Laberinto
PANTISOCRÁTICOS armando gonzález torres p. 02
DELIA CASANOVA Y BLANCA GUERRA braulio peralta p. 11
LA PASIÓN DE SELMA ANCIRA
jorge bustamante garcía p. 04 y 05
MILENIO
NÚM. 692
sábado 17 de septiembre de 2016 FOTO: ESPECIAL
CENTENARIO DE ROALD DAHL
víctor núñez jaime p. 06 y 07
ANTESALA
sábado 17 de septiembre de 2016
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LABERINTO
ESPECIAL
Pantisocráticos ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
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on jóvenes y poetas: han decidido fundir creación y vida cotidiana, formar una familia electiva con sólidos lazos espirituales y restituir el placer del trabajo, aunado al dulce arrullo de la charla. Si con Platón los poetas habían sido expulsados de la ciudad ideal, ellos, al contrario, buscan fundar una república virtuosa sustentada en las leyes suaves de la poesía. Son Samuel Taylor Coleridge y Robert Southey, poetas cachorros, que en 1794 establecen una magnética amistad e, inspirados por el romanticismo, la Revolución francesa y el movimiento unitario, comienzan a concebir una comunidad que reúna el trabajo colectivo y el solaz y, sobre todo, intente recuperar la frugalidad e inocencia original, esa refinada bondad que Rousseau atribuía al buen salvaje. En tal comunidad, en unas pocas generaciones se podría combinar la pureza de sentimientos y percepciones con los
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
adelantos técnicos que hicieran la vida más confortable y permitieran dedicar un tiempo muy corto a la manutención y uno muy prolongado al arte y la conversación. Este ideal de convivencia, denominada Pantisocracia, sería igualitario en lo político y colectivista en lo económico, se regiría por los principios de la razón natural y no devendría en la violencia, como lo hacía la Revolución francesa, pues se replicaría pacíficamente por su rutilante ejemplo de éxito. Coleridge y Southey animaron a varios amigos y familiares para instaurar el espacio de promisión y situarlo en el Nuevo Mundo. Se pensó en emigrar a Estados Unidos y comprar unos terrenos en las orillas de un lago en Pensilvania. Las dificultades materiales y prácticas para fundar la comunidad, pero, sobre todo, las pequeñas flaquezas de los señoritos utópicos empezaron a minar el proyecto. Southey, por ejemplo, hizo enojar a Coleridge
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con su peregrina idea de llevar un sirviente a la proyectada arcadia de igualdad y libertad. Por su parte, el mismo Coleridge, lleno de dudas sentimentales, se preguntaba si su prometida, tan afecta a las fiestas y los vestidos, sería lo suficientemente “pantisocrática” para integrarse a la culta y ascética cofradía. Pronto los exaltados
fundadores decidieron postergar indefinidamente la apertura de la paradigmática comunidad. Si bien la utopía pantisocrática no se llevó a cabo, resulta conmovedoramente representativa del estrecho vínculo entre estética y política y de la encomiable necedad de todo artista adolescente de “cambiar la poesía y cambiar al mundo”. L
En el laberinto de tu corazón acecha el minotauro de tu rencor.
El diccionario y sus bondades LOS PAISAJES INVISIBLES
Samuel Taylor Coleridge
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
a novela propone las claves de lo humano, demasiado humano. El cuento comprime una revelación en la aparente trivialidad de lo anecdótico. Los dramas, leídos o en el escenario, proyectan un reflejo descarnado de la interioridad propia o ajena. La poesía acopla los sentidos con el ritmo natural del ser ante las cosas y el universo. El ensayo relaciona la experiencia con el devenir mundano sin emitir conclusión definitiva. Tales son, en la superficie, las esencias de los géneros, podríamos reflexionar un poco más pero el espacio resultaría insuficiente para subrayar sus virtudes o trazar sus deficiencias, todo depende de la novela, el cuento, el drama, el poema o el ensayo que se utilice como paradigma, no olvidemos que en los géneros —en la literatura— también hay clases, y el hábito de leer es muy parecido al régimen alimenticio: si se lleva una dieta ya no digamos sana, sino moderada, el cuerpo padecerá menos achaques, lo contrario sucederá con el consumo de chatarra. En el pensamiento, en el espíritu,
la lectura influye igual que un filete de salmón o una bolsa de frituras. Sin embargo, como hay quienes no comen los hay quienes tampoco leen. Esos cuerpos, esas mentes famélicas, languidecen de vacío. Los primeros lo evidencian en su flacura corpórea, los segundos en su escualidez mental, y nunca faltará el hambriento que intente enmascarar su figura decaída con ropajes convenientes, como siempre habrá un exinanido intelectual que diga, por ejemplo, que el libro que cambió su vida fue la Biblia. Para este tipo de creaturas que recurren al lugar común del Antiguo o Nuevo Testamento para salir del paso, sugerirles que lean una novela, un cuento, un drama, un poema o un ensayo con el fin de que ganen proteínas cerebrales quizá sería un exceso, así que el mejor consejo puede ser que se refugien en el diccionario. Tal vez ahí encuentren las claves de su condición, los reflejos de su interioridad o su experiencia —y papel— en el devenir mundano. Pongamos algunos ejemplos con acepciones selectivas. Cinismo. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española refiere “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables” (piénsese en esta definición al leer las declaraciones de los funcionarios en estricto orden piramidal).
Corrupción: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores” (imposible exiliar este concepto en los expedientes cotidianos del sexenio). Fobia: “Temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión” (aplíquesele a ésta el prefijo homo, eleve su potencia y no solo obtendrá ciertos sinónimos de aversión sino conceptos como impostura: “fingimiento o engaño con apariencia de verdad” o intolerancia: “falta de tolerancia, especialmente religiosa”. Con suerte, quizá también entienda una marcha a favor de la familia). Impune: “Que queda sin castigo” (¡ups!, cuántos ejemplos). Traición: “Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener” pero mejor veamos Alta “traición cometida contra la soberanía o contra el honor, la seguridad y la independencia del Estado” (remember “Welcome Donald Trump”?) ¿Y qué hay de política (“actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”)? Esa solo puede entenderse con la derivación política de avestruz. Ah, qué duda cabe. El presente es más fácil de digerir recurriendo al diccionario y sus bondades. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× M I C H E L
sábado 17 de septiembre de 2016
ANTESALA
H O U E L L E B ECQ ×
de puente en la zona 6 Este poema forma parte de la segunda sección de Configuración de la última orilla, recientemente publicado por Anagrama
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er un perrito blanco que corre sin cansancio a por la misma rama, O un viejo pastor negro que dice sin quejarse la misa del domingo: En resumen, tener fe, minúscula o sublime, un conjunto de gestos Como una danza idiota, pongamos que el paso turco, una danza modesta Que se dance sin esfuerzo, mínimo aprendizaje, y muy poca reflexión: Alcanzar la felicidad inmóvil y cíclica de la repetición. Traducción de Altair Diez
×EKO×EX LIBRIS×MATHILDA Y SOREL×
Las maneras de una voz RESEÑA DIEGO JOSÉ
