Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
RELATO
FERNANDO ZAMORA
MARCO ANTONIO CAMPOS
Los celos según Carlos Reygadas
El periodista y la niña Foto: Xxxxxxxxxx
SÁBADO 6 DE OCTUBRE DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 799
Rafael Pérez Gay: la travesía del dolor Silvia Herrera/ FOTOGRAFÍA: JAVIER RÍOS
Ilustración: Alfredo San Juan
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ANTESALA
06 DE OCTUBRE 2018
CASTA DIVA
Aerobics conceptuales AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA MUSEUM WORKOUT
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os artistas contemporáneos VIP se cansaron de tener el cerebro y la inteligencia en pausa y están decididos a ejercitarse y consagrarse al mismo tiempo. Se han dado cuenta que la única forma de que vayan a sus exposiciones es exhibiendo selfies–magnets, y como hasta para eso les cuesta trabajo pensarlos están invadiendo las salas de pintura y escultura de los grandes museos. Los directores y curadores que ceden a la presión de ser modernos y se tienen que disculpar con el star system por mostrar en las salas obras maestras clásicas, para compensar, meten alguna infra obra contemporánea VIP. La nueva versión del performance es hacer aerobics en la sala de los museos, el Museum Workout, “una forma física de mirar al arte”, “escuchar música de los Bee Gees y sudar vigoriza al arte, te da una experiencia emocional diferente”. Los performanceros han demostrado que ser indigentes mentales les da muchos beneficios institucionales pero no les da público, convirtiendo las salas de los museos en gimnasios con rutinas ochenteras adelgazantes pueden acceder al público y al mismo tiempo entorpecer la contemplación de una pintura de Tiziano o de cualquier pintor que haya tenido el atrevimiento de mostrar su inteligencia con su obra. Los videos de aerobics y de zumba son virales, es una injusticia que los performanceros que son doctorados en universidades y tienen becas institucionales no disfruten de esa fama, se han mutilado, golpeado, desangrado, fornican en público y con estos sacrificios mantienen su sitio lumpen en el arte VIP, con una rutina de zumba es probable que les den likes. La pregunta es ¿por qué no hacen esto en sus salas vacías en los museos VIP? Ahí podrían jugar beisbol o montar un boliche, no hay obras ni público, hacerlo en un lugar que se va afectar con el sudor y la temperatura, que un movimiento puede dañar obra es nada más la obsesión de degradar al arte verdadero al nivel de su infra talento. Se trata de “compensar” la presencia del gran arte con estupideces, entonces después de una exposición de un artista VIP con cajas de cartón, bolsas de plástico y tablas con agujeros para “compensar” pongan una obra de Rubens y un letrero que diga “esta obra es para que limpie su cerebro y lo ejercite después de ver obras VIP sin inteligencia”. Ejercitar el cerebro es posible cuando retamos nuestra inteligencia, que es justamente lo que no hacen estos artistas, les propongo que en vez de dar esos brincos, aprender a dibujar o se pongan a observar esas obras que no permiten ver con sus brincos. Ahora si se trata de adelgazar, hagan una huelga de hambre, que es el performance más efectista.
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Aerobics en el Museum Workout.
Nuestro tiempo. Dirección: Carlos Reygadas. México, 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
El bramido terrenal de los celos
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MANTARRAYA
o era yo amante del cine de Reygadas. Me parecía pretencioso y que hablaba de cosas que solo entendía de oídas. Con todo y estos prejuicios, Nuestro tiempo me fascinó. Al otro lado del océano la crítica extranjera encuentra que Nuestro tiempo es condescendiente y aburrida, pero creo que los críticos del Festival de Venecia (donde estuvo nominada) no han entendido ni siquiera por qué se llama así. Reygadas es un hombre privilegiado por donde se le vea y por primera vez está hablando de cosas que sabe. Se nota. Se atreve desde ahí a criticar el estado de las cosas en la más primitiva de las instituciones: el matrimonio. La crisis matrimonial de Reygadas y su mujer en esta película es la crisis de nuestro tiempo. El director elabora el tema de Luz silenciosa. El adulterio se transforma en esta nueva película en el golpe seco de los celos de un hombre que creía tenerlo todo bajo control. El director filma consigo mismo en el protagónico y con su esposa en un rancho taurino. Y por primera vez en mucho tiempo el cine mexicano está más cerca de La gran belleza de Paolo Sorrentino que de Los olvidados de Buñuel. Carlos Reygadas discurre en torno al inquietante fenómeno de los celos
con un magnífico conocimiento del lenguaje cinematográfico. Aun así, la crítica extranjera lo encuentra ególatra, narcisista y, en el colmo de la falta de entendimiento, “machista”. La película tuvo varias versiones hasta que el director encontró que él era el único capaz de interpretar al poeta que en sus tiempos libres dirige un rancho de toros de lidia y que trasciende con mucho la historia del macho alfa metido en una relación abierta que comienza a enloquecer cuando su mujer hace uso de los privilegios que tenían pactados. Reygadas trasciende esta sinopsis banal pues Nuestro tiempo habla no de la crisis de la masculinidad sino de las crisis contemporáneas incapaces de dar fundamento para sustentar una ética de la lealtad o esperanza para morir. Ni Reygadas ni su personaje creen en Dios o en alguna otra instancia metafísica que pueda sustentar una ética de la fidelidad. Por eso su personaje se encuentra de pronto llorando
Reygadas habla del terror del hombre civilizado cuando enfrenta a un sentimiento primitivo
frente a un amigo que muere de cáncer. El protagonista entiende, como Nietzsche, que la muerte de Dios está lejos de ser un chiste. Tal vez por eso no resultaba tan convincente la historia del adulterio en el contexto menonita de Luz silenciosa. Para hablar de lo que le interesa, Reygadas necesitaba, como todo poeta, hablar de sí mismo, del terror del hombre civilizado cuando se enfrenta a un sentimiento tan primitivo y natural como los celos simbolizados muy atinadamente en esos toros que se mueven en la niebla de lo que parece no la casa de un matrimonio cualquiera sino más bien una selva ancestral. Por eso también el director se empeña en describir la maquinaria que mueve un automóvil o la orquesta que toca un concierto para timbal. Todo ello produce el sonido y la furia del ángel exterminador que pone en peligro al matrimonio perfecto, el civilizado, el que se permite ser “abierto” porque tiene la ilusión de que la cultura permite controlar algo tan basilar como los celos. Nuestro tiempo es la mejor película de Reygadas. En ella, es cierto, quiere complacerse sobre todo a sí mismo, hacer poesía en torno al bramido terreno de quien aprende que ni el amor ni la muerte pueden controlarse.
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POESÍA
LOS PAISAJES INVISIBLES
Difícil
Currículum de autor
FERNANDO FERNÁNDEZ
¿Es tan difícil, Lísida,
que digas: “Sí, quizá me equivoqué, tenía que haber sido siquiera alguna vez más cálida contigo o no tan fría, los pocos días que fuiste mi cautivo y estuviste comiendo de mi mano, rendido en cuerpo y alma, a mi merced”? ¿Es difícil decir: “Debí ser menos áspera, ya que no fui capaz de ser más tersa, y alguna vez, siquiera alguna, otra cosa mostrar distinta a indiferencia, vestida para ti invariablemente de hielo humano o mármol”? ¡Pero mejor así! Que en ese caso, Lísida, volvería en ese instante a estar a tu merced, y a comer de tu mano, cautivo nuevamente, rendido en cuerpo y alma a tus helados pies.
