajos Este poema ha sido tomado de El lenguaje privado (filodecaballos), en el que confluyen la palabra, la fotografía y el dibujo, y cuyo corpus principal nació de una estancia en Seúl
N
ada es real frente al follaje. Fuimos a observar las líneas y los surcos
EL FUEGO Y EL RELATO
Giorgio Agamben Sexto Piso México, 2016
La virtud que se extingue
que conforman un paisaje. El follaje
RESEÑA
no permite ver nada. No hay felicidad en observar a dos escarabajos copulando. No hay felicidad. ¿En dónde estamos? La luz parece empujarnos más lejos del sitio en el que nos encontrábamos. Nadie retuvo el nombre del recolector de arroz. El camino de grava está húmedo por la reciente lluvia.
Nada es real frente al follaje.
×EKO×EX LIBRIS×IOCASTA Y SÓFOCLES×
SILVIA HERRERA
C
omo la de todo humanista, la obra del filósofo italiano Giorgio Agamben abarca una multiplicidad de intereses. En los ensayos reunidos en El fuego y el relato, la literatura en tiempos de la civilización del espectáculo, para decirlo en términos de Vargas Llosa, es el hilo conductor. El pensador parte de una historia que Gershom Scholem incluye en Las grandes tendencias de la mística judía: “Cuando el Baal Shem, el fundador del jasidismo, debía resolver una tarea difícil, iba a un determinado punto en el bosque, encendía un fuego, pronunciaba las oraciones y aquello que quería se realizaba”. Tres generaciones después, para resumir, el ritual se había perdido, pero de cualquier modo Rabi Israel de Rischin dijo: “No sabemos ya encender el fuego, no somos capaces de recitar las oraciones y no conocemos siquiera el lugar en el bosque: pero de todo esto podemos contar la historia”. Y lo que deseaba se cumplió. Para el filósofo italiano esta historia queda como una alegoría de la literatura. Si “Todo relato —toda literatura— es, en este sentido, memoria de la pérdida del fuego”, la misión del escritor es salvaguardarla. Pero el escritor que tiene en mente es aquel que aún posee una actitud sagrada ante su labor. En tanto que toda novela es una iniciación, Agamben rechaza al novelista de la civilización del espectáculo que “pretende no tener necesidad de la fórmula o, peor aún, dilapida el misterio en un cúmulo de hechos privados” cuyo resultado es que la forma misma de la novela se pierda “junto con el recuerdo del fuego”. El verdadero escritor “deberá creer solo e intransigentemente en la literatura”, es decir, en la lengua. Y si menciona la novela como forma es porque el conocimiento de los géneros literarios es fundamental: “Los géneros literarios son las llagas que el olvido del misterio imprime en la lengua: tragedia y elegía, himno y comedia son solo las formas en que la lengua llora su relación perdida con el fuego”. En el ensayo “Opus Alchimicum” amplía más los rasgos y las responsabilidades del escritor–salvaguarda. Ya el título ofrece una pista de lo que se propone: como lo enseñan los tratados, el escritor, al igual que el alquimista, debe transformarse al mismo tiempo que realiza su obra. El libro de René Daumal, El trabajo sobre sí, le sirve de pretexto a Agamben para desarrollar su idea: “Escribir forma parte de una práctica ascética en que la producción de la obra pasa a segundo plano con respecto a la transformación del sujeto que la escribe”. Esta transformación es el “trabajo sobre sí”, y si el autor se desinteresa de su obra se debe a que ésta se logrará si y solo si la transformación se alcanza. Aunque la sacralidad sea una parte esencial de la actitud del escritor, llevarla al extremo implica un error. Este aspecto lo comenta a propósito de Cristina Campo, quien igualó la perfección formal con la perfección espiritual, de tal modo que su talento literario se perdió en su obsesión por la liturgia. Para Agamben, Paul Klee es quien mejor sintetiza el doble movimiento de transformarse a sí mismo mientras se crea. De acuerdo con Klee, la creación debe tender a lo que el fi lósofo considera “la tarea ética por excelencia”: “El cuadro no tiene fi nes particulares, solo tiene el objetivo de hacernos felices”. L
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LABERINTO
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EL ARTE CON FINES DE OCIO La obra visual de Peter Fischli y David Weiss es un recordatorio del aliento paródico inherente a las grandes obras de la imaginación contemporánea y de las inercias fallidas del mercado. Se exhibe en el Museo Jumex y se antoja más que puro divertimento CRÓNICA MIRIAM MABEL MARTÍNEZ
L
a ociosidad contemplativa es una práctica. Así lo comprueba la exposición Peter Fischli, David Weiss. Cómo trabajar mejor, que se presenta en el Museo Jumex hasta el 4 de septiembre. Recorrer las 200 piezas que integran esta muestra es un paseo, porque no es retrospectiva sino homenaje a esta dupla de artistas que por 33 años se dedicó al ocio creativo: solo apta para flâneurs. Primera regla antes de entrar: dejar tus pertenencias —bolsas, cámaras o cualquier otro objeto como monedero, clutch, etcétera— en el guardarropa. Para caminar la exposición se necesitan las manos libres, y la curiosidad y el sentido del humor atentos, para así disfrutar los caminos de Fischli y Weiss con libertad. De origen suizo, el dúo empezó a colaborar en 1979. Su debut fue la Serie salchicha, en la cual ya se observa la narrativa posmoderna: Fischli (1952) y Weiss (1946–2012) utilizaron la acción artística como un juego y una provocación. Lo que les interesaba era, además de borrar los límites entre alta y baja cultura o saltar de una a otra, “burlarse” de las estrategias del arte contemporáneo que recurrían a la estética relacional como hecho artístico. Con un fino sentido del humor hasta 2012, año de la muerte de Weiss, su trabajo parodia no solo al readymade, sino a algunas de las vertientes del arte conceptual y, al mismo tiempo, logra profundizar y hurgar en el arte como divertimento, a la vez que cuestiona al objeto artístico como producto de un mercado que convierte a los artistas en trabajadores. Los suizos se asumen como obreros de la contemplación en el esquema capitalista, de ahí el nombre de esta exposición organizada por el Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, donde se presentó anteriormente. La muestra fue curada por Nancy Spector, Jennifer y David Stockman, y Nat Trotman, quienes mantuvieron un diálogo cercano con Fischli, en