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a interesante catedral poética que construye Minerva Margarita Villarreal en Las maneras del agua (Fondo de Cultura Económica), Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016, tiene su fortaleza en el manejo del lenguaje, en la profusión lírica y en los destellos de iluminada inspiración que alcanza. Se trata de una poeta en pleno dominio de su técnica (esa extraña conjunción de recursos, estilo, expresión y temple que todo poeta anhela). Este dominio le permite concretar el funcionamiento interno de sus versos: reposados, tersos y cadenciosos: “Antes del alba sus manos traen el cielo hasta el muro de piedra/ y en lecho de madera abro los ojos que no abro”. El eje sobre el que gira el libro es una aproximación a las formas del éxtasis místico encarnado en la figura de Teresa de Ávila. La santa se convierte en una aparición que ronda por la mente, el cuerpo y la voz de Minerva Margarita Villarreal. Las maneras del agua no se limita a reproducir un retrato ni a exaltar la hagiografía de Santa Teresa. Son muchos los misterios que fluyen a través de los versos decantados y sagaces de Villarreal: por una parte, la aproximación y el entrecruzamiento con Teresa de Ávila; pero también hay un desdoblamiento que se apropia de la altura, la transparencia y la vibración espiritual de su personaje, entregándonos los momentos de mayor esplendor del libro en el conjunto de alabanzas intercaladas bajo el apropiado título de “Laude”. El paso referencial de la figura de Santa Teresa a la voz dominante en el libro es acertado y convincente, como lo demuestra el poema “La cura”: “Y que tu día sea igual a mi noche/ que ofrece sus pistilos/ sus pétalos/ su aroma/ al ave que hizo nido en el alero/ cuando cesó la ruina/ y mi noche aceptó su destino”. De igual manera, emociona cuando la voz se atreve a ascender en su propia visión, más allá de los referentes teresianos: “Estoy tocada por Dios/ la violencia de su cuerpo/ por mi sangre fluye/ tocada por la violencia/ es/ el cuerpo/ de la sangre que fluye”. Los temas intermitentes no se oponen al desarrollo central, más bien sucede que su inserción es menos efectiva. Por ejemplo, el poema “Antes de caer” (estupendo en su elaboración y en su poder expresivo) da la impresión de corresponder a un desarrollo poético distinto. Lo mismo sucede con algunas expresiones comunes incrustadas en la sutil filigrana de los poemas. Las maneras del agua bien vale el Premio Aguascalientes obtenido por su sólida factura. La situación es que la soltura y la intensidad lírica llegan a ser tan efectivas que vuelven notorias las mínimas salidas de tono. Esta aparente disociación temática me sugiere una reflexión sobre la naturaleza de los concursos poéticos: ¿qué tanto la extensión obligada por la convocatoria condiciona las posibilidades expresivas de un poemario que concentrando su fuerza expresiva aumentaría sus cualidades como libro? L
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LABERINTO
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Cartografía de una pasión Con Paisaje caprichoso de la ENSAYO literatura rusa, Selma Ancira se ha hecho merecedora del JORGE BUSTAMANTE GARCÍA premio Read Russia 2016. n traductor literario, supongo, es ante todo un creador. Al traducir Este libro no solo convoca escribe sobre aquello que le ha tocado el alma. Es decir, tiende a traducir a voces tan potentes aquello que de mil maneras se ha como las de Gógol, Chéjov vuelto parte de su peculiar mirada. Me parece que la traducción literaria es una larga y Goncharov, sino que también convivencia, una extensa caminata en la que el certifica una vida entregada traductor se va apropiando muy lentamente de cada palabra, de cada línea, de cada paso del a la traducción, esa hermana original para transmitir sus singularidades fóniy gráficas, con todas las cargas emocionales solícita de la creación cas y subjetivas en su propia lengua. Es una especie literaria de resurrección, de renacimiento, cuyo insólito
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atributo consiste en no traicionar las virtudes del original. La traducción literaria es, a final de cuentas, un asunto de pasión y afectos. En sus búsquedas y exploraciones el traductor va trazando una paciente cartografía de sus afinidades electivas. Lee y relee obras que intuye próximas, pero que al mismo tiempo abren y expanden su espíritu en una convivencia que puede ser al mismo tiempo extensa e intensa. En este sentido, el traductor literario sería un legítimo suplantador que transvasa a su propia lengua aquello que ha amado y que lo ha conmovido en la otra lengua, aquello incluso que le parece ser parte de su propia experiencia, lo que lo convierte a su manera en coautor de la obra. Para traducir no sobra en ningún momento el acompañamiento, no solo con el texto a trasladar, sino también con el espíritu del escritor que se quiere verter al idioma de llegada. Cuando uno convive mediante la lectura con un escritor que le gusta, con el tiempo va conociéndolo mejor. Empieza uno a darse cuenta de sus exigencias, sus limitaciones, sus hallazgos y los entramados de su estilo. Entre más conozca el traductor la obra del autor y al autor mismo, es decir su entorno, sus circunstancias personales, históricas y sociales, estará mejor armado para realizar un trasvase sustentado. Esta es la razón por la que en la traducción de una obra literaria primero hay que cohabitar con ella, sin prisa escuchar sus reverberaciones, sus sonidos ocultos, experimentarla incluso en las emociones que despierta, intentar percibir el “tono”, que es lo que define en últimas su verdadero espíritu, lo que la mantiene en pie. Lo verdaderamente difícil no es traducir las ideas, sino las emociones que se desprenden de las palabras, de la forma particular que tiene cada escritor de expresarlas y sugerirlas a través de sus construcciones verbales, todo lo cual conduce a que una cierta “intimidad”
ESPECIAL
con la obra a traducir sea de suma importancia. Lo que he mencionado lo reúne, me parece, Selma Ancira en su singular antología Paisaje caprichoso de la literatura rusa, publicada por el Fondo de Cultura Económica. Este trabajo de traducción y edición acaba de recibir el prestigioso premio Read Russia 2016, tanto para la traductora como para la casa editorial. ¿Cómo llegó Selma Ancira a este paisaje caprichoso, en cierta forma veleidoso y versátil, de la literatura rusa? Los elementos de un cuadro, las particularidades de una novela, la construcción de una sinfonía no se dan casi nunca por generación espontanea; son más bien producto de un complejo proceso de experiencias, intuiciones, sentimientos y un sinfín de cosas más. Podríamos intentar una suerte de mapeo de las múltiples búsquedas e investigaciones de Selma Ancira por el extenso e inabarcable espacio de la literatura rusa. Todo empezó con Cartas del verano de 1926, la extraordinaria correspondencia entre tres poetas que nunca se habían visto: Tsvietáieva, Pasternak y Rilke. Aparecido en 1984 en Siglo XXI (exactamente diez años antes una jovencísima Selma, apenas salida de la adolescencia, llegaba a Moscú como estudiante), se convirtió pronto en un libro de referencia de espíritus tocados por parecidas vibraciones. Cuando lo leí en 1985, comenté en un suplemento cultural mexicano: “Este singular triángulo epistolar abunda en interrogantes acerca del mundo, el sentido y sinsentido de la vida y la poesía”. Desde entonces le he seguido la pista. En su viaje de esos años por la literatura rusa, en Selma quedaron registros de la diversidad de sus rastreos de autores que, tal vez, no duraron en sus prioridades de traducción, pero que incluye en este paisaje caprichoso El alma del escritor de Alexandr Blok, poeta que representó el paso de lo viejo a lo nuevo, el desgarro de dos épocas, el colapso inminente de un mundo ya rebasado, el advenimiento de la revolución; Algunas posiciones de Boris Pasternak, el “interlocutor de los bosques” como lo llamó Anna Ajmátova, autor de un libro decisivo en la poesía rusa, Mi hermana, la vida; Carta al hermano, en el que Fiódor Dostoievski cuenta a su hermano Mijaíl el simulacro de fusilamiento del que fue víctima el 22 de diciembre de 1849; y El lector de Nikolái Gumíliov, poeta cuya corta vida de 35 años le alcanzó para todo: alumno de Innokienti Annienski, viajero, estudioso de literatura francesa en París, expedicionario en África, combatiente en la Primera Guerra Mundial, poeta, ensayista, traductor, creador del “acmeísmo”, esposo de Anna Ajmátova, fusilado en 1921 acusado de contrarrevolucionario. Todas estas traducciones de Selma Ancira aparecieron entre 1985 y 1987 en varios medios nacionales. Sospecho que, por entonces, estaban aún lejos las inquietudes que después la llevarían a entregarse plenamente a la traducción de autores portentosos y singulares como Marina Tsvietáieva, Mijaíl Bulgákov, Iván Goncharov, su Goncharov —como a Selma Ancira le gusta decir, el de la novela El mal del ímpetu—, Pushkin, Bunin y Tolstói. En la década de 1990 se compenetró con la obra de Nina Berbérova, de la que publicó varios relatos entre los que destaca “Roquenval. Crónica de un castillo”. Paralelamente trabajaba ya con intensidad en la prosa de Tsvietáieva. En un apunte sobre la autobiografía de Berbérova, El subrayado es mío, anota: “Junto con Marina Tsvietáieva, Nina Berbérova es otro de los grandes aportes de las letras rusas a la literatura del siglo XX”. Después llegaría Lev Tolstói con todo su poderío y desproporción a través de sus diarios
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sábado 17 de septiembre de 2016
LITERATURA
SECRETARÍA DE CULTURA
