Laberinto No.774 (14/04/18)

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Laberinto

MILENIO

NÚM. 774

sábado 14 de abril de 2018

HASTA LA VISTA, SERGIO PITOL iván ríos gascón, carlos rubio rosell, josé emilio pacheco, mercedes monmany p. 02, 04 a 07

FOTO: OCTAVIO HOYOS


ANTESALA

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LABERINTO

ESPECIAL

La terapia Mairena ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar

ESCOLIOS

C

ada seis años, para contrarrestar la sobreoferta de propaganda y enajenación que suscita el calendario político, me agencio, como antídoto espiritual, un ejemplar del Juan de Mairena de Antonio Machado. Este discreto clásico es un compendio de la sabiduría vital y la altura estética de su autor, y sus intuiciones y revelaciones no pierden actualidad, ni vigor curativo. Como se sabe, el heterónimo machadiano, Juan de Mairena, era un profesor de gimnasia (enemigo, sin embargo, de la llamada educación física), que ofrecía lecciones gratuitas de retórica a sus alumnos espontáneos y que esgrimía su depurado sentido común frente a los ideólogos dogmáticos y los apólogos de la barbarie de su época. Mairena es un hijo de la filosofía de su tiempo y tiene un sabor inconfundible a Bergson, Ortega y Gasset y Unamuno; sin embargo, su empaque literario y su carácter fragmentario le brindan una luminosa vigencia. En muchos momentos Mairena no solo es una fascinante máscara de su autor, sino un personaje que adquiere vida propia, un

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

precursor del pensamiento móvil y la filosofía práctica que requieren las etapas de mayor incertidumbre. El maestro socrático que es Mairena pregunta, ironiza, escandaliza, combate lugares comunes y salta de la preceptiva poética a la política y de ahí a la filosofía y la teología. Con esa libertad y amplitud de miras, Mairena hace una introspección agudísima en el oficio literario, la nacionalidad española, el individuo contemporáneo y la especie misma. Esta radiografía está escrita con sencillez, un humor bien temperado y formatos de sorprendente originalidad literaria. Para Mairena la conciencia de la finitud, el sentido de las proporciones y el aprecio al valor de la palabra son algunos rasgos que distinguen al hombre de las bestias, mientras que otros rasgos como la vanidad, el afán de riquezas, la voluntad de poder y el mesianismo no son más que apetitos bestiales, disfrazados con ropajes civilizatorios (“Porque el hombre es un animal extraño que necesita —según él— justificar su existencia con la posesión de una verdad absoluta por modesto que sea lo absoluto de esta verdad”). Por eso, ante

el fanatismo y la grandilocuencia, ante el bombardeo de verdades indiscutibles y soluciones últimas, Mairena recomienda el escepticismo poético, ese escepticismo del hombre que se sabe “solitario y descaminado entre caminos” y que encuentra en la duda constructiva (no en la evasión) una amiga entrañable y fecunda. L

El suyo era un amor platónico: la quería para que lavara los platos.

Pitol: la iniciación LOS PAISAJES INVISIBLES

N

Antonio Machado

o era inseguridad, no era menosprecio de sí mismo, no era falsa modestia ni autocrítica engreída. A la hora de escribir, Sergio Pitol procuraba esconderse lo más posible. Fuera en un ensayo o en una novela, él buscaba la palabra más profunda, polisémica, e hilvanaba una estructura racional o narrativa para dejar solo al lector en el sendero de sus ideas (o de los autores que exploraba), abandonarlo en el camino enrevesado de la prosa y la trama. Si de lo que se ocupaba era de algo memorioso, imbricaba a los otros protagonistas de la anécdota por encima de su voz y se refugiaba en el corrillo o en la muchedumbre con tal de que el foco del relato no le echara demasiada luz: le encantaba describirse en tercera persona, principalmente cuando evocaba los años de formación. Recordemos, por ejemplo, “Pruebas de iniciación” (El arte de la fuga). En ese

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon

pasaje rubricado en Xalapa en diciembre de 1994, se refiere a un joven de dieciocho años que, aspirante a escritor, pergeña textos sobre Eugene O’Neill, Rabindranath Tagore y Paul Morand. Aquel joven tiene un compañero en la Facultad de Derecho que le sugiere que lleve sus artículos al suplemento cultural donde trabaja un conocido de su padre (sincero, ahora sí, refiere al suplemento como una publicación “bastante chafa”) y se deja convencer, a pesar de que su ego le augura que ahí no habrá un triunfo verdadero porque su amigo intercederá por él. El joven espera un tiempo pero sus textos no se publican hasta que, de vacaciones en la casa familiar, compra el periódico y mira con asombro su nombre impreso bajo la reseña de Eugene O’Neill. Lejos de presumir, de festejar su debut, se deprime, se avergüenza. Mutila el suplemento, oculta la página y pasa un tiempo encerrado en su habitación. Cavila

la posibilidad de pedirle dinero a su hermano, viajar a Veracruz y embarcarse hacia cualquier sitio lo más lejos posible, pero el proyecto será inútil: sus textos vuelven a publicarse, uno tras otro, hasta agotar todo lo que envió. Sin embargo, aquel joven fue muy afortunado. Nadie, ni familiares ni amigos, lo leyó. Nadie “se enteró del crimen”. Esa experiencia amarga, deshonrosa (Pitol jamás dejó de cuestionarse si el horror del rito de iniciación fue por el tardío desgarramiento del cordón umbilical, por la “separación sangrienta del cuerpo que formaba con los suyos”, porque en la indiferencia o ignorancia de sus allegados acerca de su vocación también pesaba el desencanto), lo convenció de que escribir era un oficio execrable y anotó lo áspero y cruel de la enseñanza: “Tal vez le debe a esa experiencia el hecho de que durante largo tiempo no pudiera escribir en casa, como si hacerlo fuese una actividad vitanda. Escribir en el mismo espacio donde uno vive, equivalió durante casi toda su vida a cometer un acto obsceno en un lugar sagrado. Pero eso es anecdótico. Lo que da por seguro es que esa inmersión en la inmundicia que caracterizó su confrontación, a fines de la adolescencia, con la palabra, impresa la suya, ha condicionado la forma más personal, más secreta, más ajena a la voluntad, de su escritura, y ha hecho de ese ejercicio un gozoso juego de escondrijos, una aproximación al arte de la fuga”. Escribir, qué razón tenía, es escape, huida, deserción. Lo importante es intentar hacer de la salida un arte, adonde quiera que nos lleve: sea la nada o a un mundo paralelo pero no al olvido. Buen viaje al gran Sergio Pitol. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


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× JA N

ANTESALA

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ESPECIAL

WAG N E R ×

koalas Este poema forma parte de Poetas sin muro, proyecto sobre escritores alemanes contemporáneos que prepara el traductor y ensayista mexicano Gonzalo Vélez

t

anto sueño en solo un árbol, tantas pelotas de pelo en todas las ramas, una bohemia de pereza que en las copas se aferra, se aferra, se aferra con un fajo de pernos de alpinista como garras, nunca loados escaladores de las terrazas silbantes de la selva, estoicos melenudos, budas llenos de piojos, más rudos que el veneno que crece en las hojas, con sus orejas en pares de algodón que los protegen de las tentaciones en un rinconcito de mundo: jamás un “waterloo” tuvieron, ningún “paseo a canossa”. contémplalos, grábate su imagen, antes de que sea muy tarde —esa dulce cara de tacaño, el gesto de ciclista en competencia justo antes de ganar la etapa, lejos del suelo, sin embargo cerca de tocarlo su decrépito gris—, antes de que otra vez bostecen, se estiren, se hundan en un sueño de eucalipto. Traducción de G. V.

