Laberinto No.772 (31/03/18)

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Laberinto

UN RELATO TRUNCO armando gonzález torres p. 02

EL POETA EN LA PARADA DEL AUTOBÚS héctor manjarrez p. 04

MILENIO

NÚM. 772

sábado 31 de marzo de 2018 FOTO: CLAUDIA GUADARRAMA/ ARCHIVO MILENIO

ENTREVISTA A JUAN RAMÓN DE LA FUENTE guadalupe alonso coratella p. 06


ANTESALA

sábado 31 de marzo de 2018

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LABERINTO

ESPECIAL

Un relato trunco ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

ESCOLIOS

L

a literatura tiende a aterrizar en territorios insospechados. Para 1532, Tomás Moro, que había escrito su celebérrima Utopía en 1516, sin duda ya se había olvidado de ese divertimento. El santo de los políticos enfrentaba asuntos mucho más delicados: su relación con Enrique VIII era insostenible y se encaminaba al martirio. Mientras tanto, en América, un jurista, luego vuelto Obispo, un tal Vasco de Quiroga, que había leído con fruición su exitoso opúsculo, adoptaba literalmente las prescripciones de la Utopía para fundar pequeñas comunidades. Vasco de Quiroga resultaba un utopista atípico, pues cuando llegó a la Nueva España era un funcionario de sesenta años que, refrescado por el mundo nuevo, encontró en la fantasía de Moro una alternativa a la brutalidad de la explotación a los indígenas. A solo unos meses de su llegada, Vasco redactó una “Carta al Consejo de

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

Indias” en la que denunciaba la perversión de los ideales evangélicos y los graves perjuicios que podía causar la codicia de muchos conquistadores. Pero, ante todo, Vasco puso manos a la obra y en lo que hoy es la próspera zona capitalina de Santa Fe estableció en 1532 su primer pueblo–hospital y, posteriormente, otro cercano al lago de Pátzcuaro, en la provincia de Michoacán. Los pueblo–hospitales funcionaban como núcleos de población y como espacios para atender a desamparados, enfermos, heridos y viajeros. Se trataba de congregaciones de familias en las que el gobierno cotidiano se realizaba por los propios pobladores, que rotaban continuamente las funciones, y sometían sus decisiones a un cura rector y a la autoridad simbólica del Virrey. Todos los habitantes aprendían y alternaban los diversos oficios, compartían igualitariamente los frutos de su

Vasco de Quiroga

trabajo y adoptaban las costumbres más virtuosas del cristianismo primitivo. Pese a la sobrerregulación y estricta planeación de la vida cotidiana (que tanto criticaría Leopoldo Lugones en las ulteriores comunidades indígenas sudamericanas, comandadas por jesuitas), existen diversos testimonios de la funcionalidad de los pueblo–hospitales, de sus

Harta de tantos poemas en su honor, la Luna se apagó para siempre.

Hoteles y fantasmas LOS PAISAJES INVISIBLES

P

condiciones privilegiadas (con respecto a la Encomienda) y, de paso, de su éxito económico. Dada la dependencia del carisma y enjundia de su fundador, que libró no pocas batallas para preservarlos, cuando Vasco murió los pueblo–hospitales no encontraron el impulso político para proseguir y la primera versión novohispana de la utopía quedó como un relato trunco. L

ara Sergio González Rodríguez el lugar propicio para encuentros fantasmales era un cuarto de hotel, ese domicilio momentáneo en vacaciones o en los viajes de trabajo y en el que por breve que sea la estancia intentamos adaptar a nuestro estilo de vida para no sentirnos en un espacio impersonal sino en un sitio hogareño, digamos a través del orden o el desarreglo, la limpieza o el descuido: el cuarto de hotel tiende a parecerse a la habitación de la residencia verdadera, pues hay quienes procuran mantenerlo pulcro que los que hacen de éste una auténtica pocilga. En Teoría novelada de mí mismo, González Rodríguez explica la naturaleza espectral de los hoteles (en soledad o en compañía, la ocupación constante, ininterrumpida, crea una suerte de cofre de sicofonías) y marca la diferencia entre el hotel y el motel. Al final del libro incluye 22 axiomas que sintetizan sus ideas (“Tesis para

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

la teoría del fantasma vivo”), y esto es lo que propone para el hotel: “Un cuarto de hotel sería una porción del desierto sobre cuya arena se dibuja la caligrafía del deseo”; “Las habitaciones de los hoteles pertenecerían a esa especie de caja de resonancia de energía material e inmaterial”; “Una habitación de hotel: ensamble del miedo, la prospección, la memoria y el deseo frente al acontecimiento de estar en el mundo”. Del motel refiere: “Los moteles: ‘campo del crimen’, el anhelo profundo de que lo imprevisto llame a la puerta”. Sin abordar a fondo ejemplos literarios o fílmicos de hoteles y moteles ya que el ensayo se concentra en sus experiencias como viajero y los contactos fantasmagóricos que tuvo en algunos sitios, Sergio González Rodríguez desentrañó los atributos de esos territorios que, mientras más antiguos o emblemáticos, poseen una memoria íntima con olor a moho, madera vieja y cañería.

Así, leyendo Teoría novelada de mí mismo, me fue imposible no evocar las habitaciones del Chelsea Hotel de Manhattan e imaginar los ruidos que a medianoche suben o bajan por el elevador o la escalera, murmullos de una variopinta multitud de sombras que en vida lo mismo pudieron ser celebridades que vagos o truhanes; me fue difícil no recordar la fachada del Hotel Isabel, en República del Salvador e Isabel la Católica en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y tratar de adivinar el balcón desde donde Wilfrid Ewart asomó la noche vieja de 1922, solo para que una bala perdida entrara en su cráneo por el orificio del ojo izquierdo, su ojo ciego, porque el malogrado escritor inglés ignoraba que para recibir el año nuevo, los mexicanos de la época solían disparar al aire para sumarse al estrépito de los petardos. De igual modo, leyendo Teoría novelada… recordé la imagen en blanco y negro de la marquesina del Motel Bates, y luego la secuencia de la ducha, la cortina y el filo que le corta la garganta a Marion Crane en Psicosis de Alfred Hitchcock o las truculencias que registró Gerald Foos para su solaz en el paradero Manor House de Colorado, reveladas por Guy Talese en El motel del voyeur. Y podría mencionar otros espacios como el Hotel Earle, donde el dramaturgo Barton se enfrenta a la cruda realidad con su vecino Charlie Meadows alias Karl Mundt en Barton Fink (1991) de los hermanos Coen, o el Hotel Mon Signor de Cuatro habitaciones (1995), filme colectivo de Allison Anders, Alexandre Rockwell, Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, en el que a Ted, un neurótico botones estilo Harold Lloyd, le suceden hilarantes peripecias porque sí, entre el hotel y el motel hay una frontera psíquica, y esa es la del refugio temporal y el campo del crimen. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× I V E T H

LU N A

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ANTESALA

FLICKR

F LO R E S ×

Aprieta la cuerda… Este poema forma parte de Comunidad terapéutica (Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2017), que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2016

A

Busto de Marco Tulio Cicerón en el Palacio de Justicia de Bruselas

prieta la cuerda con el puño

quiebra tu sonrisa

Amar o temer

catapulta de imagen morfina:

BICHOS Y PARIENTES

inyéctame la luz en la espina dorsal que no se arquee mi espalda ni se desprenda el catéter siempre la luz intentará filtrarse una burbuja de aire es un respiro para la sangre.

