Laberinto No.781 (02/06/18)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ARTE

CAFÉ MADRID

GUADALUPE ALONSO CORATELLA

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

La rebelión del cuerpo femenino

El paraíso de Jorge Luis Borges

Foto: Lourdes Grobet

Ilustración: Alfredo San Juan

SÁBADO 02 DE JUNIO DE 2018 AÑO 14 - NÚMERO 781

Roger Bartra y la democracia fragmentada José Luis Martínez S. / FOTOGRAFÍA: OMAR FRANCO


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ANTESALA

02 DE JUNIO 2018

CASTA DIVA

El arma de la estupidez AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA ESPECIAL

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a demagogia de la libertad de expresión posee un arma de destrucción: la pintura en aerosol. El vandalismo es la apoteosis de la violencia democrática, goza de un fuero infalible, detentado por grupos políticos, elogiado por la sociedad políticamente correcta. La Capilla Rothko, ese santuario pictórico, destinado a la meditación y recinto de las obras espirituales de Rothko, sus degradaciones azules que funden el pensamiento, fue insultada, ultrajada con pintas racistas. El racismo se hace visible, es uno de los baluartes populistas, ahora no es un crimen, es una causa. El pervertido derecho a manifestarse destroza obras de arte, monumentos, plazas, entre más valioso sea el lugar o la obra más daño causan. La Facultad de Derecho de la UNAM, en Ciudad Universitaria, vandalizada por “pintas anarquistas” de mercenarios a sueldo del populismo. La protesta se supone una virtud social y democrática, aunque carezca de propuesta, basta la fusión corrosiva del chantaje lastimero con la prepotencia golpeadora. La sociedad padece al “ideal democrático” y suma a su propio desgobierno en sus ventajas, nunca está sujeto a revisión o perfeccionamiento, por eso el populismo es estrictamente democrático al utilizar esas debilidades como el camino más accesible al poder. El arte es víctima de las hordas que se fortalecen con la ignorancia y rayan consignas con faltas de ortografía. La sociedad embrutecida por la violencia, dirige su adicción a la destrucción del arte, la belleza, la creación y la antigüedad de las obras, representan un estado superior que deben agredir. Lo más enfático es el odio colectivo a lo que ha perdurado, la horda detesta lo anterior a su existencia, ellos que carecen de capacidad creadora, aniquilan lo creado. La masa anónima que plasman su infra inteligencia en una escultura es incapaz de hacer esa obra, esa envidia colectiva domina, porque es algo que no tiene, esa desposesión los hace odiar. Rechazan su pertenencia al valor comunitario de una plaza, un monumento o una universidad, entonces hay que degradarlo, humillarlo. La furia demagógica pide la protección de sus garantías y el cobijo paternal del Estado para devastar a su paso lo que encuentra, “los derechos humanos” de los abusivos están por encima del derecho colectivo para preservar el arte público. El grupo no promueve un cambio, ni quiere ser escuchado, es una venganza no un diálogo, la superficie de un convento de 500 años sufre al irracional manifestante, el logro está en allanar la monumentalidad. El grafiti, las pintas que la horda impone, que el populismo promueve y la democracia tolera, son las huellas visibles del paso de un sistema político a un sistema de la impunidad.

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La Capilla Rothko

Han Solo: Una historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story). Dirección: Ron Howard. Estados Unidos, 2018

HOMBRE DE CELULOIDE

Una historia con sabor a Flynn

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ESPECIAL

an Solo: una historia de Star Wars no es mala pero, antes de entrar en detalle, hagamos un poco de historia para contextualizar lo que, me parece, está sucediendo con la franquicia de Lucas. Cuando J. J. Abrams se perfilaba ya para convertirse en el auténtico sucesor de los reyes Midas de Hollywood (George Lucas y Steven Spielberg), tuvo un estrepitoso fracaso de crítica con Los últimos Jedi en 2017. El creador de la “saga” estaba tan molesto con el resultado que él y su equipo creativo tuvieron que replantearse esta franquicia que, dicen los más exagerados, puede compararse con el universo de Richard Wagner y su Anillo del Nibelungo. Yo no comparto esta noción, claro. Y creo que Lucas tampoco. Se dio cuenta de que sus resultados serían mejores si se volvían menos pretenciosos. Para probarlo, lanzó a la pantalla grande guiones que se habían trabajado para televisión o cómic, historias paralelas como esta de Han Solo. En cada uno de estos nuevos relatos Lucas permitió que otros guionistas y directores usaran a sus amados personajes para dar vida a algo mucho más mesurado: el western espacial. Y funcionó. Primero con Gareth Edwards,

quien dirigió en 2016 a Diego Luna en Rogue One, una película bastante más oscura y mucho más interesante que las secuelas, precuelas y spin offs con los que Lucas se había estado enriqueciendo hasta entonces. El experimento confirmó que lo que había que hacer con la serie era abolir la falsa inocencia y evitar a personajes tan desagradables como Jar Jar Binks. Lo anterior no significa, claro, que Lucas haya desistido de la ambición de volver a cambiar la historia del cine con una película al menos tan exitosa como la original de 1977. Tiene a Abrams trabajando en ello a marchas forzadas con la idea de conseguir, ahora sí, que los fanáticos y la crítica coincidan en que La guerra de las galaxias 2019 es algo que hay que volver a ver. Pero, mientras tanto, Disney y Lucasfilms han decidido lanzar una nueva historia paralela al mundo central. Para llevarla al cine han contratado a Ron Howard, director de este Han Solo: una historia de Star Wars.

Desde el punto de vista dramático, Han Solo… no pasa de ser como el capítulo de una serie televisiva

Los más entusiastas pensaron que sería un éxito primaveral. Y no, pero la historia entretiene y si uno es lo suficientemente viejo como para impresionarse con el rubro de efectos especiales puede que hasta le resulte visualmente atractiva. Desde el punto de vista dramático, Han Solo… no pasa de ser como el capítulo de una serie televisiva. He aquí el contraste entre lo que piensan los entusiastas y la realidad: los fanáticos creen que Lucas ha creado una obra que habla sobre las profundidades de Lo Humano. Falso. Una sola película de Tim Burton (El joven manos de tijera) dice más sobre la humanidad que todos estos monigotes. Pero aceptémoslo, Han Solo es el más carismático y el más próximo al ideal de los entusiastas de Star Wars. Ron Howard dirige para él un capítulo entrañable. Lo es porque Solo es pendenciero, enamorado y jugador. Porque reproduce con acierto el mohín original de Harrison Ford y porque a pesar de que el universo de Star Wars sigue siendo demasiado lleno de peripecias y guiños como para ser agradable, hay un gustito en esta película que resulta francamente sabroso: es el gusto del Hollywood de la década de 1930. Es algo como Errol Flynn.

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ANTESALA

02 DE JUNIO 2018

POESÍA

Crecí con la creencia...

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LOS PAISAJES INVISIBLES

¿Quién quiere ser Morrissey?