el que inicialmente también participó Weiss. La versión mexicana es más reducida pero no por eso menos precisa y sorprendente, sobre todo porque invita a contemplar el arte de manera desenfadada. Para quienes ya solo comprenden el mundo a través de una pantalla o filtrado por los teléfonos celulares y conectado por las redes sociales, recorrer esta exhibición con la vista sin distracciones, puesta directamente en los objetos, es un reto en sí mismo, reto que se convierte en un placer pues nos invita a estar aquí y ahora, en la exposición, mirando a detalle las esculturas, fotografías, instalaciones y demás piezas que expresan un discurso inteligente y minucioso, así como un exquisito uso formal de técnicas. Todo lo exhibido está hecho por los artistas, ningún objeto es “encontrado”, nada está al azar y todo es producto de años de trabajo: son series abiertas en el tiempo. La dupla siempre cuestionó cómo se vive y la apropiación del tiempo en una época en la que la posibilidad de aprovechar el tiempo es un deber, y en la que “hacer” se convierte en una responsabilidad espiritual. Muchas de las piezas cuestionan ese uso del tiempo, planteando que “desperdiciarlo” también es una forma de vivirlo y de enfrentar la realidad, como se ve en las extensísimas series Mundo visible (1986–2012) y Flores y hongos (1997–2006). En la primera se propusieron documentar el mundo en fotografías. Así se convirtieron en artistas–flâneurs que —emulando a los paseantes decimonónicos a los que hizo referencia Walter Benjamin— deambulan por el orbe simplemente observando. Esta serie infinita reúne fotos de sitios turísticos tradicionales y otros menos conocidos, donde quizá tuvieron alguna exposición y se volvió una prueba de la gran travesía. La recopilación de imágenes de postal y cotidianas es deliberadamente “bonita”. Ese era el juego: retratar desde el ángulo de la belleza para desnudar al mundo de su realidad y convertirlo en un no–lugar. Sabían que su intención por hacer visible el mundo estaba condenada al fracaso, pero jugaban al sentido de documentar para poseer, burlándose de esa búsqueda de asir lo visto a través de una imagen, tal como también
Animal
De la serie Equilibrios
sucede en la serie–archivo de las flores, que tiene como objetivo disfrutar lo ordinario y transformarlo en extraordinario. De esta forma, los retratos desmitifican la pintura floral, y la reflexión sobre lo efímero de la vida se transforma en un sinsentido sicodélico en el que las flores y los hongos se desvanecen para convertirse en explosiones de color. En sentido contrario, la serie —más condensada— Fotografías (2005) suspende la realidad en tonalidades blanco y negro. Las imágenes tomadas en ferias y parques de diversiones son lúgubres, y no solo porque los artistas distorsionan deliberadamente la realidad al captar las fotos subexpuestas e imprimirlas en papel para color, sino porque los encuadres nos meten en una dimensión que está ahí pero que pasamos por alto. Lo que nos muestran es la existencia de un mundo paralelo en el que transitamos indiferentes y que solo somos capaces de observar a través de una lente. Con este mismo ánimo de transitar extraordinariamente lo ordinario, en 1987 empezaron el proyecto Aeropuertos, que se extendió hasta la muerte de Weiss. En la exposición se exhiben unas cuantas fotos de gran formato que transportan al espectador a un destino donde la razón del viaje es el medio de transporte. Lo que logró hacer la dupla fue captar la estética de los aeropuertos, creando una especie de naturalezas muertas de aviones, pistas, salas de estar… que conforman un territorio único que nos plan-
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sábado 6 de agosto de 2016
ARTES
MORITZ BERNOULLY
JENS RESSING
tea, como otras de sus piezas, otro modo de ver. De este proyecto se desplegaron dos más: Autos (1988) y Azafatas (1988-2012), los cuales abandonan la bidimensionalidad para adquirir un volumen de tamaño natural. Las esculturas en yeso son más que anónimas, vacías, reiterando la vacuidad de los no lugares en los que transitamos con el único fin de desintegrarnos. Esta misma sensación es la que despierta el Video del canal (1992), que trata de la reutilización de material tomado por el Departamento de Obras Públicas de Zúrich. No reproduce simplemente el video del sistema de drenaje, no es un readymade al estilo Duchamp, sino una intervención. Weiss y Fischli editaron el material agregando y eliminando, y el resultado es hipnótico: logran aniquilar el sentido de realidad del video para transformarlo en una ficción, tal como muchas veces sucede con el lenguaje. Las escenas de los alcantarillados se convierten en pasajes oníricos. En este mismo andar en el filo de la realidad, a lo largo de su carrera los creadores suizos jugaron entre opuestos. Este coqueteo y provocación se observa en piezas recientes como Muros, esquinas, tubos (2009–2012), extractos de la realidad cotidiana pero reinventados en arcilla y hule, que se erigen en la sala de exhibición simplemente como lo que son: tubos, esquinas y muros que exaltan la materialidad, la textura y las técnicas, evidenciando el recurrido juego de opuestos populares como, en este caso, el uso del hule y de la arcilla. Esta práctica proviene de la serie Esculturas de hule, que consiste en reproducciones en tamaño real de objetos comunes como un taburete o un disco de hule. Aquí se borra el sentido industrial para exaltar el fetichismo del objeto. Una búsqueda al interior del significante son las Esculturas grises, la primera fue realizada entre 1984 y 1986 y la segunda entre 2006 y 2008; estas esculturas de poliuretano son evocaciones. El espectador no ve una oreja sino el oído. Aunque se trata de piezas de gran tamaño y con un espíritu casi netamente representacional, en ese casi dejan una rendija por donde se cuela un poco de abstracción, además de exaltar la frontera entre el adentro y el afuera, como se ve en Ejote y en Tubo. En las obras de Weiss y Fischli hay siempre un orificio en el ánimo interiorista, y su aproximación filosófica trastoca la obviedad de la superficie. No siempre se ve lo que se ve. La obra de Weiss y Fischli comprueba lo necesario que es el aburrimiento para la creatividad. No hacer nada para hacer. Inventar, jugar, este espíritu ocioso es el motor de muchas piezas como el ya clásico El curso de las cosas (1987), un emotivo filme en el que se observan eventos extraordinarios e inútiles vinculados a un movimiento continuo que transforma la acción en una secuencia que resulta casi natural y ordinaria, porque el espectador es hechizado por el movimiento de explosiones, llantas que ruedan para producir lo que en el contexto de la narrativa resulta congruente. Aquí el juego es al revés, y ahí está la magia: también lo extraordinario puede ser entendido y visto a través de la lente de lo ordinario,
David Weiss y Peter Fischli
tal como sucede en la serie Equilibrios, en la cual se hace patente el sentido del humor que hace del trabajo de este dúo dinámico una propuesta original, compleja y contundente del arte hoy. Equilibrios (Una tarde tranquila) (1984–1986) es una exploración de cómo desperdiciar el tiempo. Cada imagen capta equilibrios sin sentido de objetos cotidianos, cada escena constriñe la aguda capacidad de encontrar formas para desafiar la gravedad. Balances irónicos, posiciones absurdas construidas con objetos dispares para crear frases objetuales esCon un sentido critas con sillas, verduras, del humor y la zapatos y utensilios de todo destreza manual de tipo. En esta serie las cosas las representaciones, utilizadas son reales, solo los suizos evidencian son sacadas de su función su necesidad de juego para representar un rol de equilibrista, a diferencia de los objetos de la serie Instalaciones de poliuretano, espacios falsificados en su totalidad pero que buscan parecerse lo más posible a la realidad. Estas esquinas de estudio no son propuestas conceptualistas de argumentos sociológicos; son lo que son: réplicas perfectas e inútiles que nos invitan a ver a detalle lo ocioso que también es el acto de trabajar… y cómo este ocio también genera ideas. La serie De pronto este panorama (1981) es una alucinante recopilación enciclopédica del conocimiento popular y de la historia de las culturas. Con un sentido del humor a la par de la destreza