×EKO×EX LIBRIS×NESSUS Y DEIANIRA×

Grabado renacentista

Seducción y violación BICHOS Y PARIENTES

Q

JULIO HUBARD

ue un hombre seduzca a una mujer, o que la viole, es lo mismo. En eso coinciden Calderón de la Barca y Andrea Dworkin. Y no son los únicos. Pareciera que también algunos editores de la Biblia. Por ejemplo, en el Éxodo (22:15–16), la Biblia de Jerusalén dice en el acápite: “Violación de una virgen”, pero el versículo: “Si un hombre seduce a una virgen, no desposada, y se acuesta con ella, le pagará la dote y la tomará por mujer”. Como uno es moderno y cree que la sexualidad, cosa de cualquier bicho y planta, con los símbolos y la imaginación puede evolucionar en erotismo y hasta en amor, no puede hacerse a la idea de que esas dos cosas equivalgan. Seducción y violación no pueden ser ni siquiera parecidos: son recíprocamente excluyentes. La seducción es un juego de civilización y abona el símbolo donde pueden coincidir deseos. Quien seduce, quiere que otra persona lo desee; cuando halla simetría, el juego crece y urge y da sentido a las cosas y las ganas y casi todo. Al contrario, la violación es un crimen, un delito cobarde. De ahí el enojo: ¿quién diablos creyó que podían ser conceptos equivalentes? El versículo dice seducción, pero el acápite insertado por los editores criminaliza el texto y pervierte el sentido. En la Vulgata, San Jerónimo puso seduxerit (del verbo seduco: “llamar aparte, guiar hacia otro lado”, también puede usarse como “engaño”, pero en el sentido de llevársela al río creyendo que era mozuela, o como llevarla a lo oscurito) y es el mismo verbo que usan las biblias que vienen del latín. Pero Reina y Valera (1569) tradujeron del griego: “Y si alguno engañare á alguna doncella...”. En la Biblia Septuaginta, dice “apatése”, del verbo apatáo: “engañar, mentir, timar”. No tengo idea del hebreo. El portal bibliatodo.com ofrece esta traducción de la Torah: “Si un hombre seduce a una virgen...”. Según esto, la Torah y San Jerónimo coinciden en el sentido; se dispara el griego, que deja una idea incompatible (para nosotros). En dos versiones existe el deseo femenino: alguien queda seducido por su propia gana; el griego entiende otra cosa: el engaño es algo que sucede sin el deseo del engañado (por ponerlo de modo simple, que luego se complica). El que engaña da gato por liebre; el que seduce ofrece algo que la otra persona quiere (por ponerlo simple, otra vez). Esto no es filología. Es solo un reclamo de lector que, ante tanta zarandaja jurídica y mala cuenta de sexos, géneros y censos de piezas biológicas de más o de menos, simplemente extraña el deseo, el erotismo, el amor. L

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Sergio Pitol

Autorretrato con sonrisa

La muerte del novelista, diplomático, traductor y ensayista (18 de marzo de 1933–12 de abril de 2018) representa un duro golpe para las letras en lengua española. Se van la visión carnavalesca del mundo y la curiosidad sin fronteras, inmersa por igual en Xalapa que en Praga o Varsovia. Iniciamos la despedida con un muestrario de sus gustos y obsesiones hilvanadas a lo largo de veinte años CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

R

ecordaremos a Sergio Pitol como un generoso promotor y provocador de ideas. Recordaremos que fue un intelectual inclasificable, un generador de ideas imparable, una máquina de pensar y provocar situaciones límite. Recordaremos, porque así lo hizo él antes que nadie, que todo autor puede, y debe, elegir su propia tradición literaria al margen de cualquier nacionalismo. A lo largo de más de veinte años conversé con él en muchas ocasiones y siempre encontré a un hombre afable, sutil y atento, crítico y sincero, cuya mirada sonreía feliz de encontrar a un interlocutor con quien hablar de su gran pasión: la literatura. Los fragmentos que siguen son algunas de las opiniones que me expresó al hilo de esa emoción. ◆◆◆ “Viví 28 años en Europa y desde mi primer viaje sentí que nunca podría escribir con la libertad, con la independencia con que podía hacerlo fuera de mi país. Así es que los viajes, las estancias largas en el extranjero que crean nuevos intereses, los autores que uno lee y de los que no ha oído citar, la experiencia de comenzar un periodo de vida, han sido extraordinariamente estimulantes. He oído hablar de escritores a quienes les resulta lo contrario. A mí los viajes me daban situaciones, temas, telones de fondo donde mis personajes se martirizan o se debaten o se santifican. Sentía que era muy bueno no estar en México cuando leía la prensa literaria, porque no tenía que tomar partido por ninguno de los grupos que ahí había y en ninguna de estas cosas tan gelatinosas que se vuelven las luchas entre clanes que han marcado desgraciadamente los últimos años de nuestra vida cultural mexicana. Sin embargo, un día decidí volver a México porque necesitaba un estímulo lingüístico mucho más poderoso. Esa fue la razón más importante. Y al llegar a México tuve un periodo inicial difícil. Había dejado de vivir en la ciudad en 1961 y había vuelto a vivir en ella en 1988. Era mucho tiempo. Las vacaciones eran algo distinto al acto de habitar una ciudad. Había dejado la capital cuando tenía poco más de 4 millones de habitantes y regresé a una ciudad de 22 millones, donde el aire casi me faltaba, donde sentía que la respiración de esos 22 millones me jalaba todo el oxígeno que necesitaba. Los usos y hábitos eran distintos, las zonas donde se movía la gente eran lugares muertos y se había trasladado a otras zonas de la ciudad, que en mi

tiempo ni siquiera existían. Así que decidí irme a Veracruz, pensando en pasar unas temporadas allí y otras en la Ciudad de México. Pero me di cuenta de que eso era absurdo, que no viviría en ninguno de los dos lugares. Entonces quemé las naves y me fui definitivamente a Xalapa, donde he vivido desde entonces, espléndidamente”. ◆◆◆ “El arte de la fuga tuvo su origen cuando regresé a México y encontré que en las gavetas de mi escritorio se habían ido acumulando una serie de textos sobre pintura, cine, ópera y literatura, que eran prólogos, artículos y conferencias, y tuve la sensación de que era bueno reunirlos en un libro. Empecé entonces a afinarlos y a buscar cómo podrían agruparse, y al repasarlos tuve que ir a Guadalajara. Me habían hablado mucho de un psicólogo que trabajaba a través de la hipnosis. Esta hipnosis había roto las barreras que algunos escritores habían tenido y les había resuelto otras cosas. Oyendo los casos de estas curaciones pensé en lo que necesitaba para quitarme el tabaco. Y fui. No dejé de fumar, pero la experiencia fue una “Cada autor pide para de las más importantes sí mismo su género. Y que he tenido en mi vida, hay muchos subgéneros quizá la más importante. dentro de los cuales El psicólogo me hizo una el temperamento del hipnosis blanda. Me dijo escritor es el que rige” que repasáramos algunas cosas para ver dónde estaba la fuente de mi tabaquismo. Me dijo que pensara en algunos momentos interesantes de mi vida. Y empecé a ver frente a mí, hipnotizado, imágenes de mi vida que, sin orden cronológico, iban pasando como si alguien estuviera manejando un carrusel de diapositivas, pero ninguno de ellos eran momentos importantes de mi vida, sino trivialidades absolutas. Y de repente pasó una imagen y se detuvo. Y era una imagen en la que yo tendría cuatro años, casi cinco, y mi hermano tenía ocho o nueve, y estábamos sentados en la terraza de una villa cerca de un río. Al instante recordé que esa era la villa de unos amigos de mi familia y pude ver dónde estábamos. Recordé que ese era el día posterior a la muerte de mi madre, que se había ahogado en ese río. Empecé a sentir un dolor brutal, una desesperación inimaginable. Mi angustia fue tremenda porque no sabíamos qué hacíamos en esa casa. Y pensé que ahí nos íbamos a quedar y que ya no teníamos padres. De esa experiencia salí en estado cataléptico. Al salir

