Laberinto No.775 (21/04/18)

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Laberinto

MILENIO

NÚM. 775

sábado 21 de abril de 2018 FOTO: FOTOTECA MILENIO

ORHAN PAMUK EN MADRID

ENTREVISTA A JORGE VOLPI

CARTA INÉDITA DE OCTAVIO PAZ

víctor núñez jaime p. 04

guadalupe alonso coratella p. 08

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ANTESALA

sábado 21 de abril de 2018

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LABERINTO

JOSÉ ALMADA DE NEGREIROS

Pessoa, el arte de mirar AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

D

ar cabida a nuestras contradicciones, asumir que las negaciones y las afirmaciones se desoyen; pensar, amar, sufrir y gozar con los distintos seres que caben o cavan nuestro propio ser. Fernando Pessoa se atrevió, con el dolor que eso arrastra, a dar nombre a las voces que gritaban en su cabeza. Las hizo poesía, se negó a la terapéutica, auto conmiserativa y melodramática “sensual” voz que la mayoría de los poetas plasman, él no, él lanzaba cuerpos desde el abismo y los oía caer, cantando el nombre de cada uno hasta agotar la garganta. En el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, exponen Pessoa, todo arte es una forma de literatura, inspirada en la frase de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos del poeta. Conocerse a uno mismo nos fragmenta, y saber que esos otros existen es la “llave de la puerta del ser”, como dice Pessoa, que nos dará la comprensión del mundo, la noción de “las horas indecisas en las cuales mi vida parece de otro”. Otro, ese, que no se calla, ese, que existe, es nuestro y es

ALFILERES ARMANDO ALANÍS @elsaltillero

el yo, es el ser. La selección de collages, dibujos, pinturas, proyectos de murales, es de la época, y sin embargo, no llegan a la profundidad de la poesía de Álvaro de Campos o de las voces que Pessoa llevaba dentro. Es el efecto curatorial de un tema que no alcanza a mirarse en las obras. La experiencia es una fractura entre forma y contenido. Las obras son interesantes y logradas en la mayoría, los autorretratos de Mario Eloy y de José Almada de Negreiros, las escenas críticas de Julio dos Reis Pereira, de colores potentes, rostros grotescos, cercano al expresionismo; las decoraciones del cine San Carlos de Madrid de Amadeo de Souza Cardoso, son representativas de una época y evocan una estética pero no reflejan la relación con Pessoa. Los individuos que crean para sí mismos, lejos de la continuidad temporal, que no están obsesionados con ser de “su época o de su tiempo” se adueñan justamente del tiempo, Pessoa estaba dialogando en su interior, y a pesar de ver el mundo, de adjudicarle una terminología que él inventó, no era esclavo reactivo de esa

Retrato de Pessoa

actualidad. La diferencia entre las obras expuestas y Pessoa es de visión del mundo y del tiempo, el poeta habla desde “la realidad terrible” de este “horrible ser que es haber ser” y la decoración del cine o los bocetos de Sonia y Robert Delaunay, están en otra exposición. Efectivamente, “todo arte es una forma de literatura”, y todo arte debe tener poesía, esta exposición ilustra un relato, y Pessoa, él sigue solo. L

La mariposa no recuerda que fue gusano. FRANCISCO DE GOYA

La estética de la insumisión ARTES VISUALES

L

a muestra Sublevaciones, curada por el historiador del arte y filósofo francés Georges Didi–Huberman, que se presenta en el MUAC, revitaliza la idea del Eros en la vida cotidiana. Las más de 250 piezas que la integran aluden al concepto de “levantamiento”, que va desde lo físico, pasando por lo espiritual, hasta lo teórico, lo reflexivo, lo afectivo, lo irracional. Levantamientos que incitan a imaginar el futuro. El espectador deambula por un recorrido histórico transversal, que además de presentar una cronología visual, política y estética de lo que implica, provoca, origina, significa la acción de sublevar, potencia la reflexión. Es una puerta a la filosofía. Quizá para algunos resulte una exhibición meramente ilustrativa de las ideas de Didi– Huberman, y en un sentido lo es; sin embargo, la posibilidad de transitar visualmente un libro se antoja y resulta enriquecedor. Tal vez para otros se sirva del museo como un vehículo pedagógico. Lo atractivo es la provocación. No hay manera de no salir tocado. Más allá de ideologías, la confrontación visual con los

MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

manuscritos, documentos, pinturas, dibujos, grabados, fotografías y películas de distintas épocas, tesituras, texturas y latitudes, clasificados en cinco ámbitos —Elementos, Gestos, Palabras, Conflictos y Deseos—, nos hacen levantar la mano y mirar al otro. Sí, podría verse solo por los momentos históricos o por las referencias a una sede: el curador reedita la lista de obra de acuerdo con el lugar que la acoge. En este caso, Didi–Huberman sumó a piezas hermosamente perturbadoras, como los grabados de Goya, Ritmos primarios, la subversión del alma de Hugo Aveta, Máquinas de palabras de Bernard Heidsieck, el manifiesto estridentista, los papalotes de los 43 desaparecidos de Francisco Toledo y la Toma de la Finca Liquidámbar de Omar Meneses, entre otras, que hablan de los impulsos de libertad locales. Aunque el espectador podría olvidarse de las cédulas y abandonarse a la contemplación para toparse con piezas que captan la belleza del acto de sublevarse como La mesa flotante de Roman Signer, El quijote de la farola de Alberto Korda o Fácil de recordar de Lorna Simpson,

Los caprichos (fragmento)

mirar la necesidad de hacer arte como rebeldía, de asumir la insumisión como una dinámica para inventar otros no y otros sí. Sublevaciones es una exposición y una posibilidad. Es un texto que plantea ideas audaces, de esas que Goethe nombraba “piezas de ajedrez” que “pueden ser vencidas, pero también pueden iniciar una partida victoriosa”. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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× C É S A R

A N TO N I O

ANTESALA

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FOTOTECA ROGERO

M O L I N A ×

En el vagón de Birkenau Este poema pertenece a Calmas de enero (Tusquets, España, 2017), que funde los paisajes naturales con la ausencia

A

l fin me encontré contigo después de tantas vidas en medio de los raíles cruzados. ¿Cuánto tiempo pasó desde que estuviste aquí viva una mañana? Forma gemela creada tan solo de ausencia. No conozco más que fragmentos sueltos de ti. Destellos de pájaros en los abedules. Restos en las ventanillas de los trenes. ¿Quién eras? ¿Hacia dónde te dirigías? Busqué en el vagón vacío y ya nadie estaba allí dentro. Y las zarzas me impidieron salir.

×EKO×EX LIBRIS×NOCTURNO DE BUJARA×

Paz: crítica y compathia BICHOS Y PARIENTES

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JULIO HUBARD

ctavio Paz siempre desconfió de sí mismo. Mucho más cercano a la vieja idea de virtud que al brumoso narcisismo, eminente desde los románticos. La ética antigua, que corre desde Sócrates hasta el siglo XVIII, operaba con una ecuación: la virtud es conocimiento y el conocimiento genera virtud. Y este orden del juicio requiere que la verdad sea exterior al sujeto: cosa del mundo, cosa de todos. Los románticos exacerbaron el valor de la subjetividad. De pronto, alguien podía considerarse virtuoso a sí mismo por su pura fidelidad a sus propios sentimientos e ideas; el necio podía mandar el mundo al diablo y alucinar su identidad como perfección ética. Paz siempre supo que estaba roto. Su primer recuerdo, dice en Itinerario, es de aquella casona de Mixcoac, poblada de fantasmas, donde un niño solo sufre un dolor que “no es una herida, es un hueco... Y descubriste tu ausencia, tu hueco: te descubriste. Ya lo sabes: eres carencia y búsqueda”. Y eso es su obra toda. La crítica y la autocrítica comienzan desde el propio cuerpo, ya en la oquedad del niño y su temor, ya en el padecimiento del hombre viejo, cuando “la no invitada, la enfermedad, golpeó a mi puerta”. Paz comenzó buscando la “raíz del hombre”. Necesariamente hallaba una amenaza en todo aquello que convirtiera a la persona en “un instrumento de sus instrumentos”. Como muchos filósofos y pensadores, criticó la tecnología: nos enajena, nos cosifica, anquilosa nuestra percepción y apaga la inteligencia. Veía la técnica como una expresión de la voluntad de poder. Pero a los 80 años, enfermo, se sometió a una operación complicada: con una vena de un muslo, los médicos reconstruyeron sus arterias coronarias. La tecnología salvó su vida. Tenía que escribir el prólogo del tomo 10 de sus Obras Completas. Lo tituló “Nosotros: los otros”, y repitió lo único que supo hacer: cuestionarse, dudar de sí mismo, buscar un entendimiento que depende del mundo, no la confirmación de una acobardada identidad: “con frecuencia he señalado, en mis escritos, los peligros de la beatificación de las ciencias y, sobre todo, de la tecnificación del mundo”. Pero había ignorado otra versión de las cosas: la tecnología le salvó la vida y, mientras se hallaba como objeto de los objetos (un cuerpo sostenido por tubos y máquinas), pudo ver el cuidado humano de los profesionales y, mucho más, el afecto de sus seres cercanos y el amor de su mujer. “Y llamé a este sentimiento, para distinguirlo de la usual simpatía, desenterrando una palabra que usó Petrarca: compathia”. L