×EKO×EX LIBRIS×LE COQ DE BRUYÈRE×

T

JULIO HUBARD

res lecturas acerca de uno de los dilemas más antiguos: si es mejor para el gobernante ser amado o ser temido. El origen formal es el segundo libro del De Officiis (traducido como De oficios o Tratado de los deberes) de Cicerón: “La mejor manera de conservar nuestro poder es haciéndonos amar, y la peor, haciéndonos temer”. Luego recuerda que César se hizo odiar y el resultado, como el de muchos tiranos, fue su asesinato. Razonamiento que parece sencillo y claro del libro de prosa latina más copiado y leído durante la Edad Media y el Renacimiento. Pero algo suena ingenuo, y Maquiavelo dio con otra salida en El príncipe (XVII): “Surge la duda de si es mejor ser amado que temido o viceversa. La respuesta es que convendría ser lo uno y lo otro; pero como es difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado cuando se haya de prescindir de una de las dos. Porque de los hombres, en general, se puede decir esto: que son ingratos, volubles, hipócritas, falsos, temerosos del peligro y ávidos de ganancias; y mientras les favoreces, son todo tuyos, te ofrecen su sangre, sus bienes, la vida e incluso los hijos mientras no los necesitas; pero, cuando llega el momento, te dan la espalda”. Además, el amor es facultad de otros y no se puede controlar; en cambio, el gobernante puede disponer del miedo como de su herramienta. Maquiavelo podrá ser moralmente detestable, pero tiene razón y, en las sociedades políticas, cuando existe una ciudadanía, no es necesario recurrir a la esperanza de que el rey salga bueno: las cosas pueden cambiar. Thomas Hobbes, que detestaba al Parlamento, supo hacerse cargo de la racionalidad maquiavélica y, por primera vez en la filosofía política, la razón dejó de ser un don divino para surgir como recurso de supervivencia ante el miedo, la pasión más primaria de los humanos y la causa principal de la cesión que hacen los ciudadanos: que uno solo tenga el poder y el monopolio de la violencia. Pero la historia ya cambió; giró sobre sí en una pirueta de la que todavía no nos adueñamos del todo. Ya no tenemos ni amor ni miedo a los gobernantes. Hoy, el ciudadano medio se considera a sí mismo como superior a su gobernante, tanto en sentido moral como intelectual. Es fenómeno nuevo de las sociedades civiles. O qué, ¿de verdad alguien admira la inteligencia o la virtud de Trump, de Peña Nieto o de Theresa May? Las sociedades actuales desprecian a sus gobernantes. Porque todavía no se dan cuenta de que podrían tener servidores, en vez de caudillos ni mesías. L

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LABERINTO

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GABRIEL BAUTISTA

José Javier Villarreal

El poeta en la parada del autobús El siguiente es un diálogo imaginario en torno de Una señal del cielo (Sello Editorial de la Universidad de Concepción, Chile, 2017) y Campo Alaska (Almadía, México, 2012) del poeta bajacaliforniano HÉCTOR MANJARREZ

A

veces uno sale a la calle y se da de bruces con un poeta vestido de civil, de modo que no reconocemos que es poeta salvo quizá por un cierto brillo en la nariz o una forma de mirar o caminar un poco rara. Pero los poetas no traen el paraguas abierto cuando no llueve, ni espetan palabras extrañas a los extraños, ni cortan flores con un machete activado por versos. Son, por fuera, como usted y yo y la señora que sale de la panadería inhalando todavía los efluvios del santo olor del pan (y que sí es poeta y tampoco lo parece). En la parada del autobús, uno inicia una conversación con el poeta que no sabemos que es poeta. Tal vez si tuviera acento chileno o peruano… Yo digo: estos días lo ponen a uno melancólico. Él guarda silencio y esboza una sonrisa a medias. Yo digo: otros días también lo ponen a uno melancólico, al mismo tiempo que alegre. Él dice, con esa cortesía característica de los poetas: Defi namos las cosas: estoy triste, muy triste y mi tristeza se me sube al cuello de la camisa y hace que ésta me quede grande, tan grande que desaparezco en su interior.

Pero mi tristeza no desaparece, no se va a contemplar a los ángeles a la orilla del estanque, no saca a pasear a mi perra por las plazas de mi colonia; no, tampoco toma mi auto y decide desaparecer por un rato, poner el celular en buzón y ser ilocalizable por horas y horas.

Yo digo: es una forma original y no dramática de describir su tristeza. Doy por sentado que a usted la elocuencia no le agrada; no le satisface; tal vez le dispiace… Él parece asentir. Como yo también guardo un casi indiscreto silencio, me dice: Mi tristeza es friolenta, yo no; /…/ no habla, no se mueve, solo suspira; Yo la veo también en silencio, luego veo el techo, la lámpara, y cierro los ojos.

Yo pienso: ah, es una tristeza tratable, quizá agradable. Él me lee la mente y dice: Ahora mi tristeza —como ya señalé— se ha instalado en el cuello de mi camisa,

ésta se ha vuelto tan grande que me he perdido en su interior. Mi tristeza es como un gato; un gato que no se ve. Mi tristeza es el ronroneo que escucho cuando apago el clima, toco las sábanas, veo el techo, la lámpara, abro los ojos.

Yo digo: a los poetas les interesa la tristeza, perdonando la rima. Él dice: Homero, el más grande, amaba la guerra. Yo digo: Cuando usted habla del clima, es un hombre del desierto hablando del aire acondicionado, me imagino. Él asiente. Yo digo esgrimiendo el periódico: la situación política se vuelve cada vez más complicada, ridícula, peligrosa, cómica y posiblemente trágica. Él dice: Podría hacer el experimento que un ensayista polaco propone: Hacerme pasar por un poeta danés. En tal caso, ya siéndolo, tendría que desconocer mi pasaporte, mi visa y mi credencial de elector,


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o al menos fi ngir que estos documentos, tan importantes, también sufrieran una transformación. Mi pasaporte dejaría de ser verde /…/. Al convertirme en un poeta danés un reino aparecería y otro se borraría. Las tortugas seguirían, aparentemente, siendo tortugas: animales verdes, pequeños y frágiles, con patitas y colita y un caparazón que más bien parece un adorno que un escudo anti motines, de esos que usan los policías tanto en Dinamarca como en México. Los perros continuarían ladrando como siempre, pero yo los escucharía de otra manera; ése es el punto: el mundo estaría aquí, seguiría aquí, pero yo lo percibiría de otra manera, serían otros los colores, los aromas, los sabores; las texturas guardarían otra relación con la yema de mis dedos /…/

Me quedo pensando: si esta persona es un poeta tal vez sea un poeta místico sin Dios. O por lo menos un admirador y cuestionador de un Dios sin éxito ni culpa. Del mismo modo que su lenguaje es poesía desnuda de todo “lenguaje poético”. Al mismo tiempo, para este individuo todo es materia poética sin convertirse por ello en argumento estético, ideológico, vanguardista. No es un antipoeta, como Nicanor Parra. Tampoco es poeta–anti o diletante. Es un poeta muy serio, con sentido del humor. Yo le digo (con rima involuntaria): mientras llega algo que nos transporte, dígame algo que le importe. Él se sonríe y declara escuetamente: Estoy viendo una silla pero pensando en un perro./…/ Las asociaciones se me dan con cierta facilidad, incluso al escribirlas logro imprimirles cierto metro melódico que las hace pasar como versos. Hay que tener cuidado —lo dijo Paz, recordando a Villaurrutia— de no confundir la inspiración con el facilismo ahora que estoy viendo una silla pero pensando en un perro.

Hace usted bien, le digo. El hecho de que ambos tengan cuatro patas no homologa al asiento con el can, aunque me recuerda ciertas extrañas asociaciones que Aristóteles hace en su Investigación sobre los animales. Debo decir, sí, que me sorprende que mencione a Paz y Villaurrutia. Él me responde, escueto: De un tiempo a esta parte celebro a poetas como Ashbery, Williams, Borges y Paz, poetas que llegaron a la vejez con una potencia expresiva que nos rodea como los anillos de Saturno a Saturno. (Campo Alaska, p. 206)

Los poetas que mienta el poeta de la esquina son tan distintos no solo entre sí sino de él, que me pregunto si acaso la poesía ha dejado de ser un campo de batalla: Neruda contra Paz, Paz contra Sabines, Fidel Castro contra Lezama Lima y la poesía toda, los chilenos contra los chilenos, los peruanos entre sí, Ginsberg versus Lowell, en fi n.

sábado 31 de marzo de 2018

POESÍA

Como espero que el poeta me lea la mente, guardo silencio. Pero el poeta no dice nada, y el autobús no llega. Entonces hago un poco de conversación de circunstancia: yo padezco mucho con el calor, le digo, pero a usted —que vive en medio del desierto en una ciudad industrial que genera su propia canícula— mi horror por el calor (¡otra rima!) debe antojársele ridícula. Él me contesta muy educadamente: Mi casa quedaba como a diez cuadras de la escuela, pero la tundra, la estepa y la sabana habían llegado a mi vida; las grandes extensiones, las enormes soledades, los pinos oscuros y los bosques Urales.

