Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO ENSAYO
CRÓNICA
JUAN MANUEL GÓMEZ
LAURA CORTÉS
México: los libros y la derrota
Las revoluciones en el ojo de la fotografía
Foto: Fototeca Milenio
Foto: Battemann
SÁBADO 29 DE SEPTIEMBRE DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 798
1968
Miriam Mabel Martínez, Fernando Zamora, Orlando Guillén, Eko, Armando González Torres, Luis Xavier López Farjeat, Rodrigo Hernández López, Carlos Marín, Alegría Martínez, Víctor Manuel Mendiola, David Toscana, Julio Hubard/FOTOGRAFÍA: FOTOTECA MILENIO
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ARTES VISUALES
Subvertir la vida cotidiana MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA SPORTING NEWS
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l 68 se fue hilvanando en mi memoria. Palabras clave que durante mi infancia fui recogiendo de las sobremesas de los adultos, de imágenes guardadas en ciertos libros a los que mi padre regresaba de vez en cuando, hasta que un día me atreví a espiar uno de esos tomos encuadernados con monitos que mi padre atesoraba: Los Supermachos y Los agachados. No eran exactamente las historias de Las joyas literarias juveniles; hasta el dibujo era más audaz, más divertido. No sé si entendía algo, pero lo que sí sé es el “Número especial de los cocolazos”, donde Eduardo del Ríos Rius entremezclaba aquellas Olimpiadas (que también aprendí de “oídas”) con un relato donde soldados y policías sometían a estudiantes. Fui reconstruyendo mi propia historia del 68 a la par de que me hacía “grande”. Crecí en la época de las enciclopedias y las colecciones, y había una en particular que me llamaba la atención por su modestia, nada de tapas duras ni de tipografías doradas; al contrario, portadas blandas, papel revolución, una tipografía agradable, un interlineado placentero: Lecturas Mexicanas, editadas por la SEP, que me conectó con mi tradición literaria. Una mano con la V de victoria es la portada del número 41, de la segunda serie, Los días y los años, de Luis González de Alba. Entré a la crujía con el autor desde la primera página: su presencia me ha acompañado en la búsqueda de respuestas. Una tristeza solidaria y una rabia desconocida en mi incipiente adolescencia me conectaron con esos muertos que no conocí pero que hice míos. La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, me impulsó a buscar en la hemeroteca. Necesitaba ver esos titulares, leer qué había pasado cotidianamente, ver fotos publicadas que verificaban la existencia de muchachos que se parecían a mí. José Revueltas, Fernando del Paso y Gerardo de la Torre fueron otros guías por ese momento mexicano que dibujaba una manera de estar en el mundo, que inconscientemente hice mi propio estar en el mundo. El gesto de los atletas John Carlos y Tommie Smith trayendo el Black Power a los primeros Juegos Olímpicos transmitidos a color, el Mayo francés, la Primavera de Praga, la Marcha del Silencio, el 2 de octubre, me condujeron al situacionismo y a Guy Debord, haciendo del 68 un estado de vida. Así aprendí a deambular a paso ininterrumpido mi tiempo, como aquellos jóvenes mexicanos que hicieron posible, aunque fuera un instante, la subversión de la vida cotidiana.
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Los atletas del Black Power, Olimpiada 1968.
Marcha encabezada por el rector de la UNAM Javier Barros Sierra.
HOMBRE DE CELULOIDE
Lo que significa respirar por primera vez
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ARCHIVO UNAM
n 20 de mayo de 1968 se gimió, se exhaló y en Boca del Río, Veracruz, un espermatozoide cruzó el enorme trayecto entre el glande y el útero. Eran las nueve de la noche y no tengo razones para saber si fue placentero pero supongo que sí. En París se gritaban consignas y en Veracruz se hacía el amor. La célula quedó fecundada y el cigoto soy yo. Fidel Castro penetró en Haití, Godard promovió la destrucción del Festival de Cannes y yo me imagino existiendo en una deliciosa inconciencia que sin embargo tenía una misión: adherirse a la pared del útero que durante nueve meses albergaría una revolución misteriosa pero común. En el mundo se hablaba de cosas importantes. En el vientre de mi madre se existía nada más. No había lugar para sueños grandes. Mi padre, casi tan inconsciente como yo, encendía un cigarro, abría la ventana, miraba la piscina y lanzaba ese humo en dirección del mar. Pasó un mes y, como dicen que los hombres no debemos hablar de lo que sienten las mujeres, puntualizo otro hecho: Robert Kennedy se liberó a sí mismo el 6 de junio de 1968. Había tratado de sobrevivir a las balas que vació sobre su cuerpo un palestino de 24 años que hasta la fecha sigue vivo. Porque vivir es vivir. Aunque sea en la cárcel.
En el segundo mes del embarazo se forma el rostro: los ojos y las orejas contienen ya el sonido de los árboles que en Veracruz se agitan cuando atardece. En julio 22 y 23 comenzaron los enfrentamientos entre estudiantes y gobierno. El 30 de julio una bazuca deshizo el portón dieciochesco del Colegio de San Ildefonso y yo, diez años después, recostado en la parte trasera del coche de mi padre, volvería a escuchar la historia que me repitió mil veces: que cuando supo por la radio que su preparatoria había sido violentada, se puso a llorar. Yo, indiferente a un dolor tan sublime, miraba mis pies descalzos formando pequeñas huellas en el vidrio trasero del coche. Ya para esas mis padres se estaban divorciando y ni siquiera tuve la curiosidad de preguntar qué clase de hombre llora por la violación de la autonomía de la UNAM. Dicen los médicos que a partir del tercer mes de embarazo ya es correcto denominar al “producto” como “feto”. Yo me imagino descubriendo que podía abrir y cerrar la
Cuando mi padre supo que su preparatoria había sido violentada, se puso a llorar
boca. Supongo que tragaba el líquido amniótico que debe haber sido caliente. Afuera se conformaba el Consejo Nacional de Huelga y el rector Javier Barros Sierra salió en defensa de aquella autonomía unamita que hacía llorar a mi padre. En Praga, los tanques rusos abortaron la Primavera de Praga. Un mes más tarde los mexicanos sabrían de un Batallón Olimpia que tomó por asalto Ciudad Universitaria y el 2 octubre de 1968 comenzaron los disparos. Fue la locura: la matanza de Tlatelolco. Enojados o no, mis papás fueron a la inauguración de los Juegos Olímpicos. Miraron en el cielo cientos de globos que cruzaron el azul con una voluntad tan férrea e indeterminada como la de un espermatozoide, como la del manifestante Jan Palach que justo un mes antes de que yo naciera se inmoló. ¿Quién puede saber qué habrá sentido? ¿Quién puede saber hoy lo que se siente respirar por primera vez? ¿Qué habrán sentido los insurgentes en Laos cuando volaron por los aires bajo tres toneladas de bombas estadunidenses? ¿Quién puede saber qué habrá sentido mi madre el 20 de mayo de 1968 cuando vio a mi padre doblarse sobre sí mismo como Jan Palach, tocando el misterio de ese placer que te vuelve tan frágil, tan desvalido?
