Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO CENTENARIO
LOS PAISAJES INVISIBLES
VERÓNICA MAZA, ALEXANDRA JACOBS
IVÁN RÍOS GASCÓN
Leonard Bernstein: el abrazo total
Naipaul y la niña de Nairobi Foto: AP
SÁBADO 25 DE AGOSTO DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 793
Huberto Batis Catalina Miranda, Alegría Martínez/ FOTOGRAFÍA: OCTAVIO HOYOS
Ilustración: Alfredo San Juan
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ANTESALA
25 DE AGOSTO 2018
CASTA DIVA
Las huellas de mi sed AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA AL
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acimiento divino, infancia en un palacio magnífico, protegido dentro de las murallas del gozo y el placer, con la mirada abducida por la belleza, el joven Siddharta recibió la revelación de su destino en el sueño y escapó del palacio para encontrarse con esa realidad. El sufrimiento y la enfermedad “llegarán pronto”, la realidad es un espejismo transitorio, y el camino existe, la Iluminación es posible. Las huellas de Buda, en el Museo Nacional de Antropología es una exposición filosófica, cada una de las obras: esculturas, manuscritos, rollos, tapices, grabados, poseen contenido histórico y filosófico. La fatua contemporaneidad, con muestras saturadas de retórica que justifican su mediocre existencia, contrastan con esta exposición contenida de sabiduría trascendental, desprendida, literamente, de la frivolidad escapista. La selección de piezas de museos como el LACMA de Los Ángeles, California, y el MET de Nueva York es erudita y preciosista, la curaduría de Karina Romero es una de las más logradas exposiciones que se han presentado en este museo. Los libros y las exposiciones llegan cuando los necesitamos, entrar a un recinto a contemplar la condición humana vista por la filosofía budista, compartir la paz del rostro de Buda meditando, observar las mudras en sus manos, mientras la virtualidad del egoísmo y la violencia se regodean, nos otorga una visión liberadora depositada en el arte. La modernidad se aniquila y miles de años después la filosofía budista continúa, el arte en un conocimiento alejado de objetivos utilitarios, ofrece un espacio infinito para estar y recuperarse. La soledad de cada escultura meditando, los ojos entreabiertos, el cuerpo erguido, los miembros largos, la belleza austera o recargada de ornamentación, es el presente que se profundiza con el silencio del mantra, del no hacer que nos regresa a nosotros mismos. La filosofía encarnada en un iluminado, las enseñanzas son él y es el mundo, cada escultura, manuscrito, las pinturas, son visiones filosóficas, la paz se representa porque es resultado de un pensamiento que se practica en la vida, no hay especulación, son pasos de la existencia. La obra de arte entonces es pensamiento y belleza, el color dorado, la caligrafía, la armonía es guiada por la fe en ese pensamiento y la conducta consecuencia de ese pensamiento. La fe está secuestrada por las religiones, la filosofía exige raciocinio nunca fe, en estas obras hay fe y belleza, las certezas que tenemos las provoca el dolor, y la luz dorada de ese rostro impasible me dice que es posible alcanzarlo, unos instantes tal vez, no tengo opción, no tengo más, solo puedo perseguir ese instante.
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Pieza exhibida en Las huellas de Buda.
Amar o predicar (The Good Catholic). Dirección: Paul Shoulberg. Estados Unidos, 2017.
HOMBRE DE CELULOIDE
Ganar la vida o perder el alma
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA SKY MEDIA
on tantos y tan graves los escándalos que golpean a la Iglesia Católica que no resulta exagerado decir que se parecen a los que en el siglo XVI llevaron al cisma de Lutero. En este sentido hay que leer el título original de Amar o predicar: The Good Catholic. El buen católico remite a la parábola del buen samaritano que en Lucas 10 habla de un hombre que, preocupado por la vida eterna, pregunta: ¿quién es mi prójimo? La respuesta es un cuento en que el héroe resulta ser un samaritano, uno de esos que, entre los judíos de la época, eran considerados la escoria social, traidores a su pueblo y a Dios. Como los católicos, que con los escándalos de pederastia tan mala fama tienen hoy. En la parábola de Jesús, un samaritano era el único capaz de compadecerse y en lugar de preguntar ¿quién es mi prójimo?, se hacía prójimo de un hombre necesitado. En Indiana, donde sucede Amar o predicar, hay una mujer que espiritualmente está tan golpeada como el hombre de la parábola. Un viernes por la noche, de camino a casa, encuentra abierta una iglesia católica y adentro a un cura en el confesionario. Va y comienza a mentir pero el cura, como buen samaritano, trata de ayudarla y aproximarse en el sentido espiritual. Se
hacen amigos y, claro, terminan por enamorarse. Amar o predicar está tan bien escrita que permite que las dudas espirituales fluyan de forma natural. Además, los personajes divierten: el buen católico vive con un jefe severo y un extravagante religioso franciscano que solo piensa en comer. Su vida transcurre en una rutina que recuerda la de otras películas que hablan de la vocación, el llamado al sacerdocio. De hombres y dioses, de Xavier Beauvois, por ejemplo, nos introducía en esta rutina aunque en un mundo más dramático, la guerra civil argelina. Aun así, los problemas eran los mismos: un hombre lleno de fe dirige una pequeña comunidad en la que hay hermanos que simplemente no ven a Dios. Lo mismo que en To the Wonder de Terrence Malick: el cura que ha decidido entregar su vida al mayor de los misterios se encuentra de pronto vacío, solo, apaleado por la rutina. Los protagonistas de estas tres películas se encuentran en aquello que San Juan de la Cruz llamaba “la noche oscura del alma”,
Amar o predicar está tan bien escrita que hace que las dudas espirituales fluyan de forma natural
el estado en que es necesario (según el místico español) abandonarse a sí mismo y lanzarse a la oscuridad y el miedo con la esperanza, que no la garantía, de que Dios te va a levantar. Desde este punto de vista místico, resulta pertinente preguntarse si el cura de Amar o predicar realmente encuentra a Dios en la persona que lo necesita, como parece sugerir la referencia a la parábola del buen samaritano. ¿No será más bien, como previene San Juan, que lanzándose al vacío en la espera de ser abrazados por un Dios que no vemos también es posible perderse? Hay dos o tres detalles en Amar o predicar que parecieran sugerir una interpretación más profunda, una en la que tal vez esta mujer que se la pasa mintiendo representa la tentación ancestral que golpea a los místicos cuando por ninguna parte encuentran a Dios. Después de todo, cuando el cura entra a la habitación de la heroína, se la encuentra llena de símbolos satánicos de manual. A decir verdad, el mensaje del director es ambiguo y uno puede decidir que ésta es la historia de un buen hombre que encontró en el amor carnal al Dios del Evangelio o la historia de un mal sacerdote que lleno de buenas intenciones traicionó su vocación y perdió el alma.
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POESÍA
El pensamiento JORGE HUMBERTO CHÁVEZ
Igual que escribir sobre peces que boquean en un rebalse que se deslía o la rata solitaria que se enfrenta inminente contra el raudo tráfico o la mariposa vacilante que alcanza a esquivar por ventura al relámpago o una paciente vaca errando extraviada en el centro de la autopista así es mi pensamiento yo me levanto temprano y sigo al sol en su curso contra el cielo inindicado y creo que todo aquel que se resigna al habitáculo desea o merece su claudicación qué debemos sentir qué acciones tenemos que acometer quiénes seremos qué debemos decir de todo esto que no haya sido más que un delgado pensamiento en nuestros huesos
Este poema forma parte de un libro en preparación.