Mirando (por así decir) las siluetas fuertemente reales y concretas de la tundra siberiana que el poeta evoca en pocas palabras que son el eco de un narrador épico o trágico jacklondoniano, uno reconoce la agudeza miope de un poeta. Uno reconoce también que en Tecate, Baja California, la tundra terrible no guarda secretos para el chavito que la recorre entrecerrando los ojos hasta llegar a la escuela de —extraña cosa en Rusia— monjas. Algo me dice que el autobús del poeta o el mío llegarán pronto. Quiero decir: aun si es el mismo autobús para ambos, cada quien se sentará en un asiento por su parte. La poesía, en mi experiencia, es una vivencia a solas, a diferencia de la música. A menos que el poeta lea sus propias palabras ante nosotros como si acabara de escribirlas. Entonces, sí. Aunque para mí o para ti las palabras del poeta no quieran decir lo mismo que para el propio poeta y sus anillos saturninos. Por ejemplo este poema chino de José Javier Villarreal que no cito entero: Han pasado mil años como mil flores se dibujan en los poemas chinos, como el aliento de Dios en el espejo donde no se refleja. He leído que nos reflejamos en el cuerpo de Dios y he sentido mucha tristeza, me he acordado de las rosas que una mañana abrieron, de la sala del aeropuerto, de hace mil años como mil flores en un poema chino. Ahora sé que nos reflejamos en el cuerpo de Dios, pero también sé que él no se refleja en nosotros; y tener conciencia de ello me ha nublado la mañana, he dejado de oír el canto de los pájaros y solo la lluvia cae en mi jardín.

Este poema me gusta, me conmueve y me molesta al mismo tiempo. Me gusta porque es un poema (digamos) místico con las palabras con que uno menos se lo espera, me conmueve porque es un poema al modo chino y me molesta porque mete a Dios donde Dios no tiene cabida: no me refiero al aeropuerto y las rosas, que son lugares aceptables para el misticismo occidental de nuestro tiempo, sino a que Dios no aparece nunca en los poemas chinos. Los dioses, sí, los del Oeste y del Sur, por ejemplo, pero el dios, no. Pero José Javier Villarreal lo hace aparecer. L

UNA PILA DE IMÁGENES ROTAS

¿

Silvia Herrera

Es posible acercarse en nuestros días, como aspira el editor Víctor Manuel Mendiola, a la obra maestra de T. S. Eliot La tierra baldía (Elementia/ El Tucán de Virginia, México, 2017) “con una vista espontánea, desnuda, sin miedo, como la miraron los primeros lectores”? ¿Es posible afrontar el reto de traducirla “como si fuera la primera vez”, como pretende el traductor Gabriel Bernal Granados? Me parece que la respuesta es negativa, pero lo que sí hacen los diversos textos que acompañan a esta edición es permitirnos seguir la manera en que las primeras visiones y las más recientes fueron enriqueciéndola. Integrada por dos volúmenes, el primero puede considerarse un libro–objeto en el cual el poema, en su versión en inglés, está acompañado por ilustraciones de Emiliano Gironella Parra; el segundo reúne, en este orden, un estudio introductorio del mismo Mendiola; las traducciones y notas de Bernal Granados y de Enrique Munguía Jr. (una versión en prosa, la primera aparecida en México, publicada en Contemporáneos con el rulfiano título, observa Mendiola, de El páramo); las primeras críticas a cargo de Virginia Woolf, Conrad Aiken y una nota anónima aparecida en el Times Literary Supplement; y tres ensayos a cargo de Guillermo Fadanelli, Armando González Torres y Edward Hirsch. Es ilustrativo el modo en que ha sido estudiado el fragmentarismo de La tierra baldía, su rasgo más conocido. Resulta curioso que Virginia Woolf y el Times Literary Supplement lo despacharan rápidamente sin considerarlo un problema (con todo y el desconcierto que provocó en la autora de Las olas). Quien se detiene con amplitud es Conrad Aiken en su meditado ensayo. Aiken arremete contra el fragmentarismo y el aparato de citas. Pero cuando parecía que rechazaría el poema, termina concluyendo que “resulta exitoso —de modo brillante— en virtud de su incoherencia, no de su plan; en virtud de sus ambigüedades, no de sus explicaciones”. La tierra baldía ilumina la relación de la épica menor con la mayor. Su génesis fue la desastrosa circunstancia familiar que vivía Eliot y que terminó llevándolo al hospital psiquiátrico. Para Edward Hirsch, representó la “desintegración psíquica de un yo”, lo que es incorrecto. Más que el reflejo de la desintegración, el poema presenta su reconstrucción. Es aquí donde la circunstancia personal de Eliot se liga con lo que estaba sucediendo en el mundo. La Primera Guerra Mundial fue el trasfondo histórico, pero no es la destrucción y la violencia lo que expone Eliot, sino la reconstrucción una vez que acabó el conflicto. Armando González Torres lo ve con exactitud: el poema trata más bien “sobre la decadencia y el renacimiento, sobre el mal y la redención, sobre la realidad y la irrealidad”. Al ubicar que estamos más en una zona de transición, entendemos que el fragmentarismo era la estructura ideal para el poema. La reconstrucción personal y del mundo solo puede hacerse por partes. Si esta nueva edición de La tierra baldía es importante, como cierra su texto González Torres, se debe a que su “poderosa polisemia exige la actualización periódica de su significado”. L


LABERINTO

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Juan Ramón de la Fuente

“Las sociedades necesita

A propósito de la publicación de La sociedad dolida, el malestar ciudadano, el ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México conversa sobre la sintomatología política y antidemocrática, y sobre la violencia, los progresos y conquistas sociales de nuestro país, con los que hace un diagnóstico de ese cuerpo social que presenta una salud mermada GUADALUPE ALONSO CORATELLA

E

n estos tiempos, cuando los síntomas del malestar que prevalece en la sociedad se hacen más patentes, vale la pena someterse a un análisis para descubrir dónde está la raíz del problema, cuáles son sus consecuencias y cómo podemos afrontarlo. Desde una visión psiquiátrica y psicosocial, el doctor Juan Ramón de la Fuente ha hecho una radiografía de los trastornos y las afecciones que nos agobian. “Mi perspectiva fue tomar al país como un organismo que tiene problemas, que tiene dolencias, y tratar de ver qué está pasando. Llego a la conclusión de que es una sociedad dolida porque se le ha sometido a tensiones muy fuertes. Por una parte, como resultado de la violencia y la inseguridad que cotidianamente nos agobia, pero también que ha sido agraviada porque no conoce la verdad. En México rara vez se esclarecen las cosas, entonces todo esto se va acumulando y aparecen síntomas: aumentan las tasas de depresión, las tasas de adicciones, de alcoholismo, se dispara el suicidio entre los jóvenes, el país se vuelve obeso, su productividad disminuye. Y claro, uno puede decir que cada uno de estos es un elemento fragmentado, pero he tratado de enlazarlos como parte de un sistema que, en efecto, está dolido, y por eso hay un malestar cotidiano”. Las reflexiones del ex rector de la UNAM están vertidas en el libro La sociedad dolida, el malestar ciudadano, donde a lo largo de 34 ensayos ofrece un diagnóstico esencial que va del escenario político a los cuerpos disidentes, la salud, el dolor y la muerte. Un examen preciso de la etiología de nuestras afecciones. En la raíz de este cuadro clínico se pueden detectar tres componentes: el neoliberalismo, la globalización y las nuevas tecnologías. En la primera parte del libro, De la Fuente se ocupa del estado de la política. Entre otros temas, se enfoca en el arte de mentir y el modo en que la sociedad responde ante la retórica de los políticos. “El discurso de los políticos no es convincente”, dice, “han decantado el arte de mentir y cuando el lenguaje se vuelve hueco, retórico, reiterativo, pierde significado. Es vital que al lenguaje se integre el elemento emocional. Sin éste, no hay empatía. El ingrediente emocional ayuda a entender mejor lo que está pasando. Por ejemplo, cómo le puedes pedir a los padres de los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa que procesen una experiencia tan traumática sin saber la verdad. La verdad es una pieza fundamental para transitar los momentos difíciles de la vida. Cuando hablo de las locas ansias de poder de los políticos, me refiero a esa falta de sensibilidad que no les permite entender lo que la sociedad siente. Estamos frente a una clase política más interesada en llegar al poder y conservarlo que en los sentimientos de la ciudadanía. Ante esta dinámica aparecen algunos riesgos o patologías como el populismo o el nacionalismo, ambos vistos como emociones colectivas que van a satisfacer lo que el lenguaje político ha abandonado, porque finalmente las sociedades necesitan líderes. Es lo que ha pasado en Estados Unidos. Una democracia madura que se enfrenta a un vacío. En este escenario se aparece un líder populista, gana en un proceso democrático, y empieza a tomar una serie de decisiones que traen a su país y al mundo de cabeza”. Si bien el populismo no es necesariamente antidemocrático, apunta De la Fuente en su libro, podría ser un trastorno de la democracia al no aceptar la pluralidad,