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POESÍA
ESCOLIOS
Cantares de la dicha negra
Una emulación
(fragmento) ORLANDO GUILLÉN
Señores: este es el poema de la dicha negra. Lo escribo el cinco de noviembre de 1968, Ciudad de México, capital de muertes grandes. Desde hoy, garganta para mi grito y rincón donde se hincha la rata enteca del odio. Estos versos fueron tomados del libro Poemas sobre el movimiento estudiantil de 1968 (Pueblo Nuevo, México, 1980), selección de Marco Antonio Campos.
EX LIBRIS
Las tres culturas/ EKO
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ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
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@Sobreperdonar
engo recuerdos borrosos, ya muy llenos de muertos, del año del 68. Colonia Condesa de la Ciudad de México. Salimos del edificio contiguo a la Sala Chopin en la avenida Álvaro Obregón y caminamos unos metros a la calle de Sonora. Mi tío Estanislao me cargaba sobre sus hombros y mi madre mencionaba con temor y reverencia a “los canijos estudiantes que no se dejan”. Por la avenida pasaban muchedumbres gozosamente vociferantes en camiones de redilas y a pie, aunque yo no entendí bien si eran estudiantes rumbo a una concentración o aficionados jubilosos festejando la Olimpiada. Sí recuerdo, en cambio, los gritos, el ambiente de euforia, y que yo usaba unos llamativos antifaces de cartón blanquinegro. Los estudiantes se volverían símbolo misterioso de subversión y, los meses siguientes, mi madre me amedrentaría: “nunca vayas a salir solo a la calle porque te llevan los estudiantes”. Ese vago recuerdo extático, esa primera observación de las masas en alegre movimiento, se petrificó en mi mente: siempre anhelé mi porción de ese sueño colectivo que no me tocó vivir. Esa búsqueda de comunión jubilosa explotó, junto con otras hormonas, en la edad puberta. Debo decir que, aunque conocía los trágicos hechos del 68 y comenzaba a devorar los clásicos al respecto, la imagen que acuñaba mi memoria, como suele ocurrir, era caprichosa y estaba más asociada a mi recuerdo infantil de las multitudes ebrias de júbilo que a la sangrienta matanza. Ese ánimo libertario se juntaba con la búsqueda de afirmación: quería clavarle al mundo un poema en la espalda, dejar una huella en algún lado. Mi 68, pues, estaba teñido de almíbar romántico y ganas de llamar la atención. Mi ansia de momentos climáticos alcanzó su máximo cuando entré a la Preparatoria 2, por los rumbos de Churubusco: me afilié a todo tipo de círculos de estudios y distribuía todo lo que pareciera clandestino y contracultural. Me empapaba de historias de barricadas y comunas, del revuelo de consignas anarquistas y de la imagen del desorden que redimiría la ciudad con su utopismo lenitivo. Pronto me junté con unos pocos que también leían furibundamente los libros de caballería militante de la época y que pensaban que las escaramuzas heroicas serían parte de un excitante y prestigioso currículum. Protestábamos por afrentas reales o imaginarias. Alguna vez, ya no me acuerdo por qué motivo, realizamos nuestra acción más llamativa hasta entonces, cerramos por unos minutos la avenida lateral de Churubusco. Esperábamos el arribo de la policía, pero fue un automovilista quien descendió de su auto y, furioso, abofeteó al compañero que encontró más cerca. Nuestra estrategia se colapsó, habíamos planeado enfrentarnos a la autoridad con mayúsculas, no a un troglodita de mano larga y sin conciencia. Desconcertados, terminamos el bloqueo, nos replegamos tácticamente y ayudamos a nuestro camarada que, aunque sangraba profusamente por la boca, por fortuna no había perdido ningún diente.
Me empapaba de historias de barricadas y del revuelo de consignas anarquistas
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El 68 no se define solo por las protestas estudiantiles: sacudió las viejas estructuras y anticipó nuestro presente
Las revoluciones en el ojo de la fotografía
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LAURA CORTÉS FOTOGRAFÍAS TOMADAS DEL LIBRO 1968. UN AÑO REVOLUCIONARIO EN IMÁGENES Foto: Foundation Gilles CARON
Los niños víctimas de la hambruna en Biafra.
ay años que traspasan siglos: 1968 es uno de ellos. Inscrito en los sesenta, su pertenencia no está confinada a una sola década. La realidad tal y como la conocemos medio siglo después de esa fecha ha sido moldeada, en gran medida, por los sucesos que tuvieron lugar alrededor del mundo durante ese año. Nadie duda que 1968 fue un punto de quiebre en la historia global. “El significado de muchas palabras fue distinto después de ese año”, asegura el escritor Gianni Morelli quien, junto con Carlos Batà, es autor del libro 1968. Un año revolucionario en imágenes, editado bajo el sello White Star Publishers. Los investigadores italianos explican que la relevancia de 1968 no estriba en la existencia de una revolución social, una convulsión moral o un terremoto político. Tal vez, dicen, fueron todos esos elementos mezclados con una tormenta ideológica y con la confianza, hasta entonces desconocida, que tenía en sí misma la juventud. A diferencia de las numerosas publicaciones que circulan para conmemorar cinco décadas de ese año crucial, la obra no tiene como eje temático los movimientos estudiantiles ni las vigorosas protestas contra el modelo social establecido. Sin soslayar la importancia de esos acontecimientos, Batà y Morelli van más allá: nos adentran en un viaje cronológico a través de
centenares de portentosas imágenes capturadas por fotógrafos de agencias como la legendaria Magnum Photo, Getty Images o Associated Press, entre otras. Las imágenes están acompañadas por atinados apuntes que las sitúan en su contexto y permiten al lector entender por qué 1968 fue un año fatídico y glorioso a la vez. De enero a diciembre, las emblemáticas fotografías desvelan los episodios que cambiaron el rumbo de la historia o, por lo menos, determinaron la visión que tendrían las siguientes generaciones. De la invasión a Vietnam a la de las tropas soviéticas, de la Primavera de Praga a la noche de Tlatelolco; de Richard Nixon al Padre Pio; de 2001: Odisea del espacio a la píldora anticonceptiva, la obra de Morelli y Batà deja claro que 1968 fue el año en que obreros, estudiantes y grupos minoritarios tomaron las calles para demandar reformas, justicia y mejores condiciones de vida, pero también que estuvo marcado por misiones espaciales y crímenes que ocurrieron a pesar de la ola de pacifismo impulsada por la cultura hippie y la generación Beat.