EX LIBRIS
Clío/ EKO
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ANTESALA
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LOS PAISAJES INVISIBLES
Naipaul y la niña de Nairobi IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
ra cobarde, gruñón, envidioso y mezquino pero cuando estaba de buen humor o quería hechizar a sus oyentes, V.S. Naipaul se convertía en un orador impecable o adoptaba un garbo más exquisito que el de un lord de vieja cepa, y lo mismo sucedía cuando algún devoto se prosternaba ante su corta estatura y suplicaba su bendición en el espinoso oficio de las letras. Entonces era magnánimo. Daba lecciones, espoleaba las ideas, picaba el orgullo para que el aspirante exorcizara la humildad y se empeñara en alcanzar la cima a toda costa. Veamos si no: en A la sombra de Naipaul, Paul Theroux revela un insólito giro del porvenir en la vida del autor trinitario que obtuvo el Nobel en 2001 y que, a su modo, fue como su propio personaje de Una casa para Mr. Biswas. En la década de 1960, Theroux, V.S. Naipaul y su esposa Patricia hicieron un viaje a Nairobi, que V.S. aprovechó para proponer a los comisarios de la India, los diplomáticos ingleses y estadunidenses y a quien quisiera escucharlo, una expedición punitiva a África, indignado por el “trato hostil” que los nativos daban a los indios. Por fortuna nadie le hizo caso, aunque su perorata bélica se volvió el tema preferido en las cenas y cocteles con políticos, empresarios y aristócratas, y agregó más octanaje a la hiel de su temperamento. El último día pararon en Queen’s Road. Patricia quería comprar telas y Naipaul y Theroux esperaron en el pórtico. Ahí había una niña india de seis o siete años con su ayah africana. Vestía un sari rosa, elegante como para una fiesta. A Theroux le hizo gracia e intentó conversar pero solo se topó con su indiferencia, y Naipaul comenzó a soltar dicterios en contra de los niños y los adultos que eligen ser padres: “No quiero tener hijos. No quiero leer acerca de los niños. No quiero verlos”. El azar es novelesco. Escribe Theroux: “La lógica y las revelaciones del tiempo resultan de lo más extrañas. La niñita viajaría a Pakistán y, treinta años después (mientras Pat agonizaba en una vistosa casita que, en la época en que viajamos a Nairobi, se hallaba en ruinas y habitada por dos ancianos campesinos de Wiltshire), adulta y divorciada, se encontraría de nuevo con Vidia, quien, ignorante, al igual que ella, de que se habían visto antes, se enamoraría de ella. “¿Cómo podríamos saber que la niñita abanicada por su ayah africana en aquel porche de Nairobi acabaría por convertirse en lady Naipaul?” La esencia de Mr. Biswas en la novela de V. S. eran el afán y la porfía por cumplir todos sus anhelos. ¿Será entonces que cuando en aquel lejano pórtico vio a esa niña malcriada, caprichosa y tan grosera como él, soltó las riendas de la imaginación y comenzó a redactar un capítulo a futuro? La niña de Nairobi se llamaba Nadira Khannum Alvi. Y otra vuelta de tuerca: ella fue quien instigó la irreparable ruptura en la amistad entre Theroux y Naipaul.
La esencia de Mr. Biswas en la novela de V. S. eran el afán y la porfía por cumplir todos sus anhelos
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MÚSICA
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Con dos ensayos celebramos 100 años del nacimiento de Leonard Bernstein, quien supo conciliar la tradición clásica y la popular
El abrazo total
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VERÓNICA MAZA BUSTAMANTE FOTOGRAFÍA WWW.WIKIMEDIA.ORG/ BART MOLENDIJK
olo un músico tan completo como Leonard Bernstein sería capaz de heredar a la humanidad una idea tan sencilla como precisa de lo que es la música. En sus Conciertos para jóvenes, transmitidos en la televisión estadunidense entre 1958 y 1972 —disponibles muchos de ellos en YouTube—, señala: “La música no trata sobre nada”. Y cuando uno está a punto de poner el grito en el cielo, aclara: “El plan del compositor es reunir los sonidos con los ritmos y diferentes instrumentos o voces de forma que el resultado sea emotivo, divertido, conmovedor, interesante o todo eso a la vez. Una historia agrega un extra al significado, pero el peso de éste se encuentra en la emoción del ritmo”. Leonard Bernstein sabía mucho al respecto. Siempre inquieto, supo crear un estilo lleno de emotividad y, yendo más allá, también comprendió la necesidad de llevar la música clásica, confinada a las altas esferas sociales o a las salas de concierto, al medio masivo de la época: la televisión. A diferencia de Herbert von Karajan, su principal competidor en vida, determinó que lo clásico no estaba peleado con lo popular y que el traje de etiqueta del director de orquesta se podía cambiar algunos días por un cuello mao que lo hiciera sentir cómodo mientras dirigía a los actores–cantantes de West Side Story.
Lenny (como le decían sus músicos y aun los albañiles cuando lo saludaban mientras caminaba por las calles de Nueva York) supo darle sentido a ciertos asuntos más cercanos a la música del corazón: en tiempos en los que vivir una orientación sexual diferente a la heterosexual era mal visto, se declaró bisexual y vivió un amor de hombres a pesar de estar casado con la actriz costarricense Felicia Montealegre, madre de sus tres hijos. Con 72 años de edad, Bernstein murió en Manhattan, la ciudad que lo vio florecer, el 14 de octubre de 1990, cinco días después de anunciar su retiro de los escenarios tras representar Tanglewood con la Orquesta Sinfónica de Boston. Brilló como compositor, director de orquesta, pianista, activista, educador, pensador y hombre de la industria del espectáculo.
Borrar las fronteras
Como director de orquesta, Bernstein fue siempre excéntrico. A veces lo llamaban “exagerado”, por su tendencia a sacudir su cuerpo, gesticular y resoplar imitando los sonidos que los músicos debían generar. Alocado e intenso, escucharlo trabajar en colaboración con el pianista Glenn Gould es tan embriagante como contemplarlo de pie sobre la peana, al frente de 120 músicos de la Orquesta Filarmónica de Viena, con batuta en mano, marcando el tempo, el ritmo del compás y la velocidad en las obras de Gustav Mahler, Johannes Brahms, Richard Strauss, Dmitri Shostakovich, George Gershwin y Aaron Copland.
Fue un hombre de su tiempo, una mente maleable que supo adecuarse a los cambios que se sucedían al paso de las décadas frente a un público cada vez más voraz en términos de consumo musical. En la introducción de su concierto en una vieja iglesia de la frontera bávaro–checa con motivo de la caída del Muro de Berlín, reconoció vivir “una nueva era sin fronteras entre las naciones”. Algo semejante a su vida, sin fronteras eróticas ni musicales. Compositor de las sinfonías The Age of Anxiety, Jeremiah y Kaddish, entre otras; de música coral como Hashkiveinu, Missa Brevis y Los salmos de Chichester; los tríos para violín, violonchelo y piano o sus sonatas para clarinete y piano, más cuatro piezas de música vocal, completó la experiencia con el gran público vía televisión a través de sus Conciertos para jóvenes, con la composición musical para obras de teatro que hasta la fecha se siguen montando, como su mítica West Side Story o A Race to Urga y 1600 Pennsylvania Avenue, e incluso de bandas sonoras de películas (basta recordar On the Waterfront, la obra maestra de Elia Kazan protagonizada por Marlon Brando).
El compositor de West Side Story, nacido el 25 de agosto de 1918, durante un concierto en Holanda en octubre de 1987.