al considerar traidoras a las minorías contrarias a sus designios, al oponerse a los contrapesos que acotan los poderes, sobre todo el del ejecutivo. Al hacerlo favorece la opacidad y los mandatos populares, apoyados con frecuencia en referendos o consultas plebiscitarias, tienden a perpetuarse en el poder. Las democracias liberales enfrentan un reto ante las revueltas populistas que están surgiendo en muchas regiones del planeta. Mientras haya personas sin esperanza, sin expectativas, el populismo seguirá siendo una opción tentadora para quienes se sienten excluidos. Juan Ramón de la Fuente propone tomar en cuenta la psicopolítica para entender por qué resurgen los populismos y cuáles son sus riesgos. Sigmund Freud y Erich Fromm hicieron estudios interesantes sobre cómo los líderes populistas logran llegar al poder moviendo la emocionalidad de la masas, más que su racionalidad. “Pero también habría que hacer una reflexión autocrítica, porque para salir de su malestar, la sociedad necesita tener una participación más activa. No podemos quedarnos en el lamento, en esta suerte de postración colectiva, en el enojo, la frustración y la crítica, sino dar el siguiente paso, ser parte de la solución. No vamos bien, tenemos tasas de violencia altísimas, desconfianza en las instituciones. Hay una depresión colectiva sobre todo entre los jóvenes, que no ven con entusiasmo su futuro. Hay que salirnos de ahí, entender lo que nos pasa y participar en la búsqueda de alternativas”.

EL MÉXICO BRONCO DUERME

En el ensayo titulado “México convulso”, De la Fuente cita una idea que Jesús Reyes Heroles expresara hace 38 años: Pensemos precavidamente que el México bronco, violento, no está en el sepulcro, únicamente duerme. No lo despertemos, unos creyendo que la insensatez es el camino, otros aferrados a rancias prácticas. Todos seremos derrotados si lo despertamos… “Pues sí, no está dormido, a veces corremos más riesgos de los que deberíamos. La sociedad mexicana está dolida, pero ha sido también muy solidaria, muy aguantadora, porque vaya que ha tenido razones para sentirse abandonada por las instituciones, para sentirse insegura, molesta, irritada por la corrupción, la impunidad, y todo lo que hemos reiterado hasta el cansancio. No obstante, es una sociedad que sigue razonablemente cohesionada, por eso no hay que atizarle más al asunto, no ir a los extremos. A veces veo provocaciones. Alguien revivió la frase de Porfirio Díaz sobre el tigre, el tigre amarrado o desamarrado. Es un poco el mismo fenómeno. Existe un malestar que puede tornarse mucho más explosivo. No debemos perder de vista esa posibilidad, y canalizar las inquietudes a través de iniciativas democráticas, de participación ciudadana, de organización de proyectos comunitarios, y que la academia asuma un papel más activo. Prefiero ese tipo de esquemas a otros que nos llevarían a la polaridad”. Desde el símil que Juan Ramón de la Fuente hace de la sociedad como un caso clínico, concluye que “el paciente se ha complicado y, lejos de recuperarse, se deteriora. Habría que reconocer, dice, que en el diagnóstico no se tomaron en cuenta algunos signos de malestar social. Es necesario detectar dónde están las fibras más sensibles de la protesta nacional”.


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an líderes”

FOTO: JESÚS QUINTANAR

sábado 31 de marzo de 2018

Entender la protesta nos remite a algunos momentos de la historia, uno de ellos el 68, a cincuenta años del movimiento estudiantil. “En el caso de México, nos abrió los ojos a dos cosas muy importantes: la intolerancia y la estructura de un gobierno represivo. Pero también nos mostró la capacidad que se dio al interior de las instituciones universitarias para promover reformas y propuestas de cambio. Hay mucho que retomar del 68 en el sentido de la protesta, pero también reconocer que hubo cambios positivos y que hoy el entorno es muy diferente. Los jóvenes tenían buenas razones para rebelarse, para no estar de acuerdo con una serie de formas y valores autoritarios. Creo que ese autoritarismo ha cambiado, por eso es importante que preservemos los derechos adquiridos y los cambios democráticos que nos han permitido vivir en paz en una sociedad más plural, más diversa. El derivado del sentido antiautoritario del 68, traslapado al 2018, creo que sería el reconocimiento de las diferencias. Ese es, quizás, el hilo conductor que veo como legado del 68 en los tiempos actuales, y también aquí tenemos mucho que avanzar”. No obstante los avances que se han logrado en lo que se refiere a reconocer las diferencias, en ocasiones nos enfrentamos a la amenaza de discursos puritanos que pretenden revertir los espacios ganados. “En los días de precampañas —aunque yo digo que han sido campañas—, he escuchado a algún candidato decir, por ejemplo, que va a volver a poner a consulta los matrimonios igualitarios. Esos ya son derechos adquiridos, no podemos dar marcha atrás. Para encauzar nuestro malestar, necesitamos entender que muchas cosas han cambiado. Hasta hace pocos años nos educaban con la idea de que había dos géneros, y qué crees, ahora los avances biológicos, psicológicos y sociales nos dicen que el sexo es más bien un espectro que oscila, se mueve, y que en algunos casos está mejor definido que en otros. Esto cala en la estructura de la familia. No podemos estar cerrados ante los nuevos derechos, los adquiridos y los que inevitablemente vendrán. Hay que tratar de adaptarnos a esos cambios en lugar de combatirlos, porque eso nos llevaría a una mayor dosis de frustración y polaridad. Creo que hay que tener cuidado de no estirar esas ligas”. El libro de Juan Ramón de la Fuente abre un panorama extenso sobre distintas problemáticas que hoy se plantean a nivel nacional e internacional. Habla de los cuerpos enfermos, del México obeso y el cambio climático; del dolor y la muerte; la academia y la democracia; de la sociedad virtual y la calidad de vida al final. Asimismo, se detiene en un extenso capítulo sobre las drogas, la salud y sus políticas, un tema del que se ha ocupado en los últimos años. A este respecto, afirma que se ha fallado en la estrategia, aunque hay algunos avances. “Por lo menos ya está ahí la posibilidad de tener cannabis medicinal, y pronto se retomará el tema de construir un nuevo marco jurídico para que algunas drogas puedan tener una regulación más efectiva. No estoy hablando de liberalizar el consumo, soy médico y sé que las drogas hacen daño, pero no es justo considerar a quien las consume como un criminal. ¿Dónde está la salud pública como instrumento de prevención, de educación y de reinserción social? No puedes combatir con armas a los narcotraficantes, mejor encontremos otras perspectivas, más participación social, nuevos proyectos, involucrar más a los jóvenes, hacerles sentir que pueden cambiar su futuro”.