y correspondencia inéditos en español antes de Selma Ancira, además de obras cortas y magistrales del conde de Yásnaia Poliana como La tormenta de nieve, La felicidad conyugal y el cuento “Tres muertes”. Estos son los grandes planetas de Selma Ancira traductora, pero hay una multitud de satélites que no han sido ajenos a su curiosidad infatigable, que la han acompañado sin cesar y que suenan al oído en español como verdaderas extrañezas: Nikolái Strájov, el ucraniano Izrail Métter y su novela La quinta esquina, que conseguí —aunque suene inverosímil— en un supermercado de Morelia hará quince años; el cantautor casi clandestino de la década de 1970, Bulat Okudzhava, y El viaje de los diletantes, la delicia en Rusia de los estudiantes y jóvenes que fuimos en esos años; El zigzag del amor de Victoria Tokarieva y La vida de los insectos de Víctor Pelevin, de las recientes generaciones de escritores rusos. A todos los autores y autoras que ha traducido, varios de ellos y ellas incluidos en su Paisaje caprichoso…, Selma se ha entregado con fervor. Con cada uno tiene una historia, como se tiene con cada amor que uno tras otro, o simultáneamente, conforman la vida. Ella misma ha comentado que este libro, este Paisaje caprichoso…, está hecho de sus inquietudes y de sus pasiones. El lector de este Paisaje caprichoso… encontrará verdaderas joyas trabajadas y pulidas por la traductora con fina destreza, que suenan al oído de nuestro español con toda naturalidad. El idioma fluye, corre libre, se desliza fresco, se encabalga, no tiene miedo de decir, pareciera que esos seres de la estepa hablaran en la lengua de Rulfo: “El muchacho le pasó una jícara con agua” dice en el relato de Tolstói “Tres muertes”. Jícara y no cazo o cucharón de madera o metal, como probablemente lo hubiese escrito un traductor de España. El muy náhuatl “jícara” es utilizado aquí por Selma Ancira, lo que naturaliza la expresión a nuestra habla. Más adelante otra frase tolstoiana con destello rulfiano: “Dicen que allá en la ciudad hay hospitales para esto; porque aquí, lo que sea de cada quién, me ocupa mi rincón, ¡y ya basta! No tengo espacio para nada. Y encima me exigen que lo tenga limpio”. Cuando Paul Valéry apreció la versión de Jorge Guillén de El cementerio marino dicen que exclamó: “¡Me adoro en español!”. Si Tolstói se levantara de su apacible tumba en Yásnaia Poliana y leyera la versión de Selma Ancira de sus “Tres muertes” quizá clamaría algo parecido: “¡Me adoro en español mexicano!”. Paisaje caprichoso de la literatura rusa juega en ese espíritu, al convocar relatos deliciosos de Pushkin, Gógol, Goncharov, Chéjov (representado con “La colección”, un auténtico prodigio), Bunin, Bulgákov, Berbérova, y Marina Tsvietáieva y su amigo imaginario el diablo. Me parece que Selma Ancira no traslada de otra lengua un relato, un cuento, una narración, sino que urde un texto nuevo de alta fidelidad a partir de esa otra lengua. Se ha dedicado durante más de tres décadas —como ella misma ha afi rmado— a traducir autores, más que libros sueltos. Su Paisaje caprichoso… es resultado de ese trasegar, evidencia la cartografía de una pasión. Las historias que componen este libro generoso han sido trasladadas y recreadas con magia y rigor por una traductora que ha explorado vastas porciones de la extensa y telúrica literatura rusa. Es una obra de traducción admirable, recreación de una escritura que a través de numerosos autores ha intentado descifrar con éxito la fuerza y el espíritu de un pueblo. L
Gabriel Bernal Granados
Mirar y comprender RESEÑA SILVIA HERRERA
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n su estudio Modernidad. La atracción de la herejía de Baudelaire a Beckett, Peter Gay mostró que bajo las superficiales y en apariencia tranquilas aguas de la era victoriana, que no circunscribía solo a Inglaterra sino a Europa en general, un puñado de rebeldes, fundamentalmente pintores y escritores, trabajó para socavar el orden y la sensibilidad conservadora, el rasgo definitorio de la época. Esta idea guía el trabajo de Gabriel Bernal Granados en su libro de ensayos Anotaciones para una teoría del fracaso (Fondo de Cultura Económica, México, 2016). El autor explica que al ir escribiendo los textos que lo integran “iba cayendo en la cuenta de que estaba trabajando en contra de la noción generalizada de que el siglo XIX había sido un periodo transitorio, aburrido y acartonado en comparación con los primeros años del XX”. Gay coloca a Charles Baudelaire como el primer artista que comienza a sacudir la modorra de una sociedad que, luego de la tormenta napoleónica, a lo único que aspiraba era a una pax aeterna. El juicio al que se le sometió tras la publicación de Las flores del mal lo hace un precursor, junto con su maestro Edgar Allan Poe, de la galería de “fracasados” que presenta Bernal Granados. “En el imaginario de los artistas y escritores de los siglos XIX y XX, la idea del fracaso”, escribe, “se tornó una reflexión sobre el arte y los medios de producirlo frente a una sociedad indiferente. Artistas y escritores dejaron de ocupar un lugar central y se convirtieron, por voluntad propia, en entidades marginales”. Decepcionar, más que provocar al público, sería la consigna de esta pléyade de personalidades, cuyo único compromiso era con su vocación y el perfeccionamiento que les exigía. La actitud discreta de Stéphane Mallarmé, el poeta-emblema que elige Bernal Granados, implica un ascetismo, representa la actitud a la que todo epígono debería aspirar. Tanto Un golpe de dados como algunos poemas sueltos (especialmente el “Soneto en ix”) dan cuenta del modo en que el auténtico artista debía conducirse. Por un lado está el proceso intelectual de elaboración; por otro, lo que llamaríamos la zona ética de la persona. Alguien cuyo objetivo sea el éxito social no puede ser considerado un artista. De cualquier modo, esa falta de reconocimiento es lo que mayormente define el fracaso del que habla el también autor de Murallas.
Acaso sea Herman Melville quien mejor represente la paradoja del artista que triunfa al realizar una obra maestra, pero fracasa ante el público que no tiene la capacidad ni las ganas de seguirlo. Melville escribió Moby Dick cuando tenía 30 años. Era consciente de su genio e intuía, como Mallarmé, que toda obra revolucionaria implicaba la creación de nuevas formas. La obligación y el reto del artista es crearlas. La otra parte, la respuesta del lector, ya no entra en sus dominios. El fracaso de Melville no solo tuvo que ver con el nulo reconocimiento de Moby Dick (aun hoy considerada erróneamente una novela “infantil y juvenil”), sino por las consecuencias que tuvo en su personalidad. Su hipersensibilidad no supo asimilar el fracaso y provocó que su familia se alejara de él. Pero el hecho más grave fue su renuncia al arte, su negación a seguir explorándose y salvarse mediante el ejercicio y la depuración de su talento. En algunos casos, como los de Mallarmé y Melville, se han hecho lecturas desde la tradición hermética y mística, pero la de Bernal Granados se lleva a cabo desde una perspectiva estética. Aunque haya figuras que prefiguran las vanguardias —además de Mallarmé, Cézanne—, desde cierto “conservadurismo” hubo otros que hicieron que la percepción se ampliara. Desde Francia y Estados Unidos —Edgar Degas y Thomas Eakins— trastocaron la pintura a partir del realismo. El deporte, esa actividad terrenal y nada profunda, es tratado por ambos. En Carrera de caballeros. Antes de la salida y Caballos frente a las gradas, hace notar el ensayista, Degas descorre “el velo de la realidad” y, al igual que Proust, lo que nos presenta es el final de la burguesía decimonónica y la llegada del pueblo. Sus medios técnicos —el pastel, el carboncillo, la tinta— pertenecientes a una jerarquía menor comparados con el óleo, se vuelven idóneos “para reflejar el vaivén afectivo de la ciudad moderna”. Eakins, a su vez, elige el boxeo como tema. Para el espectador despistado, Entre rounds solo es una mera representación de un hecho deportivo, pero hay una primera referencia clara que remite al circo romano; y luego, en un plano más profundo, deviene reflexión sobre la carne. Pero también Degas y Eakins comparten un hallazgo: no hay que presentar una escena como una totalidad, sino como un fragmento donde lo más importante ocurre no dentro sino fuera del cuadro. Trascendiendo el siglo XIX, Anotaciones para una teoría del fracaso incluye también a algunos artistas y escritores del siglo XX como Egon Schiele y Pierre Michon, quienes dieron continuidad a esta otra tradición que no tiene nada de secreta y que solo pide un compromiso fuera de toda veleidad. L
LABERINTO
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Los niños de Roald Dahl
El 13 de septiembre conmemoramos 100 años del nacimiento de ese creador de mundos tan bizarros como los que sirven de escenario a Las brujas, La cata o Matilda. Este ensayo da cuenta de sus desventuras familiares, sus, manías y sus claves creativas, no siempre edificantes VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