Metamorfosis global
A enero, por ejemplo, corresponden las estremecedoras fotografías de la cruenta irrupción de los jemeres rojos en Camboya. La organización guerrillera reclutó en su mayoría a niños de entre 14 y 18 años. Una de las imágenes del libro muestra a un grupo de ellos con rostros imperturbables observando cómo otro joven soldado está a punto de realizar una ejecución.
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Foto: Ralph Morse
Foto: Bettmann
Foto: Bettmann
Escena del musical Hair.
Una calle de París en el Mayo de la revuelta.
Marcha por los derechos civiles en Memphis.
La hambruna en África se convirtió en un fenómeno mediático global gracias a los reportajes gráficos publicados, a mediados de año, en algunas revistas. El mundo se conmovió ante los niños de Biafra, con sus vientres hinchados y sus ojos hundidos. Un apartado por demás apasionante corresponde a la historia de la compañía estadunidense Intel (Integrated Electronics Corporation). Fundada en julio de 1968, se convirtió en la mayor fabricante de circuitos integrados en el mundo y la creadora de procesadores de computadoras personales. De acuerdo con la investigación de Batà y Morelli, Apple y Facebook existen gracias a personajes como Andrew Grove, primer director de Intel y posteriormente mentor de Steve Jobs y Mark Zuckerberg. Además de documentar de manera gráfica las protestas estudiantiles en distintas ciudades del mundo, Un año revolucionario en imágenes dedica el apartado “La masacre de Tlatelolco” a los hechos ocurridos el 2 de octubre en la Ciudad de México. Las fotografías son perturbadoras, a pesar de su amplia difusión posterior a esa fecha. En una de ellas se observa en primer plano a Florencio López Osuna, líder del movimiento, brutalmente golpeado; las otras dan cuenta del uso represivo de las fuerzas militares. Más allá del globo terráqueo, durante ese año el mundo observaría el cumplimiento de uno de los grandes anhelos del género humano. Aunque antes de 1968 las potencias mundiales ya habían realizado algunas hazañas espaciales, el Apolo 8 fue la primera misión estadunidense cuyos tripulantes lograron orbitar la Luna y ver “su lado oculto”. Los tres astronautas observaron por primera vez el amanecer en la Tierra desde la superficie lunar. Sin duda, un momento inolvidable para la humanidad. Acontecimientos en la industria artística, musical e incluso alimentaria también están consignados en Un año revolucionario en imágenes: el atentado al artista conceptual Andy Warhol, ya convertido entonces en una celebridad; la grabación en Londres del primer álbum de Led Zeppelin, considerada por muchos la banda más grande de rock; y el lanzamiento de la fórmula que se convertiría en un icono del siglo XX: la hamburguesa Big Mac, de McDonald’s. En palabras de Gianni Morelli, más que una fecha 1968 es “una metáfora” del idealismo, la liberación, el socialismo activo, el ingenio tecnológico y la esperanza en el futuro. Para el novelista italiano, este año es una especie de paquete de conceptos clave en un “raro orden”: derechos civiles, democracia, feminismo, ciencia ficción y consumismo. Los editores colocan las piezas de ese “paquete” en orden cronológico a través de icónicas fotografías que recuerdan que más allá de una colorida visión de la vida o de su opuesto —la desesperanza de la guerra y el hambre—, más allá de cualquier consigna, 1968 incendió al mundo entero en un fuego que medio siglo después aún no se extingue.
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Ha corrido mucha tinta para explicar el movimiento estudiantil. ¿Tenemos ya una visión total?
México: los libros y la derrota
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JUAN MANUEL GÓMEZ FOTOGRAFÍA FOTOTECA MILENIO
oy, cuando el tabú gubernamental con respecto al 2 de octubre ha sido superado y los niños de quinto grado de primaria pueden enterarse del episodio en su libro de texto gratuito y en las escuelas se izará la bandera a media asta cada año rindiendo luto a la masacre, es un buen momento para leer lo ocurrido desde una perspectiva distinta a la de la afrenta social. Más allá de dar vueltas a la anécdota de una matanza de estudiantes, habría que sopesar el legado de un movimiento tan poderoso en el contexto del camino que hemos recorrido para llegar a la actual democracia mexicana. Los más de 200 libros que sobre el tema recomienda Joel Ortega Juárez en la bibliografía de su libro Adiós al 68 (Grijalbo, 2018) no son suficientes para tener un panorama completo y fiel de los matices y pormenores
ocurridos esa tarde del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. Esas lagunas de información muy probablemente no serán subsanadas tampoco por las 19 mil páginas de los 168 expedientes del Archivo General de la Nación que serán abiertos al público en octubre de este año. Con respecto a la liberación de ese material hasta ahora desconocido, Óscar Guerra Ford, el comisionado del Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (que permitió incluso el acceso a los datos personales incluidos en esos archivos), afirmó lo siguiente: “Desconocemos si dichos datos cumplen con el principio de calidad. Lo cierto es que documentan el trabajo de vigilancia y espionaje” del Estado. A pesar de que nunca tendremos la certeza de lo que ocurrió tras bambalinas en las altas esferas para propiciar la masacre (ni de los hilos sueltos de esa historia), no hay que perder de vista las cifras que plantea Joel Ortega Juárez (sobreviviente y estudioso del movimiento): “De los 300 mil chavos que participamos, 297 mil hicieron su vida como cualquier otra persona de
Jóvenes del Instituto Politécnico Nacional se manifiestan contra el bazukazo a la puerta de la Preparatoria 1.
sus generaciones”. Otros, sobre todo algunos líderes, se han dedicado en cambio a lucrar con el 68. “Es un poco desolador —dice Ortega— presenciar cómo personajes que tuvieron tantas ilusiones, tantos sueños, tanto romanticismo e incluso tanta pureza se pasaron al otro bando. [...] Hay personajes que se convirtieron en diputados eternos. [...] Con la audacia del sinvergüenza, incluso algunos llegaron a publicar una docena de libros en los que lo único que escribían era su nombre. [...] Otros, que pudieron haber sido iconos, símbolos, desperdiciaron su talento, incluso su genio, en el desafío más improductivo y penoso. Intentaron encontrarle tres pies al gato. En lugar de corregir expresiones, exabruptos, los ahondaron y se metieron al pantano. Algunos adoptaron ciertas teorías de la conspiración”. Hablemos ahora de los muertos. De las cerca de 7 mil personas que se encontraban en el mitin del Consejo Nacional de Huelga esa tarde del 2 de octubre de 1968, podemos contar —según cifras de Eduardo Antonio Valle y Joel Ortega Juárez basadas
en las indagaciones de la fiscalía de Ignacio Carrillo Prieto— 58 víctimas civiles y dos militares, y los tiros que recibieron —según el informe que el doctor Miguel Gibson Maitret, médico forense del DF, entregó quince días después del hecho— llevaban trayectoria horizontal. Es decir, no habían sido dirigidos desde las alturas, sino desde un arma que fue disparada en el mismo plano horizontal en el que se encontraban las víctimas, lo cual prueba que el ejército disparó sobre ellos, y es absurdo negar el hecho de que se trató de una masacre del Estado sobre civiles desarmados. Eso es lo que tenemos. Por mucho que le demos vueltas, ahora, 50 años después, es lo que sabemos, es lo que se ha podido constatar. De nada sirven las mentiras, las exageraciones, las reclamaciones airadas que parten de prejuicios ideológicos. Gilberto Guevara Niebla dice en su libro 1968. Largo camino a la democracia (Cal y arena, 2008): “Hasta el 2 de octubre, el marco de referencia ético de los estudiantes fue la existencia de la legalidad. Lucharon porque estaban convencidos de que una solución
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Quema de un gorila de cartón que representa la vagancia, los alborotadores y los malos estudiantes.
