Laberinto No.766 (17/02/18)

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Laberinto

ENTREVISTA CON MARÍA PÍA LARA fanny del río p. 04

LA MEMORIA DE NÉLIDA PIÑON

carlos rubio rosell p. 08

MILENIO

NÚM. 766

sábado 17 de febrero de 2018 LA NIÑA AMPARO DÁVILA/ FOTO: JORGE GONZÁLEZ

AMPARO DÁVILA: 90 AÑOS jonathan minila p. 06


ANTESALA

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LABERINTO

ESPECIAL

Diccionarios de autor ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

ESCOLIOS

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il palabras, de Gabriel Zaid, es una reunión de 60 ensayos ordenados alfabéticamente que abordan palabras, familias de palabras o expresiones y brindan información variada sobre sus defi niciones, etimología, usos, ortografía o pronunciación. Se trata de un libro gozoso, que reflexiona sobre el lenguaje con el rigor del docto, pero con la alegría y el entusiasmo del aficionado y que se regodea con el sabor y el regusto de las palabras. El autor juega con las analogías entre el diccionario y el ensayo. Con todo, frente a las pretensiones preceptivas e ideológicas de muchos diccionarios institucionales (servir como referencia y autoridad única para el uso correcto del idioma, crear identidad y sentido de pertenencia entre los hablantes, demostrar y exportar los esplendores de un idioma), Zaid se permite introducir los instrumentos lúdicos, irreverentes y digresivos del ensayo. Al disertar sobre las palabras, Zaid no busca fijar defi nitivamente su significado, sino sorprenderse con sus metamorfosis, jugar con sus asociaciones y desviaciones, ilustrar sus usos extravagantes. Por

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

eso, su breve diccionario no pretende ser normativo, sino de uso práctico y recreativo. Las defi niciones y etimologías suelen ser claras e ilustrativas, pero lo más importante son los ejemplos y opiniones personales, las digresiones, las bromas y las especulaciones. Se trata de un recorrido en torno al lenguaje y sus asombrosas transformaciones, pero también en torno a la historia, las costumbres y los personajes. Son muy numerosos los intereses del autor que se desdoblan en estas páginas: la historia numismática (“Antiguos dólares de México”); la crítica de la cultura y el análisis de sus principales nociones y protagonistas (“Cultura” e “Intelectuales”); la admiración por la creatividad espontánea y contingente que improvisa con lo que se tiene a la mano (“Bricolaje”) o las aportaciones domésticas al idioma (“Hacia un diccionario de mexicanismos”). Acaso el libro de Zaid se inspira en esas obras titánicas y casi solitarias de aparentes diletantes (Samuel Johnson, Julio Casares, María Moliner), cuya pasión les permite producir más que los equipos especializados y que, aparte,

son capaces de darle a sus diccionarios un giro de autor. Así, en estos ensayos es posible reconocer a un disciplinado y escrupuloso estudiante del idioma, pero, sobre todo, es posible reconocer la prodigiosa curiosidad y la inteligencia gentil y laboriosa del escritor Zaid. L

Según una leyenda, lo más bello de la Venus de Milo eran sus brazos.

Topor y su secretos de cocina LOS PAISAJES INVISIBLES

E

l dibujante, demente, narrador, demente, teatrero, cineasta y demente Roland Topor (fundador del Teatro Pánico junto con Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowsky) publicó un soberbio volumen culinario que, pese a su brevedad y ligereza, no desmerece ante sus más significativas y alucinantes obras como Le locataire chimerique, que Polanski llevó al cine en 1976 con el título de El inquilino, o el libro de cuentos Acostarse con la reina. La cocina caníbal abre con una lacónica introducción en la que el chef sugiere que lo más recomendable es “conocer” al tipo que se vaya a devorar, por aquello de la dudosa calidad de los filetes, para luego exponer la fórmula perfecta para cocinar a cualquier saco de grasa parlante que hayamos elegido para adornar la mesa, digamos para ofrecer un estofado de “Mamá a las rosas blancas”, un delicado entremés de “Muslos de chicas piernas al aire”, una buena ración de “Cuero cabelludo a la funerala” o, tal vez, la deliciosa combinación de “Colegiala envuelta en un paño”, con el no

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

menos exquisito plato de “Viuda manoseada” con partes iguales de relleno y guarnición. Con una elegancia que se anticiparía por mucho a la de Hannibal Lecter, el antihéroe de El silencio de los corderos de la novela de Thomas Harris o del mito fílmico de Jonathan Demme y de Ridley Scott, Roland Topor ofreció una notable alternativa gastronómica a partir de las sugerencias de Jonathan Swift (“Una modesta proposición”), para restablecerle el apetito a nuestras panzas aburridas, porque cada una de las recetas son prescripciones para paladares exigentes, donde el “Hígado de suiza a la cazuela” debe acompañarse con sendas copas de vino blanco, Chablis de preferencia, o recomendar que a la muchedumbre solo debe consumirse como entremés, aperitivo o guarnición: La cocina caníbal es, más que una invitación a la antropofagia, una convocatoria a la exquisitez y el buen humor. He aquí dos de sus más finas recetas. Barbudo en pelotas: “Después de haberle retorcido el pescuezo a un barbudo, arránquele todos los pelos, ráspelo, acabe

la depilación con pinzas, desnúdelo y empólvelo con talco, pero no lo enjuague. Frótelo delicadamente y póngalo a cocer a fuego lento. Sírvalo bañado en salsa blanca”. Y Sopa de restos de enano: “Ponga los restos del enano en una cazuela llena de agua hirviendo. Eche sal y déjelo cocer a fuego lento unas tres horas. En el momento de servir, deslíe seis yemas de huevo en un poquito de agua del caldo bastante tibia; después añada al potaje un pedazo de mantequilla fresca o un poco de nata. Si el enano es realmente bajito, ponga como acompañamiento un par de patatas”. La escrupulosidad de este menú esclarece las preguntas que Topor enunció en la introducción: “¿Qué es la especie humana sino una crianza estéril, si se me permite usar esta audaz imagen? ¿Qué es un cadáver, sino alimento para los gusanos? ¿Y nos atrevemos a burlarnos de los hindúes porque respetan a sus vacas mientras ellos se mueren de hambre?” Así, La cocina caníbal se recuece en el pantagruélico delirio de una comilona pánica donde las raciones de esa carne que en su textura y su sabor puede confundirse con el paladar de quien mastica, son el ingrediente que sugiere, devela y revela que la antropofagia posee un ideal concreto, la autofagia, porque si el libro de Topor oculta una intención, ésta es la de aliviar el anoréxico fastidio de un ser que solo conoce el hambre de sí mismo. L

DIRECCIÓN JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO SALVADOR VÁZQUEZ


MILENIO

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× M A R CO

A N TO N I O

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ANTESALA

ESPECIAL

C A M P OS ×

Nauplia, 1975 Este poema forma parte de un libro en preparación

a Óscar Oliva

O

bsérvalo, allá arriba, en el promontorio. Desde lo alto mira el caserío y el mar. Allá, a la distancia, la isla de Citera. Nubes. Días difíciles, oscuros, ominosos. Días para la sombra que se finge cuerpo. ¿Y qué habría después? ¿La vida sería de nuevo un promontorio por subir o la gaviota cortaría con el cuchillo el grito?

× E K O × E X L I B R I S × F R E U D, L A M U E R T E Y J U N G ×

Milton, la libertad y el mal BICHOS Y PARIENTES

E

JULIO HUBARD

n su Areopagítica, John Milton dice que “podría referir lo que he visto y oído en otros países, donde la Inquisición tiraniza a los hombres”, y donde éstos “no hacían nada sino lamentar la condición servil a la que había sido llevada la cultura entre ellos”. Halló una censura ubicua, de súbditos amedrentados e ideas solapadas, pensamiento de cuchicheo. Intuyó que todo este ambiente malsano de miedo y prohibición “redundará, antes que nada, en el desaliento de toda ciencia y en la parálisis de la Verdad”. El detonador de Milton fue la censura de un librito suyo sobre el divorcio, que imprimió sin permiso y acabó llevándolo ante los tribunales y, con su rabia famosa, decidió hacerse oír en pleno parlamento. Su discurso es la Areopagítica. Doble osadía: presentarse en el seno del poder y retar su decisión. Se trata del más grande alegato en favor de la libertad de conciencia y de expresión que finge pedir lo mismo que está esgrimiendo: “dadme la libertad de saber, de hablar y de argüir libremente, según mi conciencia, por encima de todas las libertades”. Después de Milton, queda desfondada no solo la prohibición de exponer las ideas sino también su sustento anterior: ¿quién se cree nadie para permitirse dar o no licencia para que las ideas sean dichas o incluso concebidas? A lo largo de la Areopagítica y del Paraíso perdido, despliega un argumento brillante: no es libertad aquello que siempre lleva por el camino correcto, porque eso es destino, adecuación al orden divino y es todo lo que pueden los ángeles: acatar el orden de la divinidad. Pero los ángeles no pueden alcanzar la perfección humana, porque carecen de libertad. La libertad, por tanto, comienza con el error y, más allá, con la subversión: antes de Adán, Satanás dijo non serviam, lleno de envidia por la condición del hombre. De ahí la tentación y la caída. De ahí la libertad humana. Pero “la libertad no es sino la razón”, dice Milton. Comprendió que la razón misma era oposición. ¿Cómo pensar si no es entre términos opuestos? ¿Qué es pensar sino elegir racionalmente entre cosas que se impiden unas a otras? ¿A qué pensar si no fuera posible el error? El parlamento que censuraba la imprenta se ha desplazado; dejó de ser gubernamental y hoy habita las redes sociales: un nuevo poder legislador que fustiga con erinias cibernéticas la libertad y que censura las palabras, incluso desde antes de que sean dichas. La censura supone que la conciencia del individuo es tan despreciable que requiere corrección desde antes de equivocarse. L