JEANNETTE L. CLARIOND

Crecí con la creencia de los santos, me pregunté qué cosa es el amor. ¿Y la soledad y el dolor, esos pájaros nocturnos que nos lanzan a la hiriente boca de la hiena? Amé creyendo en el abandono, vi los cisnes dejar su estela, el lago congelarse. Vi encenderse los lirios bajo el fresno desnudo, desnuda yo sobre la tarde. Este poema forma parte de Leve sangre, que acaba de aparecer bajo el sello Ediciones Monte Carmelo (México) EX LIBRIS

Philip Roth/ EKO

IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

na de las quejas más chocantes de Morrissey, el gran líder de The Smiths, era que sus fans lo imitaran impunemente: toparse con sus clones de copete aerodinámico y jeans deslavados le causaba escozor, lo ponía de malas, y en un alarde de diva enfadosa renegaba de la fama y abominaba su talento, pedía a gritos un poco de paz, la tranquilidad del común de los mortales. Otra de sus quejas más chocantes era que los fans se le echaran encima como zombis en ayunas, y que no pudiera ni viajar en auto por miedo a que algún admirador se lanzara al cofre o a las ruedas pues, como en su canción “There is a light that never goes out”, morir con él sería sensacional por partida doble: un privilegio y un placer. Pero esos lamentos no eran más que la puesta en escena de un Morrissey obsesionado hasta la náusea por el éxito, la celebridad, como cuenta England is Mine, de Mark Gill, película fallida e insípida, cierto, pero fiel a la personalidad (mejor dicho, al personaje), que Steven Patrick Morrissey se hizo como un traje a la medida. Y es que lo mejor de la peli de Gill es la recreación, de arriba abajo, del estereotipo del roomie de banda de Johnny Marr: depresivo, solitario, sensible, enigmático, víctima de bullying, lector voraz, escritor compulsivo, parricida en potencia y renegado. En efecto: Morrissey se inventó así, casi como una creatura de Charles Dickens, de no ser porque lo único que le faltó fue pasar una temporada en la miseria y callejear acicalado con harapos, y esa identidad fueron sus canciones: relatos de congoja, melancolía, desamor; periplos espectrales del ego magullado o roto por la pareja esquiva o comatosa; itinerarios de insatisfacción por habitar un mundo tan vulgar y deletéreo; travesías con eczema y estornudos por alergia a la gente de pocas luces y privada de imaginación. ¿Quién quiere ser Morrissey y sonorizar su vida con “Heaven knows I’m miserable now”, “Suedehead” o “The more you ignore me the closer I get”? Obvio: los que creen en la invisible pero auténtica salida de emergencia al tedio y la agonía, la creación, esa válvula de escape que Morrissey entronizó desde la “pesadilla” de un Mánchester feroz y ponzoñoso; ese MADchester cuna de monstruos: Ian Curtis (Joy Division), Shaun Ryder (Happy Mondays), Ian Brown (The Stone Roses), los temibles Liam y Noel Gallagher. Tropezar con sus clones de copete aerodinámico era lo que más le fastidiaba a Morrissey y se ponía iracundo como solterona pueblerina: maldecía a la fama y se dolía de su talento, mientras el planeta rezumaba imitadores por generación espontánea: Beatles, Freddies Mercury, dobles de Sid Vicious y Johnny Rotten (dentaduras desastrosas incluidas), y una horda de lagartos similares a un tal Robert Smith, el personaje favorito para la reencarnación.

Morrissey se inventó casi como una creatura de Charles Dickens

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DE PORTADA

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La democracia fragmentada es el germen de esta entrevista que adelanta una opinión sobre el proceso electoral y el futuro de la convivencia pacífica y la cultura

Roger Bartra

“La izquierda mira hacia atrás”

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JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. FOTOGRAFÍA OMAR FRANCO

l nuevo libro de Roger Bartra, La democracia fragmentada (Debate, 2018), es el motivo de esta conversación realizada por correo electrónico. En ella, el antropólogo y ensayista, autor de Las redes imaginarias del poder político y Antropología del cerebro: conciencia, cultura y libre albedrío, habla de la izquierda en México, del conservadurismo y de las propuestas de Andrés Manuel López Obrador, así como de los saldos del 68 y del futuro que imagina para México. Dividido en cinco partes, el libro, que se publica en la antesala de las elecciones presidenciales, “ofrece una panorámica de la situación en un momento especialmente crítico de la evolución política de México”, como explica el autor en el prólogo, en el que asimismo exalta el valor de las ideas y de la teoría política. En uno de sus textos usted se pregunta si la izquierda está en peligro de extinción. Le pregunto: ¿existe la izquierda en el actual proceso electoral mexicano? Si es así, ¿quién la representa? La izquierda se encuentra dividida y dispersa. No hay ningún candidato a la presidencia que sea de izquierda. López Obrador ha reciclado su tradicional populismo conservador en un intento de restauración del antiguo régimen priista. Ha dado un giro a la de-

recha, ha afianzado su moralina reaccionaria semi–religiosa, se ha aliado a sectores sindicales corruptos, se muestra cada vez más autoritario, promete salidas económicas absurdas y quiere retornar al viejo proteccionismo. En su movimiento sobreviven con dificultad algunas corrientes de izquierda. Ricardo Anaya, el candidato más inteligente, se ha corrido hacia el centro del espectro político, se ha aliado a sectores de izquierda reformista y representa a una derecha moderna liberal. Meade es el típico tecnócrata del viejo sistema. En su libro se lee que “el populismo es una forma de cultura política”. ¿Cómo explica esta idea en el caso del populismo en México? La cultura populista mexicana tiene sus orígenes principalmente en el PRI y en el nacionalismo revolucionario. Más que una ideología es un conjunto de hábitos y costumbres que cristalizan en torno a un líder que asume la representación de todo el pueblo. El populismo evade los mecanismos representativos de carácter democrático. El dirigente asume la representación de los intereses de todos los ciudadanos mediante una especie de transustanciación que convierte las esencias populares en cuerpo y sangre del líder. En el texto “¿Puede la derecha ser moderna?”, usted manifiesta su “resistencia a aceptar la intromisión de la corporación eclesiástica en las

“La cultura populista mexicana tiene sus orígenes en el PRI y en el nacionalismo revolucionario”

esferas de la política”. ¿Qué piensa de la participación del Partido Encuentro Social en la alianza liderada por Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué significa en un Estado laico? López Obrador se ha aliado al partido más derechista que hay en México, un partido de inspiración evangelista extremadamente reaccionario. Al mismo tiempo quiere instaurar una constitución moral para guiar al pueblo hacia esa cuarta gran transformación que anuncia. Me extraña que todavía haya gente de izquierda que logre digerir ese viraje reaccionario, un cambio hacia la afirmación de la familia tradicional, hacia la moral religiosa, el rechazo al aborto y a los matrimonios de personas del mismo sexo. Si realmente intenta esa gran transformación que anuncia, me temo que el resultado puede ser un gran salto fallido hacia atrás. ¿Estamos en peligro de una restauración de la tradición política del PRI, ahora impulsada desde Morena? Es evidente que los hábitos que emanan del movimiento que encabeza López Obrador buscan una regeneración del viejo autoritarismo nacionalista. Está escrito en el nombre mismo de su partido. Pero como la restauración es imposible, el resultado de un intento de regeneración puede ser catastrófico y profundamente desorganizador. La pretendida sustitución de importaciones, que nunca fue una buena idea, sería hoy una pérdida de tiempo y la entrada en un callejón sin salida. En esta época de globalización, el proteccionismo está condenado al fracaso. Es una opción reaccionaria, típica de un Trump.

En noviembre de 2015 usted publicó en Letras Libres el artículo “¿Pactar con los narcos ?”, una idea apoyada por Lorenzo Meyer y Javier Sicilia, ahora retomada por López Obrador cuando habla de amnistiar a los narcotraficantes, sin especificar quiénes serían los beneficiarios. ¿Qué opina de esta propuesta? Creo que se trata de una idea insensata y absurda. Como lo señalé, ello implicaría darles a grupos criminales un reconocimiento político que no merecen. Se trata de caminar hacia atrás en un intento peligroso de restaurar los inmorales y nefastos pactos implícitos y el estatuto de coexistencia más o menos estable que aparentemente había entre los narcos y el gobierno en el antiguo régimen priista. Ello facilitó que los grupos de narcotraficantes corrompieran a grandes sectores gubernamentales. Usted escribe que “una gran parte de la intelectualidad opinadora” fomenta un desprecio por la política. ¿Qué peligros encierra esta actitud, sobre todo en un país como el nuestro, polarizado, con serios problemas de corrupción y violencia? Ese desprecio por la política revela una actitud poco democrática. Es un desprecio por los partidos políticos y una exaltación de los movimientos sociales. Es cierto que nuestra clase política deja mucho que desear, pero las actitudes antipolíticas sirven de base para procesos autoritarios que pretenden pasar por alto los mecanismos de representación y fomentan las alternativas autoritarias.