Protesta frente al Antiguo Colegio de San Ildefonso.
negociada del pliego petitorio era factible y confiaban en las instituciones nacionales; ante todo, eran mexicanos formados dentro del nacionalismo y el patriotismo de la Revolución mexicana. ¿Podía ser de otra manera?” Cuando afirma que “la razón y la justicia asistían a los estudiantes”, habla de belleza, de fuerza y de candor. Habla (si se me permite esta referencia histórica en el marco de las protestas mundiales que se llevaron a cabo ese año) de pararse frente a un tanque de guerra ruso para que no siguiera mancillando las calles, y el aire, de la ciudad de Praga. Quizá los estudiantes fueron ingenuos. Un sistema político de tal magnitud requiere otro tipo de fuerza para contrarrestarlo, sobre todo si se sostiene sobre tres pilares que son, según lo sintetizó Joel Ortega Juárez, el corporativismo, el partido único y el presidencialismo, todo envuelto en el “discurso nacionalista de la Revolución mexicana”. Es comprensible el desconcierto de la sociedad y la ira y el desprecio de la clase gobernante ante una variable inesperada (la protesta estudiantil) que ponía en riesgo un plan político
con miras a proyectar al mundo la imagen de un México en estabilidad y paz social en vísperas de los Juegos Olímpicos. Pero es tan grave tratar de ocultar una represión del Estado que terminó en masacre como tergiversarla en favor de una ideología. No veo ni la necesidad ni la utilidad, sobre todo en 2018, de exabruptos líricos como los que leí recientemente en el libro Esa luz que nos deslumbra de Fabrizio Mejía Madrid: “El primer culatazo que el soldado le dio en la cara a Marietta Teuscher al pie de la escalinata de la Plaza de las Tres Culturas fue para asegurarse de que estaba muerta. [...] Pero el segundo y el tercer embate fueron una fuerza que le venía del diablo. El impulso de destruir algo bello, de tocar, aunque fuera, sí, lo puro, la inocencia de los diecinueve. Había visto a uno de sus compañeros de batallón de paracaidistas metiéndole la bayoneta en el vientre a una mujer embarazada”. ¿Podemos tomar
Más de 200 libros sobre el 2 de octubre no son suficientes para trazar un panorama completo
en serio esta “furia” apocalíptica? Aun tratándose de una novela, es dudoso y cuestionable lo que estas veleidades de la ficción puedan llegar a aportar a un fenómeno como el 68. Mientras miraba a los soldados retratados en la portada de Esa luz que nos deslumbra (que deben tener 19 años o menos, y son mexicanos, por cierto) pensé que ese tipo de libertades “políticas” en la ficción son como chinches en (si se me permite usar una de las frases de cierre de la novela) “las camas sin tender de la memoria”. ¿Para qué sirve entonces leer el 68? Joel Ortega Juárez concluye que el movimiento “sirvió para construir un pensamiento distinto al hegemónico de la Revolución mexicana gracias a la lucha de masas que se dio durante ese año y que tuvo como protagonistas a los estudiantes. [...] El movimiento logró conquistar las libertades de expresión en las calles de la ciudad, antes totalmente monopolizadas por el Estado y su partido. [...] Impulsó una generación de mirada libre. [...] No hay que limitarnos a celebrar conmemoraciones luctuosas como las pequeñas marchas con consignas que
claman que el 2 de octubre no se olvida. Es momento de reflexionar lo que el 68 nos dejó, lo que le faltó y lo que lo limitó”. Efectivamente: en ese momento era impensable siquiera imaginar que un movimiento de estudiantes pondría en crisis el principio de autoridad del Estado mexicano. Y se consiguió. Sin embargo, en un sentido negativo, el corporativismo hizo inviable el apoyo del sector obrero. Dice Joel Ortega Juárez: “Durante el 68 no pudimos parar ni siquiera una tortillería”. Seguir hablando del 68 en los mismos términos que se emplearon durante 50 años nos asegura, para citar las palabras de John Donne en sentido inverso, “mediocres victorias”. Así como un día unos estudiantes indefensos, tan solo armados con un pliego petitorio de seis puntos redactados al amparo de la justicia, enfrentaron al “desmesurado gigante del desdén” (otra vez Donne), es tiempo de tomar la estafeta y seguir pensando cómo hacer para que quienes nos gobiernan escuchen nuestra voz y hagan realmente lo correcto.
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Memoria, imaginación y utopía Como hace 50 años, los jóvenes son fuente de regeneración pero también un sector muy lastimado LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT FOTOGRAFÍA AFP
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l activismo estudiantil siempre ha sido esencial en los procesos de regeneración social y política. Los movimientos de 1968 son el mejor ejemplo de lo que significa la lucha por la libertad individual y la justicia social. Lamentablemente, en el caso de México, también son el mejor ejemplo del modo en que las fuerzas políticas pueden silenciar cualquier voz dispuesta a defender las libertades individuales. En México las tensiones entre el gobierno y los movimientos estudiantiles han sido una constante histórica. El ejemplo más vergonzoso en los últimos años son las atrocidades cometidas contra los 43 normalistas de Ayotzinapa. Ser joven en un país como México es difícil: los jóvenes son con frecuencia víctimas de la violencia, son también víctimas de la desigualdad social, y de una serie de tensiones socioestructurales que les llevan en muchos casos a delinquir y a convertirse en los agresores. En sociedades como la nuestra, marcada por el ensanchamiento de la desigualdad social, la pobreza, la exclusión, la violencia crónica, la corrupción, la eficacia criminal y la ineficacia gubernamental, el futuro de las juventudes es preocupante. Apresurando un diagnóstico algo simplista, los escenarios futuros para la juventud se dividen en dos: por una parte, están los jóvenes con privilegios económicos y sociales cuyas oportunidades futuras parecen ser optimistas; por otra parte, están los jóvenes —la mayoría— en una situación poco privilegiada, en unos casos tratando de alcanzar sus ideales sociales y económicos y, en otros, sobreviviendo como sea posible en los márgenes. Las estructuras que rigen la economía local y global no simplifican las cosas. En nuestro caso se suma, como se sabe, que desde 2008 México comenzó a experimentar una gravísima crisis de seguridad que a la fecha ha cobrado la vida de más de 170 mil personas y en donde hay más de 30 mil desaparecidos. Estas cifras nos dicen, evidentemente, que la violencia está fuera de control, pero también son un indicio de que no existe un Estado de derecho, de que los derechos humanos no se respetan, de que el Estado y las instituciones de seguridad están infiltradas por grupos criminales, de que las instituciones gubernamentales son frágiles, de que la descomposición social es creciente y de que los gobiernos en turno no
Protesta por la presencia de porros en la UNAM, en septiembre de 2018.