manual de las representaciones en arcilla, los suizos evidencian su necesidad de juego, su inteligencia para moverse entre opuestos y un sentido narrativo que enlaza lo pop y lo científico para construir una memoria de momentos determinados y explosivos en la construcción del pensamiento de los siglos XX y XXI, como El señor y la señora Einstein poco después de la concepción de su hijo, así como escenas protagonizadas por Lacan y Mr. Spock. El ingenio, la mirada aguda, la reflexión filosófica y la necesidad enciclopédica están presentes en toda la exposición y son los hijos que unen 33 años de trabajo. Fischli y Weiss provocan y también cuestionan. Su trabajo plantea preguntas, no solo literalmente como la pieza Proyecciones de preguntas (2002–2003), integrada por un archivo de miles de preguntas que recopilaron a lo largo de su trayectoria y que, escritas en cinco idiomas (inglés, alemán, italiano, japonés y español), nos hacen dudar y ponen en evidencia todo lo que no nos atrevemos a cuestionar. De pronto, el espectador entra a una dimensión vívida: Rata y Oso, los alter ego de los suizos quienes, jugadores de los opuestos, ven en estos personajes (la rata desagradable y el apapachable oso panda) una forma alterna de transitar el mundo parodiando las estrategias de sobrevivencia contemporánea. Practicantes ejemplares de la ociosidad contemplativa de donde surgen muchas de sus piezas, Peter Fischli y David Weiss ponen al espectador a observar. Lo invitan a pasear para reflexionar sobre la vida y la utilidad inútil del arte. L
LABERINTO
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AL AMANECER
Inédito en español y publicado en el Corriere della Sera el 7 de agosto de 1962, es decir, dos días después de la muerte de Marilyn Monroe, este relato del autor de El desierto de los tártaros, Poema en viñetas, y cronista excepcional de la nota roja, imagina algunas vidas que la diosa del cine habría experimentado de no haberse dejado tentar por el suicidio DINO BUZZATI
U
n genio, que poco antes del amanecer recorría el extremo páramo acogiendo a las almas recién llegadas y encaminándolas hacia la gran puerta, divisó a lo lejos un bulto claro a los pies de la muralla que rodea la ciudad de los muertos. Al acercarse, encontró a una joven y bellísima mujer desnuda aparentemente dormida. Se arrodilló para tocarla. No era un espíritu, su carne era tierna y tibia. Entonces, tomándole el pulso, la movió para despertarla. Con un gemido, ella se estiró con languidez y balbuceó como si estuviese borracha: “Oh, déjame dormir”. El genio, con mucho respeto, apoyó la cabeza sobre el pecho de la creatura. Sí, el corazón todavía le latía, pero muy lentamente; y su ritmo se iba haciendo cada vez más tenue y espaciado. “Vamos, despiértate”, le ordenó. “No estás enferma, no estás herida, eres joven, eres maravillosamente hermosa. Nunca he visto a nadie tan hermosa como tú. Vamos, muévete, corre, regrésate. El mundo es tuyo. Debe haber un error. No puedes quedarte aquí en lo absoluto”. Con la voz todavía balbuceante por el sueño, ella dijo: “Basta, cuántas veces he escuchado repetir los mismos cuentos. Déjame dormir”. Mientras tanto, ya había llegado, de todas direcciones, como una docena de almas. Curiosas, fueron formando un círculo alrededor de ellos y escuchaban. Hasta que una de ellas advirtió: “No quisiera equivocarme, pero esta es Marilyn Monroe”. “¿Quién?”, dijo el genio. “Marilyn Monroe. La debes conocer, supongo”. “Yo, en realidad”, dijo el genio desconcertado, “yo no sabría… yo siempre trabajo por estas partes… Serán ya treinta años que no sé nada del mundo”. Mientras tanto, las almas que ya formaban, junto con los recién llegados, una pequeña multitud, seguían intercambiando comentarios. Y lo extraño era esto: cada uno de esos muertos tenía, obviamente, sus pensamientos y sus añoranzas; sin embargo, el espectáculo de esa muchacha desnuda, tan rosa y pura, hacía que ellos se olvidaran de sus problemas. “Pero todavía está viva”, decían, “está sana, es hermosa, es rica, es famosa, ha tenido todo lo que ha querido en la vida, no puede estar aquí con nosotros, tenemos que hacer algo. Tú, genio, ¿por qué no te apresuras? ¿Por qué no la mandas de vuelta?”. Y el genio, si bien un poco confuso porque nunca había tenido entre sus brazos a una joven mujer desnuda, sobre todo de tanta belleza, levantó del piso a Marilina y remontándose a ras de tierra la llevó en dirección del horizonte, donde el páramo de los muertos se pierde en la neblina y a partir de allí comienza el mundo de los vivos. El genio, en cuanto genio, era muy flacucho. ¿De dónde sacaría fuerzas para sostener semejante tronco? Sencillo: desde el primer instante se había enamorado perdidamente de ella. Y ya que el amor lo que quiere es la alegría de los otros en lugar de la propia, el genio no se cuidaba de sí mismo, solo quería salvar ese cuerpo encantador: si Marilina hubiera continuado durmiendo hasta que su corazón se detuviera, de Marilina no hubiera quedado más que el alma, la cual tiene muy pocos atractivos sensuales, y lo demás, al cabo de unos días, acabaría transformado en cenizas.
Entre los brazos del genio, Marilina dormía, pero de tanto en tanto, como en trance, respondía a sus apremiantes cuestionamientos. De tal suerte que el genio pudo conocer su dirección, devolverla a casa y depositarla en su cama, en donde la beldad continuó impertérrita durmiendo. En la recámara la luz estaba encendida. Observando a su alrededor, el genio, aunque poco práctico en el mundo, al ver todas esas ampolletas, frascos y tubitos de medicinas, adivinó lo que había sucedido y se estremeció. Marilina se había envenenado y, si no intervenía un médico, ya no había nada más qué hacer. Pero, todavía más importante que un doctor, era persuadir a la muchacha de que en la Tierra todo estaba bien, y que suicidarse era una solemne bestialidad. ¡Sobre todo en su caso! “¡Marilina!”, exclamó el genio engrosando la voz, “¿quieres despertarte o no? Comienzo a perder la paciencia”. “¿Se podría saber quién eres?”, preguntó furiosa Marilina, levantando la cabeza de la almohada. “No importa quién soy”, dijo el genio, “lo que importa es que llames de inmediato a un doctor porque si no te hacen un buen lavado de estómago, ya tienes el aspecto de irte derechita al otro mundo”. “¿Y si realmente esa fuera mi intención?”. “¡Pero qué va! ¡Una creatura como tú! Hombres y mujeres hasta llegan a matarse por conseguir una décima, una centésima de lo que tienes. ¿Y tú te quieres ir abandonándolo todo?”. “Exactamente. Ya estoy cansada”. “Mientras tanto”, dijo el genio, viéndose quizá algo didáctico, “lo que has intentado hacer no es honesto. Al suicidarte, despojarás a los hombres de uno de sus más caros sueños, que además, ahora, está exageradamente de moda: el sueño de la gloria, del que se derivan todas las otras satisfacciones de la vida, la riqueza, el amor, el lujo, el poder, aun la salud. Los hombres te han colocado sobre este fabuloso pedestal para que permanezcas en él y te dejes adorar. Si te vas, comprometes los términos acordados. Y además, ¿se podría saber qué es lo te hace falta? Por lo que he escuchado decir, hasta eres inteligente”. “Vamos, se bueno, señor genio”, gimió Marilina mientras la cabeza se le iba de lado a causa del sueño, “ya vete y déjame dormir. Si supieras lo cansada que estoy”. “Bien”, insistió el otro, “te haré una propuesta que me parece razonable. Ahora te llevaré a realizar un pequeño viaje, aférrate a mi mano y sígueme. Haremos un pequeño viaje hacia el futuro para que veas lo que te espera. Ya verás que vale la pena vivir”. “¿Y cuánto tiempo se necesita?”. “Nada, una fracción de segundo. Es una de las pocas cosas que nosotros los genios sabemos hacer decentemente”. “¿Y después?”. “Después podrás hacer lo que quieras. Después, te juro que te dejaré en paz”. Así, Marilina se puso una bata, se aferró de una mano del genio y partió, a través de la noche
