Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO ENSAYO
ENTREVISTA
EVODIO ESCALANTE
ALEJANDRO GARCÍA ABREU
Evocación de Julio Ruelas
Vila-Matas, el tiempo y los relojes
Imagen: Julio Ruelas
SÁBADO 20 DE OCTUBRE DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 801
Cien años de Ricardo Martínez Dabi Xavier/ IMAGEN: MUJER CON PALMA (FRAGMENTO, 1984). RICARDO MARTÍNEZ
Foto: EVM
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ANTESALA
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CASTA DIVA
Autodestrucción, autopromoción AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA INSTAGRAM
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a publicidad tiene pocos recursos, en eso radica la lealtad del público, que se sienten seguros con lo que les ofrece, no hay riesgo, creer en ella es un acto de fe que tiene sus recompensas. En el carnaval del arte VIP el dress code es disfrazarse de ingenuos, las campañas de publicidad se disfrazan de actos artísticos, performances, instalaciones, y los cómplices fingen que se creen las mentiras que están presenciando. En un show mediático llamado subasta de arte, el colectivo grafitero Banksy vendió y “autodestruyó” una “obra”, los curadores esgrimieron sus teorías académicas, que se suman a la campaña de autopromoción. El acto de circo era ver los rostros de los asistentes y del staff de los subastadores, en el face code del autoengaño, de que presenciaban un acto de rebeldía creativa. En las subastas se reciben las obras con semanas de anticipación, y se revisan en cada detalle, se hace un dictamen, pero como la vida es injusta con los inocentes, nadie vio que el publicista del grafitero les entregó la obra con una máquina trituradora en el marco, y la colgaron así, tampoco nadie vio que la tuvieron que programar y probar varias veces para que funcionara al momento de la foto, y nadie vio, por supuesto al comprador. Lo que sí vimos es cómo el arte contemporáneo VIP salvaguarda la mediocridad y la cotización de un colectivo grafitero con un show de programa de concursos de tipo “Atínale al precio”. Destruir las obras VIP genera muchos beneficios, el más importante es que tirarlas a la basura después de la exposición se sumará al proceso de la obra y por supuesto al precio, se puede documentar cómo el camión de la basura se lleva el colchón, las sillas rotas, la comida o la sangre en cubetas. Los artistas VIP convertirán su basura en “readymade autodestruido” y los performanceros que recolecten su detritus y lo definan como su “cuerpo autodestruido”. Las posibilidades artísticas, curatoriales y económicas son infinitas, podrán establecer la autodestrucción como un nuevo género artístico, con cátedras universitarias, tesis, curadores y más burócratas culturales. La mejor tesis académica la hizo McDonald’s con el anuncio de sus papas fritas rebanadas por la misma máquina trituradora, eso define con claridad que el arte VIP es parte de la decadencia neoliberal. El verdadero performance sería que metieran en una máquina trituradora ese millón y medio de dólares, en el banco en donde tenga su cuenta de inversión este colectivo politizado y de estética niñata, porque no solo es un acto de autopromoción, es una autocompra que le consiguió una publicidad planetaria muy barata, tan barata como el face code de los subastadores pagados como comparsas.
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Mac Banksy. Richard Agius (TBWA/Ang.)
Rush Hour. Dirección: Luciana Kaplan. México, 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
Insensible y burgués
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA CACTUS FILME & VIDEO
iempre resulta medio burgués sentarse en el cine a mirar cómo sufren los pobres. Esta es la sensación que queda después de mirar Rush Hour de Luciana Kaplan, película que ganó en 2017 el premio a Mejor documental en el Festival Internacional de Morelia. Uno entiende que Kaplan busca generar el descontento de la “concientización” pero el que produce su obra es de muy distinta naturaleza. El problema está en la más esencial de las preguntas: ¿de qué trata la película? Según el tráiler y la sinopsis, Rush Hour habla del problema del transporte en tres grandes ciudades: Los Ángeles, Estambul y Ciudad de México. La cosa no promete mucho: revivir el tráfico que todos padecemos en las grandes ciudades pero en clave de “cine de arte”. Tenemos pues a una pareja que en Los Ángeles quiere un hijo pero no tiene tiempo ni para hacer el amor; una familia en Estambul con una madre que ha decidido trabajar en un país en el cual no es bien visto que las mujeres sean proveedoras. Esta pobre mujer vive atrapada entre el deseo de mejorar económicamente y el miedo de que algo suceda a sus hijos mientras ella no está. Pero la historia más compleja es, claro, la mexicana. Hay aquí una mujer que vive en Ecatepec y tiene que viajar tres horas para ir
a lavar cabello en un barrio elegante de la ciudad. El menor de sus problemas es el tiempo que gasta en el transporte público, de modo que la comparación con la mujer de Estambul y el ingeniero de Los Ángeles resulta tan absurda como tratar de comparar ballet con arquitectura o sumar peras y manzanas. Conforme se desarrolla la historia de esta mexicana, el tema “¿de qué trata esta película?” comienza a salirse de control. Porque aquí entra en escena la violencia de género, una adoradora de la Santa Muerte que trata de limpiar de maldiciones a nuestra estilista y una truculenta historia de violación que tuvo lugar a las nueve de la mañana frente al metro Indios Verdes. Asistimos aquí sí a la miseria y a una situación conflictiva porque no tiene solución. El ingeniero de Los Ángeles podría rentar un departamento más cerca de su trabajo y la mujer en Estambul contentarse con el sueldo de su marido pero la mexicana tiene que mantener a una madre que muere de tristeza mirando un
Falta un comentario editorial, una toma de posición ante la vida de esta mujer mexicana
horizonte textualmente gris. Luciana Kaplan pierde por completo la atención de algo que de suyo parece más bien frívolo. ¿A quién le importa el tráfico frente a una situación de éstas? El problema de la película pudo resolverse si la directora hubiese emulado a documentalistas como Michael Moore, directores de cine que han descubierto que ante ciertos hechos es imposible mantenerse neutral. En suma, falta un comentario editorial, una toma de posición ante la vida de esta mujer, un narrador que explique cuál es la intención de comparar la vida de estos tres personajes. Le faltó visión a Luciana Kaplan. Haberse quedado en la idea modernista de que para hacer documentales bastan los hechos sorprende cuando uno mira su filmografía: fue productora ejecutiva de Presunto culpable, uno de los documentales más importantes en la historia de México. Uno supone que aquí la directora habría tomado conciencia de la importancia de tomar posición, ofrecer alternativas y no dejar al público ante una situación que incomoda porque frente al sufrimiento de esta mujer, sentados en una sala de cine, ¿qué vamos a hacer? Te sientes confortablemente burgués e insensible, mirando la historia de un país cuyas bases hace mucho se desfondaron.
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POESÍA
Apuntes, aforismos
LOS PAISAJES INVISIBLES
Estúpida nación asesina
ANTONIO DELTORO
Juan Ramón Jiménez es un animal lírico, de parecida manera a la que Borges es un animal literario. Borges escribe cualquier género con la presencia completa de los otros géneros. Juan Ramón Jiménez, con la presencia de su oído y de su alma: solo. *** Villaurrutia es un poeta en blanco y negro, un poco como el cine de su época, Pellicer anticipa el color en la pantalla. *** Casi todos los escritores tienen más de Penélope y su tejido, que de los remos de Ulises. *** No sé por qué los muertos más íntimos nos tengan que permitir familiaridades que los desconocidos y ajenos no nos consienten. Ambos en la Nada y, desde aquí, inaprensibles. *** Corregir el dictado de la musa requiere mucha paciencia, pues hay que esperar que la musa regrese y dicte las correcciones autorizadas.