de ese estado delirante le conté al psicólogo todo lo que había vivido y pasado, y me recomendó que me fuera caminando lentamente hacia mi hotel. Durante el transcurso de esa caminata sentí con asombro que había llevado una herida abierta, una llaga que no estaba cerrada y que había condicionado los 60 años posteriores de mi vida. Me había acorazado ante muchas situaciones y de ese momento dependían mi conducta, mi instinto, mi escritura, mi relación con el mundo. A la mañana siguiente fui muy feliz de haber sabido esto, y con una sensación de vitalidad muy intensa regresé a Xalapa. Volví a mis papeles y me di cuenta de que mucho de aquel material que había estado revisando no tenía sentido. Decidí entonces hacer un libro que fuese un desplazamiento por distintos momentos de mi existencia como lector y como autor. Seguí el método que el hipnotista había aplicado: empecé a dejar fluir la memoria sabiendo que ya no había nada traumático. Y casi todos estos circunloquios de la memoria se fijaban en algún momento de mi vida y me obligaban a hacer la crónica de ese momento: una cena en Roma con María Zambrano, un viaje a Italia donde conocí a Tabucchi haciendo un texto literario. Y el libro se fue creando a través del instinto. Sabía que no era ni una crónica de mi vida ni una autobiografía ni estaba yo escribiendo mis memorias. Rompí la cronología, traté de desgastar los géneros para que se imbricaran uno con otro: partes que parecían crónicas que terminaban en un cuento, ensayos que de repente se volvían narración y al final tenían una fuga ensayística. Eran acercamientos y fugas de lo narrado. Y en cierto momento del libro, la estructura iba a la par que el instinto narrativo. Así que traté de trabajar este libro como una casi novela con un texto carnavalesco, paródico o inserto en el mismo relato para hacerlo explotar con unas circunstancias chuscas. Y puedo decir que fue el libro que más disfruté escribiendo, pero también el que más retos me produjo, el que más desconcierto me creaba. Pensaba que iba a tener muy pocos lectores, que estas cosas tan personales les iban a interesar a unas cuantas personas. Y mi sorpresa de ver que es el libro más popular que haya escrito ha sido muy agradable”. ◆◆◆ “La escritura viene de los recuerdos de la infancia. Las grandes obsesiones tienen ya su semilla ahí. Pero la forma es otra cosa. Yo empecé a trabajar una forma que solo dependiera de mi instinto literario para que me diera satisfacción. Porque mi lema ha sido no estar a la moda y leer aquello que uno considera que será su alimento. Desde que estaba en Roma me sentía irritado por esta cuestión de borrego que son las modas, una especie de corsé muy fuerte. Todo eso me ha parecido una ridiculez inmensa, todas esas fidelidades ideológicas, pensar políticamente de una manera u otra según fuera la marea”. ◆◆◆ “Hay cosas que son fundamentales para ser escritor. En primer lugar, se tiene que conocer el idioma, jugar, hundirse con él, mimarlo o violentarlo si uno siente la necesidad de hacerlo. La literatura tiene un material que es la palabra, y si uno no se va afianzando en ella, mejorando el oído, no se avanza mucho. Esto es lo que uno puede transmitir: que se metan a fondo al lenguaje, que no consideren que las reglas de la redacción son lo fundamental. La redacción es importantísima para expresarse, pero muchas veces estorba en la creación de prosa y poesía literaria, porque hay que forzarla


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también, hay que hacer sentir que debajo de esa escritura hay otras zonas, ecos, un claroscuro que no da la redacción. Eso se descubre discutiendo entre escritores, leyéndose y leyendo a otros”. ◆◆◆ “Como cuestiones decisivas en la elección del trabajo literario hay que considerar la intuición y el instinto. Hay veces en que uno está escribiendo y pasa horas de gran felicidad, pero al día siguiente lee lo que se ha hecho y resulta que no sirve casi nada. Sin embargo, de esa noche maravillosa algo queda, algo que sale después de un proceso de raspado, de trabajo. Esto también puede enseñarse a la gente que quiere escribir: hay que ser muy valiente y arriesgado, pero es necesario tener controles. Esto es algo que puede exponerse de forma pedagógica siempre y cuando cada uno siga, mezcle o encuentre su propio camino después de estudiar otras formas e intentar y ensayar varios procedimientos”. ◆◆◆ “Cada autor pide para sí mismo su género. Y hay muchos subgéneros dentro de los cuales el temperamento del escritor es el que rige. Si la historia lo pide, puede determinar el género de lo que se escribe, pero es el temperamento el que lo aplica. Puede una historia pensarla Faulkner, Carver o Woolf, y esa historia les pide a cada uno de ellos un género, pero ellos la van a transformar según su temperamento. O sea que un cuento como el de ‘El dinosaurio’, de Monterroso, en Lezama Lima sería un torrente de 300 páginas, y Lezama Lima podría meter al dinosaurio en un sueño barroco, con selvas, columnas, pesadillas. Y Monterroso, que es un asceta, un autor muy limpio, lo dejó así. Por ejemplo, yo en El arte de la fuga me desdigo de los géneros, paso de uno a otro y vuelvo al anterior”. ◆◆◆ “Cuando me llamaron para darme la noticia de que había sido galardonado con el Premio Cervantes eran las siete y media de la mañana en México. En ese momento sonó el timbre del teléfono y me arrebató del sueño. Era la ministra de Cultura española quien me daba la buena nueva mientras yo pensaba que quien hablaba era una amiga que me estaba haciendo una broma. Pero cuando vi que era algo muy serio salté de la cama, abracé a mi gente y grité un poquito. Después reí, reí y reí”. ◆◆◆ “El libro es uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres: libres de la ignorancia y de la ignominia, libres de los demonios y tiranos, de fiebres milenaristas y turbios legionarios, libres del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez. Al final, el libro es un camino de salvación”. ◆◆◆ “Si el hombre no hubiera creado la escritura no habríamos salido de las cavernas. Es a través del libro como conocemos todo lo que está en nuestro pasado porque el libro es la fotografía y también la radiografía de los usos y costumbres de todas las civilizaciones y sus movimientos. Una sociedad que no lee es una sociedad sorda, ciega y muda”. ◆◆◆ “Haciendo un balance de mi obra literaria, lo que considero mi principal legado es el Tríptico de la memoria, integrado por El arte de la fuga (1996), El viaje (2000) y El mago de Viena (2005). Hay algunas cosas más, como los cuentos, pero creo que lo que tendrá más influencia será el Tríptico”.

FOTO: OCTAVIO HOYOS

◆◆◆ “La escritura es vocación y trabajo; tener mucha ambición literaria, pero también mucha humildad ante el oficio”. L


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Sergio Pitol y el arte de la traducción Con autorización de Cristina Pacheco, reproducimos este “Inventario”, publicado el 31 de julio de 2011, un acercamiento a una de las facetas del escritor que, junto al autor de Las batallas en el desierto y a Carlos Monsiváis, conformó esa inigualable generación de solo tres. Cerramos con un retrato desde la amistad y la admiración de la crítica y ensayista catalana Mercedes Monmany RICARDO SALAZAR

JOSÉ EMILIO PACHECO

L

a literatura es un mar nutrido por todas las corrientes de la Tierra. Solo mediante las traducciones se mantienen en circulación las aguas. Sin ellas volveríamos a una Babel incomunicable, a una isla desértica y ahogada de sed en que nada podría florecer. La inmensa mayoría de los libros que leemos son traducciones. Y sin embargo este indispensable oficio no tiene la consideración social ni la recompensa económica que merece. Una y otra vez vemos aparecer colecciones en que libros como Guerra y paz o Crimen y castigo, que suponen un inmenso trabajo en su traslación al español, se publican sin crédito alguno para el traductor y desde luego sin pago. Empresas más generosas ponen su nombre en letra de ocho puntos y al final de una lista de créditos. Hay casos de injusticia tan radical como la que sufrió don Aurelio Garzón del Camino, el gran traductor español a quien debemos las versiones íntegras de La comedia humana (Balzac), Los Rougon-Macquart: historia familiar y social de una familia durante el segundo imperio (Zolá) y las Memorias de ultratumba (Chateaubriand). Garzón del Camino dejó la vista y la salud en general por causa de esta inmensa tarea. En vano se pidió para él un premio o un apoyo económico. La última vez que se supo de don Aurelio estaba en un asilo para indigentes de Cuernavaca.

BORGES Y CORTÁZAR Sergio Pitol pertenece a ese grupo de escritores, como Borges y Cortázar, para quienes la traducción se volvió el mejor de los talleres literarios y la más intensa práctica de su oficio. El autor de El arte de la fuga, El desfile del amor y tantos otros libros que le dieron el Premio Cervantes y el Juan Rulfo no hubiera sido lo que es sin su extensa y admirable labor de traducción. Entre 1961, cuando salió de México para establecerse en Europa, y 1983, en que fue nombrado embajador en Checoeslovaquia, Pitol hizo tal cantidad de traducciones que ni siquiera sus más cercanos amigos pudieron leerlas todas porque se publicaron en muchos países y en las más diversas editoriales. Desde 1993 Pitol vive en Xalapa. Allí tuvo la suerte de encontrar a Rodolfo Mendoza Rosendo, quien se dedicó a reunir esta obra dispersa. Su fruto es la serie “Sergio Pitol traductor”, publicada por la Universidad Veracruzana y ahora también por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta. Esta hazaña mexicana, la de una sola persona que realiza la tarea de varias generaciones, solo es comparable en la prosa narrativa a lo

José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis

que ha hecho en poesía Rubén Bonifaz Nuño como traductor de todos los grandes clásicos griegos y romanos. La deuda de gratitud debería extenderse al trabajo de Tomás Segovia, que acaba de darnos su Hamlet y la obra entera de Gerard de Nerval, y a la labor de Miguel Ángel Flores, a quien debemos la totalidad de Pessoa y más de treinta libros poéticos. Asimismo es imposible no dar las gracias a Selma Ancira por volvernos accesible la gran literatura rusa.