DE PORTADA

LA SOLEDAD, UNA EPIDEMIA

Hablar de los jóvenes nos remite, entre otras cosas, a las generaciones que han crecido inmersas en la realidad virtual, presas de las redes sociales. De la Fuente cita un libro que llamó su atención, el autor es Josef Ajram. En una de sus páginas leyó: “Twitter te hace creer que eres sabio, Instagram te hace creer que eres un buen fotógrafo y Facebook te hace creer que tienes amigos. El despertar será durísimo”. “En opinión de algunos estudiosos”, apunta De la Fuente, “la soledad, en la era de la globalización, alcanza ya proporciones epidémicas. Una experiencia que no es ajena a la realidad virtual: la falta de compañía como experiencia dolorosa, el aislamiento que genera zozobra, un cerebro solitario en alerta constante. Estando más interconectados que nunca, una gran soledad nos acompaña. La interconexión no reemplaza a las relaciones presenciales. Por otro lado, las redes sociales son un instrumento formidable de cohesión, de participación, de expresión. Entonces hay que aprender a vivir, a convivir con las nuevas tecnologías, tomarles ventaja del lado positivo pero también tener conciencia de sus riesgos y limitaciones”. En el último capítulo de La sociedad dolida, el malestar ciudadano, el doctor De la Fuente avanza algunos paliativos. “Saber es sanar”, dice. “La educación constituye al menos uno de los tres ejes que se requieren para abatir la desigualdad e impulsar un crecimiento con libertad y justicia. Los otros dos, son salud y empleo”. Desde su punto de vista, las universidades juegan un papel preponderante. Sin embargo, hay nuevos paradigmas, por lo que la educación superior tiene que revisar su agenda, atreverse más. “En México seguimos anclados a una serie de esquemas y proyectos convencionales. Hace falta más vinculación entre la clase política, el sector empresarial y el sector académico. La mayor enfermedad que puede tener una sociedad como la nuestra es la ignorancia, y la mejor alternativa para salir de la ignorancia son las instituciones educativas, en particular las de educación superior.” De la Fuente cita a T.S. Eliot, el poeta que en 1934 se preguntaba: ¿Dónde quedó la sabiduría en aras de la información? “Hoy que vivimos en la era de la tecnología, con más razón me hago esa pregunta, porque tenemos mucha información, menos conocimiento y muy poca sabiduría. Y es que en este mundo global con las nuevas formas de capitalismo que imperan, resultan más rentables las ciencias y las tecnologías que las humanidades. Eso me preocupa, porque la rentabilidad económica no puede ser la única razón que norme las prioridades de la educación y la vida social. Bienvenida la tecnología, tenemos mucho que aprender de la inteligencia artificial, de la biología evolutiva, de las ciencias de la complejidad. Sin embargo, hoy se requiere que el humanismo esté en la raíz de todo el sistema educativo”. Desde los espacios académicos, Juan Ramón de la Fuente seguirá enarbolando sus causas: “una nueva legislación para las drogas, una muerte digna para todos, respeto a las diferencias, enriquecer la diversidad, ideológica, sexual, la diversidad en todos los ámbitos de nuestra vida. Ojalá pueda seguir haciendo algunas contribuciones para estimular el debate”. L


LITERATURA

sábado 31 de marzo de 2018

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LABERINTO

ARACELI LÓPEZ

uno debe ser escrupuloso ante el acoso, pero como escritor me interesan los matices, no la acusación inquisitorial. Vivimos tiempos que hay que observar con cautela, tiempos de cuestionar, y con razón, el sistema patriarcal y machista, pero también de atender lo que algunos pensadores han llamado la infantilización de la vida social. Esta moralina fascista y censuradora que ordena deshacerse de ciertas obras de arte. Bajo este criterio jamás leeríamos a Nabokov, a Radiguet, a Henry Miller, a Renato Leduc. ¿En este volumen emplea el humor para representar la tragedia humana?

El sentido del humor es de las pocas cosas que nos salvan. Lo utilizo de diversas maneras. Me gusta reírme de mí mismo y que, también, mis personajes reales o ficticios sean capaces de enfrentar sus desventuras, sus desgracias, a través del humor. Llevo presente las enseñanzas de un enorme narrador como Jorge Ibargüengoitia que, a pesar de no considerarse humorista, afi rmaba que escribía literatura seria con humor.

Mauricio Carrera

“La gran autoayuda es la buena literatura”

El escritor mexicano conversa sobre su nuevo libro, Infidelidad y otras historias, un conjunto de relatos que rinde homenaje a personajes emblemáticos de las letras nacionales ENTREVISTA LEONARDO DOMÍNGUEZ

E

rnest Hemingway en plena guerra franquista y su hambre de historias a pesar de las balas y Juan Rulfo desde Comala susurrándole a los muertos son algunos de los motivos que habitan en Infidelidad y otras historias donde coexisten, con naturalidad, las alusiones literarias, el humor y el lenguaje coloquial. Mauricio Carrera fue galardonado con el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2016 por esta obra que ahora publica el sello Ficticia. Ese mismo año, el también periodista, guionista y académico recibió el Premio Nacional de Ensayo Literario Alfonso Reyes por El neopolicial mexicano. Carrera es el escritor mexicano más premiado después de Ignacio Padilla. En todas las historias que componen este libro emplea un recurso que ha denominado “literatura referencial”. ¿En qué consiste?

En servirnos de las referencias culturales que nos han marcado para crear historias. A lo largo de su vida, el ser humano se identifica con distintas alusiones: cinematográficas, musicales, políticas... Hay que aprovecharlas. Esta literatura se nutre de la realidad para reinventarla. Juega con la esquiva verdad y con la inquieta verosimilitud literaria para crear otros ámbitos de la realidad y la ficción. No es un recurso nuevo en mi narrativa. Lo he utilizado en Las hermanas Marx (Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo 2003) y en La derrota de los días, que se reeditará este año, donde abordo a José Revueltas, que me fascina por las aristas que tiene su vida, y lo uno con Jack London. Son historias improbables, homenajes a mis protagonistas culturales.

¿Asumir personalidades históricas como protagonistas limita el proceso creativo?

La literatura referencial está anclada en personalidades reales, pero al servicio de la creación y la imaginación. He leído a profundidad a Hemingway, a Carlos Fuentes, pero me interesa su lado íntimo más que el de sus propias novelas o cuentos. El juego consiste en que puedo citarlos, y a lo mejor copiar el estilo de sus diarios o cartas, pero mezclo e invento comentarios apócrifos que quizá pudieron haber dicho. La dinámica no es descubrir el misterio de quién dijo qué, sino sumergirnos en lo lúdico, volver verosímil una situación y no empantanarse en la pura realidad. En los cuentos “Aurora boreal” y “El beso” los personajes viven la decadencia social, existencial y económica pero buscan la redención a través de la mujer. ¿Cuál es la importancia de esta figura en su obra?

Soy un feminista muy evidente. Muchas de mis historias son contadas por hombres, pero las verdaderas protagonistas son mujeres. He estado rodeado de mujeres poderosas, soberanas, independientes: mi madre, mis abuelas, jefas, amantes y parejas. Admiro su personalidad de armas tomar, de fragilidad que enfrenta a la vida, de no andarse con pusilanimidades a la hora de amar o de batallar para abrirse paso en el mundo. Se alejan de lo que Camille Paglia llama “feminismo de enfermería”, ese que se complace en la auto conmiseración. Me disgusta el nazifeminismo pero estoy muy consciente de la opresión falocentrista. Es una época complicada, porque percibo una guerra entre géneros. Es cierto que

En “Bailongo” aparecen personajes como Chava Flores, Luis Spota, Salvador Novo. Aprovecha estas figuras para retratar un momento tan importante para la ciudad como lo fue el danzón y la vida nocturna.

La vida nocturna se fue acabando a raíz del temblor de 1985: nos comenzó a dar miedo salir. A ello se suma la enorme inseguridad que sufre el país. Es una referencia que me remite a mi padre. Nunca fue un buen bailarín, pero en alguna ocasión nos contó que cuando llegaba a un cabaret la orquesta interrumpía lo que estaba tocando y de inmediato empezaba a sonar el danzón “Nereidas”. Quizá sea una leyenda creada por mi padre, quien nació en el Barrio de Peralvillo. De niño conocí sus callejones, a sus prostitutas, sus historias de marginación. En “Bailongo” hay un tono de nostalgia pero a la vez una recuperación literaria de la vida en los barrios bajos de la Ciudad de México. La historia que da título al libro permite ver a un escritor en un contexto diferente al que estamos acostumbrados.