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RESEÑA

Escritos de un espontáneo SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA JESÚS QUINTANAR

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¿Cuál es la importancia del fomento a la cultura en un país democrático? ¿En México “hay fluidez o anquilosamiento en los vínculos entre la política y la cultura”? El fomento a la cultura debe formar parte de un proceso más amplio, el fomento general a una educación de alto nivel. Yo entiendo la cultura a la manera de los antropólogos, y por ello no solo pienso en la “alta cultura” de las élites cultas. Por ello la reforma educativa ha sido algo tan importante, y a pesar de sus defectos es necesario profundizarla, en lugar de detenerla como pretende López Obrador. La extensión de una cultura cívica moderna y de alto nivel provocaría una gran fluidez en los vasos comunicantes que unen la cultura con la política. En su libro, recuerda algunos debates entre intelectuales, el de Octavio Paz y Carlos Monsiváis, por ejemplo. ¿Qué importancia tiene el debate en la política? ¿Qué piensa de los dos debates entre candidatos presidenciales que se han realizado? Hoy en día los intelectuales discuten muy poco. Ello se debe, en parte, al empobrecimiento de la izquierda, que se encuentra arrinconada y aplastada. La izquierda no está entendiendo que vive en un nuevo mundo. Tiende a mirar hacia atrás con añoranza. Los debates entre candidatos han sido lamentables, en buena medida por el absurdo formato al que están sometidos. Pero la presencia de actores de muy bajo nivel intelectual genera un efecto empobrecedor. Yo he dicho que en estas elecciones se observa una lucha entre la inteligencia y la estupidez.

El antropólogo, autor, entre otros libros de cabecera, de Cultura y melancolía, La sombra del futuro y El salvaje en el espejo

Ello se comprueba en los dos debates entre los candidatos. Usted pertenece a la generación del 68 y en su libro escribe que “el 68 nos ha dejado dos herencias: la derrota y la transición”. ¿Podría explicarnos esta idea? ¿Cómo mira el 68 a 50 años del movimiento estudiantil? La derrota del movimiento estudiantil, que fue aplastado, paradójicamente abrió paso a la transición democrática, que vino muchos años después. Pero la transición no llegó por la izquierda, a pesar de que ella fue la que incubó lo mejor de las ideas y valores que la auspiciaron. Llegó por la derecha y encabezada por un político como Vicente Fox, conservador y de pocas luces. La conmemoración del 68 debe servir para recordarnos que fue en la cultura de la izquierda donde crecieron los hábitos democráticos que acabaron impulsando la transición. ¿Cómo imagina el futuro de México? ¿Cómo imagina el futuro de la política, de la cultura, de las organizaciones de la sociedad civil, de la libertad de expresión ante el dilema electoral del 1 de julio? Si el 1 de julio gana el populismo, me imagino un futuro convulso. Muchas tensiones y poco avance. Muchas confrontaciones y poco desarrollo. Mucha tontería derramándose desde las instancias de gobierno e invadiendo los poros de la sociedad civil. Un autoritarismo marchito pero agresivo contra las libertades. Mucha melancolía, decadencia y frustraciones. Pero si dejo a un lado el pesimismo, me gustaría imaginar que ganan la sensatez, la inteligencia y la opción más moderna.

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espetado investigador literario, a Guillermo Sheridan igualmente hay que reconocerle su actividad en el periodismo. Al lado de sus celebrados libros sobre Ramón López Velarde, Contemporáneos y Octavio Paz, aquellos donde ha reunido sus crónicas y artículos como Cartas de Copilco y Allá en el campus grande no desmerecen en principio en cuanto a la calidad de la escritura; su nuevo libro periodístico Paseos por la calle de la amargura (Debate, 2018) vuelve a confirmarlo. Dividido en siete secciones, como lo explica, recoge, entre otros, escritos donde hace diatribas contra políticos, partidos y ricachones; recorre la correspondencia entre Octavio Paz y Carlos Fuentes en la década de 1970; además de acercarse a la figura de López Obrador y lo sucedido en Ayotzinapa. Si bien pretenden ser los escritos de un “espontáneo”, su lucidez, estilo literario y humor harán ver al lector que ese “espontáneo” que se sabe sin un bagaje académico en lo político posee los conocimientos para decirnos algo inédito o que concite la reflexión acerca de nuestra circunstancia. Los renglones con los que abre el primer texto de Paseos... (“Aborrezco a los políticos mexicanos: todos los días demuestran que la mentira es redituable, que el engaño es productivo, que el crimen sí paga, que la inmoralidad es impune y que la imbecilidad tiene fuero”) lo vuelven un escritor incómodo tanto para los derechistas como para los izquierdistas y eso, me parece, es una virtud. Pero Sheridan no se queda solo en el desahogo y se dedica a probar con datos el porqué de su aborrecimiento. Escribe, por ejemplo, sobre los aumentos salariales que nuestros senadores se autoasignan o sobre los dineros que se le dan a los partidos, en ambos casos con nuestros impuestos. No faltan los escritos sobre las campañas, que con toda la apertura que ha habido en realidad no aportan nada y lo que han provocado es el aumento de la burocracia. En cuanto a las cartas cruzadas entre Paz y Fuentes, su estudio es valioso no solo por las poderosas personalidades de ambos escritores. Es atractivo porque permite darnos cuenta cómo se va transformando México en la década de 1960. Paz, en una carta de 1966, en la que destaca el progreso económico del país, hace referencia a que es necesaria “la reforma del sistema político imperante”, la del partido único se entiende, para que la población marginal se integre a la modernidad. Si esto no ocurre, “la otra alternativa es volver al ciclo sombrío de la dictadura y la anarquía”. La reforma del sistema se supone que ya ocurrió, sin embargo, el ciclo “de la dictadura y la anarquía” continúa cerniéndose sobre nosotros. Paseos por la calle de la amargura es un libro que invita ante todo a pensar y discutir.

Sheridan es un escritor incómodo tanto para los derechistas como para los izquierdistas

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Marcha de familiares y compañeros de los 43 jóvenes estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala


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ARTE

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Dos exposiciones, una en Brooklyn y otra en la Ciudad de México, valoran la ruta más combativa del arte hecho por mujeres en América Latina

Silvia Palacios Whitman

La rebelión del cuerpo femenino

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GUADALUPE ALONSO CORATELLA

ace unos días, durante una breve estancia en Nueva York, dediqué una mañana a visitar el Museo de Brooklyn, uno de los más antiguos y el tercero más grande de esta ciudad. Dos excelentes muestras conviven en sus espacios: David Bowie is (David Bowie es) y Radical Women: Latin American Art, 1960– 1985 (Mujeres radicales: arte latinoamericano, 1960–1985). La del cantante inglés estaba saturada, mientras que Mujeres radicales contaba con un público selecto que recorría con calma las salas deteniéndose a leer las cédulas en cada bloque temático. Se trata de la primera muestra que reúne el trabajo de mujeres latinoamericanas y latinas residentes en Estados Unidos, 123 artistas y colectivos de quince países. El periodo es clave, tanto en el terreno histórico como del arte contemporáneo. Muchos países de América Latina enfrentaban dictaduras y guerras civiles con terribles consecuencias para la población. Gran parte de las artistas de esta época fueron víctimas de desapariciones forzadas, censura, autoritarismo, violencia, tortura. Y al refugiar-

