Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO NARRATIVA
MEMORIA
V. S. NAIPAUL
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
La rifa
Miguel Delibes y la Primavera de Praga
Foto: Chris Ison
SÁBADO 18 DE AGOSTO DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 792
Ilustración: Alfredo San Juan
Entrevista a Margo Glantz Guadalupe Alonso Coratella/ FOTOGRAFÍA: MÓNICA GONZÁLEZ
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ANTESALA
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ARTES VISUALES
Medir la incertidumbre MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA MUSEO JUMEX/ RAMIRO CHAVES
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n la Galería 1 del Museo Jumex se presenta la obra de la brasileña Fernanda Gomes (1960), quien ya en los años ochenta trabajaba con materiales “sobrantes” para, más que reciclarlos, reinventarlos como se observa en esta puesta, que de primer vistazo “engaña” al espectador, quien entra a un espacio blanco, luminoso, mínimo, que se despliega de adentro hacia fuera. Para esta muestra, nombrada sencillamente Fernanda Gomes, la artista generó una arquitectura dentro de una arquitectura. Las obras exhibidas, a las que llama “cosas”, están dispuestas para invadir la galería: esculturas sutiles que son también arquitecturas efímeras, las cuales simulan estar colocadas con la intención de crear un ambiente prístino, una atmósfera silenciosa y ordenada que se rompe al momento en que el visitante se percata del juego entrópico que Gomes ha puesto en marcha. A la repetición de las diversas versiones de un cuadrado blanco de 90 x 90 cms —que genera la ilusión de simetría— le sigue la vara estrellada en el piso con sus restos abandonados y apenas visibles. A los cuadros blancos inmaculados los vigilan pedazos de madera triangulares que podrían ser desechos de los bastidores pero que en esta pieza son un detonador de la entropía. Un desorden que cuestiona qué es el adentro y qué es el afuera, que desafía la noción de acabado y que, sobre todo, irrumpe para desenmascarar a ese orden-ficción. Esta instalación exige atención. El visitante debe entrar dispuesto a realmente observar, a enfocarse en los detalles, a sentir el espacio y el tiempo para así lograr compenetrarse con la fuerza visual de la pieza, no caer en la trampa del prejuicio ni mirar dando por hecho que no hay nada que mirar. Aquí el espectador superficial se sentirá defraudado. Lo que “verá” es un “lugar común del conceptualismo” o nada. Esta breve exposición es un reto para el espectador curioso, para ese que desea contemplar para descubrir, el que tiene tiempo para detenerse a escuchar la pieza…, para ese que se enfrenta a la obra, que prefiere sentirla y escudriñarla más que teorizarla. Nada está ordenado, no hay definición. Reina la incertidumbre, una que marca un ritmo, una cadencia visual que hace una cita a la tradición plástica brasileña. Porque entre la pintura blanca, los textiles lisos, las maderas crudas, los hilos, están citas a la poesía visual, a los movimientos concreto y neo-concreto, a la estética del hambre, a la antropofagia, que Gomes recupera para medir la incertidumbre tan necesaria en el acto creativo.
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Pieza de la exposición Fernanda Gomes.
Escobar: la traición (Loving Pablo). Dirección: Fernando León de Aranoa. España, 2017.
HOMBRE DE CELULOIDE
El jefe de jefes colombiano
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ESCOBAR FILMS
arconovelas, narcoseries, narcoarte. La industria de las drogas trasciende el fenómeno de la compraventa y ocupa su lugar como género propio, con sus lugares comunes y sus escenas prefabricadas. Escobar: la traición es una narcopelícula de Fernando León de Aranoa, director que se dio a conocer en México en las antaño exclusivas Muestras de la Cineteca. En torno a 2002 se presentó Los lunes al sol, que contaba la historia de unos trabajadores despedidos injustificadamente en Vigo y que luego de varios años de fracasos habían decidido tomarse las cosas con calma y echarse (los lunes) al sol. Esta obra marcó el inicio de la relación entre León de Aranoa y Javier Bardem, a quien ahora vemos en Escobar: la traición. Antes de valorar el trabajo de Bardem recordemos Un día perfecto de 2015. En ella las aspiraciones de Aranoa crecieron notablemente. De la crítica social en Vigo sus intereses se movieron a la Guerra de los Balcanes. El cine de Fernando León de Aranoa creció de la realidad local hasta el conflicto global. Con Escobar: la traición, el director sigue interesado en geopolítica pero ha querido meterse ahora en la difícil relación entre Estados Unidos y América
Latina. Y no es que por ser español no pueda entender el odio macerado de ciertas clases sociales y políticas que, en un momento dado, pensaron que si lo que los gringos querían era droga había que dársela. El problema está en que resulta políticamente muy incorrecto filmar algo que pudiese parecer apologético de un hombre como Escobar. Pero es claro que al autor le hubiese gustado, de modo que la película da tumbos entre lo que tiene que decir (después de todo la película fue filmada en inglés para acceder al mercado estadunidense) y lo que realmente quisiera decir. ¿Qué creo que piensa León de Aranoa? Que Estados Unidos está tan lleno de corrupción como Colombia, que a los gobernantes en ambos países les importa un bledo lo que suceda con sus clases más necesitadas y que la DEA es un grupo de choque, empoderado con la intención de intervenir en los asuntos políticos y sociales de toda la cultura latinoamericana. La misma que los sajones han querido infruc-
Vale la pena ver una película que se parece mucho a Traffic, estrenada en el año 2000
tuosamente dominar. Después de todo, durante una secuencia la traidora periodista que interpreta Penélope Cruz afirma que Estados Unidos tiene que pagar las cuentas que debe en esta guerra. Y es cierto. Afirma luego que lo que realmente está preocupando a los gringos es que el dinero de la mafia latina se está yendo fuera de sus fronteras: “¿por qué no persiguen a la mafia italiana? Porque el dinero italiano se queda en Estados Unidos mientras que el dinero de la cocaína se va para Colombia”, dice la misma periodista en otra ocasión. Y esto también es cierto, como es cierto que la guerra de Estados Unidos contra el narco colombiano tiene un amargo tufo a colonialismo y que lo que está pasando en México es todavía peor. Pero justamente porque esta intervención en Colombia es el preludio de una intervención que a gritos de “construyamos el muro” está teniendo lugar, vale la pena ver una película que se parece tanto a Traffic del año 2000, que trata de hacer héroes con personajes tan despreciables como cierto agente de la DEA que grita un hipócrita “¡Viva Colombia!” Llegado el sabido final, con todo y lo tendencioso que ha tenido que ser el director, hay que decir que su película ha sido actuada en forma impecable. Javier Bardem realmente es Pablo Escobar.