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n su “cabaña de escribir”, rodeada por un enorme jardín, Roald Dahl (1916–1990) utilizaba como pisapapeles el fémur que los cirujanos le extrajeron en 1941, debido a un accidente aéreo. Pasaba buena parte del día encerrado en ese refugio, imaginando y escribiendo relatos con dosis de humor negro, inteligencia, acciones retorcidas y picardía, que luego atrapaban la atención de los niños y los adultos y que incluso se convertían en objetos del deseo de algunos cineastas. Este hombre flaco y medio calvo que medía casi dos metros se sentaba en un sillón orejudo, colocaba una tabla de madera sobre los reposabrazos y se ponía a escribir encima de ella con comodidad, teniendo siempre a su alcance dulces, cigarrillos y una botella de ginebra. Unos meses antes de morir, el afamado autor de best sellers le dijo a The Independent (ese periódico británico progresista que, hasta hace poco, podía leerse en papel) que el secreto de su éxito consistía “en conspirar contra los adultos en complicidad con los niños. Puede ser una fórmula simplista, pero funciona. Los padres y los maestros son el enemigo”. Dahl, quien este 2016 hubiera cumplido 100 años, tenía fija esa idea en la mente desde aquella vez en que se encontró un ratón muerto y, acompañado por cuatro amigos del colegio, lo metió en un frasco de dulces de la tienda donde solía acudir la mayoría de sus compañeros. Cuando la dueña del establecimiento supo quiénes le habían jugado la broma, de inmediato se lo dijo al director de la escuela y éste golpeó con su bastón hasta el cansancio al quinteto de niños traviesos. Por cosas como ésta, los personajes infantiles de sus libros cuestionan una y otra vez con sarcasmo la autoridad de sus mayores, y no aparecen como seres bobos e indefensos, sino como personas agudas e intrépidas capaces de dominar las situaciones a las que se enfrentan. No obstante, el escritor Santiago Roncagliolo, que ha escrito libros ESPECIAL
infantiles como Rugor, el dragón enamorado (Alfaguara) o Matías y los imposibles (Siruela), considera que la irreverencia es lo que más distinguía a Roald Dahl. “Su cuento ‘Matilda’, con el que Danny DeVito hizo una película, es un alegato contra la familia y el colegio. El padre de Matilda es repulsivo. Odia la lectura y ama la televisión. Se dedica a las estafas de poca monta y cuando tiene que huir de la policía no le importa abandonar a su hija. Pero mucho peor es la directora de la escuela, la temible señorita Trunchbull, que odia a los niños y dedica su institución a torturarlos. Las brujas aterrorizaría a cualquier chico y a muchos de sus padres. Las brujas son calvas, tienen garras en vez de manos y se organizan en un siniestro sindicato internacional para eliminar a los niños de la faz de la tierra. Y en el más popular de sus libros, Charlie y la fábrica de chocolate, pinta castigos horrendos e irreversibles para los niños que se portan mal”. Roncagliolo envidia a Dahl por argumentos como esos porque, dice, hoy impera lo políticamente correcto. “Los editores están en guardia contra cualquier sospecha de valores inadecuados. Los libros infantiles no son considerados objetos de placer o entretenimiento, sino modelos de conducta. Las familias descritas deben ser agradables y las profesoras, atentas. Los niños no deben recibir castigos, sino aprender la lección mediante el diálogo. Y los malos tienen que perder miserablemente, aunque sin violencia. Todos esos principios son muy loables, pero pueden producir libros aburridos. Por el contrario, a lo largo de la historia, los cuentos infantiles han sido bastante irreverentes, incluso crueles. ‘Pulgarcito’, por ejemplo, debe ser la pesadilla de un educador: sus padres lo abandonan en medio del bosque para no tener que alimentarlo y él engaña al ogro para que decapite a su vez a sus propios hijos. Finalmente, Pulgarcito le roba sus tesoros. Y solo gracias al botín, sus padres lo vuelven a recibir en casa, porque el niño ya sale rentable”. Precisamente esa irreverencia y ese atrevimiento encrespados de Roald Dahl han sido objeto de muchas críticas e incluso han provocado acusaciones de antisocial, brutal y antifeminista. A propósito del centenario del “maestro de lo inesperado”, Nórdica Libros, una editorial española independiente, ha reeditado La cata y El librero, dos de las historias “no tan conocidas” de Dahl, acompañados por un ensayo de la escritora estadunidense Joyce Carol Oates, centrado en los libros para adultos del autor que ella incluye entre los “moralistas satíricos que blanden el idioma inglés como un instrumento quirúrgico con el que desollar, diseccionar y exponer la estupidez humana”. “Sus historias pueden verse como ingeniosas variaciones de los cuentos de los hermanos Grimm”, escribe Oates, quien también indaga en la psicología del escritor a través de los textos que tienen que ver con mujeres, sexualidad reprimida o las experiencias sexuales de sus protagonistas, y reprocha que las mujeres de Dahl sean ejemplares especialmente grotescos, como lo ejemplifican algunas descripciones: “la
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sábado 17 de septiembre de 2016
DE PORTADA
ESPECIAL
Fotograma de El gran gigante bonachón dirigida por Steven Spielberg (2016)
ESPECIAL
Fotograma de Charlie y la fábrica de chocolate dirigida por Mel Stuart (1964)
señora Ponsonby, tan increíblemente bajita, achaparrada y rígida, [era] la mujer más enorme que haya visto en mi vida. He visto mujeres gigantes en circos. […] Nadie tan absolutamente repugnante”. Oates llega a afirmar que esto debe ser el autorretrato del alma deforme de un misógino, “ya que pone a la luz una estremecedora repulsión que apenas es capaz de contener a lo largo de su vida”. Roald Dahl nació en Gales y fue llamado así en honor a Roald Amundsen, el primer explorador en llegar al Polo Sur. Hasta el fin de su adolescencia, solía veranear en Noruega, la tierra de sus padres, y cuando llegó el momento de elegir una carrera universitaria decidió dejar de estudiar y consiguió un trabajo en la petrolera Shell. Después, recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, se unió a la Royal Air Force hasta que un día el avión que pilotaba se estrelló y tuvo que pasar cinco meses en el hospital. En 1942 fue enviado como asesor de asuntos de aviación bélica a la embajada británica en Washington,
donde conoció al escritor Cecil Scott Forester (1899–1966), quien lo animó a escribir sobre su experiencia aérea. A Dahl le publicaron un relato sobre su accidente en el Saturday Evening Post de Estados Unidos, y las principales revistas de ese país (The New Yorker, Harper’s Bazaar, Esquire, Playboy) no tardaron en darle espacio a sus cuentos. Roald Dahl siguió Se casó con la acescribiendo cuentos triz Patricia Neal para adultos, que luego (1926–2010) después reuniría en antologías de que ella terminacomo El gran cambiazo o ra su amasiato (con Historias extraordinarias aborto incluido) con Gary Cooper. La pareja se fue a vivir a las afueras de Londres, en un amplio terreno en el que construyeron una casa blanca de dos pisos y una “cabaña de escribir”, separadas por el jardín. Tuvieron cinco hijos, pero la desgracia se cerniría sobre dos de ellos. Theo era un bebé cuando su niñera se lo
llevó de paseo y un taxi arrolló la carriola: salió expulsado y al caer se golpeó fuertemente la cabeza (lo que le provocó hidrocefalia). Olivia era una niña de siete años cuando se enfermó de sarampión y murió a causa de una negligencia médica. Por si esto fuera poco, Patricia Neal, embarazada de su cuarta hija, sufrió tres infartos cerebrales y durante varios meses no pudo hablar ni caminar. La literatura era el salvavidas al que se aferraba Dahl para superar las adversidades. Ser parte de Olivia, Tessa, Theo, Ophelia y Lucy, lo llevaron a centrarse en los cuentos para niños. De lo que improvisaba a la hora de acostarlos y de sus recuerdos infantiles surgieron historias como Charlie y la fábrica de chocolate, Danny, el campeón del mundo, La maravillosa medicina de Jorge o El gran gigante bonachón. “Dahl es un gran escritor por su maestría en la técnica narrativa, por su poderosa imaginación y por su juguetón, y a veces negrísimo, sentido del humor”, afirma el escritor catalán César Mallorquí, autor de varios libros de literatura juvenil como La compañía de las moscas (Alfaguara). “El secreto de Dahl era que comprendía, como pocos adultos, la mentalidad infantil. Sabía que no todo es bonito en la infancia, que los niños tienen problemas y en sus historias hablaba de esos problemas, pero