Estos dardos pertenecen a Por ahora (Ediciones sin Nombre/ Secretaría de Cultura, México, 2018). EX LIBRIS
Simonides de Ceos/ EKO
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ANTESALA
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IVÁN RÍOS GASCÓN
@IvanRiosGascon
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Cuántas aberraciones contiene la película Nación asesina de Sam Levinson? Desde el incio, el monólogo de Lily (Odessa Young) advierte que veremos misoginia, sexismo, homofobia, machismo, violación, voyerismo, racismo, violencia, sadismo, sociopatía, pero conforme avanza el filme hallaremos más: en el condado de Salem (delirante paralelo del caserío de Massachusetts, tristemente célebre por la caza de brujas de 1692, pero también de la parábola de Arthur Miller sobre la persecución ideológico–política del macartismo), un hacker revela los vicios privados de ese rincón de la América profunda hecho metáfora de todo Estados Unidos y su sociedad, del resto del mundo y sus respectivas sociedades. La insania empieza con el alcalde: el ocurrente pirata cibernético invade sus cuentas y comparte imágenes del funcionario ultraderechista que se traviste y se divierte con una variopinta nómina de rent boys. La revelación orilla al alcalde al suicidio en su comparecencia ante el pueblo (no en una sala luminosa sino en un umbrío galerón donde Fuenteovejuna se encarna en sombras, imprecaciones y condenas); después prosigue con el director de la preparatoria, del que extrae la galería pictórica de su celular en el que hay fotos de su hija pequeña desnuda y, obvio, la gente le imputa pederastia sin escuchar explicaciones, luego publica el secreto del jugador del equipo de futbol americano que se acuesta con Bex (Hari Nef), el transgénero de la escuela, difunde las charlas eróticas (y también las selfies en lencería) de Lily con un tal “Daddy” y así, mediante el atraco de contenido en computadoras y teléfonos, en redes sociales, chats y correos, el hacker propaga la miseria personal e induce el linchamiento porque en Salem pocos quedan a salvo, aunque el castigo o el repudio colectivo es proporcional a lo “grave” o lo “escandaloso” de cada intimidad: la simple entrada a los meandros ocultos del otro le otorga al vulgo el derecho de juzgar, sentenciar e inmolar al exhibido, la masa olvida de qué esta hecha (átomos igual de despreciables con cadáveres en el armario) y al tiempo en que se autodestruye, implora hallar al responsable y solo basta que un imbécil difunda el rumor de que el hacker es la escarnecida Lily para volcar la furia en ella y sus amigas ya que su pecado, piensa esa comunidad estúpida e ignorante, es por partida doble: es pirata y es mujer, un ser frágil, sin derechos, desechable. Nación asesina expone la vulnerabilidad de la existencia propia en este mundo internetizado, en el que no mostramos lo que creemos que mostramos sino lo que realmente somos y eso puede destruir la reputación por el resto de tu vida; la violencia de género (¿por qué — se pregunta Lily— si una mujer se retrata a sí misma en encajes vaporosos, los hombres se atribuyen el derecho a disponer de ella y tratarla como puta?); la frontera inexistente entre la verdad y la mentira; la maldad sin sentido ni recompensa (del hacker escondido tras una computadora, de la turba embozada con máscaras y trapos, de los clanes de moral dudosa y apegos viles). La película de Sam Levinson decreta que, paradójicamente, a más disipación que te destapen más likes, más seguidores, más mensajes, más fama (negativa pero fama al fin), porque el planeta internetizado es una quimera hambrienta de brujas para expiar su propia abyección en la hoguera de las plataformas a las que cualquiera tiene acceso con solo dar un click.
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Este ensayo valora la obra de Julio Ruelas, quien supo captar el lado siniestro de la naturaleza humana y el carácter devorador de la sexualidad
El genio absoluto de la plástica mexicana
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EVODIO ESCALANTE IMAGEN JULIO RUELAS
s hora de que se lo diga con todas sus letras: Julio Ruelas es el genio absoluto de la plástica mexicana. Ningún otro dibujante o pintor logra entrar con tal naturalidad en la categoría de lo siniestro, en la condición finita del hombre, en el carácter devorador de la sexualidad, en la misteriosa carnalidad que nos empareja con los animales o los faunos, en los inacabables abismos de la desesperación como lo hace Ruelas. Él tiene el diapasón más tenso, más doloroso, más cimbrado de angustia. Es un parteaguas definitivo y una cumbre que no ha vuelto a ser alcanzada. Nadie ha dialogado con nuestros mejores poetas como lo hizo él, dándole una dimensión plástica a lo que era insinuación de la letra, como en “Implacable”, de Nervo. Ruelas no solo se muestra a sí mismo crucificado como un Cristo y abrazado por una mujer–arácnida, fascinante y espantosa a la vez, sino que ilustra lo que a cualquiera parecería imposible, esos versos que Nervo coloca en la voz de una mujer que se atreve a decir: “Dios ha muerto. Lo matamos Nietzsche y yo/ En el azur y en las conciencias”. Estos versos demoniacos Ruelas los revierte en una imagen plástica escalofriante. ¿Ilustrar la famosa “muerte de Dios”? ¿Este quebradero de cabeza de los filóso-
fos? ¿Será posible? Ruelas lo logra con una maestría que no tiene paralelo dentro de nuestra historia. Ahí está su dibujo para demostrarlo. La historia produce coincidencias significativas. Ruelas y José Juan Tablada —nuestro gran decadentista que luego figurará como el primero de nuestros poetas de vanguardia— son amigos desde su época de escolapios, y comparten una pasión por el decadentismo: los dos están impregnados de Baudelaire, admiran a mujeres fatales y se intoxican con todo lo disponible (¿ajenjo, opio, cocaína?), sobre todo Tablada, quien alguna vez tuvo que someterse a una desintoxicación en algún hospital. Algo muy singular en lo que me parece la crítica ha sido omisa. En una época afrancesada, como lo fue el porfirismo, Ruelas, que ama a París, se va a estudiar a Alemania. Son los años que pasa como estudiante en la Kunstakademie de Karlsruhe, en Baden, Alemania (1891–94), los que le dan las herramientas que lo singularizan. ¿Herramientas? Me quedo corto: esa estancia alemana contribuye de modo decisivo a forjar su sensibilidad enervada, además de que lo acerca a los modelos del último romanticismo donde destaca la influencia de su maestro Böcklin. Ceballos lo describe, antes de conocerlo, como un parroquiano habitual de una cierta cantina de la Ciudad de México. Revisaba algunas revistas germánicas y luego se quedaba pensativo, ensimismado. ¿Conocía Ruelas el alemán? Me
parece inobjetable que sí, de otro modo no se explica que haya estado varios años como estudiante allá. Esto le da un temple especial a su naturaleza de artista, un temple que ya se anticipaba en México antes de partir al extranjero: su devoción por el Fausto de Goethe y por la música de Richard Wagner. El nombre de Wagner, como todo mundo sabe, se asocia de modo inevitable con el de Nietzsche. Antonio Saborit ha señalado que varios óleos de Ruelas, Fauno y Fauno niño, por ejemplo, están inspirados en su lectura. Recojo su afirmación para sostener que Ruelas asimiló a Nietzsche de muchas maneras: su exacerbado nihilismo así como su actitud ante la mujer están reforzados por los textos del filósofo alemán. Hay un dibujo que me estremece: el “Sócrates”, donde vemos al pensador griego “caminando” a cuatro patas, domeñado por una suripanta desnuda y burlesca que además le hiere en el cráneo con un compás (símbolo de la mesura, de la medida pitagórica de todas las cosas). Esta obra, estoy seguro, no podría haberse concebido sin estar al tanto de los ataques que arrojó Nietzsche en El nacimiento de la tragedia en contra de Platón y su maestro Sócrates. Por lo demás, hay señales que sugieren que Julio Ruelas es el responsable de haber introducido a Nietzsche en México. Es cierto que dos o tres de los libros del pensador
germano ya se habían traducido en España hacia finales del siglo XIX, y que muchos intelectuales franceses, ni se diga, le profesaban culto y admiración. Pero en México Julio Ruelas aporta varios “granitos de arena” al dedicarle páginas en distintos números de la Revista Moderna, de la que era el principal ilustrador. Antes que en cualquier otro lugar, cuando menos aquí en México, es esta revista la que da a conocer varios textos no solo de sino también acerca de Nietzsche. La revista reproduce en dos ocasiones fragmentos del segundo libro del autor, Humano, demasiado humano (1878), y aparecen ahí mismo, además, diversos artículos sobre su pensamiento. El número 8 de la revista, correspondiente a la segunda quincena de abril de 1900, publica un texto de Enrique Lichtenberger titulado “La literatura de Nietzsche”. En el número 9, de la primera quincena de mayo, otro de Pierre Lasserre, “Nietzsche y la literatura francesa”. Los números 15 y 16 de la Revista Moderna dan a conocer en dos partes un texto de Julio de Gaultier titulado “De Kant a Nietzsche”. En otro número aparecería también un texto de André Gide, “De la influencia en la literatura”, donde el autor francés se ocupa de Goethe y un poco de paso de Federico Nietzsche. Mil novecientos es pues el año en que la Revista Moderna aporta costales de simpatía en favor del conocimiento
Hay señales de que Julio Ruelas es el responsable de haber introducido a Nietzsche en México
PINTURA
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Pierrot Doctor, 1898. Alejandro, hermano de Julio Ruelas, sirvió de modelo para este cuadro.
