Laberinto
Nueva columna
LA GUARIDA DEL VIENTO alonso cueto p. 03
LA IRA DE UNA NACIÓN
julieta lomelí balver p. 08
UTOPÍAS
MILENIO
NÚM. 708
sábado 7 de enero de 2017 FOTO: SHUTTERSTOCK
armando gonzález torres, roberto pliego, josé antonio aguilar rivera p. 04 a 07
ANTESALA
sábado 7 de enero de 2017
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LABERINTO
ESPECIAL
Utopías ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
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n el otoño de 1516, el escritor y político inglés Tomás Moro publicó un opúsculo, Utopía, en el que, mezclando géneros en boga como la sátira moralista, las preceptivas de buen gobierno y los libros de viaje, imaginaba un país ejemplar, Utopía, situado en un archipiélago lejano. En Utopía no había guerras, ni injusticia y sus habitantes vivían en luminosa austeridad y armonía. Moro contrastaba ese estado de cosas con la convulsa Europa de su tiempo y señalaba que el afán de acumulación y competencia constituían los generadores de todos los males. Por eso, proponía una sociedad en la que no existiera la propiedad privada y las personas vivieran de la manera más sencilla y uniforme posible. En Utopía no había clases sociales, todas las funciones productivas y de gobierno se alternaban, había libertad religiosa y se despreciaba la riqueza, al grado de que el oro era utilizado para la fabricación de orinales. Lo más singular es que el autor de este inusitado diseño, Moro, no era un agitador aislado sino un influyente político que comenzaba su carrera ascendente en la corte de Enrique VIII. Existe controversia sobre si Moro creía o no en la posibilidad práctica de esta sociedad y acaso su opúsculo era un divertimento que, con la exageración, buscaba fustigar afablemente a la sociedad de la época. Lo cierto es que su Utopía se convirtió en la inspiradora de una numerosa genealogía de obras literarias y políticas, así como de proyectos de reforma social. La utopía como género ha adoptado las más diversas formas literarias y mecanismos
ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero
E
prácticos por lo que no puede definirse unívocamente. Hay utopías muy rígidas como las del propio Moro, Campanella o Cabet, donde el menor impulso social está normado y cronometrado; hay otras, al contrario, como los falansterios de Fourier, las Noticias de ninguna parte de Morris o la Ecotopía de Callembach, que exaltan la libertad y el juego de los apetitos. Más que definirse por su forma o su sustancia, la utopía representa la facultad humana de negar la realidad
y crear situaciones hipotéticas, lo que permite evadir lo meramente instintivo e integrar valores éticos y estéticos en la vida social. Una bella edición conmemorativa de Utopia (FCE/ CIDE/ La jaula abierta, 2016) inaugura la serie Topías, impulsada por Roger Bartra y Gerardo Villadelángel, en la que se recuperan obras emblemáticas de este género que atesora una de las aventuras más nobles y extravagantes de la imaginación humana. L
Por fin, el insomne pudo dormir. Soñó que seguía despierto.
2017 LOS PAISAJES INVISIBLES
Tomás Moro
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
n México es imposible la utopía pero la distopía es inevitable. Comienza el año con el inicuo, irracional gasolinazo que reafirma la lógica del sistema y su política económica que no rectifica, no se adapta a la realidad nacional sino todo lo contrario, se aferra a los usos y costumbres del desprecio al bien común y el desmantelamiento vertiginoso de las potestades del Estado: mientras la espiral inflacionaria rozará la quiebra del país que marcha al revés, seguirán intactos los privilegios de la alta burocracia y los poderes de la Unión, con sus nóminas, presupuestos, prestaciones y estímulos de élite primer mundista, en tanto que los partidos políticos continuarán prosperando con millones del erario, abrigados por la corrupción y el crimen organizado como motores de más prosperidad ya que, al fin y al cabo, éstos son la rueda que desplaza a un régimen torpe, soberbio e irresponsable. Los hidrocarburos siempre han sido el punto sensible de la Nación. La reforma energética, el gran
fracaso de la gestión de Peña Nieto, al que solo le faltó decir cuando logró concretarla que “íbamos a administrar la abundancia”, como lo hizo en su momento José López Portillo, se quedó cortísima ante la escena planetaria pero le sigue sirviendo para mantener un andamio administrativo cuyo margen político irá disminuyendo en los meses por venir: Donald Trump tomará posesión en un par de semanas. Sus promesas de campaña dejaron ya de ser mera demagogia y la primera evidencia es la decisión de Ford de retirar el proyecto de inversión en México para mudarse a su país de origen, y quizá le siga General Motors y luego ya veremos. Y mientras tanto, al señor Enrique Peña Nieto solo se le ocurre liberar el precio de las gasolinas y nombrar a Luis Videgaray secretario de Relaciones Exteriores, un tecnócrata sin la mínima noción de Diplomacia pero posible interlocutor de Mr. Donald porque solo él, Videgaray, tuvo la genial idea de invitar al empresario que ofendió a toda la Nación para que midiera en suelo patrio, el auténtico tamaño de la avestruz presidencial. En México es imposible la utopía pero la distopía es inevitable. Algunos ya
predicen el destape del nuevo canciller como candidato a la presidencia el próximo sexenio y entonces, ¿qué tipo de gobierno y de país será éste, si la lógica es imponer (quizá será mejor decir preservar) un régimen de vocación lacayuna, dispuesto a renunciar a su soberanía, al orgullo y la dignidad? La distopía es nuestro anatema. El tipo de nación que somos, con o sin Donald Trump, no cambia. Ante las protestas contra el gasolinazo ya se están creando las condiciones adecuadas (vandalismo y pillaje perpetrados por individuos sospechosos) para asfixiar los reclamos y movilizaciones al estilo Atenco (¿recuerdan quién gobernaba el Estado de México cuando ocurrió ese abominable episodio?), que le demostrarán al próximo ocupante de la Casa Blanca que en México el orden se impone solo de una manera y que estamos listos para levantar el muro porque desde antes, mucho antes que a Trump se le ocurriera ser candidato, aquí siempre ha habido un muro: entre los gobiernos y los gobernados, entre el sistema político y el territorio nacional que el mismo sistema ha hecho pedazos. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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× V Í CTO R
sábado 7 de enero de 2017
ANTESALA
ESPECIAL
TO L E D O ×
En la montaña Este poema forma parte de Fin del tiempo (Leviatán, España, 2016), un libro autobiográfico que va de la caída de las utopías del siglo XX hasta nuestra era del vacío
L
eyendo un libro de poesía clásica china Me digo: Li–Po y Tu–Fu eran unos borrachines solitarios. De pronto me doy cuenta que vivo una situación muy parecida Moro solo en la montaña y me alegra siempre el vino En el jardín de la Vía Láctea solo las estrellas y las flores, La luz y la naturaleza, conversan conmigo. Abajo, el ruidoso resplandor de la ciudad es un lejano río. Es mi reino. Tu–Fu y Li–Po se ríen de mí Li–Po se embriaga siempre acompañado por su sombra y por la luna (Magnífico trío de camaradas) Tu–Fu por la melancolía del amor, la justicia y sus amigos. Pero yo me río también No solo tengo a mi sombra y a la luna Mi libro y ellos me acompañan Y con el resplandor rubí del vino, Que hila las horas entusiasta con el rubor de la Vía Láctea, Somos un grupo ya considerable.