Integró la lista negra a la que pertenecían los comunistas y fue amigo cercano del presidente Kennedy
Compromiso integral
La mente de Bernstein era compleja, y supo mostrarla de tal manera que quedara claro en qué consistía su búsqueda: la enseñanza y la música
no debían ir separadas, sino que un asunto alimentaba al otro, todo era parte de un sistema orgánico para enriquecer la experiencia de vida de sus alumnos–escuchas; la información significaba poder, así como posibilidades para trascender en la vida. Desde los nueve años supo que quería dedicarse a la música y fue hacia ella, impulsando a la vez el judaísmo,
MÚSICA
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ENSAYO
Leonard Bernstein visto por su hija
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ALEXANDRA JACOBS
udo que a Jamie Bernstein, hija mayor del eminente músico Leonard, le haya lastimado mucho la reciente muerte del novelista Tom Wolfe. Puede que incluso lo haya celebrado con un baile. “Como una pitón que se traga de a poco una liebre entera”, es como ella imagina a Wolfe, acechando en la esquina del apartamento doble que sus padres tenían en Park Avenue, Nueva York, el 14 de julio de 1970, durante una fiesta en la que activistas de los Panteras Negras se mezclaban con la élite de Manhattan, una escena que el narrador recrearía unos cuantos meses después, con su estilo colorido y ácido, en su crónica de 25 mil palabras Radical chic: aquella fiesta en Lenny’s.*. De acuerdo con Jamie, esta brutal sátira se revelaría más tarde como un fatídico punto de giro en la vida de su elegante madre, la actriz y activista chilena Felicia Montealegre, quien falleció a causa de cáncer de seno antes de que terminara la [así llamada por Tom Wolfe] Década Yo.* “Aun hoy, la rabia y la repulsión pueden crecer en mi interior como la fiebre. En esos momentos cercanos al desquiciamiento, no me parece excesivo culpar al señor Wolfe del declive físico, e incluso la muerte, de mamá”, escribe en su mordaz y maravillosa autobiografía Famous Father Girl. Por cierto, esa fiesta tan analizada fue, de hecho, un “muy serio evento de recaudación” (con tentempiés). Al menos Wolfe acertó en lo de Lenny. ¿Podría creerse que alguna vez un director de orquesta, autor de sinfonías, óperas y sonatas, fue tan conocido para el público estadunidense como Rihanna lo es hoy? Aunque, cierto, Bernstein fue una bomba de carisma, desde el momento en que se apoderó del estrado de la Filarmónica de Nueva York, en 1943, para luego diseminar su talento radiactivo por los teatros de Broadway, las salas de concierto europeas, las ceremonias oficiales de los Kennedy, los muros de la Ivy League, los árboles del foro Tanglewood y ahora, en este año de su centenario, el purgatorio interminable de YouTube. Aunque veneraba su legado, su familia sintió las consecuencias de su celebridad. Una vez resignada a ejercer como directora de documentales, tras una carrera musical frustrada, Jamie se vuelve en la página impresa un testigo cálido, aunque implacable: con mirada conmovida, contemplaba desde el margen la gloria de su padre y más tarde, cuando empezaba a venirse abajo, revisaba su enorme pastillero. Creció rodeada de lujos culturales,
refiriéndose a Lenny (nacido Louis) sucesivamente como Lenot (en su lenguaje personal de la niñez), Maestro, El Caballero y, cuando se había vuelto un anciano exasperante, simplemente LB. La variedad de apodos respondía a una naturaleza inquieta tanto en lo personal como en lo profesional; papá Bernstein estaba siempre dando cátedra, mustio y molesto. Su matrimonio, que resultaría en otros dos hijos, Alexander y Nina, no le era obstáculo para tener romances con hombres, cada vez más visibles. Que haya empleado accesorios para mantener en su sitio el peinado de copete alto que le caracterizaba no era solo prueba de su vanidad, sino la manifestación física de su insaciable necesidad de mantener un aire de superioridad intelectual; el mismo hombre tras la pegadiza tonada de West Side Story exhibía también su conocimiento del arameo y su manejo de la escala dodecafónica. “¡Quiero ver a Candy!”, gritaba Jamie a sus cuatro años, en 1956, mientras Leonard y Felicia se preparaban para ir a la premier de su erudita obra Candide. De hecho, vería mucho más: alguna vez la sacaron de un campamento de verano para conocer a los Beatles, pasaría la sal en la mesa a amigos de Bernstein como Mike Nichols y compartiría dormitorio con Benazir Bhutto en Harvard. Pero la vida glamorosa puede ser sofocante, incluso de manera literal, por la constante nube de tabaco que puede dañar tanto la salud como al peor de los satiristas. ¿Cómo puede construirse la identidad propia cuando en casa arde un fuego tan grande? Su padre no solo cruzaba fronteras, las embestía, desnudo bajo su bata azul rey, besando por la fuerza a cualquiera en la boca, incluso a su hija, a la que invitaba al baño para que contemplara la ejecución de (¡puaj!) su último “movimiento”. Cuando no les imponía una excesiva cercanía a sus hijos, se mantenía ausente, lejos de los grandes acontecimientos de su vida, jugaba con sus identidades extramaritales, contenía y entretenía multitudes. “La hazaña más difícil de realizar en el mundo era tener un momento cara a cara con papá”, recuerda Jamie con decepción. Es algo generoso de su parte el hecho de compartir a su padre con nosotros una vez más. A ese hombre que, después de todo, no era una presa ante una serpiente, sino un león.
Aunque veneraba su legado, su familia sintió las consecuencias de su celebridad
su religión, desde sus composiciones. Jamás rechazó una causa liberal: toda su vida fue un activista político que habló sobre la corrupción de manera tan intensa que hasta el FBI lo espió por un tiempo. Integró asimismo la lista negra a la que pertenecían los comunistas, en los años cincuenta, y fue amigo cercano del presidente Kennedy. Marchó en contra de la guerra
de Vietnam y hasta condujo una reunión que buscaba conseguir fondos para los Panteras Negras, además de escribir cinco libros para acrecentar y entender la pasión por la música. Sus propias palabras resumen su vocación y su destino: “La vida sin música es impensable. La vida sin música es académica. Por eso mi contacto con la música es un abrazo total”.
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* En español en el original. Traducción de Atahualpa Espinosa. © The New York Times.