Este poema forma parte del libro Oscuro escarabajo, que verá próximamente la luz bajo el sello de Monte Carmelo Ediciones. EX LIBRIS
Fama/ EKO
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ANTESALA
06 DE OCTUBRE 2018
IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
n el pasado, el currículum vitae de los escritores que se imprime en las solapas solía ser escueto, cien por ciento informativo. En no más de 500 caracteres se indicaba que X nació en tal lugar en mil novecientos lo que sea, cursó estudios de esto y aquello, y es autor de… y enumeraba la bibliografía por fecha de aparición, en ocasiones por orden de importancia, seguida de los premios que el virtuoso había cosechado en su ardua trayectoria. Algunos libros ni siquiera incluían la mentada nota biográfica pues los méritos o el renombre del poeta o narrador o ensayista no requerían de santo y seña, los lectores ya estaban familiarizados con su trabajo o se guiaban por la fama que garantizaba una buena inversión para sus sagradas bibliotecas. El resumen de vida publicado en las solapas dice mucho, demasiado del autor, pues los más brillantes suelen dar al editor textos modestos, se conforman con solo incluir el listado de publicaciones y uno que otro galardón, confían en que el lector se lance de inmediato a la obra ya que al fin y al cabo eso es lo que importa y no si se graduó en una universidad pomposa o si habla más de tres idiomas. Hoy las cosas son distintas. Las editoriales, quizá urgidas de impacto para sus productos o por el chabacano afán de romper el canon, decidieron incitar a sus autores a redactar currículos “divertidos” o “irreverentes” o “simpáticos”, y ya son una plaga los escribanos y escribanas que se describen a sí mismos mediante baladronadas y chistes de pastelazo con la intención de parecer atractivos y súper buena onda para los compradores de unos mamotretos que resultan más sosos que, por ejemplo, el perfil de Y, la señorita que “se dedica al ambulantismo diletante, es literata por tentación y cuando no tiene de otra trabaja como cuentista, feminista y ensayista pero eso sí, no lava los trastes”, o de Z, “un gritón irredento, ciclista empedernido y filólogo olvidadizo. Si no está volcado en la redacción de una novela hace el amor o afina pianos y castra gatos”. Barrabasadas como esas, y aún peores, desperdician tinta en las solapas o contraportadas porque el currículum de autor ya es todo un género para el artista sobrado de bufonadas y escaso de talento. Y es que mientras más pretenciosos y ridículos sean los perfiles con que los escritores se presentan, el detector de bazofia que todo buen lector lleva en el instinto comenzará a repicar escandalosamente y lo apartará del libro del “vagabundo de las cosmopistas y electricista cerebral experto en desconectar sinapsis por sinapsis. Escribe cuentos para no trapear la sala tres veces al día” o de la muchacha “diagnosticada con síndrome de Tourette desde los siete años. A través de la novela controla su coprolalia compulsiva, lo que puede advertirse en la prosa bizarra e incisiva de su telúrico relato. Le gustan las zarigüeyas, es vegana de lunes a jueves y nunca da propina” o de la señora que “teje por la noche, lee en la madrugada y crea de 8 a 12. Dejó el azúcar y el café pero es adicta a la hermenéutica y el posmodernismo. Practica el yoga en una región ignota del hiperespacio”. No sé, pero cada vez que leo notas de vida de ese estilo en solapas y cubiertas colijo que el socarrón ignora que no es su mente sino su ego el que ensaya su epitafio.
Las editoriales decidieron incitar a sus autores a redactar currículos “irreverentes”
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LITERATURA
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La Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968 es el escenario de este relato en el que campean la censura gubernamental y la obligación de preservar la memoria
El reportero y la niña MARCO ANTONIO CAMPOS ILUSTRACIÓN ALFREDO SAN JUAN
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l joven reportero Livio Reséndiz llegó a la plaza poco antes de iniciar el mitin. Empezó a oír a los oradores. Luego de una hora, a las 18:02, desde un helicóptero, se encendieron bengalas azules y verdes. El ejército entró disparando entre las ruinas prehispánicas y por avenida Manuel González dirigiéndose a la multitud y a los edificios que circuían la plaza. La gente empezó a huir, pero Reséndiz notó algo anormal. Los balazos provenían o de francotiradores desde arriba de los edificios y del techo de la iglesia o de los soldados de manera horizontal. Los asistentes y los militares de la vanguardia caían como peones de ajedrez. Vio en el Edificio Chihuahua y en la iglesia a civiles con un guante blanco en la izquierda a quienes no molestaba el ejército. Días antes hizo un reportaje pero no lo publicaron: era la toma de una escuela politécnica en la cual soldados y agentes de civil del Ministerio del Interior mataron a jóvenes que se atrincheraban en la escuela. La niña de doce años, acompañada de su hermano de quince, caminaba al departamento donde vivían, situado al norte de la unidad habitacional, cuando inició la balacera. “¡Córrele!”, gritó el hermano. Al momento de llegar a la puerta
del edificio la niña sintió caliente el muslo. El hermano la ayudó a subir. Con los padres buscaron al médico que habitaba pisos abajo. “No puedo hacer nada. Soy gastroenterólogo. Urge sacarla”. —Me duele también el estómago —dijo la niña. Desesperados los padres, en un breve cese del fuego, hablaron con un militar de los que se hallaban apostados en el edificio. “Solo puede acompañarla una persona”. La madre se apuntó. Subieron a una ambulancia de la Cruz Roja. La niña cada tanto repetía: “¡No quiero morir!” Muy nerviosa, la madre quería tranquilizarla pero la alteraba más. En el atrio de la iglesia — observó el reportero— se apilaban cadáveres. “Deben ser cientos”, se dijo. Había niños, muchachas, ancianos de ambos sexos. “Y éstos ¿cómo podían combatir?”, se preguntó. Ya entrada la noche comenzaron a llevárselos en camionetas grises. Decidió seguir los vehículos. La madre y la niña oían gritos en el hospital: ¡Ya no hay quirófanos! ¡Ya no caben los heridos! ¡Este ya murió! ¿Qué hacemos con estos dos muertos? Por fin la niña pasó al quirófano. El médico extirpó la bala, pero observó que esquirlas quedaron incrustadas en el muslo y en el vientre. Tienen que llevarla a otro sanatorio, dijo a la madre, pero no digan qué pasó. En estas horas no hay garantías.
LITERATURA
06 DE OCTUBRE 2018
El joven reportero entró a la Tercera Delegación de Policía. En el anfiteatro, sobre todas las planchas de concreto, había cadáveres, y en el suelo cuerpos encima de otros cuerpos. Se enfiló al hospital de la Cruz Roja para continuar con la tarea. Ruidos de camillas, gritos, voces, susurros, lamentos, sollozos... Veía muertos y heridos y familias y amigos a la espera. Vio a la niña que salía de ser operada. —¿Qué te pasó? —le preguntó. —Iba a mi casa con mi hermano y me hirieron en la pierna. Pero me duele todo el cuerpo. Oiga, ¿a nosotros, los que vivimos allí, por qué nos dispararon? —¿Cómo te llamas? —Alicia Pradera. En la explanada de la plaza, durante la madrugada, los soldados lavaron la sangre con agua y jabón. Controlados los medios, en la TV solo se dio un pequeño parte. Casi todos los diarios, principiando por el ultraconservador al que pertenecía el joven reportero, culparon a los estudiantes diciendo que habían apostado francotiradores que dispararon hacia el ejército y la multitud. Se hablaba de una media de 20 a 26 muertos. El objetivo era frustrar los Juegos Olímpicos. Otros diarios hablaban de “balacera entre ambos bandos”; otro, de “combate”; otro, de “sangriento encuentro”. Se repetía que el movimiento estudiantil había sido envenenado con ideas exóticas e influencias extranjerizantes. Reséndiz no creía lo que le habían publicado. “Esto no fue lo que mandé”. Por principio, si hay de un lado dos soldados muertos y cientos de manifestantes fallecidos y heridos, las cuentas no salen. El joven reportero, por sus fuentes, supo pronto lo que era entonces imposible de publicar: los francotiradores eran miembros activos del Estado Mayor Presidencial, es decir, dependían directamente de las decisiones del Presidente, y los civiles de guante blanco en la mano izquierda, miembros del Batallón Olimpia, pertenecían a diversas corporaciones militares y policiacas, y se coordinaron directamente con el ejército durante la matanza. Alicia fue trasladada a un hospital de Polanco. Se dieron cuenta de la gravedad. Permaneció un mes y medio. Lo único que pidieron los médicos, ante el temor al gobierno, fue confidencialidad absoluta. “Pero su hija es un caso de conciencia”, dijo uno de los médicos en un raro ejemplo de probidad. Le quitaron esquirlas del vientre y del muslo, pero sin percibir que aún quedaban algunas. En junio de 2003, 35 años después, a ese hospital de Polanco, Reséndiz fue a visitar a su esposa que estaba internada. Ya era un reportero famoso: aplaudido y temido por la clase política y empresarial, vilipendiado por casi toda la izquierda. Oyó de pronto a un médico hablar