×EKO×EX LIBRIS×JEAN GENET II×
Fernando de Szyszlo
Ese quimérico museo LA GUARIDA DEL VIENTO
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ALONSO CUETO
n sus memorias La vida sin dueño (Alfaguara), el artista peruano Fernando de Szyszlo se define a sí mismo en una frase de dos palabras: “Soy pintor”. A los 91 años, De Szyszlo ha escrito un libro de memorias que recorre su formación con el maestro Adolfo Winternitz, su amistad con Octavio Paz, que se inicia en París, y sus relaciones con Roberto Matta y Wilfredo Lam. Al inicio, recuerda la definición de Borges respecto a la memoria: “Ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Sus confesiones, reflexiones y relatos están escritos en frases cortas y directas, llenas de anécdotas y de humor, que dan la ilusión de una charla con un amigo cercano. Las historias son reveladoras. Cuando vive en París, en los años cuarenta, De Szyszlo realiza una serie de litografías en torno al poeta César Vallejo, que había muerto en 1938. Poco después, Georgette, la viuda francesa del poeta, le ofrece en agradecimiento un mechón de pelo de Vallejo que De Szyszlo guarda hasta hoy. En otro pasaje sobre su estancia parisina, De Szyszlo recuerda las reuniones en el departamento de Octavio Paz, que aún estaba casado con Elena Garro. Allí sonaba con frecuencia la guitarra de Rufino Tamayo, que se entendía a la perfección con la voz del poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas. En otro pasaje se cuenta que la gran poeta Blanca Varela, por entonces esposa de De Szyszlo, acababa de terminar su primer poemario, que tenía el nombre de Puerto Supe. “No me parece un buen título”, le dijo Paz. “Pero ese puerto existe”, le dice Blanca. “Ese es el título”, le contesta Paz. Fue por eso que el primer libro de Varela se llamó Ese puerto existe. En el capítulo llamado “Vida de un pintor”, De Szyszlo confiesa su sensación frente al lienzo todos los días: “Unas ideas que quiero interpretar lo más fielmente posible y la áspera certeza de que no podré hacerlo por completo”. Esta sensación lo lleva a definir cada cuadro como “el homicidio de un sueño”. En otro pasaje, define el arte como “un encuentro entre lo sagrado y la materia”. Esta definición, que recuerda las raíces del surrealismo en su obra, define su pintura hecha de penumbras en las que refulgen soles furiosos. En el último pasaje del libro se relata un viaje por la costa sur peruana en un auto (como un “velero silencioso”), junto a su esposa Lila. De Szyszlo cuenta que abre la ventana y por un momento intenta capturar el viento entre los dedos. Es lo que ha hecho con estas magníficas memorias. L
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Gerardo Villadelángel
“Hay que sacar la utopía ESPECIAL
ROBERTO PLIEGO
El caos y el desencanto que se han apoderado de la cotidianeidad mexicana obligan más que nunca a repensar la necesidad de las utopías, esas construcciones imaginarias nacidas al impulso de vivir en un mundo mejor. Esta urgencia se halla en el origen de estas páginas, que ofrecen una entrevista con uno de los impulsores de la serie Topías (La jaula abierta/ CIDE/ FCE), que inició con el libro clásico de Tomás Moro y promete al menos 25 títulos más, y el prólogo a La Nueva Atlántida de Francis Bacon, enmarcada en esa serie y de próxima publicación
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opías es el nombre de la serie que empezó a circular a fines de 2016 con la edición conmemorativa de Utopía de Tomás Moro —que cumplió 500 años— bajo los sellos de La jaula abierta, el Centro de Investigación y Docencia Económicas y el Fondo de Cultura Económica. Su propósito: volver a poner en circulación las utopías y distopías que han conmovido al pensamiento desde Platón hasta nuestros días. Para este año se anuncian, por ejemplo, El nuevo mundo amoroso de Charles Fourier, El talón de hierro de Jack London, El filósofo autodidacta de Ibn Tufayl, La ciudad del Sol de Tommaso Campanella. La colección comprende obras de un claro talante filosófico y obras provenientes de la imaginación literaria. Charlamos con el editor y cofundador —junto con Roger Bartra y Vicente Leñero— de La jaula abierta, un proyecto editorial que ha iniciado con el pie derecho. De dónde vino el impulso de crear una colección dedicada a las utopías y distopías.
Surge por un tema detonante: Ayotzinapa. Los estudiantes fueron reprimidos por la policía y el crimen organizado en un escenario político gobernado por la izquierda. Creo que este hecho refleja un sentimiento de desesperanza pues nada ha cambiado en los últimos 50 años. Aquello por lo que luchaste no significa nada frente al poder hecho gobierno. Con ese sentimiento, asistí a una marcha convocada por los padres de los estudiantes de Ayotzinapa. Vi entonces una proyección errónea que tenía que ver con la dirección de la crítica. Los que asistieron al mitin criticaban a personajes políticos que carecían de toda responsabilidad en la desaparición de los estudiantes. Pensé
Utopía, la isla imaginaria de Tomás Moro
entonces que la crítica estaba mal dirigida y que esto se relacionaba con las malas decisiones que toman quienes dirigen el país. Ocurrió entonces que Cuauhtémoc Cárdenas fue expulsado de la marcha, escupido, vejado. Cuando un grupo de disidentes se fue contra él tuve una especie de revelación y de alguna forma me hice un viejo. Estaba frente al desencanto, que es el detonador de toda utopía. ¿Así que el desencanto va de la mano de la creación de mundos ideales?
El contexto mexicano invita a leer las construcciones utópicas que se han dado a lo largo de la historia y que provienen de escenarios
decadentes. De Platón hasta nuestros días, pasando por las utopías del Renacimiento, hay un deseo por corregir las anomalías. Roger Bartra y yo creemos que es necesario reconstruir las nociones de verdad, de justicia, de ciudadanía. Creemos que hay que crear nuevas nociones de organización social y de convivencia, algo que no vi cuando asistí a esa manifestación por los estudiantes de Ayotzinapa, que reunió a distintos grupos, distintas generaciones y clases que han perdido de vista la noción de justicia, el propósito de todas las utopías. No queremos, sin embargo, formular el camino hacia un escenario utópico sino compartir algunos temas.
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DE PORTADA
ESPECIAL
a la calle” Topías inició con la publicación de Utopía de Tomás Moro. ¿Qué sigue?
El próximo año publicaremos diez o doce títulos más y para finales de 2018 tenemos contemplado alcanzar 25 títulos. Se trata de reunir distintas narrativas que lo mismo plantan sus raíces en el pensamiento filosófico que en la literatura. Cada libro cuenta con una introducción escrita por un académico y un epílogo por un escritor. Hemos considerado a Platón, a Francis Bacon, a Campanella, Kafka, Valentin Andreä… Buscamos un abanico de deseos, de sueños e ideologías, y también de coincidencias entre los textos clásicos y los escritores invitados. La ciudad del Sol de Campanella, por ejemplo, tiene un prólogo de Julio Hubard; La nueva Atlántida, de Francis Bacon, tiene un prólogo de José Antonio Aguilar Rivera; Cristianópolis, de Johann Valentin Andreä, tiene un epílogo de Armando González Torres. Estamos buscando también incluir ciertas utopías chinas, japonesas, árabes, que son raras. Aspiramos, además, a discursos críticos que rompan con la lectura tradicional de las utopías, y a interpretaciones visuales de la mano de ilustradores y artistas visuales. Hay utopías, digámoslo así, heterodoxas.
Uno de mis libros favoritos es Los viajes de Gulliver. Tiene a unos personajes, no siempre bien proyectados, que son los caballos que pelean y se convierten en seres intelectuales y superiores que no pueden convivir con los humanos Es una distopía horrenda pero fascinante, que hace un análisis del salvaje configurado. ¿Nuestra realidad admite aún la existencia o la creación de utopías?
Desde luego. Hay que hacer filosofía y después sacarla a la calle para que redunde en nuestra manera de asumirnos como seres políticos. Las lecturas hechas por sociólogos, antropólogos, politólogos, narradores, poetas convocados justifican la existencia de un pensamiento utópico. Con ellas queremos asimismo crear un debate entre generaciones, entre jóvenes y pensadores con una obra sólida. Buscamos que cada uno de los textos propicie una lectura de México en el siglo XXI, una lectura que justifique por qué son necesarios los textos utópicos y que haga una revisión de la literatura de los últimos 2 mil años. Hablamos de una coedición. ¿Por qué reunir a La jaula abierta, el Centro de Investigación y Docencia Económicas y el Fondo de Cultura Económica?