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LABERINTO

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Orhan Pamuk

“Escribir es como cavar un pozo con una aguja”

De visita en España para promover su más reciente novela, La mujer del pelo rojo, el escritor turco habló sobre su inclinación por la soledad creativa y las viejas leyendas que terminan incorporándose a la realidad ENSAYO VÍCTOR NÚÑEZ JAIME/ MADRID

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iempre que viene a Madrid, Orhan Pamuk se da tiempo para visitar el Museo del Prado. Le echa un vistazo a alguna de las exposiciones temporales y a la colección permanente, pero acostumbra pasar un buen rato delante de los cuadros de El Bosco. “Me gusta mucho El Bosco, es increíble. Lo miras y lo admiras, es inevitable”, dice el Nobel turco cuando sale de la fascinación que lo envuelve al contemplar el paraíso y el infierno, los delirios y enigmas, las bestias y ninfas, la vida y la muerte, el sarcasmo y lo grotesco, el bien y el mal, el premio y el castigo, el placer y el tormento que componen la imaginería vertida por el misterioso artista holandés en las catorce obras que conserva la pinacoteca española. Antes de ser escritor, Pamuk fue pintor. Sus padres le cedieron un departamento en el que guardaban muebles viejos y él se puso a trabajar ahí con sus lienzos y pinceles. Recorría Estambul con una cámara, tomaba fotos de sus calles, de sus ruinas, de las orillas del Bósforo, del contraste de sus barrios y sus habitantes y luego, basándose en ellas, hacía “cuadros impresionistas”. O eso pretendía porque, en realidad, lo que pintaba era bastante naíf: ingenuo, espontáneo, de colores encendidos, ajeno a los conocimientos técnicos y teóricos de cualquier escuela artística. Este hombre introvertido, criado en una familia pequeñoburguesa (“un escritor es siempre prisionero de su clase, de su tiempo y de sus costumbres, pero lo bueno es que a través de la literatura, ya sea escribiendo o leyendo, uno puede trascender estas limitaciones”), había estudiado arquitectura y luego periodismo, sin llegar a ejercer ninguna de las dos profesiones. Tenía 23 años cuando, aferrado a encontrar su “verdadero camino”, se encerró a escribir. Tardó un lustro en publicar su primer libro pero, a partir de entonces, ya nada lo detuvo. Casi tres décadas después de aquel primer “encierro creativo”, la Academia Sueca lo llamó para anunciarle que había ganado el Nobel por trabajar en la “búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal” y por “haber encontrado nuevos símbolos para reflejar el choque y la interconexión de las culturas”. Pamuk tenía 54 años y a esa edad se consolidó como “el escritor de Estambul que con sus libros logra comunicarse con todo el mundo”. Hace unos días llegó a España con su décima novela bajo el brazo. Se llama La mujer del pelo rojo (Literatura Random House), publicada en Turquía en 2016, y en sus páginas se encuentra vertida una mezcla de fábula, relato mitológico y tragedia contemporánea que explora Oriente y Occidente a través de dos de sus mitos fundacionales: el Edipo Rey de Sófocles (donde un hijo mata a su padre) y el Shahnameho Libro de los Reyes, del poeta persa Ferdousí (en el que un padre mata a su hijo).

En 1989, cuando Pamuk estaba terminando de escribir El libro negro, se dio cuenta de que al lado de su casa un par de trabajadores cavaba un pozo. No utilizaban una máquina sino pico y pala. Trabajan todo el día de manera intensa y por la noche veían una vieja televisión portátil conectada a una fuente de energía. De día el maestro pocero daba la impresión de ser un tirano con su ayudante y de noche parecía un padre que le contaba cuentos a su hijo. Una vez tocaron la puerta del escritor para pedirle agua y, a partir de ese momento, entablaron cierta amistad. Así que cada que se veían, el futuro Nobel se interesaba por las historias personales de los obreros y por los métodos, herramientas y habilidades con las que desempeñaban su trabajo. Más tarde conoció a un hombre que daba mantenimiento a los pozos de agua de varias mezquitas, quien le contó que, cuando se sumergía en ellos para limpiarlos, encontraba objetos, monedas, incluso armas que, seguramente, escondían historias. Los detalles de lo que le dijeron esas personas se quedaron almacenados en su memoria y brotaron tiempo después, cuando se estaba documentando para escribir Me llamo Rojo y leyó aquellas leyendas antiguas que giraban en torno al parricidio y fi licidio. Entonces supo que un día relacionaría esos relatos con el maestro pocero y su aprendiz. Se demoró más de lo que esperaba, pero en otro de sus “encierros creativos” logró construir una fábula que, conforme avanza, se convierte en una historia moral sobre el Estado, la ética y la familia. Todo comienza en el Estambul de 1985, cuando un muchacho se va a trabajar con un pocero para ganar el dinero que le permita pagarse un curso antes de ingresar a la universidad. Mientras tratan de encontrar agua, nace entre ellos un vínculo casi paterno–fi lial que comienza a alterarse cuando el chico conoce a una misteriosa mujer de pelo rojo, actriz en una compañía de teatro ambulante, que se convertirá en su primer amor y determinará su destino. Porque, según el autor, “cuanto más las leemos, cuanto más creemos en ellas, las viejas historias y leyendas acaban ocurriendo en la vida real”. Un día antes de presentar esta novela en Madrid, Orhan Pamuk dio una conferencia de prensa en Barcelona para “evitar dar entrevistas”. Llegó a Madrid. Después de comer se fue al Museo del Prado y, a última hora de la tarde, entró a la Fundación Telefónica, en Gran Vía, para mantener un encuentro con sus lectores. “Soy mejor escribiendo que hablando. Pero, en fi n, aquí estamos”, dijo al sentarse en una silla sobre el pequeño escenario de un auditorio atiborrado de gente. Vestía traje negro y camisa blanca, sin corbata, y durante poco más de una hora habló en un inglés aderezado con sonrisas tímidas.

En el verano de 2006, apenas unos meses antes de que le dieran el Nobel, la escritora Rosa Montero fue a entrevistarlo a Turquía y se encontró con un hombre “alto y delgado, de huesos elegantes, con penetrantes ojos verdes tras las gafas metálicas, refunfuñón, impertinente e irritable. Al menos, a ratos. Este espléndido escritor tiene un carácter racheado y mudable, como de tormenta veraniega. De pronto ríe a carcajadas, bromea, resulta cercano y seductor. Y de pronto se convierte en un hosco gruñón”. Nada parece haber cambiado en este profesor de la Universidad de Columbia que se define como un “musulmán cultural”, y que pasa la mitad del año en Nueva York dando clases, y la otra en Estambul, escribiendo. Su incomodidad ante el público y la volubilidad en el tono de lo que dice refrendan al “hosco” que conoció Rosa Montero. Quizá ese carácter se deba a que a lo largo de su vida se ha empeñado en ser un solitario. “Para llegar a ser escritor se necesita, antes que la paciencia y el esfuerzo, el impulso interior que nos hace huir de las multitudes, la vida social, las cosas cotidianas que todos comparten, y encerrarse en una habitación”, dice sobre sí mismo el hombre que pasó cinco años con guardaespaldas tras las amenazas que recibió por denunciar las persecuciones históricas de armenios y kurdos y la falta de libertad de expresión en Turquía. Dijo Pamuk en la presentación madrileña de La mujer del pelo rojo que siempre había querido hacer una novela corta. “Pero siempre me han salido largas. Esta es la primera vez que creo haberlo conseguido”, especificó en referencia a que el libro no llega a las 300 páginas. Él le echa la culpa “a la edad”. Porque, asegura, a diferencia de sus primeras novelas, ahora no está interesado en promover ideologías sino situaciones que permitan entender a las personas, sociedades o momentos históricos. “Hoy mi trabajo se centra en escuchar la voz de esas personas y luego en componer una novela que vaya más allá de esas voces. Y al hacer esto sé que estoy comunicando. También sé que soy un artesano y no un artista y por eso tengo que trabajar mucho para conseguir tal o cual efecto narrativo. La verdad es que quisiera conseguir una escritura espiritual. Pero sé que solo soy un escritor sentimental”, expresó. Lo que no ha cambiado en el modo de hacer sus libros es la investigación que realiza antes de sentarse a escribir. “Desde mi primera novela suelo entrevistar a mucha gente para ambientar las historias. Hago muchas entrevistas. Voy a los mercados y converso con los vendedores, por ejemplo. Pregunto mucho. Es una labor periodística o antropológica o sociológica. Pienso que si uno quiere escribir novelas, tiene que ser un poco periodista e investigar mucho”, dijo el autor “adicto a hacer muchas fotos con el celular” y obsesionado con una escena de Ana Karenina.