han logrado generar controles eficaces contra el crimen y mucho menos abrir oportunidades para que los ciudadanos conciban un futuro menos ominoso. En este escenario, los jóvenes son los más desfavorecidos: serán herederos de las dificultades que nuestra generación no ha sabido afrontar. Aunque el nuevo gobierno promete ser más resolutivo, se sabe que se afrontarán problemas que no es fácil disolver a corto plazo. Por otra parte, los problemas que enfrentará el nuevo gobierno van más allá de lo estrictamente regional: el panorama global no es halagador. Modificar las bases y las estructuras que por años han deteriorado a nuestro país y, al mismo tiempo, enfrentar los efectos de la globalización económica resulta un reto mayor. No podemos esperar a que los gobiernos en turno pongan a prueba sus estrategias, si es que las hay. Es indispensable la reactivación de la sociedad civil. Hace unos días declaraba Javier Sicilia que no hacen falta más diagnósticos sobre la situación del país; lo que hace falta es voluntad política. Pero también, habría que añadir, voluntad de la sociedad civil
La conmemoración de un pasado doloroso nos permite unirnos como sociedad
para regenerar el tejido social y fomentar una actitud más activa, más participativa y capaz de restablecer un ideal comunitario fundado en la justicia. Si los apoyamos, los jóvenes son quienes podrían llegar a representar el ímpetu que puede derivar en un cambio y una verdadera refundación de las instituciones responsables de vigilar el buen curso de nuestro país. Lo paradójico, no obstante, es que esa misma fuente de regeneración, los jóvenes, es uno de los sectores más lastimados y maltratados en el panorama actual. Una alternativa para despertar la esperanza de las juventudes es la recuperación de algunos ideales vigentes desde el 68: la memoria, la imaginación y la utopía. La memoria porque la conmemoración de un pasado doloroso nos permite unirnos como sociedad y trabajar en comunidad para evitar la repetición de tragedias y construir de esa manera una sociedad más pacífica. La imaginación, porque es nuestro mejor recurso para generar alternativas lo suficientemente creativas para hacer frente a las adversidades. La utopía porque ninguna sociedad, ningún proyecto político, puede regenerarse o refundarse sin un ideal emancipador. No podemos permanecer en el recuerdo de un pasado trágico. La imaginación
es, ya lo decía Baudelaire, la “reina de las facultades”. La regeneración de la sociedad, el resurgimiento de una nueva economía, el fortalecimiento de la solidaridad, la erradicación de la violencia, la pobreza extrema y la discriminación, solo serán posibles en la medida en que estemos dispuestos a imaginar modelos políticos y socioeconómicos distintos de los que hasta ahora hemos construido. La imaginación creativa será indispensable para encarar la cantidad de transformaciones técnicas y tecnológicas, laborales, económicas, sociales, ecológicas, demográficas y científicas que nos esperan. De la mano de los jóvenes tendremos que ser capaces de construir alternativas de resolución en donde el valor de las personas y de la sociedad estén en el centro. Si hasta ahora la violencia estructural se ha encargado de degradar a las personas, nuestra apuesta habría de ser por la recuperación de la dignidad humana de manera radical. Imaginar otros mundos posibles, apostar por su concreción, aun cuando parezcan utópicos, ha sido una motivación y el motor esencial de la dinámica histórica. Vale la pena reactivar en nuestras juventudes la apuesta por la utopía. Solo de esta manera podemos transitar eficazmente de un estado de resistencia a una verdadera acción renovadora.
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ESTAMOS RECUPERANDO JUNTOS NUESTRO PATRIMONIO CULTURAL
Templo de San Nicolás, San Cristóbal de las Casas, Chiapas
Templo de Santa Prisca, Taxco, Guerrero
La Secretaría de Cultura trabaja, día a día, en recuperar 2,340 inmuebles que fueron afectados en 11 estados del país, joyas emblemáticas que han sido testigo del acontecer nacional.
Catedral de Tenancingo, Tenancingo de Degollado, Estado de México
México enfrenta uno de los mayores retos de su historia: restaurar los bienes históricos y artísticos dañados por los sismos de septiembre de 2017.
A UN AÑO, SE HAN RECUPERADO EN SU TOTALIDAD:
450
inmuebles históricos
41
zonas arqueológicas
Rendición de cuentas a la ciudadanía
La Secretaría de Cultura reconoce la labor de las comunidades, los especialistas del INAH, INBA, la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural, y el apoyo de la UNAM, el Fideicomiso Fuerza México, los gobiernos estatales e instancias internacionales.
Basílica de Ocotlán, Tlaxcala de Xicohténcatl, Tlaxcala
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CRÓNICA
ENSAYO
La tumba de aquel presidente RODRIGO HERNÁNDEZ LÓPEZ
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quí no hay consignas ni gritos, lo único que se escucha es la voz de la historia. El lunes 16 de julio de 1979, aquí fueron depositados los restos de Gustavo Díaz Ordaz Bolaños, responsable de la masacre en la Plaza de la Tres Culturas, en Tlatelolco. Habían transcurrido 3 mil 939 días de los hechos del 2 de octubre de 1968 cuando su cuerpo descendía a una fosa del Panteón Jardín, en el kilómetro 14 del Camino al Desierto de los Leones, en la delegación Álvaro Obregón de la Ciudad de México. El periódico El País publicó una nota necrológica: “uno de los personajes más controvertidos de la política mexicana falleció el domingo, a los 68 años de edad, de cáncer de hígado”. En su tumba, un tanto descuidada, cinco pinos alineados flanquean las losas de mármol que forman una cruz; un florero reposa en la parte inferior. Ahí están enterrados el ex presidente de México, su esposa Guadalupe y su hijo Alfredo. Del lado izquierdo, en una placa de metal, se lee: “Gustavo Díaz Ordaz. Presidente de México. 1964–1970”. La de Díaz Ordaz se encuentra a cuatro niveles del “mayor atractivo turístico” del panteón: la tumba de Pedro Infante. En el mismo cementerio están las de Jorge Negrete, Javier Solís, Germán Valdés Tin Tan y Cantinflas, evocados con un cariño y una admiración que no tiene Díaz Ordaz. Aquí, tal vez, nadie recuerda las palabras del presidente que en su Cuarto Informe de Gobierno, el 1 de septiembre de 1968, en la Cámara de Diputados, ante un público fervoroso, dijo: “En el mes de julio, en la ciudad de Puebla, dos grupos estudiantiles, no por ideales o banderas universitarias, sino por diferencias internas, tienen un encuentro violento, que se prolonga por varias horas, con el resultado de un estudiante muerto y varios heridos por arma de fuego. “La policía no interviene. “Los estudiantes protestan por la no intervención de la policía y acusan de lenidad al gobierno. “Unos cuantos días después, en el mismo mes de julio, en la Ciudad de México, dos grupos de estudiantes, también por cuestiones netamente internas, sin banderas ni ideales universitarios, tienen varios encuentros violentos que obligan a intervenir a la policía. “Los estudiantes protestan, entonces, porque la policía interviene y la acusan de crueldad, lo mismo que al gobierno. “El dilema es, pues, irreductible: ¿debe o no intervenir la policía? “Se ha llegado al libertinaje en el uso de todos los medios de expresión y difusión; se ha disfrutado de amplísimas libertades y garantías para hacer manifestaciones, ordenadas en ciertos aspectos, pero contrarias al texto expreso del artículo 9 constitucional; hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero tiene su límite y no podemos permitir ya que siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”. No, aquí, en el Panteón Jardín, no hay aplausos, tampoco flores. Solo silencio y un recuerdo cubierto de sangre.