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POESÍA
ESCOLIOS
Hotel California. Versión con niño a oscuras
Elogio del resentimiento
EDUARDO SARAVIA
Duerme. Entrégate a la noche con desbordado placer, porque Bakou te protege. Nada malo acecha en las esquinas, son las esquinas de la habitación y nada más, el límite de esto y aquello. No hay jirafa de fuego, extraterrestre o zombi que pueda lastimarte. Recuerda la leyenda. Si ves un fantasma en tu interior o si algo recorre la llanura de tus sueños pide a Bakou, hijo, pide a Bakou que te proteja, pide a Bakou que lo devore. Este poema pertenece a Browning, el libro con el cual el autor obtuvo el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2018. EX LIBRIS
Sófocles y Antígona/ EKO
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
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@Sobreperdonar
l resentimiento es una actitud que se caracteriza por la rumiación dolorosa, el enojo insatisfecho y la perplejidad frente a un mal o una ofensa que se considera inmerecida. Se trata de una actitud que, a menudo, genera desdicha para su portador y que implica cierto grado de autoagresión. El resentido es un obseso que busca una retribución a la afrenta, un desposeído que encuentra su único consuelo en emprender, o imaginar, la destrucción de aquello que lo destruyó. El resentimiento es una memoria emponzoñada por el agravio; una mente fija, incapaz de salir del eterno presente de un momento traumático. El resentimiento y la búsqueda de venganza han ilustrado algunos de los caracteres más significativos del mito y la literatura desde la dinastía micénica de los Tántalo, Pélope, Tiestes, Atreo, Agamenón y Orestes hasta el capitán Ahab, pasando por Hamlet. Se ha señalado, con cierta razón, que el resentimiento contribuye a la prolongación de las cadenas del horror vindicativo y que envenena el alma de sus portadores. Por eso, una utopía moral erradicaría el resentimiento y estaría plagada de perdón y olvido. Sin embargo, tanto el resentimiento como el perdón son reflejos morales absolutamente individuales, cuya aparición se opera de manera espontánea, a veces contra toda lógica jurídica o argumento racional (se llega a excusar a quien no lo merece y se perdona lo imperdonable). Los sentimientos de agravio o perdón están llenos de conflictos, dubitaciones y contradicciones y su emergencia corresponde al más íntimo albedrío o a la fe religiosa. Tanto el oscuro resentimiento que albergan ciertos individuos como el luminoso perdón que otorgan otros son milagros de la conciencia y su valor de uso no puede generalizarse. Por eso, para evitar las imprevisibles secuelas de la apreciación personal de la afrenta, tanto los Estados laicos como los marcos jurídicos modernos tienden a fijar un acervo de reglas y castigos que son de aplicación general. No corresponde a lo jurídico, ni a ningún poder político (y ese conflicto está ampliamente ilustrado en la literatura), inducir determinados perdones o resentimientos, sino garantizar un sistema de justicia uniforme y eficiente. Por lo demás, el resentimiento no siempre es inútil o patológico y algunos individuos (piénsese en supervivientes del Holocausto como Paul Celan, Jean Améry o Primo Levi) lo adoptan como un medio doloroso, prácticamente suicida, pero indispensable para evitar la narcotización de la memoria. Porque, ante el mal inexplicable, atroz y gratuito, el único consuelo del que carece de justicia es el recuerdo (a menudo autopunitivo) que evita la total impunidad de la falta. Olvidar y comenzar de nuevo no siempre es sano, o posible, y como dice T. W. Adorno, la famosa frase “todo está bien, como si nada hubiera pasado” que aparece en el Fausto de Goethe “es pronunciada por el diablo para revelarnos su principio más íntimo: la destrucción de la memoria”.
No corresponde a lo jurídico inducir determinados perdones o resentimientos
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DE PORTADA
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A partir del 1 de diciembre, la escritora se hará cargo de la editorial más importante de América Latina. Sobre eso conversa, sobre su infancia y su pasión por los viajes
Margo Glantz
“El FCE ha tenido periodos de oro y otros menos buenos”
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GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA MÓNICA GONZÁLEZ
ace poco visité a Margo Glantz en su casa de Coyoacán para platicar sobre su nuevo libro. Llevaba una férula en el pie derecho, a causa de una leve cirugía por un problema de artrosis. Ansiaba que pronto la dieran de alta. “Tengo como siete viajes en puerta, el más próximo, a Perú”, me dijo. Justamente allá estaba cuando se dio a conocer su nombramiento como directora del Fondo de Cultura Económica, la casa editorial que ha publicado sus obras reunidas. La noticia causó alegría entre la comunidad, también extrañeza. A sus 88 años, Margo investiga, escribe, da conferencias y no hay día que no interactúe en las redes sociales. Suele moverse con tanta libertad que es difícil imaginarla atrapada en los afanes de un funcionario público, si bien es innegable su estrecho vínculo con los libros y la edición. Sin duda, tiene las armas para hacerse cargo de la editorial más importante de Latinoamérica. Platicamos, en aquella ocasión, sobre el libro Y por mirarlo todo, nada veía, título que toma de un verso de Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz. “Son textos breves tomados de noticias de Twitter y Facebook, conectados solo con puntos y comas.
Escribo mucho en Twitter, todos los días. Es como un deber cotidiano; me siento mal si no lo hago”. En este libro, Margo Glantz intentó conformar una narrativa “contundente, sin sentimentalismos”. Una catarata de textos donde acomoda la información tal y como aparece en Twitter y Facebook, noticias dispersas que se van conectando sin ninguna jerarquía. “El libro trata de mostrar, como en el mundo contemporáneo, la falta de jerarquización y la relación codo a codo con las cosas más ínfimas o las más terribles: bombas atómicas, asesinatos, narcotraficantes, el descubrimiento de un planeta, los problemas de la extinción de las especies: un muestrario de lo que nos pasa en este tiempo y nuestra relación con las redes sociales”. En el texto, armado minuciosamente, se entretejen referencias a Borges, Kafka, Bataille o Sebald, 140 golpes, aquí y allá, que revelan la biografía literaria de la autora. Al tiempo que formaba este libro, Margo Glantz tenía otros en proceso. Entre ellos, uno sobre relatos de viaje que incluye numerosos textos publicados en revistas y diarios. Ha invertido casi diez años en rescatar, acomodar, reescribir y darle forma a este volumen que, hasta el momento, consta de unas mil páginas. No extraña que se involucre en varios proyectos a la vez, energía no le falta. Su bibliografía cuenta con más de 40 títulos entre narrativa y ensayo o una mezcla de ambos.
Fue lectora desde niña. Luego, con la docencia y la investigación adquirió “un cúmulo de sabiduría, para decirlo un poco pedantemente”, que decanta y organiza, ya sea para el ensayo o la ficción. Una escritura hecha de fragmentos donde convergen sus intereses, además de las historias y vivencias que la han marcado y se reflejan en su quehacer literario. La fruición por los zapatos, por ejemplo, ocupa buena parte de sus escritos, entre éstos La mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador. Su madre tuvo dos zapaterías y, a los 11 años, Margo Glantz se hizo cargo de una de ellas: “no era propiamente elegante, se anunciaba como ‘Modelos del Centro y precios de Tacuba’ ”. De padre y madre ucranianos, creció en una familia judía no religiosa. Cuando tenía 9 años, su madre insistió en que debía aprender inglés y la envió, junto con su hermana, a tomar lecciones con unas vecinas. “Dos mujeres muy finas, católicas, pero nunca nos dieron clases de inglés. Decían que por ser judías nos íbamos a ir al infierno, y durante tres años tuvimos una educación religiosa: catecismo, bautizo, confirmación, primera comunión, libros de santos, íbamos a la iglesia todos los domingos, comulgábamos, y luego nos llevaban al cine. Yo devoraba gaznates y muéganos, y sentía que el niño Dios estaba en mi corazón y
que le estaba haciendo daño con el ruido que hacía al masticar. Era algo maravilloso, hasta que mi mamá lo descubrió. Fin de la historia. Pienso que mi afición por las monjas y por Sor Juana viene de las historias de santos que leía a mis 12 años”. Margo Glantz es una de las voces más autorizadas en la vida y obra de Sor Juana. Además de considerarla una poeta extraordinaria, admira la capacidad con la que se abrió paso “en un mundo paternalista, dominado por la Iglesia, por la Inquisición; un mundo donde las mujeres no tenían muchas posibilidades, solo flagelarse para llegar a ser santas. Pero Sor Juana no quería ser santa, quería pensar, se impuso y creó una escritura sin paralelo”. Le pregunto qué ha significado para ella abrirse paso en el mundo de la literatura. “Fui haciendo mi vida y las cosas se me fueron dando. De repente dije: ‘Cuando sea grande voy a ser escritora’, y ya soy grande y soy escritora. Me costó mucho trabajo que me aceptaran como tal, que mis cuentos los consideraran cuentos. Se han hecho cantidad de antologías y en ninguna están mis cuentos. Por primera vez me van a considerar en una antología de Literatura de la UNAM, que lleva como diez años editándose y nunca se les había ocurrido tomarme en cuenta. Todo ha sido difícil, pero al mismo tiempo lo he vivido deslizándome tranquilamente”.