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LITERATURA

ARCHIVO ORHAN PAMUK

El Premio Nobel de Literatura en una calle de Estambul

“Aquella en la cual la protagonista lee un libro. Y siempre me he preguntado: ‘¿qué libro estará leyendo Ana Karenina?’ Una vez se lo pregunté a unos sabios profesores de la Universidad de Harvard. Me dijeron que no lo sabían. Pues yo pienso que Ana Karenina está leyendo un libro llamado Ana Karenina; que lee su propia historia o que se lee a sí misma”. A media charla, el Nobel turco contó que siempre escribe con lentitud, sobre todo las primeras páginas de sus novelas. “Las reescribo hasta 50 veces. Pero noto que luego el resto me sale con mayor fluidez. Entre otras cosas porque lo que escribo suele llevar conmigo muchos años, como es el caso de este libro que ahora les presento”, arguye el hombre que creó un museo basado en una de sus novelas (El museo de la inocencia). “Para ser escritor hay que tener los valores del artesano: paciencia, respeto por la tradición, fortaleza. Escribir novelas es sentirse un atleta que está corriendo un maratón. Tienes que aceptar que esto es tu vida. Todo el mundo se está divirtiendo afuera en la calle, es sábado por la noche y la gente está de fiesta y tú estás solo en casa, escribiendo. No tienes que entrar en argumentos contigo mismo, diciendo: ‘¿Por qué no salgo? ¿Por qué no me divierto? ¿Por qué no vivo más?’ Uno tiene que tomar estas decisiones temprano en la vida. De alguna forma, ser un escritor es irse a un monasterio. Una vez que estas decisiones básicas de vida se han tomado, entonces hay otras cualidades que son importantes, como ser curioso y mirar cosas que nadie había mirado antes”. Ya en su entrañable y revelador discurso de aceptación del Premio Nobel (La maleta de mi padre), Pamuk dejó claro que “el secreto del escritor no es la inspiración, pues nunca se sabe de dónde viene, sino la obstinación y la paciencia. Hay una hermosa expresión turca, ‘cavar un pozo con una aguja’, y a mí me parece que fue inventada pensando en nosotros los escritores. Ser escritor significa observar con atención las heridas que llevamos dentro, sobre todo las heridas secretas de las que no sabemos nada, o casi nada, descubrirlas con paciencia, estudiarlas y sacarlas a la luz para luego asumirlas y hacer de ellas una parte consciente de nuestra escritura y nuestra identidad. Ser escritor es hablar de cosas que todos conocen sin saberlo. Descubrir este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, ofrece al lector el placer del asombro en el recorrido de un mundo que le es familiar”.

Es verdad que La mujer del pelo rojo no promueve una ideología, pero sí es una novela comprometida políticamente. Al publicarse en Turquía hace dos años, en medio de un (fallido) golpe de Estado contra el presidente Recep Tayyib Erdogan, Pamuk dijo que ojalá su libro sirviera “para hacer pensar a la gente por qué votan por los padres que aplastan a sus hijos”. Ahora, en España, subraya: “parece que a veces los novelistas somos profetas ingenuos, sin saberlo. Miren a mi país: el pueblo vota al padre que aplasta a sus hijos. Luego dicen que lo votaron sin saber quién era en realidad Erdogan y creen que eso los exculpa. Fíjense que, para Só­focles, no puedes escapar del destino. Por eso, después de matar a su padre, Edipo se siente culpable y se arranca los ojos. Pero nosotros, lectores modernos, entendemos que Edipo quiera ser individuo y le exculpamos. En la historia de Ferdousí sucede lo contrario: lloramos con el padre pero lo exculpamos y legitimamos así el autoritarismo, al Papá–Estado que ejerce su autoridad aplastando a sus hijos”. En Barcelona hubo Ser escritor significa quien le dijo que Cataobservar con atención luña se parece cada día las heridas que llevamos más a Turquía. “No es dentro, sobre todo las comparable. En España heridas secretas de las son, como mucho, 20 que no sabemos nada personas las que están en la cárcel por motivos políticos, pero en Turquía son más de 50 mil. Turquía está en una situación política terrible y tengo muchos amigos seriamente deprimidos con este asunto. Preferiría vivir en un país europeo en el que pudiera existir la libertad de expresión que en Turquía está desapareciendo”, afirmó. Pero la mujer pelirroja que da título al libro también es un símbolo. “Representa la voluntad de no someterse a las reglas. En la tradición literaria europea y occidental, ya sea en Shakespeare o en Sylvia Plath, las mujeres pelirrojas representan la rabia, la furia y la fuerza que no está bajo control. En mi región, sin embargo, no es habitual encontrar mujeres con el pelo rojo, así que teñirse de este color es una manera de decir que se es diferente y que no se aceptan las normas”, dice. También el pozo que marca la vida del protagonista tiene un significado: “el pozo es una metáfora recurrente en la literatura y, en este caso, simboliza la inuti-

lidad de la acción humana, del infinito quehacer de los hombres. Y también que puedes estar en la miseria más absoluta y, de repente, un chorro de agua que aparece te hace rico”. No es que Pamuk haya enterrado sus deseos y esfuerzos por ser pintor. Al contrario: no deja de echar mano de ellos para hacer lo que llama “novelas visuales”. Porque, según él, en la historia de la literatura existen dos tipos de escritores: aquellos que apelan más a la imaginación verbal (como Dostoievski y Shakespeare) y los que se dirigen a la imaginación visual (como Proust y Tolstoi). “Me expreso dentro de una atmósfera de visualidad, me gusta plasmar los sentimientos en una escena a través de objetos, haciendo un uso dramático de éstos”, dice. “En realidad, soy más tolstoiano; mis novelas son búsquedas para entender lo que es importante en la existencia: el matrimonio, la amistad, la identidad; algunos sentimientos básicos esenciales como los celos, el amor, el consuelo social. Esos son mis temas. Escribo más sobre civilizaciones comparadas, sobre cómo el corazón humano responde a los cambios culturales. Me centro en captar el sentido del alma a través de dosis de realismo. Mis personajes son posmodernos y caen en situaciones que permiten entenderlos”. Si Orhan Pamuk acepta tener encuentros con sus lectores es porque, de vez en cuando, le hacen elogios del tipo “señor Pamuk, mientras leía su novela me pareció estar viendo una película”. “Es un cumplido fantástico y yo escribo para recibir ese tipo de cumplidos. Porque lo primero que hago es utilizar imágenes para evocar las escenas en la imaginación de los lectores”. No obstante, todavía se da tiempo para pintar. “Y soy muy feliz cuando pinto. Pero cuando escribo me siento más inteligente, comprometido de una forma más profunda con el mundo, me siento parte del mundo y moralmente responsable. La satisfacción que me da la pintura es más ingenua. Cuando escribo estoy enfadado conmigo y con el mundo, porque no puedes cambiar el curso del mundo con palabras. Y te enfadas contigo mismo, le das la vuelta a las palabras, piensas en las consecuencias, piensas en la totalidad del mundo que quieres contar. Pero pintar es una felicidad instantánea. La felicidad de escribir es ver a largo plazo la creación de todo un universo”. L


LABERINTO

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ROGELIO CUELLAR

El Consejo Editorial de Plural. DE PIE, DE IZQUIERDA A DERECHA: Tomás Segovia, Gabriel Zaid, Marie-José Paz, Alejandro Rossi, José de la Colina y Salvador Elizondo. SENTADOS: Octavio Paz, Juan García Ponce, Michelle Albán y Kazuya Sakai

La vocación de Plural

El 19 de abril se cumplieron 20 años de la muerte del poeta y ensayista mexicano, autor de obras imprescindibles como El laberinto de la soledad y Piedra de sol. Lo recordamos con esta carta inédita que publicamos con la autorización de Marie-José Paz y que expone el talante de la revista mensual que animó a la cultura hispanoamericana entre 1971 y 1976 OCTAVIO PAZ Cambridge, Mass., a 6 de Diciembre de 1975

Querido Danubio:

