Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO ENTREVISTA
IN MEMORIAM
HÉCTOR GONZÁLEZ
JOSÉ DE LA COLINA
Kyzza Terrazas y el mundo del box
Adiós, querido Fernando del Paso Foto: Woo Films
SÁBADO 17 DE NOVIEMBRE DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 805
Carlos Fuentes: 90 años Cecilia Fuentes Macedo/ Víctor Núñez Jaime/ FOTOGRAFÍA: ARCHIVO MILENIO
Foto: Notimex
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ANTESALA
17 DE NOVIEMBRE 2018
CASTA DIVA
Piadosa arrogancia AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com OBRA THOMAS DE KEYSER
L
os peores tiempos son los tiempos del arte. La creación es consecuencia de la desesperación, del rechazo a la invencible realidad. Hambre, enfermedad y guerra, se regodean en su poder lanzando a la muerte, emisaria absoluta e incuestionable. Los seres humanos respondemos con débiles y minúsculas armas: música, poesía, dibujo. Los dioses se burlan de la ignorancia evasiva que nos determina, de la necia condición que no entiende a lo que se enfrenta. Sin ley y arrogantes, tratamos de escribir de nuestra historia, ese privilegio nos está prohibido, las vidas se repiten, los dolores regresan, los males son incurables, nuestro libre albedrío es un espejismo que refleja lo que no somos. En el Metropolitan Museum de Nueva York exponen su colección de pintores holandeses barrocos, la explosión de la naturaleza muerta, el retrato y las escenas de la vida cotidiana, que realizaron cuando Europa se destruía en las guerras religiosas y la miseria triunfaba con sus malolientes jirones. Las religiones demostraban su poder con cadáveres, pan podrido, agua sucia, cuerpos cubiertos de pústulas, y el sufrimiento ahogaba a las virtudes. Las batallas ensordecían los paisajes, la música purificaba al llanto, y en los talleres construían laúdes y clavecines, las maderas preciosas traídas de América y África se traficaban entre los artistas y artesanos para inventar sonidos, para darle al espíritu un lenguaje que pudiera escuchar sin miedo. Thomas de Keyser contrasta la severidad del color negro, símbolo de la austeridad protestante, con la juventud del músico que ágil saca de su estuche un laúd, una niña lo mira con una sonrisa y el pintor conquista la naturalidad para vencer al realismo. El joven está en movimiento, ella lleva en la mano un delicado abanico de plumas blancas, está impaciente por bailar las Danzas de Joachim van den Hove, distraer al infortunio con el gozo desterrado. La partitura invade el presente, y la pareja, en su presuntuosa austeridad, sabe que afuera de esa habitación la población busca comida entre los desperdicios, y las leyes divinas se disputan el honor de matar. El color negro es el gran hallazgo del puritanismo, es su orgía y su exceso, la represión desquició el brillo, los pliegues y los filos azules, el cuerpo y el alma se unieron en el limbo que les da espacio, en un color que es penumbra y ascetismo. Los cuellos blancos resplandecen en piadosa arrogancia, la mortificación es opulencia, el cuerpo se oculta y la cabeza se enmarca, las variaciones cromáticas son fugas musicales, evanescencias de la materialidad. La miseria contempla avergonzada, la elegancia es un castigo divino inmerecido.
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El músico y su hija, 1629.