que a la paciente Alicia Pradera la ingresaran en el cuarto 505. Vio la camilla. “¿Alicia Pradera? Debe ser aquella niña del hospital de la Cruz Roja”, se dijo. Se acercó a la camilla. Era una mujer de cerca de 50 años. Blanca, de cabello castaño, pero con las primeras canas. —Disculpe, soy Livio Reséndiz. Periodista. La mujer se sorprendió cuando Reséndiz le dijo que la había visto la noche de la matanza en el hospital. “Solo sentía —le dijo— que esa noche me dolía todo”. Sí, en efecto, seguía teniendo problemas con las esquirlas. La primera operación salió muy mal y llevaba otras quince operaciones. Su cuerpo parecía una criba. “No pude tener hijos”, dijo. —¿Sabe usted que desde esa noche no puedo ver un soldado ni oír ruidos que parezcan balazos porque entro en un estado de angustia y de terror? —Si necesita algo, le dejo aquí mi tarjeta. “Lo contaré algún día todo”, recordó Reséndiz su promesa. Motivado por la conversación casual, ahora que la prensa en el país era más libre, escribió al fin con detalle lo que testimonió esa noche en la plaza, en la delegación de policía y en el hospital de la Cruz Roja: el antecedente de la escuela politécnica, el cerco criminal, los francotiradores, las decenas o centenas de cuerpos apilados en el atrio, la superposición de cuerpos en el anfiteatro de la delegación de policía, los hechos del hospital, el caso de la niña (en el que se detuvo especialmente)… La matanza, escribió, era el regalo que habían dado al Comité Olímpico Internacional el presidente, el ministro de Gobernación y el jefe del Estado Mayor Presidencial general Luis Gutiérrez Oropeza, para que se efectuaran las Olimpiadas. En días sucesivos, por diversas vías, Reséndiz se enteró de que cierto número de empresarios y políticos lo acusaban de hacerle el juego a la izquierda y que cuál era el sentido de revivir un hecho de hacía 35 años, el cual solo servía para abrir heridas que pueden volver a supurar; a su vez, gente de izquierda lo acusaba de estafar a sus lectores con un doble juego ideológico y querer lavar sus culpas demasiado tarde. “En este país no se queda bien con nadie, ni se comprende que hay cosas que pueden decirse solo en determinado momento”, se dijo, con un acre sabor en la boca. Una semana después, casi a medianoche, oyó el teléfono. Era la madre de Alicia. Ya muy grave, su hija le dio su tarjeta pidiéndole que le hablara para decirle que leyó su artículo y le había conmovido que la recordara. “Alicia no soportó la última operación”, le dijo. Reséndiz colgó el teléfono. Fue hacia el ventanal de su departamento y se quedó contemplando la llovizna incesante y el cielo gris, sin estrellas.
La matanza, escribió, era el regalo que habían dado al Comité Olímpico Internacional
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RESEÑA
Los recuerdos son faros DIEGO JOSÉ FOTOGRAFÍA INBA
Jorge Fernández Granados, autor de Lo innumerable.
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a propuesta que Jorge Fernández Granados hace en su libro Lo innumerable (Era, México, 2018), constituye una inmersión del lenguaje en los remotos escondrijos de la memoria. Imágenes, palabras, alientos e ideas se repiten y encuentran, produciendo un movimiento interior semejante a la vibración concéntrica que genera una piedra al caer sobre un estanque. La metáfora no es gratuita, se trata de un conjunto de secuencias poéticas que proponen una exploración en el sedimento de las experiencias genésicas del universo poemático del autor, es decir, el libro sugiere y rastrea el origen de lo que denominamos “sensibilidad poética”: del asombro al azoro, del estremecimiento a la duda, el lector se abisma en “el tiempo esférico de un sueño: un lugar pesado de cosas en silencio”. Se trata de un libro generoso que provoca “una sensación maravillada” al sondear sus profundidades luminosas y sombrías, en donde se descubren los ecos, las resonancias y los vislumbres de una plenitud enunciativa que nos hace sentir con extrañeza esa forma de la verdad que solo es perceptible para la poesía: “escribo en el tiempo lo que el tiempo escribe en mí”. Las estaciones que integran el recorrido por Lo innumerable se sirven de la memoria como pretexto para la ensoñación: instantes resguardados que a la luz del recuerdo develan sus enigmas, por ejemplo: una inusual nevada en 1967 le revela al niño “el idioma original de todas las cosas”, sembrando con su blanca presencia la inasible plenitud del ser que se transforma, mediante el poema, en nostalgia, fe, certidumbre, anhelo por nombrar la epifanía; o bien, la temprana experiencia de un ahogamiento en el río le provoca “esa sensación de estar súbitamente fuera o muy adentro para siempre de uno mismo”. Instantes vertidos en las palabras que buscan asir “lo innumerable”. La prosodia, la dicción y la cadencia que Jorge Fernández Granados le
impone a su escritura permiten que el verso y la prosa convivan y dialoguen de manera efectiva, intensificando el tono onírico del discurso. La partición y diferenciación tipográfica de los segmentos insertados como estrofas, así como la interlocución que quiebra por momentos el soliloquio, le aportan a Lo innumerable una estructura variable que disemina los efectos poéticos en un movimiento lírico o “temple poético” que abarca la exterioridad e interioridad del poema, logrando un acertado equilibrio entre lo que se dice y lo que se calla, la intención y el enunciado, la palabra y sus silencios. Diez años transcurrieron entre la publicación de Principio de incertidumbre y Lo innumerable, diez años de disciplinada resistencia, de arduo esfuerzo personal, de dirigir la atención hacia esa zona donde lo esencial pone a prueba al artista. Diez años de relectura de sí mismo para ahondar en su visión poética. La madurez creativa que Jorge Fernández Granados alcanzó hace mucho tiempo en sus libros anteriores se atreve a ir más allá de lo aprendido: “aprender es desaprenderse”. Y sin embargo, descubro con deleitado interés que Lo innumerable integra y condensa el aprendizaje que cada uno de aquellos títulos le ha conferido a su sabiduría poética: hay momentos en Lo innumerable donde reverbera la luz de Resurrección, Los hábitos de la ceniza, El cristal... Seamus Heaney recuerda en su ensayo “La sensación de pertenencia a un lugar” cómo Yeats entendió desde muy joven la necesidad de situar la obra de arte dentro “de la jerarquía de esos recuerdos que constituyen nuestros modelos y nuestros faros”, y en qué medida tales signos acompañan al poeta definiendo su manera de entender la poesía y de encarar la vida. Lo innumerable de Jorge Fernández Granados ofrece un acercamiento vital a esos recuerdos constitutivos.
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DE PORTADA
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Con Perseguir la noche, el narrador y ensayista cierra la trilogía familiar que comenzó en 2009
“No hay dilema entre periodismo y literatura”
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SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA JESÚS QUINTANAR
on Perseguir la noche (Seix Barral, 2018), Rafael Pérez Gay culmina un tríptico familiar que comenzó con Nos acompañan los muertos (2009), donde los protagonistas son sus padres; siguió con El cerebro de mi hermano (2013), que obtuvo el Premio Mazatlán; y se cierra con esta novela en la que él es el personaje principal. En un resumen muy rápido, Perseguir la noche entrelaza dos historias: la de un grupo de modernistas que inauguraron la noche del siglo XX en la Ciudad de México y una actual, donde el protagonista se enfrenta al cáncer de vejiga que le diagnostican. En la siguiente conversación, Pérez Gay ahonda en detalles de la elaboración de la novela y reflexiona sobre la enfermedad. En el poema que Sabines escribe a la muerte de su padre, encontramos los siguientes versos: “Me avergüenzo de mí hasta los pelos/ por tratar de escribir estas cosas./ ¡Maldito el que crea que esto es un poema!” Ante el exaltado pudor del poeta mexicano, ¿no es un poco impúdica esta tendencia a escribir sobre uno y su familia? Puede serlo. Te voy a decir algo: cuando se atraviesa por situaciones límite —la enfermedad de uno mismo, la muerte de un ser querido— hay una carga de liberación. Eso lo sentí con toda claridad en el momento en el cual me enfermé y empecé a escribir como quería en ese momento. Hay una especie de streaptease literario, pero no hay tema que un escritor no pueda tocar. No hay asunto que un escritor no pueda revelar en el sentido más literario de la palabra.