A

l fin recibí su carta. Me refiero a la escrita a su regreso de Nueva York y fechada el 6 de Noviembre. Llegó mucho después que su segunda carta, la del 12 de Noviembre. Me intrigó el misterio y busqué en el sobre el sello del correo mexicano con la fecha de depósito y no había huella de sello alguno. Increíble. Estaba seguro de que su reacción ante Nueva York sería la que ha sido. Me alegra no haberme equivocado. Lo que usted me dice del simposio de Austin1 coincide con lo que me han contado otros participantes, entre ellos el mismo Rodríguez Monegal. Lo peor es que yo me apresuré a felicitar a Sakai y ahora no sé qué decirle (aunque él no tuvo la culpa de la mediocridad de ciertas participaciones y de la estridencia y chabacanería de otras). En fi n, tuve que darme unos cuantos golpes de pecho en señal de contrición y, sobre todo, tratar en lo futuro de no caer en esas trampas. Comprendo su impaciencia y su irritación —las erratas, los blancos innecesarios y todo lo demás que me callo. Por lo pronto, poco puedo hacer, salvo tomar nota para, a mi regreso en Enero, tratar de poner remedio. También lamento —si

son exactas las versiones que han llegado a mis oídos— las reacciones de los amigos del Consejo de Redacción. En general, quiero decir: casi siempre, se ha atendido a sus recomendaciones. La actitud de Segovia —lástima que no me haya tocado el tema durante nuestra larga conversación del sábado (me habló desde Nueva York, horas antes de tomar el avión)— es la menos justificable. Dele un vistazo al índice del año último y encontrará que Tomás no solo es el que ha colaborado menos veces en la revista —3 veces contra 8 de Elizondo, 19 de Zaid, 15 de usted, 24 de Pepe de la Colina, etc.— sino que solo una vez nos dio una nota (y no sobre un tema sugerido por nosotros) mientras que yo escribí 18, Zaid 16 y Elizondo 7. Me preocupa que a veces nuestros amigos olviden la función de Plural —servirlos a ellos, sí, como escritores mexicanos que son, pero asimismo servir a la gente de nuestra lengua dándole un poco de conciencia crítica, o sea: de autoconciencia. La reacción de usted ante Nueva York fue reveladora: unos pocos días bastaron para disipar muchos prejuicios e ideas preconcebidas. Bueno, yo quisiera que, en cierto modo, Plural ejerciese una acción análoga, que fuese simultáneamente, un reactivo y un estimulante. El continente hispanoamericano (no sé si incluir a Brasil en este juicio) es extraordinariamente pobre en materia de ideas —y extraordinariamente rico de pasiones buenas y malas. No sé si nuestros amigos —no me refiero, claro, a Mario Vargas Llosa,

El Centro Cultural Bella Época exhibe Cartas de creencia, que ofrece un amplio muestrario de la correspondencia que Paz mantuvo con sus editores, colegas y amigos.


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DE PORTADA

sábado 21 de abril de 2018

RICARDO SALAZAR

Rossi o a usted- se dan cuenta exactamente de todo esto. Plural no es ni quiere ser una revista exclusivamente literaria ni tampoco puede ser el órgano de un grupo. Veo al Consejo de Redacción más bien como una suerte de conciencia crítica -de la revista mexicana misma tanto como de la cultura hispanoamericana. Cuando regresé a México, después de muchos años de ausencia, encontré que, por un fenómeno del que hemos hablado muchas veces, con varias excepciones (las de Rulfo, Reyes, Fuentes y la mía) los escritores mexicanos eran ignorados en su propio país. Por razones que tienen que ver más con la propaganda (el famoso “boom”), la política (el monopolio que ejerció la izquierda en los últimos quince años, de los instrumentos de difusión cultural) y la envidia (el “ninguneo” mexicano) se desdeñaba o disminuía lo que se hacía en México. Por eso, desde el principio, busqué la colaboración de los amigos del Consejo y de Pacheco, Arreola (que nunca nos dio nada), Rulfo, Sabines y muchos otros más. En este sentido, Plural sirve a los escritores mexicanos -especialmente a los del Consejo- pues difunde su obra y la valora. Al mismo tiempo, gracias al Consejo, la revista enraiza en México y sostiene una relación viva con la cultura mexicana. Por último, si la revista abre a los mexicanos los públicos de otros países -es increíble que Elizondo o García Ponce no se den cuenta de que Plural llega, así sea mal, a lugares y gente que nunca alcanzan sus libros, mal distribuidos por Mortiz- es normal también que abra a escritores hispanoamericanos, españoles y europeos el público de México. Las disensiones entre Sakai y el Consejo se deben no solo a incompatibilidades temperamentales -aunque estas cuenten mucho- sino a esta doble perspectiva, nacional e internacional. En fin, ya hablaremos a mi regreso. No sé si se haya enterado de que murió Hannah Arendt. ¿Leyó usted The Human Condition. The Origins of Totalitarism, su memorable ensayo sobre Heidegger? Libros admirables y valientes. En Plural publicamos, hace unos años, un artículo de Celso Lafer sobre ella. Enterado e inteligente pero no inspirado. Creo que deberíamos dedicarle una letrilla. ¿Quién podría escribirla? ¿Usted? Le envío un recorte de The New York Times. Puede serle útil. Le envío también un texto de María Zambrano. Primero hay que pasarlo en limpio -con mucho cuidado: es endemoniado. Sonia o Rojas pueden hacerlo pero le ruego a usted que lo revise. Después, habrá que “editarlo”. Estamos autorizados por ella. María es sibila pero ya sabe usted que los númenes no respetan la sintaxis. Otra súplica: anuncien la próxima publicación de ese texto. Gracias… Empecé con el correo, termino con él. Plural tarda tres meses en llegar a Nueva York, es decir, a las librerías que lo venden. ¿Qué pasa? Por favor, hable con Ana María -salúdela con afecto de mi parte- y pídale que aclare este misterio. La distribución que nos hace Rojas de la revista -hable con él también- es de otro orden; no hay semana que no reciba una queja: Spender, Vogt, Marichal, qué sé yo. Una vergüenza… Otro sí: ¿le escribieron a Caillois pidiéndole permiso para publicar su artículo? Si no lo hicieron, háganlo. Gracias. Y un abrazo. Octavio. AL CALCE:

Perdón por el tono apresurado y perentorio del final: no tengo mucho tiempo libre. Me imagino que habrán remitido la carta que, ignorando su dirección, envié a Plural: a Montes de Oca, Zaid, Isla, Vallarino… L 1

El simposio de Austin, dedicado a las artes plásticas de América Latina, formó parte de las actividades en torno a una muestra de pintura latinoamericana que organizaron Plural y la Universidad de Texas, en Austin, en octubre de 1975.

UN HOMBRE EN PIE DE GUERRA DANUBIO TORRES FIERRO

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n una vida —la mía propia— llevada en régimen de intermitencias, Octavio Paz apareció, desapareció y reapareció varias veces. Pero el Paz con el que la doble relación amistosa y profesional se dio más cercana y que más me tocó fue el Paz de los años 1975 y 1976. Eran, sin que lo supiéramos, los años últimos de Plural, la revista en la que ocupé el cargo de Secretario de Redacción hasta que una tarde, cargada de nubes, debimos abandonar sus oficinas de la avenida Reforma, número 18, cargando cajas de cartón que atesoraban originales y correspondencias. Plural fue una verdadera hazaña intelectual, y fue también un parteaguas ideológico y político en la historia de México, de América Latina y de España, y por extensión de las áreas norteamericanas y europeas vinculadas a esas geografías nuestras. “Se trata de una revista que busca disipar prejuicios e ideas preconcebidas. Yo quisiera que fuera, simultáneamente, un reactivo y un estimulante”. Así resume Paz en una carta que me dirige, fechada el 6 de diciembre de 1975. Es una carta que aquí se publica íntegra; en ella, y como podrá comprobarse en su lectura, se trazan las líneas centrales de la revista y se hacen consideraciones sobre la relación interna con quienes integraban su Consejo de Redacción. Se trata de un documento excepcional. Hombre de pie siempre, y hombre en pie de guerra permanente, Paz transmitió esos dos rasgos distintivos suyos a la revista: polémica, replicadora, sin miedos, Plural fue una revista de su tiempo, para su tiempo y contra su tiempo. Paz también le transmitió su rigor, su curiosidad y su claridad intelectuales, empleados de tal modo que hacían de la oportunidad periodística, del favor razonador y de la audacia mental unas virtudes eléctricas. Paz, en efecto, y en este sentido, parecía firmar todos y cada uno de los textos que se publicaban, que se trasmutaban entonces en prolongaciones de sus intereses, su temperamento y sus análisis. Así, la revista liquidó tabúes, renunció al totemismo, aireó la plaza pública. Y más: revalorizó las tradiciones heredadas, defendió un gusto estético propio que se originaba y se rehacía en las vanguardias (un punto éste capital por entonces, cuando la modernidad muy siglo XX intentaba convertirse en posmodernidad) y dio a conocer, con igual impulso eficaz, lo que era de aquí, nuestro, y lo que venía de allá, ajeno pero también muy nuestro. Allí Kazuya Sakai, el argentino japonés, y Vicente Rojo, el español mexicano, dieron una batalla por