El cuento es una desacralización de Carlos Fuentes. Muestro a un personaje de carne y hueso que comete una infidelidad pero que también es traicionado. Hay personas que se podrían escandalizar porque tomé a una figura tan importante como Fuentes para meterlo en una historia mundana. Pasa lo mismo en “México, qué lindo y qué herido”. Espero no tener problemas con la Fundación Juan Rulfo por usar su nombre en una historia que también es un guiño a su extraordinaria figura. Muchas de las citas que aparecen en esta historia fueron dichas por Rulfo, otras inventadas por mí. Me pareció la persona ideal para esta metáfora de lo que se ha convertido México: un país de tumbas. Ha recibido importantes premios nacionales. El año pasado publicó La ambición de ser, un libro de autoayuda. ¿Cómo se mueve en esta esfera editorial que no es bien vista por los intelectuales?

El qué dirán mis contemporáneos ha dejado de importarme; me vale madres. Todos estamos expuestos a los avatares del mercado editorial. Muchos escriben novelas de narco o policiacas a partir de los canones y de la moda editorial. Ese libro expresa mi fi losofía de la vida. Jamás cita a ningún gurú, jamás da cinco lecciones para ser feliz. La gran autoayuda es la buena literatura. No me siento apenado, ni tengo que pedir disculpas. L


MILENIO

LA FRANTUMAGLIA ELENA FERRANTE Lumen México, 2018 444 pp. Un viaje por la escritura es el subtítulo de este volumen en el que la exitosa (y enigmática) autora de Crónicas del desamor y de la saga Dos amigas se revela un poco ante sus lectores: entrevistas, cartas y uno que otro texto de corte ensayístico ensamblan una especie de retrato escrito de la autora que solo quiere el éxito editorial pero el anonimato en la vida real. “Frantumaglia” significa ese puñado de cosas de origen diverso que se agita con perseverante desasosiego en la cabeza (palabras, lugares, imágenes) que conforman el recuerdo o la inspiración.

GENEALOGÍA DEL MONOTEÍSMO ABDENNUR PRADO Akal/ Inter Pares México, 2018 416 pp. En esta investigación, Prado presenta a “la religión como dispositivo colonial”, según lo anuncia el subtítulo. Autodefinido como un “musulmán andalusí contemporáneo”, desmonta la manera en que algunos pensadores occidentales —Hume, Renan, Freud, entre otros— han usado el término “monoteísmo” para concluir que el Islam es “el monoteísmo por excelencia”. Prado aspira a que la visión distorsionante que el cristianismo ha presentado del Islam se elimine, considerándolo en sí mismo.

NEUROSIS, SUSTANCIAS Y LITERATURA MARIANA H Reservoir Books México, 2018 274 pp. Estamos ante un volumen de conversaciones con escritores y escritoras en torno de las bondades y los inconvenientes de las sustancias recreativas. Participan, entre otros y otras, Verónica Gerber Bicecci, Carlos Velázquez, Hernán Bravo Varela, Sara Uribe, Eduardo Rabasa, Antonio Ortuño, Fernanda Melchor, Jazmina Barrera, Jorge Comensal y Jaime Mesa, quienes aportan ideas y anécdotas sobre los consumos moderados e infrecuentes o de plano llevan a cabo toda una disertación sobre la frecuencia anímica cuando el tacómetro está a punto de superar velocidades toleradas.

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EN LIBRERÍAS

Cuatro cuartetos POESÍA EN SEGUNDOS

S

i la publicación de las colaboraciones de “Inventario” de José Emilio Pacheco era, desde hace mucho tiempo, una de las novedades más esperadas, la reedición de Cuatro cuartetos de T. S. Eliot en la traducción del mismo autor también despertaba una gran expectativa entre los lectores de poesía. La primera versión de este texto clásico de la literatura moderna no apareció en Aproximaciones, de 1984, aquella reunión que hizo Pacheco de sus traducciones de diversos poetas en los Libros del salmón de Editorial Penélope, heredera de la Máquina de escribir y sostenida durante muchos años por Ilia y Yuri de Gortari. Cuatro cuartetos salió sencilla y pulcramente a la luz en 1989, bajo el sello editorial del FCE en los libros de La gaceta, y tuvo una recepción crítica muy buena en la voz de Anthony Stanton y, más tarde, en las de Luis Miguel Aguilar y Javier Aranda. El libro se agotó rápidamente y Pacheco, en su búsqueda de una mejor versión, no quiso republicarla. Los lectores comprendieron que el volumen tardaría en regresar a librerías. Sin embargo, todos adivinábamos que Pacheco entregaría, más tarde o más temprano, un segundo texto enmendado y enriquecido con un comentario y notas, producto del enorme conocimiento que acumuló el poeta de La arena errante y fruto de la admiración por Eliot. Ahora, ERA y El Colegio de México han lanzado —en España lo hace Alianza— la nueva aproximación de Cuatro cuartetos en una edición con

VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

un formato amable y una tipografía de lectura cómoda. El libro ofrece un gran interés por dos razones: en primer lugar, el texto recién editado es una versión más arriesgada respecto a la traducción de 1989. En este nuevo avance, Pacheco introdujo divisiones estróficas que no están en el original; muchas veces transformó en dos líneas un verso unitario y, lo más importante, tradujo sin tratar de comprimir el aliento de las palabras en español. No siguió la forma del inglés ni el espíritu más sintético de esta lengua. La traducción de Pacheco corre de modo libre y deja que las frases en nuestro idioma cobren su propio peso y extensión. En segundo lugar, esta refundición de Cuatro cuartetos viene acompañada, a la manera de La tierra baldía, de una sección de notas —en sí mismas un libro—, de tal modo que el lector puede hacer suyas referencias fundamentales del tejido íntimo del poema. Así, merced al carácter radical de la traducción y al conocimiento minucioso de la urdimbre significativa del texto, el poema de Eliot cobra, en el poema de Pacheco, una realidad viva y honda. Aunque entre La tierra baldía y Cuatro cuartetos hay una comunicación indiscutible, también muestran una diferencia insoslayable: el poema de 1922 es un texto profundamente dramático, mientras que el de 1943 está dominado por una fuerza lírica y metafísica. ¿Qué nos hubiera dicho Pacheco, en una nota introductoria, si no hubiese tropezado con la piedra que a todos hace trastabillar: “En mi principio está mi fi n”? L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Luis Ayhllón

“Me interesan los personajes intensos” Nocturno enfrenta a un anciano y su enfermera en una espiral de revancha y sentimiento de culpa ENTREVISTA

A

na (Irela de Villers), es contratada como enfermera para cuidar al viejo Oli (Juan Carlos Colombo), quien vive sus últimos días. La relación entre ambos cambia de tono cuando la mujer descubre un pasado en común. El peso de la culpa y la necesidad de venganza son los rasgos que definen a los protagonistas de Nocturno, la nueva película de Luis Ayhllón. ¿Por qué reflexionar sobre el pasado?

Me interesan los personajes intensos. Quería crear una especie de purgatorio para los protagonistas. Su pasado se descubre poco a poco; manejarlo así me permitió hablar de conflictos familiares o ajustes de cuentas. Incluso no me atrevería a decir que es una película sobre el pasado sino acerca de otro tipo de sentimientos, como la culpa. Aunque en Nocturno, el sentimiento de culpa se produce por la carga del pasado.

Por ese lado tienes razón. Como escritor de cine y teatro, trabajo los

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

personajes a través de la situación. Su desarrollo se da por medio de diálogos y silencios. Hay quien cree en la construcción de biografías, yo no. Prefiero labrarlos poco a poco. ¿Lo primero es contar con un personaje fuerte?

De ahí parte todo. La película es una mezcla de géneros, pero la historia partió de la exploración a través de la mente de los personajes. Por eso resulta inclasificable. Mientras más fuertes son tus personajes, mayor es la empatía con el público. En esa construcción, las atmósferas son muy importantes.

Quería hacer de Nocturno un cúmulo de atmósferas oníricas que envuelven a los personajes. El uso del blanco y negro me ayudó, como sucedía con el cine gótico, para crear un ambiente opresivo. Además es un recurso para acentuar la idea borgeana de que el cine es un sueño dirigido. Aunque recientemente se ha abusado del blanco y negro, ¿no?

El blanco y negro per se no expresa

Juan Carlos Colombo protagoniza Nocturno

nada, pero en este caso sí contribuye para remitirnos al cine de Bergman o de Polanski. La colaboración de Alex Argüelles fue fundamental, es un fotógrafo con un acervo cinematográfico importante. Hablamos de Ozu, Haneke, establecimos una buena colaboración creativa, como también se dio con Roberto Zamarripa, mi director de arte. ¿Qué aporta su formación como dramaturgo a la hora de construir un personaje?