LA RESPONSABILIDAD DEL TRADUCTOR Si en México terminara de establecerse la cultura del verano y diarios y revistas preguntaran acerca de qué libros van a leerse en estas vacaciones, quizá muchos responderían que se llevan la Biblioteca Pitol, aún en proceso de publicación. Para quien aspire a escribir o se dedique a esta actividad la serie representa un curso intensivo, una inmersión total en los más diversos estilos y técnicas, lecturas de las cuales solo puede salir beneficiado. Para el lector común, que es siempre el menos común de los lectores, significa muchas horas de placer y conocimiento. En sentido riguroso la traducción no existe: hay que escribir de nuevo las novelas en la lengua a

la que son trasladadas. Gracias a Pitol parecen “como nacidas en él y naturales” según el ideal de fray Luis de León. Nada tan lejano a lo que en otros tiempos se llamaba “maquinazo” como los libros que en español integran esta serie. Escribir es reescribir. Se nota que Pitol trabajó como propias esas páginas sin que su esfuerzo y su tiempo tuvieran ningún apoyo institucional. De este modo subsidió a las editoriales que pagaban por cuartilla sin poder considerar nunca la calidad formal su ausencia. La responsabilidad del traductor es inmensa. Por ejemplo: no leo polaco. Por tanto para mí la jerarquía literaria de Jerzy Andrzejewski, Witold Gombrowicz o Kazimierz Brandys va a ser la que marque Pitol. Así, estos libros son el resultado de una colaboración en ausencia entre dos escritores de muy distintas lenguas, épocas y estilos. Esta serie se muestra de una variedad infinita porque responde a los encargos de las casas editoras, pero también al sentido literario de Pitol quien propuso libros que le gustaban y sin él tal vez no hubiéramos conocido nunca. Tuvo la fortuna de coincidir con las nuevas editoriales que representaron en México Joaquín Díez Canedo y Bernardo Giner de los Ríos, Arnaldo


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INSTITUTO CERVANTES

Orfila Reynal en Siglo XXI, Neus Espresate y Vicente Rojo, y en Barcelona Beatriz de Moura, quien apenas iniciaba Tusquets. Otra bendición fue trabajar antes de que se impusiera la dictadura del mercado. En las condiciones actuales solo con subsidio podemos tener en nuestras manos estos volúmenes que tantos años después han vuelto a ser absolutas novedades.

LAS VUELTAS DE TUERCA En sus textos originales las obras conservan sin desdoro un momento en el cambio incesante de los idiomas. Por el contrario, las traducciones envejecen a gran velocidad y hay que renovarlas una y otra vez. Cosa rara, las de Pitol se leen tan frescas como en el momento de su primera publicación. Un caso especial es el de Las puertas del paraíso, la novela de Andrzejewski (1909–1983) sobre la cruzada de los niños, escrita en un solo párrafo o en una sola frase que se sostiene a lo largo de 81 páginas. Editada por Joaquín Mortiz en l966, debe de haber influido en el breve esplendor de la novela experimental que se dio en México en los años inmediatamente anteriores y posteriores a Tlatelolco. Capaz de recrear sin fisura un texto vanguardista como “Las puertas del paraíso”, Pitol renueva también libros clásicos de la narrativa inglesa: El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad), Emma (Jane Austen), Washington Square y La vuelta de tuerca (Henry James), Adiós a todo eso (Robert Graves). Queda por incluirse en la colección otra extraordinaria novela de James: Lo que Maisie sabía, obra maestra de la ambigüedad y el punto de vista. A veces Pitol compite con traducciones como la de José Bianco que se han vuelto clásicas también. El gran traductor argentino llamó a la suya Otra vuelta de tuerca. Pitol se ciñe al título original: The Turn of the Screw. Sin embargo no hay infidelidad en Bianco, pues en un momento de la narración se dice que si el fantasma es el de un niño se añade a la complejidad de la situación otra vuelta de tuerca. EL LIBRO MÁS TRISTE DEL MUNDO Hay varias novelas inglesas mucho menos conocidas en el ámbito español que ahora existen en él gracias a Pitol. Es el caso de El buen soldado, la novela de Ford Madox Ford (1873–1939) a la que se ha llamado “la mejor novela francesa en inglés” y “el libro más triste del mundo”. O En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli escrita por Ronald Firbank (1886–1926), uno de los “raros” de las letras inglesas, un excéntrico en la isla de los excéntricos. Witold Gombrowicz (1904–1969) debe mucho de su fama en lengua española a las traducciones de Pitol: la novela Cosmos y el Diario todavía no incluido en la serie. Gombrowicz se sacó en una lotería un viaje a Argentina. La invasión alemana y soviética a Polonia lo obligó a quedarse casi treinta años en Buenos Aires. El autor de Ferdydurke, Pornografía y Trasatlántico salió de la oscuridad para recibir en Venecia el Premio Internacional de los Editores que había tenido pocos años antes su detestado Borges. La prensa italiana se sorprendió de ver reconocido a un autor ignoto y se preguntó quién era Gombrowicz: “¿Un sádico, un homosexual, un conde polaco que hace orgías en su castillo?” Gombrowicz demuele todas las pretensiones que acompañan a los quince minutos de la fama literaria cuando refiere que al pasar al día siguiente por la Plaza de San Marcos unos jóvenes que tomaban café en una terraza lo señalaron con el dedo y dijeron: “Mira, allí va el sádico homosexual polaco que hace orgías en su castillo”. LA BIBLIOTECA INAGOTABLE De su estancia en Moscú, Pitol trajo la única novela de Chejov (1860–1901): Un drama de caza y Pedro, su majestad emperador y otros cuentos de Boris Pilniak (1884–¿1938?), el gran narrador desaparecido, como casi toda su generación, en las “purgas” estalinianas de los años treinta. En la serie se incluye también literatura china: El diario de un loco de Lu Hsun (1881–1936), húngara: El ajuste de cuentas de Tibor Déry, e italiana: las novelas de Giorgio Basani y la muy revolucionaria y desconocida Salto mortal de Luigi Malerba (1927–2008). Para nuestra desgracia, Sergio Pitol ha dado por concluida su obra. Pero con lo que ha hecho como autor y traductor nos deja lecturas capaces de llenar la vida entera. L D. R. ©Herederos de José Emilio Pacheco.

UN ENCUENTRO INOLVIDABLE Mercedes Monmany

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i existen encuentros humanos y, por añadidura, literarios, realmente felices en la vida, para mí, sin lugar a dudas, una de las más grandes satisfacciones que he tenido jamás ha sido conocer a Sergio Pitol. Siempre he sido muy poco mitómana, he estado mucho más concentrada y atrapada en lecturas que me fascinaban que no obsesionada por conocer, al precio que fuera, a los autores que las habían alumbrado. Conocer a grandes escritores de nuestra época, como todos sabemos, no tiene que ir unido por fuerza a su grandeza como seres humanos. Sin embargo, desde muy pronto, con los encuentros que iba teniendo de forma periódica, desde muy joven, con Sergio Pitol —siempre a través de amigos muy queridos españoles como el añorado José Miguel Ullán, como Enrique Vila–Matas, o como mi marido César Antonio Molina— no pude sentir más que deslumbramiento. Su fabulosa afabilidad, su simpatía, el humor que siempre irradiaba, su ingente cultura a la vez que muy sincera humildad y su no menos íntegro distanciamiento de las habituales vanidades que empañan a menudo a tantos creadores, no hacían más que animarme a reverenciarlo, a dedicarle un lugar absolutamente aparte en mis pensamientos entre muchos de sus contemporáneos. En la fatal y plúmbea atracción que siempre ha ejercido el realismo en la literatura de un país como el mío, España, en el rechazo secular a todo lo que olía a cosmopolitismo, en la arraigada falta de curiosidad por ir más allá de lo doméstico y archisabido, conocer —y comentar y reseñar a menudo en distintas revistas y suplementos literarios— la obra de Sergio Pitol fue como una bocanada de aire fresco. Desde muy pronto se convirtió para mí en un auténtico maestro, como también lo han sido Claudio Magris, Antonio Tabucchi o el catalán Joan Perucho. Autores que han coincidido como Sergio en dar a luz unas obras “anómalas” en su tiempo, muchas veces a contracorriente, y muchas veces de origen y género mixto, un género continuamente mezclado y reelaborado a su gusto. He admirado sin límites la obra de Sergio Pitol que navega, de forma invariablemente brillante y espléndida, entre la ficción pura, la autobiografía, la parodia, el ensayo literario y el relato de viaje, sin olvidar las traducciones de lujo de autores, por otra