Inquilinos. Dirección: Chava Cartas. México, 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
Susto sin pretensión
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA NATALIS CINEMA
stá por terminar noviembre y continúa en cartelera Inquilinos . Buena noticia para su director Chava Cartas, quien comenzó su carrera como fotógrafo y creció trabajando para Fernando Sariñana en Corazón Films. Cartas comenzó a dirigir profesionalmente en Amor, sexo y otras perversiones con tan buen resultado que escribió y dirigió un fragmento en la segunda parte. Inquilinos cuenta la historia de una pareja que se muda a un departamento inmundo en una vecindad avejentada. Comienzan los sustos y en términos generales todo funciona bien en el género de “la casa embrujada”. Danny Perea tiene la belleza necesaria para ser la heroína frágil y necesitada de un marido que, por culpa del trabajo, siempre está ausente. El marido es Erick Elías, galán siempre listo para hacer el amor y proteger a su amada a pesar de lo que, intuimos, terminará por suceder. A decir verdad, Inquilinos no es gran cine si por ello entendemos ese que, con inspiración soviética, pretende siempre dar la nota en el Festival de Cannes. La única función de esta película es entretener. Y cumple su cometido. Como valor agregado, los guionistas Juan Carlos Garzón y Angélica Gudiño exploran el truculento
mundo de la santería en México, un asunto interesante porque a las tradiciones africanas se mezclan las prehispánicas. Además, a diferencia del típico protagonista de cine de sustos, el personaje de Perea es religioso. Reza el rosario y se da tiempo para visitar la parroquia del barrio. Justamente por ser tan católica, hay en ella una culpa que jugará su parte llegado el momento. En tanto fotógrafo, Chava Cartas utiliza el mundo de la santería para retratar imágenes de cristos, santos y vírgenes de ojos sangrantes, iglesias macabras y sacerdotes que parecen salidos de la pesadilla de un adorador de la Santa Muerte. Uno de estos sacerdotes, de hecho, trata de tranquilizar a nuestra heroína diciendo que la santería es una forma de adorar a Dios tan válida como cualquier otra, algo difícil de imaginar en una ciudad como Guadalajara, urbe que, en la visión de Inquilinos, siempre es gris. El cine nacional ha explorado con demasiado ahínco la comedia romántica y al cine de miedo le ha
El cine nacional ha explorado con ahínco la comedia romántica y al cine de miedo le ha tenido terror
tenido terror. Antes de que los estímulos fiscales democratizaran el acceso al mundo del cine, los interesados en el arte nacional deseaban ver engendros de ficheras o sublimes imitaciones de Tarkovski. Gracias a que hoy se filma tanto, los amantes del cine pueden explorar otra clase de géneros. Recientemente se ha estrenado una fallida película de ciencia ficción e Inquilinos da vigor a un cine que en México solía ser bastante malo. Porque si bien hubo películas que, como ésta, cumplieron su función de entretener, lejos ha quedado el tiempo en que la crítica destrozaba obras como Veneno para las hadas de 1984. Tanto cine mexicano ha conseguido quitar las pretensiones a una crítica cinematográfica que se escandalizaba con Hasta el viento tiene miedo de 1968 y más con el remake realmente horrible que tuvo lugar en 2007. Chava Cartas se ha dado cuenta de que el género de casa de los sustos no necesita de otra cosa que buenas historias y buenos actores. Si está bien fotografiada (como es el caso), qué mejor. Películas como Inquilinos ofrecen al público lo que prometen y nada más. No es poco si tenemos en cuenta que durante mucho tiempo a toda la industria del cine nacional (incluida la crítica) le faltó presupuesto, difusión, y sobre todo le sobró muchísima pretensión.
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ANTESALA
17 DE NOVIEMBRE 2018
POESÍA
El exiliado BEN MAZER
Fui el encargo del encargado del encargado con el que alguien (yo sé quién) me mandó. De un soplo, un céfiro montañés dejó frío el sol. Leí al revés el periódico del pueblecillo y mordisqueé mi jamón. El café es nacimiento. Me sorprendió ver cuánto había cambiado todo desde la primera vez que soñé que vine aquí hace mucho. Los aldeanos promovían nuevos planes: fueron ellos inmigrantes antes de la nieve. Fui de los primeros en probar la nueva gastronomía, el restaurante sin postín. En la mejor casa reconocí a mi anfitrión, y aquel que había alcanzado una vida noble no mostró necesidad de conversar. Luego me vi arrastrado por el júbilo de miles de parranderos en su descenso a los infiernos. Traducción de Juan Carlos Calvillo y Mario Murgía
Este poema forma parte de ¿Te conozco? (Textos de Difusión Cultural/ UNAM, México, 2018). EX LIBRIS
Noticias del Imperio/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
Viejo, postpunk, inconsecuente IVÁN RÍOS GASCÓN
C
@IvanRiosGascon