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LABERINTO

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María Pía Lara

“El pasado nunca pasa”

Especialista en la obra de Hannah Arendt, el feminismo y las relaciones entre ética y estética, la filósofa y profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana concentra sus preocupaciones en las raíces del mal y la posibilidad de la justicia ENTREVISTA FANNY DEL RÍO

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aría Pía Lara obtuvo su licenciatura en la UNAM y su doctorado en Filosofía en la Universidad de Barcelona. Es profesora de Ética y Filosofía Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. Su obra ha tenido amplia repercusión internacional. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus publicaciones se encuentran Narrar el mal: una teoría posmetafísica del juicio reflexionante, El desvelamiento de la política y La imaginación feminista. Debido a que ha hecho gran parte de su trabajo en universidades de Estados Unidos, algunos de sus libros se encuentran escritos en inglés, como su importante estudio Moral Textures: Feminist Narratives in the Public Sphere y el volumen colectivo Rethinking Evil: Contemporary Perspectives. Es miembro del consejo editorial de la revista Constellations y de Signos, y miembro honorífico de la revista Thesis Eleven. Entre sus líneas de investigación están la teoría crítica, la obra de Hannah Arendt, el feminismo, la filosofía política y las relaciones entre ética y estética. ¿Por qué estudiar filosofía?

En secundaria, una orientadora vocacional me dijo: “Usted va a estudiar filosofía” y yo pensé: “Está loca, es un diagnóstico fatal”. Estaba convencida de que iba a ser actriz y eso que tengo terror escénico. Amaba el cine y, al terminar la preparatoria, empecé a estudiar teatro. Al mismo tiempo, leí la autobiografía de Simone de Beauvoir y me convencí de que me interesaba tratar de entender este mundo, saber de dónde venía la injusticia y, lo más importante, ver cómo una mujer podía resistirse a cumplir los papeles que las sociedades tradicionales le imponían. Fue a partir de allí que decidí hacer filosofía. Resultó que la orientadora vocacional tenía razón. Pero era una rebelde total y me casé con un escritor que me llevaba más de veinte años para salirme de la casa familiar. Luego entré a la Universidad Nacional Autónoma de México. Mi experiencia fue bastante buena. Uno de mis compañeros y amigos de esa época fue Rafael Sebastián Guillén.1 Tras unos años, pude viajar a España. No tenía conocidos ni estaba interesada en algún profesor, pero terminé haciendo el doctorado con Victoria Camps. Cuando regresé a México, la Universidad Autónoma Metropolitana era el proyecto más joven de universidad pública y Gabriel Vargas, que era jefe del departamento de Filosofía en Iztapalapa, me llamó para ofrecerme una plaza. Desde entonces, es la institución que me ha dado el mayor apoyo y todas las oportunidades para trabajar. Ya que ha mencionado a Rafael Guillén, ¿puede hablarnos sobre algún acontecimiento político de esas décadas que haya influido en usted?

Era adolescente en 1968 y no estaba muy metida en cuestiones políticas. Mi hermano mayor, que es novelista, estuvo involucrado. Lo que más me ha importado en mi compromiso con la política, con la filosofía política y la ética, fue el golpe de Estado de Chile, el 11 de septiembre de 1973. A partir de ese momento, me ligué con gente de Sudamérica. Volví a casarme,

esta vez con un argentino. Mi amiga Nora Rabotnikof, profesora en la UNAM, también venía del exilio. La experiencia de personas cercanas y el activismo que se desarrolló al tratar de recolectar la mayor cantidad posible de pruebas sobre la gente desaparecida, tuvieron un gran impacto en mí. ¿Quiénes fueron los autores que estudió?

Todo lo he aprendido leyendo a Jürgen Habermas. Sus intereses eran el legado de la Segunda Guerra Mundial y la participación de Alemania en el genocidio contra los judíos. Esto lo llevó a tener una actitud crítica hacia Alemania y a hablar de los problemas que le han interesado toda su vida: ¿cómo construir una memoria colectiva?, ¿cuáles eran las tareas para una reeducación después de que Hitler desarrolló técnicas para una liquidación lo más eficiente posible de todo un grupo humano? Sus temas fueron la justicia, la memoria y cómo construir una ética del diálogo. Me impresionó que cada una de las categorías que intentaba plantear estuviera relacionada con los acontecimientos históricos, con la justicia, y después con la idea de vincular a la política con la acción y no con la violencia. Crecí leyendo su trabajo, pero después me fui interesando más y más en una profesora alemana, también exiliada en Estados Unidos: Hannah Arendt. Mucha gente dice que soy habermasiana y otra que soy arendtiana, pero la realidad es que les debo mucho a los dos. Arendt

ya había muerto, pero con Habermas he tenido la oportunidad de discutir mi interpretación de su trabajo y eso me parece un regalo de la vida. ¿Fue así como comenzó a escribir sobre la democracia?

La democracia como proyecto de identidad ética (Anthropos Editorial, 1992) es mi primer libro y mi tesis doctoral. Cuando escribí ese libro estaba todavía en proceso de madurar; ahora lo hubiera hecho de forma diferente. ¿Después vino el interés por trabajar la vinculación entre estética y ética?

Es el tema de mi siguiente libro, que no he traducido al español. Tras el contacto con Habermas y con Richard Rorty, me di cuenta de que al ser mexicana y escribir en español no podía intervenir en las discusiones internacionales. Antes de eso, decidí irme con una beca al Instituto de Hermenéutica de la Freie Universität en Berlín. Quería trabajar con Albrecht Wellmer —que es contemporáneo de Habermas pero que tuvo más interés en la estética— porque tenía el deseo de escribir un libro feminista y necesitaba algunas herramientas de la teoría crítica. Quería articular una teoría que pudiera tomar distintos tipos de planteamientos feministas —que ya para entonces eran múltiples e incluso contradictorios— y vincular esos movimientos de una manera empírica, es decir, hablar


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PENSAMIENTO

FOTOS: LAURA ANDERSON BARBATA

de ellos como ejemplos sin tener que identificarme ideológicamente con ellos, sino con mi propio discurso crítico sobre ellos. Y la idea fue creciendo. Tenía claro, gracias a mi experiencia con la obra de Simone de Beauvoir, que una parte importante de lo que hacemos es lo que leemos: qué leemos, cómo lo leemos, para qué lo leemos. La literatura en el siglo XVIII adquirió este papel de construir históricamente el concepto de subjetividad. Esto lo ha trabajado Habermas en su libro Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. En Alemania, me di cuenta que Hannah Arendt había escrito un libro sobre la salonnière Rahel Varnhagen, un personaje que logró intervenir en la vida pública porque en sus salones se llevaban a cabo unas discusiones increíbles. Esto me dio la idea de que Habermas y Arendt tenían mucho más cosas en común de lo que él confesaba, y que ella había dejado un legado que nadie había recuperado. Entonces me vino la posibilidad de construir una teoría sobre el momento en el que, para una mujer, la literatura se convierte en un vehículo para pasar de la vida privada a la vida pública. Esta idea se deconstruye de alguna manera con la teoría que yo quería enfatizar: que en un primer momento las mujeres fueron excluidas, en el siglo XVIII, de una participación abiertamente política, pero que empezaron a construir sus identidades y sus proyectos de vida en una forma de participación política estética, y que esto se cristalizó en narraciones. ¿Hay entonces un pensamiento propio de las mujeres?

Por supuesto que hay un pensamiento de mujeres. Es una de las pocas revoluciones globales verdaderamente exitosas. Lo que pasó en el siglo pasado, la revolución feminista, es la única que fue global. No estamos en condiciones de igualdad ni en cuanto a salarios; pero en distintos lugares del mundo se generaron movimientos de manera simultánea, así como surgió un pensamiento filosófico e histórico y antropológico, y de todo tipo, asociado a problemas vinculados con el género. Hubo una reflexión que resultó enormemente estimulante para otras formas de opresión como la de los homosexuales y las lesbianas. El deseo de ser reconocido vino a partir de que las mujeres plantearon la idea de que vivimos en un mundo patriarcal. Ahora decimos que hay intersecciones, que intervienen la clase social, el género, la raza y la política sexual, en el sentido de que no es una preferencia de la cual uno puede salir y entrar como quiera. Soy una creyente en que desde los años setenta las mujeres hemos intervenido para crear un pensamiento feminista muy importante, política, ética, estética y antropológicamente hablando. ¿Hay también una filosofía mexicana?