parte, impecablemente seleccionados, desde Pilniak y Gombrowicz —de quien sería su gran introductor en España— hasta otros no menos insignes como Brandys, Bassani, Jerzy Andrzejewski, James, Conrad y muchos más. Adoro con verdadero fervor sus novelas, en especial El desfile del amor, o un recorrido tan especial por esa Europa del Este que tan bien llegó a conocer, como muy pocos escritores en lengua española han llegado a ni siquiera a intuir, como es El viaje. Pero también pienso que la corrosión, la parodia, el humor desopilante y el gusto por lo grotesco de su Tríptico del Carnaval encarna sin duda uno de los más maravillosos, originales y espectaculares momentos o ciclos narrativos del pasado siglo. Por no hablar de sus sutiles, nada convencionales y subyugantes cuentos, que lo hacen un maestro indudable del género. Estoy plenamente de acuerdo con Enrique Vila–Matas, al cual siempre le unió un verdadero afecto de carácter paternal–filial, cuando dice que “Nocturno de Bujara” es “uno de los cuentos más bellos y perfectos que se han escrito jamás”. Un cuento que ha adquirido la categoría de clásico, de los mejores de la literatura no solo de su lengua y su país sino de alcance universal. Un intelectual como él, y no quiero ser pesimista, tiene difícil sustitución. Como lectora y como crítica literaria, no solo como amiga que lo llora, lo echaré sin duda de menos en su papel de incansable introductor de muchos autores formidables que no siempre serían fáciles de detectar por un lector normal. Nos ha dejado un rastro inapreciable de auténticas joyas de una biblioteca ideal y exquisita, hecha a su medida y a la de muchos espíritus, con parecida sensibilidad y entusiasmo por descubrir, o asentar, sin interrupción viejas o nuevas pasiones literarias. En la colección de ensayo literario que dirijo, La Rama Dorada, dentro de la editorial Huerga & Fierro, apareció a finales de los años noventa un libro suyo espléndido: Pasión por la trama, donde se incluían ensayos magníficos sobre Flann O’Brien, Ivy Compton–Burnett, su queridísimo Gógol, James, Bulgákov, Mann, Mutis, Benjamin y muchos otros. Otros críticos, otros autores, otros admiradores de su obra tendrán que seguir su estela. Tendrán que integrarlo también a él, al grandísimo Sergio Pitol, de pleno derecho, en el panteón de nombres ilustres que siempre, incansable y generosamente, se dedicó a levantar. L


EN LIBRERÍAS

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LABERINTO

EFE

Arturo Pérez-Reverte

Negro: el nuevo héroe revertiano Los perros duros no bailan es la nueva novela del autor de la saga del capitán Alatriste. Puede leerse como un alegato a favor de la lealtad y como un llamado a reconciliarnos con el reino animal ENSAYO CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

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o hay libertad que se gane sin lucha”, dice el escritor Arturo Pérez–Reverte quien, en su nueva novela Los perros duros no bailan, acaba haciendo una parábola de nuestro mundo, donde parece que todo nos ha sido concedido por defecto, sin que tengamos que hacer nada para merecerlo, donde las cosas se exigen como si tuvieran que ser gratuitas aunque, como el propio escritor asegura, “todo aquello de lo que disfrutamos ahora ha costado sangre, muerte, y a menudo lo olvidamos”. Negro, el personaje central de esta historia de ritmo vertiginoso, directa, corta y enmarcada en los cánones clásicos del género negro, lo sabe perfectamente. Este perro, cruce de mastín español y fila brasileño, es uno de esos héroes revertianos que encarna esa lucha y en su envite contra el estúpido mundo de los humanos —“cuya lógica”, como señala el escritor, “permite el maltrato animal y el abandono, donde no hay sensibilidad ante su sufrimiento y una cantidad de hijos de puta se benefician de ello gracias a una débil legislación que podría impedirlo”— hace gala de lealtad, valor y dignidad, con una mirada “lastrada” por el conocimiento de la vida, una vida que no ha sido fácil porque ha conocido la lucha a muerte en los desolladeros donde los perros se juegan el pellejo, un mundo marginal que llevó al autor a escribir “una historia divertida y amarga,

irónica y cruel, que refleja ese mundo de las mascotas, a veces felices, a veces maltratadas”. Sin embargo, Los perros duros no bailan —que circulará en México y América Latina bajo el sello Alfaguara— no pretende, como subraya Pérez–Reverte, “tener función social alguna, aunque asome ese aspecto oscuro del mundo de los perros” y, como a su pesar reconoce el autor de La reina del Sur, mientras desarrollaba esta historia haya asomado el lado más triste y oscuro de ese universo marginal donde solo impera la ley del más fuerte, la ley del más cruel, la ley del dinero. Impresionado desde la adolescencia por la desgracia de algunos perros, por su carácter, por su vida, que marca un espacio temporal más corto que el humano, Pérez–Reverte tenía pendiente la escritura de una historia protagonizada por ellos. Así, en el fragor de la escritura de la tercera entrega de la saga del espía Lorenzo Falcó, que verá la luz el próximo otoño, se le atravesó de lleno la historia de Negro, viejo luchador de peleas de perros y, como en todas sus novelas, echando mano de su memoria, de sus fantasmas y de su estilo, inspirado por obras como El coloquio de los perros, de Cervantes, Jerry de las islas, de Jack London, o los Cuentos de perros de Kipling, y parafraseando el título de la novela Los tipos duros no bailan, de Norman Mailer, Pérez–Reverte escribió sin parar 160 cuartillas cargadas de aventura, de un lenguaje sobrio y descarnado, donde campea la libertad y están desterradas

toda corrección política o convención social, para describir el mundo como un lugar donde muchas veces no hay clemencia para los inocentes, pero donde siempre hay un resquicio en el que hay justicia para los culpables. “Hay una relación con el fondo de los héroes revertianos”, explica al respecto el propio Pérez–Reverte. “En ese sentido, esta novela encaja perfectamente con el resto de mis obras, porque Negro, el personaje central, lleva una mochila cargada de sangre, de lucha, de desencanto, y su mirada es la de alguien que ha visto cosas que hubiera preferido no ver. Y es que cuando imagino historias me valgo de mi propia memoria, de mi propia vida. Por eso nunca podré escribir otro tipo de novelas. Cada una es un paso más y una vuelta de tuerca en ese territorio. El mío es este mundo. Yo he conocido a tipos como Negro, y cuando hablo de remordimientos, de sangre, de batallas, hablo de lo que sé”. En ese sentido, Pérez–Reverte pone de relieve un rasgo de carácter que puebla su narrativa: la lealtad. Y los perros, dice, lo son. “El perro tiene virtudes que desearían los humanos. Porque no hay perros malos, sino amos malos, que les transmiten su perversión. Las virtudes que yo amo en los humanos las tienen los perros. Nadie está solo si tiene un perro. Cuando un perro mira, me emociono, se me moja el lagrimal. En el mundo animal no encuentro otro ser como los perros. Los caballos son más tontos; los gatos, muy humanos. El respeto, la lealtad: eso admiro de los perros. Un perro no te falla jamás. El perro es alguien cuyo respeto hacia él no he perdido con los años, algo que no me ha pasado con los humanos”. En cuanto al resto de personajes, una galería inolvidable de perros que van desde una perra xoloitzcuintle, un teckel, un podenco, un bodeguero, hasta un rottweiler, un dóberman o un sabueso rodesiano, entre otros, crean una atmósfera en la que el pacto literario hace que se humanicen, restituyéndonos así virtudes casi perdidas, y los humanos nos animalicemos, desenmascarando nuestros peores defectos, de forma que escribir desde el mundo perruno ha permitido a Pérez-Reverte abordar toda clase de escenas desde la libertad más absoluta pues, como explica, “en nuestros días los límites de la censura y la autocensura se están estrechando y se ha vuelto muy difícil escribir. Hay que tener mucho cuidado con lo políticamente correcto, porque creo que estamos cortando la lengua sobre todo a gente necesaria, especialmente a los jóvenes escritores y periodistas con mucho talento que no se atreven a escribir de ciertas cosas por miedo a ser malinterpretados, y no cruzan ciertas líneas porque hoy todo se magnifica demasiado. Pero eso no debería anularlos como periodistas y escritores. En ese sentido, creo que la prensa está en peligro: da igual su ideología. Y el día que se acaben los periodistas estamos perdidos”. De esta forma, Negro, el nuevo personaje de Pérez–Reverte, un perro leal y valiente que cuando cachorro había tenido uno de esos nombres ridículos y tiernos que se le ponen a los recién nacidos pero en cuya memoria y colmillos resuenan la sangre y las batallas a muerte del pasado, batallas que han dejado en su piel las cicatrices de una vida que se ha rifado en el coso de los humanos, penetra en un mundo siniestro donde las reglas no las establecen los animales, reglas crueles que violentan la lógica y que pecan contra el código de la naturaleza, que reaparece ante el lector para advertirle de su torpe e infame indiferencia. L