“Es importante convertir a los jóvenes en lectores e incrementar las nuevas colecciones”
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A partir del 1 de diciembre, Margo Glantz se sumará a una lista de escritores e intelectuales distinguidos que han dirigido el Fondo de Cultura Económica: Daniel Cosío Villegas, su fundador; Arnaldo Orfila, José Luis Martínez, Jaime García Terrés, por mencionar a algunos. Localizo a Margo Glantz en su casa. Recién volvió de Perú la noche anterior. Así recibió la noticia: “Me sentí muy honrada, el FCE es, junto a la UNAM, mi alma mater, una de mis principales referencias culturales. Espero poder funcionar bien ante este nuevo reto en mi ya larga carrera, aunque sé que esta decisión significa un cambio importante en mi vida y que no tendré tanto tiempo para dedicarme a la escritura. Pero junto a un buen equipo podremos solucionar y planear muchas cosas”. Profesora Emérita de la UNAM, Margo Glantz se ha ocupado de la literatura comparada, la latinoamericana,
la mexicana, tanto el periodo colonial (crónicas de la Conquista, Sor Juana y sus contemporáneos) como los siglos XIX y XX. Su experiencia en el ámbito editorial incluye la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas de la SEP, y la de Literatura en el INBA. Junto con otros proyectos, editó la colección De la Gran Literatura con Sergio Pitol, y la recuperación de novelas importantes del siglo XIX y principios del XX, en la colección La Matraca, que continuó durante su gestión en la Dirección de Literatura del INBA. Allí fundó y dirigió el periódico Guía de forasteros. Estanquillo literario. En la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM fundó y dirigió la revista Punto de partida. Para Margo Glantz, “el FCE es una editorial extraordinaria, de las más importantes en lengua española. Ha tenido periodos de oro y periodos menos buenos, pero
La autora de Las genealogías y Sor Juana Inés de la Cruz: saberes y placeres.
como se leía en una inscripción en Antigua, Guatemala: ‘Se ha mantenido airosa a pesar de las inclemencias del tiempo’”. Fue cercana a Arnaldo Orfila. “Creó colecciones espléndidas, publicó libros fundamentales en una época en que, por ejemplo, en España, no había posibilidades de hacerlo a causa de la censura. Mucho de lo que publicó Orfila debería reeditarse y reforzarse con nuevos títulos, poner al día las colecciones originales que han existido de manera proverbial en el Fondo, como Tierra Firme, Biblioteca Americana, los Breviarios, Literatura mexicana, donde se publicó a Juan Rulfo, a Rosario Castellanos, a Carlos Fuentes, así como las grandes obras clásicas de la Historia. Lo mismo la colección de Poesía latinoamericana, que nos ayuda a romper con la balcanización que sufren nuestros países. Y, muy
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importante, incitar a los jóvenes para convertirlos en lectores, además de incrementar las nuevas colecciones, los libros sobre ecología y los que analizan con profundidad la irrupción de la inteligencia artificial y las redes sociales”. Aquel día, cuando visité a Margo en su casa de Coyoacán, hablamos también del viaje como un motor de la escritura. “A veces pienso que estoy viajando solo para escribir sobre mis experiencias de viaje, lo cual es absurdo, pero ni modo”, me dice con humor. “Es la posibilidad de no estar en la inercia, de progresar, de romper la monotonía y la rutina. El viaje te pone frente a experiencias nuevas, te enfrenta a tu propia realidad y altera esa condición inerte cuando te pasas la vida sentada tras un escritorio. Eso es muy importante para mí. Siento que si no viajo no hay futuro”.
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LITERATURA
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Con este cuento de corte autobiográfico recordamos al Nobel trinitense, hijo de la diáspora india, fallecido el 11 de agosto en Londres
La rifa A
V. S. NAIPAUL FOTOGRAFÍA SHUTTERSTOCK
los maestros de primaria no les pagan mucho en Trinidad, pero les permiten maltratar a los alumnos tanto como quieran. El señor Hinds, mi maestro, era bueno para el maltrato. En el anaquel, debajo de The Last of England, tenía cuatro o cinco varas de tamarindo ideales para pegar. Flexibles y duraderas, escuecen la piel luego del azote. En el patio de la escuela había un tamarindo. El Sr. Hinds también guardaba en su locker una correa de cuero que humedecía en una cubeta como las que había en cada salón para los incendios. Todo esto no habría sido tan malo si el Sr. Hinds no hubiera sido tan joven y atlético. En una escuela de deportes a la que yo iba, lo veía quitarse sus zapatos relucientes, subirse los pantalones hasta media espinilla y ganar las Cien Yardas para Maestros, un cigarrillo entre los labios, la corbata aleteando elegantemente sobre su hombro. Era una corbata color vino: el Sr. Hinds cuidaba su forma de vestir. Eso era algo que de algún modo lo hacía parecer más terrible. Vestía un traje café, una camisa crema y aquella corbata color vino. Se rumoraba también que tomaba mucho los fines de semana.