El CIDE lleva aproximadamente quince años haciendo estudios sobre nuestra cotidianeidad. No sé en qué se basaron esos estudios pero conozco los resultados. Así que pensamos que podíamos hacer un buen trabajo de colaboración. Nos acercamos al consejo académico y después al Fondo de Cultura Económica. Al final convinimos en que Topías podía tener la forma de un proyecto educativo, una forma de analizar los discursos que alientan la creación de ciudadanía y de pensamiento entre las nuevas generaciones. Los jóvenes deben asumirse como seres políticos preocupados por la creación de nuevas realidades. ¿Cómo debemos acercarnos a las formas clásicas de la utopía?
Más que escenarios, son modelos necesarios a seguir. Es imposible sumarse al cauce de Moro, Campanella o Bacon, porque vivieron en contextos ya inaplicables pero debemos estar seguros de que el discurso y sus intenciones permanecen como permanece el discurso filosófico de Platón. Las utopías son formas de pensamiento que pueden revelarnos una imaginación y una idea distópica, pero pueden ofrecer también la posibilidad de construir mundos hechos por nosotros mismos, enfocados a formas de verdadera justicia y democracia.
Gerardo Villadelángel, Roger Bartra, fundadores de La jaula abierta
LOS CASTILLOS IMPOSIBLES DE LEWIS MUMFORD En 1922, el historiador, sociólogo, filósofo de la tecnología y crítico de arte y de arquitectura Lewis Mumford publicó su primer libro, Historia de las utopías (en español por pepitas de calabaza ed.), un brillante recorrido por el pensamiento utópico y los mitos que influyeron en Occidente, cuyos ecos resonaban todavía en las utopías sociales parciales del siglo XX. Mumford desentrañó las obras de Platón a Henry Morley a partir del concepto inglés de commonwealth, que se refiere a una comunidad política organizada para el bien colectivo, y delineó los dos matices que rigen el mundo ideal: las utopías de escape y las utopías de reconstrucción. En las primeras, lo que él llamó el idolum o pseudoentorno, el sustituto del mundo exterior que es ese espacio imaginario en el que todos, en algún momento, nos refugiamos, funciona como mecanismo de compensación que libera de forma inmediata las dificultades o frustraciones que padecemos día con día. Las segundas, por su parte, se fincan en las aspiraciones a futuro, son una suerte de plan o proyecto transformador. Sobre las utopías de escape y las de reconstrucción, Mumford dijo: “La primera deja al mundo tal como es; la segunda trata de cambiarlo, de forma que podamos interactuar con él en nuestros propios términos. En un caso, construimos castillos imposibles en el aire; en el otro, consultamos al agrimensor, al arquitecto y al albañil y procedemos a la construcción de una casa que satisfaga nuestras necesidades ¿Y qué hay de las utopías y distopías latinoamericanas?
Hay construcciones fascinantes, con personajes en absoluto aislamiento. Hace unos meses tomé un curso con José Balza, quien vino a México y hablaba de la necesidad de reconstruir el escenario por antonomasia de las utopías. Pensando desde esta perspectiva, hallamos a Vasco de Quiroga, un caso muy curioso pues se trata de uno de los pocos utopistas que no escribieron sino que actuaron. Mucho más tarde, llegas a Ricardo Piglia y a Borges, quienes adelantan conclusiones distópicas.
básicas, hasta el punto —claro está— en que las casas hechas de piedra y argamasa puedan lograr tal fin”. Las utopías surgen del inconformismo. Crean ciudades perfectas y apacibles, commonwealths ideales cuya naturaleza corresponde a la época y su pensamiento tradicional, de ahí las diferencias o coloraciones que Mumford halla en su exhaustivo periplo por la República de Platón, la Utopía de Tomás Moro, Cristianópolis de Johann Valentin Andreä, Nueva Atlántida de Francis Bacon, La ciudad del Sol de Tommaso Campanella, Nova Solyma de Samuel Gott, L’Histoire des Sevarambes de Denis Varaisse D’Allais, Giphantia de C.F. Tiphaigne de la Roche, The Adventures of Gaudentio di Lucca de Simon Brighton, Memoirs of the Year 2500 de Louis Sebastien Mercier, Description of Spensonia de Thomas Spence, El falansterio de Charles Fourier, Voyage en Icarie de Étienne Cabet, y los mundos oníricos de James Silk Buckingham, E. Bulwer–Lytton, Robert Pemberton, Edward Bellamy, Theodor Hertzka, William Morris, Ebenezer Howard, W.H. Hudson, Émile Thirion, Gabriel Tarde, H.G. Wells, Ralph Adams Cram, William Blake y, decíamos, Henry Morley. Del año 427 a. C. al siglo XX, la revisión que Lewis Mumford hizo en Historia de las utopías a los 27 años de edad, prefiguró la sagacidad intelectual de un utópico a su manera, que dedicó el resto de su vida a la reflexión sobre la técnica y las máquinas en la evolución humana y la civilización. I.R.G. ¿Cuál es el ambiente más propicio para crear utopías?
Podemos plantear el discurso utópico cuando hay una crisis de las ideologías, una crisis que en México lleva ya cuatro décadas. Veamos a las generaciones más recientes: carecen de ideología. Este es el mejor terreno para generar planteamientos desde la posición de la utopía. Pero hay que tener cuidado. En Rebelión en la granja, George Orwell reveló que la crisis de las ideologías puede conducir a un poder sin contrapesos.L
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ESPECIAL
Regreso a Tyrambel JOSÉ ANTONIO AGUILAR RIVERA
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n el repertorio de las utopías clásicas La Nueva Atlántida, de Francis Bacon (1561-1626), ocupa un lugar singular. Como señala la filósofa política Judith Shklar, todos los utopistas en la tradición de Tomás Moro tenían una misión crítica en dos sentidos. En primer lugar, criticaban en sus escritos algunas instituciones sociales propias de su tiempo y lugar. En segundo, la utopía constituía para ellos un rechazo de la idea del pecado original, según la cual la virtud humana y la razón eran facultades débiles e impotentes.1 La utopía era un ataque a la idea radical de que los seres humanos eran criaturas caídas incapaces de hallar la felicidad en la tierra. Así, “la Utopía es siempre una imagen y una medida de las alturas morales que el hombre puede alcanzar utilizando solamente sus poderes naturales”.2 Sin embargo, las utopías clásicas no destilaban optimismo, pues no había seguridad de que los seres humanos lograrían materializar las posibilidades que su razón natural les permitía. La visión utópica abarcaba no lo probable sino más bien lo “no imposible”. Y como afirma Shklar, la utopía no se preocupaba de la probabilidad histórica de que esas sociedades ideales surgiesen. La utopía no está en ningún lugar, no solo geográfica sino también históricamente. No está en el pasado ni en el futuro. “Si la historia”, afirma Shklar, “desempeña algún papel en la utopía clásica, es solo en la forma de un recuento angustiado
de la antigüedad, de la polis y de la república romana de virtuosa memoria”. En efecto, al melancólico contraste entre lo posible y lo probable se añadía el triste contraste entre la tosca y disoluta Europa y la virtud y la unidad de la antigüedad clásica.³ Sin embargo, esta es una de las características que La Nueva Atlántida niega. Bensalem, la sociedad utópica que los marineros a la deriva encuentran por casualidad, tiene una historia, mítica, pero historia al fin y al cabo. La aparición del arca del apóstol Bartolomé está datada a “unos veinte años antes de la ascensión de nuestro Salvador”. La Nueva Atlántida Sabemos de igual forma es fiel al canon al que las expediciones descreer radicalmente de los habitantes de de la naturaleza caída aquella isla se remondel ser humano taban por lo menos a 3 mil años atrás. Los habitantes de Bensalem no habitaban en un vacío histórico, aunque estuvieran geográficamente aislados. La historia les importaba: “aquí tenemos extensos conocimientos del pasado”. La obra de Bacon desafía también al canon de las utopías clásicas de otras formas. Una de ellas es particularmente importante: La Nueva Atlántida es una utopía desprovista de nostalgia. Sus habitantes no añoran un tiempo perdido. Nadie añora ahí a Platón. Tienen confianza en el futuro, colonizado a cada momento por los inventos de los sabios de la Casa de Salomón. Más adelante,