on un enorme chaquetón para su gelatinoso abdomen y pantalón holgado que remarcaba sus elefantinos movimientos, el sexagenario vocalista entonó “Disappointed”, uno de los hits que en 1989 colocó en el Billboard con su banda PIL, y de solo verlo tan cerca (en distancia entre gayola y escenario) y tan lejos (en años, experiencia, historia) era imposible no esbozar una irónica sonrisa: ahí estaba John Lydon, Johnny Rotten, el Sex Pistol que muchos escuchamos siendo niños todavía, que compramos sus discos y leímos de él y sus compinches en revistas y biografías autorizadas o desautorizadas, que indagamos un poco más sobre su difunto colega Sid Vicious y la malhadada Nancy, que vimos documentales y emisiones sobre el punk y seguimos comprando discos y más discos y que, en fin, si alguien, un día cualquiera de aquel tiempo nos hubiera dicho que íbamos a verlo en vivo quizá lo habríamos tomado por zascandil o engañabobos pues era improbable que un tipo con aparente vocación de kamikaze llegara a una edad provecta, y encima, que se mantuviera activo. Ese era, sí, Lydon/Rotten, ahora un viejo gordo, postpunk e inconsecuente: a decir verdad, los tracks que interpretó con PIL en el concierto de Ciudad de México ya no suenan rebeldes, no saben a desafío, parecen más un ronquido pop que una estridencia de anarquía. Pero es que Lydon no fue ni es anarquista, recuerdo mientras lo veo cantar, porque declaró una vez que aquello de “Anarchy in the U.K.” solo fue una jugarreta mental para la clase media y, en efecto, sigo rememorando, Lydon/Rotten es un lenguaraz, es contradictorio: dice y se desdice, es olvidadizo a conveniencia. Por ejemplo, en su autobiografía La ira es energía (publicada en español por Malpaso), al deliberar sobre la responsabilidad de los cantantes, suelta: “No puedo resistirme a los desafíos. Puede que sea muy duro para mí, pero siempre que pueda arriesgarme a caer en la humillación y la degradación total y absoluta, me lanzaré de cabeza. Así es la vida, una sucesión de retos formidables y en absoluto estoy hablando de vender mi alma ni de escurrir el bulto ni de negar mi pasado, mi presente o mi futuro. Estoy hablando de una dimensión metodológica. Una manera de expresar mi mensaje, sea cual sea, de diferentes maneras”. Y vaya que lo ha hecho. En un principio, Lydon se pronunció en contra del brexit por simbolizar la nostalgia del aislamiento victoriano pero al saber el resultado, defendió la salida del Reino Unido de la Unión Europea con dientes y uñas con el patético argumento de que él pertenece a la clase trabajadora. Para adornar su insólito entusiasmo, ensalzó al político y comentarista pro–brexit Nigel Farage (el que emprendió una batalla náutica con Bob Geldof en el Támesis a propósito del mismo referéndum), y cómo olvidar las discretas alabanzas a Donald Trump (dijo que es “un felino entre pichones”) y acusó al “ala izquierda” de los medios de “inventar” que el magnate es un racista. Nota al pie: Lydon es ciudadano estadunidense desde 2013. Pero, en fin, que ahí estaba Lydon/Rotten tocando “This is not a love song” y sudando a mares, y yo pienso que si alguien, un día cualquiera de otras décadas me hubiera dicho que iba a verlo en vivo lo habría tomado por zascandil y engañabobos pues era improbable que un gamberro de afición suicida llegara a ser un saco de grasa viejo, postpunk e inconsecuente, mas el futuro siempre nos agarra por sorpresa.
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LITERATURA
17 DE NOVIEMBRE 2018
Despedimos a Fernando del Paso con una epístola y una entrevista en la que medita sobre los inconvenientes del ser humano
Adiós, querido amigo JOSÉ DE LA COLINA FOTOGRAFÍAS ULISES RUIZ BASURTO/ EFE
Se me murió Fernando del Paso, el amigo, el escritor, el poeta y mil personas más que uno cree conocer pero que siempre mantienen un rinconcito misterioso. En su recuerdo, va un fragmento de este texto publicado en 2007 para celebrar el Premio de Literatura que le otorgó la FIL de Guadalajara, y que para él y para mí siempre será el Premio Juan Rulfo.
F
ernando: Te hago saber que desde que supe la noticia quise, a modo de homenaje, de ovación individual e íntima, releer algo tuyo, algo del tiempo en que nos conocimos, como si se tratara de volver a esa época fundacional de una amistad que si la memoria no me hace trampa comenzó hacia 1957 en esta Ciudad de México en la casa temporal de nuestro común amigo colombiano y también escritor Antonio Montaña, que, lo sabes, no es un seudónimo o heterónimo mío sino alguien de carne y hueso ("y un pedazo de pescuezo", según decía un folclor colegial), a la cual casa en la avenida Sonora casi esquina con avenida Chapultepec llegaste allá por 1956 o 1957 cuando sentados Antonio y yo frente a frente, con mesa, papelerío y máquinas de escribir de por medio, tecleábamos nuestros presuntuosos largos párrafos narrativos dizque conradianos, dizque proustianos, dizque faulknerianos, que de cuando en cuando nos leíamos en voz alta el uno al otro pues competíamos en escribir, a fuerza de gerundios y conjunciones, de incisos y paréntesis, de estirones de la sintaxis, las oraciones más largas (en ocasiones de más de una cuartilla y aún más), y en una pausa del furioso y gozoso tecleo nos dijiste que acababas de escribir unos cuantos sonetos “algo barrocos” que nos leíste ya
Fernando del Paso (1 de abril de 1935-14 de noviembre de 2018).