Esa pregunta parece fácil, aunque no lo es. Cuando era estudiante había una materia que se llamaba Filosofía en México y siempre fue muy debatida. No hay una forma definitiva de entender ese problema: si la filosofía es una manera crítica de plantear los problemas sobre la ciencia, la política o la ética —Wittgenstein diría como un juego lingüístico—, como una institución o una disciplina que se configura a partir de cuestionamientos pero también de un pensamiento abstracto, entonces no hay filosofía en México. Entre los prehispánicos, hubo extraordinaria poesía. Tú puedes pensar que la poesía tiene niveles de profundidad filosófica, como en Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, el poema más metafísico sobre la reflexión en torno a la realidad, pero una cosa es decir que en la poesía hay extraordinarios elementos filosóficos, y otra que los prehispánicos y Sor Juana hicieron filosofía. Eso no implica que no podamos hacer filosofía, pero no tuvimos un centro filosófico con una universidad y el pensamiento de un autor clave. Somos, como Italia o España, países periféricos.

La autora de Narrar el mal

Ahora hay universidades en México, se escriben libros, como los de Luis Villoro, por ejemplo, que han sido clave para grandes discusiones. Entonces, la pregunta no puede ser formulada en términos ahistóricos. Hoy podemos discutir como iguales con cualquier filósofo, alemán o estadunidense. A mí, por ejemplo, me interesaría plantear de dónde viene el concepto de violencia: cómo se origina, cómo se piensa en las tradiciones. Para hacerlo, hay una parte de mucha investigación, una parte genealógica. La genealogía da la posibilidad de ver por qué la definición de un concepto puede variar con el tiempo y entenderse de cierta manera. En los años setenta mucha gente pensaba que la única manera de hacer la revolución era violentamente y eso era resultado de Cuba, pero ahora tenemos una visión de la violencia muy distinta. Eso nos lleva a algo que usted ha trabajado mucho: pensar el mal. ¿Cómo se vincula ese interés filosófico con la situación actual en México?

Escribí Narrar el mal porque todo lo que había leído sobre el asunto me dejaba insatisfecha. No encontré mejores pistas que las de Hannah Arendt, pero quería Creo que adjudicar configurar mi propio universo. responsabilidades y Comentaba al principio que construir instituciones en mi formación fue central fuertes está del lado convivir con exiliados y que de la construcción de eso fue lo primero que me un posible futuro movió, me conmovió y me transformó como persona. Al mismo tiempo, esta preocupación sobre el mal es fruto de concebir formas estructurales, modelos normativos que puedan reflexionar sobre cosas como la ruptura con el pasado. Cuando se termina una dictadura no puedes decir: “Está asegurado lo que vendrá a futuro”. Hay un trabajo colectivo, de enorme esfuerzo, que implica una reeducación completa de la sociedad. Creo que adjudicar responsabilidades y construir instituciones fuertes está del lado de la construcción de un posible futuro, mientras que la otra posición es amnesia: borrón y cuenta nueva. España, por ejemplo, decidió que iba de la dictadura a la amnesia y ha tenido un montón de problemas, porque el pasado nunca es pasado. Esto es algo que quiero remarcar en la idea de lo filosófico con respecto del mal: el pasado nunca pasa. Aquellos que quieren construir la ruptura necesitan hacerlo recordando el

pasado y adjudicando responsabilidades, lo que llamo en mi libro “materializar la justicia”. No es una receta, porque uno nunca puede prever qué va a pasar con la historia; es reeducación y hay muchas más posibilidades de que la gente termine digiriendo, no lo que pasó, sino lo que no debía haber pasado. Los historiadores tienen mucho que decir sobre la tarea de recuperar una conciencia colectiva. Digo “tarea de recuperar” y no sé si la hemos tenido alguna vez, pero en todo caso puedo apuntar a la necesaria reconstrucción histórica del autoritarismo en México. Lo están haciendo Carlos Illades y Teresa Santiago, que escribieron sobre el papel del Estado en las guerrillas en los años setenta. ¿Qué resonancia tiene hoy en localidades como Guerrero? Somos un país profundamente colonizado. Fuimos los sirvientes de la Colonia y hoy somos los sirvientes del gobierno. La politización es mínima: las élites, los Carlos Slim y los Emilio Azcárraga, son dueños de los medios de comunicación. Si controlan la información, ¿cómo vas a tener politizada a una sociedad? Si volviera a empezar, ¿cambiaría algo?

Dice la canción de Édith Piaf: “No me arrepiento de nada”. Yo me arrepiento de todo, o de mucho. Cambiaría varias cosas. No me casaría. En términos profesionales, me habría gustado no haber luchado tanto para ocupar el espacio que hoy ocupo, haber tenido vida en otra institución en otra parte del mundo. Esto no quiere decir que esté arrepentida de ser mexicana; pero en México, para poder conseguir una forma de comunicarme con los demás, tuve que hacer un sacrificio total. Espero que mis alumnas pasen por menos dificultades que yo. ¿Por cuál de sus textos le gustaría ser recordada?

Siempre pienso que por el siguiente. Mis libros me han costado mucho trabajo, no menos de siete años cada uno. Quisiera trabajar más rápidamente, pero no puedo. Cada uno de mis libros refleja la que considero la mayor preocupación de mi vida: la justicia. Las personas pueden interesarse en varias cosas: a mí me interesa ver de qué manera se puede promover la justicia. L Rafael Sebastián Guillén ha sido identificado como el subcomandante Galeano, antes Marcos, ideólogo, portavoz y líder del grupo denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional o EZLN. 1


LABERINTO

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Amparo Dávila

La magia que perdura La escritora nacida en Pinos, Zacatecas (21 de febrero de 1928) cumple 90 años. A su obra cuentística hay que sumar sus poemas y novelas, ceñidos al amor, la locura y la muerte. En esta charla, viaja al país de su infancia, a sus primeros años en la Ciudad de México y a los miedos que siguen asaltándola

¿

JONATHAN MINILA

A qué le tiene miedo Amparo Dávila?” Le hago esta pregunta mientras la miro y observo sus manos fuertes que mantiene sobre sus piernas. Es lunes, 12 de febrero de 2018. Hemos hablado alrededor de media hora. Amparo Dávila está por cumplir 90 años, se ve lúcida, sana y animada. Hace pocos días estuvo en el hospital, pero parece que los problemas de salud quedaron atrás, como cuando era niña, aunque ella dice que los ha tenido siempre. Trato de explorar el enigma de su mirada que a veces se levanta para mirarme fijamente y sonreír, pero sus ojos son demasiado misteriosos. Quizá el secreto para una larga vida sea un verdadero temor a la muerte, pienso. Pero ella dice que no le tiene miedo a la muerte, solo incógnitas. “Qué será el más allá”, me dice. Acudo a la hora acordada: 13:30. Al llegar a su casa lo veo de nuevo. Su apellido está escrito con plumón negro arriba y abajo del timbre. Así, dos veces, la letra inclinada: Dávila; y más difuminado, como si fuera una visión: Dávila. Toco, nervioso, como la primera vez, sabiendo que del otro lado está ella, en esa casa grande donde varios perros ladran y la puerta de entrada está justo a un lado del jardín y el estacionamiento. Su hija me recibe y una mujer muy amable que siempre las acompaña. Por las ventanas se filtra la luz que ilumina una escalera. Hay cuadros en las paredes y una enorme sala del lado derecho. Ella no está ahí. Amparo Dávila espera puntual en un pequeño estudio ubicado del otro lado. “Pasa”, me dice Jaina, su hija, y yo entro silencioso. La veo sentada y me acerco. “Hola, Jonathan”, me dice con la voz temblorosa. Tomo su mano delicada, la saludo, le doy un beso en la mejilla y me siento a su lado para conversar. La primera vez que la vi en persona no pude decir nada. Siempre me pasa lo mismo con la gente que admiro. Descendió de una camioneta y caminó con pasos cortos. Una mujer menuda, misteriosa, pequeña, y sonriente; con los ojos brillosos que miran preguntándose algo pero nunca se sabrá qué. Llegó al túnel del Palacio de Bellas Artes, que lleva directo a la Sala Adamo Boari, para asistir a una conferencia de prensa. Yo solo la recibiría, la encaminaría al escenario y la ayudaría a sentarse en una silla; nada más. Sin embargo, para mí fue más que eso. No pude decir mucho entonces pero sin saberlo así comenzó una afortunada cercanía donde el silencio es permitido. El 19 de agosto de 1965 Amparo Dávila asistió al mismo recinto en el que nos conoceríamos muchos años después. En la Sala Manuel M.