Me aporta una inquietud por hablar todo el tiempo del ser humano. En Nocturno llevo al límite muchas de las cosas exploradas en mi trabajo previo. La fusión de tonos y géneros; el silencio sobre la palabra. Mi experiencia en teatro me sirve, además, para la dirección de actores. Todo el reparto viene del medio teatral y eso es fundamental porque me gustan quienes cuestionan las ideas del director.

HOMBRE DE CELULOIDE

¿Se construye igual un personaje para teatro que para cine?

No, es labor del escritor encontrar las sutilezas y particularidades de los lenguajes. En esencia hay ciertos lugares comunes que repiten los cineastas, como que el cine es imagen. Yo creo que también es buenos diálogos, pensemos en Woody Allen. A través de ellos uno puede conocer el lenguaje de los personajes, no en términos de información, sino de estructura mental. Hay realizadores como Lucrecia Martel, que cuestionan una idea como ésta.

Admiro a Lucrecia. Nocturno tiene más silencios que diálogos, pero cada uno tiene fuerza en sí mismo. En general los diálogos del cine mexicano son malísimos porque tienen una correspondencia total con lo que piensan los personajes. Al no haber misterio tampoco hay conflicto. Son diálogos informativos todo el tiempo. La película me sirvió para explorar sus diferentes capas. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Gemelos y espejos

C

on la maestría de siempre inicia Doble amante, amante doble, de François Ozon, un director que se ha creído que puede hacer cada año una obra con resultados excelentes. Y la verdad no. Tiene una imagen sorprendente, buenas actuaciones y dos o tres golpes teatrales, sí, pero Ozon es uno de los mejores directores del siglo; uno abriga la esperanza de hallar algo más en esta obra que, a decir verdad, mejor hay que esperar a que la estrenen en Netflix. Sus personajes tienen, eso sí, una compleja vida interior. Tanto, que por allí se le va la mano. Por primera vez Ozon toca el tema del psicoanálisis. Chloé, la heroína, quiere conocerse: se corta el pelo, va a visitar al ginecólogo y concreta una cita con el psicólogo que resulta un galán. Durante los primeros minutos, el director nos mantiene tan encantados como Chloé con su terapia, pero sucede lo obvio: el psicólogo y la paciente se enamoran y se van a vivir juntos luego de la obligada escena de amor. Aquí las cosas ya se han puesto vulgares pero falta más:

hurgando en las cajas de la mudanza, Chloé descubre que su amante tiene un gemelo. El tema de los gemelos siempre resulta muy complicado, tanto que los antiguos, cuando querían anunciar que habría problemas con la herencia, hablaban de gemelos (ahí están Jacobo y Esaú como ejemplo). Ozon pudo haber salido del brete sin necesidad de tantos espejos y reflejos, sin tantas pistas falsas y sobre todo con una historia más simple. Porque resulta que Chloé no solo se enamora del gemelo malévolo del terapeuta original. En el ir y venir de sus amores especulares, la protagonista descubre que ella también es gemela y que, además, devoró a su hermana durante la gestación. El clímax es previsible y barroco, tanto que pareciera que Ozon está dispuesto a explorar por primera vez el gore. Y a decir verdad, llegados aquí uno no solo extraña al director de Ocho mujeres, también extraña a Cronenberg, quien sabe cómo producir verdadero horror con vísceras y ese particular sonido de la piel cuando se rasga entre

Doble amante, amante doble (L´Amant double). dirección: François Ozon. guión: François Ozon, Joyce Carol Oates, Philippe Piazzo. fotografía: Manuel Dacosse. con Marine Vacth y Jérémie Renier. Francia, 2018.

fluidos y sangre. Es una lástima que François Ozon no se haya dado el tiempo necesario para pensar más esta película que se nota apresurada, como escrita por un director que se ha creído que cada año tiene que dirigir algo francamente espectacular. L


MILENIO

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ESCENARIOS

ESPECIAL

Yo acoso, tú acosas… MERDE!

BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

J Funciones: viernes, sábados y domingos en el Teatro Julio Prieto. Xola 809, Colonia Del Valle.

Un actor y su feligresía La adaptación del bestseller de David Javerbaum, Un acto de Dios, parece espectáculo de Stand–Up PERIPECIA

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ifícilmente alguien pensaría que Dios podría elegir a Horacio Villalobos como conducto para dar a conocer los diez nuevos mandamientos de su ley divina a una multitud de fieles que han desgastado su nombre y tergiversado sus preceptos. Menos aún cuando se busca generar sensatez en las personas para que dejen de involucrar al Señor en temas banales de su existencia. David Javerbaum, ganador de 13 premios Emmy como guionista de televisión, autor de la obra Un acto de Dios, crea a un personaje que se hace presente en México, en el cuerpo del actor y conductor de radio y televisión, quien con indumentaria eclesiástica, se dirige a sus fieles mediante un montaje con rasgos de espectáculo standupero y cabaretil, dirigido a un público que busca ser parte del irreverente acto. La obra del estadunidense, surgida de una serie de twits y posteriormente del libro de sátira religiosa The Last Testament: A Memoir by God, estrenada en 2015 en Broadway, protagonizada por Sean Yahes y posteriormente por Jim Parsons, cuenta ahora con la versión mexicana que dirige Pilar Boliver, en la que Villalobos, conductor de los programas Dispara Margot, dispara y Farándula 40, se retroalimenta con la reacción de quienes van al teatro a ver y escuchar de frente a un Dios abiertamente gay, que se autocritica y abre paso a las opiniones del actor sobre diversos temas del espectáculo y la política. La fórmula, que cumple con algunas reglas del bestseller, funciona para quienes disfrutan espectáculos de esta naturaleza. Villalobos, vestido con el Alba propia de los sacerdotes ministeriales, que deja ver parte de sus tenis, su pantalón de mezclilla y su camisa a cuadros, sentado en un sofá color claro bajo una bóveda celeste con altos arcos laterales, se dirige a los espectadores como si hablara a sus radioescuchas, con quienes comparte su visión sobre la creación del mundo y los protagonistas, en este caso masculinos, del pecado original.

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com

Aseveraciones como “La fe no está peleada con la razón” y con amenazas de eliminar bendiciones en caso de que se siga involucrando a Dios con diputados y ex presidentes, o de que no cese la costumbre de nombrarlo durante la fornicación, incluida la exigencia de que dejen de implorarle favores sobre asuntos deportivos, conducen al Dios de esta comedia a exponer su juicio sobre una sociedad que encontró en este personaje un salvoconducto multiacceso para protegerlo de sus irresponsabilidades. Consciente de que Dios es para sus seguidores “una marca establecida, prestigiada y exitosa”, el personaje continúa con la exposición de sus nuevos diez mandamientos, entre los que el séptimo reza: “No me dirás qué hacer”, lo que equivale a extirpar la costumbre de decir “Si Dios quiere”, para dar paso a la sentencia: “Si quieren algo bueno, hagan su chamba, bola de huevones”. En ese tono, que los espectadores —en su mayoría seguidores del conductor—, celebran a carcajada abierta, el montaje sigue su curso, aderezado con comentarios sobre sucesos de la semana o noticias protagonizadas por Kate del Castillo y el Chapo, Yuri o Maluma. El personaje omnipotente es acompañado en esta ocasión por un salamero Arcángel Gabriel, a cargo de Ricardo White, y por un inocente y politizado Arcángel Miguel, interpretado por el joven actor Axel Santos, cuyo rol cuestiona al Creador, sobre siglos de esclavitud, enfermedad y pobreza, siendo este actor quien, al subir y bajar del escenario para lanzar los cuestionamientos de su personaje, como si se tratara de preguntas del público, le imprime al montaje, pródigo en ironía y sarcasmo, una buena dosis de dulzura y energía vital. Un acto de Dios reproduce en parte lo que ocurría sobre los escenarios del Coliseo y el Teatro Principal en el siglo XVIII, cuando algo del atractivo del comediante estaba envuelto tanto en su fama como en lo que se comentaba en torno a su vida laboral y privada. L