se en el arte como única posibilidad de denuncia, hicieron importantes aportaciones a la renovación de medios tradicionales como la pintura y la escultura. Otras optaron por nuevos formatos como el videoarte, el performance o las prácticas conceptuales. La curaduría, a cargo de Cecilia Fajardo–Hill y Andrea Giunta, consta de siete secciones: autorretrato, lugares sociales, feminismo, resistencia y miedo, cartografiar el cuerpo, el cuerpo en el paisaje y presentando el cuerpo. Entre las artistas, originarias de países como Perú, Panamá, Chile, Venezuela o Argentina, celebré la presencia de las mexicanas, en total dieciséis. Entre ellas, Pola Weiss, Magali Lara, Lourdes Grobet, Graciela Iturbide y Mónica Mayer. La pintura y la gráfica, el collage, la cerámica, la fotografía, el video y la instalación, son soportes recurrentes en estas aproximaciones al arte como medio de resistencia y acción política. En el núcleo de las propuestas está el cuerpo, representado en obras como un cuadro de la colombiana Sonia Gutiérrez titulado Y con unos lazos me izaron, el cuerpo de una mujer colgada de los pies; las fotografías de la argentina Liliana Porter, quien presentó sus primeras exposiciones en México, rostros y manos intervenidas con líneas que forman figuras geométricas; o la instalación de Margot Römer, venezolana, Aparato

reproductor de la mujer, una puerta roja de madera donde enumera óvulos, trompa, útero… y, en el centro, una maceta con un cactus enterrado como símbolo del pene. Como éstas, hay más de un centenar de piezas, cada una de ellas reveladora, tanto por su valor artístico como por el significado que guardan. Destaca también el autorretrato, que en el siglo XX se convirtió en una forma importante de autoexpresión y, al mismo tiempo, en un cuestionamiento sobre los cánones de la belleza y la identidad femenina. En su conjunto, las piezas hablan de “mujeres que enfrentaron formas de opresión social y política más allá del género, como la agresión que ejercen los regímenes dictatoriales o la represión hacia comunidades indígenas, transgénero y otros grupos”. La exposición Mujeres radicales adquiere mayor relevancia en el contexto de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, un hombre que encarna el machismo y la misoginia; del movimiento #MeToo y la ola de denuncias que surgieron en torno al acoso y el hostigamiento de los que son víctimas

Radical Women: Latin American Art, 1960-1985 adquiere mayor relevancia en la era Trump

muchas mujeres. El silencio que se ha roto hace pensar en esa lucha que las mujeres emprendieron desde los años sesenta a través del arte. La batalla continúa, en buena medida bajo el manto de estas precursoras, algunas ejerciendo un feminismo soterrado. “Debido al fuerte sentimiento imperialista de la izquierda, el feminismo fue visto a menudo, en América Latina, como una ideología burguesa y foránea; por ello pocas artistas lo abordaron abiertamente. México fue el único país donde había un movimiento artístico feminista organizado durante este periodo. Las obras expuestas exploran las formas de articular los derechos de las mujeres desde la perspectiva del activismo feminista, ya sea documentando protestas o creando una iconografía radical del feminismo”. De vuelta a la Ciudad de México, mientras me disponía a escribir sobre este tema, se inauguraba en el MUAC una muestra del trabajo de la cubana Tania Bruguera. Nacida en 1968, ha desarrollado conceptos como “arte de conducta”, enfocado en los límites del lenguaje y el cuerpo; y “arte útil”, dirigido a la transformación de cuestiones políticas y legales que afectan a la sociedad. Bajo el título Hablándole al poder, el trabajo expuesto responde al concepto de “arte a largo plazo”, obras


ARTE

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Sonia Gutiérrez

que intentan insertarse en el tejido social para ver qué impacto tienen. “Es una manera de preguntarnos si el arte puede cambiar el curso de algo. Tal vez el arte no puede cambiar nada con una exposición que se recorre en una hora, pero si le dedicas cinco años a un proyecto artístico ‘prosocial’, ahí la pregunta tiene más sentido. Quizá influye en la manera como una persona ve el mundo, o transforma sus hábitos políticos. El arte puede hacerle ver que hay otras maneras de actuar”. Así lo plantea Tania Bruguera. En el recorrido vemos escultura, video, instalación y archivos, pero la disciplina que mejor define el trabajo de Bruguera es el performance. “Me parece un soporte muy útil. Es un lenguaje común, no necesitas saberte la historia del arte para entender de qué va, ni haber leído tres tomos de Kant para entender qué significa una palabra. El performance trabaja con el lenguaje del cuerpo y la conducta social. Es un lenguaje común, el que hablamos todos, una proposición abierta. La gente interviene, es muy democrático”. ¿A qué se debe que el cuerpo se imponga en el arte de las mujeres como vehículo de resistencia? “El cuerpo es lo único que tienes cuando no puedes hablar, cuando no eres valorada. Solo te tienes a ti misma, y creo que

es muy bonito decir: ‘Mi cuerpo vale por mil palabras’. Las mujeres trabajamos con pocos recursos, con lo que tenemos a la mano, y creo que nos interesa más implementar nuestras ideas que producir algo acorde con el mainstream. No es tanto crear un producto, sino un momento que dure lo más posible para que más gente lo pueda asimilar. Por lo general, en un primer momento el arte hecho por mujeres es considerado insignificante, como una malcriadez, como un problema hormonal. Creo que estas mujeres han logrado espacios que no hubieran podido conseguir desde el ámbito doméstico, e incluso desde los espacios sociales que existen para ellas, porque desgraciadamente fueron concebidos por los hombres. Ha sido una manera de ganar terreno, y no es por gusto que, por ejemplo, el performance y el arte socialmente comprometido tengan en su mayoría a las mujeres, porque así expresan lo que no han podido decir en sus casas o en las calles”. Ha habido mujeres, sobre todo en los años sesenta, que se expresan contra el patriarcado, la desigualdad o la violencia de género a través del arte; sin embargo, no se consideran feministas. “Ser feminista no es solo querer la igualdad entre hombres y mujeres o reconocer a la mujer, también tiene que ver con la cultura de la

A la izquierda, Pasando a través. A la derecha, Y con unos lazos me izaron, que se exhiben en el Museo de Brooklyn

otredad, de lo que es diferente. Creo que la percepción del concepto ha cambiado. Cuando era más joven se decía: ‘Ser feminista es ser gay, lesbiana’. En Cuba mucha gente decía: ‘No soy feminista’. ¿Por qué no, si somos mujeres? Hay un estigma, un autoestigma de ser feminista, porque a la gente que ha estado oprimida le cuesta trabajo exigir sus derechos”. Tania Bruguera, quien presentó su primer performance en La Habana en 1986, a los 18 años, ha sido acusada de promover la resistencia y el desorden público. Fue vetada por Fidel Castro, y en 2014 la detuvieron para evitar que presentara sus performances. Hoy vive entre Chicago y Cuba, y su obra ha circulado en espacios como el Museum of Modern Art (MOMA), en Nueva York, y el Tate Modern, en Inglaterra. No obstante que no fue incluida en la exposición Mujeres radicales en Brooklyn por no coincidir con ese periodo de la producción artística, dice: “Me parece una exposición histórica, hay un antes y un después. Es importante que se presente en Estados Unidos, donde todavía existe un colonialismo y un imperialismo; un país donde ellos inventaron todo, lo absorben todo, lo reempaquetan y te lo devuelven para que lo consumas. Ha sido importante que se haga justicia a estas artistas que fue difícil entender en

su momento, porque el arte de vanguardia no tiene una estética predeterminada. Me parece fantástico que a tantos años de distancia se haya logrado una historia paralela que es igual o más importante que la historia oficial del arte. Y también que se entienda que los latinoamericanos hemos influido muchísimo en el arte de Estados Unidos. Que se vea de dónde vienen otros artistas famosos —generalmente hombres, americanos, blancos—, cuáles son sus referentes”. Hoy, cuando la lucha por la igualdad recorre el mundo, acercarse al arte producido por estas mujeres que hace 50 años abrieron el camino para hacerse visibles y reclamar sus derechos resulta indispensable. Es un llamado a comprender la raíz y las dimensiones de este reclamo que sigue en pie. Solo en los últimos días, 82 mujeres subieron al estrado durante el Festival de Cine de Cannes, en una protesta sin precedentes, para exigir igualdad de género en la industria cinematográfica; y en Chile, decenas de universidades están paralizadas por las protestas de mujeres que reclaman una educación no sexista. Acaso el arte, en efecto, no puede cambiar las cosas, pero sí abre la posibilidad de una reflexión necesaria, sobre todo en un país donde el abuso a las mujeres y el feminicidio son el pan nuestro de cada día.