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DE PORTADA
BERT STERN
de California que ya estaba por llegar a su fin, se fue con la velocidad de un satélite, y abajo, a una distancia que poco a poco iba aumentando, desfilaban las luces de las ciudades, las masas negras de los bosques, las fosforescentes ensenadas de los ríos. Y luego el océano negro que se perdía en el ocaso. Repentinamente, descendieron en picada. El genio la llevó hasta el borde de un ventanal y la invitó a mirar hacia adentro. Era una grande y suntuosa sala de espectáculos y estaban proyectando una película a colores. En la pantalla, Marilina pudo observar a Marilina que sollozaba de una manera maravillosa. Era la escena final de un drama o algo por el estilo. Se escuchó una hermosa frase musical, la imagen en la pantalla se disolvió y se encendieron las luces. Los espectadores tenían los ojos llorosos y con cómicas maniobras se apresuraban a esconder los pañuelos. Luego, estalló un aplauso que parecía una catarata. “¿Has visto?”, dijo el genio. “Esto es lo que te espera dentro de cuatro años”. “¿Y lo demás?”. “¿Cómo que lo demás?”. “Sí, lo demás. Quiero decir, mi vida. ¿Seguirá siendo como hasta ahora? ¿Siempre sola?”. “No, no, te volverás a casar”. “Pero seguiré estando sola”. “Vamos, se buena chica, demos otros saltitos más adelante, ahora te llevaré a que veas el año de 1972”. Realizaron otro vuelo y se apoyaron en el ventanal de otro edificio. Adentro, en un magnífico salón lleno de gente bien vestida se llevaba a cabo una recepción; de repente, se pusieron a aplaudir y hacia el palco iba avanzando ella, Marilina, un poco menos fresca pero igualmente bellísima. Y un señor importante le hacía entrega de una estatuilla de oro. “Admitirás”, dijo el genio, “que éstas son satisfacciones muy hermosas”. “¿Pero mi vida?”, preguntaba ella. “¿Seguirá siendo como antes? ¿Seguiré estando sola?”. “No”, le explicó el genio. “¿Ves a ese magnífico jovencito que en este instante está abrazando a Marilina? ¿Te gusta? Apuesto a que sí. Es tu quinto esposo. Además, ¿cómo puedes decir que estás sola si todos los días miles de hombres se enamoran de ti? Yo mismo, te tengo que confesar…”. COLECCIÓN EVERETT
“Oh, pobre de mí genio”, dijo, con una amarga sonrisa, “cómo se ve que entiendes poco de nuestra vida. Ser amados no sirve. Para no sentirse solos existe un secreto: es necesario ser capaces de amar”. “¿Y tú?”. “Yo… yo…”. Las palabras se le tornaron un nudo en la garganta. No dijo nada más pero movía melancólicamente la adorable cabecita y dos lágrimas rodaron por sus mejillas. “No, no, yo te debo salvar”, dijo rabiosamente el genio, y se la volvió a llevar, galopando por el futuro. Y por todos lados encontraban a la Marilina triunfante, aunque un poco marchita. Ahora ya habían dejado de elogiar su boca y sus senos, ahora la proclamaban la más grande actriz viva. Y por doquier había fiestas, recepciones, castillos, villas, yates. Pero cuando Marilina quería entrar en sus futuras casas, para ver qué era lo que había adentro, el genio se la llevaba lejos porque sabía muy bien que adentro había mayordomos, criados, criadas, flores, perros de raza y todo lo que se puede desear en el mundo, pero ni un solo niño, y en una hermosísima recámara azul en el primer piso, junto a la recámara de ella, también se encontraba preparada una cuna, pero la cuna siempre estaba vacía. Y finalmente, en una villa que parecía un palacio, encontraron a la Marilina ya anciana, una graciosísima viejita que era un amor, pero en sus ojos era fácil leer una macilenta y árida soledad, no obstante las maravillas y los honores que la rodeaban. “¿Ya viste?”, dijo a este punto Marilina, “¿ya viste, amigo mío, que no vale la pena?”. Él no tuvo el valor de insistir. Sosteniéndola de la mano, volvieron a descender por las escaleras vertiginosas del futuro, en un abrir y cerrar de ojos la devolvió a su habitación, en donde Marilina se quitó la bata, se arrojó en el cama con la evidente intención de retomar el fatal sueño interrumpido. Pero el genio, que la acompañaba, puso una cara tan adolorida que Marilina sintió piedad y sonrió. Sí, solo por él haría el sacrificio, renunciaría a la partida, recomenzaría la vida. Lentamente, porque ya el letargo la estaba invadiendo de nuevo, tendió una mano hacia la bocina del teléfono. Sin embargo, también el genio se sintió avasallado por la piedad y le hizo una afectuosa seña de despedida con la derecha. “Que Dios te acompañe, pobre muchacha”. Y se desvaneció como un fantasma, mientras desde las ventanas entraban las primeras luces del amanecer. Marilina lo vio desaparecer. Se quedó allí, inmóvil, con la mano sobre el teléfono. Se dejó llevar, deslizándose, hacia los remolinos oscuros del sueño. L Traducción de María Teresa Meneses
CIENCIA
sábado 6 de agosto de 2016
p. 08
LABERINTO
ESPECIAL
Volkswagen y las emisiones contaminantes Volkswagen paga grandes sumas de dinero para reparar los daños de sus vehículos altamente contaminantes en Estados Unidos pero no en México DESMETÁFORA
L
a canción de Bob Crewe y Bob Gaudio popularizada en 1967 llegó a ser un clásico de la música anglosajona. Varias generaciones escuchamos a Frankie Valli y otros intérpretes cantando “Eres demasiado buena para ser verdad”. You’re just too good to be true can’t take my eyes off you. You’d be like heaven to touch. I wanna hold you so much.
El melodioso “can’t take my eyes off you” delata un incuestionable romanticismo. Sin embargo, más allá del sentimiento, literalmente ciego, de quien no puede apartar los ojos del objeto de su amor, podría estar una auténtica y amenazante posibilidad. La declaración “Eres demasiado buena para ser verdad” podría ser tan terrible y lapidaria como que lo demasiado bueno puede, en efecto, ser la indicación de una mentira. Cuando la evidencia es abrumadora y los resultados demasiado buenos para ser verdad, la verosimilitud se debilita y la facultad de convencimiento empieza a fallar. El escándalo en que se vio envuelta Volkswagen, la compañía automotriz
GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx
más grande del mundo, es un ejemplo del ensueño que inspira el “debes ser como el cielo para tocar”. Muchas organizaciones ambientalistas europeas exigían que sus países adoptaran las estrictas normas de emisión de contaminantes vehiculares exigidas por Estados Unidos. “Si ellos pueden tener autos más amigables con el medio ambiente, ¿por qué nosotros no?”, razonaban los europeos. En Europa la historia ha sido diferente en este renglón pero la campaña publicitaria de Volkswagen en Estados Unidos anunciaba con bombo y platillo a sus autos de baja emisión contaminante. Cuando dos profesores de la Universidad de Virginia y sus estudiantes de doctorado recibieron financiamiento para medir las emisiones de los carros importados, se alegraron mucho porque esto significaba un par, o quizá más, de publicaciones en revistas internacionales. Los artículos académicos en revistas especializadas son, con un poco de suerte, leídos por dos o tres personas en el mundo. Este hecho multitudinario alegra mucho a los investigadores en las universidades y centros de investigación. Para llevar a cabo sus mediciones, los investigadores rentaron un Jetta VW 2012 y