con la buena voz de locutor en español de la BBC que un día serías en Londres, sonetos en los que ya entonces advertimos tu loco amor por las palabras (pero había método en tu locura, diría el William paradigmático), esa serena furia que, aun en cuartetos y tercetos, y desde los canónicos catorce versos de once sílabas con acento en la sexta de
todo soneto leal al género, ejercía un bien llevado delirio verbal, una escritura automática moldeada por la imperiosa rima, más alguna leve intrusión de un neovocablo, como ocurre en ese padre paraguas muy de recomendar a los dolidos de cotidiana música demasiado amorosa, a los aquejados de mañana gris y lloviznosa, a los heroicos cursis extraviados
en la ciudad, esos lectores de nubes malignas y de tiernamente chantajistas miradas de perro transeúnte, y aquí va el poema en la totalidad de sus minúsculas: "mi corazón mojado solicita/ ser hijo de un paraguas cotidiano,/ y graduado en sus alas, tan temprano/ enjuagar las escuelas de visita.// en la lluvia, cerrado, se habilita/ un paraguas alférez en lo ufano,/
y a su cuello de alambre, por lluviano,/ adjudico pañuelos en la cuita.// esqueleto de barco giratorio/ que lo enjuago a lo diario y que lo tiendo/ luego de consabido lavatorio,// escurrido de estrellas lo desciendo/ y cobijo le doy en mi jolgorio,/ y a dios componedor se lo encomiendo", pieza número 7 de los nueve Sonetos de lo diario que en cuatrocientos magros y esbeltos ejemplares, con tipos Bodoni de 12/14 puntos, con viñeta de unicornio dibujado a partir de la espiral por Héctor Xavier, e impresos en noviembre de 1958 en el taller de los maestros tipógrafos Salido Hermanos (Medellín 36) de México D.F., componían el número 21 de los Cuadernos del Unicornio editados por Juan José Arreola, ese extraordinario escritor y generoso suscitador de entonces jóvenes escritores como tú y yo, y que a mí en 1955 me había publicado en la colección Los Presentes un librito que a él le pareció bueno ("entre Charles Louis Philipe y Saroyan", me dijo) pero del que prefiero callar el título, y busqué esa plaquette que, descuidado, me dedicaste "Para Pepe con todo cariño", así, a Pepe a secas, ¡vaya: con tantos Pepes que hay por el mundo, de modo que yo no puedo fehacientemente presumir de amigo de medio siglo con el ahora premiado por el espíritu de Rulfo!, y la leí como acostumbro leer por las noches: paseando de un extremo a otro y vuelta a empezar por el breve pasillo de mi casa, leyendo en voz alta pero susurrada cuando son versos, y a veces también si es prosa, y esta vez, ay, sin que Polvorilla, mi gata inmortal ya fallecida, haya venido suavemente a morderme los tobillos, como hacía en tales ocasiones porque no me reconocía la voz lectora: era que le parecía la voz de otro, la de un impostor (aunque yo no impostaba), y recordé que entonces, es decir hace cincuenta años ("¡Ay, tiempo ingrato, qué has hecho!", me susurra Guillén de Castro por el hotmail de la sociedad de los poetas del pasado), Antonio y yo estábamos convencidos de que tú ibas para poeta y luego, años después, nos extrañó que derivases hacia la novela, hacia las grandes novelas de chorrocientas páginas: José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio, pero qué digo, Fernando, si en realidad lo tuyo, aparte de que hayas escrito otros poemas, es hacerle a la poesía a través de la novela, poéticamente violar el género novela, y allí están, por ejemplo, en Noticias del Imperio para no ir más atrás, esos poemas en prosa que son los monólogos de Carlota, momentos de lírico delirio en los que la emperatriz de la íntima, la oscura y desvariada voz, se desangra y se mea y humea y fluye como un alborotado río de palabras, como una sucesión de arias de la locura en perpetuo fluir oscuro y relampagueante entre trozos y trozos de una documentadísima crónica que viola la Historia y la asesina para revivirla en el tiempo/espacio de la superrealidad, y habría mucho más que decir, pero qué más decir, Fernando, pero ahora solo: ¡un abrazo, compañero del alma, compañero! (decía Miguel Hernandez, ¿te acuerdas?)