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LITERATURA

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Presentamos una mirada al libro El lector decadente, el atisbo a una sensibilidad

El sentir antiburgués SILVIA HERRERA ILUSTRACIÓN MAX BEERBOHM

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a aparición de El lector decadente (Atalanta, 2017) brinda la oportunidad de revalorar y acercarnos al decadentismo literario desde otra perspectiva. Con selección y prefacios de Jaime Rosal y Jacobo Siruela, el libro se divide en dos partes. La primera, responsabilidad de Rosal, se acerca a la tradición francesa, mientras que la segunda, cuidada por Siruela, está dedicada a Gran Bretaña. La nómina de autores convocados es la siguiente: Charles Baudelaire, Théophile Gautier, Isidore Ducasse, Jules Barbey d'Aurevilly, Villiers de L’Isle-Adam, Joris Karl Huysmans, Jean Moréas, Marcel Schwob, Pierre Louÿs, Léon Bloy, Stéphane Mallarmé, Octave Mirbeau, Jean Lorraine, Henry Venn Lansdown, Eric Stanislaus de Stenbock, Max Beerbohm, Oscar Wilde, Aubrey Beardsley y Alesteir Crowley. Como lo recuerda Rosal en el prefacio a la sección francesa, el término "decadente" lo comenzó a usar la crítica académica en contra de los escritores que pretendían tomar distancia del naturalismo en boga. Anatole Baju, fundador del periódico Le Décadente littéraire et artistique (1886), posteriormente reducido a Le Décadente, explicaba en un ensayo: “Era un verdadero contrasentido, que nos vino impuesto. (...) Para evitar el mal propósito que esta palabra poco afortunada podía generar en nuestra estima, preferimos tomarla como bandera”. Menos un “movimiento literario” que “una forma de sentir”, como lo precisa Rosal, el decadentismo forma parte de la modernidad y es una de las vanguardias del fin de siècle. Este aspecto lo observa con precisión Siruela en su texto: “lejos de tratarse de una peculiar rareza retrógrada del pasado —como solía tipificarlo casi toda la crítica literaria del siglo XX—, el decadentismo es más bien uno de los primeros movimientos artísticos genuinamente modernos, que reflejó en el espejo de la literatura el otro rostro (siempre variopinto) de la modernidad, tal como había empezado a hacer Baudelaire a

mediados del siglo XIX”. En su libro Modernidad, Peter Gay no menciona explícitamente el decadentismo, pero en él aparecen varios de los escritores convocados en El lector decadente (Baudelaire, Gautier, Wilde) así que las ideas pueden extenderse. Hablando de Baudelaire, que abre el volumen preparado por Rosal y Siruela, Gay escribe las siguientes palabras luego de repasar el juicio contra Las flores del mal: “Baudelaire aparece como el primero de una serie de rebeldes culturales distinguidos que atenuarían paulatinamente, hasta su parcial anulación, la percepción de la obscenidad y la blasfemia como delitos, y pugnarían por erradicar la distinción entre vida pública y privada”. Como todas las vanguardias, dos rasgos del decadentismo fueron la rebeldía y la provocación; pero igualmente se debe hablar de elitismo y refinamiento por su hiperconciencia artística. El estilo, tanto en la escritura como en su modo de ser —el dandismo— será su rasgo característico. La rebeldía va en contra de la sociedad burguesa y la expresión épater le bourgeois, aunque aparecida alrededor de 1830, será su divisa. El sexo, las drogas, el satanismo, en suma, el malditismo, estarán abocados a derrumbar los principios burgueses, y por ello no es una exageración calificar de “revolucionarios” a estos escritores. Ellos consideraron literariamente lo que se produjo, entre otras, en la época de decadencia del Imperio Romano; en Francia, ese momento de crisis lo representó la guerra contra Prusia (1870–1871), que marcó el fin del Segundo Imperio. Estéticamente, la rebelión de Huysmans contra el naturalismo de Zolá, ese positivismo literario al que inicialmente estuvo adscrito, marca al movimiento. Rosal cuenta el episodio en el que Zolá le echa en cara su distanciamiento; Huysmans lo que replica fue que tenía la necesidad de “abrir

las ventanas”, “de romper los límites de la novela”. Pero para él la verdadera culpa del maestro fue “¡el haber glorificado la democracia en el arte!” En el fragmento de A contrapelo (À rebours), la novela–manifiesto del decadentismo, a través de su protagonista Des Esseintes, Huysmans marca categóricamente la diferencia entre ambas sensibilidades: “a Des Esseintes el artificio le parecía la marca distintiva del ser humano”. La sociedad burguesa a la que atacaron, sin embargo, cobró algunas víctimas al movimiento. Baudelaire, ya lo indicamos, casi fue una de ellas, pero a Oscar Wilde sí le cobró factura en el juicio de sodomía que se le interpuso. Así lo expone Peter Gay: “La opinión más extendida entre la mayoría de los comentaristas es que el principal instigador y beneficiario de la acusación de Wilde fue el público mojigato, insulso y resentido de clase media, impaciente por descargar toda su ira contra el autoproclamado héroe cultural que, con gran esnobismo, se había burlado de la moralidad y los gustos de los ciudadanos corrientes”. No pocas sorpresas depara la selección de autores. Jean Moréas queda en la memoria con un cuento zoofílico; de Octave Mirbeau, se deja de lado su novela Diario de una camarera, que fue filmada por Luis Buñuel, y se elige un fragmento de El jardín de las delicias, donde el pasaje de un torturador chino, que se ve a sí mismo como un “artista”, hará recordar a la elizoldiana Farabeuf; otra revelación es la presencia del ocultista Alesteir Crowley, que con su texto “Absenta: La Diosa Verde”, hará lamentar que no sea la bebida original por excelencia de los decadentistas. Jacobo Siruela observa que la importancia del libro radica en que estamos viviendo “una era decadente que aún nos resistimos a asumir como tal”. La otra tarea es descubrir cuáles son los escritores decadentistas de hoy que la representan.

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EN LIBRERÍAS

02 DE JUNIO 2018

NARRATIVA Entre ellos

Mercado de invierno

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A FUEGO LENTO La belleza es una herida

Bruno H. Piché

La mala costumbre de la esperanza

Richard Ford Anagrama España 162 páginas

Philip Kerr RBA España 409 páginas

Eka Kurniawan Lumen México 526 páginas

Dos textos integran este retrato familiar del autor célebre por la trilogía de Frank Bascombe (El periodista deportivo, El día de la Independencia y Acción de Gracias): la historia de Parker, padre de Richard Ford, un joven soñador y de carácter bondadoso, que se gana la vida como viajante de comercio y cuya muerte prematura deja al escritor en la orfandad paterna a la edad de dieciséis años, y el relato de Edna, la madre que enviuda a los cuarenta.

Nada más recomendable que este thriller policiaco ahora que empiezan a soplar aires mundialistas. Y es que Mercado de invierno tiene como protagonista al entrenador asistente de un equipo londinense, Scott Manson, quien no solo debe lidiar con los jugadores en el campo de entrenamiento sino resolver los contratiempos más descabellados: el suicidio de una ex estrella del Arsenal, los berrinches de los intocables y hasta un crimen que sacude al mundo del futbol.

Poco sabemos en México de la narrativa que se produce en Indonesia. Pues bien, esta novela es una excelente oportunidad para darle al menos una probada. Excelente porque la fantasía convive con la más cruda realidad y aun con la historia misma de Indonesia, sellada por siglos de ocupación. La protagonista es una vieja prostituta que ha regresado del país de los muertos, sí, que ha resucitado, madre de cuatro hijas a través de las cuales se teje un delicioso relato familiar.