un Passat VW 2013 y, con el afán escolar de hacer las cosas bien, condujeron los vehículos 2 mil kilómetros de San Diego a Seattle y de regreso, midiendo las emisiones con el auto en marcha. Esto debe haber sido divertido para los estudiantes. Los resultados de la prueba eran muy distintos a lo que obtuvieron en el laboratorio pero eso no fue todo: la prueba en laboratorio, después de tan largo recorrido, resultó ser tan buena como lo que se obtuvo antes de hacerlo. ¡Demasiado buena! Los carros no solo emitían muy pocos contaminantes; además, después de un uso considerable mantenían las emisiones muy bajas. ¡Demasiado bueno para ser verdad! Sin embargo, en el camino las emisiones del Jetta rebasaron entre 15 y 35 veces el límite permitido para la emisión de óxido de nitrógeno mientras que el Passat emitió entre 5 y 20 veces más de lo permitido por la norma norteamericana. Es decir que, en marcha, las emisiones no solo eran considerablemente mayores a las que se habían obtenido en el proceso de verificación estático sino que sobrepasaban con mucho los requerimientos de importación. Con la emisión de tales cantidades de contaminante bien se podía pensar en “un cielo para tocar”. ¿En dónde estaba el truco? Casi medio millón de autos Volkswagen vendidos en Estados Unidos y 11 millones de unidades en el mundo, que incluyen 8 millones en Europa, cuentan con un sistema que detecta varios parámetros del vehículo como la velocidad, la posición del volante y probablemente la posición de las llantas y su giro: delanteras en movimiento y traseras en reposo para pruebas de laboratorio. Cuando este sistema detecta las condiciones de una prueba en laboratorio optimiza la marcha del motor en baja potencia para disminuir la emisión de contaminantes. Cuando el auto se encuentra en ruta, el sistema se desliga para dar potencia sin importar que la emisión de contaminantes aumente. Como resultado del ingenioso truco, los carros VW en condiciones de marcha emiten hasta 40 veces más óxido de nitrógeno que lo permitido en Estados Unidos. El engaño fue descubierto en un proceso de investigación académica que por lo general es incorruptible y los costos para la compañía han sido enormes. En octubre de 2015, un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts y de la Universidad de Harvard publicó un estudio sobre el impacto en la salud pública de las emisiones de los vehículos afectados. Según esto, como resultado de la distribución de 482 mil carros VW en territorio norteamericano, entre 2008 y 2015 morirán 59 personas, se presentarán 31 casos de bronquitis crónica y se causarán daños sociales por un monto de 450 millones de dólares. En caso de que los carros VW que circulan con los bajos estándares de emisión sean retirados para finales de 2016, se evitarán 130 muertes adicionales. Las estimaciones pueden resultar chocantes y hasta divertidas, pero el trabajo publicado es un dechado de estimación estadística, uso de datos y análisis probabilístico. Un analista dijo: “Es verdad que en Europa los estándares no son tan estrictos como en Estados Unidos” y agregó: “por esta razón en Europa no es necesario mentir”. Quizá fue por eso que la canciller de Alemania, Angela Merkel, se mostró siempre protectora de su industria automotriz. En el congreso de la Asociación Alemana de Fundaciones celebrado en 2007, la canciller dijo: “Con toda la fuerza que yo tengo, con toda la dureza”, palabras que la inmortalizaron entre los ambientalistas, “me voy a oponer a los límites de emisión de contaminantes”. Los jefes industriales sentados en la sala aplaudieron con beneplácito. No sabían entonces que ni con ella en la presidencia podrían prescindir de la mentira para vender sus carros… en Estados Unidos. En México no tenemos tales problemas porque nuestras normas no son las de nuestros vecinos del norte, aun con lo que esto significa para la calidad del aire que respiramos. L
REFERENCIAS
“Too Good to be True: When Overwhelming Evidence Fails to Convince”, Lachlan J. Gunn, et al. arXiv:1601.00900v1. “Why Too Much Evidence Can be a Bad Thing”, 4 de enero de 2016. http://phys.org/news/2016-01-evidence-bad.html “Volkswagen: The Scandal Explained”, Russel Hotten, 10 de diciembre de 2015, BBC News, http://www.bbc.com/news/ business-34324772
MILENIO
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sábado 6 de agosto de 2016
× A
NADA SE ACABA MARGARET ATWOOD Lumen México, 2016 404 pp. Publicada en 1979 y aclamada por la crítica, esta novela de la también autora de El cuarto de la criada, La novia ladrona, Alias Grace o El asesino ciego (Premio Booker 2000), permaneció inédita en español hasta ahora que llega traducida a librerías, y trata del matrimonio en bancarrota de Elizabeth y Nate, quienes verán su desastrosa relación aún más despedazada por el suicidio del último amante de Elizabeth. No obstante, a la pareja se integra Lesje, una paleontóloga que pasa su tiempo entre fósiles de dinosaurios, para completar el triángulo que Elizabeth y Nate necesitan para funcionar.
EL ASESINO OBEDIENTE JOHN P. DAVIDSON Plaza Janés México, 2016 373 pp. Siguiendo las leyes de la ficción, este relato indaga en los motivos y las fuerzas históricas en movimiento que condujeron a Ramón Mercader hasta el círculo más cercano a León Trotsky y a su tan sonada ejecución. La Guerra Civil en España es uno de los escenarios privilegiados, al igual que París, Bruselas y, por supuesto, la Ciudad de México a fines de la década de 1930, con Diego Rivera y Frida Kahlo como mandarines de la cultura. Mercader parece más una marioneta de Stalin que un seguidor de la revolución socialista que cobró millones de víctimas.
EL NIÑO EN LA CIMA DE LA MONTAÑA JOHN BOYNE Salamandra México, 2016 251 pp. Berghof era la residencia de Hitler en los Alpes de Baviera y a ella va a dar Pierrot, un huérfano que queda al cuidado de su tía y que experimentará la guerra desde una posición más que privilegiada. Pierrot y el Führer cultivan una amistad desinteresada que muy pronto se convierte en una relación de mando y sumisión. Ya que todo ocurre dentro, el lector apenas tiene noticias del ascenso del nazismo y de su inevitable derrota. El niño en la cima de la montaña es una novela iniciática, deudora de los ritos de paso que marcan el tránsito de la niñez a la vida adulta.
LA CACERÍA MARINA PORCELLI Cuadrivio México, 2016 60 pp. Con el cuento que da título a este libro, la argentina Marina Porcelli obtuvo el Premio al Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés 2014, y no es para menos: se trata de un intenso y conmovedor relato sobre el vacío y las urgencias de la carne, sobre el enamoramiento de los lugares a los que no pertenecemos, sobre el descubrir calles y reinventar o, mejor dicho, apropiarse de los espacios para construir un mundo propio pero, también, sobre los bordes del abismo existencial que pisamos día a día con la única intención de lanzarnos así, sin más, y hacer pasar esa caída como un descuido.