MILENIO

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× A

EL PUEBLO SOY YO ENRIQUE KRAUZE Debate México, 2018 290 pp. El epígrafe define a cabalidad este volumen: “Yo ya no soy Chávez, yo soy un pueblo”. La cita proviene, por supuesto, de Hugo Chávez, el mayor populista del pasado inmediato, el paradigma y el reflejo, el blanco de estos textos incisivos en los que el ingeniero Krauze aborda la maldición dogmática de América Latina, no sin tocar algunos episodios europeos. Para entender o, mejor dicho, desentrañar a cabalidad las torceduras ideológicas, el autor expone, entre otros, los casos de Venezuela, los excesos del Mesías Tropical, el narcisismo de Podemos o los dislates de Samuel Huntington (el profeta de Trump).

EL TESTAMENTO DEL DRAGÓN HOMERO ARIDJIS Alfaguara México, 2018 511 pp. A la manera de un diccionario, es decir, siguiendo el orden alfabético, el poeta, novelista y luchador por la conservación del medio ambiente ofrece un amplio catálogo de citas y referencias intercaladas con apuntes y acotaciones personales hasta conseguir una especie de enciclopedia en la que hay cabida para el ajedrez, Caperucita Roja, el infinito, las mariposas, el Nirvana, Orfeo, Rembrandt, en fin, saberes, autores y cosas sin las cuales el mundo carecería de espesor y sustancia.

EL FUTURO ES NUESTRO CARLOS ILLADES Océano México, 2018 220 pp. Este libro es una historia “de la izquierda mexicana a lo largo de 150 años”. Por el elemento utópico que parece connatural a ella, de acuerdo al título y al epígrafe que elige el autor, el tiempo por venir parece que le pertenece. En el presente, al menos en la circunstancia de los tiempos electorales, Roger Bartra ha dicho que no hay izquierda. Llevando al extremo la argumentación, resulta fácil igualar izquierda y derecha pero, como anota Illades, en política “son opciones diferenciadas e incluso antagónicas”.

REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Núm. 835 Abril 2018 México 163 pp. Vidas al margen es el tema central de esta entrega que explora esas existencias “que se rigen según otras leyes, otras lógicas, echan raíces y revolucionan en los lugares menos propicios y en condiciones inimaginables”. Participan, entre otros, Ricardo Bernal, Bernardo Esquinca, Sylvia García–Escamilla, Kazuichi Hanawa, Luis Felipe Lomelí, Adriana Malvido, Diego Rabasa, Jesús Ramírez–Bermúdez, Andrés Solís, Naief Yehya, Isabel Zapata, Margarita Peña, Ana Negri. El número también incluye poemas de Alda Merini, traducidos por Jeannette L. Clariond.

CUARTOSCURO Núm. 149 Abril-mayo 2018 México 88 pp. Esta entrega incluye un portafolio de Diego Israel, “Las voces del desierto”, que captura la cotidianeidad de los refugiados en el Sahara Occidental, acompañado de un texto que se lee como una bitácora de campo. Le sigue un acercamiento a la obra de Alexa Torre y su visión ecléctica de la mexicanidad, una vista panorámica a los trabajos de Alex Webb y Juan Carlos Pinto, y una entrevista a Yolanda Andrade, la legendaria fotógrafa de fijas del cine mexicano.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RAMÓN PAGANO

Alejandro Hernández Palafox Literatura Random House México, 2018

La novela en el patíbulo ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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a cárcel parece un retiro vacacional y el confi namiento una jornada tranquila de trabajo en la novela que Alejandro Hernández Palafox ha ideado sin otra determinación que la de atraer la risa bobalicona del lector hacia un condenado a muerte por horca que, entre frases pomposas y anacronismos, va registrando sus 50 días fi nales de vida. Lo que hay que padecer ahora en que un par de despropósitos son suficientes para presentarse como novelista. Ramón Pagano es ese condenado a muerte —el primero desde hace casi cien años en México— y presume una memoria capaz de recitar el directorio telefónico y un historial de asaltante y lavador de dinero para un narcotraficante que carga en su nómina a jueces, políticos y empresarios. Ya que Hernández Palafox ha hecho su carrera en el periodismo —fue director de la Carlos Septién—, no es de extrañar que sienta la tentación de alzar la voz y hacer caer sobre sus páginas una dosis contrita de indignación. A cuento de qué desgracia, quisiera preguntar, la tierra de la libertad y la imaginación cervantinas se ha convertido en la tierra de los redactores y denunciantes comunes y corrientes. Entre los muchos despropósitos que brinda Los últimos días de Ramón Pagano están las visitas que el prisionero recibe en su celda, tan teatralmente chifladas que uno acaba por no tomarlas en serio. Frente a su cama de cemento desfi lan el secretario particular de la Presidencia solicitando la confección de un discurso, el secretario de Gobernación —en busca de consejos políticos—, el secretario de Comunicaciones y Transportes, que concibe el proyecto de recibir, a través de un sistema ramplón de mensajería, la noticia de la existencia, o inexistencia de Dios, unos minutos después de que Pagano sea ejecutado. No hay pruebas de que Hernández Palafox conozca la diferencia entre la comicidad y el pastelazo. Agreguemos a esta rutina la manía del protagonista a discurrir a la manera de un cortesano (“Que la plebe me disculpe si la ofendo, pero debo decir que estoy vestido con mis ropajes más soberbios”) y obtendremos un coctel en el que se mezclan la infertilidad narrativa y el activismo chistoso. Qué mala experiencia y, sobre todo, qué terrible manera de ver pasar el tiempo. Dejo al lector con una evidencia descorazonadora de entre un amplio repertorio: “los seres humanos somos como los automóviles: empezamos a depreciarnos en cuanto salimos de la agencia”. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Amir Galván

“El sistema penitenciario está en crisis” La 4ta. Compañía describe las actividades delincuenciales de un grupo que controla el penal de Santa Martha Acatitla ENTREVISTA

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

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ras ganar diez premios Ariel en la gala de 2017, La 4ta. Compañía llega a las salas como la película más premiada pero menos vista. De la mano de Amir Galván y Vanessa Arreola, narra la historia de Zambrano, un joven delincuente que aspira a integrarse al equipo de futbol americano Los Perros de Santa Martha, que tras bambalinas opera como un escuadrón de internos que gobierna el penal de Santa Martha Acatitla y a la par se dedica al robo de coches y a asaltos bancarios. Ambientada en el sexenio de López Portillo e inspirada en hechos reales, el filme no solo se rodó en la propia prisión; también involucró a los reos en su producción. El resultado es un thriller que plantea una profunda reflexión acerca de la vida carcelaria. ¿Por qué hacer una película sobre la vida carcelaria?