Aparición forzada

Memorial Device

Breviario de escolios

Ernesto Alcocer Grijalbo México 383 páginas

David Keenan Sexto Piso México 296 páginas

Nicolás Gómez Dávila Atalanta España 292 páginas

Aquí los malos son los cerdos, como refieren los editores en la contraportada: “Santiago tiene 52 años y lleva 25 trabajando en la filial mexicana de una conocida compañía global. Ahora tiene un nuevo jefe: un sádico y retorcido cerdo que acabará con su carrera. Pero las cosas no se quedarán así”. Crueldad, venganza, violencia, impiedad, una máscara con los colores de la bandera mexicana y una pistola Beretta, son lo único que Santiago necesita para desatar un porcuno apocalipsis.

En su primera novela, el escritor y crítico musical escocés David Keenan, a partir del grupo ficticio que le da título, recrea el clima post punk de Airdrie, su oscuro pueblo. En esta recreación, como lo ha observado alguno de sus lectores, lo que pretende es igualar este aislado lugar con el Manchester de la era punk. La novela está estructurada en forma de testimonios y, además de los músicos, no falta el crítico musical. Y hay que hacer caso de los músicos que se citan.

Aunque Nicolás Gómez Dávila, por fortuna, nunca será un escritor mayoritario sí merece que su obra sea difundida y más si está avalada por lectores como Ernst Jünger. Recopilados con el título Escolios a un texto implícito, sus textos también han sido calificados de aforismos, pero para José Miguel Serrano, autor del estudio introductorio y responsable de la selección junto con Gonzalo Muñoz, van más allá. El conjunto debe verse como una composición pointilliste.

La indeseable no ficción ROBERTO PLIEGO robertopliego@gmail.com

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o hemos concluido aún la segunda página de La mala costumbre de la esperanza y ya vemos a Bruno H. Piché queriendo derramar unas lágrimas por Edward Guerrero, condenado a cadena perpetua en una cárcel de Michigan por violar a tres mujeres —de 19, 17 y 25 años— entre el 20 y el 31 de octubre de 1971. Y unas horas después hemos llegado casi a la mitad de esa “novela de no ficción” y apenas hemos tenido noticias de ese Edward Guerrero, quien presuntamente aparece como el imán de nuestra atención. A quien sí seguimos, en cambio, pues ha decidido representar el papel de una indiscreta omnipresencia, es al propio Piché, narrador, testigo y protagonista de sí mismo. De él sabemos muchas cosas. Sabemos, por ejemplo, que vive y trabaja en Detroit, es diabético y sufre episodios depresivos, lamenta la indiferencia temprana de su padre, se ha enemistado con su hermano y no tiene descendencia. Se diría pues que Guerrero no es sino un pretexto para la autoconfesión. La novela sin ficción prolifera en la escena mexicana como los bloqueos en las autopistas o la roña en las plantas de café. No hay nada que hacer contra su prestigio creado al amparo del ocaso de la imaginación. Sus propagandistas hablan de que la realidad supera a la ficción, de que basta con desparramar un poco la mirada para encontrar “la materia” de una novela. Muy bien: al carajo con el Barón de Münchhausen surfeando en el cielo sobre una bala de cañón o al diablo con el doctor Frankenstein y su quimera. Quedémonos entonces con alguien como Edward Guerrero o, mejor dicho, con el autor de La mala costumbre de la esperanza, que dice ocuparse de Edward Guerrero y no hace otra cosa que escribir su autobiografía. La desgracia ajena mueve a la compasión, a la solidaridad, a la rebeldía. Pero no todas las desgracias ajenas son inspiradoras de la vorágine novelística. Guerrero no es Raskolnikov ni Humbert Humbert. En manos de Bruno H. Piché no pasa de ser un tipo escurridizo del que solo nos queda su incapacidad para el remordimiento y su afición por los pasajes más flamígeros del Antiguo Testamento. Si el propósito consistía en denunciar la inequidad del sistema judicial en Estados Unidos mejor habría sido un reportaje y la invisibilidad confesa del autor.

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CINE

02 DE JUNIO 2018

RESEÑA

ENTREVISTA

La armonía de dos lenguajes ANDREA SERDIO

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l cine de Carlos Fuentes (Ediciones B, 2018), de Iván Ríos Gascón, describe los momentos inaugurales del invento de los hermanos Lumiére, recuerda el papel fundamental de Georges Mèlies en la construcción del discurso cinematográfico, habla del surgimiento de la cinefilia en México y establece las coordenadas de la literatura mexicana en los años cincuenta, en la que se inscribe el autor de Zona sagrada. El libro ofrece también apuntes sobre la fotografía y el discurso cinematográfico; sobre la historia y los vaivenes de la adaptación cinematográfica, de la que participó Carlos Fuentes en repetidas ocasiones, como sucedió en las películas El gallo de oro y Pedro Páramo, basadas en las obras homónimas de Juan Rulfo. En la primera, hizo la adaptación con Gabriel García Márquez y en la segunda con Carlos Velo y Manuel Barbachano Ponce. Guionista de películas como Tiempo de morir, con García Márquez, Fuentes escribió argumentos basados en sus propias historias. Por ejemplo, los de Un alma pura y Las dos Elenas, del libro de cuentos Cantar de ciegos, del que Sergio Olhovich llevó al cine “La muñeca reina”. Ríos Gascón se detiene en cada uno de estos relatos en los que asoma el drama, la tragedia, la comedia y la parodia de nuestro país. El cine de Carlos Fuentes reflexiona sobre el trabajo de un autor cuya mayor aspiración —dice Ríos Gascón— era condensar “la armonía de los dos lenguajes”, el literario y el cinematográfico. Esto sucede en La región más transparente, plena de imágenes y matices de los “lugares comunes” del cine mexicano; y sucede con Aura, un relato fantástico. Resulta inocultable el entusiasmo de Ríos Gascón por Los Caifanes, filmada en 1967 por Juan Ibáñez con guión de Fuentes. Esta película “es una especie de compendio de lo mejor y lo peor que habita en La región más transparente. Es el viaje a través de la noche de una pareja de burgueses y un cuarteto lumpen”, en el que la Ciudad de México es “protagonista principal de este naif choque entre culturas”. En 1972, con la adaptación fílmica del cuento de Juan Rulfo “No oyes ladrar los perros”, concluye el oficio cinematográfico de Fuentes, pero no su pasión por el cine. En su libro, Ríos Gascón habla asimismo de la novela Gringo viejo, filmada en 1989 por Luis Puenzo; rememora su amistad y conocimiento del cine de Buñuel y el efímero romance con Jean Seberg, que daría origen a su libro Diana o la cazadora solitaria.

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El cine de Carlos Fuentes (Ediciones B) ya circula en librerías

Iván Ríos Gascón

“Las películas de Fuentes son muy verbales”

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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA HÉCTOR TÉLLEZ

ara Carlos Fuentes, el cine fue casi tan importante como la literatura. Esta es una de las conclusiones que arroja el libro El cine de Carlos Fuentes (Ediciones B), de Iván Ríos Gascón. El ensayo tiende puentes entre la narrativa del autor de La región más transparente y su trabajo como guionista en películas como Pedro Páramo, Los Caifanes, Un alma pura y El gallo de oro. ¿Por qué estudiar la relación de Carlos Fuentes con el cine? Cuando empecé a leerlo descubrí que el cine era muy importante en su universo narrativo. Al margen de que ubicaba sus influencias en Balzac, Flaubert o Alfonso Reyes, el cine era una presencia constante en su obra. Escribes que Fuentes, como Tolstoi, supo ver la importancia del cine. Cuando Louis Daguerre creó la fotografía hubo una disputa entre los puristas plásticos que consideraban que la foto nunca sería arte. Lo mismo sucedió con el cine: al principio, los escritores tomaron cierta distancia. Me parecía importante dedicar un capítulo a la relación entre unos y otros, dado que Fuentes reconoce en el cine un gran invento, el gran teatro de Oklahoma que Kafka quiso visitar en su novela América. Vio que al contar una historia a partir de la mirada se estaba reinventando la realidad. Plantea una relación entre La región más transparente con el cine urbano. No obstante, la novela es más crítica que ese tipo de cine.