Ponce habló sobre su vida y su obra (en ese momento formada por sus libros de poesía y dos libros de cuentos: Tiempo destrozado y Música concreta) dentro del ciclo “Los narradores ante el público” organizado por Antonio Acevedo, jefe del Departamento de Literatura en el Instituto Nacional de Bellas Artes que dirigía por entonces José Luis Martínez. En aquella ocasión, Amparo Dávila se refirió a su infancia y a los detalles que la llevaron a narrar bajo cierto tipo de atmósfera que ahora nos hipnotiza. Con pocas palabras siempre cuidadas, acotadas, habló sobre el lugar donde nació en 1928, Pinos, en Zacatecas, y al que se refirió como el pueblo “de las mujeres enlutadas de Agustín Yáñez […] donde solo se oye el viento de la mañana a la noche, desde que uno nace hasta que muere”. Ahí vivió hasta los siete años. Pasó su primera infancia en aquella casa grande de su memoria, con habitaciones oscuras, iluminadas en las noches con lámparas de gasolina, donde lloró el frío y la oscuridad, y donde aprendió a ver pasar la muerte. “No había cementerios en varios ranchos cercanos”, dijo en aquella ocasión, “y a Pinos iban a enterrar a los muertos. Yo los veía tirados en el piso de una carreta, atravesados sobre el lomo de una mula y a veces con una rústica caja”. Hoy Amparo Dávila aguarda paciente a que comencemos a charlar. Le llama a su hija para que se siente a su lado, como siempre, y espera. “Varias épocas de mi vida”, dice de pronto, antes de que le pueda preguntar algo. Se refiere a una serie de fotografías que adornan los libreros y sonríe. “Esa soy yo”, señala una imagen donde una niña con vestido blanco mira Amparo Dávila fijamente a la cámara. demuestra que lo insólito “Tengo una violeta de es un hecho que explota un lado, la modestia, y en la realidad, que los del otro, un oso. Iba a ser demonios se manifiestan una niña muy modesta”. en lo cotidiano “Lo es”, le digo, y nos reímos juntos. Y en efecto, es la misma niña. La imagino sentada en la biblioteca de su padre donde leyó su primer libro, la Divina Comedia, que la impactó no por los infiernos de Dante, sino por los grabados de Doré que nutrieron las pesadillas de su infancia. “Me horrorizaban de niña”, me dice ahora Amparo Dávila al recordar su niñez, “porque eran los demonios con tridentes”. Y me habla también, como lo ha hecho otras veces, de aquellas leyendas que se contaban entre la neblina de ese pueblo “rodeado siempre de nubes” y esas visiones que ya no sabe si fueron reales o imaginarias, pero que no puede olvidar porque

la acompañaron en largas noches oscuras y frías. Lo contó también en 1965, en Bellas Artes; lo ha dicho otras veces, y me lo repite ahora, así. —En la casa donde viví mis primeros años vivió un señor feudal que perdió una pierna y le pusieron una de palo. En las noches yo podía oírlo, “taconeando”. Este hombre, como era muy rico, se casó varias veces y se le morían las esposas misteriosamente. Y fíjese usted que la última de ellas, todavía con su traje blanco, por las noches deambulaba por la casa. Ella con una vela encendida y él, con su pata de palo. Eso me causaba terror, pero un terror grandísimo. Lo único que lo mitigaba eran mis perros y mis gatos. Ellos me dieron calor en los primeros momentos de mi vida: los gatos. Así que para siempre quedaron conmigo. Amparo Dávila queda en silencio pero continúa moviendo sus labios como si palabras invisibles se le escaparan de la boca, como si recordara algo, como si viera algo. Su primera afición fue la alquimia. Así se lo recuerdo y ella vuelve en el tiempo. “Yo soñaba con sacar perfumes de las flores, y de las piedras, oro”. Cuando no hacía tanto frío subía a la montaña de Pinos con sus perros para recolectar flores y cualquier piedra misteriosa. Sin embargo, nunca obtuvo lo que buscaba. —¿Pero no es acaso ahora una alquimista de la realidad? —le pregunto. —Sí, en cierto modo sí—responde. De Pinos, Zacatecas, salió a los siete años en 1935. Se fue a San Luis Potosí donde fue educada religiosamente y ahí encontró una verdadera influencia literaria. “En ese convento conocí a San Juan de la Cruz, a Fray Luis de León, Cervantes, Quevedo y Sor Juana Inés”, ha dicho antes. Ahora lo recuerda de este modo:


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DE PORTADA

JORGE GONZÁLEZ

—Lo que más ha influido mi obra es cuando fui a la escuela a San Luis Potosí. Ahí nos empezaron a dar catecismo, historia de la iglesia, y yo no sabía nada de nada. Yo nada más sabía de los muertos que transitaban en la noche, de las apariciones y de los grabados de Doré. No sabía nada de religión. Entonces conocí las traducciones de Fray Luis de León del Cantar de los Cantares de Salomón y me enamoré perdidamente para siempre. Lo primero que escribí fue Salmos bajo la luna, que no son precisamente religiosos; nada más tienen el paralelismo hebreo. Son profanos, se puede decir. Su salud, siempre frágil, la condenó al encierro por largas temporadas durante su infancia y su juventud. Sin embargo, eso le permitió conocer a autores que la han marcado como Prados, Cernuda, Aleixandre, Hesse, Kafka y Lawrence. En 1950, publicó Salmos bajo la luna y en 1954 Meditaciones a la orilla del sueño y Perfil de soledades. En 1954 se instaló en la Ciudad de México donde trabajaría, por año y medio, como secretaria de Alfonso Reyes, quien la motivaría a acercarse a la narrativa y publicar sus primeros cuentos. Pocas veces habla de eso, pero hoy lo hace. —Yo no pensaba que publicar fuera una obligación; yo pensaba que si uno escribía era una necesidad para uno mismo. Pero me hicieron entender, varias personas como Alfonso Reyes y monseñor Antonio Peñalosa (que fue el primero que publicó algo de mis salmos), que si lo que una hacía tenía cierto valor había que compartirlo con los demás. Amparo Dávila sonríe, como si contara una travesura, y continúa recordando su relación con Alfonso Reyes, a quien conoció a principios de los años cincuenta, en San Luis Potosí.

El martes 20 de febrero, a las 19 horas, Amparo Dávila recibirá un homenaje en el Palacio de Bellas Artes. Participarán Laura Cázares, Agustín Ramos y Alejandro Toledo

—Fue una relación muy linda. Él fue a San Luis Potosí a unos cursos de invierno donde iban grandes personalidades. Ahí nos lo presentaron a todos los jovencitos que prometían algo, entre ellos yo. Nos conocimos, lo escuchamos, y algún tiempo después fui a Guanajuato a los entremeses cervantinos que en esa época daba el maestro Ruelas. En uno de los descansos andaba yo caminando por la plaza y de pronto me pareció ver a don Alfonso. Me acerqué y sí, era él, esperando a Manuelita su esposa, que había ido a recoger libros que siempre andaba comprando en todos lados. Entonces lo saludé. Me preguntó que quién era y le dije: “Soy de los jóvenes que conoció en San Luis”. “Siéntate a platicar conmigo”, dijo. Le hablé entonces sobre mi idea de venir a México a vivir y él me preguntó ¿para qué? “Porque quiero estar cerca de los escritores que admiro, como usted”. Entonces me distraje viendo unos como crespones que ondulan con el viento, y como era una hora en que el sol cae, todavía se veían dorados. Me recordaron a El principito de Saint-Exupéry cuando la zorra le dice al niño: “ya no voy a tener nostalgia de tus cabellos, porque cuando vea estos crespones dorados voy a recordar tus rizos”. Entonces don Alfonso dijo: “No es posible que me estés citando a Saint-Exupéry, que es de mis escritores favoritos”. Me abrazó, me hizo cariños, me presentó a Manuelita y entonces quedé comprometida a que cuando viniera a México los iría a buscar a su Capilla.