Y de eso trata esta tercera entrega del tríptico que es Perseguir la noche. En este caso contiene varias noches: una tiene que ver con los intereses y gustos y obsesiones del narrador en una ciudad que ocurrió años atrás, con un grupo de escritores a los que he seguido durante mucho tiempo. Se trata de un grupo de escritores modernistas: José Juan Tablada, Amado Nervo, Bernardo Couto, Alberto Leduc, y sobre todo ese gran artista de artistas que fue Julio Ruelas. Una parte de mí cree que el cobijo de estos artistas me devolvió una parte de la vida. La primera noche es la que estos artistas de alma negra crearon en la Ciudad de México; de hecho, ellos fundan la noche de principios del siglo XX. En ningún sentido es una novela histórica porque está ocurriendo siempre en presente. La ciudad de esos artistas ocurre en presente en la mente del narrador y esa es otra noche. Hay quizá una noche más que es la de la familia, la de los recuerdos adolescentes e infantiles de este narrador, recuerdos activados por los tratamientos. Las enfermedades serias en algún momento te atacan y el ataque es una sensación de fracaso. Y ese fracaso es una de las formas del dolor, el dolor mental de un enfermo y el dolor físico también, que son los asuntos que hay que enfrentar y que están contados en una parte de este libro. La otra cosa que me ocurrió es lo siguiente: hace mucho tiempo que logré deshacerme del falso dilema entre periodismo y literatura. No soy un escritor de gabinete. Debo leer, debo investigar. Esa liberación también la siento en cuanto a tu desinterés, digámoslo así, de seguir una forma canónica. Me parece que la parte de los modernistas la tenías planeada como una novela aparte y la retomaste de
un modo diferente para Perseguir la noche. Eso es lo que pasó. Lo dices bien: Perseguir la noche es la historia de un investigador de la cultura, un investigador de la Ciudad de México que tiene la ilusión de escribir una novela sobre los modernistas. Pero, como dice el narrador, la vida está hecha de postergaciones y los tontos siempre postergan lo esencial. Yo fui postergando esa novela pensando que había tiempo por delante. Y a veces el tiempo es una noción vaga que tiene límites muy precisos. En ese momento me diagnosticaron un cáncer de vejiga y entonces me doy cuenta, dice el narrador, que había que poner en orden algunas cosas: mis documentos, mis cuadernos... Yo pasé una de las mejores temporadas de mi vida intelectual en la Hemeroteca Nacional, allá en los años ochenta. Estaba haciendo una investigación sobre los periódicos porfirianos. Estuve investigando el periódico El Partido Liberal, que publicó el primer suplemento cultural que apareció en México y que dirigían Manuel Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo. Me dediqué también a leer La Libertad, que era la casa de Los Científicos, el grupo cercano a Porfirio Díaz; también el viejo El Universal, que fundó Rafael Reyes Spíndola, antes de fundar El Imparcial. En esa temporada no había computadoras, así que me dedicaba a copiar a mano anuncios de la época, noticias de nota roja, pequeñas historias que me iba encontrando. Al cabo de un tiempo me di cuenta de que las hemerotecas son máquinas del tiempo. Te cuento esto porque decidí sacar mis notas y quise ponerlas en la segunda trama de Perseguir la noche. Te muestro el laboratorio del libro:
“No soy un escritor de gabinete. Tampoco concibo un libro que no tenga investigación”
me planteé presentar cómo surge la enfermedad, consideraciones sobre el dolor, consideraciones sobre la anestesia, sobre la insensibilidad y sobre la enfermedad y de ahí había que hacer una estación o cambiar de día, si se me permite el símil, para entrar a lo que ofrecía la Ciudad de México, al plan de evasión de los modernistas, y luego de eso había que llegar a la historia familiar, a un recuerdo para unirme otra vez con el adulto que ha cumplido 50 años y que los recibe con un diagnóstico de cáncer. Eso hay que repetirlo varias veces, y al repetirlo se va dando un conjunto. Y luego que tienes eso, vas armando en otra máquina del tiempo otro relato, haciendo intervenciones para que queden resueltos todos los enigmas que están planteados a lo largo del libro, que son tres o cuatro. Uno de ellos es una especie de viaje en el tiempo: en el sepelio de Bernardo Couto, uno de los modernistas dice que había un hombre ataviado incomprensiblemente; ese hombre es el narrador que ha llegado ahí. El personaje Villasana, un cubano santero que asegura que se comunica con los muertos, le dice: “ya conectamos con los modernistas; conectaste con ellos en la calle de Izazaga y te metiste en un lugar”. Izazaga se llamaba la Calle Verde, y en ella vivía Couto con Amparo, una prostituta. Entonces se le da una dimensión a Perseguir la noche que tiene que ver con los fantasmas del siguiente modo: la enfermedad se convierte en un fantasma, ese fantasma se quiere conectar con otros fantasmas del pasado, incluso cuando el narrador va caminando dice: “Seguro por aquí debió haber caminado Amado Nervo en 1898 para entrar en El Mundo Ilustrado y hablar con Reyes Spíndola”. Y Amado Nervo, cuando está con él, le dice: “He caminado, pero siento extrañas presencias”; “Demasiadas libaciones
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DE PORTADA
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El autor de Nos acompañan los muertos y El cerebro de mi hermano.
liberales”, le responde Reyes Spíndola. Esa presencia es la del narrador que va siguiendo los pasos de Nervo. De esas y otras menudencias está hecha Perseguir la noche. Hablas de que la novela está hecha de mentiras, sueños y laberintos. Las mentiras y los sueños son claros y creo que los laberintos son las zonas con las que los interconectas. Para que le dé una unidad y no parezca que estás contando historias completamente disímiles; para que sea una sola historia y sea verosímil. Yo digo que la naturalidad en literatura es lo más antinatural que hay. Parece como que es una conversación, como que se puede hacer fácilmente, pero tiene que pasar por ese laboratorio que estoy compartiendo. Este laboratorio está repleto de exigencias técnicas. Está lleno de exigencias que tienen que ver con la historia de ese narrador, porque no concibo un libro que no tenga detrás un trabajo de investigación. Recuerdo que leí ese gran libro que se llama El emperador de todos los males, de Mukherjee. Me leí tres libros sobre historia del dolor y así me enteré de que el persa Avicena decía que para evitar el dolor debíamos tener una pócima que primero nos adormezca; dos, que nos haga soñar; y tres, que nos permita dormir. En un ensayo sobre La montaña mágica, de Thomas Mann, Juan García Ponce habla de la enfermedad como conocimiento y yo agregaría que también como autoconocimiento. No lo recordaba, ese ensayo no estuvo en mis lecturas. Es curioso, pero ahora que mencionas a Juan García Ponce debí haberlo recordado porque es uno de los puntos más altos de alguien que ha soportado la enfermedad en su vida y se ha escapado de la muerte. En cuanto a mí, yo decía una frase que suena como bravucona: si tienes una enfermedad seria, la tienes que ver de frente. Si le das la espalda, la enfermedad viene por ti y te acaba aunque no sea una enfermedad terminal. No se puede salir de la enfermedad sin sentir un poco de odio; ese odio proviene de algo que se llama carácter. Decía Mukherjee del cáncer: lo que pasa es que es algo que te invade y está dentro de ti, que escoge una parte de tu cuerpo como santuario y en ese santuario va a estar instalado hasta que elija otros santuarios dentro de ti. Perseguir la noche también trata de cómo se enfrenta la enfermedad. Yo quise ver la parte más conceptual, más filosófica de lo que es un enfermo. La muerte está siempre entre nosotros, pero también está la vida. De modo que la noche siempre tiene momentos en que se siente un poco amenazada cuando comienza a amanecer.