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Granaderos impiden el paso a un manifestante.
¿Qué con los muertos del movimiento?
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CARLOS MARÍN FOTOGRAFÍA FOTOTECA MILENIO
on mi compañero de páginas Joel Ortega Juárez, quien hace 50 años era un activo cuadro de las juventudes del entonces proscrito Partido Comunista Mexicano, comparto el gusto de recordar con alegría, no con resentimiento, lo que vivimos hace 50 años en el movimiento estudiantil (en eso coincidían también, por cierto, nuestros queridísimos Luis González de Alba y Marcelino Perelló, centelleantes entre el puñado de líderes históricos del Consejo Nacional de Huelga). En su libro Adiós al 68 (recién salido del horno), Joel propone terminar de digerir el significado y cerrar el capítulo que marcó nuestras vidas y las de millones de mexicanos. Los dos somos repelentes a los martirologios y a la victimitis y nos desencantan las rolleras conmemoraciones anuales en las que se cuelan demandas facciosas y se enarbolan banderas que tergiversan el sentido festivo y libertario de aquel tumultuario despertar. José Luis Martínez S. me pide un texto sobre el 68, y retomo algo que conversé en estos días con Joel para El asalto a la razón de Milenio TV (emisiones de lunes 1 a jueves 4 de octubre) y que comenté con Braulio Peralta y Gerardo Estrada en una
charla propiciada, el pasado lunes 24, por la Universidad Autónoma Metropolitana: ¿qué con los muertos del movimiento? En 1993 me invitaron a una reunión de ex líderes del CNH, al que junto con Óscar Hinojosa (murió siendo director de El Universal años después) fui delegado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. ¿Propósito? Acordar una manera de conmemorar los primeros 25 años de aquellas jornadas estudiantiles. La reunión fue en una casa por el rumbo de la Glorieta de los Lobos (Universidad y Miguel Ángel de Quevedo); acudimos una veintena, lo mismo célebres que padecieron Lecumberri y el exilio, que otros anónimos y afortunados como yo. Me preguntaron lo que se me ocurría y sugerí se hiciera una convocatoria nacional en prensa y radio a los deudos del 68 para que nuestra aportación fuera una cifra de muertos más precisa y actualizada que las que hasta la fecha circulan.
Sugerí se hiciera una convocatoria nacional en prensa y radio a los deudos del 68
Hagamos también, propuse, una recuperación hemerográfica, desde los 500 que inventó Oriana Falacci, pero también las cifras manejadas por los diarios y la prensa extranjera; las procuradurías General de la República y capitalina; las de las cruces Verde y Roja; las del Ejército y Gobernación; las estimadas por los líderes de entonces o lo dicho por el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz (“pasaron de 30 y no llegaron a 40…”). No, se me atajó. “Hay mucho miedo”. ¿25 años después? No lo creía. Insistí sin éxito y se aventuró: hagamos un monumento. Los monumentos petrifican los movimientos, dije, pero nadie me hizo caso. Se impuso la idea de dedicar “una estela” en Tlatelolco a los muertos el 2 de octubre. No, dije ahora yo: también hubo muertos en el Casco de Santo Tomás y otros lugares. Perdí la discusión. Se impuso la idea del monumento y tres años después vencí mi resistencia y fui a la Plaza para conocer lo que se había hecho. Y allí estaba la estela con tristes 21 nombres. “¡Pendejos!”, pensé. “Ni siquiera salieron los que afirmó Díaz Ordaz”.
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1968
29 DE SEPTIEMBRE 2018
PERIPECIA
POESÍA EN SEGUNDOS
La honradez escénica
Ética pura: el silencio
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA MARCIEJ SKAWINSKI
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VÍCTOR MANUEL MENDIOLA
mendiola54@yahoo.com.mx
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Jerzy Grotowski dirigió El príncipe constante durante la Olimpiada cultural de México 68.
o queremos Olimpiada, queremos Revolución!”, gritaban los estudiantes sobre Paseo de la Reforma, durante la manifestación rumbo al Zócalo, dispersada por los militares y la policía federal, que perseguían a los jóvenes que corrían hacia sus colegios. Julio Castillo, Arturo Beristain, Fernando Balzaretti, Luis de Tavira y Abraham Oceransky estaban entre los estudiantes de teatro que en 1968 ensayaban o tomaban clase en la Escuela de Arte Teatral del INBA, donde su director, José Solé, quien se enfrentó a las fuerzas policiacas para impedir que se llevaran a sus alumnos, terminó con ellos en el camión rumbo a la cárcel. Oceransky recuerda cómo se extendió el miedo entre sus compañeros que eran empujados al camión, entre gritos y silencio, sin que el patriarca Solé, que en aquel entonces tenía una voz potente, dejara de defender a sus alumnos. Las clases fueron suspendidas. Las persecuciones, el encarcelamiento, la brutalidad, los jóvenes abatidos, el paso de los tanques por Paseo de la Reforma, la presencia de militares, porros y la policía secreta, hicieron sentir el peligro de andar en la calle a esos estudiantes de teatro que transitaban entre el Auditorio Nacional, Ciudad Universitaria y la calle de Sullivan, donde se encontraba El Foro Isabelino, inaugurado en 1968, que programó, como parte de la Olimpiada cultural, El príncipe constante de Pedro Calderón de la Barca, con dirección de Jerzy Grotowski. La presencia de Eugéne Ionesco y de Arthur Miller en la Olimpiada cultural no tuvo la fuerza magnética
que sí generó, en cambio, el montaje del director polaco en un clima de efervescencia en el contexto de la represión y luego de lo que significó el Teatro en Coapa, Poesía en Voz Alta y el montaje de Don Gil de las calzas verdes, dirigido por Héctor Mendoza en El Frontón Cerrado. Tavira presenció un espectáculo en trance, alucinante, que hacía un gran despliegue de energía, expresión y liberación del movimiento corporal nunca antes visto. A sus ojos, Grotowski hacía realidad la utopía de Antonin Artaud, que no solo provocó la transformación de la visión del teatro en México y el mundo, sino que impulsó el movimiento de experimentación teatral encabezado por Mendoza, al que pronto se sumó el joven estudiante de formación jesuita. El concepto de la teatralidad en la comprensión de una actuación distinta venía a corroborarle a Tavira el movimiento renovador de la universidad y de quienes la integraban, que transformó para siempre el teatro mexicano. Héctor Mendoza, José Luis Ibáñez, Juan José Gurrola y Juan Ibáñez, entre otros, plantearon una nueva estética a partir de la puesta en escena, que urgía a la renovación del sistema pedagógico rumbo a la formación de actores, lo que incidió en el proceso de transformación del Centro Universitario de Teatro (CUT).