Mi mamá se dedicó al periodismo, fue colaboradora de Paco Huerta en su programa Inocente o culpable. Mi abuelo materno fue médico legista, trabajó en Lecumberri y en el penal de Santa Martha Acatitla. Es decir, crecí con este tipo de historias. En el CCC hice el documental Lo que quedó de Pancho, columna vertebral de La 4ta. Compañía. Después invité a Vanessa Arreola a colaborar y descubrimos que había material para una película.

¿Cómo involucraron a los presos para cooperar con ustedes?

Queríamos filmarla en la penitenciaría y encontrar una fórmula entre actores y no actores. Durante dos años fuimos a la cárcel tres o cuatro días por semana. Nos sumamos a sus actividades culturales. Dimos talleres de apreciación cinematográfica, cortometraje y roles de producción. Trabajamos con quienes estaban en una compañía actoral. Hicimos círculos de confianza y trabajamos en lo que llamamos “cine de inmersión”, que consiste en conocer al detalle el universo a contar. Al mismo tiempo de la investigación antropológica e histórica, concluimos que un thriller era lo más adecuado. La historia del equipo de futbol americano Los Perros sirve para amarrar los hilos narrativos.

La historia deportiva de Los Perros está muy documentada. Menos clara era la historia de La 4ta. Compañía. En su libro Cárceles, Julio Scherer la menciona de manera aleatoria. Hasta ahora no se sabía que robaban coches, entraban y salían de prisión, asaltaban bancos. Compartían su botín con Arturo El Negro Durazo.

HOMBRE DE CELULOIDE

La película muestra uno de los primeros casos de autogobierno en una prisión. ¿Tenía como intención desarrollar una reflexión acerca de los cambios en el perfil delincuencial?

Sin duda. El sistema penitenciario está en crisis: es un sistema de rentas que genera una economía poderosa y beneficia a autoridades de todos los niveles. La 4ta. Compañía mantenía un autogobierno particular porque los presos compartían funciones operativas con la autoridad. Hoy la situación es diferente: los autogobiernos son controlados por el crimen organizado. Hace poco, El Colegio de México publicó una investigación cuya tesis es que Los Zetas controlaban el Penal de Piedras Negras. ¿Cómo construir una estética sobre la cárcel que no se regodee en lo sórdido?

La locación marcaba cierta estética, pero además quisimos algo más sofisticado y con una idea visual menos sórdida, a fin de generar una experiencia de placer visual. Al final es un thriller entretenido que busca reconciliar el cine de autor con el cine comercial. L

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Otro rey desnudo

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uando la gente dejó de creer en las imágenes sagradas apareció el arte: el aura de los antiguos iconos se trasladó a las obras que, sin embargo, perdieron pronto su lustre. Hoy nos quedan los museos. The Square, ganadora de la Palma de Oro, nos introduce en la vida de un museo o más específicamente de un curador. Cristian, como todos los que se dedican al arte, es un tipo divertido siempre que se le tome con sentido del humor. Y el director lo hace. Utiliza sus rollos inexplicables para hacer una caricatura de la sociedad europea, para reflexionar en torno al sentido de este arte que se quedó como un cadáver sin espíritu sobre el pedestal y sobre todo para hacer una película muy divertida. The Square está bien escrita porque todo lo que sucede es imprevisto. Está bien dirigida porque la cámara está siempre en el lugar

más atractivo (sea por lo que vemos o por lo que no vemos) y sobre todo tan bien actuada que Cristian, un patético esnob, termina por parecer adorable. Casi tanto como los niños africanos de la película Play que lanzó a la fama a Ruben Östlund. Cristian personifica a todo un grupo social: esa farándula europea que asiste a cocteles de queso y vino y trata de divertirse con el arte a pesar de que vive llena de culpa y miedo de que le suceda algo como lo que le sucede a Cristian quien, al tiempo que tiene que curar cierta exposición debe enfrentar la furia de un niño árabe y la locura de una periodista estadunidense que lo ha seducido para acusarlo de seductor. The Square está llena de personajes que parecen salidos de una vieja comedia moral; una de esas que cuestiona valores o la falta de ellos. De allí la pertinencia de utilizar como telón de fondo para

The Square (La farsa del arte). dirección: Ruben Östlund. guión: Ruben Östlund. fotografía: Fredrik Wenzel. con Claes Bang, Elisabeth Moss, Dominic West. Suecia, Alemania, Francia, Dinamarca, 2017.

las desventuras de Cristian el mundo del arte moderno, el que hace tanto que dejó de preguntarse por la belleza, al que ni siquiera deberíamos llamar arte sino “evento.” Como The Square, un cuadro fosforescente que sustituye a la estatua ecuestre del rey y que por alguna razón, según

Cristian, llama a la unión, la solidaridad y la tolerancia, un cuadro que es como Europa, una región en la que se dice que todos caben y que en realidad está tan perpleja como aquel emperador que se mandó a hacer un traje y encontró que lo habían dejado desnudo. L


MILENIO

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ESCENARIOS

ESPECIAL

Identidad nómada Josefina la gallina puso un huevo en la cocina se presenta como una metáfora del deambular en busca de sentido PERIPECIA

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ecenas de huevos repartidos en seis trapecios de tela de alambre abarcan el cielo del escenario. Debajo, un actor afirma ser una gallina, poner huevos, conocerlos, amarlos, saber sus nombres, su carácter y sus gustos. Los espectadores cesan de reír al ver el rigor con que el actor transforma su cuerpo, su mirada, sus movimientos. El actor, José Rafael Flores, comparte pasajes que conforman la vida de la gallina que es, desde que lo supo. Sobre un espacio amplio, una franja de papel Kraft es la pantalla en la que se proyectan películas familiares de vacaciones en la playa, o se enmarca un día feliz con series navideñas y alguna parte del territorio nacional. Josefina la gallina puso un huevo en la cocina es el título elegido por el grupo Vaca 35 para hacer un recorrido desde Ciudad Juárez hasta la Ciudad de México, en el que se esbozan rastros de rechazo, maltrato, inequidad, discriminación, feminicidios, abuso y desaparición. Un escenario con espacios vacíos que sugieren desprotección, donde madera, alambre, arena, una escalera de tijera y dos sillas conforman el mobiliario, se vuelve un paisaje simbólico de lo árido, al tiempo en que sugiere apertura de caminos. El diseño espacial y de iluminación de Natalia Sedano crea un hábitat acotado por el riesgo, donde sin embargo hay humor y piso firme para el deambular de una gallina que ahí encuentra lugar para su ritual favorito. Esta obra de creación colectiva configura una metáfora que realiza acercamientos a la empinada cuesta que debe subir el ser humano cuando logra enterarse de quién es y decide asumirlo. La gallina que se acepta como tal desde un cuerpo de hombre narra parte de su infancia,

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com El escritor Roberto Rueda Monreal

de su adolescencia marcada por el rechazo, por la agresión y el abuso, hasta que llega el último día que lo permite. Sobre el escenario, el músico Alberto Rosas, con el acordeón en su regazo, le da sonoridad a los pasos, a la reacción, a la tensión de la gallina en la circunstancia que su narración atraviese, desde caminar y proteger con arena sus huevos, entre los que destacan algunos color rosa junto a cruces de madera que aluden al desierto poblado de mujeres muertas, hasta la danza libre en una discoteca de Ciudad Juárez, donde los pasos de la mayoría son marcados por un patrón difícil de romper. Niño, gallina, hombre, mujer, conforman parte de un embrión frágil, dentro de un cascarón, susceptible de estrellarse en un instante cualquiera. El montaje expone crudas circunstancias con las que convivimos, como si fuera algo natural, a través de un personaje dual que es valiente en un entorno hostil poblado de huevos en canastillas semi planas, que a ratos se integran a un vaivén delicado e incierto sobre el vacío. La dirección de Diana Magallón a este texto de pocos parlamentos enlaza acciones con música en vivo y proyecciones en torno a una postura franca y abierta por parte del único personaje que comunica quien ha sido y quien es, y saca al espectador de su comodidad, lo sorprende y confronta con conflictos propios de una sociedad cada vez más depredadora. Josefina la gallina puso un huevo en la cocina es una obra que juega con la preconcepción del espectador que sufre un revés frente a un personaje que encara su situación con valor, sin rasgar la sensibilidad y la ternura de un ser que se autoriza a vivir, por encima de su fragilidad, como lo dicta su deseo. L ESPECIAL

La obra dirigida por Diana Magallón se presenta los miércoles a las 20:30 horas en Un Teatro, colonia Condesa

Cloacas MERDE!