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DE PORTADA
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Figura clave del periodismo cultural mex el 22 de agosto en la Ciudad de México. Honra
Adiós al maestr
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CATALINA MIRANDA FOTOGRAFÍA LUIS JORGE GALLEGOS
a llegado el momento temido, el que tantos no queríamos enfrentar. Ha pasado a mejor vida el que fue mi gran maestro desde la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y luego en la Redacción de sábado de unomásuno. Huberto Batis nutrió con sus conocimientos y con su pulcro ejemplo durante 55 años a cientos de escritores, periodistas y editores. Por mi parte, puedo decir que me dio vida intelectualmente hablando; su trabajo me motivó a tomar por los cuernos la difícil labor de la edición y a fundar la Editorial Ariadna y la Colección Laberinto de Papel, en la que publicamos, él y yo, codo a codo, literalmente, el primer libro: Huberto Batis. 25 años en el suplemento sábado de unomásuno (1977–2002); después La flecha en el arco, La flecha en el aire, La flecha en el blanco y La flecha extraviada, que contienen sus reseñas publicadas en sábado y en otros medios impresos. A las flechas siguieron Memorias del sábado perdido, en la Colección Los Recuerdos del Minotauro; después Estudio preliminar a los índices de El Renacimiento (su tesis de maestría en la UNAM), en la Colección Los Libros del Minotauro; posteriormente editamos Henry Miller y Anaïs Nin, y Virginia Woolf. Selección de los diarios, en la Colección Teseo Enredado. Tengo la satisfacción de que Huberto Batis me apoyara hasta el último momento, realizando el cuidado editorial de Protagonistas del suplemento sábado de unomásuno. Huberto Batis, apenas en 2017, que contiene 104 entrevistas a colaboradores de sábado: poetas, narradores, críticos de cine, de artes plásticas, de literatura, ilustradores, y más. Seguiré trabajando con el mismo ímpetu que él me enseñó, seguiré fiel a la labor editorial que me insufló y seguiré promoviendo sus libros y su
trabajo intelectual, siempre fiel al excelente amigo, al maestro. En la tesis universitaria que logré presentar en la UNAM sobre sábado, siendo Huberto Batis mi asesor, anoté en la dedicatoria que la labor de Huberto Batis en el periodismo cultural mexicano me recordaba el cuento “El gigante egoísta”, de Oscar Wilde, ya que Huberto, como el Gigante, derrumbó los muros que impedían el paso a su jardín para que todos los niños fueran a jugar ahí. Así, Huberto echó abajo los muros del elitismo y dio libre paso a escritores jóvenes, viejos, desconocidos, con prestigio y sin él, de todas las tendencias políticas y culturales, poniendo un ejemplo de pluralismo y diversidad sabiamente aplicados. Huberto: un día me dejaste jugar en tu jardín, que fue sábado de unomásuno. Seguirás jugando en Editorial Ariadna porque sabemos que la palabra impresa es eterna, vigente hasta la posteridad. Me gusta recordarte como aquel niño al que describí en el ensayo publicado, también en Editorial Ariadna, en Huberto Batis, entre libros. “No es difícil imaginarse a Huberto Batis durante su infancia en Guadalajara. Si ahora, a los 70 años cumplidos, su entusiasmo, su curiosidad desmedida, su capacidad de responder a cualquier estímulo sorprenden por su vitalidad, el Huberto niño, en casa de sus padres, debe haber sido el inquieto, el curioso, el preguntón, el torbellino, quizá hasta el hiperactivo que todo coleccionaba: estampillas que pegaba en álbumes, arañas y alacranes, piedras, canicas, pájaros, tuercas, huesos humanos, tarjetas postales, lagartijas disecadas, revistas de monitos. ¿Qué no habrá guardado Huberto en el clóset que había acondicionado como su guarida? Es lógico pensar que en el cuarto de su infancia se encuentra el antecedente directo de su oficina en unomásuno, en donde se podía encontrar desde una serpiente disecada en actitud de ataque hasta una Biby Gaytán de cartón de tamaño natural, para no hablar de sus galletas antediluvianas y sus arrayanes cristalizados tapatíos (para su exclusivo consumo)”.
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xicano, Huberto Batis falleció amos su memoria con dos evocaciones
ro, al amigo Seguramente, antes de aprender a empuñar el lápiz, Batis aprendió a usar las tijeras, porque desde niño empezó a recortar y a coleccionar fotografías de escritores, artistas y por supuesto de vedettes, programas teatrales de mano, invitaciones a exposiciones, fotogramas de cine, material que conservan sus archivos, y que le sirvieron no solo para ilustrar sábado sino también Cuadernos del Viento, La Capital, Banxico —la revista del Banco de México—, Revista de Bellas Artes, el Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras, y otras publicaciones en donde su mano estuvo presente, como Punto Cero, en la Ibero, la Revista de la Universidad de México (diez años) y hasta una revista médica y otra erótica que dirigía Gustavo Sainz. Contaba Huberto Batis que desde niño, en la casa de sus padres, en Guadalajara, adquirió una educación muy completa, gracias a que su padre, Agustín Batis y Güereca, que era médico, fue un hombre culto, que incluso tocaba el piano y el violín. Gracias a él y a su madre, María Luisa Martínez Ulloa, “Yo mamé, además de letras, artes y ciencias”. En Guadalajara, Batis estudió con los maristas y luego con los jesuitas, “que no supieron aplacar mi afición a devorar literatura, tan abundante en mi casa que los estantes invadían todos los cuartos. Me sabía de memoria y en fila los títulos de la Colección Austral que mi padre compraba por suscripción a medida que iban apareciendo. Comencé por los libros de forro rojo, de policías y aventuras; seguí por los azules, las novelas sentimentales; luego los morados, poéticos…” (Lo que Cuadernos del Viento nos dejó, Diógenes, 1984, Colección Las Ursulinas, dirigida por él mismo y por Juan García Ponce). La voracidad del lector era equivalente al ímpetu con el que surgiría el escritor, a quien Huberto dio vida desde la adolescencia: “Empecé a escribir,
en Guadalajara, en la secundaria y en la preparatoria con los jesuitas, y luego en sus casas de formación, donde teníamos una revista que se llamaba Folklore (así, en alemán), que no era nada folklórica ni tenía nada que ver con lo costumbrista ni con lo popular, que es lo que connota la palabra. Llegué a escribir ahí cuentos y también a dirigirla. Llevábamos una especie de talleres de narrativa y poesía, dirigidos por maestros excelentes, como Alberto Valenzuela Rodarte (autor muy conocido que publicaba en la revista ábside), Enrique Ríos Turnbull y Xavier Ortiz Monasterio, quienes nos corregían minuciosamente los textos. En el Juniorado (estudios humanísticos) se acostumbraba hacer concursos literarios. Una vez yo gané el primer lugar con un relato largo, una especie de novelita, que he perdido, aunque la he buscado por años entre mis papeles. Era la historia de un misionero en China, quien terminaba martirizado; desde luego, el relato era el reflejo del ambiente místico en el que estaba. También escribí una narración — para niños— de un perro corriente que se escapa y viene a la Ciudad de México, donde se enamora de una perra fina, de casa rica, y ahí se mete y vive con ella (lo cual revela mis ganas de hembra y de salir de la castidad, obediencia y pobreza del monasterio), o sea que me proyectaba en mis narraciones. También conservo un truculento cuento policiaco. Estos dos últimos sí los tengo editados, pues hacíamos diez o quince ejemplares, ilustrados por Federico Escobar, y los regalábamos a los amigos. Además hacía narraciones en latín macarrónico, e incluso traducía literatura moderna (The End of the Affaire de Graham Green; Don Camilo, de Giovanni Guareschi) al latín” (Huberto Batis: 25 años en el suplemento sábado de unomásuno. Fragmento de la entrevista de Catalina Miranda, Editorial Ariadna, México, 2005).