Fuentes nunca se refirió a los cineastas de la época de oro. Ni siquiera a los cineastas con los que trabajó. Si bien buscaba que sus novelas tuvieran como referente a las películas de Antonioni o De Sica, tenía vasos comunicantes con el cine mexicano de entonces. El lenguaje empleado en los diálogos por directores como Alejandro Galindo, Ismael Rodríguez, Martínez Solares, Alberto Gout o Juan Bustillo Oro, creó la identidad del mexicano. Fuentes hizo lo mismo. Sus relatos y películas son muy verbales; esa es la esencia de su narrativa. Otra cosa es el simbolismo en Aura, novela a la que emparenta con Luis Buñuel. Creo que es una novela más surrealista que fantástica, como la calificó Christopher Domínguez Michael. La búsqueda estética de Fuentes era crear una novela surrealista a partir del juego de personalidades. Pese a la complejidad del relato, hay elementos cinematográficos muy claros. Además, están los simbolismos y la transgresión: el Cristo negro colgado arriba de la cama en que el personaje hace el amor con Aura. Es algo muy buñueliano. Cosa curiosa es Zona sagrada, que nunca se pudo concluir. Sugieres

Fuentes creó un aparato teórico sobre cine que anotó por fragmentos en sus novelas y ensayos

que María Félix no se sentía cómoda con esa producción. Son leyendas urbanas. El rodaje se prohibió en dos ocasiones. En la segunda, en 1973, Rita Hayworth estaba considerada en el elenco y aun así no se filmó. Pantallas de plata fue el último título de Fuentes dedicado al cine. Sin embargo, desde los años noventa dejó de escribir guiones. Mi hipótesis es que Fuentes trabajó en el cine por cuestión coyuntural; se lo tomó como un divertimento. Además, pudo haberse desencantado de la industria al ver las dificultades de hacer un verdadero arte dentro de un negocio oneroso y sin condiciones para la libertad creativa. No obstante, me parece que lo más importante es que creó un asombroso aparato teórico sobre el cine que fue anotando por fragmentos en sus cuentos, ensayos y novelas. ¿Dónde vemos al mejor Fuentes en el cine? Definitivamente en Los Caifanes. Es la película que reúne sus búsquedas estéticas: en el filme de Juan Ibáñez están presentes La región más transparente y Cambio de piel; están los personajes emblemáticos del México que narraba Fuentes: unos con sus aspiraciones intelectuales pequeñoburguesas, otros con su picardía y desenfado pintoresco, ambos intentando convivir a pesar de sus complejos de clase. También podemos mencionar los cortos Un alma pura y Las dos Elenas, que no desmerecen frente al texto original.

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ESCENARIOS

02 DE JUNIO 2018

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DANZA

VIBRACIONES

Cisnes subversivos

La viola desprecia a la orquesta

ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA LES BALLETS TROCKADERO

HUGO ROCA JOGLAR @hugorocajoglar

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l 22 y 23 de junio estará en México la compañía masculina Les Ballets Trockadero de Montecarlo, que interpreta toda la gama del repertorio del ballet y la danza moderna, incluyendo las piezas de la tradición clásica apegadas a las interpretaciones originales tanto técnica como estilísticamente. Esta peculiar compañía resulta muy interesante por las perspectivas desde las cuales aborda la danza, y por la ruptura conceptual que implican las características que la definen. La incorporación de la comedia la logra con la exageración de las debilidades, accidentes y las marcadas incongruencias de la danza que entendemos como “seria”. La ruptura se da sobre todo a través del humor, pero no se reduce a ese recurso. El cuestionamiento a los conceptos que tradicionalmente se tienen sobre el arte clásico, y a la danza rigurosa, de repertorio clásico en particular, es profundo y se ejerce desde sus múltiples aspectos. Tal vez el recurso más vistoso y que ha hecho muy popular a esta compañía es el uso de zapatillas de punta en ejecutantes varones. No se trata solo de su uso para la ridiculización de los roles en la danza, sino de cuestionar “lo masculino” y “lo femenino” como etiquetas impuestas desde la sociedad, y las profundizadas en la danza clásica.

Convenciones ridículas y restrictivas pero inamovibles e incuestionables. Estas convenciones se miran abruptamente quebradas al irrumpir en el escenario un cuerpo de baile de varones elevados sobre las puntas de sus pies, con una técnica impecable. Maquillados, portando tiaras y tutús, la compañía lleva a escena una acción performática que mezcla la limpieza técnica con elementos de humor al exagerar situaciones propias de la ejecución dancística: caídas, choques, olvidos, cansancio, etcétera. Respecto de la pulcritud técnica, podemos mencionar que cada uno de los bailarines posee un entrenamiento intenso capaz de ejecutar pasos de extrema dificultad: piruetas, fouttés, developpés y passés. Con ello confrontan y subvierten los roles restringidos para mujeres y hombres. Deconstruyen, a cada paso perfectamente ejecutado, lo que está etiquetado y destinado para cada género reconocido por la tradición clásica. No estamos viendo la reducción a la ridiculización de hombres vestidos de bailarinas, sino un profundo cuestionamiento a las convenciones que

Les Ballets Trockadero ha sido pionero en “la subversión de la identidad”

en general se asumen, aceptan y replican. Tampoco se trata de exhibir hombres feminizados que, a final de cuentas, también replican el rol de aquello que se entiende como “lo femenino”, sino de profundizar en el interrogante sobre imponer roles en sí mismos. En escena miramos ejecutantes que subvierten paradigmas y echan mano de todos los elementos del repertorio dancístico, de hombres o mujeres, eso no importa, para presentar una danza que difumina las fronteras y las restricciones. Precisamente en esta profundidad para confrontar convenciones incuestionables radica la sofisticación del humor de esta compañía. Este humor no se reduce al pastelazo o a la mera ridiculización; recurre a la pulcritud y exigencia técnica para ejecutar una danza disfrutable y tener la posibilidad, con pleno control de la escena, de realizar quiebres humorísticos que mantienen al público maravillado, divertido, pero siempre confrontado con convenciones sociales muy arraigadas en la sociedad y casi cinceladas en la tradición clásica de la danza. Les Ballets Trockadero ha sido pionero en lo que la filósofa norteamericana Judith Butler ha planteado como “la subversión de la identidad”, y es un claro ejemplo de lo que ha definido como “límite discursivo del sexo”. Una rebelión de cisnes musculosos elevados sobre la punta de sus pies.

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urante el segundo movimiento de su Haroldo en Italia (1834) —ecléctica sinfonía con espíritu de concierto—, Hector Berlioz (1803–1869) plantea un conflicto irreconciliable entre la viola y la orquesta: sus temas no concuerdan; avanzan en direcciones diferentes y sus longitudes son distintas. Ambos son temas suaves y oníricos, pero avanzan sin escuchar al otro, inmersos en su propio sueño sordo. En el segundo movimiento de su Concierto para viola y orquesta (2015), Jennifer Higdon (1962) hace lo mismo: la viola y la orquesta se ignoran. Cada una se pronuncia desde la certeza de que su sonido resulta definitivo. La voz de la orquesta pregunta y tiembla, es ambigua y frenética; sus frases se articulan en torno a fragmentos y dudas. La voz de la viola asiente y destruye; es veloz y vigorosa; sus frases se articulan en torno a una afirmación absoluta. Y, sin embargo, dialogan. A pesar de sí mismas, de sus naturalezas soberbias, sus cantos se mezclan. Al principio, es tensa la atmósfera de semejante conversación impuesta. Luego surge la incredulidad de, por ejemplo, una viola desgarrando siniestros arpegios mientras la orquesta, para no romperse en pedazos, abre las cuerdas del contrabajo con todas sus fuerzas en un libre abrazo que de tan amplio casi resulta jazzístico. A Hector Berlioz lo motivó el desprecio por las formas existentes y expresó su desdén a través del comportamiento de sus instrumentos. Jennifer Higdon hostiliza las relaciones entre la viola y la orquesta por otros motivos; su único impulso es responder un planteamiento experimental: ¿qué construcciones surgen si impongo colaboraciones entre acontecimientos sonoros que han nacido aislados para morir sin salidas?