hacer que el diseño gráfico fuera novedoso, y para poner al día el debate de las artes plásticas. La revista difundió, un mes sí y el próximo también, con una didáctica de andadura galvanizadora y subversiva, que por sí misma parecía portar una suerte de arte poética echada a andar a cada treinta días, las ideas que formaban el paisaje de una época y las figuras que lo exponían. Era una revista, por cierto, que al golpear en su inteligencia y en su capacidad de sorpresa al lector, lo desadormecía y lo enaltecía: lo estimulaba. Una visión del mundo a la vez íntima, vinculada a las emociones creadoras subterráneas, se codeaba en sus páginas con una visión social, de resonancias políticas ecuménicas, y con una visión diríase que espiritual, apegada a unos trasfondos morales vicarios. Aupado en esos pedales, se establecía un pacto efectivo entre el lector (un lector de clases medias instruido y ávido, que por esos tiempos tanto acompañó a las manifestaciones del boom literario hispanoamericano y tanto influyó en la formación de un civismo militante y participativo) y las palabras destinado a poner un nombre a, y un orden en, la furia de las pasiones y el ruido de la realidad. Dije al comienzo de este texto que el Paz de los años 1975 y 1976 fue el que más íntimamente me tocó. Ofrezco dos pruebas de nuestra mutua cercanía. En cierta ocasión, le pregunté qué razones lo habían llevado a escogerme como Secretario de Redacción de Plural, su respuesta rápida fue: “Porque usted es un extranjero, no está comprometido con los locales y tiene por tanto una distancia saludable, que juega a su favor”. La segunda prueba. Una tarde, en su apartamento alto, encristalado y luminoso de la calle Río Lerma, al preparar el índice de un número próximo de la revista [“¿Dónde diablos está esa nota sobre las traducciones de Mallarmé de los brasileños que Tomás Segovia nos prometió?” “Vea aquí: el artículo que le pedí antier a Carlos Fuentes ya llegó: ése sí es un verdadero escritor”. “Danubio: no se olvide que tenemos que publicar dos o tres ensayos extraordinarios de Auden, desconocidos en español, y las reflexiones de Pierre Reverdy sobre poesía y política”], aquella tarde, entonces, Octavio me miró a los ojos, acaso con un fondo de censura por un motivo equis, y me dijo: “Acuérdese: una reseña, una nota, un comentario, tienen que ser, ante todo y sobre todo, una pieza literaria”. ¿Cómo olvidar —me digo ahora, a tantos años de distancia— el consejo y cómo olvidar a Paz? L


EN LIBRERÍAS

sábado 21 de abril de 2018

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LABERINTO

Jorge Volpi

“No hemos creado un sistema de justicia confiable” Una novela criminal, a medio camino entre el periodismo y la literatura, explora los agujeros negros que tachonaron el proceso contra Israel Vallarta y Florence Cassez LEONARDO DOMÍNGUEZ

ENTREVISTA GUADALUPE ALONSO CORATELLA

C

ontar de otra manera una historia, abordarla desde todos los ángulos posibles, hilvanar testimonios, declaraciones, iconografía, material audiovisual, en suma, aventurarse en una investigación exhaustiva, fue el objetivo de Jorge Volpi cuando se dio a la tarea de escribir Una novela criminal, con la que obtuvo el Premio Alfaguara 2018. Ha pasado más de una década desde el día en que la sociedad pudo ver cómo las dos cadenas principales de la televisión mexicana, Televisa y TV Azteca, transmitían en vivo la llegada de un comando policiaco a una casa en Cuernavaca para liberar a tres rehenes y a sus secuestradores. Fue a través de estas imágenes inauditas como nos enteramos de que Israel Vallarta y Florence Cassez eran una pareja de plagiarios pertenecientes a lo que más tarde se dio a conocer como la banda del Zodiaco. Sin embargo, aquel operativo no fue sino una puesta en escena montada por la policía y los medios de comunicación. El hecho sacudió al país, en ese entonces sumido en una crisis de seguridad. Este es el núcleo de la historia que relata Jorge Volpi. Esta novela documental o novela sin ficción, como él la describe, es muy diferente a su trabajo anterior. Se inserta más en el género periodístico, a la manera como Truman Capote configuró A sangre fría. “Él acuñó el término non fiction novel, un género raro”, afirma Volpi, “que está a medio camino entre el periodismo y la literatura. Hay quien puede decir que es periodismo narrativo, un reportaje muy largo. A mí no me lo parece, no tengo formación de periodista, y con este trabajo traté de utilizar las herramientas que uso en lo literario para darle coherencia narrativa”. Volpi observa las irregularidades en el caso Vallarta– Cassez. Intuye que hay una historia que podría contarse de otra manera. En adelante, se da a la búsqueda de los protagonistas: los acusados, los fiscales, las víctimas, parientes, líderes de opinión y diplomáticos; revisa los 20 mil folios del expediente, el material que se ha publicado, y convierte el enorme caos de esa investigación “en una historia más o menos coherente. Y digo más o menos porque sigue habiendo muchas lagunas e irregularidades difíciles de subsanar”, apunta. Los hechos suceden a finales de 2005. El jefe de la policía, Genaro García Luna, decide hacer un montaje ante los medios para mostrar la eficacia de los mandos policiacos. “Unos meses después, en febrero de 2006, las periodistas July García y Denise Maerker, revelan que hay irregularidades entre los testimonios de los policías y lo que vimos en televisión. Se asienta que a Florence e Israel no los detienen en esa casa, sino en la carretera. Denise Maerker invita a García Luna a su programa y él inventa una segunda mentira para ocultar la primera. Asegura que hubo una recreación de los hechos, que como a Florence e Israel se les detiene cuando regresan a la casa, la prensa les pide repetir el operativo. Eso es escandaloso desde cualquier punto de vista, y es una mentira. A partir de 2006, el caso se complica. La intervención de las autoridades diplomáticas en defensa de Cassez hace que

el caso llegue hasta el Palacio del Eliseo, donde Nicolas Sarkozy toma la estafeta. “Cuando se da el giro diplomático, Sarkozy tenía razón en defender a una ciudadana francesa pero su intervención fue desproporcionada. Cuando el gobierno mexicano había manifestado su decisión de entregarla para que cumpliera su condena en Francia, llega Sarkozy convencido de que debe ayudarla, rompe todo protocolo y termina enfrentado con el presidente Calderón. Las consecuencias fueron graves para la familia de Israel Vallarta, porque a raíz del enfrentamiento viene un segundo montaje donde es detenida parte de su familia con el único objetivo de probar que Florence era la jefa de la supuesta banda del Zodiaco”. El impacto mediático caló en la opinión pública. Hubo consenso de la culpabilidad de la francesa, no obstante que algunas voces, como la del periodista Héctor de Mauleón, consignaron las contradicciones contenidas en el expediente. “Con el enfrentamiento entre Calderón y Sarkozy, los medios afines al gobierno mantuvieron las mismas mentiras del origen, creando una opinión pública muy adversa hacia Florence e Israel. En México se sigue creyendo que ella es culpable aunque salió de la cárcel; que Israel es culpable si bien no ha sido juzgado; incluso, que la familia de Israel es culpable, aunque tres de sus miembros fueron absueltos”. Una novela criminal deja al descubierto la precariedad y los vicios del sistema de justicia mexicano, así como el largo camino

que aún queda por recorrer en relación a los derechos humanos. “Esperaría que los lectores se indignen tanto como yo frente a nuestro sistema de justicia”, dice Volpi, “un sistema que no funciona, que está mal concebido, mal implementado, donde la corrupción todo lo permea, donde los poderosos se salen con la suya, y donde la tortura es una práctica habitual. Si frente a esto no nos escandalizamos, estamos indefensos frente al poder criminal o el de las autoridades”. Para Jorge Volpi, el Premio Alfaguara contribuye a que su libro llegue a otros lectores en otros países. “Esto alentará la discusión de un tema central, no solo por la historia que cuenta sino por el retrato que hace del país”. Ese retrato no se limita a las páginas de este libro. Volpi se ha ocupado, desde diversos foros, de reflexionar sobre temas coyunturales en la vida política y social de los mexicanos. “Si miramos hacia el pasado, ¿qué claves nos podrían ayudar a entender el presente?”, le pregunto a Jorge Volpi. “Las claves”, responde, “están en la falta de construcción de instituciones sólidas, incluidas las de justicia. Desde la Revolución, no hemos sido capaces de crear un sistema de justicia confiable, transparente, independiente”. Integrante de la generación del Crack, Volpi caminó al paso de una sociedad en plena transformación. “En el 68”, comenta, “se vivía un régimen autoritario que se convirtió en una dictadura. Al menos durante unos meses fuimos esa dictadura. Los temas centrales eran la falta de derechos, la falta de ciudadanía, que se han ido construyendo a lo largo de estos 50 años. Casi todos los movimientos posteriores consideran al 68 como el origen simbólico de las luchas que vienen a partir de entonces”. L