mexicano del autor alemán. La joya de la corona, sin duda, la encontramos en el número 2 de la revista, correspondiente a la segunda quincena de ese mismo año de 1900, con dos aportaciones notables: dibujo de la efigie de Nietzsche en retrato de Julio Ruelas y que ocupa la portada de la revista; y texto explicativo en el que la revista señala la importancia de Nietzsche como crítico de la
democracia y ofrece dedicar otros textos a este héroe del pensamiento que, asegura la nota, nos seduce con “un ideal sobrehumano que es un verdadero tipo de perfección”. Clara alusión al concepto de superhombre de Nietzsche. Lo que Ruelas destila en esa portada es una devoción infinita hacia el escritor alemán. El humor amargo, la ironía desencajada, la desesperación
nihilista que recorre gran número de sus dibujos, desaparece aquí como por arte de magia. Se diría que Ruelas (como antes los poetas alemanes del círculo de Stefan George) cae postrado ante esta figura del genio. Me parece imposible que Ruelas y Ramón López Velarde se hubieran conocido, a pesar de ser ambos zacatecanos: coincidieron un poco en el tiempo pero no en el espacio.
En cierto sentido, la poesía de López Velarde, sobre todo en su primera época, es una reacción en contra del furioso decadentismo que había propalado la Revista Moderna. Una reacción que se vuelve hacia lo positivo, hacia lo “recuperable” de la vida en provincia y de las esencias de la nación. Su amigo y su gemelo espiritual no es Ruelas sino Saturnino Herrán. El toque folclorista, el rescate de los modelos nacionales y de la provincia que realiza el pintor Herrán, es afín por completo a la sensibilidad de La sangre devota (1916) e incluso de la Suave patria (1921), el poema emblemático de López Velarde. “La prima Águeda”, las “jerezanas” de su corazón, el “edén subvertido”, todo ello se coloca en las antípodas del nihilista Ruelas. Pero… pero… el último López Velarde, acaso sin saberlo, se aproxima a las posiciones del dibujante genial. Quiero decir que un soplo de decadencia y de nihilismo atraviesa algunas de las últimas composiciones del jerezano. Pienso, de modo especial, en “El sueño de los guantes negros”, estupenda epifanía mortuoria, verdadera ensoñación macabra de un deseo erótico irreprimido. Si López Velarde hubiera concluido este poema, y si lo hubiera publicado, y si para entonces Ruelas estuviera vivo, sin duda él sería el ilustrador idóneo de esta fantasía macabra que no tiene antecedentes en nuestra literatura. Más allá de que la obra de Ruelas haya sido a menudo mal valorada, como sucede con el texto que le dedica la fallecida crítica de arte Teresa del Conde, quien le advierte “defectos” en su arte del dibujo y hasta le achaca recaídas culpígenas, al señalar que el famoso aguafuerte La crítica es en realidad una autocrítica, hay que decir que Ruelas mereció el reconocimiento incluso de muchos de sus contemporáneos. El escritor José López–Portillo y Rojas, por ejemplo, escribió: “para mí Ruelas es un dibujante de genio. Nada le falta para ello: ni el estro, ni el arrebato, ni el éxtasis, ni la intuición de lo bello, ni la sensualidad exquisita, ni la ejecución maravillosa”. En su función de crítico de arte, su gran amigo José Juan Tablada nos dejó esta visión (publicada en Historia del arte en México, 1927) que a mí me parece testamentaria, y con la que concluyo: “Julio Ruelas inauguró la era del arte moderno entre nosotros. Fue un romántico a la manera de los alemanes […] y un verdadero poeta por su rica fantasía imaginativa”.
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DE PORTADA
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Para celebrar el centenario del pintor mexicano, la Fundación que lleva su nombre publicó un libro que explora su obra. Aquí un vistazo a ese proyecto
Cien años de Ricardo Martínez DABI XAVIER FOTOGRAFÍAS FUNDACIÓN RICARDO MARTÍNEZ
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l 28 de octubre se conmemora el centenario de Ricardo Martínez, uno de los artistas mexicanos más destacados del siglo XX. El objetivo principal de la Fundación que lleva su nombre es preservar, difundir y proteger su legado. Desde 2009 se ha llevado a cabo una gran labor de investigación, digitalización y promoción de su trabajo; se ha registrado obra en colecciones privadas, museos, galerías e instituciones públicas y privadas y se ha creado una base de datos del acervo documental que el artista conservó durante más de 70 años: cartas personales, documentos institucionales, fotografías, invitaciones, periódicos y revistas de distintas épocas, así como su biblioteca y una colección de piezas prehispánicas registradas ante el INAH y actualmente bajo resguardo de la Fundación. Este año es especial para la Fundación debido a la publicación del libro Ricardo Martínez, a 100 años de su nacimiento, que contiene imágenes en su mayoría inéditas y siete textos con perspectivas novedosas, así como una cronología títulada “Ricardo Martínez y su tiempo”. El libro incluye además los textos en inglés. La introducción de Arturo López Rodríguez contextualiza al artista en el ámbito cultural del siglo XX. Destaca varios aspectos de Ricardo Martínez: sus inicios en la Galería
El artista plástico nació el 28 de octubre de 1918 y murió el 11 de enero de 2009.