EL PELIGROSO ENCANTO DE LO INVISIBLE PHILIP BALL Turner España, 2016 388 pp. Formado en Química y Física, Ball aborda el tema desde una perspectiva fundamentalmente científica. Sin embargo, el adjetivo “peligroso” que aparece en el título le otorga un sesgo moral. Podemos decir que la aspiración a poseer características sobrenaturales es algo connatural al ser humano, pero al alcanzar ese estado algo se rompe, como enseñan El hombre invisible y El señor de los anillos (en Harry Potter el uso del motivo es más bien trivial). Otras perspectivas aparecen en este repaso histórico, que recuerda que magia y ciencia han estado unidas más de lo que se cree.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
POR UN PUÑADO DE BALAS
F. G. Haghenbeck Océano México, 2016
Gusto pasteurizado ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
N
ada tan oportuno para atestiguar la progresiva disolución de la figura del escritor a manos de la del autor como la más reciente novela de F. G. Haghenbeck: carece de pretensiones, se conforma con redactar aseadamente y dedica sus pocas gracias a un argumento que sigue a pie juntillas las convenciones del western, es decir, balaceras a granel, muchos golpes de fortuna, cantidades ingentes de tipos mal encarados que comen fuego. Se supone que el lector necesita emociones, aunque no tantas como para perturbar su tranquilidad, de modo que emociones recibe y eso es todo. Lo primero que un autor echa por la borda es la vocación de estilo. Tan interesado está en consignar las acciones que de un manotazo aparta la búsqueda de una expresión individual para integrarse a la cháchara común que solo tiene interés en seguir unos cuantos preceptos sintácticos. El resultado salta a la vista y ya es la norma: libros destinados al puro entretenimiento que se vuelven desechables una vez que anuncian el final de la historia. Con ellos se identifica Por un puñado de balas. Quiere agradar, y es posible que a ratos lo consiga, y es posible también que Haghenbeck no quiera otra cosa o que tenga la idea de que un novelista no está obligado a convertirse en una persona capaz de reinventarse a sí misma. Apenas simpáticos resultan los esfuerzos del detective privado Sunny Pascal para hallar la tumba donde yace una mujer asesinada durante la Guerra Civil en España y para dar muerte simbólica a Salvador Dalí (por encargo, vaya-vaya, de Luis Buñuel). Las investigaciones conducen hasta Almería, donde Sergio Leone se encuentra filmando For a Few Dollars More. De este modo, y ya que aspira únicamente a gustar, la novela se monta en el lenguaje cinematográfico, sin perder la oportunidad de hacer un retrato jactancioso de Sunny Pascal, quien dice haber pasado una temporada en la cárcel de Las Vegas junto a Elvis Presley, fallado en su intento de llevar a una joven Mia Farrow a la cama y salido indemne de un ataque de la mafia por culpa de Frank Sinatra. Un autor ha de ganarse la simpatía del lector a toda costa y Haghenbeck parece confiar demasiado en el atractivo que puede ejercer un personaje que ha sido creado con muy poca severidad. Aunque no cuesta nada sintonizar con las bravuconadas y los excesos de adrenalina que se reproducen sin medida, nada tampoco impide tomar distancia de una novela como Por un puñado de balas por la manera en que se pone al servicio de estrategias masivas. ¿O que son todos esos encuadres en los que Sunny Pascal aparece confiadamente al lado de Klaus Kinski, Lee Van Cleef y Clint Eastwood sino arrumacos a un lector que se presume indulgente, un turista de los libros que solo se encuentra con ellos mientras aguarda la salida de su avión o toma una cerveza en la playa? F. G. Haghenbeck es una proyección y un síntoma: una proyección del gusto pasteurizado de las grandes casas editoriales y un síntoma del cinismo con el que los autores de libros se hacen pasar por escritores. L
CINE
sábado 6 de agosto de 2016
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LABERINTO
ESPECIAL
me dejé llevar más por el sentido del humor. Creo que a pesar de que las conozco desde hace años, el documental refleja una evolución en mi forma de verlas. ¿En qué sentido?
Las respeto más como mujeres sobrevivientes, sabias. Al principio, cuando llegué a La Merced, las veía como víctimas. Ahora valoro su sentido del humor, sus ganas de enamorarse, por eso era importante resaltar estos rasgos. ¿En qué momento hace a un lado el victimismo?
No sé, las conozco hace más de 20 años. Además he trabajado con mujeres de Reynosa, Tijuana, Tapachula. Es un largo viaje. Entre ellas hay patrones que se repiten, como el abuso sexual.
Y de una violencia fuerte y sometimiento ante el hombre; esto va muy de la mano con la prostitución. Al hablar de las relaciones de pareja, ellas tienen perfectamente asumido lo que es trabajo y lo que es sentimiento, cosa que no siempre se acepta del lado masculino.
Maya Goded
“Me gusta platicar con quien fotografío” Plaza de la soledad redimensiona la prostitución desde la perspectiva cotidiana y el sentido del humor HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
ENTREVISTA
A
lo largo de más de 20 años, la fotógrafa Maya Goded ha documentado la vida de las prostitutas del barrio de La Merced. Su vínculo con ellas ha crecido con el tiempo y ahora detona en Plaza de la Soledad, filme que marca su debut como cineasta y donde se aproxima a la dignidad y humor de un grupo de mujeres a las que considera sobrevivientes.
Sofía de España y para el montaje grabé lo que para ellas significaba el amor. Digamos que esa fue una primera aproximación al diálogo. En el libro que publiqué anteriormente incluí también las entrevistas. Me gusta platicar con la gente que fotografío, le dedico bastante tiempo a la platicada. El documental muestra mi forma de trabajar, desde el montaje hasta la convivencia.
¿Fue por necesidad el paso de la fotografía al cine documental?
¿En términos de composición es la misma mirada la de la fotógrafa que la de la cineasta?
Desde hace varios años lo necesitaba. Mi primera exposición sobre este tema fue en el Museo Reina
Tienen mucho que ver. Encuadro muy parecido aunque el acercamiento quizá sea distinto. Ahora
HOMBRE DE CELULOIDE
En la película quería mostrar los problemas de comunicación entre hombres y mujeres. De pronto nos comportamos como si no nos conociéramos, no es una cuestión de trabajo o de género. Son temas tan complejos que solo muestro pedazos para que la gente reflexione. ¿Por qué decidió involucrarse como personaje?
En mis fotos soy muy participativa, es evidente que me modelan y que hay una relación conmigo. Es decir, asumo que establezco una relación y que estoy modificando su espacio. Por tanto, no veo el caso de esconderme. Todo se basa en nuestra relación de mucho tiempo. Sería falso decirles: “No voltees a la cámara y no me lo digas a mí”. En el documental una de ellas aparece inhalando cocaína. ¿Qué tipo de cuidados o límites se planteó para no exponerlas?
Mi editora, Valentina Leduc, y yo, decidimos qué mostrar. Creo que es algo natural en la fotografía pues es un proceso similar. En el caso de Ángeles, quien inhala, es alguien a quien conozco desde hace mucho, tenemos mucha comunicación. Pregunté si no la metíamos en problemas. Algunas de ellas necesitan meterse algo porque la noche es dura y solo así obtienen fortaleza. En relación con ello, la policía juega un papel importante por la interacción que tienen con las chicas en Circunvalación. ¿Por qué no mostró nada de eso?
Esos fueron algunos de los límites que nos establecimos. No las queríamos meter en problemas porque finalmente ellas son quienes dan la cara. L FERNANDO ZAMORA
¿Un antihéroe despreciable? ESPECIAL
E
l inglés Stephen Frears sabe crear grandes personajes. Para ello necesita, claro, grandes actores. Como Helen Mirren con quien hizo The Queen. Al otro extremo del ser humano, Frears dirige ahora a un ser en apariencia despreciable. Ben Foster es Lance Armstrong en El engaño del siglo. Armstrong ganó siete veces el Tour de Francia. Si uno lo piensa con cuidado, que lo haya hecho a base de engaños es anecdótico. ¿En realidad nuestro antihéroe es tan despreciable como parece? Evidentemente, Stephen Frears no le ofrece dignidad, pero sí complejidad. El deportista que se droga para ganar nos identifica con lo que hay de humano en el necio deseo de obtener un poco de fama como paliativo para enfrentar la muerte. Los claroscuros de Armstrong crecen, además, cuando uno descubre la forma en que los medios hicieron de él a un súper héroe americano. El hombre se prestaba no solo por ese carisma que envidiaría cualquier político, además tenía un pasado un poco triste; uno de esos que hacen las delicias del amante del melodrama. Ganar tantas veces el
El engaño del siglo (The Program). dirección: Stephen Frears. guión: John Hodge basado en el libro de David Walsh. con Ben Foster, Chris O’Dowd, Guillaume Canet, Jesse Plemons. Inglaterra, Francia, 2015.