los viajeros descubren que, cada cierto número de años, los habitantes de Bensalem visitan otros países en misiones encubiertas. El mundo los ha olvidado, pero ellos no han olvidado al mundo. De tal modo, “cuando el rey hubo prohibido a todo su pueblo la navegación hacia aquellos lugares que no estaban bajo su corona, dictó sin embargo esta disposición: que cada doce años se habían de enviar fuera de este reino dos naves designadas para varios viajes, y que en cada una partiría una comisión de tres individuos de la hermandad de la Casa de Salomón, cuya misión consistiría únicamente en traernos informes del estado y asuntos de los países que se les señalaba, sobre todo de las ciencias, artes, fabricaciones, inventos y descubrimientos de todo el mundo. Teniendo también el encargo de traernos libros, instrumentos y modelos de todas clases”. En Bensalem hay una esperanza orientada al futuro: esa esperanza es la ciencia aplicada. Es el papel de la ciencia, y el optimismo que trae consigo, lo que pone a La Nueva Atlántida aparte de otras utopías del Renacimiento dentro de la tradición clásica. Hay un carácter utilitario que parecería estar fuera de lugar en una utopía clásica, pero que hace que este texto nos sea cercano y claramente reconocible a los modernos. La Casa de Salomón, institución toral de Bensalem, no es una Academia de la contemplación. La misión de esa hermandad era moderna: “El objeto de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y secretas nociones de las cosas y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas
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DE PORTADA
ESPECIAL
las cosas posibles”. Bensalem era una utopía de lo posible. Lo estético aquí cedía al razonamiento utilitario, que es una anticipación de otra era: “Tenemos grandes y variados huertos y jardines, donde más que de la belleza (las cursivas son mías) nos preocupamos de la variedad de la tierra y de los abonos apropiados para los diversos árboles y yerbas”. Otro rasgo anómalo de La Nueva Atlántida es que no es una utopía pagana. Incluso Tomás Moro, alguien que se convertiría en un santo de la Iglesia católica, no hizo a los habitantes de su Utopía cristianos. Lo contrario ocurre en Bensalem, que resuena con ecos del Antiguo Testamento. La religión cristiana, no tan distinta como se conocía entonces, era parte de una sociedad idealmente organizada. En otros aspectos la obra de Bacon cumple con el canon. En primer lugar, Bensalem es claramente una sociedad diferente y superior a cualquier sociedad europea. Ahí reina la armonía, la paz, la benevolencia y la piedad. La violencia está ausente y hay conformidad social. La familia es el núcleo social que se recrea a través de ceremonias que son tanto públicas como privadas. Bacon describe con mucho detalle la “fiesta de la familia”, que era una “costumbre en extremo sencilla, piadosa y digna de admiración, que denota una nación compuesta de todas las bondades”. La regimentación de las costumbres, sobre todo aquellas que tienen que ver con el matrimonio, ocupa un lugar central. La virtud en esa sociedad era mayor que en Europa. Ahí el reconocimiento recíproco de la verdad unía a todos los ciudadanos. Y había pureza: “No hay bajo los cielos nación tan casta ni tan exenta de toda corrupción o impureza que ésta de Bensalem. Es la Virgen del mundo”. De esta forma, la sociedad de Bensalem sirve como un parámetro crítico para el juicio moral. Es, qué duda cabe, “la expresión del deseo del artífice de perfección y permanencia”.4 La Nueva Atlántida es fiel al canon al descreer radicalmente de la naturaleza caída del ser humano: la razón y la naturaleza se erigen victoriosas frente al pecado original. Pero Bacon va más allá del canon clásico. Los habitantes de Bensalem documentan en nosotros un optimismo histórico ajeno a éste. A diferencia de la sociedad de los caballos racionales, que el capitán Gulliver encuentra en su último viaje y que no puede ser reproducida entre los hombres, la de Bacon es una utopía cuyos arcanos abren amablemente (si no fácilmente) la puerta del conocimiento a las cabezas menos ilustradas para su cabal divulgación. Así, el miembro de la Casa de Salomón le dice al narrador: “Dios te bendiga, hijo mío, y Dios bendiga este relato que te he hecho. Recibe mi autorización para hacer público todo, por el bien de otras naciones, pues nosotros aquí en este país desconocido estamos en el seno de Dios”. ¿Qué importancia tiene La Nueva Atlántida para los habitantes modernos de Tyrambel, como se denomina al antiguo México en esta utopía renacentista? Creo que la obra de Bacon encarna una aspiración crítica de enorme importancia: la reforma y el mejoramiento a través de la razón aplicada. No es una utopía, ciertamente, en el sentido de Karl Mannheim, pensador del siglo XX quien propuso maniqueamente que el pensamiento político se dividía en utopía (la perspectiva que anhelaba el derrocamiento parcial o total de las estructuras sociales dominantes) e ideología (el punto de vista típico de las clases dominantes que buscaban preservar el orden establecido). Bensalem no se presenta como una visión que llame a la revolución, porque no es en sí misma producto de ningún cambio violento. Tampoco es una sociedad estática, pues los inventos y avances la transforman. La clave de la felicidad singular de esa sociedad era su fe en el poder de la ciencia puesta al servicio del bien común. La de Bacon es una utopía ilustrada de la moderación, que no es clásica ni tampoco pertenece a la tradición del pensamiento revolucionario. Sin embargo, el poder de la ciencia aplicada es enorme, pues transforma la vida cotidiana de todos los habitantes. Lo hace de diversas maneras y para bien. En muchos sentidos, La Nueva Atlántida es una utopía visionaria y optimista. En efecto, los sabios, a través de la experimentación, cada día hallaban nuevas y sorprendentes cosas: “Encontramos también diversos medios, desconocidos todavía para vosotros, de producir luz originalmente de diversos cuerpos. Nos procuramos los medios de ver objetos a gran distancia, como en el cielo o lugares remotos. Podemos presentar las cosas cercanas como distantes y las lejanas como próximas. Tenemos auxiliares para la vista muy superiores a las gafas y anteojos en uso; y lentes e instrumentos para ver cuerpos pequeños y diminutos”.
La Nueva Atlántida de Francis Bacon
LOS QUE VENDRÁN Estos son algunos de los títulos anunciados por la Serie Topías, lo mismo provenientes de la reflexión filosófica que de la más pura ficción: [ La ciudad del Sol de Tommaso
Campanella
[ Cristianópolis de Johann Valentin
Andreä
[ El filósofo autodidacta de Ibn Tufayl [ Viaje de mi hermano Alexis al país
de la utopía campesina de Alexander Chayanov
[ El nuevo mundo amoroso de Charles
Fourier
[ El talón de hierro de Jack London [ La granja de Blithedale de Nathaniel
Hawthorne
[ Eufonia o la ciudad musical de
Hector Berlioz
El optimismo en el poder transformador de la razón humana es particularmente importante cuando el desánimo y la incertidumbre dominan y parecen negar el potencial de cambio de una sociedad. Esa es la condición mexicana en la segunda década del milenio. Para algunos este optimismo resultaba bobalicón. Jonathan Swift así lo creyó y por eso ridiculizó los inventos y experimentos de La Nueva Atlántida en el libro II de Los viajes de Gulliver. Es cierto, también, que los sabios de la Casa de Salomón no sabían del resultado de los experimentos nucleares que llevaron a la construcción de la bomba atómica. Los seres humanos del siglo XXI no pueden ser tan ingenuos respecto al poder de la ciencia después de Hiroshima y Nagasaki. Con todo, la utopía de Bacon apela al potencial transformador de los seres humanos. Bacon no era en realidad un ingenuo. Sabía del peligro que el conocimiento significaba. Y aun así defendió la idea de que el conocimiento podría mejorar nuestras sociedades si actuamos con prudencia. Esa es una verdad de La Nueva Atlántida que los modernos habitantes de Tyrambel harían bien en escuchar. L 1 Judith Shklar, “The Political Theory of Utopias: from Melancholy to Nostalgia”, en Daedalus , vol. 94, núm. 2 (primavera 1965), p. 370. 2 Ibid. ³ Ibid. , p. 371. 4 Ibid. , p. 371.