José Solé enfrentó a la policía para impedir que se llevaran a sus alumnos y terminó con ellos en la cárcel
Oceransky, literalmente empujado por Julio Castillo hacia la puerta de El Foro Isabelino, se encontró accidentalmente a dos metros de Ryszard Cieslak, el actor predilecto de Grotowski, en el papel protagónico de El príncipe constante, y confirmó entonces que el arte es la sublimación del espíritu, que lo que había pasado por su corazón y su mente estaba siendo realizado por ese actor y que la honestidad total era posible. Aquel estudiante de teatro percibió que el actor polaco, al entrar en sí mismo, mostraba una técnica humana capaz de transportar al espectador a una realidad vivida, más que conceptual o grotowskiana. El joven Oceransky obtuvo entonces una lección de honradez escénica que sus maestros, buenos, malos, falsos y auténticos, también desconocían. Identificado con la forma de vida de su generación, Oceransky, quien se interesaba en la coherencia de los intelectuales que formaron el grupo de La Mafia, sin dejar de sufrir daños colaterales por bajar un cartel de la Olimpiada de un poste callejero en la Ciudadela, en su obra Simio depuró más tarde elementos clave del ritual físico–espiritual percibidos en el montaje grotowskiano. Tavira, invitado por Enrique Ballesté para actuar en Vida y obra de Dalomismo , aceptó entregar unas latas con películas en un edificio de Copilco, evitando así que cayeran en manos militares. La encomienda salvó uno de los pocos documentales filmados por los estudiantes del CUEC sobre el movimiento de 1968.
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os protagonistas del Movimiento Estudiantil del 68 fueron jóvenes de más de 20 años. Marcelino Perelló —abominado hoy por el dogmatismo sexual—, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Roberto Escudero y Raúl Álvarez Garín, son algunos de los nombres vivos en la memoria no solo del tiempo sino de un espacio que hemos transformado en el lugar de una fábula. Pero junto a esos jóvenes y a esos nombres —de la manera que sea, ya legendarios— está la experiencia anónima de muchísimos adolescentes y, quizá, hasta niños que guardaron indeleblemente los días de ese año. Sí, horrible, y sin embargo, al mismo tiempo luminoso. Yo tenía entonces 14 años y estaba en la secundaria. En una nube de emociones y pensamientos caóticos puedo trasladarme al patio de recreo de nuestra escuela en Coyoacán, en donde escuchamos los rumores del ataque a la preparatoria Isaac Ochoterena y cómo ese chispazo fue vivido por nosotros en una llama —todos éramos, a nuestro modo mexicano, un Stephen Dedalus—. Adolescentes que nada más deseaban volverse jóvenes adultos, para entrar en el sueño siempre confuso de la libertad, escuchamos y vimos, en esa primera escena violenta, un llamado. Estoy seguro de que por la escuela corrió el temblor, la urgencia de salir a las calles a luchar con los otros jóvenes. Y no lo hicimos porque bastaba la mirada hostil del prefecto en la puerta para disuadirnos. Los enormes árboles de la escuela crecían aún más ante nuestra mirada sorprendida y llena de la certidumbre de algo muy alto. En ese sentimiento de emergencia es seguro que había una mezcla de cosas contradictorias: la arrogancia áspera de los rebeldes sin causa y la disidencia nueva, femenina, floral, de los hippies; el deseo de encontrar el deseo del otro y una incapacidad creciente de comprender un tiempo demasiado “pacífico” y ordenado de forma autoritaria; nuestras lecturas ingenuas y espantadas de las mazmorras de Sade y de las identidades dobles de Poe. Todo en ese instante confundido, casi indistinguible en una situación tras otra, por lo menos para nosotros. En ese año habíamos escuchado con excitación Electric Ladyland de Jimi Hendrix, con su imborrable interpretación de “All Along the Watchtower” de Bob Dylan, bajo el aullido profundo de una U y una A largas y esponjadas, modulándose de una manera inexplicable en el pedal del wah wah del músico de Seattle. Las “vicisitudes históricas” corrieron con la velocidad de las palabras y trajeron a nuestra ciudad “el sollozar de tus mitologías” y, de pronto, un día estaba en Reforma, caminando con una muchedumbre de estudiantes silenciosos. Una experiencia extraña, para un cuasi muchacho, ver de frente la gravedad de una sociedad preocupada y agraviada. La Marcha del Silencio nos mostró, me mostró, una nobleza humana que pocas veces tenemos la oportunidad de conocer. No creo que ninguna de las demostraciones sociales posteriores haya alcanzado esa dignidad ética característica de una sociedad con valores verdaderos y profundamente unida. Ya sé que eso no era México y que no lo es ahora, pero lo fue esa tarde.