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LITERATURA
17 DE NOVIEMBRE 2018
ENTREVISTA
La vida es un fracaso
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l 4 de noviembre de 1993 Fernando del Paso tenía 58 años de edad. Ese día le pregunté si era feliz y me dijo: “No. Nadie es feliz. Uno tiene momentos de felicidad y tragos amargos”. Entonces quise saber cuál era el balance en su caso y él soltó la primera bomba: “Yo creo que el balance es negativo”. Me intrigó su comentario y le pregunté cándidamente por qué decía eso. Su siguiente frase me dejó helado: “Lo sabrá cuando tenga mi edad”. ¡Sopas! Aferrado, le pedí un adelanto de su presagio y su respuesta fue: “La vida siempre es un fracaso. La vida es triste. La vida se acaba de una manera súbita o con deterioro físico y mental. Uno empieza a sufrir por los hijos, por su destino, por sus problemas, y no se puede hacer nada por ellos. Aunque debo decir que en este preciso momento estoy feliz”. Del Paso estaba feliz porque acaba de estrenarse Palinuro en la escalera, en el teatro Julio Castillo. La obra, escrita a partir de un fragmento de su novela Palinuro de México, fue dirigida por Mario Espinosa. Al término de esa primera función abordé a Del Paso en el estacionamiento del Centro Cultural del Bosque y le pedí una entrevista. Me dijo que estaba cansado y que quería irse a su casa. Le propuse que charláramos en el trayecto a su domicilio y aceptó. Cuando me enteré de la muerte de Fernando del Paso, obviamente me acordé de aquella entrevista que originalmente se publicó en la sección de espectáculos del periódico El Nacional. La incluí en mi libro El
FERNANDO FIGUEROA
mejor oficio del mundo. 60 entrevistas (2013, edición de autor). Ya rebasé los 58 años que Del Paso tenía cuando me dijo: “Lo sabrá cuando tenga mi edad”. Y ahora resulta que el escritor se fue de este mundo a los 83 años y abundan los homenajes, pero también los palos cuando él ya no se puede defender. En vida le pregunté si nunca tuvo conflictos éticos por escribir anuncios publicitarios. En vida me dijo esto: “Trabajé 14 años en publicidad. Al principio me halagaban mucho mis éxitos, me parecía un mundo fascinante. Después se me fue formando un pensamiento crítico de la sociedad, de lo que estaba haciendo, y ya no fui feliz. Se necesita talento para hacer ese trabajo, pero los fines son bastardos. El fin no justifica los medios, por muy glamorosos que sean”. El tema central de la obra de teatro Palinuro en la escalera es la matanza de estudiantes en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968 (no entiendo por qué no se repuso en el cacareado cincuentenario). Del Paso me dijo que en esa época ya no era estudiante, estaba casado y con tres hijos: “Observé la manera en que fue desarrollándose el conflicto, descomponiéndose. Eso lo sufrí enormemente. Años después, cuando Palinuro decide morir en 68, me di cuenta de todo lo que me había traumatizado; el plan original de la novela (Palinuro de México) era muy distinto, pues el
“La humanidad es espantosa. Me pregunto cómo pudo un Dios crear algo tan abyecto”
personaje vivía en los años cincuenta y no tenía yo la intención de matarlo”. Le pregunté si había tenido una vida muy intensa y señaló: “Hasta cierto punto, sí. Hay escritores que viven las novelas que no escribieron, como Hemingway, y otros que escriben las novelas que no vivieron. Yo tardé siete años en escribir José Trigo, diez años en Palinuro de México y diez años en Noticias del Imperio. Haciendo este último libro, me la pasé encerrado; cuando no trabajaba, me la pasaba como rata de biblioteca, escribiendo, investigando datos. Todo eso le quita intensidad a la vida cotidiana. Desde que acabé Noticias del Imperio, ya no escribo y me dedico más a disfrutar la vida”. Cuando quise saber si creía en Dios, remató así sus contundentes declaraciones de aquella medianoche: “Soy agnóstico, por no decir ateo. Me dan unas enormes ganas de creer, pero no puedo. Vivimos en un mundo tan absurdo, tan espantoso. La humanidad es espantosa a final de cuentas. Me pregunto cómo pudo un Dios haber creado algo tan abyecto como el ser humano. El ser humano tiene cosas muy bellas. Paul Claudel decía que lo bello del hombre es más bello que el hombre. Yo agregaría que lo malo del hombre es tan malo como el hombre mismo. Me desespero porque no entiendo el sentido de la vida, pero también estoy consciente de que no es entendible. Tal vez solo cambiaría a través de una revelación, como la que tienen los santos; pero a lo mejor solo sería un producto mental. A final de cuentas, Dios maneja los milagros a través de nuestras cabezas, ¿verdad? Es un misterio”. Ya se imaginarán cómo me bajé de su camioneta: turulato.