La voracidad del lector era equivalente al ímpetu del escritor, a quien dio vida en la adolescencia
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IN MEMORIAM
El inventor de la narraturgia
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manecimos sin Huberto. Los hijos de su generosidad periodística y literaria, desconocidos o famosos, no volveremos a escuchar su crítica feroz, salpicada de humor, insultos y escatología abrillantada con erudición, erotismo, elementos sorpresa y revelaciones filosóficas en la nueva versión de cada día. Batis inventó la narraturgia antes que nadie y la ejerció gozoso durante décadas como actor único ante el reducido público que lo escuchó azorado en su vieja casa, bajo la pétrea mirada de sus recortes pegados al techo, o detrás de la creciente montaña de periódicos que sobre su escritorio marcaba distancia con sus visitantes. El catedrático, escritor, periodista y erotómano aficionado a la belleza por culpa de su mamá, que lo llevó al cine siendo niño, nunca quiso ser médico, pianista, violinista ni cantante de ópera, como se esperaba. Salvado por sus manos de pato, que apenas se abrían para apoyar una ruta artística y luego de haber perdido cinco años de su vida en la Casa de Probación Jesuita, donde nunca debió ingresar, su madre aceptó, tras una etapa de rudo aprendizaje, que la vocación de Huberto no era religiosa, sino literaria. Asombrado por la cantidad de cartas que su padre guardó durante años, Huberto recordaba una en especial que le indignó mucho. “Yo tenía 11 años. Mi mamá y yo le hablábamos de usted. Un día, le escribí desde un campamento de boy scouts: ‘Quihubas, papá, cómo has estado? Te estoy hablando de tú, porque mi superior me ha aconsejado que así lo haga. Dice que hablarse de usted es una cosa antediluviana’. Y me contestó una carta feroz que terminó iracundo: ‘¡Nada de tú! ¡De usted!’ ”. Aunque encantado de estudiar español como se debe, literatura y latín, al grado de poder hablar y escribir en el lenguaje de la Iglesia del Vaticano, un sacerdote psicoanalista salvó a Huberto de su pernicioso ambiente familiar, donde la enemistad los hacía vivir a gritos y sombrerazos, como recordó una mañana de 2014 junto a su añosa perra Negrita, en la sala de su casa. La carta de Agustín Yáñez, gobernador de Jalisco, para Nabor Carrillo, rector de la UNAM, conseguida por su madre, le abrió camino al joven para obtener la beca que otorgaba el Centro Mexicano de Escritores, que debía ser cobrada en Guadalajara, estando Huberto en la Ciudad de México, por lo que pidió ayuda paterna.
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA OCTAVIO HOYOS
El director de sábado, el catedrático de la UNAM.
“Ir a Guadalajara por los 60 pesos de la beca salía más caro, así que nunca fui. No se podía hacer el trámite por carta poder ni nada. Mi papá, que quería que fuera médico como él, dijo que no tenía dinero, no me podía ayudar, ni hacer nada, así que me metió a trabajar en su laboratorio. ‘En ese patio hay miles de frascos en los que la gente trae sus orines y su caca. Hazme el favor de lavarlos muy bien y venderlos’. Cuando los logré vender, se guardó el dinero en la cartera y no me dio ni un centavo. ‘Bueno, pues algo me ha de tocar de tu sueldo’, le dije. ‘Pues ya te estoy dando de comer además de casa. Eres un hijo y te trato como tal, eso es lo que te toca a ti’. Así perdí la beca”. Sobrino de San Luis Batis, e hijo de una madre que era la santidad perfecta, Huberto se impuso una dosis de cuatro películas diarias que alternaba entre el cine Versalles y el Prado, donde proyectaban películas francesas.
Huberto Batis comenzó su lucha contra la mojigatería en los años sesenta
“Recuerdo La esclava del pecado con Silvana Pampanini, era una mujer guapísima. La gente hacía una larga fila, como de cinco cuadras. Las películas eran tan buenas que duraban diez meses en cartelera. Afuera, en las tienditas de puros y tabacos extranjeros vendían todas las revistas eróticas del mundo: italianas, francesas, gringas. Tengo una gran colección. José Luis Martínez Rodríguez (1918-2007) compraba la revista Ja Já que tenía caricaturas tontas, fusiladas de Estados Unidos, pero en la portada traía fotos a colores de mujeres muy bonitas en bikini. Las tenía en su biblioteca y las presumía. Era el único intelectual que tenía todos los números de Ja Já”. Huberto Batis comenzó su lucha contra la mojigatería en los años sesenta al escribir y publicar cuentos eróticos. “Me acuerdo que mandé mi revista Cuadernos del Viento a Guadalajara. Le publiqué un cuento a Juan García Ponce, en el que una pareja iba dentro de un coche cuando empezaba a llover. Se
detenían en el camino y el héroe le decía a la heroína: ‘Sácate las bragas’. Él utilizó esa palabra porque nadie sabía lo que quería decir y así evitaba decirle bájate los calzones, pero mi mamá sí sabía el significado y me dijo: ‘Tuve que quemar tu revista en el bóiler porque mucha gente me reclamó las porquerías que publicas’ ”. Ya como editor de unomásuno, a Huberto le llegaban continuamente cartas de Gobernación contra los cartones de Eko. Reclamaban la mezcla de erotismo con crimen y sangre. “No hay civilización que no acepte que eso frena el crimen sexual. Permiten la página 3 del diario vespertino porque es desfogue, pero nada más allá. Hace poco publiqué la foto de Ana Luisa Peluffo totalmente desnuda y me prohibieron entrar a Facebook durante un mes. ‘Usted ha faltado a las reglas de la decencia y hemos recibido una repulsa, si reincide no podrá publicar de nuevo’. ¡Me quitaron a la Peluffo! Esta ha sido una lucha de más de cien años”.
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NARRATIVA, ENSAYO Jugaré contigo
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EN LIBRERÍAS
25 DE AGOSTO 2018
De Adolf a Hitler
POESÍA EN SEGUNDOS El rey de hierro
Libro centroamericano de los muertos México, 2018
Los hechos mienten Maritza M. Buendía Alfaguara México, 2018 199 páginas
Thomas Weber Taurus México, 2018 551 páginas
Maurice Druon Ediciones B México, 2018 360 páginas
Alternando la reconstrucción del pasado con las vicisitudes de un presente que es carne y deseo, esta novela, de franco vuelo erótico, sigue los pasos de Susana por las vitrinas sexuales de Amberes, donde satisface las fantasías inconfesables de sus clientes, y por la casa de la infancia donde la existencia de un grupo de muñecas parece anunciar su futuro derrotero. Sus páginas celebran un solo mandamiento: “la única voluntad es la de los cuerpos”.
Este libro cuenta cómo un tipo solitario, torpe y desempleado, sin cualidades visibles de liderazgo y con ideas políticas volubles, se convirtió en un líder seguro de sí y ferozmente antisemita, un dirigente que llevó a su patria a una conflagración mundial. Estamos ante los años de formación que explican la progresiva radicalización política de quien no solo soñó un mundo dominado por una raza “perfecta” sino al nacionalsocialismo como el régimen hegemónico del planeta.
Integrada por siete volúmenes, la saga Los reyes malditos ha tenido en George R. R. Martin uno de sus atentos lectores. En el prólogo que realiza al primer tomo, Martin reconoce que la saga de Druon “es el juego de tronos original”. Druon participó en la Resistencia francesa contra los nazis y obtuvo el Premio Goncourt, lo que avala la calidad de la escritura. En este primer tomo el protagonista es el rey Felipe El Hermoso, quien se encargó de quitarle sus privilegios a los templarios.
Palabra de Lorca
España en el corazón
Los mundos de Robert Fludd
Rafael Inglada (editor) Malpaso España, 2017 606 páginas
Adam Hochschild Malpaso España, 2018 514 páginas
Joscelyn Godwin Atalanta España, 2018 266 páginas
Muchas fueron las entrevistas que concedió Federico García Lorca, a pesar de que renegaba de ellas. Rafael Inglada rescata todas, sí, todas, fechadas entre 1922 y 1936. De este modo, es posible reconstruir una suerte de biografía a trompicones, en la que destellan el teatro, la poesía, la caricatura, el público y la crítica, los viajes y el ronroneo de las plazuelas. Destaca la que condujo Antonio Otero Seco, publicada póstumamente y realizada unos días antes de que fuera fusilado.
La historia de los brigadistas americanos en la Guerra Civil Española es el subtítulo de este libro en el que Hochschild pasó revista al regimiento de 3 mil voluntarios estadunidenses que combatieron en la Brigada Lincoln: obreros, profesores, estudiantes, maestros, médicos, ricos, pobres, poetas, entre los que se encontraban figuras como Ernest Hemingway, John Dos Passos o George Orwell, quienes pisaron el campo de batalla como corresponsales o testigos por iniciativa propia.