Pero el Sr. Hinds tenía un punto débil. Era pobre. Sabíamos que daba “lecciones particulares” porque necesitaba dinero extra. Nos daba clases privadas en el receso matutino de diez minutos. Cada alumno le pagaba cincuenta centavos. Si un chico no le pagaba, era retenido y castigado hasta que pagara. También sabíamos que el Sr. Hinds tenía una parcela en Morvant donde criaba aves de corral y algunos animales. Los otros chicos nos compadecían —innecesariamente—. El Sr. Hinds nos pegaba, pero creo que estábamos un tanto orgullosos de él. Digo que nos pegaba, pero no quiero decir eso en realidad. Por alguna razón que nunca pude entender entonces y tampoco ahora, a mí nunca me pegaba. Nunca me hacía limpiar el pizarrón. Nunca me hacía lustrar sus zapatos. Incluso me llamaba por mi nombre, Vidiadhar. Esto me hacía quedar mal ante los otros alumnos. Cuando jugábamos cricket no me dejaban lanzar ni batear y siempre era el onceavo en el equipo. Mi único consuelo era que solo debía pasar dos periodos en esa escuela antes de ir al Queen’s Royal College. No deseaba tanto ir a QRC, más bien lo que quería era irme de Endeavour (que era el nombre de la escuela). El favor del
La cabra lucía como si estuviera pasmada por el olor que ella misma había generado
Sr. Hinds me hacía sentir inseguro. Una mañana durante la clase privada, el Sr. Hinds anunció que iba a rifar una cabra —un shilling el boleto. Habló con mucha seriedad y nadie rio. Me hizo escribir el nombre de todos los alumnos de la clase en dos folios de papel. Quienes deseaban jugarse un shilling debían poner una palomita enseguida de sus nombres. Ese día, antes de que terminaran las clases privadas, cada nombre estaba palomeado. A todos les caí mal. Algunos chicos creían que la cabra era una mentira. Otros decían que, en caso de ser cierto, ya sabían quién se la iba a ganar. Yo esperaba que tuvieran razón. Hacía tiempo que deseaba tener un animal, y la idea de obtener leche de mi propia cabra me gustaba. Había escuchado que Mannie Ramjohn, el campeón de la milla en Trinidad, solo tomaba leche de cabra y nueces. La mañana siguiente escribí los nombres de los alumnos en tiras de papel. El Sr. Hinds me pidió mi gorra, metió los papelitos, sacó uno, y dijo “Vidiadhar, la cabra es tuya”, e inmediatamente arrojó los otros nombres al bote de basura. A la hora de la comida dije a mi madre: “Me gané una cabra”. “¿Qué tipo de cabra?” “No sé. No la he visto”. Se rio. Tampoco creía lo de la cabra. Pero cuando terminó de reír dijo: “Sería bonito que te ganaras una”. También yo empezaba a dudar sobre la cabra. Me daba miedo
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preguntarle al Sr. Hinds, pero uno o dos días después dijo: “Vidiadhar, ¿vas a venir o no por la cabra?” Vivía en una ruinosa casa de madera en Woodbrook y cuando llegué lo vi en shorts caqui, camiseta y zapatos de tela azules. Estaba limpiando su bicicleta con una franela amarilla. Yo estaba sorprendido. Nunca lo hubiera asociado con tales ropas ni con ese quehacer doméstico. Pero sus modales eran más irónicos y desdeñosos que en la escuela. Me llevó a la parte trasera del patio. Ahí había una cabra. Blanca, con grandes cuernos, amarrada a un ciruelo. La tierra alrededor del árbol estaba sucia. La cabra lucía silenciosa y adormilada, como si estuviera pasmada por el olor que ella misma había generado. El Sr. Hinds me dijo que la acariciara. Lo hice. El animal cerró sus ojos y siguió mascando. Cuando dejé de acariciarla, abrió los ojos. Cada tarde, alrededor de las cinco, un viejo conducía una carreta de burros por Miguel Street, donde vivíamos. La carreta estaba llena de pastura fresca, atada en pequeños manojos de manera tan prolija que uno diría que la pastura no era algo que creciera sino que era un producto fabricado. La carreta se volvió importante para mi madre y para mí. Comprábamos cinco, a veces seis manojos por día; cada manojo costaba seis centavos. La cabra siguió igual. Aún parecía silenciosa y adormilada. De vez en cuando el Sr. Hinds me preguntaba con una sonrisa cómo estaba el animal, y yo le respondía que bien. Pero cuando le preguntaba a mi madre cuándo iba a dar leche la cabra, me decía que dejara de fastidiarla. Un día puso un anuncio: Carnero de faena Informes aquí
y se molestó mucho cuando le pedí explicaciones. El anuncio no sirvió de nada. Comprábamos los manojos de pastura, la cabra los comía, pero no daba leche. Un día, cuando llegué a la casa, la cabra ya no estaba. “Alguien me la pidió prestada”, dijo mi madre. Se veía contenta. “¿Cuándo nos la devuelven?” Se encogió de hombros. La trajeron esa misma tarde. Cuando di vuelta a la esquina hacia Miguel Street, la vi en el pavimento fuera de nuestra casa. Un hombre al que no conocía la sujetaba mediante una soga mientras alegaba gesticulando con su mano libre. Conocía a ese tipo de individuos. No iba a soltar la soga hasta haber concluido su alegato. Mucha gente estaba mirando a través de sus cortinas. “¿Pero por qué quiere robar a la pobre gente así?”, decía, gritando. Se volvió hacia su audiencia tras las cortinas. “Miren todos, ¡solo miren esta cabra!” La cabra, imperturbable, masticaba lentamente, sus ojos entrecerrados. “¿Cómo pueden ser tan aprovechados? El estúpido de mi hermano no conoce esta cabra, pero yo sí. Todos en Trinidad que saben de cabras conocen este animal, de Icacos
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a Mayaro a Toco y hasta Chaguaramas”, dijo, nombrando los cuatro rumbos de Trinidad. “Es la cabra más inútil de todo el mundo. ¿Y se atreve a cobrarle a mi hermano por este animal? Mire, es mejor que me devuelva el dinero de mi hermano, ¿me oye?” Mi madre se veía dolida y molesta. Entró a la casa y salió con algunos dólares. El hombre los tomó y le entregó la cabra. Esa noche mi madre dijo: “Ve y dile al Sr. Hinds que no quiero aquí ese animal”. El Sr. Hinds no pareció sorprendido. “¿No la quiere, eh?” Se puso pensativo, y se pasó la pulcra uña del pulgar sobre el bigote. “Mira, escúchame. Se las voy a comprar. Cinco dólares”. Le dije: “Se comió más que eso tan solo de pastura”. Eso tampoco lo sorprendió. “Seis entonces”. La vendí. Pensé que era el final de la historia. Un lunes por la tarde, alrededor de un mes antes de que terminara mi último periodo de escuela, anuncié a mi madre: “Otra vez van a rifar la cabra”. Se alarmó. El viernes a la hora del té, dije casualmente: “Me saqué la cabra”. Ya se lo esperaba. Antes de que el sol se pusiera, un hombre había traído la cabra de casa del Sr. Hinds, dado dinero a mi madre y se la había llevado. Yo esperaba que el Sr. Hinds no preguntara ya por la cabra. Pero lo hizo. No la semana siguiente sino una después, justo antes de que la escuela terminara. No sabía qué decirle. Pero un chico llamado Knolly, un buen lanzador y una de las víctimas preferidas del Sr. Hinds, respondió por mí: “¿Qué cabra?”, murmuró en voz alta. “A esa cabra hace tiempo que la mataron y se la comieron”. El Sr. Hinds se puso furioso repentinamente. “¿Es verdad, Vidiadhar?” No asentí ni dije nada. La campana sonó y fue mi salvación. Durante la comida dije a mi madre: “Ya no quiero volver a esa escuela”. Ella dijo: “Debes ser valiente”. No me gustó el argumento, pero fui. A la primera hora teníamos Geografía. “Naipaul”, dijo el Sr. Hinds de inmediato, omitiendo mi nombre, “define Península”. “Península”, dije, “es una parte de tierra rodeada completamente de agua”. “Bien. Ven aquí”. Fue al locker y sacó la correa de cuero mojada. Luego se abalanzó sobre mí. “¿Conque vendiste mi cabra?” Un azote. “¿Conque mataste mi cabra?” Un azote. “¿Cómo puedes ser tan malagradecido?” Otro azote, y otro, y otro más. “Es la última vez que ganas algo que yo rifo”. Fue también el último día que fui a esa escuela.
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Traducción de José Abdón Flores. Este cuento forma parte de A Flag on the Island (The Rusell Edition, 1970).