PENSAMIENTO
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La ira de una nación ENSAYO JULIETA LOMELÍ BALVER
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ESPEC
IA L
na rabia sembrada en el alma del hombre incapaz de oponer resistencia, una furia de origen divino que enardece el pecho del héroe: el receptáculo de la cólera divina, el carácter humano como servidumbre de fines trascendentes, su temperamento puesto para la guerra. Ese impulso incontenible que arrojaba al héroe —a un Aquiles a incendiar Troya— fue el inicio que moldeó el temple futuro de toda civilización, uno esencialmente dominado por afanes iracundos antes que por un sentimiento pacifista. En el principio de nuestra cultura, la occidental, no fue el Verbo, sino la Ira. Esto escribe Peter Sloterdijk, un polémico pero lúcido filósofo alemán —de nuestros grandes pensadores vivos, que aún se aventuran al discurso edificante, ese que conserva la nostalgia de lo sistemático, la ambición por la originalidad. No hubo encuesta posible que midiera la ira y la intolerancia oculta. Todos los pronósticos fallaron. El triunfo de Trump y del Brexit lo exhiben. En Estados Unidos, el apetito de venganza se escondió a flor de piel en los llamados White Angry Men y en sus familias; en quienes concebían que su calidad de vida disminuía en esa paulatina proletarización de lo cotidiano; en aquellos que sienten indignación por el continuo cierre de fábricas; en los que desprecian la migración ilegal y hacen de lo diferente una alteridad insalvable: la incomprensión de otras culturas es codificada como una verdadera amenaza. Para que Trump ganara también se agazapó la ira en la comunidad hispana que vio con desconfianza la nueva política de apertura hacia Cuba. Este caldo de cultivo se preparó en el laboratorio de la creciente polarización y marcó la pauta de la estrategia política de
LABERINTO
comunismo, cualquier nacionalismo y régimen insertado en aspiraciones radicales, ya sea de izquierda o de derecha, en valores de supremacía racial o alentadores de la perfección moral y social, funcionan como “bancos de ira”. La distopía nace de estos estallidos de cólera; sin embargo, toda utopía es al mismo tiempo la construcción de minas de odio. Las expectativas superlativas acumulan resentimiento, se alimentan de comprender al mundo desde el amor unilateral, desde la aniquilación de la alteridad, un egoísmo que somete a cada individuo al deseo, jamás resuelto, jamás saciado, de subyugar al prójimo en aras de cumplir su querer. Sloterdijk habla del estado nocivo de esta psicología que sigue imperando, una que ha orillado al individuo Trump. No se pretendió crear ninguna vacuna, a la búsqueda de su “paraíso perdido”, volviéndolo un sino formar la tormenta perfecta en el cauce individuo miserable que pretende encontrar el sentido de la democracia norteamericana. de su vida en los objetos, que cosifica al prójimo, un ser Ira y tiempo tituló Sloterdijk a uno de sus de aspiraciones siempre inalcanzables y narcisistas. Este libros, en un juego de palabras que parece retar individuo no es más que el hombre herido en el ego, que a Heidegger, quien alguna vez nombró a su necesitará confirmarse frente al prójimo anulándolo. obra capital Ser y tiempo. ¿Qué va moldeando El patrón se repite, la ira se va acumulando y enriqueciendo lo originario de una civilización, el ser de toda sus propósitos con base en odios individuales, resentimientos, cultura a lo largo del tiempo? El filósofo piensa y germinando una sed de venganza dentro de los Estados. El en la ira como eso que va desplegándose en triunfo del nacionalsocialismo en Alemania nos sugiere un la historia, materializándose de formas dis- espejo en el cual no quisiéramos vernos proyectados. Trump, tintas. La ira que en inicio aparentaba tener émulo de Narciso, no resistió reflejarse en las agitadas aguas un sentido de valentía, y por tanto positivo, de la ira. Se dice que la historia se repite. Demos tiempo al como el arrojo del héroe que es designado tiempo a la espera de que la historia suceda una vez como por los dioses a defender a su propio pueblo, tragedia y la otra como farsa, como sugería Marx. se convirtió, con el nacimiento de la filosofía Los bancos de ira también son promotores de cambios griega, en un instinto que habría de ser do- de época. Los bancos acumulan enconos particulares que mesticado en aras de conseguir la desembocan en movimientos convivencia sana entre ciudadanos. históricos, escribe Sloterdijk: Pero ni Platón, ni Aristóteles ni las Las expectativas “cuando el dispendio de ira adopta doctrinas estoicas arrancaron a superlativas acumulan formas más desarrolladas, se llega Occidente del cigoto del cual ha resentimiento, a un punto en el que se recogen brotado nuestra civilización: “En se alimentan de con esmero los estados de ira el principio fue la palabra ira y la comprender al mundo sembrados de manera consciente palabra ira tuvo éxito”. desde el amor unilateral y sus frutos”. Esto pasó con la reLos asesores de Trump templaciente elección norteamericana. ron la furia de los elementos de la Una figura demencial como lo naturaleza humana en un discurso simple e es Trump se dedicó a recolectar la cosecha del malestar incendiario. El pesimismo, la intolerancia y el de un pueblo que había germinado a lo largo del tiempo. hastío de la política tradicional configuraron La campaña de Trump fue pensada desde una estética los ingredientes de la receta secreta del triunfo del mal. Recordemos a Karl Rosenkranz, otro filósofo electoral. Fueron viento, fuego y pasto seco. alemán, que en 1853 hizo una distinción entre las formas Dos tercios del electorado no querían seguir en que la maldad puede volverse un recurso artístico. La igual y Clinton, heredera de la casta política, maldad es lo éticamente feo por antonomasia, pero puede con amplia experiencia, pero con un historial ser sublimada mediante una estrategia propagandística de polémicas decisiones y una investigación como lo ha hecho Trump, quien ha vuelto atractiva esta del FBI que minó su campaña, no pudo ofrecer idea de “lo criminal” como el cúmulo de delincuentes que contrapeso a la sed de cambio que transmutó aparecen fielmente representados y sin ningún matiz hacia en venganza certera. el inmigrante y el indocumentado. Un conflicto social que se La ira encontró un hogar cálido en el cual convierte, continuando con la descripción de Rosenkranz, florecer, en este mundo que ha germinado en ese mal “fantasmagórico”, “espectral”, en una amenaza “ismos” que glorifican el odio y la violencia. que a veces es más ficticia que real y que viene a disfrazar Para Sloterdijk el cristianismo, el fascismo, el la hipocresía de una sociedad racista en un conflicto quimérico que se “mofa de los vivos con lo inquietante, con lo incomprensible, coqueteando más con la seriedad del más allá que estando en conexión con éste”. Este inmigrante, que en última instancia —viene a ser la tercera caracterización de la maldad en Rosenkranz— Trump tildó como “lo diabólico”, ese mal absoluto que suscita el horror y es repelente a cualquier ciudadano racista. Trump construyó un banco regional de ira que va incrementando su capital de resentimiento con las ganancias del racismo y la intolerancia. Este banco que, tomando el ejemplo de Sloterdijk, podría generar un gran capital y convertirse en un banco mundial de ira, sería la consecuencia de una movilización a gran escala, del colapso entre naciones, del brote de un nuevo fascismo: de otra guerra mundial. Pero nos estamos poniendo ya muy apocalípticos. Si ha de quedar una esperanza, es quizá otro llamado a la ira, como Sloterdijk ha dejado recientemente escrito en un artículo publicado en Die Zeit: “Seamos realistas. La posibilidad de Donald Trump de sobrevivir dos años a su mandato es quizá de un poco más del diez por ciento. En un país con una marcada tradición de asesinar presidentes, que se mantenga por más de dos años en el poder sería una anomalía”. L
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ORIUNDO LAREDO ALEJANDRO PÁEZ VARELA Alfaguara México, 2016 211 pp. Elogio del nomadismo y de quienes son incapaces de sentar cabeza, esta novela narra la vida de Oriundo Laredo y de sus predecesores. Sus escenarios son lo mismo Chihuahua que Texas, Nuevo México que Coahuila, es decir, esa zona que es más bien una zona de intercambio y de tránsito, no de exclusión o diferencias. Puede leerse asimismo como un rosario de aventuras marcadas por el imperativo de la supervivencia. Páez Varela presta oídos al habla casi musical de los habitantes de esas tierras.