Contemporáneo de Shakespeare y de Johannes Kepler, Robert Fludd fue autor de una obra sin la cual la tradición esotérica resulta inexplicable: Historia del macrocosmos y el microcosmos, en la que une las enseñanzas del hermetismo cristiano y las ciencias ocultas. Godwin traza su retrato, pleno de claroscuros filosóficos, de viajes y polémicas con los astrónomos de su época, y añade un ingrediente majestuoso: las láminas que acompañaban a los libros de Fludd.
VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx
E
n su última película, Basado en hechos reales, Roman Polansky cuestiona y se burla de las obras artísticas validadas por los trágicos sucesos de la existencia humana. A través de un montaje de ambigüedades, el director polaco ilustra el terreno resbaladizo del sentido común y su funesta generalización en la información mediática. Por eso, muchas veces las películas, pinturas o libros que aparecen como una alusión directa al mundo concreto (las conocidas verdades falsas, políticamente correctas) son auténticos simulacros, voluntarios o involuntarios. Atrapar la realidad es un efecto difícil de conseguir y en muchos casos la mejor manera de hacerlo es, precisamente, por el camino contrario, es decir, a través de la máxima irrealidad como lo demostraron en México Ramón López Velarde con La suave Patria —nada suave— y Xavier Villaurrutia no con el rechazo de la violencia de su época dramática sino con la afirmación de la Nostalgia de la muerte. El primero reveló un modo original de pitorrearse de los “héroes” vivos, y las masas que los celebran, y el segundo cómo evitar la sensiblería engendrada por la “acción” y la Historia. Desde esta perspectiva, Libro centroamericano de los muertos (FCE, 2018, Premio Aguascalientes) de Balam Rodrigo es otro texto más basado en la “realidad” sin transformación y revés y, por tanto, resulta prosa liviana pintada de rojo. No cabe duda de que el escritor chiapaneco es una de las voces significativas de su generación y ha escrito textos que merecen una lectura detenida. Sin embargo, en este largo poema el lenguaje permanece en el plano de la noticia y de la plañidera emoción inmediata. El libro en el comienzo nos sugiere la construcción de una crónica con recursos del siglo XVI —eso era una buena idea—, pero esta insinuación es abandonada casi de inmediato y en lugar de una gran historia bien contada en la voz de un testigo complejo, arcaico y veraz, hallamos una sucesión monótona de estampas en pastiche, corchetes pedantes y la descripción fácil con declaraciones como “en los caminos de extravío” o “destrozados por manos muertas”. Libro centroamericano de los muertos parte de la certeza ingenua de que basta invocar una situación social trágica y el recuerdo personal de la misma para capturarla en el entendimiento y devolverla como una invención auténtica. Es el naturalismo zolaciano —sin Zola— que domina mucha de la literatura actual.
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CINE
25 DE AGOSTO 2018
RESEÑA
ENTREVISTA
Recuerdos de Jonas Mekas ANDREA SERDIO
C
uadernos de los sesenta. Escritos 1958–2010 es una lección de crítica, una ardiente defensa de la perversión en “una sociedad bastarda, estandarizada, conformista y enferma”. Es un libro, publicado por la editorial Caja Negra, en el que Jonas Mekas documenta la historia de su generación y repasa su propio trabajo como director de películas como The Brig, en la que filma una obra de teatro sobre la vida de un grupo de marines en la cárcel. Jonas Mekas nació en Lituania en 1922, desde muy joven se interesó en el teatro y la poesía. Llegó a Estados Unidos en 1949, donde se integró a la vanguardia y se convirtió en el más entusiasta promotor del cine underground, en el que participaron artistas e intelectuales como Susan Sontag, quien en 1969 dirigió su primera película, sobre la cual Mekas platica con la escritora: una extraña parábola de los juegos del poder. Desde la columna que comenzó a publicar en 1958 en la revista Village Voice, Mecas llamó la atención sobre fenómenos culturales como el Fluxus, el Pop, el Underground. Escribió sobre el impacto de la Generación Beat en la literatura y sobre la música de John Cage, de su profundidad y pureza que, como todo arte verdadero, dice, “en vez de encerrarnos en un sueño, despierta nuestro verdadero ser, nos expande, nos hace libres”. Cuadernos de los sesenta es un paseo crítico por el cine, el teatro, el performance y todas las creaciones de la escena independiente neoyorkina. Es también un anecdotario en el que Mekas nos cuenta, por ejemplo, cómo en 1964, con la ayuda de Harold Pinter, logró pasar de contrabando, de París a Nueva York, la película Una canción de amor, la única incursión de Jean Genet en el cine. Uno de los apartados más conmovedores del libro narra su último encuentro con Allen Ginsberg, su muerte y velorio rodeado de monjes tibetanos. Otro destaca su larga conversación con Pasolini sobre la crítica y el nuevo cine. Uno más habla del trabajo fotográfico y fílmico de Andy Warhol, uno de sus amigos más cercanos, a quien define como un “artista total”. Richard Foreman, Joseph Cornell, Peter Kubelka, Hermann Nitch, son otros de los personajes que aparecen en esta suma del arte más radical, donde también destacan John Lennon y Yoko Ono, con quien el autor conversa acerca de sus películas, y experimentos como Fly, que se centra en el vuelo de una mosca, o Legs, en el que pasan revista a las piernas de 333 personas de la comunidad artística de Nueva York. Estos Cuadernos “iluminan una ideología contracultural que resuena hasta el día de hoy”.
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Escena de Mente revólver, película de entrecruzamientos criminales con ambiente fronterizo.
Alejandro Ramírez Corona
“Me interesa el cine narrado por la imagen” HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA CORTESÍA A.R.C.
¿
Qué pasaría si el asesino de Luis Donaldo Colosio hubiera salido de prisión 20 años después del atentado? ¿Cómo es que un ejemplar policía se convierte en asesino a sueldo? ¿Qué hace una homeless estadunidense en México? Los resortes de la violencia son los hilos que unen las tres historias de Mente revólver, la fronteriza ópera prima de Alejandro Ramírez Corona. ¿Cuál es la anécdota que detona Mente revólver? Fui de visita a Tijuana y me enamoré de la ciudad. Además, se cruzó en mi camino una investigación sobre Mario Aburto, un personaje trascendente en la historia de México pero a la vez muy de tercer plano. Descubrí que tenía 23 años cuando mató a Colosio y que era un maquilador. Es un personaje con elementos muy cinematográficos. Ahí mismo encontré la historia de un policía municipal que se convierte en asesino a sueldo y de una homeless norteamericana perdida en México. Mario Aburto da por sí solo para una película. ¿Por qué añadir dos historias más? Es mi primera película y me quería comer el mundo. Hilar tres historias me parece un reto, es como armar un rompecabezas equilibrado y más si intentas mantener el delirio mental de tus personajes a lo largo de toda la película.