de Arte Mexicano y el papel que ésta desempeñó al principio de su trayectoria. También menciona la amistad que Ricardo Martínez tuvo con Francisco Zúñiga y cómo influyó en su trabajo pictórico. El autor describe el conjunto del libro y señala al final: “En estas páginas el lector descubrirá el diálogo del observador con el arte de un pintor que se cumplió a sí mismo; de una voz original a través de su pincelada: estructura, materia, colorido misterioso y atrayente; escultura pintada, más pintura pura”. Por su parte, Zarina Martínez Lacy escribe una entrañable semblanza de su padre. Habla del entorno familiar de Ricardo Martínez, sus padres y hermanos, y de su experiencia propia como hija del artista. Asimismo, da cuenta de la relación de amistad que Martínez mantuvo con poetas, escritores y pintores, que duraron toda la vida. Al ser un hombre reservado y que pocas veces concedió entrevistas, Ricardo Martínez dijo en varias ocasiones que su obra hablaba por sí misma. Ahora, y por primera vez, se conoce a un Ricardo Martínez más allá de su trabajo: un ser humano sensible, estudioso y disciplinado, apegado a su familia y leal con sus amigos En el texto titulado “Ricardo Martínez y la naturaleza”, Miriam Kaiser destaca la importancia de la naturaleza, un tema que acompañó al artista en su trayectoria y que reprodujo a través de distintas técnicas: dibujo, sanguina, óleo sobre papel y óleo sobre tela. Desde la perspectiva de la historia del arte, Kaiser afirma que las siguientes generaciones de artistas que se alejaron
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Hombre bebiendo (1963).
de la Escuela Mexicana de Pintura continúan con este tema pero dan cabida a otras formas y estilos. En Ricardo Martínez, particularmente, revela que en los años cuarenta pintó el exterior y en los años cincuenta “comienza a sufrir una transformación notoria. Se terminan los paisajes exteriores y comienza una época de introspección”. La autora realiza un recorrido por las distintas etapas del pintor y enfatiza la influencia prehispánica en su obra; al finalizar el ensayo insiste: “no hago más que reiterar su legado al arte mexicano, al arte universal, a partir de esa conjunción de amor y, por lo tanto, profundo conocimiento y apego a la naturaleza, siempre teniendo en mente a su tierra, su país… su historia ancestral”. El texto “1940–1980. De la búsqueda a la consolidación de un estilo”, de Aurora Yaratzeth Avilés García, profundiza en los inicios artísticos de Ricardo Martínez, la influencia de artistas como Federico Cantú
y Manuel Rodríguez Lozano, para destacar a su vez las características propias de la obra de Martínez, marcando un parteaguas a la mitad de los años cincuenta, cuando consolida su estilo único. Por primera vez se realiza un estudio académico de la obra de Ricardo Martínez y resulta muy revelador al mencionar sus búsquedas pictóricas en los años cuarenta y cincuenta, hasta ese estilo con rasgos prehispánicos de las figuras monumentales. Sin embargo, Avilés concluye que aún hay mucho por explorar en el arte de Ricardo Martínez. Para finalizar la trayectoria pictórica del artista, María Fernanda Matos Moctezuma aborda el periodo de 1980 a 2009 en el texto titulado “1980–2009. Producción plástica”. En éste muestra a un Ricardo Martínez totalmente consolidado, con
El libro-homenaje contiene imágenes inéditas y textos con perspectivas novedosas
ese estilo que lo caracteriza, donde no solo menciona los rasgos prehispánicos sino también “el sentido de monumentalidad, la luminosidad del color y el equilibro matemático de las composiciones”. Al finalizar cada texto hay una selección de obra de las distintas etapas de Ricardo Martínez, la cual refleja sus búsquedas pictóricas y estilos correspondientes a los dos grandes periodos. Además de la trayectoria pictórica, se explora a Ricardo Martínez como ilustrador. En “Un intercambio generoso: viñetas y dibujos en publicaciones literarias”, María José Ramos de Hoyos aborda esta faceta que inicia en 1945 con la publicación de las viñetas en el libro Epigramas americanos de Enrique Díez-Canedo. Ramos de Hoyos explica de manera detallada la importancia de la relación entre artista y escritor o editor. Durante varias décadas Ricardo Martínez ilustró portadas e interiores para
Los Presentes, Colección Letras Mexicanas y Tezontle del Fondo de Cultura Económica y Joaquín Mortiz, entre otros. La autora afirma que algunas de sus viñetas pudieron ser el preámbulo a algunos óleos sobre tela. Por último, el texto titulado “El acervo: una historia que contar”, presenta el archivo documental bajo resguardo de la Fundación y que respalda la historia del artista a lo largo de más de 70 años de su vida. La coordinación editorial estuvo a cargo de Alberto Tovalín, y el concepto y diseño editorial, de Teresa Peyret. La presentación del libro se llevará a cabo el sábado 27 de octubre en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes a las 12:00 horas. Información en www.fundacionricardomartinez.net
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Para adquirir el libro, dirigirse a fundacion.ricardo.martinez@gmail.com
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LITERATURA
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Fotografía tomada en un escaparate de la Grand–Rue de Genève, Suiza.
Borges, Bioy Casares, Cervantes, Carlo Levi, Italo Calvino, Lisboa y hasta los Rolling Stones aparecen de improviso en esta conversación con el escritor catalán en la que refulgen no solo sus certezas creadoras sino la duda perenne sobre el tiempo y la finitud del ser
Enrique Vila-Matas
“Me gustan los relojes antiguos, no sé por qué”
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ALEJANDRO GARCÍA ABREU FOTOGRAFÍA ENRIQUE VILA-MATAS
ecibo una imagen que Enrique Vila–Matas (Barcelona, 1948) me envió desde la capital de Cataluña. Es una fotografía de un reloj Erwin Sattler que el escritor tomó en un escaparate ginebrino. La maison alemana destaca el balanceo rítmico de sus péndulos y sus diseños atemporales. El ritmo y la atemporalidad no resultan ajenos a la obra del escritor. En entrevista telefónica desde Barcelona, Vila– Matas conversa sobre los relojes y el sentido del tiempo. ¿Cuál es el origen de tu gusto por los relojes antiguos, constatado por la fotografía que me enviaste? Me gustan los relojes antiguos, no sé por qué, y al ver el escaparate de esa tienda hice la foto. La Grand– Rue de Genève es donde nació Jean– Jacques Rousseau y donde vivió Jorge Luis Borges. Fui a caminar por allí con Paula de Parma. Es un
agradable descenso hacia el lago. El escaparate de aquella tienda era magnífico. Vi ese reloj incomprensible e instintivamente hice la foto. “Hay que dar tiempo al tiempo”, se dice en El Quijote; no se puede escribir mejor. Estudiosos de Borges afirman que, en una conferencia, sacó un reloj del bolsillo. Intentó ver la carátula a una distancia tan mínima como a la que trabajan los maestros relojeros. No sabía. Recuerdo que Borges escribió en 1937: “Shakespeare —según su propia metáfora— puso en la vuelta de un reloj de arena las obras de los años”. Hay que ser Borges e ir cada noche a cenar a casa de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares para poder escribir una frase como esa. Escribiste sobre Lisboa: “Tierra adentro, está el British Bar, con su reloj con los minuteros al revés”.