Así sucedió. Vine, los busqué, y platicando me dijo que si no conocía a alguien que escribiera a máquina, sin errores. “Sí, conozco”, le dije. “Pero que no cobre mucho”, respondió, “porque yo no tengo dinero”. “Sí”. “¿Y cuándo me la traes?” “No necesito traerla porque aquí está. Yo soy”. Publicó su primer cuento, “El huésped”, en la Revista Mexicana de Literatura en 1956. En 1958 se casó con Pedro Coronel y nació su hija Jaina, quien desde entonces está junto a ella. Su hija Lorenza nació en 1959 y en ese mismo año publicó su primer libro de cuentos, Tiempo destrozado, en el Fondo de Cultura Económica. Cinco años después publicó Música concreta y se divorció. En 1977 ganó el Premio Xavier Villaurrutia por Árboles petrificados, lo cual representó un reconocimiento definitivo no solo a una escritora cuya obra se había construido desde sus primeros cuentos de manera sólida y contundente, fuera del establishment literario, sino también a un género relegado —aun ahora— como lo es el cuento, y sobre todo a una temática que aborda el lado más oscuro del imaginario. Respecto a esto, a su temática, en 1965 Amparo Dávila se refirió a ella como algo limitado que se reduce a sus preocupaciones fundamentales frente a la vida: amor, locura y muerte. “Yo sencillamente hablo del clima que me tocó habitar y observar”, dijo entonces, “de la atmósfera en que he vivido y padecido siempre. Quiero y puedo confesar que nunca he conocido el equilibrio ni la cordura; nací y he vivido en el clima del absurdo y del desencantamiento, por eso mis personajes van o vienen de ahí”. En sus historias, Amparo Dávila demuestra que lo insólito es un acontecimiento que explota en la realidad, que los demonios se manifiestan en lo cotidiano y que la mente es quizá el peor de nuestros enemigos. —¿El amor, la locura y la muerte son lo mismo, maestra? Amparo Dávila responde de inmediato: —Son tres cosas misteriosísimas. El amor que llega y se va, cuando uno menos lo espera. La locura que trastorna a la persona como un hilo que se rompe. Y la muerte, que llega un día y siempre nos acompaña. En el cuento “Patio cuadrado”, incluido en Árboles petrificados, que escribió gracias a la beca del Centro Mexicano de Escritores, y que refleja la forma de aquellas casas de su infancia, Amparo Dávila dice: “no hay escapatoria posible al huir de nosotros mismos; el caos de adentro se proyecta siempre hacia afuera; la evasión es un camino hacia ninguna parte..., pero no hay que sufrir ni atormentarse, iniciemos el juego; el ambiente es propicio, solo la magia perdura, el pensamiento mágico, el sortilegio inasible de la palabra”. De ahí que me surja una pregunta inevitable. ¿Cuál es la magia que perdura en la obra de Amparo Dávila? ¿Qué es eso “misterioso e inasible” a lo que se refiere cuando le pregunto esto? ¿Quizá esa presencia sin forma que se alimenta de nuestros miedos, como en “Alta cocina”, “El huésped” o en “Moisés y Gaspar”? ¿Qué es ese misterio que jamás se revela y que ni ella misma sabe lo que es y le encarga al lector? ¿Es quizá la muerte, a la que se ha referido como una presencia constante y que le sigue pareciendo “una incógnita inexplicable, angustiante y terrible que no logro entender”? —¿A qué le tiene miedo Amparo Dávila? —le pregunto entonces y miro sus manos esperando la respuesta. —Me dan miedo muchas cosas —responde riendo de nuevo—. Me da miedo la oscuridad como cuando era niña y me da miedo, a veces, la soledad. Antes de terminar la entrevista le pregunto si continúa escribiendo. —Quiero publicar poemas, de ayer y hoy. Y tengo las semblanzas, que son varias. Una sobre Pinos y una sobre mi muerte. Pide entonces que le acerquen una hoja que está sobre una mesa donde hay varios libros, entre ellos uno de Francisco Tario. La toma con sus manos fuertes, acostumbradas al frío, y se ayuda con una lupa para poder leer. Me acerco para escucharla y la grabo mientras su hija le ayuda iluminando con una lámpara de su teléfono celular. Comienza, con la voz trémula: “Que no muera/ un día nublado y frío/ de invierno/ y me vaya tiritando/ de frío y de miedo”. En el patio los perros ladran, no se ven pero ladran. Me despido varias veces sin querer irme pero todas las puertas nos ven partir alguna vez. Antes de alejarme de su casa miro de nuevo el timbre: “Dávila”, leo y me voy sintiendo una presencia, escuchando, detrás de mí, un “taconeo”. No me atrevo a voltear. L


LITERATURA

sábado 17 de febrero de 2018

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LABERINTO

CASA AMÉRICA

Nélida Píñon

“La memoria es coral”

La épica del corazón (Alfaguara, 2017) puede leerse como un elogio del espíritu viajero y una reflexión sobre las Américas y sus identidades. Este ensayo es el motivo de la conversación que ofrecemos con la escritora brasileña ENTREVISTA CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

P

ara un escritor es importante no corromper su alma; pensar, como afirma la escritora brasileña Nélida Piñon, que jamás debe tener miedo de equivocarse; que no puede tener miedo porque no le apoyan, porque le miran como si dijeran que no sabe lo que está haciendo, aunque sepa lo que hace e intenta hacer. Piñon (Río de Janeiro, 1937) expone lo anterior en entrevista a propósito de la publicación en español de su libro de ensayos La épica del corazón, y sostiene que, como escritora, se identifica con la figura del escritor intérprete, “aquel que haciendo ficción hace la interpretación de un país, de un tiempo, de un universo o de la condición humana. Es mucho más que contar una historia: es interpretar la conducta psicológica de los personajes, de la obra humana”. La escritora señala que en la épica del corazón, que es la épica de su propia biografía, el viaje ha jugado un papel determinante. “El viaje es la transformación, es la metamorfosis. Incluso el paisaje deja de ser fijo mediante nuestra contribución visual y la exposición de nuestros sentimientos. Hay un intercambio excepcional entre el paisaje que miras mientras viajas y tu persona. El paisaje nos afecta profundamente. Y la persona también afecta al paisaje. Somos capaces de cambiar el paisaje. El viaje propicia visitar todos los tiempos; te hace parte de la cadena civilizatoria. Pero también uno puede establecer las huellas de la aventura humana con la imaginación, sentado en su casa como si estuviera en el trono del mundo. Machado de Assis nunca salió de Brasil; lo máximo que viajó fueron 200 kilómetros, y a mi juicio es el primer gran escritor de las Américas”.

Para Nélida Piñon, la realidad se transforma con nuestra mirada. “Cada sensibilidad modela una realidad distinta, y por eso propicia la riqueza del arte. Yo sostengo que el arte no viene del orden natural, que lo asfixia, que doma el espíritu libertario del arte. Más bien creo que el arte viene del caos, porque no permite censura ni expurga. El gran peligro del orden en el arte es expurgar lo que no conviene. El arte no pide conciliación y no tiene censura. Tendrá la restricción de la estética, que de alguna manera impone algunos principios que uno previamente establece. Y ese es un acuerdo que se hace entre la decisión de crear y lo que va siendo forjado”. La épica del corazón puede ser leído también “como una reflexión sobre nuestras Américas y nuestras identidades”. En ese sentido, Nélida Piñon dice que “cuando el mundo europeo llegó a nuestro continente no encontró indios en sentido peyorativo, sino civilizaciones con una autonomía extraordinaria. Sostengo que nuestro continente nació narrando, y con este libro intento probar que las Américas tienen una vocación inexorable por la narrativa, porque, además, los europeos que llegan también narran. Así que todos narran. Es un continente narrativo”. Ese mundo narrativo es “un territorio común por encima de las nacionalidades particulares. Los americanos somos naturalmente narradores, más allá incluso de la llegada de los europeos. Desde los códices y mitos antiguos. Y todo eso nos lleva a una tentativa de contar una historia nunca contada, que es lo que me ha animado, aunque sé que nadie es inaugural, porque todos venimos de muy lejos. Ese es el milagro de la transmisión del conocimiento. Cuántos murieron y mueren por transmitir el conocimiento. Es un movimiento espontáneo: en las calles, en las casas, en las cocinas. Creo que todo está vigente; solo que muchas veces somos ciegos. Pero somos una región con talento libertario, un talento que está impregnado de todo. Somos escritores que no nos hemos quedado obcecados con las frases cortas, con la objetividad del