La frontera, además de la referencia física, tiene un carácter simbólico. Cada uno de los personajes está dispuesto a cruzar una frontera emocional y a salirse de su círculo mental. A partir de ser violentados y violentar su entorno. Los tres reflejan una violencia que no solo tiene que ver con las armas, sino con la opresión y la falta de posibilidades de resolver la vida de una manera positiva. En este sentido, Mario Aburto representa la opresión máxima de un sistema. Quería hablar de la violencia pero a partir de un perfil más psicológico y opresivo. En la historia de Mario Aburto plantea la hipótesis de un escape. La tomé de una nota que leí en el periódico. Se hablaba de una posible salida de Mario Aburto, dado que, si bien está condenado a 40 años de prisión, la ley le brinda la opción de que por buen comportamiento le quiten un día de condena por cada uno cumplido. Es decir, al cabo de 20 años podría alcanzar su libertad. Sumándome a la tradición de ficción histórica de directores como Felipe Cazals o Tarantino, quería mostrar situaciones que podrían
“Me gusta que el espectador se esfuerce por completar partes de la historia”
parecer de fantasía pero que tienen una fuerte conexión con la realidad. ¿No le preocupa que la película termine encasillada en Mario Aburto? Tomar a un personaje con tanto peso como él representa un riesgo y asumo que crea expectativas. A nivel internacional no he tenido ningún problema; las tres historias se han leído muy bien porque más que enfocarme en datos precisos me centré en la investigación emocional de alguien con esas características. En México se le puede ver de diferente manera, lo entiendo y es parte del aprendizaje. Al final, tomé el personaje histórico para interpretarlo libremente. ¿Por qué narrarla con pocos diálogos? Me interesa el cine narrado por la imagen y no por la palabra. Me gusta que el espectador se esfuerce por completar partes de la historia y que los textos no sean explicativos, sino un complemento de la imagen. Por eso el guión fue escrito en las locaciones. Quería captar la atmósfera de una ciudad como Tijuana y para eso necesitaba que el proceso creativo estuviera próximo a la realidad. De cara a una segunda película, ¿qué haría diferente? Me gustaría dar más peso al valor de la esperanza. Los artistas reflejan su época, pero también me parece importante mirar hacia una perspectiva más amable y no tan sumergida en la falta de salidas.
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ESCENARIOS
25 DE AGOSTO 2018
DANZA
VIBRACIONES
Bailar en México o en el extranjero
El Júpiter de Mozart HUGO ROCA JOGLAR
@hrjoglar
PINTURA BARBARA KRAFFT
ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍAS KAMAL DAID, KAROLINA KURAS
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eflexionaba sobre la carrera de bailarines y bailarinas fuera de México; las causas y condiciones por las que salieron del país y si volverían. Con Adrián Ramírez, quien lleva unos años bailando en Canadá, platiqué al respecto, y sumamos a Selene Guerrero a la reflexión. ¿Dónde estudiaste? Adrián Ramírez: Tuve cuatro maestros fundamentales para mi carrera: Manuel Reynoso, Olga Rodríguez Luna, Gloria Contreras e Irasema de la Parra. Selene Guerrero: Estudié seis años en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea y tres años en la Escuela Nacional de Ballet de Canadá. ¿Cómo te formaste como bailarín/a? AR: Decidí empezar a bailar a una “edad avanzada”, tenía 19 años y audicioné para la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea. Fui rechazado por “inexperiencia, falta de talento, sensibilidad, musicalidad”, en palabras del personal docente. Ingresé al Seminario del Taller Coreográfico para prepararme y audicionar nuevamente. Ahí conocí a Manuel Reynoso, quien fue un soporte para mi carrera y por él conocí a Olga Rodríguez, con quien empecé entrenamiento en danza clásica. Me dio todas las bases y cinco meses después me presentó con la direc-
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Los bailarines mexicanos Adrián Ramírez y Selene Guerrero.
tora del Taller Coreográfico, Gloria Contreras, quien me tomó como proyecto para probar que el escenario es más escuela que una institución. Después, Irasema de la Parra me becó en su escuela para presentar exámenes en la Royal Academy of Dance y tener un papel oficial que avalara mi entrenamiento. En 2008 firmé mi primer contrato como bailarín profesional en el Taller Coreográfico bajo la tutela de Gloria Contreras, de quien aprendí mucho no solo como bailarín, sino como artista. ¿Por qué decidiste salir de México? AR: Irasema decía que buscara otras oportunidades. Después de estar en el TCUNAM por seis años, se limitaron las oportunidades para crecer dentro de la compañía. Audicioné para la Compañía Nacional de Danza en 2010 y no logré entrar. Platicando con una amiga, pensé que Canadá era muy buena opción para explorar y con Les Grands Ballets Canadiens en Montrèal fue el primer contrato que firmé fuera de México. SG: Mientras me formaba como bailarina en ENDCC tuve la idea de terminar mis estudios en el extranjero y afortunadamente así sucedió.
“Me encantaría regresar a bailar y a enseñar a México pero lo veo muy difícil”
¿Dónde bailas actualmente? AR: En Toronto, en la compañía Canada’s Ballet Jörgen, de repertorio clásico y mixto. SG: Este año es mi doceava temporada con el Ballet Nacional de Canadá. ¿Cuáles de las condiciones que has visto en donde bailas te gustaría trasladar para hacer danza en México? AR: He trabajado en muchas compañías, en las que tienen un presupuesto enorme, y en las que apenas alcanzan a pagarle a los bailarines. El común denominador ha sido la organización de la dirección y el respeto que ésta da a los bailarines. Me sorprende la forma en que la dirección se dirige a ti, tal vez porque en estos países es muy penalizado el abuso a los trabajadores, pero nunca me he sentido minimizado por el director ni tampoco he tenido temor de dirigirme a él, que haya represalias. Mi opinión cuenta tanto como la suya. Los viernes hay una junta donde se discute lo que los bailarines necesitan de la dirección, y viceversa. Es un espacio donde puedes hablar libremente y ser escuchado con respeto. SG: Mejores instalaciones, acceso a fisioterapia y servicio médico. También brindan otros tipos de entrenamiento para mejorar la calidad de los bailarines y un repertorio más diverso. ¿Volverías a México? AR: En este momento, no sé responder. SG: Me encantaría regresar a bailar y a enseñar a México. Me fascina visitar mi país, pero veo muy difícil regresar a vivir a México.
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l primer movimiento de la Sinfonía 41 de Mozart, conocida también como Júpiter, comienza con un tema A compuesto por dos fragmentos de expresiones contrastantes —vigoroso impulso y plañidera queja— que se repite dos veces y da paso a un contundente tema B cuya afirmación resulta efímera: inmediatamente sobreviene un tema C plácido y suave. Tres temas que se presentan uno tras otro, y luego comienzan a desarrollarse libres de certezas jerárquicas. Ningún tema es el principal, o por lo menos no con claridad, y sus variaciones, al avanzar al mismo tiempo, producen un desconcertante efecto sonoro. El desconcierto aumenta durante el efusivo cuarto —y último— movimiento, cuyo desarrollo explora ya no tres, sino cinco temas que, efusivos, acelerados, se enciman, mezclan y confunden sin nunca perder su independencia. Mientras los dos movimientos extremos de la sinfonía muestran la fascinante habilidad técnica de Mozart en la escritura contrapuntística (característica del periodo clásico), uno de los movimientos interiores, el segundo, ofrece una faceta novedosa de su pensamiento: la íntima necesidad expresiva, que anuncia la romántica revolución beethoveniana, en donde la música revela las pasiones que atormentan y embellecen la vida humana. Este segundo movimiento narra el suave y melancólico diálogo entre una dulce y triste melodía que pregunta y un acorde oscuro y contundente que le responde. Poco a poco, conforme se desarrollan, la naturaleza de estas dos voces cambia. La pregunta adquiere un sesgo insistente, y ahí, sumergida en su repetición desesperada, se ha convertido en anhelo. La respuesta, al verse de pronto frente a un sordo interlocutor anhelante, opta por endurecer sus gestos y volverse siniestra. Entonces el diálogo se convierte en la batalla entre un sueño y una amenaza. El final es abierto: no queda claro quién impone sus emociones, y esa incertidumbre expresiva representa uno de los episodios más sensuales de toda la música de Mozart.