LA CAZA DEL CARNERO SALVAJE HARUKI MURAKAMI Tusquets México, 2016 380 pp. La vida anodina de un hombre de mediana edad, adicto al café, la lectura y el cine, y recién divorciado, se trastoca una vez que debe cumplir una extraña obligación. La revista promocional de la compañía de seguros de vida para la cual trabaja ha publicado una rara fotografía que expone a un carnero de enormes atributos. Así que, a las órdenes de un poderoso personaje de la ultraderecha japonesa, deberá encontrar a ese ejemplar o quedarse completamente fuera de todo.
LOS NIÑOS ESTÁN LOCOS HÉCTOR MANJARREZ Era México, 2016 219 pp. Niñas que disfrutan de la libertad como lagartijas, niños coleccionistas de las hazañas de los grandes beisbolistas, niñas insumisas que nunca pueden estar quietas, niños jugando a ser crueles con los más débiles, niños aterrados frente al despertar de su propia sexualidad, niños de todas las naturalezas aunque parezcan igualados por el único deseo de parecer ajenos a este mundo… Manjarrez no cree en la infancia como una edad de oro sino como una fuerza ingobernable.
ENTRE NOCHES Y FANTASMAS FRANCISCO TARIO FCE/ Secretaría de Cultura México, 2016 120 pp. Autor de una de las obras más singulares de la literatura mexicana, el novelista y cuentista Francisco Tario ha ido ganando lectores con el tiempo. El presente volumen es una antología de algunos de sus cuentos más representativos y resulta una buena puerta de entrada para conocerlo. Destaca que algunos de los protagonistas de ellos no sean personas: un traje, un perro, un ataúd son los que cuentan la historia. Las ilustraciones de Isidro R. Esquivel captan muy bien el enrarecido universo de Tario.
VERNON SUBUTEX 1 VIRGINIE DESPENTES Random House México, 2016 352 pp. La muerte del rockero francés Alex Bleach no solo estremece a los fans y a la prensa de espectáculos sino que sacude fuertemente a Vernon Subutex, otro rockero al que Bleach le pagaba la renta, los servicios e incluso la despensa. Así que repentinamente solo y despojado, Subutex tendrá que echar mano de todas sus ocurrencias y artimañas para no terminar como vagabundo en las frías calles de París. Su periplo o, digamos, su salto de mata en mata llevará a este paradigma generacional de la Europa contemporánea al encuentro con una horda variopinta de personajes.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
ADIÓS A DYLAN
Alejandro Carrillo Literatura Random House México, 2016
Un montón de paja ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
N
o hay nada que celebrar de la novela que obtuvo el Premio Mauricio Achar en su edición 2016. Queda solo releer a la ganadora de 2015, Campeón gabacho, de Aura Xilonen, y lamentarse por el triunfo del descuido y la chabacanería sobre la buena literatura. De masoquista sería imaginar el nivel de las novelas que se quedaron en el camino. Adiós a Dylan pertenece a esa estirpe alimentada con rock, música pop, cine rosa y videoclips llamando a la revuelta para que todo siga igual. Y peor aún: pertenece paradójicamente a esa estirpe que no cree en la existencia de los libros. En vano buscamos en ella un rastro aunque sea superficial de educación literaria. Alejandro Carrillo está muy ensimismado en contar el romance insano de una pareja de jóvenes como para pensar en la estructura, en la forma. Tan solo atina a concebir cada capítulo como una puesta en escena de una canción de Bob Dylan. De este modo, la presunción narrativa no es sino un pretexto para ir soltando anécdotas sobre Dylan en sus primeros tiempos en Nueva York o hartándose de cocaína durante una gira o pidiendo los favores del Todopoderoso. Así que no es posible evitar la sensación de malestar que produce todo fraude: nos prometieron una novela y al final nos dieron una ruidosa banda sonora. Ruidosa es el adjetivo que mejor define a la historia trabajosamente adherida a las páginas de Adiós a Bob Dylan. Un aspirante a poeta se enamora de una mala versión de la loca-reventada-contracultural que hace pornografía mediante la cámara de su teléfono celular. Hay encuentros —obviamente sexuales— y desencuentros —obviamente seguidos de lloriqueos y babas y mocos y autocompasión—. Y otra vez hay encuentros y otra vez desencuentros y, para provocar la solidaridad del lector, invocaciones a Bob, el evangelista de los amantes que empiezan a tomarle gusto a la derrota. Todo se va en eso: en lloriqueos y ganas de arrojarse a las vías del Metro. Igualmente ruidosa, por no decir elemental, es la sensibilidad del narrador, el mismo aspirante a poeta que se pone en posición fetal cada vez que el amante de su novia-ex novia lo tunde a golpes: “está demacrada y su pelo güero decolorado, que hace apenas un rato se me hacía un ramillete de ilusiones, ahora es un montón de paja”. Se supone que Adiós a Bob Dylan debe leerse como un modelo de iniciación: el ángel guardián se va una vez que el protagonista acepta el desengaño. Pero no hace falta malicia para identificarla con el “pelo” de la porno amateur, como un montón de paja que se quiere destinado a unos jóvenes subalimentados, es decir, recelosos de los libros y desconfiados ante todo lo que no tenga la apariencia de una papilla. L
CINE
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LABERINTO
ESPECIAL
Miguel Ángel Tobías
“El documental sobre arte tiene un nicho” A partir de la vida y obra de Manuel Felguérez, El caos y el orden aborda la historia de la Ruptura HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
ENTREVISTA
E
Manuel Felguérez
l español Miguel Ángel Tobías descubrió a Manuel Felguérez hace cinco años. La dimensión del personaje lo llevó a realizar un filme alrededor del artista plástico. “Me parecía increíble que no se hubiera filmado antes”, explica. El caos y el orden es un documental que va más allá del relato biográfico, un filme sobre la generación de la Ruptura, pero también un fresco sobre la vejez.
toca vivir y con quien uno es. El movimiento de la Ruptura, que le tocó encabezar, fue transgresor y por lo tanto muy Felguérez. Su humildad contrasta con la grandiosidad de su obra. Tiene más de 4 mil piezas entre pinturas y esculturas y ha expuesto en 52 países. Es un personaje único.
¿Cómo fue su primer contacto con Manuel Felguérez?
A Felguérez le horroriza la palabra homenaje. El documental refleja la visión del director sobre la obra del artista, pero siempre contextualizada. Hacer la película de alguien vivo es diferente a contar la historia de quien ya no lo está. La vida de un ser humano no puede abarcarse en hora y media, pero tengo 22 horas filmadas. Hablé con él de todo, pero al momento de construir el relato decidí incluir lo más importante para que los espectadores pudieran conocerlo.
Llevo cinco años viniendo a México y hace dos tomé conciencia de que la ciudad estaba llena de sus esculturas y pinturas. Felguérez era un desconocido para mí, pero al ver su trascendencia me sorprendió que no existiera una película sobre su vida. Creí también que era una oportunidad propicia para contar los últimos 70 años de la historia cultural de México. ¿Cómo surgió la empatía?
Como él dice, el arte tiene que ir acorde con el tiempo que a uno le
La película tiene un tono de homenaje. ¿Por qué no se planteó ofrecer claroscuros?
El eje narrativo es la obra.
Sí, porque la obra es la excusa para
HOMBRE DE CELULOIDE
ordenar la cronología de la propia evolución de México y de Felguérez. ¿Nunca estuvo tentado a hacer un documental sobre la Ruptura?
La Ruptura necesita su propio documental. Un documental sobre arte tiene un nicho pero yo quería ir más allá, y eso pasaba por contar la historia de un ser humano que entonces tenía 86 años. Quería hacer una película que todo mundo pudiera ver. Vivimos en una sociedad donde si eres mayor de 50 años te jubilan y aquí vemos a un tipo de casi 90 años que se levanta a trabajar cada día. La música tiene un papel muy importante, incluso podría ser vista como un concierto de audio e imágenes.