MILENIO

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sábado 21 de abril de 2018

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EL VENDIDO PAUL BEATTY Malpaso España, 2017 333 pp. Novela ganadora del Premio Booker 2016 por sus innegables méritos tragicómicos y su estilo que homenajea la sátira de Swift y Twain, El vendido narra la historia de un hombre que se encamina al tribunal para responder por dos acusaciones truculentas: reinstaurar la segregación racial en las escuelas de Dickens, un nebuloso suburbio de Los Ángeles, y por esclavizar a uno de sus vecinos, quien en sus años mozos fue parte del elenco de la serie televisiva La pandilla. Estamos ante una crítica feroz del progresismo blanco, la corrección política y las buenas intenciones.

TRILOGÍA DE LA GUERRA AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO Seix Barral México, 2018 493 pp. El peñasco de San Simón, “que no mide mucho más que tres estadios de futbol”, fue utilizado como campo de concentración para quienes se habían opuesto a los golpistas de la Guerra Civil española. Vietnam, ya sabemos, fue la tumba del orgullo estadunidense. Las costas de Normandía fueron la puerta por la que habrían de ingresar las tropas que remacharían la derrota del nazismo. Son tres lugares, tres momentos, en los que se adentra Fernández Mallo para pintar un fresco impredecible sobre la guerra.

RELATOS PATRICIA HIGHSMITH Anagrama España, 2018 879 pp. Este volumen reúne cinco títulos fundamentales de quien es considerada “una de las escritoras más originales y perturbadoras de la narrativa contemporánea”, y creadora del célebre Tom Ripley, ese lobo con piel de oveja capaz de cometer crímenes perfectos. Once, Pequeños cuentos misóginos, Crímenes bestiales, A merced del viento y La casa negra son los libros incluidos en este tomo que seguramente el lector agotará de principio a fin casi en un parpadeo, porque el estilo de la Highsmith es definitivamente hipnótico.

NO ERAN LETRAS, ERAN HORMIGAS ARNOLDO KRAUS Sexto Piso México, 2018 267 pp. La enfermedad, los desórdenes físicos, la muerte y los pabellones médicos gobiernan este volumen de relatos breves que, sin embargo, ha sido bendecido con el buen sentido del humor. Entre dolores o ganas de acabar de una vez por todas con la vida, hallamos, de pronto, pasajes como éste: “Hay personas a quienes les urge terminar. Escribir punto final les brinda paz y sosiego. Seguridad, certeza y experiencia conforman su radiografía. Tienen poder autoritario”.

GENERACIÓN LÍQUIDA ZYGMUNT BAUMAN Y THOMAS LEONCINI Paidós México, 2018 113 pp. Bauman le llevaba 60 años a Leoncini. El dato se vuelve relevante porque en este libro póstumo escrito a cuatro manos, subtitulado Transformaciones en la era 3.0, se abocan al análisis de los millennials. El asunto de las generaciones se basa en los conceptos de “continuidad” y “discontinuidad” que, escribe Leoncini, de acuerdo con Bauman es la relación “que genera el presente y generará el futuro”. Se estudian tres transformaciones: en la piel, de la agresividad, y sexuales y amorosas.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

EL ÚLTIMO DÍA DE SEPTIEMBRE

Alejandro Badillo Libros Magenta/ Gobierno del Estado de Puebla México, 2017

La cuenta infame del azar ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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n una ciudad de la provincia mexicana, a la que arribó hace casi 30 años después del terremoto de 1985, un oficinista que lleva el escueto nombre de R se deja mecer por la rutina apenas rota por su afición a la escritura y a ver el mundo a través de la ventana. Sabemos también que su madre ha muerto de cáncer y que habita un departamento en un edificio que permanece inexplicablemente vacío. Solo un gato y una vecina huidiza rompen la monotonía. No hay más argumento en El último día de septiembre pero eso no tiene importancia porque su mejor atributo es la gestación sostenida de un lenguaje. No hablo de lirismo, ni de esa bestia que es el “aliento poético” —tan peligroso cuando se aparece como invitado en el cuento o la novela—, sino de un estilo que se hace de ritmos, sonoridades, sentidos múltiples, imágenes precisas: “Soy el hombre que se mueve en el pasado”; “Pensó que todo, en realidad, se evapora una vez ocurrido”; “La lluvia parecía un fi no polvo flotando en la ciudad”. En uno de sus estratos más profundos, El último día de septiembre es una novela sobre algunos estados del alma. Están ahí la pérdida —de una ciudad, de una madre, de un tanteo amoroso—, la sensación de no pertenecer por completo a nada, la soledad que se asume con sabia naturalidad, el presentimiento de que las cosas pueden siempre malograrse. Todos irradian de ese hombre que es R, del que solo cabe esperar algo de sexo e ilusiones con su vecina y unos cuantos sobresaltos cotidianos. Pero procuramos la suerte y desconfiamos del azar. Además de un lenguaje que responde a los dictados de la libertad creativa y de una sensibilidad por donde corre la incertidumbre, El último día de septiembre consagra su energía a proyectar una arquitectura de la cual dependen los hechos fi nales, inexplicables sin la mano del azar. Alejandro Badillo ha concebido una red de conexiones entre los hechos, entre los personajes, que se vuelve manifiesta a medida que el delgado argumento va tomando velocidad. Lo que parecía accesorio se vuelve central y los detalles que creíamos solo necesarios para trazar una atmósfera cobran un inusitado protagonismo. Llega así la hora en que esa red se extiende para revelar que no hay acción humana que no padezca la intromisión del azar. ¿Determinismo? Puede ser, pero nacido de una imaginación exasperada que equipara a lo minúsculo con el todo. Esa es, a fi nal de cuentas, una de las tareas de la literatura: hacer creer que todas las cosas pertenecen a un orden conjetural, abierto. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

José Álvarez

“Es difícil sobrellevar una esperanza vacía” Los ojos del mar lleva a cabo una reflexión acerca de la fe y el sentido de la vida a partir del duelo HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

ENTREVISTA

A

Hortensia, una mujer oriunda de Tuxpan, la persigue un pasado tormentoso. A fin de sanar viejas heridas, emprende un viaje por mar y tierra. El objetivo es recuperar testimonios y recuerdos de la tripulación de un barco pesquero que naufragó en aguas veracruzanas hace cinco años. En Los ojos del mar, el cineasta José Álvarez desarrolla una reflexión acerca de la fe y el sentido de la vida a partir del duelo. Con Los ojos del mar confirma que el misticismo y la fe son algunas de sus obsesiones.

Las prácticas de la fe han sido una de mis líneas. Soy hijo de una familia católica y discípulo de escuelas maristas, así que siempre las he tenido cerca. Cuando hablamos con Hortensia sobre la falta de consuelo para quienes perdieron a sus familiares en el naufragio, descubrimos que la paz nunca llegó; tan es así que por medio de los sueños crea un rito que toma forma a través de la película. En un plano más amplio, su película tiene relación con los desaparecidos en México.

Sin proponérmelo, el tema ha salido en muchas proyecciones. Los casos de desaparecidos están muy vivos debido a la guerra en la que estamos

sumergidos, pero también a la condición de muchos migrantes centroamericanos que no regresan. La pérdida de una vida es fuerte, pero cuando no cierras el ciclo por falta de certidumbre es aún peor. Inconscientemente, generas una falsa esperanza. Uno de sus entrevistados asegura que su hijo va a regresar.

Es muy difícil sobrellevar una esperanza vacía. Al principio pensé que encontraríamos una comunidad más arraigada en ciertas creencias católicas. Conforme desarrollamos la historia descubrí que la mayoría de los pescadores con quienes platicamos se quedaron en un limbo e, incluso, medio huérfanos de fe. ¿Por qué hacer del mar no solo un personaje sino un elemento con una carga simbólica poderosa?