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Retrato póstumo (1819) de Wolfgang Amadeus Mozart.
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
LABERINTO
25 DE AGOSTO 2018
http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto
TOSCANADAS
¿Y la cruz, papa? DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
E
l papa Francisco alteró el catecismo católico para censurar la pena de muerte. En la versión anterior se dejaba un hueco que la justificaba, y cómo no, pues ni modo de negar las muchas veces que la Iglesia autorizó la ejecución de “criminales” cuyo único delito fue contradecir de pensamiento, palabra, obra u omisión las enseñanzas canónicas. Además no había que violentar las relaciones con ciertos países poderosos que sostenían y sostienen la pena de muerte. Los católicos habrán de agradecer que Bergoglio sea un papa del siglo XXI y no un emperador romano de la época de Cristo. Si el papa Francisco, por alguno de esos milagros tan verosímiles como detener el sol o caminar sobre las aguas o hacer llover maná durante cuarenta años, hubiese tenido el puesto del emperador Tiberio, le habría endosado la piadosa ley a Poncio Pilato, y entonces adiós cristianismo.
ECCE HOMO
Pilato se dirige a la muchedumbre según la versión pictórica de Antonio Ciseri.
¿Qué sería de aquella escena del evangelio de Mateo en que la gente grita “¡Sea crucificado!”? El buen Poncio les aclararía que eso va contra las leyes. “¿Crucificar? ¿De dónde sacaron semejante salvajada?” Y luego de decir “Quién soy yo para juzgar” ordenaría que soltaran al reo. Angustiado por ver que todo su plan se iba al carajo, sería el propio Jesús quien le diría: “¡Crucifícame, cabrón!”. Alzaría la mirada al cielo para decirle a su padre que, allá en el Monte de los Olivos, cuando pidió que pasara el cáliz, no lo decía en serio. Además, la historia habría de considerarlo un vil nepotismo, pues los judíos tenían siglos pidiendo que pasara su cáliz sin que dios los escuchara, y resulta que al hijito le conceden su voluntad en fast track. “¡Crucifícame, pinche Poncio!”, estaría escrito en Mateo 27:22, en una de esas chafas traducciones
contemporáneas. “Ni maiz, güey”, Mateo 27:23, “si quieres te azoto, pero más no puedo hacer”. Jesús tendría que repasar el guión. Ya no le serviría aquello de “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” ni el famoso “Consummatum est”. ¡Y la mentada resurrección! En fin, quizá el final del evangelio pintaría a un Jesús tomado de la mano de Magdalena, explicando a sus discípulos que habría de morir de muerte natural, que su segunda venida sería en alrededor de dos mil años, y que esta vez se aseguraría de predicar en Texas, pues allá usarían camastros como cruz horizontal para ejecutar y les tendría sin cuidado lo que hubiese dictado el emperador Bergoglio. El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes. Amén.
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CAFÉ MADRID
El método Åsne
A
lo mejor Juan Rulfo tenía razón y los nórdicos son los que mejor han entendido que la literatura es un asunto serio. El escritor jalisciense lo decía una y otra vez cuando le preguntaban quiénes eran los narradores que habían influido en su escritura y se atrevía, incluso, a poner en un altar al noruego Knut Hamsun, Premio Nobel de Literatura 1920 y autor, entre otros libros, de Hambre, una brutal historia de rasgos autobiográficos sobre las carencias materiales que merman la existencia física y psicológica de un periodista, la cual se convirtió en paradigma de muchos escritores del siglo XX que se ocuparon de la locura de la condición humana. Hoy sabemos que los nórdicos son, además, referencia imprescindible en la burbuja de la novela negra y en la de la autoficción, con Karl Ove Knausgård a la cabeza. Pero para mí la que en estos tiempos merece una consideración especial es Åsne Seierstad. Esta periodista–filóloga nacida en Oslo saltó a la fama con El librero de Kabul, la historia de un contradictorio patriarca afgano encarcelado y torturado por vender libros durante el régimen talibán. Tenía 23 años cuando empezó de corresponsal freelance en Moscú y, luego de una breve temporada en China, se fue a reportear los conflictos de Medio Oriente. Después de aquel bestseller continuó publicando con éxito libros como De espaldas al mundo, Ciento y un días o El ángel de Grozni. Cada que termina una etapa intensa de trabajo, es decir, cada que quiere hacer una pausa en su continua asistencia en primera fila a los horrores internacionales, Seierstad vuelve a Oslo para descansar y ponerse al día
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA FRANK AUGSTEIN/AP
sobre los acontecimientos más trascendentales de su país. En el verano de 2011, sin embargo, su tranquilidad, la de todos sus compatriotas y la de buena parte del mundo fue interrumpida por la masacre de Utøya, la isla donde las juventudes laboristas llevaban a cabo un campamento de verano que un terrorista solitario devastó a punta de balazos. La noticia no tardó en darle la vuelta al planeta y, de inmediato, el teléfono de Åsne Seierstad sonó.
La historia del asesino y la historia de las víctimas se teje en más de 500 páginas
Era la mítica Tina Brown, entonces al frente de Newsweek después de dirigir Vanity Fair y The New Yorker, quien le ordenó: “¡consígueme todo lo que puedas de ese hombre!” Seierstad le hizo caso, le mandó un excelente perfil de Anders Behring Breivik, el misterioso asesino, y enseguida, mientras su país seguía consternado y de luto, la reportera se fue a trabajar a Libia. Meses después regresó a Noruega y Tina Brown volvió a telefonearla, esta vez para encargarle un artículo sobre el juicio del terrorista. Seierstad obtuvo su acreditación y durante diez semanas fue testigo de la deconstrucción de la tragedia. “Cuando terminó el juicio me di cuenta de que tenía que ir más a fondo para descubrir qué había pasado realmente y empecé a
Anders Behring Breivik, quien asesinó a 69 jóvenes en Utøya, Noruega.
investigar”, cuenta en el epílogo de Uno de los nuestros. Historia de la masacre que conmocionó a Noruega (Cátedra), que no solo contiene la explicación detallada de su método de trabajo sino que es en sí mismo una clase magistral del mejor periodismo. La historia del asesino y la historia de las víctimas se tejen en más de 500 páginas gracias a un montón de entrevistas, fotografías, documentos judiciales, interrogatorios policiales e informes psiquiátricos, que le permiten a la autora contar todo con precisión, sensibilidad y distancia e, incluso, meterse en la psique de Anders Behring Breivik (por más escándalo que esto cause entre los puristas de la literatura de la realidad). “En el periodismo es importante ir a las fuentes; por esa razón le solicité una entrevista. Su negativa me obligó a basar mi informe en lo que otros dicen de él. Hablé con amigos suyos, familiares, compañeros de clase, colegas y con otrora compañeros políticos. Leí lo que él mismo había escrito: en el manifiesto [contra la islamización de Europa], en internet y en cartas. También puse atención a lo que tuvo que decir durante el juicio y lo que posteriormente escribió en cartas a la prensa y en reclamaciones oficiales”, explica la mujer cuya escritura bebe, cómo no, de autores como Hamsun al armar el rompecabezas de un personaje asocial que siente un dolor profundo por su inadaptación. Y con todo ello, Åsne Seierstad no juzga. Solo nos permite comprender que su relato de impecable estructura no refleja a unos cuantos sino al conjunto de la sociedad que, cuando se descuida, le crecen saboteadores.
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