Creo que podría verse con los ojos cerrados y escucharlo a él, a Villoro, Poniatowska o Vicente Rojo, y seguiría siendo bella. Quería que la música formara parte de lo que sucedía. Hice una selección gigante
de piezas musicales y tomó dos años ensamblarlas en la edición. Cada movimiento del maestro va acompañado de música. Entrevista a contemporáneos de Felguérez y de la Ruptura. ¿Buscó a José Luis Cuevas?
No podía estar todo mundo. Buscamos a Cuevas, pero no pudimos concretar nada. Me hubiera gustado tener más voces. Al final, las circunstancias personales no permitieron ciertas cosas y facilitaron otras. Reuní por dos horas a Vicente Rojo con Felguérez y en la película se ven cinco minutos. Cuando haces una película te duele más lo que dejas fuera que lo que incluyes. Es interesante porque Manuel Felguérez nunca habla de sí mismo en primera persona, y se asume como alguien a quien le tocó formar parte de esa generación. El documental, de alguna manera, es un homenaje a ese grupo de artistas que cambiaron la plástica mexicana. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
Soledad y venganza
E
n pocas películas resulta tan importante un inicio así de estilizado. Animales nocturnos nos introduce de golpe en una exposición de arte que se regodea en mujeres obesas que bailan mostrando al público sus desnudeces grotescas. Pronto descubrimos que lo importante en esta secuencia no es la obesidad, sino que establece que la curadora de la exposición tiene imaginación suficiente para dar carácter a una historia que de otra forma carecería de importancia: el estilo también narra. Animales nocturnos está construida con base en tres historias. Primera: una curadora imaginativa descubre que la relación con su segundo marido está yendo hacia el fracaso. Un día recibe un libro escrito por el hombre a quien abandonó. Segunda historia: una familia blanca y de apariencia perfecta toma una carretera en la que encuentra a tres tipos peligrosos. Tercera: la curadora recuerda a su primer marido con nostalgia. Tomadas por separado las historias serían aburridas. El logro del guión (y por lo que vale la pena ver la película) estriba en que al contrastar las ficciones emerge una interesante reflexión en torno al sentido de la venganza. Para distinguir las historias el director echa mano de dos recursos del gran
Animales nocturnos (Nocturnal Animals). Dirección: Tom Ford. Guión: Tom Ford basado en la novela de Austin Wright. Con Amy Adams, Jake Gyllenhaal, Armie Hammer, Aaron Taylor–Johnson. Estados Unidos, 2016.
cine: la edición y el diseño de producción. En este último rubro el despliegue de exuberancia de la primera secuencia comienza a jugar pues la imaginación de la curadora efectivamente llena las páginas de la novela con imágenes crudas y hermosas: dos mujeres muertas se abrazan en un sofá rojo a la mitad del desierto, por ejemplo. Cuando esta misma curadora recuerda a su ex, la fotografía es cálida e idílica mientras que en su vida cotidiana los colores son fríos: camina por los pasillos largos de
una galería en la que encuentra una enorme pintura que reza: “venganza”. Este concepto es la bisagra que hace girar a las tres diégesis. La venganza da sentido a tres historias que de suyo carecen de importancia. Y es que el protagonista masculino tiene que aprender a vengarse. En la ficción se venga de un asesino, en la vida cotidiana lo hace de un modo mucho más civilizado. Así cobra sentido la imagen final: la venganza consiste en asistir a la soledad de quien amamos. L
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ESCENARIOS
MANUEL ZAVALA ALONSO
El Quijote somos todos MERDE!
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
Para Andrea, por su hermano
S La estética Margules Se han cumplido diez años de la muerte del director polaco y aquí lo recordamos en sus propias palabras TEATRO
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l teatro de Ludwik Margules reivindica la huella perdurable de un arte efímero. La compleja soledad y el poder en los personajes de La señora Klein de Nicholas Wrigth, la dialéctica y la picaresca de Jacques y su amo de Milan Kundera, la asfixia lacerante del Cuarteto de Heiner Müller, o la fragilidad y el odio, motor de Los justos de Albert Camus, son algunas puestas en escena del director nacido en Polonia en 1933, que no dejan de disparar imágenes, emociones, atmósferas que el paso del tiempo ha conservado intactas en mi memoria. Con gratitud por el legado artístico de Ludwik Margules y su generosidad, dejó aquí algunas reflexiones que en 1996 compartió en la sala de su casa sobre su compleja forma de trabajar. “Antes de enfrentarme al actor y al espacio, convivo con mi puesta en escena meses o años y eso significa conceptualización y visualización de cada uno de los elementos que inciden en ella. Acaso el espacio–tiempo–imagen al ser analizado, ocupa el primer lugar en lo que será la futura creación del montaje, el lugar de los eventos escénicos a través de los cuales hablaré desde el escenario. La estructura de los eventos, la modificación del espacio, el futuro tono, coinciden en esta primera etapa de convivencia con la obra, el plano más destacado. “El movimiento entendido como tratamiento del espacio y movimiento de emociones–imágenes dentro del actor queda analizado y luego me resulta importantísimo consignar todo ello en una partitura de dirección —siguiendo a Meyerhold— porque siempre intento visualizar la puesta en escena en términos de estructuración musical, lo más tangible y tridimensional posible. Me importa mucho el color, la vibración del espacio. “Simultáneamente, me bato con el texto, al cual considero un registro literario muerto mientras no quede pronunciado por la boca, los tuétanos, las vísceras de un actor. En esta etapa inicial intento apostar, lanzo radares al actor, examino sus cualidades y su capacidad de convertir el material de mis sueños, mi
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
manera de sentir y de hablar en una realidad teatral llamada puesta en escena. “Durante esta primera etapa intento imaginarme los eventos que edificarán la trama, que viven en el espacio y participan de su organicidad. Todo ello me permite construir un buen armazón, enriquecer el plan maestro, para que sea potenciado por el soplo de vida que le va a dar el actor y el espacio concreto de mi puesta. “El tono en el cual se funda la emoción, la palabra y el espacio–tiempo me permitirá hablar de planos de realidad complejos como el comportamiento humano. “Pasada esta etapa establezco una estrategia de entrenamiento para la obra. Planeo la producción y en el enfrentamiento del actor con el espacio conozco realmente la obra a pesar de haber visualizado sus versiones y variantes. Si hay que modificar no me tiento la mano para hacerlo; no soy esclavo de mi propio libreto. “Batallo en la segunda etapa con la conversión del material pesado, analizado y visualizado en sensibilidad actoral. Me importan los límites y alcances que puede suscitar el actor en su imaginación. Claro que la dramaturgia ocupa en ello un lugar esencial, pero se trata de una relectura de la dramaturgia escrita para establecer una dramaturgia del escenario. “Narración compleja, construcción de situaciones, transcurso de eventos que no se han convertido en enfrentamiento de conflictos, reflexión sobre la naturaleza del hombre convertida en acción escénica, descubrimiento de las caras de la situación, los rostros del carácter humano, exploración de los motivos de comportamiento del personaje, todo ello consigue verificación, afianzamiento, asimilación, búsqueda, en el proceso de ensayos que se funde en la construcción de la puesta. “Lo peor que puede suceder es cuando el actor imita el diseño de la puesta en escena, el trazo, o a sí mismo cuando hace de personaje. La ficción escénica no está hecha de auto imitaciones, sino de creación que implica a la vez construcción”. L