Ese reloj sigue ahí, en ese bar de marineros y de mala muerte. Lo filmó Wim Wenders para El estado de las cosas, una película en la que esa pieza es metáfora de la relación extraña de Lisboa con el tiempo. Aún me acuerdo de cuando evoqué ese reloj al revés: “Reloj del British Bar, a unos pasos de Cais de Sodré, donde un reloj municipal —con la leyenda hora legal — marca, en clara oposición a la del British, la hora oficial”. Y tal como escribí, también tierra adentro, encontramos el Alto da Graça y, descendiendo, a la deriva, como hay que viajar siempre, la Cervejaria Trindade, y más allá de todo, el rincón más elegante de la Tierra: el jardín del Museo de las Janelas Verdes, espacio raro donde un camarero negro de smoking
Uno siempre piensa que la literatura y los guardatiempos son mecanismos de alta precisión
blanco servía en silencio el cocktail Janelas Verdes Dream. Parece que fuera ayer. Pero hay relojes que lo desmienten. Todo en Lisboa queda al final desmentido. Es una ciudad fascinante. Allí el tiempo es solo el tiempo extraño de la ciudad de la saudade. Tras la recepción de la imagen del reloj Erwin Sattler me remití a Mac y su contratiempo: “Nos quedamos en silencio unos segundos y recuerdo que solo oíamos el tic tac angustioso de un reloj que siempre tuve por sigiloso”. Déjame que consulte mi libro. [Vila–Matas pausa la conversación para extraer el ejemplar de un estante de su biblioteca.] Sí, mira. Antes de relatar el episodio angustioso al que te refieres, escribí: “Quizá en lo del reloj no haya repetición, me digo, sino una misma hora cayendo a todas horas: la vida vista como una sola tarde, como una tarde elemental, anodina; gloriosa en contadas ocasiones, y ni aun así dejando de perder su tono grisáceo de fondo”. Pienso en Perder teorías, libro en el que escribiste: “La escritura vista como un reloj que avanza”, tercer punto de la teoría de la novela concebida por el protagonista, Samuel Riba. El punto que destacas sobre el tiempo es fundamental. Es indisociable de los otros cuatro puntos de la teoría concebida por Riba. La “intertextualidad” —escrita entrecomillada—. Las conexiones con la alta poesía. La victoria del estilo sobre la trama. La conciencia de un paisaje moral ruinoso. “El reloj es el primer símbolo de Shandy, bajo su influjo es engendrado y comienzan sus desgracias, que son una sola cosa con ese signo del tiempo. La muerte está escondida en los relojes, como decía Belli”, escribió Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, citando a Carlo Levi, autor de El reloj. El planteamiento de Carlo Levi citado por Italo Calvino —en una conferencia en la que destacó algunos valores o cualidades o especificidades de la literatura que le resultaban particularmente queridos— pertenece a la estela shandy. Levi se refirió al “abstracto tiempo que rueda hacia su fin”. Recuerdo las campanadas del reloj de la madre de los Tenorio en Lejos de Veracruz, el libro de Manès Sperber visto como “un reloj parado en la hora del sol y de la muerte” en El traje de los domingos, el envío a Sophie Calle de la imagen del reloj del British Bar en Porque ella no lo pidió. ¿Cómo vinculas la literatura con los relojes? También está el reloj lento de Mayol en El viaje vertical. Quizá el tiempo solo pertenece a los libros y a los relojes. Uno siempre ha pensado que la literatura y los guardatiempos son mecanismos de alta precisión, pero el propio paso del tiempo nos permite dudar de ello. Me gusta una canción de The Rolling Stones, solo por su título: “El tiempo no espera a nadie”.
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EN LIBRERÍAS
20 DE OCTUBRE 2018
NARRATIVA, ENSAYO Leona
El mercenario que coleccionaba obras de arte
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A FUEGO LENTO Los estratos
Ausencio México, 2018
El desdén de los muertos Celia del Palacio Planeta México, 2018 321 páginas
Wendy Guerra Alfaguara México, 2018 376 páginas
Juan Cárdenas Almadía México, 2018 196 páginas
Leona Vicario es la heroína que conduce la acción de esta novela, enmarcada entre el otoño de 1808 y el verano de 1842. Transcurre, como sospechará el lector, entre los tiempos cercanos al estallido de la guerra de Independencia y la muerte de Leona Vicario, cuyo espíritu levantisco sobresale por encima de otros dones. La recreación histórica no solo alcanza los vaivenes militares y políticos sino la alcoba, la cocina, las sobremesas, la cotidianeidad siempre en vilo.
Esta es la historia de Adrián Falcó, uno de los muchos seudónimos utilizados por un enemigo del régimen castrista, a quien Wendy Guerra toma como modelo del “guerrero maquiavélico” que inspira a esta novela. Su historia es también la de las primeras dos décadas de la Revolución cubana, el pacto entre guerrilla y narco en Colombia, la Contra en Nicaragua y la intervención de la CIA en el curso político de América Latina. Una ficción, sí, pero sujeta al verismo testimonial.
Publicada por primera vez en 2013, esta novela narra la historia de un hombre que, tras recordar las fábulas que su nana le contaba acerca del diablito de Churupití cuando era niño, decide abandonar una vida apacible en un complejo residencial con alberca, jardines y guardias de seguridad, así como poner fin a su matrimonio y olvidar la bancarrota de la empresa en la que es accionista. Ese giro es más una fuga hacia un mundo imaginario que una renuncia irrevocable del presente.
Las fiebres de la memoria
Pensar Ayotzinapa
Amor y horror nazi
Gioconda Belli Seix Barral México, 2018 358 páginas
Rosaura Martínez, Mariana Hernández, Homero Vázquez (coord.) UNAM/ Almadía México, 2018, 220 páginas
Mónica G. Álvarez Diana México, 2018 271 páginas
Año 1847. Charles Choiseul del Praslin, noble de la corte del rey de Francia, es acusado de un crimen pasional. A instancias del propio rey, De Praslin finge su suicidio y se marcha a Nueva York. Ahí conoce a un magnate poderoso, quien lo invita a hacer la Ruta del Tránsito por el río San Juan y el lago de Nicaragua y, seducido por la belleza tropical de la región, De Praslin decide instalarse ahí, al tiempo en que se enamora de una joven viuda, Margarita Arauz, conocida como la Rosa Blanca.
Diez textos dan forma a este libro que intenta desentrañar el significado de la consigna “Fue el Estado”, que se volvió bandera de lucha tras la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos la noche del 26 de septiembre de 2014. Una inquietud sirve de guía: “cómo pensar los acontecimientos de Ayotzinapa desde las fronteras entre el psicoanálisis y la filosofía política”. En el fondo, se trata de dilucidar quiénes construyen la verdad y de qué instrumentos se valen.
Si Guardianas nazis. El lado femenino del mal confrontó a los lectores con las mujeres que participaron en el exterminio de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, este libro reúne siete historias de amor vividas en los campos de concentración en la voz de algunos de sus protagonistas, sobrevivientes a los abusos, las vejaciones y la violencia instrumentada. En Auschwitz, dice una de las voces, “pasaban muchas cosas, amor y muerte, sobre todo muerte”.
ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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or Ausencio (Almadía), Antonio Vásquez recibió el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela 2017. Qué buena elección la del jurado integrado por Bibiana Camacho, Jaime Mesa y David Miklos, y qué telúrica revelación. Ausencio tiene la forma de un viaje descendente hacia la autodestrucción. “Aparece la luna como un gran ojo que se abre en el cielo”, leemos, y de inmediato reconocemos la señal amenazadora de estas palabras inaugurales. Ese gran ojo escruta al protagonista —un joven estudiante, Arturo— quien sobrelleva una culpa. Su padre, Ausencio, ha muerto, y no puede “llorar como los demás”. Caminamos por las calles desoladas de un poblado cercano a la capital oaxaqueña. En el principio hay entonces una culpa. Luego viene el retrato del padre: un borracho pendenciero que, aun antes de morir, ha traído la orfandad y la desgracia a sus hijos. No es, sin embargo, el recuerdo de este padre el que anticipa la ruina del personaje sino su influencia devoradora. Vásquez lo condena a repetir los pasos del padre transformando su amable sobriedad en una vorágine alcohólica. El lector mira esta metamorfosis con espanto, narrada con una riqueza poética hecha de imágenes sorprendentes y lacónica precisión. Una vez que se rompe la rutina estudiantil y amorosa, una vez que Arturo toma la decisión de aceptar el llamado de su vocación de abismo, se extiende una atmósfera de pesadilla a la que entramos como si lo hiciéramos a un museo de cera donde las figuras se mueven, hablan y pelean con un hálito fantasmal. Fantasmales son los escenarios del centro de la Ciudad de México, de sus parques, calles y cantinas, y aún más fantasmales los de ese poblado oaxaqueño —estación de partida y también de último arribo— que hace tiempo ha dejado de mirar hacia adelante. Constructor de insomnios y temblores, Vásquez exhibe el ritmo y la paciencia suficientes para conducir a su personaje hacia la indigencia espiritual y sumarlo a la corte de almas en pena que se multiplican a medida que avanza la novela. Desde las primeras hasta las páginas definitivas, Ausencio contiene una energía vital y escritural de la que, no obstante sus empeños, no se benefician muchos narradores. Estremece por lo que dice y, sobre todo, por lo que está a punto de llamar por su nombre.
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CINE
20 DE OCTUBRE 2018
RESEÑA
ENTREVISTA
Imágenes de la historia ANDREA SERDIO
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iscípulo de Fernand Braudel, el francés Marc Ferro es autor de El cine, una visión de la historia, publicado por Akal, donde afirma que, como pasa en las novelas, “en los filmes de ficción muchas veces vemos hechos y análisis que no entregan ni los documentos oficiales ni los discursos ni las estadísticas”. Esto, asegura, puede verse en películas como Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, o en algunas de Tavernier que critican el funcionamiento de la sociedad. En el primer capítulo del libro —“Mitos y héroes del pasado”— habla de obras como Perceval le Gallois de Éric Rohmer; Barry Lyndon de Kubrick; Alexander Nevsky de Eisenstein; Andréi Rubliov de Tarkovsky; de las grandes producciones de Cecil B. de Mille; del Satyricon de Fellini para analizar sus hallazgos, sus limitaciones y alcances en su manera de contar la historia. El segundo capítulo se llama “El antiguo régimen y las revoluciones”. Trata de películas que cuestionan el poder absoluto y elogian o critican los movimientos insurgentes. En algunas como La inglesa y el duque, de Rohmer, se exaltan los valores de la aristocracia, mientras que en cintas soviéticas como El acorazado Potemkim de Eisenstein, con su motín de leyenda, se defiende el derecho a la insurrección. “De una guerra a otra” es el título del tercer capítulo. Va del pacifismo de cintas como Yo acuso de Abel Gance o ¿Armas al hombro? de Charlie Chaplin al reproche a la institución militar, a sus abusos, a sus mentiras, a su patrioterismo en películas como De aquí a la eternidad de Fred Zinnemann. Ferro destaca también los discursos fílmicos de Estados Unidos y Europa frente a la amenaza nazi y el cine propagandístico del régimen de Hitler. “Europa, las sociedades civiles en la hora de los totalitarismos” es el cuarto capítulo de este ensayo. Aborda las películas alemanas antes de Hitler, con directores como Murnau, Fritz Lang y Georg Pabst. Nos habla del clásico ¡Viva la libertad! de René Clair, donde se discuten los ideales de la derecha y la izquierda, se ocupa del neorrealismo italiano y de películas como Arroz amargo de Giuseppe de Santis y La caída de los dioses de Luchino Visconti, revisa la Nueva Ola Francesa y la obra esencial de Fassbinder. “Cine colonial, cine anticolonialista, cine de los colonizados” es el quinto capítulo, en el que destacan cintas como Lawrence de Arabia de David Lean. El sexto se llama “La historia de Estados Unidos en el cine”, comenzando con El nacimiento de una nación de D. W. Griffith, un clásico que apuesta por el racismo, que parece estar de vuelta en nuestros días.
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Rush Hour reflexiona sobre el caos y los problemas de movilidad en las grandes ciudades.
Luciana Kaplan
“Donde hay drama… hay cine”
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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA CACTUS FILME & VIDEO
n promedio, los habitantes de la Ciudad de México invertimos 88 minutos en el traslado de nuestra casa al trabajo. El número no nos dice qué sucede durante el trayecto y menos aún su incidencia en nuestra vida cotidiana. Con el objetivo de profundizar en las historias personales que viven los habitantes de la Ciudad de México, Estambul y Los Ángeles, la cineasta Luciana Kaplan filmó el documental Rush Hour. ¿De dónde viene la idea de pensar en el tiempo que invertimos en desplazarnos de un lugar a otro? La película nació por una experiencia personal. Había una mujer que me ayudaba a cuidar a mi hija cuando era más chica. Invertía seis horas en el trayecto: tres de ida y tres de regreso. Cada día me contaba lo que pasaba durante el recorrido: inundaciones, asaltos, etcétera. Me impresionaba que pasara más días en el transporte público que en su trabajo. Como ella, viven millones de personas. No nos damos cuenta de la magnitud del problema que implica. Porque lo tenemos asumido como algo cotidiano. Claro, y la película nos invita a cuestionarnos si estamos contentos con el tipo de ciudades que hemos creado, tanto los habitantes como los gobiernos. Nos falta preguntarnos: ¿cómo llegamos a esto?
¿Por qué filmarla en Los Ángeles, Estambul y la Ciudad de México? No quería que se convirtiera en una película sobre la Ciudad de México porque es un problema de las grandes urbes. La gente no vive cerca de donde trabaja y esto acarrea una serie de conflictos. Hice una investigación sobre las ciudades donde la gente pasa más tiempo en el tráfico y así llegué a Estambul y Los Ángeles. Casi sin proponérselo, termina siendo una película sobre la soledad. Sí, porque es una consecuencia. El otro día leí que en el Estado de México subió el índice de obesidad infantil debido a que las madres no están en casa durante el día. Son cosas que debemos analizar. Soy optimista y creo que todavía podemos revertir las cosas. Con ese espíritu hice la película. En el caso de Estambul y la Ciudad de México, esto se refleja en marginación social. La gentrificación expulsa de las zonas centrales a quienes tienen los sueldos más bajos. Estos fenómenos, que no parecen ser tan importantes, impac-
“Quería hablar de la sociedad moderna, del estrés y la neurosis acumulados”
tan a nivel urbano y de seguridad. Al final quería hablar de la sociedad moderna. El estrés y la neurosis acumulados generan una psicosis social a la que ya estamos acostumbrados. ¿Cómo darle a esto un tratamiento cinematográfico para que quien lo vive pueda sentirse identificado en la película? Busqué historias que reflejaran el drama del hombre común. El cine es conflicto e intenté encontrar las pequeñas odiseas cotidianas. No es una película fría, con estadísticas y números. Quise encontrar el drama humano porque donde hay drama… hay cine. Las historias de los personajes tienen que ver con lo que nos pasa a todos; por eso es una película muy emocional. Con Rush Hour quería mostrar que todos somos pequeños héroes cotidianos que nos limitamos a sobrevivir. ¿Qué poder encuentra en el documental para buscar incidir en la realidad? Hay al menos dos tipos de documentales. Por un lado, el informativo, que me parece válido porque busca transmitir un conocimiento. Pero hay otro, que me interesa más: me refiero al que busca conectar emocionalmente y hacer pensar al espectador por medio del conflicto. Vivimos una época en la que los documentales inciden cada vez más en la realidad y por eso tienen más valor que la ficción.