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CIENCIA
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DESMETÁFORA
Envejecer despacio Cuanto más lejos estamos de la Tierra, el tiempo pasa con mayor rapidez
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i usted quiere envejecer a un ritmo menor evite las alturas. Una consecuencia curiosa de la manera como entendemos la fuerza de gravedad es que el tiempo transcurre a un compás diferente en regiones sujetas a más o menos intensidad de la gravedad. Si usted sube al techo de su casa envejecerá con mayor rapidez mientras permanezca arriba. Cuanto más lejos estemos de la Tierra que nos jala, más rápido transcurre el tiempo. Al subir, la fuerza de gravedad que actúa sobre nosotros disminuye y por eso el tiempo transcurrirá con mayor velocidad. La manera como entendemos la gravedad en la física moderna es a través de la Teoría General de la Relatividad. Según ésta, el espacio y el tiempo se deforman en la presencia de cuerpos con masa como nuestro planeta. El tiempo no es pues algo constante. Se deforma como se deforman los cuerpos de plastilina. Una persona que viva 79 años en la cima del Empire State Building, que tiene 380 metros de altura, perderá 0.000104 segundos de vida. Esto quiere decir que cuando cumpla los 80 años, para ella habrá transcurrido una diez mil milésima de segundo más que para quien los cumpla habiendo vivido en la planta baja. Usted debe pensar que un efecto tan pequeño es despreciable —hay riesgos mayores al subir al techo de su casa que la posibilidad de perder unas millonésimas de segundo en la vida—, pero sí es muy significativo para los que implementan en su celular el sistema de posicionamiento GPS (por sus siglas en inglés: Global Positioning System). Para que usted pueda ver su posición geográfica en el celular, la señal de un satélite que se encuentra a 20 mil kilómetros de altura debe hacer la corrección necesaria. Los relojes del satélite se adelantan 45 microsegundos cada día, de tal manera que en tan solo dos minutos la señal sería incapaz de ubicarlo a usted con la precisión de metros que ahora le ofrece. Por eso es que el sistema de posicionamiento que lleva en su bolsillo debe corregir continuamente por los efectos relativistas; de no hacerlo, al día siguiente su localización tendría un error de 10 kilómetros. Marte es un planeta más pequeño que el nuestro y la fuerza de gravedad es tan solo dos quintas partes de la fuerza de gravedad que tenemos
GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA: ÖSTERREICH WERBUNG
Vista de los Alpes en Austria.
en la Tierra. Si bien es cierto que usted pesaría menos allá también lo es que envejecerá más rápidamente que aquí. Sin embargo, la felicidad que le puede dar la disminución de su peso no debe ser opacada por el tiempo que transcurre con más velocidad. El efecto en el flujo del tiempo es tan pequeño que bien vale la pena vivir la considerable pérdida de masa que se contará en kilogramos. Yo, por ejemplo, cuando me lo solicitan, prefiero reportar mi peso en Marte. Si Marte y la Tierra se formaron al mismo tiempo, hace 4.5 mil millones de años, entonces la superficie de Marte es 3 años más vieja que la nuestra debido a la dilatación temporal de la que estamos hablando. La verdad es que Marte se formó poco antes que nuestro planeta y por eso solo podemos decir que desde que se formó todo lo que habite en la superficie del planeta rojo ha pasado por más años que las piedras nuestras.
El tiempo dejó de ser una categoría indefinida para ser algo que podemos llegar a entender
Si nos ponemos a pensar un poco en estas curiosidades, nos daremos cuenta de que podríamos usar tales efectos físicos para viajar al futuro. Esa ilusión eterna de los seres humanos por ver cómo serán las cosas en los tiempos por venir es teóricamente posible. Todo lo que tenemos que hacer es viajar a la estrella de neutrones más cercana y permanecer en su proximidad por un tiempo. Durante su estancia los días pasarán más lentamente mientras los eventos en nuestro planeta siguen su curso. Cuando usted vuelva verá cómo las cosas han cambiado… o no, si es usted mexicano. Las estrellas de neutrones son objetos muy pesados, y muy compactos, cuando se las compara con estrellas de la misma masa. Su fuerza de gravedad es enorme y por eso el tiempo transcurre con lentitud en su superficie. Dependiendo de su masa, el tiempo en la superficie de la estrella puede transcurrir hasta en un 30% más despacio que en la Tierra. No será fácil salir de ahí cuando usted quiera ver lo que ocurrió con su familia durante su “pesado” viaje
porque la fuerza de atracción gravitacional puede ser millones de veces superior a la que experimentamos aquí. La nave de regreso necesitaría alcanzar una velocidad de hasta un tercio la velocidad de la luz para poder escapar. Pero ignorando, por un instante, las dificultades técnicas, usted estará viajando al futuro. O, de manera más correcta, usted se habrá transportado al futuro más rápido que nosotros, que lo hacemos al ritmo del reloj en nuestra muñeca. El astronauta que pasa seis meses en la estación espacial a 400 kilómetros de altura experimenta, durante su estancia, una atracción gravitacional menor a la que tenemos en la superficie terrestre. Por eso, cuando regrese, nosotros seremos 4 milésimas de segundo más viejos que él. La mercadotecnia del turismo espacial podría promocionar su servicio diciendo: “Viaje con nosotros para envejecer despacio”. En realidad, aquí entrará un aspecto más del que no hablaremos ahora: si usted viaja a gran velocidad el efecto en el tiempo puede contrarrestar la dilatación temporal debida a la lejanía con la fuente de gravedad. Estas son algunas de las propiedades del tiempo. Hay más y, aunque las hemos podido constatar y conocemos sus detalles con precisión, seguimos ignorando lo que es el tiempo. No contamos aún con una idea unificada; en el mundo microscópico, el tiempo se comporta de manera diferente a como lo hace en el macrocosmos. En todo caso, para la Teoría General de la Relatividad, el tiempo dejó de ser una categoría indefinida para ser algo que podemos llegar a entender. Según esto, el tiempo está inevitablemente ligado a la materia misma que forma y deforma nuestro derredor. Y, no obstante, la Teoría General de la Relatividad no es la última teoría. Debe haber una manera de describir al espacio y al tiempo que nos permita mirar el Universo en su totalidad. La naturaleza del tiempo ha sido tema central de la física en los últimos siglos y lo seguirá siendo en los años por venir. Hemos avanzado mucho en su comprensión y a pesar del progreso seguimos sufriendo la consecuencia más dramática del tiempo: que mata a todos los que lo estudian, no hace excepciones, no otorga indultos, no absuelve, no dispensa, solo parece fluir, aunque no fluye.
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EN LIBRERÍAS
06 DE OCTUBRE 2018
NARRATIVA, ENSAYO, TESTIMONIO Los desterrados
Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano
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A FUEGO LENTO
Porfirio Díaz
Si tú quieres, moriré México, 2018
Kamila Shamsie Malpaso España, 2018 256 páginas
Thomas de Quincey Jus México, 2017 136 páginas
Carlos Tello Díaz Debate México, 2018 629 páginas
Finalista del premio Man Booker 2017, esta novela ocurre en un presente que se antoja ya demasiado insoportable. Su protagonista es la joven Isma, quien carga con la educación de sus dos hermanos gemelos y con la muerte de su padre, un yihadista que murió en una base aérea de Afganistán. Luego de creer que al fin ha obtenido su liberación, y de instalarse en Estados Unidos, se enfrenta a la noticia de que uno de sus hermanos se ha sumado a las filas de ISIS.
Conocido sobre todo por su libro Del asesinato como una de las bellas artes, Thomas de Quincey es uno de los más notables escritores de lengua inglesa. Más que en el título anterior, su talento está plasmado en esa obra maestra que es La rebelión de los tártaros. En el ensayo que da título al presente volumen intenta una reivindicación del más famoso apóstol de Cristo, porque, como escribe al inicio, “todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas”.
La ambición. 1867–1884 es el segundo volumen de la obra dedicada a la vida y el tiempo de Porfirio Díaz, y en éste se relatan los años trágicos en la finca de La Noria; el fracaso de la rebelión contra Juárez; su estancia en La Habana, Nueva York y San Francisco, y todos los hechos que tuvo que afrontar hasta llegar a la presidencia de México. No faltan la amenaza de guerra con Estados Unidos y el telegrama en el que Díaz ordenó reprimir la rebelión de Veracruz con la frase “Mátalos en caliente”.
La lucha por el poder
El sentido de mirar
Nick Drake
Richard J. Evans Crítica México, 2018 1006 páginas
Eloy Valtierra Ediciones sin Nombre México, 2018 234 páginas
Varios autores Malpaso España, 2017 472 páginas
Este libro lleva a cabo un espléndido análisis de la formación del mundo moderno a través de los gobiernos, las guerras, las revoluciones, la emancipación de los siervos, la formación de la clase obrera, la conquista de la naturaleza, la expresión de las emociones y los conflictos internos de las naciones que, sumados a las rivalidades de las potencias, repercutieron en el estallido de la Gran Guerra. Entre 1815 y 1914, Europa construyó el destino mundial del siglo XX.