A Berlioz lo motivó el desprecio por las formas y expresó el desdén a través de sus instrumentos

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Louis Hector Berlioz (1803-1869)


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

02 DE JUNIO 2018

http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto

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TOSCANADAS

e dice que el cuento gringo suele ser más largo que el latinoamericano porque a ellos se les paga por palabra y a nosotros por texto. Asimismo, muchas de las novelas que originalmente se publicaron por entregas llevan un sabor de alargamiento. Vargas Llosa ha dicho que las grandes novelas son novelas grandes, pero cualquiera sabe citar obras maestras que no llegan a las cien páginas. Y sin embargo es verdad que todo necesita una extensión. Un haikú podrá ser ingenioso y sugerente pero nunca alcanzará la altura de un “Primero sueño” de Sor Juana o un “Muerte sin fin” de Gorostiza. Aunque los minicuentos de Monterroso son chispeantes, memorables y proverbiales, acaban sepultados bajo la aplanadora marca Don Quijote o

Extensión DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

MAESTRO EN LA DISTANCIA LARGA Meb Keflezigh, ganador de los maratones de Boston y Nueva York

Guerra y paz. Si bien tampoco se puede crecer indefinidamente. ¿Qué haríamos con una pieza de Shakespeare de diez horas o con una novela de 18 mil 200 páginas? Vaya uno a saber quién decidió que el futbol se jugara a dos tiempos de cuarentaicinco minutos, pero a estas alturas parece una decisión perfecta, tal como el beisbol sabe bien a nueve entradas y si a veces llegan a darse grandes juegos con tiempos extra o con extra innings, lo cierto es que se prefiere vivir sin ese postre. El boxeo sí decidió reducir sus rounds y, aunque en su momento añoramos los tres que nos restaron, hoy parece cosa natural la pelea a doce asaltos. En eso de los deportes hay distancias mayores y menores, pero la más misteriosa longitud perfecta es la de cuarentaidós kilómetros con ciento noventaicinco

metros. Hay cosas que siempre son largas, como las filas o los sexenios. Otras que siempre son breves, como la juventud y la vida. El mejor elogio que le pueden hacer a un novelista es: “Deseaba que la novela no acabara”. Por el contrario, una mala novela que por alguna razón debemos leer nos causa la pesadez de esa larga espera para que nos atienda el gerente de la sucursal bancaria. Pensaba en cuestiones de longitud porque a partir de hoy me recortaron el espacio en este muy querido suplemento cultural. Hasta la semana pasada pude publicar textos de 3500 caracteres, pero ahora tengo un límite de 2300. Me tendré que acostumbrar a ser más breve. Ya veremos que lo más sorprendente en cuanto a la longitud de textos, ya sea en periódicos, revistas o libros, se da cuando…

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CAFÉ MADRID

El paraíso de Borges

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA MARCELLO MENCARINI/ LEEMAGE

icen que encontraba la felicidad en la lectura. Que su biblioteca era el laberinto personal en el que disfrutaba perderse. Que desde que era niño hizo suyos los libros de su abuela (la mayoría en inglés). Que se adentraba, como quien se zambulle y chapotea en el mar, en las páginas de los de filosofía y religión, dispuesto a encontrar en ellos las claves de la vida. Dicen que los místicos fueron decisivos para su obra. Que atesoraba cientos de ejemplares anotados (cuando aún veía) y con los lomos gastados por el uso. Que casi todos se conservan en la sede bonaerense de la Fundación que lleva su nombre. Dicen que coincidía con Emerson en que una biblioteca es una especie de gabinete mágico en el que están atrapados los mejores espíritus de la humanidad, que nos esperan para salir de su mudez (“tenemos que abrir el libro, entonces, ellos despiertan”). Dicen que ahora cualquiera puede asomarse a su intimidad lectora a través de La biblioteca de Borges (paripébooks), una compilación de fotografías de apenas el cinco por ciento de los libros que lo formaron. Dicen que esta selección bellamente fotografiada e impresa se ha hecho al azar, aunque es sabido que con Borges eso solo significaba que nuestra ignorancia era demasiada respecto a la compleja maquinaria de la causalidad. Dicen que en 1985, cuando le faltaba un año para morir, la editorial Hyspamérica le pidió un canon de “100 grandes obras que todos deberían leer”. Que él se entusiasmó y expresó: “deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración

de tantos lenguajes y de tantas literaturas”. Dicen que, sin embargo, solo logró hacer una lista de 74 libros, entre los que se encuentran los Cuentos de Julio Cortázar, El mandarín de José María Eça de Queiroz, Ensayos y diálogos de Oscar Wilde o La descripción del mundo de Marco Polo. Dice su viuda, María Kodama, que los volúmenes atesorados por él pertenecen, no obstante, a “un ámbito más específico” y han sido escritos por autores anglosajones, españoles, franceses o italianos, como Rudyard Kipling, John Donne, William Blake,

Bernard Shaw, T. S. Eliot, Almafuerte, Sarmiento, Enrique Banchs, Dante Alighieri, Kafka, Homero, Virgilio. Dice ella, también, que esa biblioteca revela “su interés desde niño por los mitos griegos, sobre todo por el Minotauro, y naturalmente por la obra de Shakespeare”. Dice la viuda que la relación de Borges con los libros era muy física: “los cuidaba mucho, le encantaba tocarlos y olerlos. Obtenía mucho placer de sus libros”. Y que cuando la ceguera se instaló por completo, el escritor “seguía sabiendo dónde estaba cada uno y los mandaba buscar”.

La biblioteca del escritor argentino incluía a John Donne, William Blake, T.S. Eliot, Kafka y Homero, entre otros

Dicen que cuando Jorge Luis Borges leyó la primera edición en inglés de Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence, escribió en la página final, con letra pequeña, cosas como: “había una certidumbre en la degradación. 581”. Que hizo apuntes, con lápiz y en inglés, en la portadilla de The Life of Oscar Wilde, de Hesketh Pearson. Que en 1941, en un ejemplar de la Biblia de Cambridge, anotó: “en el principio Dios fue los dioses (Elohim)”. Que cosas por el estilo escribía en las obras escogidas de Cocteau, en el I Ching, en el Corán, en el Bhagavad–Gita, y en la edición de The Tibetan Book of the Dead, del pionero estadunidense de los estudios de budismo tibetano W. Y. Evans–Wentz. Dicen que, además de a la Divina comedia, Borges siempre volvía a Kipling. Que coincidía con él en la idea de que el éxito y el fracaso son relativos. Que decía: “yo descreo de los dos. Pienso con Kipling que son dos grandes impostores. Nadie fracasa tanto como cree ni nadie tiene tanto éxito como se imagina”. Que, además, subrayaba que “como el de Montaigne o Sir Thomas Browne, el descubrimiento de Stevenson es una de las perdurables felicidades que puede deparar la literatura”. Dicen que al final de sus días, ya ciego, en medio de su paraíso de tinta y papel, afirmaba que el libro era “el más asombroso de los instrumentos del hombre”. Que, después de todo, no sabía si era un buen escritor pero que creía ser “un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector”. Y dicen (lo saben muchos) que no se cansaba de repetir: “que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.

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