texto. Somos autores que entienden que formamos parte de un gran misterio”. Nélida Piñon también habla de la memoria. “La memoria nos traiciona y no siempre podemos contar con ella, a menos que nos llegue con la invención, pues la memoria es aliada de la invención. No se pone de pie sola, porque no es mimética, no copia la realidad. Nosotros disfrazamos, mutilamos la realidad, la transmutamos. Deformamos para contar mejor. Yo me doy cuenta de que tengo memoria de algo, pero siento que es precaria y que alguien viene y me complementa. Así que sin el otro no podría complementar. Es como un conjunto políticosocial, un colectivo. La memoria es coral. Y a la vez no podemos vivir sin ella. ¿Quiénes somos sin memoria-invención? A mí me gusta mucho establecer ese binomio: memoria e invención, inventar para tener memoria, y alargar el espíritu de la memoria apelando a la invención”. Continúa hablando del recuerdo y la memoria. “Me doy cuenta de que mientras escribes, abres espacio para lo que no pensabas poner. Es una especie de educación, porque la narrativa que haces tiene una autonomía impresionante: te conduce; abre brechas, espacios, hiatos, para que tú enriquezcas. En contra de lo que muchos escritores hacen, yo no corto, yo agrego mucho más de lo que corto. Al tener el conjunto, limpio, y sobre todo veo lo que es legítimo y factible. Pero lo que más me gusta es trabajar; es donde pongo todo; es el gran reto intelectual y donde veo que puedo ser una buena escritora; es donde aprecio la síntesis de lo que no pensaba alcanzar, donde veo si el conjunto es precario y donde se pone en juego la técnica narrativa, los tiempos verbales, fundamentales para dominar la narrativa, porque los tiempos verbales te proyectan o te retraen, aceleran la narrativa o impiden que prospere. Los portugueses y los españoles, por ejemplo, son prisioneros del infinitivo. En cambio, el gerundio es un tiempo muy americano, que ahora ocurre de forma excesiva y puede hasta empobrecer el idioma. Pero el gerundio bien empleado es una maravilla, es un tiempo que acelera la narrativa, hace andar, camina, no puede estar parado, y ayuda a explotar la sensación de movimiento, de mutación, de cambio. En ese sentido, uno puede descubrir en cada tiempo verbal una manera de estar en el mundo. Por otra parte, no hay que olvidar una cierta fuerza poética sutil que no deja muy claro todo, porque es necesaria una mínima oscuridad poética, una ambigüedad, que permita que el texto mismo tenga tres o cuatro versiones interiores”. La autora de La república de los sueños aventura una opinión sobre la narrativa que se escribe en nuestros días. “Hay que buscar caminos, pero sin creer que se es dueño de la verdad narrativa. Porque no se puede ser contemporáneo sin lecturas previas. Yo digo que para ser contemporáneo o moderno hay que ser arcaico. Y por arcaico entiendo a todos los griegos, los hebreos, los etruscos, los antiguos pueblos amerindios, todo lo que se ha hecho desde Altamira y Lascaux. Hay que ir a todo, ver cómo Abraham encendió el primer fuego. La imaginación tiene que estar abierta a todo lo que forjó la civilización, porque no hay interrupción civilizatoria. Es una locura decir que estamos viviendo una nueva civilización. ¿Una nueva civilización? ¿Hay un nuevo hombre? ¿Se ha apagado o borrado todo lo que había para dar inicio a la tecnología? ¿El sueño de Ícaro no era tecnología? Por otro lado, sin formación humanística, hay indigencia. Y en ese sentido, hay lagunas inmensas. Un escritor debe conocer la tradición, incluso para romper con todo, aunque a mi juicio nunca se rompe; ni Joyce rompe, nadie rompe. Aparentemente hay innovaciones, cuñas, pero la cuña debe entrar entre lo sólido”. L


MILENIO

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sábado 17 de febrero de 2018

× A

SEPULCROS DE VAQUEROS ROBERTO BOLAÑO Alfaguara México, 2017 216 pp. A estas alturas, más que cuestionar la calidad de las obras póstumas de Roberto Bolaño que han ido apareciendo, lo que se hace es ubicarlas en el contexto de los trabajos publicados en vida. Es lo que lleva a cabo Juan Antonio Masoliver Ródenas en el prólogo a este nuevo volumen. Para el escritor español, de las novelas y cuentos del autor de Los detectives salvajes “no se puede hablar de fragmentos sino de piezas de un puzzle”. El libro está conformado por tres obras: “Patria”, “Sepulcros de vaqueros” y “Comedia del horror de Francia”.

MARCIANOS LENINISTAS MARIO GONZÁLEZ SUÁREZ Ediciones Era México, 2017 256 pp. Los intereses literarios de Mario González Suárez se centran en los autores raros y su escritura aspira a formar parte de esa cofradía. Publicado por primera vez en 2002, Marcianos leninistas puede ser considerado uno de sus libros emblemáticos. En su primera edición fue catalogado como libro de relatos; ahora, los editores lo presentan como “una novela disfrazada de libro de cuentos”. Ya el lector sacará sus conclusiones. El título nos lleva a la ciencia ficción, pero para el autor es un acercamiento a nuestra sociedad.

EL CIELO ES AZUL, LA TIERRA BLANCA HIROMI KAWAKAMI Alfaguara México, 2018 211 pp. Una taberna es el escenario de los primeros encuentros entre la joven Tsukiko Omachi y su profesor de japonés Harutsuna Matsumoto. Son fortuitos, es decir, no se rigen por prescripción alguna. Pero, en vista de que el destino es un ángel burlón, esos encuentros van tomando la forma de un paseo en fin de semana o un viaje a las montañas, y, posteriormente, de una pasión que se siente destinada a perdurar. La historia que concede Kawakami es melancólica y sutil, como un diente de león.

LA BUENA COMPAÑÍA BÁRBARA JACOBS Ediciones Era México, 2017 155 pp. Con una abierta intención didáctica, y una pizca de reconocimiento a los libros y autores que han orientado su carrera como escritora, la autora de Las hojas muertas arma una suerte de biblioteca en donde aguarda una buena cantidad de títulos de obligada lectura. Están los que pertenecen al cuento, la novela y la poesía, pero también los que se inscriben en el aforismo, el libro de viaje, el género epistolar, la biografía literaria. Bueno para quienes se inician y recomendable para quienes tienen corta memoria.

GATOS ILUSTRES DORIS LESSING Grijalbo México, 2018 158 pp. “Ahora, al recordar gatos, siempre gatos, un centenar de incidentes con ellos, me sorprende el mucho trabajo que debieron representar”, dice la escritora inglesa en este libro amoroso que además constituye una suerte de memoria. Desde la infancia en una aldea africana hasta su vejez en Londres, va recuperando la presencia de esas misteriosas criaturas que lo mismo son elegantes que desafiantes, crueles que suaves. Las ilustraciones son obra de Joana Santamans.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

EL TIEMPO DEL COCODRILO

Uriel Mejía Vidal Fondo Editorial Tierra Adentro México, 2017

El predominio de los mitos ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

U

n jurado compuesto por Ana Clavel, Francisco de la Cruz y Carlos Yescas concedió el Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas 2017 a El tiempo del cocodrilo. Qué afortunado acierto… en dos sentidos: porque ahora tenemos la oportunidad de leerla y porque comprobamos que hay vida literaria más allá de la denuncia social y la épica harapienta del narcotráfico. Luego de traspasar la página inicial y extender la vista para comprobar que del pasado “solo quedaban los restos de un pueblo que gradualmente se volvía polvo”, da la sensación de que nos encontramos ante unos hechos que resguardan una descomunal carga mítica. Presentimos que ese pueblo —Zencual— fue próspero y comprobamos también que ahora es asiento de maldiciones y apariciones. El tiempo del cocodrilo es justamente el relato de su origen, su prosperidad y su caída. Estamos en el siglo XX y por ninguna parte hay señales de la Historia, es decir, del ruido de la política o de las armas, de las maravillas tecnológicas o de los vaivenes de la economía. Estamos, ¿pero en dónde?: en un lugar donde hay conciencia del paso de los años pero que a la vez se ubica al margen, o en una dimensión paralela, de nuestro tiempo. Zencual representa la era en que los animales gobernaban sobre los hombres. Uriel Mejía Vidal persigue el rumor de aquellas leyendas —¿acaso provenientes de la tradición indígena?— en las cuales una bestia enorme imponía su fuerza y exigía su tributo en sangre antes de ocultarse por largas temporadas en una cueva húmeda. Contra las apariencias, El tiempo del cocodrilo no tiene el temperamento de los cuentos de hadas, con su moral edificante. Su fachada es suave —tan suave que el narrador puede escribir: “Detuvo la nariz en el lunar sobre el párpado y se quedó congelado, como si acabara de descubrir las ruinas de una civilización”— pero por sus entrañas corre el fuego de la condena familiar pues Zencual es también la obra de una estirpe condenada a nacer, crecer y morir ahí. Con una bestia de tamaño y atributos mitológicos, una pareja que engendra 39 hijos y un pueblo que se rinde al miedo, Uriel Mejía Vidal ha podido levantar la sospecha de que la vida y la muerte no guardan relación alguna pero que entre el mundo animal y el de los seres humanos hay lazos irrompibles. El tiempo del cocodrilo es predestinación e impulso de rebelión ante la piedra de sacrificios. Porque mira hacia otro lado, no olvida el predominio de los mitos. L


CINE

sábado 17 de febrero de 2018

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LABERINTO

ESPECIAL

Víctor Ugalde

“Predomina el colonialismo visual” La prima, con guión de Vicente Leñero, interroga al machismo y a la doble moral de la sociedad mexicana ENTREVISTA

D

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

espués de más de veinte años alejado de la dirección, Víctor Ugalde regresó al plató para filmar La prima, que recupera el último guión de Vicente Leñero, quien a su vez se inspiró en una novela de Eça de Queiroz para construir una irónica comedia que retrata el machismo y la doble moral de la sociedad mexicana.

se enteró de la venta, habló con su agente y le comentó que esa pieza quería dármela a mí. Resultó que la productora me conocía y le pareció bien que llevara el proyecto. Todo esto me cayó de sorpresa porque no sabía nada.

Es curioso que La prima , último guión de Vicente Leñero, fuera una comedia.