A partir de su propia experiencia como fotorreportero, Eloy Valtierra emprende el retrato de sus hermanos, también dedicados a la fotografía, y con ello el de una profesión que se hace al calor de la práctica en los mismos lugares donde se cuece la noticia. El inicio se remonta al siglo XIX y llega hasta algunos hechos clave en la historia reciente de México. El volumen cuenta no solo con la palabra de Valtierra sino cono una muestra visual poderosamente significativa.
Casi miembro del Club de los 27, el cantautor inglés Nick Drake (19481974) murió por una sobredosis de antidepresivos. Adquirió su estado por no haber alcanzado el reconocimiento que esperaba a pesar de que se le consideraba un genio. Este libro no es una biografía convencional; subtitulado Recuerdos de un instante, ofrece la mirada hacia el individuo y el artista de parte de amigos y familiares. Elton John, Robert Smith y Damon Albarn se cuentan entre sus admiradores.
Pompa mata ficción ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
V
alentín Gómez Farías y Lucas Alamán protagonizan Si tú quieres, moriré (Planeta), una novela de corte histórico que, como sospecha el lector, transcurre en los años convulsos que marcaron el nacimiento de México. No podían ser más distintos: aquél había llegado a la política por el camino de la medicina; éste había recibido la educación que prefiguraba la carrera de consejero del poder; un federalista y un partidario del centralismo; un devoto del modelo estadunidense y un nostálgico de España. Hay que vérselas entonces con diálogos sofocantes en los que se traza el destino de la nación, cartas que se pretenden amorosas y son en realidad diatribas políticas, enojosas lecciones de historia patria y universal en boca de ministros, empresarios, diplomáticos, arribistas y militares que se inflaman con el alcance —siempre severo, muy serio— de sus palabras. No hay duda de que Gerardo Laveaga hizo bien la tarea. No solo ilustra cuarenta años de vacilaciones y asonadas sino que se muestra capaz de recuperar algunos pasajes desdeñados por los reflectores y, aún más interesante, toma el riesgo de imaginar un México próspero, un modelo de desarrollo económico y social, libre de Antonio López de Santa Ana —quien muere al caer de su caballo—, que elige a Lucas Alamán como presidente. El curso potencial que Laveaga pone en marcha pudo resultar prometedor de no ser porque el celo historiográfico terminó acallando el impulso novelístico. Miramos para uno y otro lado y por ninguna parte reconocemos el veneno de la ficción. La torcedura en la que Laveaga confía no tiene el alcance cismático que exhibe, por ejemplo, Historia del cerco de Lisboa, de José Saramago, en la cual el mundo narrado sufre un vuelco a raíz de la sustitución de su “sí” por un “no”. En Si tú quieres, moriré, resulta intrascendente que el México de la primera mitad del siglo XIX sea el país que por desgracia no fue porque Laveaga solo parece interesado en demostrar sus conocimientos sobre los usos y caprichos del poder. “El federalismo no consiste en crear otros países dentro del país sino en unir a las entidades federativas en la consecución de un ideal común”, leemos. Multiplique el lector esta frase por el número de páginas de Si tú quieres, moriré y obtendrá una imagen suficiente. Nos queda así la erudición y la grandilocuencia al servicio de la autoestima.
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CINE
06 DE OCTUBRE 2018
RESEÑA
ENTREVISTA
La leyenda de Ed Wood ANDREA SERDIO
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a editorial argentina Caja Negra reunió 26 relatos de Ed Wood, la mayoría escritos entre 1970 y 1974, en el libro La sangre se esparce rápidamente. En ellos están sus obsesiones, como el travestismo en el cuento que da título al volumen y que también aparece en sus filmes y en su propia vida, pues solía vestirse de mujer, como lo evidencia la película biográfica dirigida por Tim Burton y protagonizada por Johnny Depp. “La mayor parte de sus relatos —explica Bob Blackburn en la introducción— toma elementos del género del terror, los westerns, los policiales y lo macabro, como casi todas sus películas”. En el cine, al principio, para crear sus historias contó con la colaboración de Bela Lugosi, con quien trabajó en películas como Glenda y La novia del monstruo; en sus cuentos, publicados en revistas eróticas, no tuvo más aliado que su imaginación febril. En la introducción, Blackburn recorre la vida de Ed Wood, quien nació el 10 de octubre de 1924 en el estado de Nueva York y murió, pobre y olvidado, el 10 de diciembre de 1978 en Hollywood. Escribió guiones, novelas, cuentos. Fue sobre todo un amante del cine en el que hilvanó fracaso tras fracaso mientras su alcoholismo aumentaba y las puertas de los productores se le cerraban. “No hay ateos en la tumba”, “La estrella del sexo”, “El día que la momia regresó”, son títulos de algunos de sus alucinantes cuentos; en ellos aparecen lo mismo vaqueras lesbianas que escenas de sadomasoquismo, hechos insólitos como los que caracterizan su filmografía, en la que destaca Plan 9 del espacio exterior, en la que un grupo de extraterrestres intenta convertir cadáveres de humanos en zombis asesinos para exterminar a la especie más violenta de la galaxia, la nuestra. Desde 1968, Ed Wood escribió cuentos y artículos para revistas eróticas, lo hacía de prisa, mientras bebía vodka de un termo que llevaba al trabajo; “al final —escribe Blackburn— quedaba borrachísimo”. Por eso su editor lo despidió y recontrató varias veces, hasta que ya no pudo más con su forma de beber y lo corrió de manera definitiva. Comenzó entonces el calvario de la miseria extrema junto con su esposa Kathy O’Hara, su compañera desde 1956 y hasta el domingo 10 de diciembre de 1978, cuando el director de Los años violentos murió de un ataque al corazón. En 1980 los hermanos Harry y Michael Medved publicaron una historia del cine en la que nombraron a Ed Wood “El peor director de todos los tiempos”. Entonces, paradójicamente, comenzó su resurrección; en los campus universitarios se multiplicaron sus devotos y en 1994 Tim Burton decidió hacer una película sobre él. Ahora Ed Wood es un cineasta de culto, una leyenda.
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Extraño pero verdadero narra la historia de amor entre dos recolectores de basura.