Después de Canícula me quedé con un sabor veracruzano en la mente. Además, no había hecho ninguna película sobre el mar, de modo que se conjugaron dos líneas convergentes. Para quienes nos dedicamos a hacer películas el mar es una tentación; es un lugar con una carga simbólica importante por su relación con la naturaleza, pero también con mucha acción en sí mismo.

HOMBRE DE CELULOIDE

En términos de relación vida y muerte, permite cualquier cantidad de interpretaciones.

Ver a los peces sobre la plataforma del barco a la hora en que los pescan y ver a la muerte tan latente y visual tiende una analogía con la idea de que la muerte te puede pescar en cualquier momento. Hablamos de fe y religión, pero en su cine el chamanismo también es recurrente. ¿Por qué?

El misterio de las prácticas de la fe es casi infinito. Si analizamos a los huicholes o totonacas podemos llegar a un manto profundo que rebasa al dogma. Son sociedades que creen en lo que ven. Viven como si el fuego fuera el abuelo; el sol, el padre; y la madre, la tierra. Para algunas personas parecerá algo primitivo, pero creo que es algo palpable y sensorial. ¿Por eso su cine es más místico que antropológico?

Sí, pero Los ojos del mar va más allá de una cuestión mística. Hay algo que roza con el amor, que es algo muy espiritual, incluso con el amor roto producto de la muerte. Cuando ves a la gente tratando de comunicarse con sus muertos a través de un espejo u otros objetos, te topas con una dimensión más profunda e infinita. L FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

Heridas del individualismo

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esde la primera imagen sentimos curiosidad. Cámara vaga por el paisaje nevado, una suerte de escenario en el que irrumpe Alyosha, protagonista de Sin amor. En esta película Andréi Zvyagintsev continúa elaborando sus influencias: la literatura rusa. Esta primera imagen, por ejemplo, las tomas del bosque nevado en una mañana de noviembre, el río sin arrugas y el cielo azul, recuerdan el capítulo de Guerra y Paz en que el príncipe Andréi toma conciencia de que morir no debe ser tan malo. Además, el nombre del niño, Alyosha (diminutivo de Alexei), remite de inmediato al héroe de Los hermanos Karamazov. Si así fuera, la crítica a la sociedad contemporánea es doble. No se trata solo de que Sin amor esté haciendo un retrato descarnado

de este modernismo que, habiéndose quedado sin Dios, se quedó también sin amor; la referencia a Dostoyevski parece decir que incluso alguien con el corazón de Alyosha Karamazov estaría condenado a muerte en el posmodernismo que ciertos sectores de Rusia quieren importar directamente de Occidente. Porque aunque no sé con exactitud las ideas culturales de Zvyagintsev resulta claro por Leviathan (2014) y por Elena (2011) que lo suyo es levantar la voz en contra de la modernización individualista. Me da la impresión de que este director, como tantos otros, dentro y fuera de Rusia, dudan de las bondades de la libertad así entendida. No se trata solo de que Sin amor sea un exaltado discurso en contra del divorcio; el desamor va más allá: los padres trituran al hijo

Sin amor (Nelyubov). dirección: Andréi Zvyagintsev. guión: Oleg Negin, Andréi Zvyagintsev. fotografía: Mikhail Krichman. con Alexei Rozine, Maryana Spivak, Andris Keiss. Rusia, 2017.

solo porque les está quitando lo que entienden por libertad. La de tener amantes, beber y pasárselo bien sin tener que cuidar a un chico de doce años que, dice la mamá, “textualmente ha comenzado a oler como su padre”. Pero ¿vale la vida de un niño la libertad de su madre? Durante la escena más poderosa de la película ella orina mientras ofende al marido

que se quedó fuera del baño. Le habla de todo lo que dolió el parto, le pide que se lo lleve, le dice que el niño le ha destrozado la vida. Cuando sale la mujer descubrimos que el niño ha estado escondido allí mismo. Y su cara no es de alguien adolorido. La actuación de Matvey Novikov es tal que vemos que escuchar esto le ha abierto una herida que no cicatrizará. L


MILENIO

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Dales descanso eterno A 100 años de su muerte, Lili Boulanger (1893–1918) ofrece un mínimo acercamiento a la importancia de las mujeres en la música occidental HUGO ROCA JOGLAR @hugorocajoglar

VIBRACIONES

ESPECIAL

A Carolina Castañeda Van Waeyenberge

L

a presencia del órgano resulta siniestra. El movimiento de sus sonidos produce una sensación de angustia; se mueven de formas incomprensibles: ni retroceden ni avanzan, es como si se abrieran y cerraran, pero nunca terminaran por completar la apertura o el encierro. De su existencia incierta se desprenden ideas circulares y acuáticas: suaves vibraciones surgen y desaparecen sobre la superficie de nocturna agua estancada. Dos violines y el chelo construyen una homófona frase compuesta por tres largas notas cuya expresión tensa y sombría precede al lamento de la mezzosoprano: “Pie Jesus Domine/ doma eis réquiem” (piadoso Jesús, nuestro Señor/ dales descanso), resuena el canto oscuro de una mujer doliente. ◆◆◆ Lili Boulanger (1893–1918) es la primera mujer que ganó —en 1913, a los 19 años, gracias a su cantata Faust et Héléne para coro, orquesta y cantantes solistas— el Prix de Rome, máxima distinción que la monarquía francesa otorgaba a los músicos. El premio le granjeó un

Lili Boulanger

contrato con la casa editora Ricordi (la que publicó a Rossini y a Verdi) por el que se comprometía a escribir dos óperas. Para la primera, guiada por el impresionismo, escogió La Princesse Maleine de Maurice Maeterlinck, obra simbolista que narra la tragedia de una frágil princesa. Poco después de comenzar la escritura de la ópera, a Lili se le acrecentó un dolor agudo y punzante debajo del ombligo. La hospitalizaron en

DANZA

1917; al abrirle el estómago, los médicos descubrieron que su apéndice infecto había reventado. Removieron los pedazos y le pronosticaron seis meses más de vida. Lili murió el 15 de marzo de 1918 a los 24 años. Su muerte enlutó a la música francesa. Durante su funeral, celebrado en París en plena Guerra Mundial, la lloraron su maestro Gabriel Fauré, su precursora Cécile Chaminade, compositores de la geARGELIA GUERRERO

ESCENARIOS

neración anterior —como Gustave Charpentier, Charles Koechlin y Maurice Ravel— y sus contemporáneos Arthur Honegger, Francis Poulenc y Germaine Tailleferre. De su catálogo, que abarca 50 obras (escritas a lo largo de la década comprendida entre 1909, año de su ingreso al Conservatorio de París, y 1918), destacan D’un matin de printemps (1918) para flauta o violín y piano, el trío de cuerdas D’un soir triste (1918) y Pour des funérailles d’un soldat (1913) para barítono, coro y orquesta sobre un texto de Alfred de Musset. Varias de sus obras fueron destruidas por ella, como una marcha fúnebre para pequeña orquesta de 1916, y otras las dejó inconclusas, como su ópera (de la cual solo se conoce una escena completa). Mientras agonizaba, Lili le dictó a su hermana mayor, Nadia, su última obra: un Pie Jesus para mezzo, cuarteto de cuerdas, órgano y arpa. ◆◆◆ La oscura voz de la mujer doliente encuentra, al repetir la frase “dona eis réquiem”, cierto sosiego, pero la angustia en el órgano permanece estancada al fondo y las cuerdas de tres largas notas sombrías acentúan la sensación de asfixia. Hacia la mitad de la obra el ritmo se colisiona y los mismos acontecimientos suenan cada vez más suaves, cada vez más distantes. La mezzosoprano incorpora una palabra nueva en su canto: “sempiternam” (eterno), que provoca la inesperada aparición de un arpa. El órgano, tras la súplica por el descanso eterno en la voz humana, pierde sus colores y el vacío sonido de su pedal permanece vibrando, inexorable y absoluto, hasta que desaparece en la nada. L makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL

Romper los límites

E

l próximo 29 de abril celebramos el Día Internacional de la Danza. La fecha conmemora el nacimiento del coreógrafo Jean Jorges Noverre, quien hiciera de cada paso en las danzas de la corte un sistema y código que fueron las herramientas para articular el lenguaje que vio nacer a la danza clásica. La danza no nació en ese momento, pero significó que se convirtiera y desarrollara como un arte escénico. La bailarina designada este año para enviar el mensaje anual es la cubana Marianela Boán. En un mensaje breve, recuerda a todos el potencial que la danza posee como “gran antídoto para la locura de la humanidad”. Para Boán, la danza es la posibilidad de desarrollarse más allá de los límites “racionales” de las fronteras de los cuerpos y de las naciones, pues quien baila “toca al otro más allá de la piel”.