Me alejé de la realización cuando vino la crisis de 1994, año en el que todas las películas mexicanas tuvieron malos ingresos. Hubo una crisis estructural porque se cambió del modelo de consumo popular al de clase media, y no lo vimos venir. Ante el nuevo escenario, quedaron dos opciones: intentar levantar proyectos contra viento y marea o formarse en Imcine, que entonces hacía diez filmes anuales. Yo me dediqué a luchar por revivir la industria y sin fijarme pasaron más de veinte años.

películas es más fácil y barato. Todo lo puedes hacer con una computadora. La prima fue muy fácil en términos de aceptación de instituciones y actores. Por mi trabajo, no estuve tan alejado en términos de mi relación con el cine. Otro cambio importante es el predominio del colonialismo visual en el consumidor. Los hijos del TLC han sido educados con el lenguaje norteamericano, de modo que las historias son más dinámicas, con más cortes y con todo tipo de movimientos de cámara. No obstante, soy más conservador y en mi puesta en escena coloqué la cámara según la situación dramática, pero siempre desde un mecanismo indetectable.

El cine ha cambiado mucho en veinticuatro años.

En términos de contenido, el tema de la película es la doble moral mexicana.

El guión está basado en El primo Basilio, la novela de Eça de Queiroz, que tiene forma de comedia. Leñero era una persona seria en la vida, pero con mucha ironía en su trabajo. ¿Tenía la intención de filmarla?

Leñero era un escritor práctico. En teatro, el 85% de lo que escribió se llevó a efecto y en cine era todavía más concentrado. Escribió la adaptación a finales del siglo XX y la readaptó poco antes de morir. Guardó el texto con el propósito de darme una sorpresa, pero su agente literario la vendió a Producciones Circe. Cuando Vicente

Lo que implicó su regreso a la dirección después de más de veinte años.

La tecnología se convirtió en un aliado. La industria se desarrolló y hoy hacer

HOMBRE DE CELULOIDE

Natasha Esca, Ernesto Gómez Cruz e Isabel Madow

Sin duda. Lo hizo muy bien Sor Juana en el siglo XVII, cuando es-

cribió “Hombres necios…”. Habla de la seducción y de la doble moral de los seductores. Por eso dice: “Queredlas cual las hacéis”. Y Eça de Queiroz, como buen escritor naturalista, denunciaba lo mismo en el siglo XIX desde Portugal. Leñero consiguió actualizarlo. En la película no hay víctimas ni victimarios, sino un equilibrio en el ejercicio de la sexualidad, pero con un costo. Leñero trabajó El crimen del padre Amaro, también de Eça de Queiroz. ¿Por qué conecta el escritor portugués con la naturaleza mexicana?

Lo que conecta es el naturalismo, un movimiento que denunciaba los problemas de la sociedad y de la mujer. Vicente Leñero supo adaptarlo a México gracias a su enorme colmillo. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Realismo y ficción

Y

a cerca del Oscar hay que contrastar The Post, una película bien hecha que sin embargo aburre, con La forma del agua. No se trata solo de las nominaciones sino de que ambas son políticas en el sentido aristotélico. The Post: los oscuros secretos del Pentágono está basada en la historia de cierto escándalo que produjo Nixon cuando trató de evitar que la gente se informara de lo que estaba sucediendo realmente con la guerra de Vietnam. Entonces: ¿cuál es la relación? La forma del agua hace política cuando centra su mirada en una mujer a la que nadie ve. Al otro lado del espectro, The Post hace política en el sentido más evidente: contando la historia de un fracasado tiranuelo (Nixon) que recuerda mucho a Donald Trump cuando, con su voz de niñato infame, grita ¡fake news! Aun así (y se quiera o no), Nixon era un político más preparado que este

hombre que lejos de informarse en el Washington Post tuitea frente a la tele mientras mira esa basura llamada Fox & Friends. Al otro lado del espectro, la película de Guillermo del Toro no pretende ser realista, mientras que The Post fue dirigida en tono documental. Es la segunda vez que Spielberg escoge este estilo. La primera fue con Munich en 2005 y, aunque creo que cuando el director más brilla es porque se permite tirar el realismo a la basura para permitir que sus espectadores se pongan a soñar, The Post es una suerte de clase de cómo hacer cine en el viejo estilo hollywoodense; ese que surge de Hitchcock y de Welles y que hoy, como casi todo en Estados Unidos, está cambiando. Para hacer cine en el estilo de continuidad son necesarios los dioses del espectáculo. Streep es Katharine Graham, editora del Washington Post, y no nos permite

The Post: los oscuros secretos del Pentágono (The Post ). dirección: Steven Spielberg. guión: Liz Hannah, Josh Singer. con Meryl Streep, Tom Hanks. Estados Unidos, 2017.

olvidar quién es. Hanks sí que lo logra. Un triunfo teniendo en cuenta que está tan sobre–expuesto. Hanks interpreta a Benjamin Bradlee, un periodista que hace malabares entre lo legal y lo ilegal para informar de los engaños de este hombre que aspira a ser dictador.

The Post es cine importante pero aburrido. Creo que ganará Del Toro pues su desdén por los tiranos es menos grandilocuente y la grandilocuencia siempre ha sido el gran problema de Spielberg, un autor que resulta mucho mejor cuando está del lado de Guillermo del Toro: en la ensoñación. L


MILENIO

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sábado 17 de febrero de 2018

ESCENARIOS

ARCHIVO MILENIO

Palabras descalzas En Las cartas de Frida se proyecta el dolor físico y emocional de la aguerrida artista mexicana PERIPECIA

F

rida Kahlo llega envuelta en palabras que se agigantan en un escenario, en música y frases escritas que se proyectan en su cuerpo, en los muros, en la tina del baño y en el lienzo de papel blanco que cubre el espacio donde la pintora mexicana es traída al presente, despojada de líneas caricaturescas, colores, trenzas y listones en el cabello. Las cartas de Frida de Marcela Rodríguez hace retornar a Jesusa Rodríguez al escenario. La actriz y directora comparte escena con Catalina Pereda, quien canta lo que Kahlo plasmó en sus cartas, escritas en las décadas de 1920 y 1930, en las que da cuenta de una parte de su universo íntimo durante su estadía en Coyoacán, París y Nueva York. La imagen de su obra Niña con máscara de muerte, de 1938, recibe al espectador mediante una inmensa proyección en blanco y negro sobre el ciclorama que custodia los muebles de baño envueltos en papel blanco, como el gigantesco judas de cartón que cual monstruo sin rostro articula brazos, piernas y cabeza. La niña del cuadro cobra vida, como el tono rosa de su vestido en el cuerpo de Jesusa, que manipula un gran pincel para delinear las palabras, hasta que ya sin máscara de muerte y sentada en su cama pronuncia lo que escribe, que también puede leerse, verse, como si el escenario se inundara de letras descalzas, cargadas de rabia, de preguntas, de un dolor amplio, más allá del físico, y de nuevos e intermitentes bríos. Clarisa Malheiros codirige con Jesusa Rodríguez este montaje que parte de ocho cartas y fragmentos del diario de la artista plástica, a los que la actriz tuvo acceso en 2004. Detalles en blanco y negro, de cuadros como Lo que el agua me dio, El venado herido y Las dos Fridas, complementan

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

una especie de acontecimiento surreal, en el que la joven cantante que interpreta a Frida expresa —a ratos con el sujetador que mantiene derecha su columna y en otros con el corsé de yeso que ostenta la hoz y el martillo— la desolación contenida, la tristeza y la furia que la invadieron. Esta Frida con labios rojos, en una silla de ruedas, en una tina que parece engullirla, y en cama, parece levantarse para romper con esa figura comercial en que han convertido su imagen y volver la mirada a la parte más humana de una mujer que dejó escrito lo que pensó de Bretón, de una obra de Carlos Chávez, o el recuerdo del accidente que la dejó postrada. Catalina y Jesusa prestan su voz y su cuerpo a la artista que plasmó su duda respecto a su capacidad artística y a la veracidad del diagnóstico médico, su impresión sobre París, algún comentario sobre Nueva York y su preocupación por la situación política y social del pueblo mexicano, salvado por el humor y el ingenio. Quizá a los amantes de la ópera y el teatro este montaje les deje con más ganas de ambas expresiones. A la vista están las piezas operísticas a partir de cartas cotidianas y una dramaturgia que se inserta, sin melodrama ni folclor, en diversas expresiones artísticas, como si se tratara de un performance de grandes dimensiones. Lo interesante de Las cartas de Frida es el universo estético y simbólico que genera, que entrega al espectador la visión de una Frida más cercana a la que en realidad pudo haber sido, sujeta a la contradicción y a las pasiones terrenales, que se expresa en nuestro idioma mediante palabras salidas de su puño y del intenso latido que la mantuvo altiva, por encima de lo que marcó su destino. L ADAIR RODRÍGUEZ ÁNGELES

La obra que codirigen Clarisa Malheiros y Jesusa Rodríguez se presenta lunes y martes en el Teatro Helénico

El teatro de Esther Seligson MERDE!