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HISTORIA
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Miguel Delibes y la Primavera de Praga
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ientras Francia era sacudida por las revueltas juveniles y la España franquista mantenía el orden a base de espionaje, censura y represión, el escritor Miguel Delibes (1920–2010) llegó a Checoslovaquia para dar unas conferencias sobre narrativa española a estudiantes universitarios. Era mayo de 1968 y en las calles de Praga los esfuerzos se centraban en configurar el “socialismo de rostro humano” con los derechos y libertades que no permitían el totalitarismo y la burocracia impuestos por el régimen soviético al país que había formado parte del Imperio austrohúngaro. Así que entre charla y charla, el autor de Cinco horas con Mario se convirtió en testigo de un clima de apertura y optimismo que no tardaría en conocerse como “La primavera de Praga”. Al principio, Checoslovaquia le pareció a Delibes un “paraíso terrenal” para practicar la caza, una de sus grandes aficiones, y también un poco infernal al batallar demasiado para encontrar un dentista “de mentalidad poco colectivista” que accediera a sacarle una muela que le dolía y le estaba arruinando su estancia. Pero, ante el devenir de acontecimientos, pronto se dio cuenta de que su viaje se había tornado sociológico y político. Por eso agudizó sus observaciones y se apresuró a escribirlas, mezclando crónica y reflexión, en un texto que se publicó por entregas en la madrileña revista Triunfo y que, casi enseguida, fueron reunidas en un libro editado por Alianza. “Salí de una sociedad que no me gustaba para entrar en otra que me desagradaba no menos, aunque a ésta, justo es reconocerlo, la sorprendiera en un trance de interesante transformación. Quiero decir que, durante estos días en Checoslovaquia, fui testigo del esfuerzo tesonero e inteligente por zafarse del régimen de dictadura al que han estado sujetos”, contó en su primera entrega. En general, el tono de todos esos artículos, escritos en forma de diálogo sostenido con “un español medio”, es de ilusión y esperanza pero con reservas: “Praga —si no se pliega o no la pliegan— puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su poderoso enemigo”, concluyó
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME FOTOGRAFÍA AFP
Manifestación de apoyo a las reformas de Dubcek.
después de ver las acciones realizadas por artistas, estudiantes y algunos políticos, como el aumento de la libertad de prensa, la libertad de expresión y la libertad de circulación, el énfasis económico en la variedad de bienes de consumo y la posibilidad de un sistema de partidos al estilo de las democracias de Europa occidental. No obstante, para consolidar esas características, el hombre que recibiría el Premio Cervantes en 1993 veía necesario el alumbramiento de un ser humano nuevo “que ni practique el caciquismo ni se someta a él”. Medio siglo después de esa etapa de trascendencia internacional, el periodista Joaquín Estefanía, autor del recientemente publicado Revoluciones. 50 años de rebeldía (1968–2018) (Galaxia Gutenberg), califica lo desarrollado en Praga como “el experimento social más importante de 1968”. Porque, dice, “se trataba de modificar desde dentro al sistema, aunque sin contemplar
El 20 de agosto de 1968, cinco países del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia
la destrucción completa del viejo régimen heredero del estalinismo. Era una reforma estructural que contemplaba la legalización de los partidos políticos, acabando con el monopolio del Partido Comunista, y de los sindicatos, con la promoción de derechos civiles tan centrales como la libertad de expresión, de manifestación, de huelga, etcétera”. El filósofo Fernando Savater, por su parte, valora más los cambios introducidos por los movimientos sociales de ese año en el día a día de cualquier ciudadano. “A mí me parece que las agitaciones del 68 no transformaron el mundo sino que fueron el síntoma indudable de que el mundo ya había cambiado. Más que revolucionarlo todo, sirvieron para desatascar lo rígido y autoritario que frenaba una mutación social, tecnológica y económica de escala casi planetaria. Sin duda tuvieron mucho de ideología convencional pero también un toque nuevo, característico, que iba más allá de la consabida problemática de la izquierda contra la derecha. Porque para quienes adquirimos nuestra conciencia política individualista, hedonista y
lúdica (también ingenua) en aquellos días, la mejor noticia fue que se podía ser progresista sin carnet del Partido Comunista o similares”. El 20 de agosto de 1968, cuando ya Miguel Delibes estaba de vuelta en España, miles de soldados y 2 mil 300 tanques de cinco países del Pacto de Varsovia (URSS, Polonia, República Democrática de Alemania, Hungría y Bulgaria) invadieron Checoslovaquia dispuestos a truncar las ansias de cambio. Para entonces el libro de Miguel Delibes (La primavera de Praga) estaba a punto de entrar a la imprenta. No obstante, al escritor vallisoletano le dio tiempo de redactar un epílogo en donde manifestaba que había preferido no introducir modificaciones en sus textos publicados en Triunfo, pues consideraba que de esa manera homenajeaba a los “nuevos hombres de Praga” que salieron a la calle con la creencia de que es posible compatibilizar libertad y justicia. También vaticinaba que esa invasión terminaría volviéndose contra la URSS en su afán por imposibilitar cualquier camino de socialismo democrático.
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EN LIBRERÍAS
18 DE AGOSTO 2018
NARRATIVA, ENSAYO Historia de historias
Balada de los ángeles caídos
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A FUEGO LENTO El amor de la señora Rothschild
Alma Delia Murillo
El niño que fuimos, 2018
Álvaro Uribe Malpaso España, 2018 239 páginas
Israel T. Holtzeimer Ediciones B México, 2018 411 páginas
Sara Aharoni Lumen México, 2018 548 páginas
Este volumen reúne todos los cuentos del también novelista, biógrafo, ensayista y bombardero de los géneros puros, cuya escritura se lee con admiración y reverencia. Así que en él confluyen Topos (1980), El cuento de nunca acabar (1981), La linterna de los muertos (2006) y tres cuentos sin libro. Los personajes convocados son tan variopintos que el lector tiene la ilusión de estar frente a la humanidad entera, una suerte de circo donde hay cabida para la rareza y la extravagancia.
En los primeros días del año 2017, el presidente de México renuncia a su cargo luego de cuatro años de crisis económica, tormentas sociales y escándalos de corrupción. Así da inicio esta novela que no tarda en ponerse del lado de la distopía: el nuevo presidente, cobijado por la simpatía popular, resulta ser un dictador en ciernes que prohíbe el culto religioso. La rebelión se asienta en Iztapalapa, donde un grupo de católicos guarda el ejemplo de resistencia de los cristeros.
Recomendada por Amos Oz, esta novela surge de la mirada de Gútale, una joven que en 1770 consigna la vida cotidiana de la Judengasse (“calle de los judíos”) en Frankfurt. Entre sus apuntes cotidianos y la rutina familiar basada en los negocios, Gútale entabla una relación amorosa con Meir Amschel Rothschild, quien deberá luchar contra la férrea oposición del padre de ella y escalar hasta el punto más alto de la nobleza europea con la sola herramienta de su instinto financiero.
El quinteto de Nagasaki
El puente
Villa bandolero
Aki Shimazaki Lumen México, 2018 442 páginas
Gay Talese Alfaguara México, 2018 206 páginas
Jesús Vargas Valdés mr México, 2018 237 páginas
Yukiko guarda un secreto: el 9 de agosto de 1945, poco antes de que arrojen la bomba sobre Nagasaki, mata a su padre. Hace su confesión en forma de una carta que le envía a su hija y en la que aprovecha para decirle que tiene un hermanastro. Yukiko no es la única que guarda secretos inconfesables, porque su hija también tiene varios esqueletos en el armario, y lo mismo sucede con otros personajes que entrelazan sus biografías con la Segunda Guerra Mundial y los conflictos con Corea.
El cronista estadunidense pone la mirada en los obreros que, entre 1959 y 1964, levantaron el puente que une a Brooklyn y Staten Island, el sexto más largo del mundo con una extensión de 4 mil 174 metros. Son, dice, “parte artistas circenses, parte gitanos, gráciles en el aire, inquietos en el suelo; uno diría que las carreteras que se despliegan a sus pies son incapaces de señalarles el camino”. Un ejemplo depurado del arte de la observación transmutado en fina escritura.