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ESCENARIOS
20 DE OCTUBRE 2018
DANZA
PERSONERÍO
Odette y Odile
Eugenio Olmedo: vagabundo
ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA WIKIPEDIA
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El Ballet de Monte Carlo, compañía participante en el Festival Internacional Cervantino.
urante estos días y hasta el próximo 28 de octubre se realiza en Guanajuato el Festival Internacional Cervantino. Con poca presencia de compañías y proyectos nacionales, salvo en el ámbito de la danza folclórica, este año el Festival dedica su edición a la India y al estado de Aguascalientes. Las compañías Manipuri Jagoi, el Ensamble Malavika Sarukkai, Grupo Luceros, Compañía Michèle Noiret, el Ballet Nacional de Eslovenia, el Ballet Folklórico de Amalia Hernández, el Ballet Folklórico de la Universidad de Guanajuato y la Compañía Daniel Abreu son los grupos exponentes durante el Festival. Varios de ellos tendrán funciones, pláticas y talleres en diferentes estados de la república como extensión del Festival. Entre las compañías participantes también se encuentra el Ballet de Monte Carlo con una pieza denominada LAC, basada en Lago de los cisnes, sobre la partitura del músico Piotr Ilich Tchaikovsky. Una coreografía que busca la actualización del ballet de repertorio con un afán de acercarlo a la actualidad dotándolo de un carácter tipo thriller. ¿Y qué otro carácter podría tener dados los convulsos tiempos actuales? Jean–Christophe Maillot se aventuró con el propósito de crear un ballet más verdadero, y para ello debió desromantizarlo.
El elemento que nos liga a la tradición es la música, mientras que los códigos coreográficos juegan con trazos más contemporáneos y, aunque la técnica sigue manteniéndose impecable, la danza rompe con las estructuras rígidas del repertorio para mostrar un mosaico amplio de posibilidades técnicas e interpretativas que le imprimen un matiz más interesante, menos plano. El coreógrafo expresó en varias entrevistas la necesidad que existe de renovar la danza académica a través de propuestas que no rompan con la tradición, pero que sostengan una proyección y mirada hacia el futuro, especialmente para acercarse a públicos más jóvenes y ofrecer oportunidades de desarrollo creativo a los ejecutantes en formación. Esta perspectiva también abre la posibilidad a los coreógrafos noveles de experimentar a través del diálogo entre tradición y renovación. El arte nos obliga a pensar si nos espejea y refleja como individuos y como sociedad. Si no nos lo preguntamos periódicamente, carecemos de vínculo y episteme, por lo que tendremos un arte vacío cuyo aporte, en el mejor de los casos, será ornamental.
Maillot renueva la danza académica con propuestas que no rompan con la tradición
El reto no es sencillo y requiere de pensar constantemente la danza y dialogar con su tradición. El enfoque confronta varias posturas detractoras y el Ballet de Monte Carlo se ha caracterizado por aceptar el reto y sostenerlo con una incuestionable calidad técnica y un notable mosaico interpretativo. El reto incluyó cambiar su naturaleza, en 1993, para denominarse “ballet contemporáneo” y romper así con los ballets de repertorio. La propuesta de actualizar los ballets podría entenderse desde la analogía de pasar de una perspectiva plana bidimensional a asomarse, girar y mostrarla con volumen para abrir la puerta a una nueva dimensión de la narrativa del ballet de repertorio. Para el caso de Lago de los cisnes, el cine hizo también un intento muy exitoso cuando el director Darren Aronofsky presentó la película El cisne negro en la que, de modo paralelo a lo que sucede en la historia de Odette, Odile y Sigfrido, nos muestra la historia, en la actualidad, de un triángulo que replica la narrativa del ballet y difumina el cuento con la vida real. La fórmula consiguió actualizar el guión, acercar al público al repertorio, y generar un interés por la danza clásica más allá del encanto por las puntas y los tutús. Jean–Christophe Maillot ha comprobado, sin caer en fórmulas simplistas, que es posible la renovación de los ballets clásicos y mantener el diálogo entre la tradición y la visión de futuro.
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JOSÉ DE LA COLINA
ra alto, ojón, de mirada gitana, lánguida pero muy vital, y vestía ropa que aleteaba como en flecos según la voluntad del aire y de los vientos. Lo encontré en un programa de la incipiente televisión de los años cincuenta, la casi única estación televisora que había entonces, la XTV. Nos habían presentado como escritores —él había publicado en algún sitio un cuento, tal vez plagiado—. Era muy caminador por el corazón harapiento de la populosa y popular Ciudad de México, muy de todas partes y ninguna, y no creía en nada salvo en la aventura de vivir a todos los vientos, según la voluntad del aire del que parecía estar hecho. No creía en nada, era de un anarquismo natural, no aprendido, no leído en Bakunin, ni en Kropotkin, ni en ningún teórico del pensamiento libertario. Lo encontré como quien encuentra un compañero ideal para ir conociendo, viviendo, soñando, delirando, reinventando ese amasijo de vidas que era la parte central de la Ciudad de México de finales de los años cincuenta. No teníamos rumbo, andábamos por todo un laberinto de calles, y él iba contándome historias que se inspiraban en los personajes que encontrábamos al paso. Ese anarquismo natural que ya digo que profesaba como sin darse cuenta era acompañado de vivir en cualquier sitio donde lo tumbara el sueño. Su existencia estaba asegurada por pequeños robos hechos por doquier con una naturalidad sorprendente que le permitía evadir siempre la mirada de los policías, que eran como los de Abel Quezada, es decir, casi tan harapientos de uniforme que, oh maravilla, lo hermanaban con este libertario sin teoría ni justificación. Conocía como nadie el antiguo, casi infinito, mercado de La Merced, donde se hablaba de tú con todos los vendedores, que a veces le regalaban frutas, tortas y tacos, pulque o tequila a veces o algún refresco de guayaba que era su preferido, y él los compensaba con historias que iban de lo maravilloso a lo escalofriante. Su idea de la vida era hacer lo que le daba la gana o una flojera que se manifestaba en el hábito de hacer cosas inútiles, o solo útiles para su filosofía no formulada, y tenía muchos deseos de caminar su ciudad como quien explora sin saberlo un mundo pequeño pero denso, intenso, de horrores y de episodios pequeños pero típicos. Me decía: “Mira, hermanito, nosotros somos privilegiados de estar vivos, aunque no lo crean los sabios y los doctos, que solo conocen la corteza de los sucesos y por eso se empeñan en hacer política. No te inquietes si alguna vez nos detienen y nos llevan al bote, allí se cocina lo peor pero también lo más variado del mundo, así que tú tranquilo, ven conmigo por todos los lugares”. Se acostaba y dormía o hacía el amor con las mendigas del bajo mundo, sin distinguir cuerpos: mujeres que lo adoraban y de las que cada una quería ser la esposa o la hermana. A veces nos dábamos un paseo en barca por el lago de Chapultepec y él lo gozaba como si fuese una aventura de pirata o de gran navegante. No sé por dónde andaba o quizá anda todavía, la verdad es que alguna vez quisiera encontrármelo nuevamente en la vida. Querido Eugenio nada ingenuo y nada perverso: ¿dónde estás ahora?, quisiera vagabundear como tú.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
20 DE OCTUBRE 2018
http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto
TOSCANADAS
El bibliogeneral DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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ace seis años escribí aquí que perderíamos seis años en educación. Y perdimos más que eso. Un presidente de pocas luces, con dificultad para expresar ideas mínimas, incapaz de citar tres libros, graduado con una tesis plagiada a nivel de secundaria, ocupado en saquear las arcas estatales, jamás pudo comprender lo que hacía falta para mejorar el nivel educativo de los mexicanos. La mentada Reforma Educativa tuvo siempre el problema de no ser una reforma educativa. Ayer hablé con unos alumnos de secundaria. Apenas sabían balbucear, no tenían idea de quién era Cervantes o qué era Pedro Páramo. Pero querían sacarse una selfie conmigo o con un editor o vendedor de libros, para demostrarle a la maestra que habían estado en la feria del Zócalo. La cosa anda tan mal que el nuevo sexenio tiene fácil la tarea de mejorar, pero a la educación le hace falta mucho
¿Y LA LECTURA?