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DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
LABERINTO
29 DE SEPTIEMBRE 2018
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TOSCANADAS
Digan lo que digan DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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o tengo recuerdos acertados del 2 de octubre del 68. Entonces tenía seis años y vivía en Monterrey, una ciudad bastante cargada a la derecha y que veía con poca simpatía cualquier movimiento social, ya fuera de estudiantes o de obreros. En mi memoria tengo la idea de un pariente que celebraba la acción de Díaz Ordaz. Alguien que, al estilo de Goethe, prefería el orden que la libertad. Pero quizá sea un recuerdo implantado. Y sin embargo, ciertamente, tuvo que haber una buena cantidad de mexicanos que justificaron al señor presidente. En esos años prevalecía una generación de adultos que entendió poco a los jóvenes. Esa generación ya no existe. Cuando comenzaron las detonaciones en Tlatelolco la mayor parte de México se ocupaba en otras cosas. Lejos de las balas de veras, muchos disfrutaban las de mentiras en
EL RUISEÑOR DE LINARES
Raphael, el cantante español que conquistó los escenarios mexicanos a fines de la década de 1960.
el cine viendo El bueno, el malo y el feo o Por mis pistolas. Yo, no me cabe duda, después de Viaje al fondo del mar, estaría delante de la televisión viendo El Santo, aquella serie con Roger Moore, y preparando motores para cenar delante de la pantalla con Bonanza. Esa noche se presentó Raphael en un programa de Manolo Fábregas. Mi madre era una devota admiradora del Ruiseñor de Linares, así es que supongo que mientras en la capital echaban cadáveres a los camiones, los hospitales se ocupaban de heridos de bala y muchos padres salían en busca de sus hijos, en casa estábamos mirando al divo y escuchando “Hablemos del amor”, “Yo soy aquél” y “Mi gran noche”. Mi madre se dejaría hechizar por los ojos diabólicos de Raphael mientras que allá en el DF mucha gente ya no entendía eso de “más dicha que dolor hay en el mundo” o “más besos y caricias que mala voluntad”.
En los días siguientes, nadie se enteraría de nada relevante en la irrelevante tele. Se respiraba con alivio porque las Olimpiadas se celebrarían según lo programado. Ahora se hablaba de Enriqueta Basilio, de Felipe Muñoz, de Vera Caslavska y Bob Beamon. Los estadios estaban llenos. Pero en ellos no ocurría nada importante, pues los deportistas no hacen historia, apenas crean recuerdos. La historia se había hecho en la Plaza de las Tres Culturas. Que gobierno y medios le echaran tierra solo sirvió para que germinara con más fuerza. O, mejor dicho, tampoco en la Plaza de las Tres Culturas se hizo historia. Ahí ocurrió un evento. La historia es lo que se cuenta sobre el evento, no para meramente relatarlo, sino para hurgar en él, darle sentido, agrandarlo o empequeñecerlo, enderezarlo o torcerlo, abanderarlo o disolverlo. Decir que el 2 de octubre no se olvida sirve de poco si lo que resta en la memoria es el evento.
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BICHOS Y PARIENTES
Dos recomendaciones
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rimer tiempo: Las aventuras de la libertad (Anagrama), del pesado de Bernard–Henri Lévy, es un libro brillante y detestable, verboso y cursi, con BHL como héroe de todo acto e idea moral: tenía 20 años en 68 y, desde luego, todo dependía de él: ahí está peleando con Sartre, con Althusser, por allá debate con el menso de Daniel Cohn–Bendit, o pone en su lugar a Régis Debray y le explica que el ideario del Che Guevara es absurdo. Los únicos que no dependen de su inteligencia son los jóvenes revoltosos. Los universitarios eran apenas aditamentos de sus libros obligatorios: su reconocimiento, su futuro, su valoración dependían de ellos. Pero un día los dejaron de lado para defender unas barricadas, marchar por las calles o pintar unas pancartas, poniendo en riesgo su futuro. “Lo que yo ignoraba”, dice BHL, “es que unos muchachos cuyos libros, insisto en ello, constituían toda su riqueza, pudieran obtener tamaño placer en hacerse pobres de espíritu. Y lo que ignoraba también es que pudiera asistirse a una metamorfosis tan radical, manifiesta en los rostros, en los cuerpos mismos de esos muchachos: todos esos chicos granujientos y con bata, esos internos con aliento a dormitorio y nabos, cambiaban de cabeza al dejar de leer y, de la noche a la mañana, me miraban a mí, por ejemplo, con aire de superioridad, con un desprecio que ni el más imaginativo de los novelistas hubiera sospechado”. ¿Qué hizo cambiar a los estudiantes? El paso a la acción. Nunca habían contado, su opinión todavía no era de interés para nadie y su lugar en el mundo era obedecer, seguir la línea
JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA AFP
marcada y agradecer el empleo que les estaba destinado. Pero en algún momento, la insurrección fue una promesa superior a toda la oferta de la obediencia: la tentación de marcar el mundo, de ser valiente por cuenta propia y no como asignatura o servicio militar. Es el acto: la libertad se toma, no se recibe de los libros. Segundo tiempo: 1968. The Global Revolt, documental de la Deutsche Welle (está en YouTube también), que viaja por el mundo y entrevista a muchos de los protagonistas, pero
Los estudiantes y las mujeres mostraron que la población civil era la propietaria de las cosas públicas
ninguno termina de ponerle la cola al burro. La serie muestra algo que no logra decir: la lucha de fondo, en la que coinciden todos los grandes movimientos, es que la vida política no pertenece solamente a las llamadas “fuerzas productivas”, ni tampoco al Estado; dos grupos improductivos, según las concepciones políticas anteriores, pasaron a la acción, la participación, se adueñaron de la voz e inauguraron los espacios que solo existían como letra muerta en la ley. Las mujeres. En París, Simone de Beauvoir; en Tokio, Mitsu Tanaka (“no somos el retrete de los hombres”); en Frankfurt, Ulrike Meinhoff hace ver que mientras los hombres pelean por espacios públicos y poder, las mujeres luchan por los espacios personales, familiares: ellas no solo apoyan la lucha por los derechos civiles sino por
Mujeres en una manifestación durante el Mayo francés.
la vida privada. Cambiaron la taxonomía de la contienda y la concepción política. Antes de su irrupción, la vida privada era un fuero cerrado: una vez traspuesta la puerta de la casa, el mundo era ajeno y pertenecía al Estado. A partir de 68, poco a poco, el espacio personal se continúa en espacio cívico y la frontera de lo otro, lo ajeno, el enemigo, queda en los portales de las instituciones de gobierno. El distingo consiste en quién es el depositario del derecho: el Estado representa a todos, pero los ciudadanos que están en la calle, aunque no representen a todos, son cada uno un caso real de ese derecho. El todos del Estado perdió su primer lugar. El ciudadano específico podía ganar la batalla al Estado. El derecho de propiedad privada consiste en la exclusividad del uso o disfrute de algo; la propiedad pública alcanzó la claridad básica: consiste en el derecho de no ser excluido del uso o disfrute de las cosas públicas. Jurídicamente, no había duda: así era. En todos lados, incluso Praga, los estudiantes y las mujeres tomaron las calles y mostraron que la población civil era la propietaria real, no el Estado, de las cosas públicas. Desde 1968, el Estado no puede desplegar fuerzas represivas sin perder legitimidad. Con todo lo insoportables que resultan los heroísmos victimistas, eso hicieron los jóvenes y las mujeres, en 1968. Los gobiernos reaccionaron de mal modo, con su inagotable brutalidad; perdieron legitimidad y tuvieron que recluirse a un lugar del que no debieran salir: los gobiernos deben aprender a obedecer. O eso creíamos, antes de ser barridos por los antiliberales.
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