Los años de Pancho Villa como abigeo, asaltante de caminos y líder de una banda dedicada a vender protección a los grandes mineros y hacendados de Chihuahua, Durango y Coahuila han sido contados por él mismo y así se ha repetido. Vargas Valdés borra esa falsa memoria y se lanza a las fuentes primarias para esclarecer una faceta llena de oscuridades. De este modo, salen a la luz las actividades criminales de quien años después habría de convertirse en caudillo revolucionario.
La infancia descolorida ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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ocos escritores han entendido tan bien como Dickens lo que significa la orfandad. Vean, si no, a Pip, el protagonista de Grandes esperanzas, el huérfano capaz de crearse a sí mismo: pierde su corazón para ganar su autoestima. Ignoro si Alma Delia Murillo tenía en mente a Dickens cuando imaginó El niño que fuimos (Alfaguara). Sé, sin embargo, que ignoró o desatendió su lección mayor: nada o muy poco de nosotros dirá aquella novela que rehusamos habitar. Si no Dickens, ¿quién preside El niño que fuimos? A juzgar por frases con la pobreza expositiva de “Que les (sic.) dieran por el culo a esa pareja de tíos rastreros”, “no entendía por qué tenía que volver a sufrir, por qué tenía que volver a enfrentar la soledad”, “me hizo sentir que tenía un lugar en el mundo y que merecía algo bueno”, “sentía que los colibríes en su interior se habían liberado y se extendían por toda la habitación”, “decidió que enfrentaría el asunto sin asomarse a las aguas de su pantanosa culpa”, uno sospecha que el ángel tutelar tiene la autoridad de Barbara Cartland, Yolanda Vargas Dulché o Corín Tellado. El niño que fuimos trata, por supuesto, de la orfandad; es decir, de la niñez acortada por los rigores y sinsabores de la vida adulta. Después de veinte años, los protagonistas —Román, un exitoso diseñador de zapatos; Óscar, un profesor de Arquitectura sobre el cual pesa el deseo de convertirse en novelista; María, bailarina y acróbata— se reencuentran para revivir sus años en un internado público que guarda la forma de un patio de recreo, una cocina jugosa, una biblioteca. Murillo alterna la evocación y la crónica rutinaria del presente, y toma tan pocos riesgos estructurales, argumentales y estilísticos que pronto caemos en la cuenta de que su verdadero propósito es atraer al tipo de lectores que sueltan la risotada cuando ven cómo una prefecta mete el pie en un zapato lleno de mierda o asienten con satisfacción cuando un politiquillo corrupto recibe su merecido luego de que fotografías y videos exponen su intimidad homosexual. Cuando incluso la eutanasia aparece descrita como si se tratara de una sesión grupal sazonada con frases de autoayuda, conviene irse a otra parte, a la genuina literatura, lejos de esos libros que empobrecen la compleja trama de la naturaleza humana.
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CINE
18 DE AGOSTO 2018
RESEÑA
ENTREVISTA
Diosas del arrabal ANDREA SERDIO
L
as reinas del trópico, de Fernando Muñoz Castillo, publicado por Grupo Azabache, es una ofrenda a las diosas del arrabal y los congales, a las rumberas que en su exuberancia llevaban el pecado y la penitencia. La primera rumbera del cine nacional fue María Antonieta Pons. Nació en La Habana el 11 de junio de 1922 y llegó a México de la mano de Juan Orol, con el que estuvo casada. Hizo algunas comedias, pero sobre todo se le recuerda como la rompecorazones en películas como La insaciable, Ángel o demonio, La bien pagada y Konga roja. Otra rumbera inolvidable es Meche Barba, nacida en Nueva York el 24 de septiembre de 1922. En 1945 alternó con María Antonieta Pons en Rosalinda y en 1946 filmó uno de los mayores éxitos del género: Humo en tus ojos, de Alberto Gout. Con Fernando Fernández protagonizó películas como Amor de la calle, condimentadas por lágrimas y mucho ritmo. En 1945 Amalia Aguilar filmó Pervertida, de José Díaz Morales. Fue uno de sus escasos dramas arrabaleros porque la mayoría de sus películas fueron comedias, en las que se consolidó como extraordinaria bailarina de mambo. Nació en Matanzas, Cuba, en 1924 y por su carácter alegre y su manera de bailar, en Estados Unidos fue bautizada como La bomba atómica. Una bomba que llevaba rumba en las venas. Rosa Carmina, quien nació el 19 de noviembre de 1929 en La Habana, fue otra estrella creada por Juan Orol, el estrambótico director español convertido en personaje de culto. Llegó a México en 1946, era menor de edad pero tenía un cuerpo que causaba furor. Su primera película con Orol, con quien después se casaría, fue Una mujer de Oriente. Con él filmó también cintas como El reino de los gángsters y Amor salvaje. Ninón Sevilla fue otra de las divas indiscutibles del cine mexicano. Nació el 10 de noviembre de 1921 en Provincia de La Habana, Cuba. Empezó su carrera en el legendario programa radiofónico La Tremenda Corte, en el coro de Tres Patines y Nana Nina. En México, debutó en el cine con Carita de cielo, al lado de María Elena Marqués, Antonio Badú y Fernando Soto Mantequilla. Las piernas de Ninón Sevilla eran dos columnas griegas, según la expresión de Gabriel Figueroa. Pero al bailar también llamaban la atención sus ojos, siempre inquietos, vivarachos y su permanente sonrisa. Ella fue la estrella de Señora Tentación, de Perdida, pero sobre todo de Aventurera, la película que la consagró dentro y fuera de México.
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Mis demonios nunca juraron soledad es un western de horror psicológico.
Jorge Leyva
“El verdadero horror no necesariamente es visual”
U
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA LA TUERCA FILMS
n mal día, un ermitaño buscador de oro empieza a sentirse acechado por una presencia sobrenatural. Trastornado, será presa de sus propios y desconocidos miedos. A salto de caballo entre el western y el cine de horror, el mexicano Jorge Leyva filmó Mis demonios nunca juraron soledad, una historia de terror psicológico que será proyectada dentro de la Selección de Horror Iberoamericano del Festival de Cine Macabro entre el 21 de agosto y el 2 de septiembre. ¿Por qué una película de terror contada como western? Siempre me ha interesado el western, entre otras cosas porque es un género propicio para hablar de nuestro país. Además, me seducía la posibilidad de mezclarlo con el terror. ¿En qué sentido es un género que funciona para hablar de México? El mito del indio contra el vaquero no acaba. Las temáticas de los westerns van de la venganza a la búsqueda de la tierra, y en México es cuestión de abrir un periódico para entender que estamos en ese nivel. ¿Por eso los fantasmas de su protagonista tienen relación con los miedos que tenemos como país? El cine fantástico que me gusta sirve para hablar de la realidad. El ángel exterminador, de Luis Buñuel, plantea una crítica muy atinada de la
burguesía. El cine de género es muy útil para la metáfora social. Usted ubica la historia en el siglo XIX. ¿Por qué? Porque me permite licencias narrativas y amplía la dimensión metafórica. Desde clásicos como Jesse James Meets Frankenstein’s Daughter ha quedado claro que el western y el terror son afines. No he reflexionado la razón pero los fantasmas y la mitología del western se asemejan. Tal vez porque las leyendas de los indios siempre han estado ligadas a los chamanes, los espíritus o los animales. Si mezclas su misticismo con el horror y la fantasía obtienes recursos interesantes. Aunque en términos visuales son casi opuestos. El western trabaja planos medios o abiertos; en cambio, el cine de terror enfatiza los rostros y los gestos. Desde el principio me puse a estudiar los westerns que me interesan y descubrí que, a la par de los grandes paisajes, desarrollan una faceta íntima en la que el personaje es acompañado por una cámara cerrada.