i uno sueña, alcance o no sus objetivos; si lucha por la vida, con o sin triunfos; si se trabaja feliz o infelizmente, con títulos o sin ellos; si de repente se cumplen propósitos perseguidos a lo largo de una existencia; si nos levantamos de una desgracia y seguimos caminando; si, en fin, vivimos en consecuencia enfrentando eso que llaman muerte, entonces todos somos el Quijote. Hasta morir, el Quijote somos todos. Porque no hay lucha peor que la que no se hace. Porque el peor impedimento para todo es la ausencia de fe en uno mismo. Porque soñar no cuesta nada y hasta lo imposible puede lograrse. Porque nadie te puede dar lecciones de vida si no eres capaz de enfrentarte a ella. Porque la muerte es también el mundo y debes transitar por la vida consciente de ello. Porque sin ilusiones absolutamente nada tiene el sabor de la alegría. No se vive por vivir. Se vive para ser… Había un lugar de La Mancha de cuyo nombre deberíamos acordarnos todos porque hace 400 años se escribió allá la historia del Quijote, la tuya, la mía, la de todos los que queremos ser. Había un sueño de convertir esa historia de la literatura universal en un libreto estadunidense para la televisión —que escribió Dale Wasserman en 1957— y después de verlo 20 millones de telespectadores, el director Albert Marre sugirió al libretista convertirlo en un musical para Broadway, en 1965, con la música de Mitch Leigh y letra de Joe Darion (hay una versión del poeta Auden que no gustó a los burgueses por su “agresividad”). El triunfo se hizo mundial porque todos nos convertimos en el Quijote musical. Adiós al autor original de la novela, un tal Miguel de Cervantes Saavedra; adiós a la idea quijotesca de que “el hombre no tiene que ser forzosamente el lobo del hombre”. Wasserman se hizo millonario con la que, dijo, “nunca fue una versión musical del Quijote”. Con fe, lo imposible: adaptar… Unos presos del Reclusorio Oriente, dirigidos por Arturo Morell, representan esta pieza. Ahí los sueños se sienten a pleno corazón: ahí sí funciona el deseo de libertad. A pesar del sonido, de las actuaciones, de la pobreza musical, uno aspira el imaginario del Caballero de la triste figura. Eso, contra el excelente trabajo que se representa en el Teatro de los Insurgentes, con un elenco impecable, una escenografía de lujo, una coreografía y vestuario de primera. Sí, pero… Me quedo con la idea de que el Quijote somos todos. Incluso Wasserman, que tuvo la idea de unir a Cervantes con su Quijote en una pieza teatral que ya tiene 50 años cabalgando. El teatro es equipo. En el Teatro de los Insurgentes o en el Reclusorio Oriente, el mensaje es lo importante: “Con fe, lo imposible: soñar…”. L ESPECIAL
Benny Ibarra en el papel de don Quijote
VARIA
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LABERINTO
ESPECIAL
El Macbethazo DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
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avid Garrick, el famoso actor de la Inglaterra, el mismo de “Reír llorando”, tenía en su teatro la costumbre de cobrar mitad de precio a la gente que entrara después del tercer acto. Pero con el tiempo se dio cuenta de que debía hacer mayores gastos en vestuario, escenografías y actores, pues las expectativas y exigencias del público iban en aumento. De modo que en 1763 decidió acabar con la oferta. Había que pagar el billete completo y llegar desde el primer acto. De inmediato hubo una revuelta. La muchedumbre destruyó los asientos, derribó los candiles y por poco le prende fuego al teatro. El actor principal lo evitó al enfrentar a los revoltosos. Ellos le dijeron que se arrodillara y pidiera perdón, pero el actor se negó con la fuerza de un Macbeth en la última escena. Al final, Garrick tuvo que cambiar la receta y reinstaló el descuento. Cuarentaiséis años después, el teatro de Covent Garden subió alrededor de un quince por ciento el precio de las entradas para costear la reconstrucción, pues
meses antes se había incendiado. Hubo igualmente una revuelta mientras se presentaba Macbeth en su reapertura. Quizá justo cuando el propio Macbeth decía: Life’s but a walking shadow, a poor player that struts and frets his hour upon the stage and then is heard no more. La insurrección de los asistentes al teatro duró más de dos meses. Se colgaban pancartas en el teatro pidiendo los precios anteriores. Se hacía bulla para ahogar a los actores y el verdadero espectáculo se daba en las gradas, donde no paraban los cánticos que exigían bajar el precio, armaban competencias de esgrima y boxeo, hacían sonar matracas. Finalmente el actor–empresario John Kemble tuvo que ceder, aunque a partir de entonces tuvo un consejo que dar a sus colegas: “Si hay peligro de un disturbio, presenta una ópera, pues la música ahoga el sonido de la oposición”. Tanto Garrick como Kemble fueron por sobre todo actores de Shakespeare; lo mismo sus teatros Drury Lane y Covent Garden fueron teatros shakespeareanos. Y encarecer a Shakespeare era como
LO QUE CONTEMPLAS
Michael Fassbender como Macbeth
aumentarle el precio al alma. Si París valía una misa, Shakespeare valía una insurrección. No en balde la rivalidad entre el gringo Edwin Forrest y el inglés William Charles Macready llegó al punto en que ambos se presentaron en 1849 en teatros rivales, ambos en el papel de Macbeth, y los intentos de uno y otro por lucir mejor, de uno y otro por llevar villamelones que abuchearan al antagonista, ADRIANA DÍAZ ENCISO
terminaron en una rebelión con más de treinta muertos. Confusion now hath made his masterpiece! En aquel entonces tenía que ser Macbeth. Y hoy tiene que ser Macbeth. Yet I will try the last. Before my body I throw my warlike shield. Lay on, Macduff, and damn’d be him that first cries, “Hold, enough!” Eso mero. Intentarlo todo. Y maldito el primero que grite: “¡Basta, me rindo!” L adrianadiazenciso@gmail.com
JOHN VERNON LORD
Diarios C
uando hablamos de llevar un diario, solemos pensar en páginas que apresan la experiencia, lo que ya es de por sí osadía. Cuando el ejercicio se convierte en la creación de páginas que contienen un mundo (la experiencia, el pensamiento y su imagen, hasta el más mínimo detalle; el ángulo de la mirada; la sustancia de lo mirado), el resultado es un registro desconcertante de la realidad, pues sugiere ser más realidad que la experiencia de que parte. Con ese vértigo he mirado la exposición John Vernon Lord: un catálogo de vida en el Museo de Arte y Artesanías de Ditchling, en East Sussex. Vernon Lord es venerado por sus ilustraciones de clásicos como los poemas sin sentido de Edward Lear, Alicia en el país de las maravillas o Finnegans Wake, así como por su labor cumplida de 50 años como profesor de ilustración en la Universidad de Brighton. Esta exposición recupera, sin embargo, sus diarios y cuadernos reunidos durante 56 años: más de ocho millones de palabras, entretejidas con minuciosos dibujos
a tinta, la mayoría en blanco y negro, de pronto animados con inesperados toques de color. Avispas y narcisos, boletos de tren, las colinas de Sussex que rodean su estudio, una iglesia, reflexiones sobre el color amarillo o nuevas modas en la inflexión de la voz, intrincados mandalas–telarañas de líneas, sillas en una terraza, una casa rodante en la espesura, preguntas filosóficas a las que el dibujo presta humor, estos cuadernos son un titánico compendio de todo: del todo profundo, banal, asombroso y unido enloquecidamente por el azar que es la experiencia de una vida humana.
La exposición, está de más decirlo, solo alcanza a mostrar una proporción mínima de estas páginas, que son fascinantes y dan algo de miedo. Vernon Lord reconoce que hay algo de obsesivo en lo que modestamente llama sus garabateos y en su urgencia irresistible de escribir. Alguna vez confesó en una entrevista el temor de padecer de hipergrafía, o de escribir como una forma de catarsis para detener la inevitable evanescencia de la vida. Cuando digo que sus diarios dan miedo es porque en sus páginas de humildes dimensiones parece logrado ese intento destinado al fracaso; nos dan la ilusión de un mundo no inventado, ni recreado, sino contenido en toda su gloriosa abundancia merced a una mirada que parece absoluta, que ve y descubre lo que la mirada cotidiana es incapaz de ver. Son una cosa bellísima e incomprensible, y el vértigo nace de la tentación: “Si ese es el diario de una vida, si eso es un mundo, yo quiero estar ahí”. Como si fueran más mundo que el mundo, y algo mucho más interesante que un simple registro, un recuerdo. En marzo, para acompañar la exposición, Vernon Lord dirigirá un taller en que los participantes, tras un breve paseo, describirán con palabras o imágenes algo que les haya fascinado. La idea es aprender a “registrar lo que vemos”. Sus diarios son constatación prodigiosa de cuánto aportamos al mundo con nuestra mirada. L