sin dramatismos, con fantasía y humor. Para que una novela infantil sea buena, debe ser una buena novela a secas, lo cual implica que debe gustarle a chicos y a grandes”. De forma paralela, Roald Dahl siguió escribiendo cuentos para adultos, que luego reuniría en antologías como El gran cambiazo o Historias extraordinarias, publicadas en español por Anagrama, y novelas macabras o “coloradas”, como Mi tío Oswald, un coleccionista de esperma de reyes y de remedios afrodisiacos para quienes quisieran disfrutar del placer sexual y tener hijos brillantes. En el ínterin, directores de cine y televisión adaptaron algunos de sus cuentos a la pantalla y Dahl, después de 30 años de matrimonio con Patricia Neal, se divorció para casarse con la mejor amiga de ésta, Felicity Ann Crosland. Las críticas a los argumentos de sus historias (“contra los adultos egoístas, interesados, vanidosos y engreídos”) no dejaban de aumentar, pero Dahl no les daba importancia porque, decía, “nunca recibo protestas de los niños”. El autor que convirtió una cabaña arrinconada en una fábrica de historias murió en noviembre de 1990, a los 74 años, en un hospital de Oxford, víctima de leucemia. Sus relatos, capaces de contar con ironía situaciones crueles o sórdidas introducidas en la cotidianidad, en los cuales los niños destacan entre las trampas y miserias humanas por su aguda perspicacia, han quedado como legado para millones de pequeños lectores que aprenden a leer con ellos. Comparados con la reciente producción infantil, insiste el escritor Santiago Roncagliolo, “vemos que hay un férreo control de contenidos editoriales que no protege, en realidad, a los niños, sino a los padres. Porque los padres tenemos miedo de las preguntas incómodas. Nos asusta ser incapaces de explicar por qué los padres de esos relatos abandonan a sus hijos o por qué las madrastras son malas. En suma, tenemos miedo de hablar con nuestros propios hijos. Pero precisamente para eso se hacen los libros: para pensar, imaginar y discutir. Si eliminamos de los libros todo lo que nos parezca inapropiado, no salvaremos a nuestros hijos de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces de reconocerlas. Lo que sí lograremos es que los chicos abandonen la lectura y se entreguen a la PlayStation, con la que pueden matar a un montón de gente sin que nadie se queje”. L
FILOSOFÍA
sábado 17 de septiembre de 2016
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De naufragios y navegaciones RESEÑA LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT
H
ace muchos años que no me encontraba con un libro de filosofía que tratara sobre el sentido de la vida. Si acaso se debe a que desde hace tiempo la filosofía se recluyó en la academia y, como consecuencia, la mayor parte de los filósofos escribimos artículos especializados con temáticas de interés para una comunidad bastante reducida. La filosofía se ha profesionalizado, se ha vuelto elitista y ha tendido a apartarse del espacio público y de los problemas propiamente humanos. Se suma además que ha optado por la escritura académica, un género con muy poca gracia. Un buen paper filosófico debe ser claro, agudo, preciso y con argumentos robustos, pero poco importa su calidad literaria. A pocos filósofos les preocupa el estilo. Eso es asunto de ensayistas y poetas, dicen algunos con dejo despectivo; la filosofía académica es otra cosa. Se entiende ahora por qué me sorprende favorablemente un libro compuesto por “escritos de cavilación” dedicados a asuntos tan ordinarios y trascendentes como el sentido de la vida, el de la legitimidad de las creencias religiosas, el agnosticismo, el diálogo entre creyentes y no creyentes, la necesidad de cultivar algunas virtudes de matriz religiosa en las democracias actuales o, por ejemplo, la posibilidad de la esperanza en un mundo cada vez más errático. Me refiero a Dialéctica del naufragio (FCE, México, 2016), escrito por el filósofo mexicano Guillermo Hurtado. Éste es un libro doblemente intrépido: por un lado, porque Hurtado es un filósofo del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM escribiendo ensayos en vez de papers (Luigi Amara, un filósofo hasta cierto punto “renegado”, suele decir que dejó el Instituto de Investigaciones Filosóficas porque ahí no había lugar para el ensayo); por otro lado, porque el tipo de temas que trata —sobre todo los religiosos— y cómo los trata —intercalando vivencias personales entre alusiones a Wittgenstein y Davidson—, podría resultar cuando menos inquietante para algunos colegas. Pero no se me malinterprete. No pienso que los filósofos debamos dejar de escribir papers para escribir exclusivamente ensayos. Sí creo, sin embargo, que el ensayo es un género propicio para tratar determinados temas filosóficos. Por lo tanto, no veo mal que la filosofía Guillermo Hurtado/ especial
pueda sumergirse en las profundidades de la academia y que al mismo tiempo de vez en vez amplíe sus posibilidades. Zambullirse en las honduras, navegar por la superficie, pasear de un lado a otro y por los distintos niveles, naufragar incluso, resulta intelectualmente enriquecedor. Una experiencia de este tipo es la que sugiere el libro de Hurtado. Celebro, además, que reviva entre la comunidad filosófica la escritura de ensayos, un género valorado por filósofos mexicanos de gran valía como Emilio Uranga, Alejandro Rossi, Luis Villoro o Carlos Pereda. Dialéctica del naufragio está compuesto por dos partes, “Huellas y sombras” y “En el atrio de los gentiles”. En cierto modo, la primera parte consiste en una elaborada disquisición sobre algunas preocupaciones personales: ¿qué sentido dar a la vida ante experiencias adversas como el dolor, el sufrimiento o la muerte?; ¿cuál es la diferencia entre el valor personal y el valor trascendental de la vida?; ¿se puede encontrar un sentido a la vida por vía racional?; ¿hay alguna pregunta inteligible acerca del sentido trascendental de la vida?; ¿de qué hablamos cuando hablamos de Dios? En esta primera parte nos encontramos con una brillante exploración sobre el estatuto y el valor epistémico de las creencias religiosas. Hurtado se muestra como un agnóstico dispuesto a defender que la religión puede ofrecer una forma de vida valiosa. Y no solo eso, sino que además
LABERINTO
sostiene que importa la verdad en la vida religiosa: “la vida religiosa está basada en la convicción de que los principios de la religión son verdaderos, es decir, de que la religión no es un mero conjunto de reglas para hacer llevadera nuestra existencia, sino que a través de ella conocemos cosas importantes acerca de este y el otro mundo”. La búsqueda de sentido y la búsqueda de verdad están, como afirma Hurtado, íntimamente ligadas y “abandonar el concepto de verdad es como apagar las luces de la casa que habitamos”. Si esta clase de afirmaciones resultan incómodas, en especial para los descreídos, peor les parecerá el ensayo que cierra la primera parte, “La crisis de mi ateísmo”. Me permito una anécdota personal. Conversaba con Guillermo Hurtado en el verano de 2005. Por alguna razón le conté que Javier Sicilia me había invitado a editar un volumen de la revista Ixtus que trataría sobre Dios y los filósofos. Lo que buscábamos era reunir a un grupo de filósofos creyentes que estuviesen dispuestos a compartir con los lectores sus reflexiones acerca del modo en que sus compromisos religiosos marcaban, de manera favorable o conflictiva, su forma de concebir la actividad filosófica. Se trataba de discutir si verdaderamente se podía ser un filósofo y al mismo tiempo creer en Dios. Inesperadamente, Guillermo me pidió que lo invitara a colaborar. Reaccioné sorprendido: “Pero tú eres ateo”, le dije. Entonces me habló de la crisis de su ateísmo. Así fue como se gestó ese relato tan íntimo y conmovedor que en aquel entonces publicamos en Ixtus. Un amigo en Roma circuló ejemplares de la revista en esferas cercanas al Vaticano. Entonces, un día como cualquiera, Guillermo Hurtado recibió la invitación del cardenal Gianfranco Ravasi, el presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada, para participar en el Atrio de los Gentiles, en Asís. El Atrio de los Gentiles es un encuentro entre ateos y líderes de diversas religiones. “El diálogo como aventura”, el ensayo con que abre la segunda parte de Dialéctica del naufragio es precisamente una versión de las palabras que Hurtado leyó, motivando un diálogo profundo, sincero y enriquecedor entre dos formas de pensar que habitualmente suelen excluirse entre sí. Desde entonces, puedo decir que se ha vuelto un promotor del diálogo entre creyentes y no creyentes, incluso en nuestro país, en donde organizó dos atrios de los gentiles. Hurtado ha mostrado, como puede leerse a lo largo de la segunda parte del libro, que el diálogo es esencial para el fortalecimiento de una cultura democrática entendida como un verdadero ideal social y moral. Piensa, por lo tanto, que la aspiración a la verdad y la virtud de la esperanza —ambas de matriz religiosa— habrían de ser valores centrales para construir una sociedad mejor. Y, por supuesto, sostiene que compete a la filosofía recuperar la “vieja virtud de hablar con la verdad”, algo que supone, a su vez, “vivir con la verdad”. L