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BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

ras tan fugaz como el teatro que describes en tus libros. Esparcías reflexiones sobre la escena mexicana como un mandato divino. No te ocupabas de lo que no te gustaba. Escribías de todo aquello que te atrapaba, ese festín efímero del que diste ejemplo en la crítica teatral. Poco se lee de ti en este campo porque tus novelas, cuentos, poesías y ensayos son ya investigación desde que te fuiste hace ocho años —un 8 de febrero de 2010—, por decisión casi suicida… Gran tino el tuyo. Reflexiones y testimonios críticos quedan en varios de tus libros hoy circulando mucho mejor que cuando estabas viva. No lo creerías. De las pocas afortunadas en entrevistar a Jerzy Grotowski, en 1968. Te dijo: me interesan las obras donde “la historia de los despojos humanos buscan sus raíces”, porque “en el sueño van a regresar a sus días felices”. Así, tú retornaste después de partir y partir, y partir nuevamente a Jerusalén. Hasta dejar palabras donde el asombro nos ilumina. No eras maga pero sí predestinabas. Conmueve leer en tu novela Otros son los sueños la historia de aquella mujer que “saltó de un quinto piso y nadie quiso recoger su cuerpo. Horrorizadas, algunas buenas gentes le cubrieron el rostro y colocaron una luz a sus pies”. En otro de tus últimos libros, Simiente —el más perfecto por la verdad de la literatura, sin más compromiso que la realidad—, un hijo muere al lanzarse desde el departamento donde vivía su madre. Eras tú. Era tu hijo Adrián; pero los lectores no tendrían por qué conocer nada de tu errancia sin fin… Eres un personaje perfecto para una obra de teatro como las que han escrito sobre Antonieta Rivas Mercado, Nahui Olin, Frida Kahlo, Pita Amor o Rosario Castellanos. Las obras de esas mujeres persisten. Falta la tuya: “una mexicanísima en Israel”, y “una pinche judía mexicana en mi propio país”. Una traductora del francés, del filósofo Cioran —antes que nadie en el idioma español—, la del Premio Xavier Villaurrutia 1973 por Otros son los sueños, donde el jurado fueron Carlos Fuentes, Ramón Xirau y Salvador Elizondo. La de la vida en el teatro, dando clases a los alumnos de Héctor Mendoza, Julio Castillo, Ludwik Margules y Luis de Tavira. O tus críticas teatrales en el Proceso de Julio Scherer. Hoy tus textos teatrales están esparcidos en varios libros y por fortuna son conseguibles. Un trabajo incesante de tu albacea literario, Geney Beltrán Félix. Ni modo: tu obra está más viva que tu cuerpo, y tu espíritu cabalga a la par de la historia de escritoras incomprendidas por la literatura mexicana, entre otras cosas porque eras dada a decir tu verdad y no escatimabas crítica racional —hasta emocional— sobre aquellos seres indefensos ante tus comentarios intuitivos, sabios. Con el teatro eras igual. Ni una palabra de esa obra mal escrita, mal actuada y mal dirigida. Cuánto aprendí contigo. Gracias, muchas gracias por seguir en mi vida. L


VARIA

sábado 17 de febrero de 2018

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LABERINTO

DIEGO VELÁZQUEZ

Creo en un solo dios TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

S

oy un creyente muy devoto y cada día celebro a mi amado dios Dioniso. Él no creó los cielos ni la tierra, pero sí el vino, no como mera bebida, sino como pasaporte a la buena vida. Hace ya casi dos siglos que el dios de los judíos dejó de exigir sacrificios de animales; pero tan solo esta semana yo le sacrifiqué a mi dios un pato, un ganso y un guajolote; así como una res, aunque solo me comí la lengua, y un cerdo, del que disfruté trozos de jamón, de tocino, y un buen chamorro chisporroteante de grasa que paró en mis arterias y no en una quemazón ritual. Dioniso no es todopoderoso, pero por momentos me hace sentir que soy omnipotente. No es omnisciente, pero en vez de importunarme con las tablas de la ley, me da una amplísima carta de vinos y otros alcoholes, cuya única prohibición es el precio de muchos de ellos. El propio Jesús tenía algo del espíritu dionisiaco, de enólogo y sommelier, pues sabemos que su primer milagro tuvo que ver con la aparición de un vino que se anticipó a los mejores de Borgoña; además conocía la maña de los odres viejos y nuevos, y él mismo dijo sobre sí: “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino”, que en español suena a figura retórica, pero en arameo no es el mismo vocablo el de ese verbo y la bebida. Y le pidió a sus apóstoles que tomaran vino y lo hicieran en conmemoración suya, con un juego de palabras que nos da a entender que corría vino por sus venas. Ellos no se hicieron del rogar, y ya con su señor muerto y resucitado

El triunfo de Baco

y desaparecido, comenzaron a embriagarse bonitamente cada día por las tardes. Por eso, cuando hablaron en lenguas y les llamaron borrachos, Pedro respondió que “éstos no están ebrios, como ustedes suponen, puesto que son las nueve de la mañana”. Pero la tradición va dejando atrás esta cualidad de gourmet que tenía el mesías y más bien se le pinta frugal como un Juan Bautista, de quien se dijo que “será grande delante de Dios, y no beberá vino ni sidra”. Quizá por eso Tomás de Kempis olvida en su Imitación de Cristo recomendarnos una buena botella de vino. La misma abstinencia promueve la academia, descendiente de un Platón bebedor. Mientras que el simposio de la antigua Grecia incluía generosas cantidades de

vino, a mí me acusaron, como a Sócrates, de corromper a la juventud, cierta ocasión en que llevé mi alipús a una universidad para impartir mejor un taller literario. Sea como sea, Dioniso tiene derecho de antigüedad sobre el cristo, pues le precede por varios siglos y no ha dejado de hacer milagros tintos y blancos, jóvenes y añejos con una transustanciación de la uva en vino que no precisa de la fe, y que no fue tramada por teólogos sino explicada por Pasteur. El mes entrante, los días 16 y 17, vendrán a ser como el viernes santo y sábado de gloria del hijo de Zeus. Loado sea el Señor, y bendito el fruto de su viña, que ahí donde se manifiesta Dioniso no quedan argumentos para los ateos. L

LA GUARIDA DEL VIENTO

ALONSO CUETO

El Hay Festival de Cartagena ESPECIAL

E

l Hay Festival es el evento literario más importante en la América Latina, y cada vez que hay una edición en alguna de sus sedes ésta se convierte en un centro de peregrinación. En la edición colombiana reciente, vimos salas abarrotadas de dos mil o tres mil personas. Después de algunos años en países como México, Colombia y Perú, gracias a sus directores Peter Florence y Cristina Fuentes, escritores y lectores de muchas partes se encuentran para hablar de las experiencias intensas de los libros. Las brillantes fotos de Daniel Mordzinski han recuperado para siempre el asombro de todos los asistentes al evento. No en balde Bill Clinton lo llamó alguna vez el “Woodstock del pensamiento”. En la última edición en Cartagena de Indias, Sergio Ramírez hace una presentación magnífica de su última novela Ya nadie llora por mí, donde reaparece su detective Dolores

El Teatro Adolfo Mejía

Morales. El gran J. M. Coetzee, con una voz firme y delgada, adecuada a su prosa, lee su relato “La perra”. Y en otro escenario la colombiana Pilar Quintana habla de la novela del mismo nombre, un relato escrito con una potencia y una economía ejemplares sobre una mujer sola frente al vacío del mar.

Cartagena, que integra la severidad de la arquitectura colonial española con la suntuosidad de la vegetación caribeña, es un marco natural para este despliegue de la diversidad cultural. Este antiguo puerto que soportó tantos ataques de la flota inglesa ahora recibe a sus escritores.

En una mesa dedicada a Shakespeare y a Cervantes, Salman Rushdie señala la posición de ambos escritores respecto a la guerra. Shakespeare nunca estuvo en una batalla pero en sus obras la guerra aparece dignificada, como ocurre en el famoso discurso en el cuarto acto de Enrique V. Cervantes, en cambio, fue a la guerra, perdió parte de la mano en Lepanto, sufrió el secuestro largos años en Argel. Y, a diferencia de Shakespeare, escribió una novela que ironiza al guerrero y a la guerra misma. En otra conversación sobre su obra y su vida, el novelista Juan Gabriel Vásquez recuerda el momento en el que el ayatola Jomeini, después de la publicación de Los versos satánicos, condenó a muerte a Rushdie. Sí, contestó el escritor. Pero el que murió fue él. El auditorio respondió con un largo aplauso. Cuando uno sale de festivales como éste, siente que todavía hay un grupo de personas que cree que la lectura y el pensamiento tienen un lugar en sus vidas. La literatura aún importa. No es frecuente pensarlo, y menos decirlo. L


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