Tour de Francia después de haber estado a punto de morir de cáncer da para libro de autoayuda, pero desmontar el mito sin caer en la farsa de la denuncia da para una película muy buena: El engaño del siglo. Este deportista trasciende al malvado engañabobos. En sus acciones se mezclan tanto lo que consideramos más
despreciable como lo que más apreciamos en el ser humano. El ciclista no solo consiguió desarrollar los métodos más sofisticados para salir limpio en toda clase de exámenes antidoping: era capaz de pasar una mañana sentado a los pies de un niño que estaba muriendo de cáncer. ¿Lo hacía por pura publicidad? Si Frears respondiese con un rotundo sí, la
@fernandovzamora
película sería tan falsa como el ciclista, pero el director deja abierta la duda que producen los grandes personajes del cine y la literatura. Si alguna metáfora bíblica hubiese detrás de esta historia sería la del hombre que ha ganado el mundo pero ha perdido el alma. Explicándonos con precisión periodística los embrollos que involucraron al Tour de Francia, a sus patrocinadores, a apostadores profesionales y a científicos que legítimamente investigaban tanto los esteroides como la cura para el cáncer, Ben Foster, actor de El engaño del siglo, ha conseguido retratar a un humano que recuerda que somos poco más que gusanos pero poco menos que ángeles. El engaño del siglo sería solo una película de chismes deportivos si no fuese por el extraordinario trabajo de actuación de Ben Foster, un retrato que solo se explica después de largas horas de discusión y planeación con los guionistas de una película como ésta. Algo similar logró Frears con Helen Mirren. Si algo sabe hacer como realizador Stephen Frears es dirigir actores que ofrecen una reflexión de lo que significa lo humano, sobre todo en un país como Estados Unidos, tan necesitado de estos héroes de cartón, de esta clase de drogadictos que lograron, sin embargo, engañar siete veces al Tour de France. L
MILENIO
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ESCENARIOS
ESPECIAL
Cómo mantenerse en desequilibrio El líquido táctil es una farsa en la que los personajes se mueven peligrosamente al filo de sus obsesiones TEATRO
E
l líquido táctil del dramaturgo argentino Daniel Veronese, que dirige Boris Schoemann, deja un sabor híbrido, entre amargura y desencanto, con ecos de un humor que corta como vieja navaja de afeitar, sin causar dolor pero sí molestia, y aunque pareciera ser ésta la meta de autor y director, falta trabajo actoral para nutrir la complejidad ácida de esta obra antes del final de su temporada. Escrita en 1997 para trabajar con su grupo, El Periférico de Objetos, la obra del autor de Mujeres que soñaron caballos y Corderos plantea la reunión de un joven matrimonio conformado por una ex actriz de teatro ruso, Nina Hagëken, su esposo Peter Expósito y el hermano de éste, Michael. El trío libera pesados secretos que detonan explosiones internas al calor de la cerveza, sin que parezca importarle a ninguno de ellos lo que padece el otro. En un hábil juego dramatúrgico que no cesa de hacer homenaje a Chéjov, con guiños a La gaviota de forma un tanto desbordada, los personajes se comportan de algún modo como los creados por el dramaturgo ruso en cuanto a que se dedican a observar el entorno deteniéndose en palabras y dichos del otro como si nada sucediera en su vida, hasta que un comentario externo hace estallar, sin mayor consecuencia, su infierno detrás de una paz aparente. Los tres personajes de la obra argentina tienen filias y fobias que van de lo obsceno a lo absurdo, dando la impresión de que se trata de personas banales en desequilibrio permanente. Sin embargo, reflejan una sociedad que, como la expuesta por Chéjov, se pudre a mayor velocidad sin poder evitarlo. El líquido táctil es una farsa en la que los personajes transitan de un extremo a otro, sobre el filo de sus obsesiones, incluida la zoofilia. Sin embargo, el montaje está en proceso de construir la densidad que este accidentado universo requiere, por más disparatado que parezca.
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
Boris Schoemann se aleja esta vez de textos de autores canadienses que bien conoce. Apuesta, en el décimosexto aniversario de su Compañía Los Endebles, por una obra de autor argentino y dirige a tres jóvenes actores que necesitan tomar en cuenta que el actor florece mientras más se hunde en el lodo de su personaje, sin juzgarlo, para evitar el boicot y la traición que banaliza toda acción y palabra, abriendo boquetes en la ficción que empujan al espectador a evadirse de la escena. El líquido táctil está protagonizada por la joven actriz colombiana Gabriela Zas, de bello rostro y figura, que corporalmente se expresa con soltura y gracia, y cuyos mejores momentos son los coreográficos; sobre su trabajo, da la impresión de que le avergüenzan los recuerdos de su personaje, por lo que muchos de sus parlamentos y acciones se encuentran vacíos de significado por más que grite, aúlle y pronuncie lo que dice el libreto. Su trabajo exige un profundo análisis de texto que pueda conducirla por los oscuros laberintos que hacen gritar a su personaje incomprendido. Por su parte, David Bretón, quien interpreta al marido de Nina, hace decir casi todo a su personaje desde una superioridad artificial que parece incomodar al mismo actor, por lo que se mantiene en un límite que no libera aún al personaje en su propio túnel. En cambio, Jorge Chávez, en el rol del hermano visitante, llega en muchas más ocasiones a proyectar la verdad de un personaje que juega a no involucrarse, sin dejar de aportar socarronamente elementos para el descalabro. Aunque Schoemann acepta el reto de dirigir una obra compleja, extraña y multitonal con un elenco joven que no forma parte de su compañía, lo que es loable, el equipo necesita calcular el cúmulo de tiempo y trabajo extra que esto exige. Quizá si los jóvenes actores deciden trabajar por su cuenta y sin pausa al cuidado del director, cuya trayectoria incluye montajes excepcionales, podrán acercarse a coronar buena parte del reto escénico aceptado. L PATRICIA ORTIZ
La obra dirigida por Boris Schoemann se presenta los domingos a las 18:00 horas en La Capilla
Verónica Castro en Aplauso
Mala noche, sí MERDE!