MILENIO
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sábado 17 de septiembre de 2016
× A
AUTOBIOGRAFÍA DE UN SÚPER VAGABUNDO WILLIAM HENRY DAVIES Defausta España, 2016 251 pp. Más celebrado en vida como poeta que como prosista, Davies emprende aquí una aventura semejante a la que protagonizaron Twain y London: el viaje por un Estados Unidos que ya representaba la marcha del progreso. Con suprema discreción, narra su vida de mendigo, ladrón y bebedor, aunque no se muestra muy orgulloso de esas dotes. El prefacio de George Bernard Shaw, que acompañó a la edición original de 1908, es delicioso. INTENTOS DE SACARLE ALGO A LA VIDA HENDRIK GROEN Roca Editorial México, 2016 350 pp. Los editores presumen más de 60 mil libros vendidos, sí, 60 mil, de este diario redactado en forma de novela, en el que el holandés que comenzó como escritor colaborando en la Torpedo Magazine se hace justicia a sí mismo al relatar su estancia en un asilo de ancianos, y anota sus conclusiones de lo inútil o grandioso, lo divertido o aburrido, inteligente o torpe de la vida al llegar al eclipse de la ancianidad, esa edad por muchos tan temida. MADERA DE CELA TOMÁS GARCÍA YEBRA Funambulista España, 2016 269 pp. El centenario del nacimiento de Camilo José Cela es el detonante de este volumen que se pasea por el mundo periodístico, político y cultural de España. El hilo conductor es la acusación por plagio a la que el Premio Nobel se hizo merecedor en 1999. García Yebra hace un trabajo de sabueso y se mete literalmente hasta la cocina, más por curiosidad que por afán de linchamiento, y hasta se permite charlar con los muertos. EL ARTE DEL ERROR MARÍA NEGRONI Vaso Roto España, 2016 125 pp. La poeta argentina ofrece una selección de los trabajos dedicados a sus autores predilectos, no solo escritores (Emily Dickinson, Walter Benjamin, Robert Walser) sino incluso ilustradores como Edward Gorey. Impera un tono de familiaridad que convierte a la lectura en una experiencia iniciática y un sentido de la observación muy frecuente en quienes se deben a la literatura. Otra exquisitez de Vaso Roto. NOBLEZA DE ESPÍRITU ROB RIEMEN Taurus México, 2016 185 pp. Siguiendo a Sócrates, Spinoza, Goethe, Mann, Whitman y Camus, este ensayo formula ciertas respuestas con respecto a la sociedad ideal y lo que podría ser una forma correcta de vivir. Replantea, de igual modo, la idea de la libertad y los dilemas ontológicos del siglo XXI, junto con la renovada discusión sobre los valores básicos como la verdad, la justicia, la bondad, la razón y la belleza en un mundo atomizado por el imperio de la opinión y la inmediatez.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
DISPÁRENME COMO A BLANCORNELAS
Daniel Salinas Basave Nitro/ Press México, 2016
Vocación de denuncia ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
A
juzgar por su más reciente novela, Vientos de Santa Ana, y ahora por los seis cuentos que componen Dispárenme como a Blancornelas, Daniel Salinas Basave ha pasado muchas horas en las fi las del periodismo. Conoce sus reglas no escritas y los sinsabores que deja entre la tropa. Pero eso no significa que tenga la solvencia necesaria para encarar narrativamente ese mundo donde el fracaso suele juzgarse como una enfermedad contagiosa. Resulta más que monótona la intervención de esos desahuciados que mueren de tedio en cada relato. Son, diríamos, la misma figura desdoblada con ligeras variaciones. Si no es el reportero de la fuente policiaca que recurre a dos pistoleros para que ejecuten su propia muerte en un acto insensato por ganar la notoriedad que nunca le ha sido dada, es otro reportero de la fuente policiaca que conduce a la reina de la novela negra en Suecia por la selva de sangre de Ciudad Juárez, o el editor de un diario que debe cubrir el mitin de Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas y elige faltar a su cita con la Historia a cambio de una cena improductiva en San Diego. Hay un regusto morboso por exponer las miserias de quienes no han obtenido el favor del alcalde o el gobernador en turno y por lamentar la buena estrella de los profesionales de la pluma al servicio de los poderosos. De modo que uno apenas puede hacer a un lado la impresión de que Salinas Basave ha urdido sus relatos más como desahogos laborales que como aventuras literarias. La buena escritura no entra en sus planes. Quiere, sobre todo, constatar que el destino de la mayoría de los periodistas es malgastar la vida “tecleando millones y millones de palabras” que terminan “como cucurucho de tomates o cagadero de mascotas”, y para ello no dispone de más recurso que el de la llana redacción en clave autocompasiva: “fui a parar a la redacción de un periódico, que es donde paran todos los que no saben qué hacer con su vida cuando les ha quedado claro que no tienen las herramientas para conseguir eso que llaman triunfo”. Los personajes de Dispárenme como a Blancornelas lloriquean —solo saben de eso y, para ser fieles al cliché, de beber con esforzado lirismo— viendo cómo es casi imposible obtenerlo. Por más que se empeñe en construir argumentos, Salinas Basave no puede evitar el tono de denuncia, la tumba y la cruz de quienes aspiran a la buena literatura. Pues a quién le importa la mala conducta de los institutos de cultura de Hermosillo y Tijuana, a quién las presentaciones de libros en una cantina maloliente de Ensenada. Eso se sigue llamando provincianismo. L
CINE
sábado 17 de septiembre de 2016
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LABERINTO
ESPECIAL
palabras al azar escribí sangre y encontré noticas sobre la venta de sangre, que es ilegal en México. Hay un mercado clandestino. Encontré artículos en los que se hablaba de convoyes de narcotraficantes con laboratorios para la transfusión de sangre; es lógico que la necesiten para sus heridos. En la frontera hay quien dona un riñón o un pedazo de médula para cruzar. Su cine es cercano a las historias de los jóvenes.
Fue un periodo que me marcó. Es una etapa en la que hay inocencia y, a la vez, prevalece la idea de que uno puede hacer todo. Los personajes jóvenes me permiten navegar por aguas turbias. Creo que mucha de la gente que está en el mundo del narco tiene cierta inocencia; no sabe que se mete a la boca del lobo. México es un país de jóvenes y son los que menos oportunidades tienen.
Julio Hernández Cordón
¿Por qué hablar de los skates?
“En la juventud, los padres están de adorno” Te prometo anarquía mira a la Ciudad de México sobre una patineta, una historia de amor en clave negra HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
ENTREVISTA
P
or primera vez hice una película con la que no tuve tantas limitantes de producción”, dice Julio Hernández Cordón acerca de Te prometo anarquía, que para el guatemalteco representa una transición, primero geográfica —es la primera que rueda en México—, y después por la forma de trabajo. A partir de la relación entre Miguel y Johnny, dos jóvenes que se dedican a andar en patineta y a pasarla bien, el cineasta habla de la homosexualidad, el narcotráfico, la Ciudad de México, pero, sobre todo, del amor. “Es una
cinta sin panfleto y quiero que el público saque sus conclusiones”, advierte en entrevista. ¿Cómo nace Te prometo anarquía?
Nace a partir de mi hermano: es gay. Además quería filmar una película de cine negro; después sumó la venta de sangre y al final la vida de los patinetos. ¿Cómo llegó al tráfico de sangre?
En la primera versión del guión tocaba el tráfico de cocaína pero se me hizo un cliché. Googleando
HOMBRE DE CELULOIDE
Quería hacer un homenaje a la Ciudad de México. Quienes la transitan de manera orgánica y por diversión son los skates. Cuando hablé con algunos de ellos me contaban que se la pasaban vagando entre siete y ocho horas. Se mueven sin prisa. En su película destaca también la ausencia de los padres.
Para muchos jóvenes, los padres están de adorno; entre menos comunicación se tenga con ellos, mejor; sobre todo si hacen cosas indebidas. En la juventud, la familia se constituye por la amistad y no por los lazos sanguíneos. Muestra una historia de amor gay, sin que el drama o la intolerancia ante la homosexualidad sea el hilo conductor.