“Me hubiese gustado Paco Taibo II en la SEP, un hombre echado pa’lante”.
más que una cirugía estética. Sin embargo me pongo a recopilar noticias recientes y casi todas tienen que ver con los maestros y no con los alumnos. En cuestión de la lectura, el aspecto más importante para la educación, apenas encuentro que planean “fortalecer el área de lectura de comprensión” o que habrá “programas de fomento a la lectura”. O sea, la misma cantaleta de siempre sin que se sepa cómo de veras alcanzar niveles más elevados de buenas lecturas, de lecturas que edifiquen cerebros pensantes. Si Esteban Moctezuma no tiene un plan de emergencia, si sigue armando foros y consultas para aventar sillas y proponer todo, menos las acciones concretas para educar, el país continuará su proceso de deterioro neuronal. La educación tiene que ingresar ipso facto a la sala de emergencias. Pero tal parece que en el hospital de la SEP no atienden a los niños con estancamiento cerebral porque hace
falta tender las camas, ajustar el salario de las enfermeras, remodelar la fachada, afinar las ambulancias y organizar interminables congresos de medicina para analizar las causas del estancamiento cerebral. Para comenzar este sexenio, no hacía falta un político ilustrado sino un docto bombero. Por eso me hubiese gustado Paco Taibo II en la SEP, un hombre que hubiese echado pa’lante no un pantano de programas, sino un tsunami de lectura. Él sabe bien que sin lectura no hay educación. Sin lectura, no hay modo de dominar las demás áreas del conocimiento. La lectura es la fuente de toda instrucción, de la libertad y la dignidad. Comoquiera celebro la llegada de Paco Taibo II al FCE, pues apuesto a que aun desde esa modesta trinchera hará más por la lectura, por la educación, que las hordas de la SEP. Solo los generales que también son soldados saben ganar una guerra.
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CAFÉ MADRID
El taller de Élmer
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lmer Mendoza (Culiacán, 1949) se bajó de la sierra de Sinaloa, cruzó el charco y llegó a Frankfurt para descubrir el otoño. “Es que en mi tierra nomás hay dos estaciones: verano y la del ferrocarril. Y en Frankfurt acabo de ver hojas de maple doradas que se caen con el aire. Como en las postales”, contó el escritor, para romper el hielo, antes de comenzar el taller literario con el que se inauguró el Festival Getafe Negro, la semana de actividades en torno a la novela policiaca que año con año se lleva a cabo en el sur de Madrid y que este 2018 tiene a México como invitado de honor. Mendoza, llamado aquí “el rey de la narcoliteratura”, trae bajo el brazo su nueva novela, Asesinato en el Parque Sinaloa (Literatura Random House), protagonizada por su ya famoso detective Édgar Zurdo Mendieta, un policía melancólico que se desenvuelve en un paisaje de violencia y corrupción. Élmer llegó al taller con saco, pero sin corbata, con el pelo alborotado, la barba rala y con su acento recio se dirigió al puñado de alumnos: “Han venido a tomar este curso conmigo y están obligados a ser geniales”. Entonces puso en el pizarrón las cinco reglas del buen narrador: Tomar el toro por los cuernos. Quien quiera escribir, ha de hacerlo siempre. Tener personalidad. ¿Qué tipo de escritor quieren ser? Conquistar el territorio. Tener un rincón en casa para trabajar con disciplina. Seguir los consejos del músico Louis Armstrong: tener el
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORTESÍA GETAFE NEGRO
instrumento (un cuaderno o una computadora), aprender todas las técnicas (todas están en Noticias del Imperio, de Fernando del Paso) y tocar con el alma (escribir con toda la entrega e intensidad posibles). Lograr lo que decía el poeta Abutalib: escribir la frase que nadie ha escrito. Con belleza y musicalidad, además.
Cada que viene a España, Arturo Pérez–Reverte quiere llevarlo a conocer La Mancha
Dijo el maestro, mientras todos tomábamos apuntes, que los buenos escritores no tienen páginas en blanco ni en verde ni en negro. “Los escritores tenemos proyectos. Proyectos largos que a veces estamos a punto de mandar al carajo o que, ante su envergadura, a veces nos dan ganas de suicidarnos. Pero hay que seguir siempre”, señaló. Luego nos dio tiempo para escribir y pidió que leyéramos en voz alta nuestros textos. A cada punto final le siguieron sus críticas y sugerencias. Habló de la importancia de crear una trama, de provocar emociones para “atrapar a esa bola de soberbios que son los lectores”, de subir y bajar la
Élmer Mendoza en una de las clases que impartió en Madrid durante el Festival Getafe Negro.
intensidad del relato, de la estructura de una narración, del lenguaje que debemos dominar después de habérselo arrancado a nuestras lecturas, a la calle, a la realidad. Entre lección y lección, este hombre criado en el campo entre corridos norteños contó que era un jugador de basquetbol cuando se dio cuenta de que cerca de la cancha donde iba había una biblioteca. “Fui a ver si prestaban libros, porque en mi casa nunca habíamos tenido. La bibliotecaria era fea y un poco cabrona. Me dijo llévate este libro. Era un tocho de filosofía. ¿Algo así para un adolescente? No, pues al día siguiente se lo devolví. ‘No entiendo nada’, le dije. ‘A ver, prueba con éste’, me respondió, y me dio Veinte mil leguas de viaje submarino. Ahí sí, ahí ya cambió la cosa. Me desvelé leyéndolo. Por eso creo que Verne tiene la culpa de que ahora yo sea escritor”. Cuando, durante la clase, se refirió a la creación literaria de espacios y escenarios, dijo que cada que viene a España, su amigo Arturo Pérez–Reverte quiere llevarlo a conocer La Mancha. “Pero yo le digo: espérate”. Y cada que va a Colombia surge algún voluntario para llevarlo a Aracataca. “Pero tampoco quiero. Esos lugares están en mi mente. Los crearon de una manera tan chingona, que temo decepcionarme si voy”, dijo antes de encargarnos la tarea para la próxima sesión: “Quiero que traigan la primera parte de su proyecto. Pero tiene que tener un final Hemingway: algo que enganche, que haga sentir el impulso de querer leer más, algo con lo que el lector tema morirse antes de saber qué hay en el siguiente capítulo”.
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