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BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

im Delvoye es un artista conceptual que en Francia armó revuelo a principios del siglo XXI con su muestra Cloaca, los resultados finales del progreso en las alcantarillas del subsuelo. Todo tipo de descomposición vista en un límpido museo de arte moderno, para individuos dispuestos a vomitarse ante los pútridos olores que deja el ser humano y su industrialización, eso que preferimos ocultar bajo nuestros pies. Cloacas han existido siempre, incluido el mundo prehispánico, con los sistemas de desagüe desarrollados por los aztecas. Pero ha sido desde la era industrial que ese engranaje hidráulico que circula por debajo de una ciudad es ocupado por un ejército de miserables que no tienen más techo ni casa que ese espacio despreciado por la sociedad. Con capacidad antropológica cualquiera puede asomarse por una alcantarilla y observar la vida humana que fluye bajo tierra. Roberto Rueda Monreal publicó en 2012 su primera novela, La cloaca. El infierno aquí, para contarnos una historia de adolescentes despreciados por sus padres, perturbados por la droga, ladrones por consecuencia pero que, como cualquier ser humano, quieren conocer el apego a la vida a través de la amistad entre ellos mismos. En la cloaca se odian y se aman. Se pelean por el pan y la droga. Se mienten y dicen su verdad, a medias. Historias de rencor que no pueden más que terminar en tragedia. Luis Bravo escribe y dirige Profunda cloaca, adaptación de la novela de Roberto Rueda. Felipe toma la decisión de lanzarse a la calle y se encuentra con Antonio, Pedro, Ramón y Sergio, la banda que muestra las formas extraterrestres de esa vida donde más bajo no puedes caer. Se golpean como un abrazo. Profieren groserías como saborear golosinas. Se traicionan con el rencor infinito del olvido que seremos. Creen más en el poder del Diablo que aquel Dios que todo perdona. Y la droga, el destino final de la existencia. Difícil adaptar una novela al teatro (seguramente en cine sería más sencillo). Se pierden los contextos narrativos. Se desperfilan los personajes. No existe comprensión de los diálogos que parecen monólogos donde impera el desasosiego. Nadie se comunica en realidad. Cada quien trae el discurso de su historia personal. ¿O así son en realidad los bajos fondos? Máximo Gorki diría que no. Sin riqueza ni prosperidad, el caos. Roberto Rueda debe esperar una mejor adaptación a su novela. Profunda cloaca se escenifica todos los martes en lo que fue desde 1981 la casa teatral de Blas Braidot y Raquel Seoane -miembros del legendario grupo uruguayo El Galpón-, el Foro Contigo América, en Arizona 156. Los dos han muerto. Hacía mucho que no me acercaba a este lugar, otrora emblemático del buen quehacer teatral. L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

El establo de los bueyes TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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unque la cocina es el sitio de una vivienda donde se genera mucha felicidad y placer, tradicionalmente se procuró que fuese un recinto invisible o reservado. Vitruvio la arrincona en los planos que presenta en su Libro sexto de arquitectura y, en tratándose de casas de campo, llega a decir que “la cocina debe estar inmediata al establo de los bueyes, de modo que desde su pesebre se vea la chimenea y el sol cuando sale”. Un libro de 1804 asegura que “el mejor lugar para las caballerizas y cocinas son los extremos de las alas hacia la calle; porque de este modo se echan las basuras y agua de la cocina, sin que sea menester pasar por otro aposento”. Me la pasé mirando varios libros con planos para casas pequeñas y departamentos publicados hasta la década de 1960. Habían pasado dos mil años desde Vitruvio y la cocina seguía metida entre cuatro paredes, casi siempre en un rincón. Pero en estos días me puse a ver incontables departamentos de renta en la Ciudad de México, y encontré que en todas las construcciones nuevas, fueran modestas o de lujo, estuvieran en el Centro, Narvarte, Polanco, Santa Fe, Del Valle o en cualquier delegación, costaran diez mil o sesenta mil pesos mensuales, la cocina estaba ahí oronda, exhibicionista, intrusa en medio de la existencia, a veces con su lavadora y secadora, siempre con un ruidosamente ronroneante refrigerador, lista para que toda la vivienda huela a cebolla o grasa o ajo o a los restos de la cena en los trastes que se lavarán hasta mañana.

¿En qué momento la cocina perdió su modestia y se volvió tan protagonista? No lo sé, pero sin duda esto viene de alguna moda gringa. Quizá en las series de televisión comenzaron a mostrar cocinas abiertas, no porque existieran en realidad, sino porque así armaban el set para facilitar la filmación, y la gente empezó a creer que de verdad esa era la nueva elegancia gringa. Y los arquitectos fueron detrás, porque entre los gremios profesionales, el de la arquitectura es el más desorientado. Y decir tal no es novedad, ya que otra vez citando a Vitruvio: “Veo que este gran arte lo practican con osadía los ineducados e incapaces, hombres que lejos de entender de arquitectura ni siquiera conocen el oficio de un carpintero”. Yo no sé qué se enseñe hoy en las facultades de arquitectura, pero cada vez

me gustan menos los exteriores e interiores y cada vez se parecen más unos a otros, como si la ilusión de un arquitecto no fuese la originalidad, sino una fabricación en serie para que nos sintamos que estamos viviendo en un hotel Howard Johnson o Marriot o Hilton, porque una vez dentro vaya uno a distinguir una cadena hotelera de otra, con los mismos acabados, muebles y baños. Alguien me explicó que el diseño de los departamentos está hecho para que uno pueda ir del salón al comedor a la cocina y de regreso sin dejar de ver la televisión, que estará en un lugar privilegiado, cual altar para un dios. Siendo así, comprendí que los diseños contemporáneos en verdad son clásicos y respetan al pie de la letra los consejos de Vitruvio, cuando dijo que “la cocina debe estar inmediata al establo de los bueyes”. L

LA GUARIDA DEL VIENTO

ALONSO CUETO ESPECIAL

El personaje solenoide

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oda vida auténtica es una superposición desordenada de experiencias y emociones. Su verdad no radica en las conductas o las palabras dichas sino en las ocultas y secretas, en los impulsos reprimidos y las frases de deseo y de horror que nunca aparecen. Solenoide (2015, edición castellana en editorial Impedimenta, 2017) de Mircea Cartarescu, escritor que acaba de ganar el Premio Formentor, es el diario de un profesor de colegio que quiso o quiere ser escritor. Es, como la de cualquier ser humano, la crónica de un fracaso. No es sin embargo una historia de desesperanza o de escepticismo. A lo largo de las casi 800 páginas que tarda en desplegarse, la novela es el registro íntimo de la suma incoherente de pequeñas aventuras en la vida del protagonista. El profesor da clases, se enamora, se casa, se frustra, tiene una hija. Vive en

“la ciudad más triste que se haya erigido sobre la faz de la tierra”, Bucarest. Al inicio de la novela lo atacan los piojos. Pronto descubre que él también es un insecto y que vive “con el propósito de descubrir si la salvación es posible”. Lo que mejor lo define es un solenoide, una bobina que tiene una gran carga magnética en su interior que no se refleja fuera de ella. Es un hombre aprisionado por sus pasiones, que sin embargo lleva una vida gris y rutinaria. Cartarescu fue profesor de colegio durante los últimos años de la dictadura comunista en Rumania y por entonces, en parte debido a su pelo largo, los piojos eran sus huéspedes. La novela tiene un final luminoso, bellamente escrito, que sugiere una redención. El protagonista de este libro ama y odia su ciudad, lo mismo que a su vida y a sí mismo. Dos de sus frases (“Ya no distingo mis alucinaciones de la

Mircea Cartarescu

realidad” y “El delirio no es un desecho de la realidad sino una parte intrínseca de ella, incluso la más valiosa”) sugieren el ámbito de ensueño y atmósfera interior que le da contexto a esta obra brutalmente realista. Como toda novela de poeta, Solenoide da vueltas sobre sí misma, repite situaciones y se obsesiona con la intimidad. En sus momentos de revelación

(el amor, el sexo, el nacimiento de una hija, la conciencia de la mediocridad del personaje) tiene sin embargo un vuelo poético que he visto pocas veces en una obra moderna. Solenoide es un viaje a la meticulosa magia de la vida cotidiana, un salto al lado oscuro y acaso luminoso de la banalidad. Solo por este libro, Cartarescu merece largamente este y cualquier otro premio. L


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