Creo que hay mucho al respecto. Decidí que fueran dos chicos y ante todo es una historia de amor. Quería implicarme en la relación de dos hombres y la forma en que se muestran cariño sin decirlo todo el tiempo; quería abordarla desde una posición masculina porque entre los gay el espectro es muy amplio. Recuerdo que mi hermano me pedía que no hiciera una película feminoide. Es su primera película filmada en México. ¿Qué implicó dejar de rodar en Guatemala?
Crecí en México, estudié en el CCC y luego salí. Era importante enfrentarme cinematográficamente a la ciudad. Tengo la fortuna de haber vivido en distintos lugares y tengo la capacidad de adaptarme. Me gustó descubrir espacios que nunca habían aparecido en el cine. Es una película sobre la Ciudad de México pero no a partir de postales o lugares comunes. L FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
Un guión deslavado
E
n Morgan, la actriz Kate Mara interpreta a una evaluadora de control de riesgos que tiene que investigar lo sucedido con un producto de la empresa Synsect. El producto en cuestión es un ser humano sintético, esto es, una creatura salida de un laboratorio que se llama… Morgan. Luego de que la pequeña Frankenstein clava un lápiz en el ojo de su cuidadora, la empresa no sabe qué hacer por lo que llaman a Kate Mara para que investigue a este ser de apariencia desvalida. La película es mala. Comienza prometiendo ser una obra de ciencia ficción en torno a los problemas éticos de la creación de humanos en laboratorio y termina siendo un thriller sanguinolento. Morgan fue dirigida por Luke Scott, hijo de Ridley Scott, quien produjo la película. El guión era uno de los más peleados en Hollywood. Todo parece indicar que era bueno, pero hay al menos tres problemas que demuestran que no todo hijo de tigre es pintito.
El color deslavado de la fotografía recuerda el cine de los ochenta. El director ha querido crear atmósferas que navegan entre el miedo y el cuento de hadas. Para ello filmó en Irlanda, el país más verde. En esta casa en el bosque, la infancia idílica de nuestra Frankenstein se vuelve la pesadilla de sus cuidadores. La foto medio gris se parece a la que ha utilizado Ridley Scott en algunas de sus obras más famosas: Alien, Blade Runner. Por desgracia Luke Scott no sabe usar los filtros de la cámara con la misma efectividad que su padre, de modo que la imagen más que misteriosa luce pasada de moda. Otro problema es la solemnidad de la música que, lejos de crear una atmósfera de terror y ciencia ficción parece propia de una obra de carácter lírico. Creo que Luke Scott podría ser un gran director de películas románticas o, al menos, de un misterio más contenido. Los mejores momentos de Morgan tienen lugar en los bosques, cuando la
Morgan. dirección: Luke Scott. guión: Seth W. Owen. fotografía: Mark Patten. con Kate Mara, Anya Taylor–Joy, Toby Jones, Rose Leslie. Estados Unidos, 2016.
joven creatura y su cuidadora caminan sobre la hojarasca y abrazan árboles. Por último, los actores están mal dirigidos. Mara se volvió famosa como amante del presidente de Estados Unidos en House of Cards. En Morgan tuvo la oportunidad de mostrar que es más que una actriz de reparto, pero no. En su papel de evaluadora de riesgos, Kate Mara aparece tan deslavada como la fotografía: le falta arrojo, entereza. Su contraparte, Morgan, es Anya Taylor–Joy. La modelo se presenta cubierta por el
gorro gris de su jersey. ¿Por qué? Puede que el director haya querido acentuar con este gesto el carácter hermafrodita de la creatura pero lejos de resultar interesante es un guiño tan ridículo que se presta a la parodia. Por más que el director ha querido conseguir en Morgan la claustrofobia de Alien, lo único que ha conseguido es una película trasnochada y muy aburrida. Tanto que el guión supuestamente genial termina por estar como la foto: deslavado. L
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ESCENARIOS
ESPECIAL
Dos actrices MERDE!
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
U
La obra dirigida por Bernardo Gamboa se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Galeón
Juego de contradicciones El cuerpo de U pone al descubierto la dificultad para juzgar las acciones y las dudas ajenas TEATRO
E
l cuerpo de U es un juego en serio, una propuesta escénica que busca moverle la butaca al espectador, hacerlo caminar sobre el escenario y al mismo tiempo lanzarlo el interior de su conciencia y a la visión de una sociedad hundida en conflictos generadores de involución humana, o al menos, de estatismo. El inicio del montaje sorprende a los espectadores que son conducidos por grupos hasta diversos bloques de sillas sobre el escenario, desde donde observan el desplazamiento de los actores de un lado a otro, al tiempo en que pronuncian frases que cobrarán sentido más tarde. Los integrantes del grupo Teatro Bola de Carne exponen las reglas de un juego que supone a la audiencia conformadora del cuerpo de U, una persona muerta, a la que simbólicamente llegarán los actores jugadores. Al mismo tiempo, la audiencia funge como un jurado silente que levantará su mano con un sello azul o rojo, dependiendo de la teórica “solución” que dos elijan sobre determinado conflicto. El juego integra un tablero sobre una mesa blanca, en el que cada jugador–actor avanzará según el número que sumen los votos de la audiencia y el número romano que posteriormente saque de una bolsa. El cuerpo de U plantea asuntos como la sentencia de muerte a un torturador; el conflicto interior que vive un transexual al cambiar de opinión respecto a su nueva identidad sexual, sumado a la batalla con su madre y con la sociedad; el incesto, la obediencia, el castigo, la moral y las leyes. La obra, escrita por Julieta y Bernardo Gamboa (quien dirige el montaje), pide al espectador levantar su mano con el sello azul o rojo, lo que revela su postura ante la problemática expuesta. Sin embargo, al avanzar el montaje hay quienes se abstienen de dar su voto al encontrar inviable dos vías únicas ante un
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
mar de contradicciones, que es lo que este colectivo artístico busca evidenciar. El grupo Bola de Carne, integrado por Bernardo Gamboa, Micaela Gramajo, Meraqui Pradis y Roberto Pichardo, consigue su objetivo: sacar al espectador de su comodidad, empujarlo a participar. Cabe, sin embargo, el análisis sobre la estructura del planteamiento de las disyuntivas ofrecidas, sobre todo la relativa a la situación del personaje transexual, que puede provocar confusión en los votantes. Es precisamente la escena entre el personaje transexual y su madre, a cargo de Micaela Gramajo y Meraqui Pradis, la que se desarrolla con la intensidad, el ritmo y la complejidad actoral que un planteamiento así requiere, al grado incluso de que las contradicciones entre ambos amplían su espectro hacia el abismo insondable de las relaciones madre hijo/ hija en toda circunstancia. Quizá por el vértigo propio de este espectáculo que exige tránsito raudo y cambio de espacios, incluidas instrucciones, rompimientos, así como entradas y salidas de la ficción en fracciones de minutos, la solidez de algunas escenas se diluye a ratos, aunque también, en su mayoría, se recuperan. Cabría la reflexión respecto a mesurar la urgencia de exponer tantos conflictos para avanzar con mayor profundidad en la huella que se espera dejar en el espectador. Por encima de las dificultades implícitas en esta propuesta, las imágenes creadas por los actores enfundados en su overol rosa, su energía, su capacidad creativa, así como las acciones —bajo el diseño de iluminación de Mario Alberto Gártor, que exige luz específica para espacios inusuales como los rincones del escenario o uno de los desahogos y espacios propuestos por Josefina Dellatorre, incluido el tablero de Laura Gamboa—, despliegan parte del juego cruel en el que tomamos parte. L