Compuse un rompecabezas que motivara al espectador a sacar sus conclusiones
Aproveché los resquicios para hacer el cruce con el terror. Además, en esta historia el protagonista va de la mano del espectador durante el trayecto que lo lleva a descubrir un universo complejo y misterioso. Tanto el western como el cine de terror tienen estructuras rígidas. ¿Cómo adaptar los códigos de ambos géneros para espectadores que buscan narrativas más complejas? La complejidad de las narrativas exige lenguajes o formas más entretenidas y dinámicas. Por eso intenté crear un rompecabezas que motivara al espectador a que sacara sus propias conclusiones. Una característica del género de terror estilo Hollywood consiste en adelantar las respuestas. ¿Por eso le dio más peso al horror psicológico que al explícito? El verdadero horror no necesariamente es visual. Ya hemos visto suficientes monstruos o muertos vivientes. En cambio, una mirada perturbadora puede tener mayor impacto. ¿Por qué se hace poco western en México? Un productor mexicano me decía que ya no era viable. Sin embargo, en Hollywood es un género vivo, y sucede lo mismo con las series de televisión. Todo depende de la forma en la que adaptas tu esquema de producción. Finalmente, es un tipo de cine muy afín a la naturaleza de nuestro país.
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ESCENARIOS
18 DE AGOSTO 2018
PERIPECIA
MERDE!
Un ensayo que se vuelve obra
Yo, la Vargas
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BRAULIO PERALTA
juanamoza@gmail.com FOTOGRAFÍA COLPRENSA
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA BLENDA
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l encontronazo entre un actor de larga trayectoria y una joven actriz venida a asistente de dirección por necesidad es un espectáculo. David Olguín escribe, dirige y abre la oportunidad de ser testigo de una de las batallas que usualmente se detonan y se contienen durante el proceso de montaje de una obra, entre dos seres humanos reunidos por una elección de vida pero separados por la experiencia, los años y la manera de concebir un arte del que idealmente debían retroalimentarse. Sobre el escenario, una caja fuerte y una silla resumen el mobiliario que deberá utilizar el actor Mauricio Davison, que hace el papel de sí mismo durante un ensayo de El mercader de Venecia. Al fondo y en un nivel espacial más alto, la joven asistente de dirección, María del Mar Náder Riloba, cuyo personaje lleva también su nombre, ocupará una pequeña mesa y una silla, desde donde dominará el espacio creado por Gabriel Pascal para la contienda. Olguín le otorga a su obra el título de La exageración, calificativo que el personaje de la actriz esgrime sin cesar en contra de la forma que tiene Davison de actuar, de decir, de concebir al personaje que en la ficción prepara en ausencia del director. Por su parte, el actor endilga a la joven su falta de conocimiento sobre lo que el histrión ha hecho a lo largo de su vida teatral y anécdotas en torno a los grandes directores con los que ha trabajado, parte del teatro
E La exageración, escrita y dirigida por David Olguín, se presenta de jueves a domingo en El Milagro.
mexicano que le pertenece en tanto que ha sido protagonista. La exageración hace patente la vehemencia de dos creadores de personajes que se vuelven seres de una ficción nutrida por su propia época: la de hoy, que desborda de rabia a una juventud crecida en un ámbito de agresión y desaliento, y la de ayer, sujeta a sus férreas convicciones, a su experiencia, a directores que han muerto y nada significan para los nuevos actores. Envueltos en un duelo pleno de desconfianza y de mutuo descrédito que impulsa al contrincante al ataque permanente, esta puesta en escena se convierte en un juego a ratos trágico, a ratos nostálgico y asombroso. Davison, de pie sobre el escenario, alude constantemente a las obras de las que ha formado parte —Simplemente complicado y El hacedor de teatro—, donde encontró al personaje de su vida, ambas bajo la dirección de Juan José Gurrola, para continuar con Tío Vania y El mercader de Venecia, con dirección de Olguín, donde construyó a un inmenso Shylock. Este actor que esgrime, ya casi por deporte, la seducción ácida de la que era partidario Gurrola, habla de su voz nasal, recuerda el montaje de Miscast de Elizondo y a sus protagonistas,
La exageración es la vehemencia de dos personajes que se vuelven ficción de su propia época
mientras que la actriz María del Mar explota en confesiones que revelan los escollos comúnmente abiertos a los pies de las noveles actrices. La puesta en escena expone con crudeza y verdad los dos universos, en apariencia opuestos, en el punto de desequilibrio que propicia el poder de la joven asistente de dirección frente a un actor que conoce los vericuetos de una ardua profesión a la que ha dedicado su vida. La obra descubre así, también, el reclamo constante de directores cuyos asistentes no ven en esta actividad una profesión, sino un trampolín o un modo de vida transitorio para llegar al escenario, evitando la especialización y el fortalecimiento de esta labor que relega responsabilidades mayores a jóvenes que las rechazan, que no están aptos aún para realizarlas y, sin embargo, aunque sea por dos horas, tienen poder sobre actores de importante trayectoria. Pareciera que los protagonistas de esta colisión exageran en la misma medida su reclamo: él en lentas gotas de frases y palabras y ella en una expresión corporal expansiva, mediante la que hace su propuesta de una gaviota mortalmente herida, a partir de la obra de Chéjov. La invitación de David Olguín a presenciar un ensayo que se vuelve obra, donde un actor deja sobre las tablas fragmentos de su memoria y elige seEscena del guir respirando teatro hasta su último documental aliento, está abierta. Como lo está el inChavela, de ternarse en la espiral de una joven que Catherine Gund rechaza el entorno que la vulnera. y Daresha Kyi.
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l coraje fue lo que me hizo cantar. La rabia de no ser aceptada por mis padres. La soledad como única compañera. El huir de Costa Rica para llegar a México y encontrarme con el arte. Porque fue el arte lo que me transformó. Cantar con mi guitarra y buscar con el espectador la teatralidad de lo vivido. El público se hizo mi cómplice. No importa a qué amor le cantas, importa la radicalidad del amor como entrega total. No tenía que andar diciendo a quién amaba. Con estilo se puede decir lo más profundo del alma. Viví sin que nadie me dijera cómo. Si hoy me inventan amores, no es asunto mío. Si Elvira Ríos acompañaba sus boleros con el piano, yo insistí en la guitarra como emblema personal, como las primeras canciones campiranas de aquel México de los cuarenta y cincuenta. Soy intérprete para solitarios. De teatros chicos, ahí donde puedo reaccionar a los estímulos del público. Cuando estoy en un escenario respeto el teatro como si fuera el Dios que me brinda la posibilidad de ser yo —ya sin alcohol, liberada de los demonios que hasta la fecha no me dejan en paz—. Esos demonios que me recuerdan las borracheras con José Alfredo Jiménez en El Tenampa. Para él era Chavela, pero para Agustín Lara era Isabel —como me llamaba mi madre—. Eran noches bohemias, soledades creadoras que para mi fortuna me sanaron por dentro. Hoy soy una película, un documental. Soy más que ese melodrama, porque quien pueda escucharme cantar entenderá que mi voz tiene que ver con el aliento de las palabras. Igual que en el teatro: si no lo sientes tú, no lo siente el público. Nada de lo que canto es racional. Soy sentimiento, corazón, y una historia triste que nació para cantar, íntimo, como el secreto de un susurro que expresa dolores del interior. Solo lo puede saber el que lo vive. El arte verdadero no es para gente sin sentimientos, o con conceptos preestablecidos. El arte es para liberarnos de ataduras, no para vivir en una cárcel de conceptos. Te lo digo yo, Chavela Vargas.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
18 DE AGOSTO 2018
http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto
TOSCANADAS
Pepenador DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
E
ste domingo me hallaba frente a mi edificio, esperando el arribo de Abel Murcia, poeta, traductor de Szymborska y director del Instituto Cervantes en Moscú. En eso pasa un hombre con un carro de la compra lleno de libros. “¿Adónde va con eso?”, le dije, y él: “Los voy a tirar a la basura”. Mi espanto fue inmediato. “Démelos”. Levanté la cubierta del carrito y vi tres nombres: Juan Rulfo, Manuel Mujica Lainez y Cesare Pavese. “De haber sabido”, me dijo el hombre, “ya tiré como mil”. Le recibí los de esa remesa y me explicó que era su último viaje hacia los contenedores de basura que se hallan en plena Plaza de España. Llegó Abel elegantemente vestido, y yo estaba endomingado. Pero no había tiempo que perder. Los contenedores de basura son como enormes buzones. Vi que la tapa se podía levantar por la parte de atrás, así es que Abel la sostuvo mientras yo trepaba
CONTENEDOR CON BASURA POCO COMÚN.