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DE PORTADA
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Este pasaje, basado en las memorias de Rita Macedo, recrea una aventura con Carlos Fuentes y Octavio Paz
De Oaxaca a Veracruz
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CECILIA FUENTES MACEDO FOTOGRAFÍAS ARCHIVO CFM
ntes de que nos conociéramos, Carlos ya había publicado un librito de cuentos llamado Los días enmascarados que había sido muy bien recibido, y, aunque La región más transparente todavía no salía a la venta, su capacidad como escritor ya estaba comprobada. Pero un escritor mexicano no podía vivir de sus regalías, me dijo. Y su compromiso como intelectual de izquierda era inquebrantable. Por lo tanto, aunque me amaba, no estaba en condiciones de mantenerme y mucho menos de darme los lujos a los que yo estaba acostumbrada. Deseosa por estar siempre a su lado, le contesté que detestaba el lujo; que nunca le pediría sacrificara algo por mí; le recordé que mi trabajo como actriz me permitía ganarme la vida; le propuse volver a rentar mi casa para completar el dinero que nos hiciera falta para subsistir; sugerí alquiláramos un departamento y… ya me había dado cuerda. Carlos, sonriendo como solo él sabía hacerlo, cambió la conversación. Recordando mi propósito de no decir nada que pudiera alarmarlo, tragué camote y le seguí la corriente. Continuamos viéndonos a diario. En ocasiones aceptábamos invitaciones a fiestas donde despertábamos gran curiosidad. Una noche en casa de Maka¹ (apodada La Cosaca por ser
hija de un noble ruso), quien para ese entonces vivía un tórrido romance con Octavio Paz, decidimos que los cuatro haríamos un viaje juntos al sudeste. Octavio le pidió a su chofer que tomara el auto y emprendiera carretera hacia Oaxaca, donde le entregaría el vehículo que usaríamos para nuestra travesía. Al día siguiente, él y Maka volaron a Oaxaca antes que nosotros. Por nuestra cuenta, Carlos y yo tomamos el avión que cubría esa ruta. Desde que abordamos, él se puso nervioso al notar lo destartalado del aparato. Hacía poco que nuestro Pedro Infante había perdido la vida en uno de esos aparatos, y Carlos temía correr con la misma mala suerte. La puerta de la cabina de mando no cerraba bien, por lo que los pasajeros escuchábamos las frases que el capitán intercambiaba con el instructor de la torre de control. El piloto quería despegar y el instructor, debido al mal tiempo, comentaba que no era prudente. Finalmente, el capitán dijo: “¡Me importa un bledo si el cielo está cerrado. Por mis pistolas me voy y ya!” Nos fuimos dando tumbos en ese “catafalco volante” hasta nuestro destino. Ahí nos esperaban Octavio, Maka y un francés, Pierre Conte, que nunca supe cómo fue que se nos pegó. Nos quedamos en Oaxaca un par de días. Después, los cinco trepamos al coche de Octavio conducido por Pierre,
Fuentes decía al aire: “¡Poeta!”, y reíamos como tontos. Paz balbuceaba: “¿Qué? ¿Me hablan?”