En un mundo en el que los cuerpos son violentados constantemente para enviar mensajes de dominio, subordinación y poder, los cuerpos que danzan se plantan en un contrarrelato que confronta la idea de sumisión e insisten una y otra vez en la posibilidad de liberarlo y construir otros modos, otros mundos. Los cuerpos que danzan individual y colectivamente son la experiencia viva que contagia la idea de habitar el cuerpo en todas sus posibilidades para tocar al otro, al que mira. Muchas personas que contemplan danza llevan la experiencia más allá del momento escénico y viven la necesidad de habitarse, liberarse y expresarse. Danzan. El mensaje de Boán cierra: “A cada desplazado, refugiado y exiliado del mundo, le digo: tienes un país que va contigo y que nada ni nadie podrá arrebatarte; el país de tu cuerpo”.

Ballet Ensamble de México

A partir del próximo 4 de mayo, en el Centro Cultural Los Talleres, comienza la temporada Danza Libre 2018. El título de la temporada sugiere precisamente la posibilidad de encontrarse con propuestas coreográficas independientes cuyos trabajos, emanados de procesos independientes y comprometidos, enriquecen e invitan a la reflexión

a través de diversas temáticas. Proyecto Finisterra, Ballet Ensamble de México y Homoescénico son parte de las compañías que presentarán sus trabajos en esta temporada. La danza no ofrece soluciones ni crea automáticamente mejores personas, pero abre la ventana de la imaginación más allá de las fronteras de la piel, el tiempo y el espacio. L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Menos burros TOSCANADAS

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al parece que el próximo secretario de Educación será Esteban Moctezuma. En una columna publicada en El Universal escribe: “Muchas personas preguntan cómo será el programa educativo de ganar Andrés Manuel López Obrador la presidencia. Contesto que la educación tiene un destino: la calidad”. Pues sí, “calidad”, la misma palabra que utiliza cualquier candidato en cada elección. Luego Moctezuma suelta una frase difusa y preocupante: “Actualmente el mundo está repensando cómo educar para un futuro en donde los principales trabajos hoy no existen”. Este es un grave error en el que se cae cada vez que se invita a empresarios y pseudoespecialistas a participar en el diseño de programas de educación: pensar que la escuela es un adiestramiento laboral. Ellos mandan a sus hijos a escuelas privadas y luego a las universidades, pero esperan que las primarias y secundarias estatales preparen choferes, guardias de seguridad, almacenistas,

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

meseros, vendedores, técnicos, afanadores, garroteros y cajeros. El futuro secretario pone como ejemplo a seguir el sistema educativo español, que es uno de los peores de Europa y se sigue hundiendo año con año. Luego dice algo más esperanzador: “Llegó el momento… de educar en artes, destacando la música orquestal y de apasionar a los estudiantes en ciencia y tecnología a través de la robótica”. Bien, pero resulta extravagante que esto último se busque “a través de la robótica”, por inalcanzable en las escuelas y porque muchísima ciencia tiene poco que ver con Mr. Roboto. Asusta que el texto de Moctezuma no hable de algún plan para que los alumnos tengan una cercana relación con los libros y la lectura. Además basta leer ésta y otras columnas del futuro timonel de la educación en México para darnos cuenta de que no es un hombre de letras: redacta con vicios gramaticales, falta de claridad, paja verbal y poca profundidad. Tiene experiencia como secretario de Gobernación, tal como Chuayffet, así que la idea

Esteban Moctezuma

de López Obrador parece ir por el mismo camino que la de Peña: no un educador, sino un negociador. Ya viene el primero de julio y meses después llegará la toma de poder. Por favor, no nos hagan perder otros seis años con planes, comisiones, cuestiones sindicales, consultas a padres de familia, nuevos programas que no se implementan y demás bicicletas estacionarias. La educación no necesita improvisados ni especialistas externos; ni sicólogos que convenzan al mundo de que los niños son débiles emocionales. No necesita peritos que justifiquen la mala educación con la pobreza y la pobreza con la mala educación. No hacen falta teorías de vanguardia que apapachen al estudiante mediocre y aburren al ambicioso.

CAFÉ MADRID

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

Hay que empezar por lo básico, por definir para qué sirve la escuela. Si suponemos que sirve para conseguir un empleo, ya vamos cuesta abajo. Si, en el espíritu del Renacimiento y la Ilustración, creemos que la escuela es el sitio donde se desarrollan seres libres, pensantes, críticos, inteligentes, humanos, lectores, alertas, creativos, contestatarios, elocuentes, valientes, éticos, disciplinados, ambiciosos, dignos y amantes de las artes, entonces vamos ganando. Lo que aún espero, es que López Obrador confiese que se le cruzaron los cables, y que los enderece nombrando a Héctor Vasconcelos en la Secretaría de Educación; y si de tal palo, tal astilla, tendríamos en puerta menos burros y más leedores. L periodismovictor@yahoo.com.mx ESPECIAL

Sábado de feria C on la gloria meciéndose sobre nuestras cabezas, la mejor opción era ir a beber la sangre de Cristo. Habíamos pasado la tarde en la Bodega de Antonio Romero, en pleno centro de Sevilla, comiendo bocadillos de pringá y bebiendo rebujitos con Los del Río. Antonio y Rafael son ahora unos señoritos andaluces de 70 años, dignos del poderío que ostentan después de haber puesto a bailar a medio planeta con su “Macarena” y de interpretar el himno más popular de esta ciudad, “tierra de Dios y María santísima”, llamado Sevilla tiene un color especial. No quieren bajarse de los escenarios y nos invitaron para que lo entendiéramos de una vez por todas y, claro, jartos de alegría, se pusieron a dar palmas y a cantar (“¡Olé, miarma!”) antes de llevarnos al Real, el terreno de 500 mil metros cuadrados donde cada año se celebra la Feria de Abril. Bailamos (lo intentamos), bebimos y cantamos, mientras en La Maestranza, a unos pasos de las perezosas aguas del Guadalquivir, los toreros celebraban la vida y la muerte con su elegante coreografía en el ruedo. Venga el jamón, las gambas, las cervecitas, los vinitos de Jerez y la cuna que los arrulló. Venga el quejío bravío del flamenco, las

sevillanas, las rumbas. Olé la borrachera detenida, con vistas a la eternidad, que ostenta la ciudad durante estos días. Estábamos en una señorial caseta, bien vestidos y bien coloraos, contribuyendo a perpetuar esta manifestación cultural, cuando a media madrugá alguien propuso encaminarnos rumbo a la Plaza de la Alfalfa. Bueno, “pues si hay que ir, se va. Porque negarse no es plan”. Mandamos a dormir a Los del Río y nos fuimos serpenteando un puñado de calles empedraas, para que nos diera el aire, y al llegar al sitio anunciado comenzamos a flipar. El Garlochí es un bar, y uno lo sabe porque sirven copas, pero su barroca decoración parece atraparnos en una especie de casposa y fantástica sacristía. Tanto que, al entrar, dan ganas de santiguarse. Vírgenes llorosas o con puñales clavados, santos, flores de plástico cubiertas por una ligera capa de polvo, terciopelo gastado, olor a incienso. La Semana Santa y sus procesiones, la sevillanía y la España cañí materializadas. Todo con el fin de disfrutar, “como dios manda”, un montón de bebidas espirituosas capaces de hacernos ver al Señor en medio de una güena juerga, quillo. Pero aquí el señor es Miguel Fragoso, dueño y sostenedor del lugar. Es muy creyente, fue monaguillo y hace 40 años, con la venia

El bar Garlochí en Sevilla

bendita, instauró su propia jungla barroca y la bautizó como Garlochí, que en caló gitano quiere decir “corazón”. Además de dejarse abrazar por una sobredosis visual, la gente viene aquí para beber la sangre de Cristo, una mezcla de champán, granadina y whisky. El coctel no tenía nombre, pero su aspecto, y la ambientación del lugar, hicieron que los clientes empezaran a pedirlo así. Miguel se preocupó y fue a la Catedral a preguntar si estaba implicado en un sacrilegio. “No, hijo. Si le dicen así con cariño, no pasa nada”, le dijo el cura y entonces, libre de culpas, siguió sirviendo copas. Hace poco, cuenta, pasó por aquí Uma Thurman y, maravillada, le soltó que era un artista. “Pues más que lo voy a ser”, le respondió, y enseguida vistió a la actriz de la Dolorosa. Pero cuando se corrió el chisme, muchos dejaron de ir al Garlochí. “Un sector rancio en la ciudad nos condena como la Inquisición. Eso también es Sevilla. No solo fiesta”, nos dijo antes de ofrecernos su bebida estrella, que sabe a “gloria bendita”. L


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