Michel Lipkes
“Trato de caracterizar a la ciudad”
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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA AXOLOTE CINE
bordo de un viejo camión de basura, cuatro compañeros recorren la Ciudad de México. Dos de ellos, Jonathan (Kristhyan Ferrer) y Yesi (Itzel Sarmientos), viven una oculta historia de amor. Lo que parece una vida rutinaria cambia cuando encuentran un cadáver que esconde un fajo de billetes. Con Extraño pero verdadero, el realizador Michel Lipkes pone sobre la mesa una historia distópica donde la capital del país tiene un papel protagónico. ¿Me equivoco si defino Extraño pero verdadero como una historia de educación sentimental a la mexicana? No. Quería contar una historia de inocencia perdida en un entorno aparentemente imposible. En el ámbito de la recolección de basura hay machismo, violencia y corrupción. Ubicarla en este espacio me permitió hablar de gente en situación vulnerable. Pese a todo, la mujer es el personaje más fuerte. Es una situación muy común en el México en que vivimos. Yesi es la figura fuerte del grupo, gracias a la entereza con que enfrenta sus sueños. Jonathan, su pareja, es más débil porque se encuentra alienado a un sistema de vida del que es difícil salir. La alienación a la que se refiere se apoya en buena parte en la den-
sidad de la atmósfera. ¿Cómo la construyó? La película empieza en una nota alta: un crimen. Prosigue en tono tenso y con una estructura de leit motiv cotidiano. Poco a poco conocemos los sueños y las obsesiones de los personajes. A partir de que se detona la ficción del crimen comienza una espiral descendente. Incluso la repetición cotidiana genera una hipnosis que se convierte en intriga. Quería que la película pudiera partirse en dos. En la primera parte me di tiempo para convivir con los personajes sin narrar algo contundente. En la segunda, y ya con cierta intimidad de por medio, su vida cambia radicalmente. ¿En esta estructura qué aportaban la cámara fija y el uso del blanco y negro? El uso del blanco y negro responde a la necesidad de exorcizar las imágenes y las situaciones que se narran. El contenido dramatúrgico, al menos para mí, es tan difícil y crítico que no podía filmarlo con la misma crudeza. Creo que el blanco y negro gene-
“El cine funciona para reproducir de manera poética la errancia de nuestra travesía por la vida”
ra distancia. El uso de la cámara fija obedece a una búsqueda de neutralidad. No me interesaba validar lo que se estaba contando, sino cuestionarlo y diseccionarlo. ¿El discurso visual servía para atenuar lo sórdido del guión? No quería brincarme partes difíciles o recurrir a la elipsis sino incomodar al espectador; tampoco abalanzarme a actos de violencia para enaltecerlos. Quería que fuéramos testigos de lo que sucede, pero con una cámara crítica, transformar lo que se observa en una reflexión crítica. Hay, en este sentido, una línea de conexión con Malaventura, su película anterior. Las dos son una especie de road movie. El movimiento en Malaventura se da caminando y en Extraño pero verdadero a bordo de un camión de basura. El cine funciona para reproducir de manera poética la errancia de nuestra travesía por la vida. En su cine, como en el de Alonso Ruizpalacios, hay un regreso a la cartografía urbana que vimos en películas como La ilusión viaja en tranvía o Los caifanes. Mi cine, como las películas que mencionas, trata de darle una caracterización cinematográfica a la ciudad. La riqueza visual de los espacios que nos rodean es tal que puede resultar difícil no conectar con ellos en un sentido poético. _
ESCENARIOS
06 DE OCTUBRE 2018
DANZA
PERSONERÍO
El último viaje de Alan Stark
Arturo Souto y “Coyote 13” JOSÉ DE LA COLINA
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ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA ÓSCAR SOSA
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Stark con sus alumnas de la Academia de la Danza Mexicana.
l pasado 31 de octubre falleció Alan Stark, bailarín, coreógrafo, maestro e investigador de danza con un trabajo extenso y
dedicado. Una serie de factores ajenos a Alan y a mí me impidieron despedirme de mi querido maestro y amigo. Van aquí las palabras que tengo para decirle adiós a su generosidad, de la que aprendí siempre. Recuerdo el día en que festejaste y brindaste por la publicación de mi primera colaboración en Laberinto. Ya llevábamos mucho camino andado y me mostraste libros con trabajos de alumnas y alumnos tuyos, fotografías y recortes de periódicos. Platicamos durante horas sobre temas útiles más allá de la crítica, que para ti y para mí era limitada. Contigo compartí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre el quehacer dancístico en todas sus ramas: la docencia, la creación, la ejecución e investigación. Juntos fuimos a muchas de las funciones que reseñé y sobre las que diserté en este espacio, y siempre fui correspondida en aquel ir y venir de ideas. Recuerdo con cariño y gratitud cuando te propuse que ilustráramos una ponencia para el Coloquio de Lengua y Cultura Colonial en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Revisaste con celo detalles de música, vestuario y pasos. Jamás de tu boca la insistente pregunta externada por muchos: “¿qué tiene que ver aquí la danza?” Lo
sabías bien y así lo enseñabas: la danza forma parte de un discurso estético-cultural y como tal se encuentra en cada etapa de la historia para decirnos algo, para ilustrar el pensamiento de una época, su estética y poética. Estudiamos y expusimos el diálogo de las danzas de corte y las danzas nativas de la Nueva España, abrevamos en la influencia negra para finalmente saber cómo es que se configuraron danzas identitarias en este continente. Te vi enseñar con amor y paciencia pero sobre todo enamorado de la danza. No es fácil hacer que la juventud comprenda que la danza que hace, esa que le emociona por mostrar potencia física y virtuosismo, es producto de un proceso histórico profundo. Cada paso, gesto y trazo espacial ha tenido un desarrollo en la historia vinculado a su contexto social. La continuidad y la ruptura dependen del conocimiento que de ese proceso se tenga. Recuerdo claramente cuando reflexionaba sobre mi propio trabajo y me dijiste: “no basta con que tu danza sea valiente, porque para serlo de verdad tiene que ser consecuente”. Javier Contreras Villaseñor señaló en su texto “Alan Stark, el terrestre
No es fácil hacer que la juventud comprenda que la danza nace de un proceso histórico
y el marino” que lo que parecía verdaderamente apasionante era el conocimiento de la otredad. Fuiste siempre observador y respetuoso de ella; escuchabas con especial atención a tus interlocutores para después intervenir y mostrarnos que, dentro de nuestra diversidad y pluralidad, compartíamos raíces y motivaciones comunes, que aquella pluralidad enriquecía el arte y era el momento (“maravilloso” era tu palabra) en que nos hacías dialogar. Nos encontramos y dialogamos, a través de ti, sobre estilos, generaciones, profesiones y especialidades. Todos conectados por ese contagioso amor al arte que llevabas siempre contigo. Eras un viajero que coleccionó detalles y recuerdos, y tu fascinación particular por México también enseñaba, pues te maravillabas con gestos que para nosotros resultan cotidianos. Ser viajero te hizo culto y erudito, no para acumular saberes y dejarlos en donde nunca fueran de utilidad. Por el contrario, los compartiste siempre, y no todos, ni siempre, supimos qué hacer con tanto. Bien merecida que tuviste tu medalla Una Vida para la Danza de 1992. De ti aprendí mucho: a observar con profundo respeto la danza de otros, a controlar la urgente necesidad de opinar y permitirme ver y entender. Contigo gozamos de la danza en toda su dimensión. Un mezcal para tu último viaje. Ahora eres inmortal.
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rturo Souto y yo, de eso hace más de 60 años, recién conocidos hacía unas horas, caminábamos por el Paseo de la Reforma hablando de literatura. Arturo estudiaba Letras en la Universidad donde dos años después se graduaría con Magna Cum Laude. Yo le conocía ya un cuento, “El candil”, y acababa de leer “Coyote 13”, sin saber que era de él, quien me dijo, como si confesara un delito: “Ese cuento también es mío”. “Coyote 13” es una de las obras maestras del cuento en habla española y me extraña que ahora las antologías lo ignoren. Es uno de esos cuentos que podría ser una novela porque la densidad literaria hace que, por ejemplo, un relato maestro de Borges, “El inmortal”, tenga una gran densidad literaria que le permite hablar de hechos ocurridos a través de muchas generaciones mientras que el copioso Ulises de James Joyce con sus 600 páginas solo habla de una noche en que se cruzaron los destinos de Bloom y Stephen. Eso es lo literario, la diferente intensidad y densidad que tienen las palabras escritas o habladas. El cuento de Souto habla de un cazador de coyotes contratado por una hacienda, que persigue y logra matar a todos los coyotes de una manada, pero se le escapa siempre el coyote número 13, el último de la manada. En el relato se turnan días y noches en lo que parece una infinitud de tiempo. Son ocho páginas magistrales que servirían de ejemplo a quienes escriben cuentos. Al silenciamiento de esa pieza maestra han contribuido la gran modestia y la injustificada timidez de un autor que se empeñaba en esconderse tras su condición de profesor en Letras, de ensayista y de crítico. Yo he tenido siempre a mano, aun en el caos rampante de mi biblioteca, el primer libro de cuentos de Arturo Souto: La plaga del crisantemo, en la primera edición de la Universidad de 1960. Tengo “Coyote 13” por entre los que han perdurado entre mis lecturas a lo largo de más de medio siglo: “El Aleph” de Jorge Luis Borges, “El hombre que fue rey” de Rudyard Kipling, “La leyenda de San Julián el Hospitalario” de Gustave Flaubert… y algunos cuentos de Arturo Souto que tienden a prolongarse y perpetuarse en una leyenda, como es el caso de “Coyote 13”, que comienza con la mirada del narrador abierta al universo y concluye, pero a la vez recomienza, en un breve e intenso momento, el de una mirada intercambiada entre perseguidor y perseguido. Pues “Coyote 13” es la historia de una persecución que atraviesa las edades, y la oposición del hombre y la bestia. Lo intenso del relato soutiano está basado principalmente en un cuidado casi maniático de las palabras: una historia universal como es la de todos los perseguidos y los perseguidores se concentra en un número de páginas que apenas se puede creer por lo corto que es, pero así funcionaba la idea narrativa de Souto, que creía sobre todo en que las palabras deben de ser justas, precisas, raras y llenas de una vibración que prolongue la mera historia hacia horizontes de comprensión variados. Así, una narración puede tener más densidad e intensidad que un ensayo, por el poder alucinatorio que tienen algunas combinaciones de palabras, y es un ejemplo de lo que podemos considerar la magia de lo narrativo, que es el primer intento del primer prosista que apareció en el mundo y que seguirá apareciendo si tenemos suerte.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
06 DE OCTUBRE 2018
http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto
TOSCANADAS
La dormición DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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urante mucho tiempo la ciencia se declaró incompetente para explicar por quédormimos.Claro,para descansar, eso es obvio. Pero ¿por qué exactamente el cuerpo y la mente necesitan dormir? ¿Cuáles son los mecanismos a nivel celular, glandular, nervioso, sicológico y demás que trabajan durante las horas de sueño para reparar algo que se va desgastando durante el día? ¿El cuerpo humano tiene un ciclo natural de veinticuatro horas o ésta es una mera adaptación al giro terrestre? ¿Qué pasaría si la Tierra girara al ochenta por ciento de su velocidad? Tal parece que sabemos más sobre la superficie de Marte que sobre los acontecimientos fisiológico-mentales que se dan durante nuestra relación con la almohada. Me refiero a ciencia de verdad, no a las fantasías charlatanas de Freud. Tengo años luchando contra el sueño. Nada me parece tan estúpido
SUEÑO
Dormir bien, dice Matthew Walker, mejora la habilidad para aprender y tomar decisiones lógicas.