n camerino. Aparece Blanca Guerra vestida como Andrea Palma en La mujer del puerto, fumando. Camina rumbo a dos espejos. Piensa, habla consigo misma. Va a uno de los espejos. Se sienta. Apaga el cigarro. Se desviste. Usa una bata similar a la que usó en El imperio de la fortuna. Retoca su cabello. Susurra sin que entendamos lo que dice. Se maquilla en el momento en que aparece Delia Casanova, en bata, quien camina hacia el otro espejo, frente a Blanca. La mira, no sabemos si con afecto u odio. El espectador duda de sus actitudes. Delia muestra claras contradicciones, la incomodidad de estar en escena. Meditativa, dice a Blanca: Delia: El teatro es un pozo de encuentros con uno mismo. No hay manera de dejarnos vencer por el presente. Tenemos que recurrir a la historia que somos para estar en la escena. Blanca: No, manita. Me niego a ser pasado. Tú porque te has dejado vencer, yo no, me parece que… Delia: Me parece que pecas de arrogancia. No eres una niña y no estamos para cineastas ni directores que buscan novedad, nuevas generaciones, admítelo. No somos protagónicas, nos usan de reparto. Blanca: Somos actrices. ¡Actrices! Nacimos para eso y así vamos a morir. Que no me digan que no sabemos actuar. Somos de una estirpe que viene de atrás. Nadie es nadie sin pasado, sin historia, sin público. ¿A poco la gente no recuerda a Ofelia Guilmain como la señorona de las tragedias; a María Teresa Montoya o a María Douglas en Las tentaciones de María Egipciaca cuando…? Delia: En esa época la televisión casi no existía. El teatro era el corazón de los actores. Ellas no tuvieron que lidiar con el espectáculo. Hoy cualquiera puede pararse a decir que puede interpretar un personaje que no tiene ni trama ni historia y lo único que piden es una nariz respingada y un cuerpo de sílfide. No encajamos en ese traje. Blanca: Perdóname, manita, pero no se trata de ser bella. La belleza igual es un asunto interior. Luché por ser actriz y estuvieron a punto de partirme la madre por encasillarme en estrellita al lado de Vicente Fernández o Valentín Trujillo. Busqué a como diera lugar a los directores serios para actuar, ¡para actuar!, no para posar en traje de baño. Pero ojo, no me arrepiento de hacer cine comercial. Tenía que vivir y hacer público. Delia: Y tuviste que desnudarte también, o en trajecito de baño, de bikini. No mientas, Blanca, posaste y te gustaba. Blanca: Me encantaba. Por qué no. Siempre fui guapa, lo digo sin vanidad. Qué querías: o trabajaba o me llevaba la chingada. No podía omitir mi juventud, no te hagas. Tú también te desnudaste en El apando, acuérdate, Delia. Y te veías muy campante y muy bonita… hasta que engordaste. Delia: Blanca…Eso… Eso… Me ha costado trabajo. Telón. Cambio de escena. L ESPECIAL
Delia Casanova y Blanca Guerra
VARIA
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LABERINTO
ESPECIAL
Repetición, repetición DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
C
ierta vez en un festival literario en Biarritz respondí a una pregunta con una reiteración. Me pareció un recurso retórico válido, pues tenía que usar frases breves e intermitentes para dejar que la traductora hiciera su trabajo. De modo que solté mis palabras iniciales con una idea, luego fui argumentando poco a poco mi respuesta y al final volví a la frase original a modo de conclusión. Sin embargo noté que la traductora guardó silencio en ese último tramo. La miré intrigado, y ella me susurró: “Eso ya lo dijiste”. De la misma escuela de traducción sería el buen Menéndez Pelayo, que tradujo la línea shakespeareana de “Reputation, reputation, reputation. O, I have lost my reputation” como “¡He perdido la fama, el buen nombre, lo más espiritual y puro de mi ser”. Aunque creo que mi traductora francesa hubiese dicho: “Reputación. La he perdido”. La repetición tiene una noble y artística razón de ser, y la retórica reconoce muchas formas de llevarla a cabo, dándole a sus variantes nombres como anadiplosis, anáfora, epístrofe, conduplicación o varios otros. Pero la reiteración mal empleada suele ser síntoma de caos mental, pobreza lingüística, ausencia de ideas y ganas de mentir.
“Enfrentar la amenaza y el riesgo que hay sobre nuestro país… Ha habido posicionamientos que francamente representan una amenaza y un riesgo para México... Dime si esto no es auténticamente un riesgo para México… Se han fijado posiciones que sin duda ponen en riesgo el futuro de México… Hacerle frente a lo que puede convertirse en un riesgo y amenaza para México… Ante este riesgo y amenaza, el tema y el problema hay que encararlo… Hacerle frente a lo que pueda representar, repito, un riesgo y una amenaza para México… Los problemas, amenazas y riesgos que representen o se tengan hacia México, hay que encararlos, hay que enfrentarlos... Hay que encarar lo que pueda representar un riesgo para los mexicanos y para el país”. También: “Déjame ser muy puntual… Fui muy claro… Fui muy claro y enfático… Fui claro también… Y fui claro y enfático… Fui muy claro... pero fui muy claro y está claramente registrado lo enfático que fui… Lo digo con toda claridad… Fui enfático… estoy muy claro”. O bien: “Y fue un primer acercamiento… Creo que un primer acercamiento… y en un primer acercamiento… esto es un primer acercamiento… Creo que es un primer acercamiento”.
LO QUE CONTEMPLAS
Es apenas un florilegio de una breve entrevista que escuché esta semana, en la que además se notaba suma dificultad para hilar una frase gramaticalmente correcta; no había concordancia, se perdía el hilo, pese a que las preguntas se conocían de antemano y las respuestas tendrían que estar bien preparadas. En cambio: “Imagina tú lo que representaría el que el Tratado de Libre Comercio, que genera millones de empleos en México, para las exportaciones y lo que aquí producimos significaría el que dejara de existir”. O ésta: “por qué México es importante no solo en la economía de los Estados Unidos y en la del propio México”. Supongo que mi traductora francesa habría resumido tanta palabrería en treinta segundos que comoquiera serían irrelevantes. Mas no escribo esto con ánimo de burla. Estoy preocupado. L ADRIANA DÍAZ ENCISO
adrianadiazenciso@gmail.com GEORGIA O’KEEFFE
El filo del cuchillo
G
eorgia O’Keeffe es un ojo que ve, un puente entre el corazón y el mundo. En ella la abstracción es vía de la emoción objetiva y lúcida: abstracción como el rostro latente de lo real, que ella revela, y realidad vuelta forma, color y movimiento para que el ojo del que contempla entienda que abstracción y realidad son uno y lo mismo, existencia que el ojo vuelve inteligible. La pintora más libre y radical del modernismo estadunidense dijo alguna vez: “Ser pintora requiere valor. Siempre me sentí caminando en el filo de un cuchillo”. La amplia exposición en la Tate Modern, que celebra 100 años de O’Keeffe en el ojo público, abre con los dibujos al carbón y las acuarelas de su primera exposición en la galería 291 en Nueva York, dirigida por Alfred Stieglitz, quien después sería su esposo y con quien exploró el oficio de la mirada durante un diálogo de 30 años. Desde estas primeras obras su audacia vibra en el aire, al igual que la firmeza de su paso sobre el filo del cuchillo. En la profusión de temas, búsquedas y cambios de dirección a lo largo de las trece salas que componen la exposición, avanzamos a través de una voluntad de belleza que canta a través de formas y matices, un flujo o delirio que quiere expresar el golpe del esplendor natural en el alma, y también la música, el sonido y el movimiento del mundo. Una intensidad alucinatoria de colores vuelve más real lo real porque brota del corazón de O’Keeffe, que debe haber sido indomable. Imposible encontrar en las reproducciones el embate eléctrico de ver estos cuadros de frente.
Paisaje de Mesa Negra
El ojo de O’Keeffe se abría desde la naturaleza, pero incluso los rascacielos de Nueva York fueron naturaleza para ella, y sus imágenes nocturnas de la gran urbe son construcciones más altas, más hondas, más luminosas que la ciudad misma merced a su mirada. Nos otorga piedra viva, la animalidad enorme de las montañas de Nuevo México (el Cerro Pedernal que Dios prometió regalarle si lo pintaba lo suficiente); flores que se expanden como universos para obligarnos a detenernos y ver; un estanque en el centro de un bosque; líneas de arquitectura citadina o de un rancho en el desierto; una cruz bajo el cielo estrellado; el cielo azul ardiente visto desde la lente del hueco en un
hueso; alfombras de nubes desde un avión; formas abstrusas que dicen un sonido o una emoción; puestas de sol, un fruto en una mesa, y todo vibra con la intensidad de un ser verdadero, un misterioso punto de origen creado entre lo visto, la mirada y la que ve. No hay nada en la obra de O’Keeffe que justifique los clichés derivados de una interpretación psicoanalista y fácil de “lo femenino” (iniciados en parte por Stieglitz mismo, quien quizá solo la entendió realmente sin palabras, al fotografiarla, al fotografiar sus manos). El suyo es arte animado por una fuerza visionaria, que es otra forma de decir espíritu humano que penetra el mundo para volverse elocuencia del mundo a través de la mirada.L