osé Alberto Gallardo es cada vez más un dramaturgo que no usa las palabras para sorprender por su calidad literaria sino para cambiarnos perspectivas de vida, esa, la cotidiana y aburrida existencia sin cambios. Su teatro está lleno de metáforas no fácilmente digeribles porque no apuesta al realismo como estilo ni a la crónica de la realidad, rasca en el detalle absurdo donde desconocemos de dónde provienen los golpes del destino. La pesadumbre en una avalancha de diálogos y razones existenciales donde lo menos que se pide es prudencia para sobrevivir. Apenas dos personajes frente a frente, uno en el abuso de poder y otro dispuesto a condescender para conseguir un empleo. Acoso podría ser el término jurídico, aunque el asunto es más complejo si partimos del uso de la psicología como instrumento de manipulación de la mass media. O sea: una mujer acosa a un hombre. Sí, políticamente incorrecto en un mundo donde los hombres son sentenciados por las feministas antes de ir a los juzgados: yo acoso, tú acosas, todos acosamos… El título de la obra, Pecador, lo anuncia Gallardo con unas palabras del Génesis 3,7: “Efectivamente se les abrieron a entrambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; por lo cual cocieron hojas de higuera y se hicieron delantales”. Lo que sigue es la interpretación del dramaturgo, por un lado, y la que el público alcance a entender en la complejidad con la que los seres humanos han urdido sus corolarios. La del dramaturgo es la de una cabeza atormentada de la que brotan palabras como si fueran sapos, escupiendo a los espectadores su pestilente puerilidad. Y aún así, hay público que ríe en la sala… He seguido las carreras de Gallardo y Richard Viqueira. Mejor dramaturgo el primero que el segundo, pero mejor director el segundo que el primero. A Viqueira lo salva su sabiduría para mover el escenario, diga lo que diga o haga lo que haga. A Gallardo lo ahorcan las palabras porque el escenario se niega a caminar libremente en un montaje. Pero si escuchamos con atención el texto frente a turbios montajes a los que nos tiene acostumbrados, Gallardo resulta excepcional en el lenguaje teatral. Viqueira no siempre se salva. Admiro a los dos, a pesar de sus defectos. Escogí el martes 27 —Día Mundial del Teatro— para ir a ver una puesta en escena. Escogí teatro con mayúsculas, profundo, difícil, de psiquiatra. No me equivoqué: Pecador es de las obras de las que uno aprehende el difícil arte de vivir en una época donde el acoso sexual es tema masivo pero poco comprendido. Gallardo brinda pistas que un espectador sensible no debería de perderse en el Teatro El Milagro, en cortísima temporada, martes y miércoles. Pero les advierto: vayan con los oídos destapados, sin prejuicios ni concepciones preestablecidas (incluye a las feministas). L HÉCTOR ORTEGA

Pecador, de José Alberto Gallardo, se presenta en el Teatro El Milagro


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Experiencia religiosa DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

TOSCANADAS

L

os teólogos están de acuerdo en que el momento más relevante de la existencia del Hijo del Hombre es la resurrección. Al respecto Pablo es tajante y enmarañado: “Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”. Sin embargo, pocos de los grandes artistas se atrevieron a pintar esa escena y mayormente la hallamos en obras recientes, cursis y mal hechas: luces que brotan de una cueva, rocas redondas al lado de una tumba, cristos bobos que irradian luz o cristos doblemente bobos saliendo del sepulcro de José de Arimatea. En cambio la escena preferida es la de la crucifixión. Ahí sí tenemos una gran variedad de obras maestras del Jesús clavado, la mayoría de ellas idealizada, la gran mayoría inventándose un taparrabos que no llevaban los crucificados, y unas cuantas con mayor dramatismo, como las de Mantegna y Grunewald. Hay también una buena cantidad de Cristos muertos. Según la sucesión de la

acción, a veces están bajándolos de la cruz; a veces están rodeados de gente doliente, como en Lamentación sobre Cristo Muerto, de Mantegna; también pueden aparecer casi ingrávidos en el regazo de la madre, como en la Pietà de Miguel Ángel, y en ocasiones se hallan abandonados en la tumba mientras allá afuera los vivos guardaban respetuosamente el día de reposo. Entre las últimas, mi preferida es la de Hans Holbein el Joven; su Cristo parece asombrado de estar muerto. A pesar de las palabras de Pablo y de los teólogos, a los creyentes también les gusta la crucifixión. La resurrección es intelectual y biológicamente más complicada. Por eso el símbolo del cristianismo no es una piedra rodante sino una cruz. Además la cruz sirve para exhibir a ese judío joven semidesnudo de facciones italianas y cuerpo de pugilista welter, ese hombre objeto, hombre cosificado, que a lo largo de los siglos siempre ha atraído más a las mujeres que a los hombres. Ellas siempre tuvieron al Hijo en pelota; pero los hombres nunca vieron a la Madre en cueros. Por eso tantísimas monjas, religiosas, místicas y creyentes orgasmearon con el Señor, mientras que los hombres del cristianismo no gozaron de un equivalente, ni siquiera con María Magdalena. Para una

La Piedad, de Miguel Ángel

mujer, entregarse eróticamente al Señor fue siempre cosa santa. Supongo que para el hombre, tener pensamientos regodeantes con el cuerpo de María sería cosa impura, pero no tengo noticia de que alguien lo hiciera. Quizá por eso cada vez hay mayor desproporción entre mujeres y hombres que asisten a la iglesia. Si Dios no fuera tan necio, aprendería de la política mexicana. Se juntaría con el enemigo con tal de ganar más seguidores, más exvotos. Haría una coalición con Afrodita, aprovecharía su hermosura, sus curvas, su desnudez, ese cuerpo incosificable que es todo espiritualidad. Y entonces, no nomás ellas, también los hombres tendríamos experiencias religiosas. L

LA GUARIDA DEL VIENTO

ALONSO CUETO ESPECIAL

La nueva guerra santa

C

ada época está definida por la naturaleza de los juegos con los que se obsesiona. Hoy en día, nuestra obsesión creciente es el futbol, un deporte creado por Henry de Winton y John Charles Thring en la Universidad de Cambridge. Fueron ellos quienes en 1848 inventaron las reglas para un juego que se parece mucho al que hoy conocemos. Luego el Código de Sheffield iba a ampliar esas reglas. El nacimiento oficial del deporte ocurre sin embargo el 26 de Octubre de 1863 cuando Ebenezer Cobb Morley cita a un grupo de amigos y representantes de clubes a la Taberna Freemason, en Londres. El propósito era tomar unas cervezas y de paso, pensar en un reglamento para el juego. En esas reuniones los ciudadanos de la ciudad de Rugby eran partidarios de que el reglamento permitiera usar las manos mientras que los de Harrow proponían que solo se usaran los pies. Como no se llegó a un acuerdo, los partidarios de que se jugara con las manos, que ya tenía una tradición en Inglaterra, le pusieron su nombre a una nueva asociación que se iba a inaugurar en 1871. Pero la Football Association había nacido. En ese mismo año se jugó por primera vez la Copa de Inglaterra. En 1872, se enfrentaron dos selecciones de futbol, las de Inglaterra y Escocia (empataron cero a cero). Al parecer, el nombre de “soccer”, como es conocido en Estados Unidos, vino de una contracción de Association.

Desde entonces un fantasma recorre el mundo, la pasión por el futbol. Fueron los escritores quienes lo vincularon con la vida. Albert Camus en “Lo que me enseñó el futbol” escribiría: “Pronto iba a aprender que la pelota no siempre viene por donde uno quiere que venga. Eso me sirvió de mucho”. Otra frase suya, “Lo que sé de la moral lo aprendí en los estadios”, viene de su época como portero en Argel (no tenía dinero para costearse zapatos de un jugador de campo). Cuando Italia pierde la final ante Brasil en 1970, Pier Paolo Pasolini trata de explicar la derrota

de su equipo y define el futbol como “un sistema de signos”. Juan Villoro, autor del estupendo libro Dios es redondo, ha escrito: “El juego ocurre dos veces. En la cancha y en la mente del público”. Quizá vivimos una época de paz en el mundo gracias al futbol. Las guerras y las religiones se han trasladado al juego. Nuestro instinto homicida y estético puede desahogarse en una jugada de gol. El estadio es un templo que da la espalda al mundo, con un tiempo y un espacio propios. Estamos oyendo los tambores de la nueva guerra santa. L


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