como ir a dormir en vez de continuar la lectura de un libro. He padecido de insomnio y me son harto disfrutables las noches largas y silenciosas. Por lo general, trato de ser un ente nocturno. Lo normal es que vaya de mala gana a la cama cuando está amaneciendo, cuando la ciudad comienza a cambiar su sosiego por bullicio. Pero ahora estoy leyendo Why We Sleep?, de Matthew Walker, un científico que según parece ha estudiado el sueño como nadie, y él asegura que mi estrategia de robarle una o dos horas al sueño habrá de pasarme una factura. “Dormir menos de siete o seis horas al día”, dice el autor, “destroza el sistema inmunológico, duplica el riesgo de cáncer y es un factor determinante para el desarrollo del Alzheimer”. Los niveles de insulina se desequilibran y propicia la diabetes. Por su parte, dormir bien mejora la habilidad para aprender, memorizar,
tomar decisiones lógicas. Soñar produce un baño neuroquímico que diluye los recuerdos dolorosos y crea un espacio de realidad virtual para que el cerebro mezcle pasado con presente y fomente la creatividad. No tengo lugar para enlistar todos los beneficios de dormir bien, ni los maleficios de maldormir. Pero si soy un ente como los conejillos de Indias del doctor Walker, entonces mi deseo por terminar de leer esta noche El arenal de Sevilla, de Lope de Vega, y la presión a la que me somete la Editorial Gredos publicando cada semana un tomo de su Biblioteca de Grandes Pensadores, pronto hará que el Alzheimer saque de mi cabeza todo lo que tanto me esforcé en meter. ¿Pero qué le voy a hacer? Aunque los recuerdos son buenos, vivir el presente es todavía mejor. No quiero, al modo de Calderón, decir “la vida es sueño”; prefiero con Quevedo pronunciar: “sueño es la muerte”.
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CAFÉ MADRID
La diva y el poeta
A
mbos tuvieron nombres tan contundentes como sus vidas y sus obras. Ella, estrella de cine y mito erótico, era María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández. Él, farmacéutico y poeta universal, era Felipe Camino Galicia de la Rosa. Ambos, también, encapsularon su ristra de apelativos rimbombantes en un categórico nombre artístico con el que pasaron a la Historia. Ella encabezaba elencos como Sara Montiel y él firmaba poemas como León Felipe. Ambos eran españoles pero se conocieron en México, donde tuvieron una relación intensa y especial. La historia entre la diva y el poeta la recordamos la otra tarde un cartujo y yo al toparnos con una placa–homenaje al autor de Ganarás la luz, cuyo 50 aniversario luctuoso se cumplió el pasado 18 de septiembre, mientras recorríamos el Barrio de las Letras. Entre los últimos coletazos del verano madrileño, cual par de compadres chismosos, cartujo y discípulo leímos con detenimiento la inscripción que hacía referencia a uno de los intelectuales denostados por el franquismo. Al llegar al punto final, el monje evocó el acercamiento que tuvieron los dos artistas en el otro lado del charco y yo añadí los detalles que, poco antes de morir, con naturalidad y sin petulancia socarrona, Saritísima me contó en una larga entrevista. La actriz había llegado a México después de que el dramaturgo Miguel Mihura la recomendara a la productora Hispamex para protagonizar la película Furia roja. Era 1950 y el país no tardó en deslumbrarla. “Qué sitios, qué industria cinematográfica y qué
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORDON PRESS
comida. ¡Vaya por Dios! Ah, ¡y la gente podía divorciarse! Era una realidad que contrastaba con la España cutre que teníamos entonces”, me dijo en el otoño de 2012 en su casa atiborrada de cuadros, fotos, jarrones y figurillas. México contaba entonces con refugiados españoles de primer nivel y, gracias a José Puche, que había sido ministro de Sanidad en la República de Juan Negrín, Sara Montiel comenzó a rodearse de intelectuales. Pronto entabló amistad con León Felipe,
León Felipe le dio un fuerte abrazo a Sara y le soltó que era “la niña que había soñado toda su vida”
exiliado ahí desde 1938, y empezó a acompañarlo a sus tertulias, a las que acudía gente como Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Octavio Paz o Diego Rivera. “A León le parecía que yo venía de la España de los retrasados. Me decía: ‘no sabes ni leer bien’. Y era cierto, no podía decir ni una frase junta y me puso a estudiar. Me dio libros de historia de México para que los leyera y los copiara y luego él corregía mi lectura y lo escrito. También, gracias a su insistencia, me apunté a clases de teatro. Pero luego todo se desbordó. Porque yo fui para él su último tren como hombre”, recordó durante aquella conversación conmigo. Una tarde, aprovechando que su esposa Berta no estaba en casa, León Felipe le dio un fuerte abrazo a Sara y le soltó que era “la niña que había
La actriz, cantante y productora española Sara Montiel, protagonista de Piel canela y Veracruz.
soñado toda su vida, que era como un sueño hecho realidad”. Ella no se sorprendió porque hacía tiempo que intuía las intenciones del poeta, pero también tenía claro que no podía ser más que su amiga. “La verdad, me gustaba que un hombre tan importante se fijase en mí, que estuviese pendiente de lo que yo hiciese. Me gustaba hasta cuando me echaba unas broncas de miedo por no hacer teatro. Pero era muy mayor para mí. Lo quería, pero no lo quería como él quería que lo quisiese. Por eso lo rechacé. Y se puso muy triste”, me explicó. No obstante, más adelante los dos se vieron envueltos en una escena de celos. Ocurrió en 1951, cuando el poeta se enteró de que ella había tenido “una noche de pasión” con uno de sus múltiples pretendientes del mundillo cinematográfico (“uno que no merece la pena ni nombrar”). Le reclamó y la zarandeó. “¡Pero por qué con él sí y conmigo no, si yo te adoro!, me decía mientras me sacudía. León, por Dios, yo no te quiero como hombre, le dije. Y empezó a llorar y a pedirme perdón. Fue una situación terrible”, añadió la protagonista de El último cuplé. Los dos siguieron viéndose, incluso una vez él le compró un perro a un vendedor ambulante y se lo regaló a ella (“le puse Susu y vivió junto a mí 17 años”), pero la relación se enfrió. En 1968, los últimos versos que escribió León Felipe fueron para Sara Montiel y están incluidos en Puesto ya el pie en el estribo y otros poemas. Él mismo se los entregó, dedicados (“Sarita, te he querido mucho…”), antes de que ella volviera a Madrid y, dos semanas después, le informaran que el poeta había muerto a los 84 años en el país que lo acogió.
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