Foto: Sierra de Gata
y brincaba dentro. Tan pronto me vi en ese tiradero de libros pensé en Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal. El protagonista trabaja en un basurero donde ha de prensar papel. Rescata muchos libros y mete otros en embalajes de papel que van para el reciclaje: “Y solo yo sé que en el corazón de cada paquete descansa, abierto, aquí Fausto, allí Don Carlos, aquí, entre cartones sangrientos, Hiperión, allí, en una bala llena de sacos de cemento, Así habló Zaratustra. Solo yo sé cuál de esos paquetes sirve de sepulcro a Goethe y a Schiller, cuál a Hölderlin y a Nietzsche”. La gente miró con curiosidad a esos dos hombres sin aspecto de pepenadores actuar como pepenadores. Mas luego notaron que de la boca del buzón comenzaban a brotar decenas, centenares de libros. Literatura, historia, filosofía, arte. Todos impecables, salvo por Cuatro cuartetos de T. S. Eliot que estaba pegado a El gran Gatsby con un tremendo chicle.
Al final fueron 1128 libros que acarreamos en partes. Abel iba cuando yo hacía de guardia libresco y viceversa. Por tratarse mayormente de clásicos, ya he leído buena parte de ellos, pero son títulos que dejé en México y Cracovia. Ahora mis estantes de Madrid lucen más contentos. Contienen también una dosis de literatura española que no me había dado por leer. Mi primera lectura pepenada: Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio. Cuando tiramos comida a la basura, no falta el moralista que diga: “El mundo produce comida para todos, y sin embargo hay hambre”. Ahora yo pensaba que el mundo produce libros para todos, y sin embargo hay ignorancia. No sé si robé esos libros o si al otro lado del ciclo basuril habría un personaje de Hrabal. Prefiero suponer que no, que los salvé de la destrucción, que les daré vida con la lectura y relectura.
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BICHOS Y PARIENTES
Rescatar la moral
Y
a existió antes una codificación legal de la moral y dejó una pila de cadáveres. La conocemos como Inquisición española. Sabemos que fue la institucionalización del odio, pero siempre nos había faltado una explicación: ¿cómo es que pudo surgir un organismo que se dedicaba a revisar como asuntos jurídicos las creencias, la fe, los principios morales declarados y su relación con los actos? Abunda la documentación de los procesos, pero las causas de su origen quedaron en la bruma de las sospechas, hasta que apareció, hace pocos años, una obra de enorme calado: Los orígenes de la Inquisición (Crítica, Barcelona, 1999) de Benzion Netanyahu. Resulta que la Inquisición española comenzó como un intento de defender a los judíos y a los conversos de la ira popular. Suena marciano, pero después de 1200 páginas de nutrida investigación, no queda duda de que, tal cual, la institución de la matanza inició como protección de la moral y los valores universales. Netanyahu demuestra que no tiene sentido dudar de la sinceridad de los conversos: eran cristianos. Pero en España, en 1449, se da una insurgencia popular en su contra y se les acusa de herejes. Los marranos, que así se les conoció, sufrieron el desprecio de los judíos de Granada, Argelia y Marruecos, que se negaron a acogerlos porque los consideraban cristianos, y el acoso de las sociedades cristianas, que los tacharon de herejes judaizantes. La sociedad queda dividida, cunde la sospecha, crecen los rencores y el odio popular se cree fervor religioso y purificador. Es necesario crear instituciones que
JULIO HUBARD PINTURA JOSEPH-NICOLAS ROBERT-FLEURY
intervengan y pongan paz, claridad y orden. Pronto, la fuerza del odio fue mucho más poderosa que el orden jurídico o religioso y llegó a amenazar la estabilidad de la Corona; los reyes católicos, estuvieran o no de acuerdo, abandonaron la protección de judíos y conversos, que no eran pocos entre sus cortesanos, validos y favoritos. Y en 1478, la Inquisición española, a diferencia de los tribunales inquisitoriales del resto de Europa, obtuvo su “constitución moral”; es decir: la
La Inquisición española comenzó como un intento de defender a los judíos de la ira popular
bula papal que le permitía legislar, indagar y sancionar la conciencia, el albedrío, la moral de los individuos. El cardenal Juan de Torquemada (1388–1468) había defendido con energía a los conversos y judíos, siguiendo las ideas de la naturaleza humana de San Agustín (el gran experto en pecados y perdón), y el igualitarismo radical e intransigente de Pablo de Tarso: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Pero la sensatez fue quedando al margen hasta que los puristas de la sangre y la parentela le arrebataron los bártulos: los errores morales —“que todos tenemos”, dice San Agustín— se vuelven delitos. Cuando aparece un sobrino suyo y confesor de la reina Isabel, Tomás de Torquemada
Galileo Galilei enfrenta a la Inquisición en El Vaticano en 1632.
(1420–1498) —que se decía incorruptible, sin ver que su corrupción no estaba en los actos comunes sino en su idea de la conciencia humana—, la interpretación de las conciencias morales ya depende del juicio del inquisidor. Juan de Torquemada era un hombre sabio; Tomás, un enfebrecido que creía amasar virtud hallando la culpa ajena. La moral, la conciencia, el albedrío, la subjetividad, asuntos personales e íntimos, se convierten en terreno jurídico; la institución, en fábrica de culpables y, entre más culpables aparecieran, más virtuosos se hallaban los cristianos viejos en el espejo de su odio. Ningún individuo es capaz de explicar sus actos sin abrir puertas a nuevas dudas. Con muchísima frecuencia, ni el sujeto mismo de la acción puede explicar o siquiera advertir la relación entre sus actos y las motivaciones de esos mismos actos. Por eso han abundado las escuelas y tradiciones de autoconocimiento espiritualistas, religiosas, psicológicas, analíticas, filosóficas… desde el “Conócete a ti mismo” en el oráculo de Delfos hasta el psicoanálisis. En sus orígenes, la Inquisición española quiso rescatar seres humanos y restaurar la raíz de la igualdad: no eran herejes sino sujetos del error, como todos. En muy poco tiempo, la buena voluntad se torna chamusquina y masacre. No hay derecho sin norma y no hay norma sin castigo. El derecho impone dos cosas: obediencia o pena. No premios. No bondades. No virtud. La ley mata y el espíritu da vida, gritó Pablo de Tarso, pero no lo entendieron los cristianos viejos ni sus inquisidores: la moral es inasible y no se puede codificar sin envilecerse.
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