U
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
na chaparrita de ojo verde atraviesa la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Todos la miran. No es de grandes piernas pero sí de enorme rostro: uno sonríe con y por ella. La gracia la llevó a la cumbre de la fama y a que todos le llamáramos la Vero, como si fuera nuestra amiga de siempre. Tú no. Tú la mirabas de lejos y la observabas en sus clases, atenta, educada, estudiante entregada. Iba un ciclo delante de ti y quería ser especialista en Relaciones Internacionales. Su tesis, de 1979, decía: “ciertas minorías repudian la televisión en sí misma, mientras que otras la desacreditan; sin embargo, muchos millones de personas la consideran lo suficientemente interesante, comunicativa, instructiva e informativa como para situarse cada día frente a sus televisores sin que nadie los obligue a ello” (Gerardo Estrada fue el sinodal de esa tesis con la que se recibió en su carrera, que nunca ejerció). Por hermosa y simpática, la televisión la catapultó. Su figura sigue viva, con 50 años de permanencia, a pesar de que la televisión —Televisa— ya casi no la contrata. Quisiste ir a verla en el musical ese de Betty Comden y Adolph Green, Aplauso. Los musicales sin producción, donde el vestuario, la música y la escenografía hacen el espectáculo, resultan un fiasco. Eso pasó con Producciones Fábregas: apostaron por ella pero no por la obra. Apostaron por el público que va a aplaudirla —de pie— pero no por el género del teatro que exige rigor y orquesta de nivel. Los bailarines hacen correcto su trabajo pero la pobreza de la producción deja que desear. Verónica Castro brilla porque sus ojos fulminan, porque logra comunicar su enorme carisma lleno de simpatía, porque aunque no canta dice con sorna las cosas y por eso todo mundo le aplaude a la intérprete de la telenovela Rosa salvaje, a la conductora de televisión de Mala noche, no, a la que dirigió el primer programa de Big Brother. Un obra para una estrella, pero con una producción de cuarta. O cobró demasiado y no alcanzó para más, o los productores son codos y apostaron por ella sin pensar en el mínimo del arte musical. No hay dirección, hay coordinación. No hay director de orquesta, hay apuntador de canciones (en parte por el escaso número de instrumentos). Hay coreografía, sí, hay bailarines, sí, pero el elenco brilla con dificultad en medio de una escenografía acartonada, de escasa brillantez y poca monta. Se nota más el cartón que el sueño de inventar un escenario. Pero la Vero sale librada, a pesar y en contra de ella. Es efectivamente una alegría verla radiante, su estrella en plena madurez. Su contraparte, Natalia Sosa —la trepadora, la de las nuevas generaciones, la de triunfo a las malas más que a las buenas—, no canta ni actúa mal a su lado. Es la competencia de la actriz contra el carisma de la diva. Pero el teatro es más que dos. No hay forma. Mala noche de teatro, sí. Te quedas con Verónica Castro, la estudiante de la UNAM, y su sonrisa. L
VARIA
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LABERINTO
ESPECIAL
Mente olímpica DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
T
ruman Capote solía decir como verdad científica que al vivir en California se perdía un punto de cociente intelectual cada año. Tal vez durante este verano perderemos aún más, y sin necesidad de viajar a California, pues luego de una Copa América y de una Eurocopa, llega el turno de las Olimpiadas. Será otro gran desperdicio de vida para mirar una serie de espectáculos citiusaltiusfortivos que no estimulan ninguna actividad en las neuronas. Otra vez, los héroes del mundo serán un montón de analfabetas con cuerpos sanos en mentes
no tanto, supuestos herederos de aquellos griegos del pasado, con la diferencia de que los de hoy no conocen ni a Homero ni a Esquilo ni a Eurípides. En estado cuasivegetativo, el espectador mirará una serie de deportes que sin el debido consumo de publicidad no le hubiesen interesado lo más mínimo: polo acuático, levantamiento de pesas, lanzamiento de martillo, hockey sobre pasto, nado sincronizado, tiro con arco, canotaje, bádminton, judo, equitación, una especie de subrugby, vela, esgrima, golf y otros bostezos con la sensación de que se está ante algo importante. Por su parte,
LO QUE CONTEMPLAS
los deportistas harán su doble esfuerzo: por ganar y por ocultar su dopaje y al final se sabrá que el himno nacional más popular fue el de China. La cultura solía ser parte esencial de los Juegos Olímpicos antes de que se volvieran un festival comercial. Aunque los mexicanos suelen recordar al Tibio Muñoz, al sargento Pedraza y a Enriqueta Basilio cuando se les menciona la XIX Olimpiada, lo cierto es que ocurrieron cosas más memorables. Mucho más interesante que lo sucedido en el Gimnasio Juan de la Barrera fue la exposición que presentó el Museo de Arte Moderno con obras de René Magritte, Roberto Matta, Salvador Dalí, Jackson Pollock, Roy Lichtenstein, Paul Gauguin, Francis Bacon, Edvard Munch, Käthe Kollwitz, George Grosz y Vasili Kandinski, entre otros. En vez de ver cabecitas flotar en la Alberca Olímpica Francisco Márquez, podía irse al teatro, donde compañías de todas las latitudes montaron obras de Ionesco, Shakespeare, Calderón, Brecht, piezas del teatro No y tantas más opciones que incluyeron a directores como Grotowski y escenografías de Leonora Carrington. Mientras en el Estadio México 68 expulsaban a dos atletas negros por expresarse dignos y de pie contra el racismo, mientras los soviéticos cocinaban castigos por las protestas de Caslavska, en la Arena México Juan José Arreola presentaba a Yevgueni Yevtushenko, que decía sin censura y con el mismo espíritu: “Me parece ser Dreyfus, condenado, al que juzgan, escupen, encarcelan; pero de pie resiste la calumnia y el grito filisteo”. Entre los que asistieron a las Olimpiadas, no solo Caslavska, Smith y Carlos se habían sentido escupidos, pues los versos de Yevtushenko: “O también soy un niño en Białystok. De pronto estalla el pogromo. La sangre derramada cubre el suelo. Los que huelen a vodka y a cebolla salen de la taberna y gritan todos: ‘mata judíos’”, ya los había vivido en carne propia un músico que formaba parte del Quinteto de Varsovia, un pianista llamado Wladislaw Szpilman, o sea, el pianista de El pianista. Hubo más arte, política, humanismo y clásicos en esas Olimpiadas del 68, pero como el hombre común entiende mejor el disparo de salida que la batuta, la velocidad que el ritmo, al entrenador que al director de teatro, la jabalina que el violín, el marcador que la poesía, el disco que el discóbolo, los clavados que la danza, el récord que la historia, el grito de gol que el do de pecho y el photo finish que el arte contemporáneo, tendremos en Brasil unas Olimpiadas que, amigo espectador, fueran bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. L ADRIANA DÍAZ ENCISO
adianadiazenciso@gmail.com ESPECIAL
Paraísos C
omo albergue al huir de la peste bubónica en Londres no está nada mal la hermosa casita de techos bajos en Chalfont St Giles, Buckinghamshire, con su idílico jardín. Es aquí donde el poeta John Milton encontró refugio con su esposa e hijas en 1665. Solo que no podía verla: para entonces ya estaba ciego, aislado tras la caída en desgracia a que lo llevaron sus textos políticos. Las diversas caras de la desgracia lo habían hecho volver al primer refugio de todos, la poesía, y en esta casa protegida tanto de la epidemia como de la turbulencia de los tiempos en que le tocó vivir terminó su gran poema El paraíso perdido, que iniciara en un entorno muy distinto, preso en la Torre de Londres. El poema le devolvió no solo la estima de sus compatriotas, sino algo más importante: no la vista, pero sí la visión, y en su épica explora hasta el último intersticio humano y divino de la caída. Pasan los siglos. Entre sus renovadas revueltas y desgracias, la poesía sigue siendo amparo. Así lo entienden dos jóvenes poetas, Giovanna Coppola y Clover Peake, que en 2015 dan luz a la iniciativa de poesía Parole Parole. Digo “iniciativa” a falta de mejor palabra para definir esta voluntad vital de llevar a la poesía a tomar por asalto no los grandes foros, no la institucionalización de la cultura como mercancía que agobia al siglo XXI, sino lugares íntimos, a veces insospechados, donde la lectura de poesía es experiencia hermanada a la conversación y al gozo fundamental, y fundamentalmente inútil, sin el que dicha experiencia es mentida. El domingo pasado Parole Parole organizó una de estas lecturas en el estudio en que Milton puso punto final
La casa de John Milton en Chalfont St Giles
a su Paraíso perdido. Además de Coppola, Peake y la que esto escribe, leyeron Roberto Minardi y Fabian Peake. Nuestros poemas eran diálogo con su paraíso y con la pérdida: un hombre y una mujer desnudos aboliendo la idea misma de la tentación en una calle urbana cualquiera, su cierta humanidad como coartada; un jardín donde la tentación es ambigua, deslumbrante cascada de imágenes en que el diablo y la belleza se confunden, sospecha de que la caída es también ascensión, el truco magnífico del arte; un infierno que es frío, ausencia cincelada un día de San Valentín, el Támesis transfigurado en Estigia, la oración de la pérdida desgranando las bendiciones
del amor; una desorientación y su pregunta a medio camino entre el pueblo natal que se abandona por un futuro, una esperanza, y su llamado: ¿cuál es el cielo y cuál el infierno?; entre tradición y modernidad que se desgarran, ¿fue ascenso o caída dejar Nápoles?, y otra pregunta a Milton sobre su ceguera y su visión, abierta desde la muerte de otros hombres, la tragedia de otros hombres, otros ciegos, múltiples formas de desgracia y de locura. Pasamos el resto de la tarde conversando en el jardín, sembrado con las flores que Milton invoca de memoria en su paraíso. Jardín y poesía refugio aún, en un mundo no menos turbulento. L