y nos dirigimos hacia Salina Cruz. En esa playa, nuestros acompañantes probaban ostras del tamaño de una mano y que, según decían ellos, no sabían a nada. Nosotros dos, tirados en la arena, nos mirábamos intensamente. Octavio se acercó preguntando: “¿Qué tanto se ven?”, a lo que yo respondí: “Tiene ojos…” (iba a decir cafés) pero Octavio, divertido, me interrumpió: “Sí. Tiene ojos, tiene nariz, tiene boca… ¡Qué cosas tan increíbles descubren el uno en el otro, los enamorados!” A los pocos días, noté que Paz ya no se veía tan divertido. Le pregunté a Maka qué ocurría y La Cosaca respondió riendo que le estaba dando al poeta unas noches tremendas. “Antes
de acostarnos”, dijo, “me pongo a hacer gimnasia sueca con Pierre por lo menos una hora. Después me zampo dos seconales. Así que cuando Octavio quiere que hagamos el amor, por más que me sacude no logra despertarme”. Paz, aunque abochornado por la indiscreción de Maka, trataba de conservar el sentido del humor y comentaba: “Esta cosaca es capaz de terminar con un regimiento”. Cuando retomamos la carretera rumbo a Tehuantepec, Octavio manejaba y Maka empezó a darle instrucciones que solo lo pusieron muy nervioso. “¡Cuidado con la vaca, Octavio! ¡Cuidado con el burro! ¡Cuidado con ese camión de grava!”, y claro, el
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hombre, ya atolondrado, incrustó el coche en el camión. Quedamos momentáneamente sepultados por la grava, pero todos salimos ilesos del accidente. Al terminar de sacudirnos el polvo, Maka exclamó: “¡Este Octavio es un retrasado mental! ¡Sus reflejos le responden dos segundos después que a las demás personas!” De ahí en adelante, ella tomó el volante. En Tehuantepec nos alojamos en el único hotel limpio que encontramos. Ahí, día y noche, se escuchaba un disco de Sarita Montiel cantando “La violetera”. Los cuartos, divididos por muros que no llegaban hasta el techo, permitían que los huéspedes escucháramos lo que pasaba en las
Carlos Fuentes (11 de noviembre de 1928-15 de mayo de 2012) con su primera esposa, la actriz Rita Macedo.
habitaciones contiguas. Mi compañero y yo procurábamos amarnos silenciosamente mientras de fondo sonaba “La violetera”, la voz de Pierre dirigiendo los ejercicios gimnásticos de La Cosaca y las inútiles protestas del poeta. Regresamos a México por la ruta que llevaba a Veracruz. Al detenernos en Catemaco, Pierre se separó del grupo. Octavio ya casi no podía hablar, solo tartamudeaba: ¡”Esto es inaudito! ¡Debo estar viviendo una pesadilla!” Sus quejas eran tan absurdas que Carlos empezó a tomarlas a chunga. Y yo, claro, a seguirle el juego. Fuentes decía al aire: “¡Poeta!”, y todos reíamos como tontos. Paz simplemente balbuceaba desconcertado: “¿Qué? ¿Me hablan? ¿Cómo? ¿Qué?” El cuarto que nos dieron en Veracruz tenía una ventana que daba a un cubo de luz. Desde ahí se veía la habitación que le asignaron a nuestros amigos. Esa primera noche se soltó un norte y amaneció lloviznando. Fuentes y yo salimos a desayunar, para luego recorrer los portales. Cuando regresamos al hotel, me extrañó que Maka y Octavio no se hubieran levantado, así que me asomé al cubo y noté que su ventana estaba rota. Me dio un vuelco el corazón. ¿Quién la rompió y por qué? En mi mente empecé a atar cabos imaginarios: Maka llevó sus crueldades demasiado lejos y Octavio, enloquecido de rabia, la asesinó. Llamé por teléfono a la habitación, pero nadie contestó. Pasaron dos horas más sin tener novedad. Ya imaginaba yo el sangriento cuadro y los titulares de los periódicos: “Crimen pasional en Veracruz. Destacado poeta estrangula y destaza a su bella amante”. Estaba entregada a estas aterradoras imágenes cuando tocaron a la puerta. Abrí. Eran ellos. A causa del mal tiempo, la ventana de su cuarto se había roto y fueron trasladados a otro. A pesar de que mi alivio fue enorme, me di cuenta de que estaba un poco decepcionada. Nunca había estado tan cerca de participar en una tragedia pasional. Ajena, claro está. Seguimos nuestro viaje rumbo al DF. Maka manejaba con ferocidad. Octavio, aterrado, de cuando en cuando balbuceaba algo. Pero ella, indómita, lo callaba. Nosotros, cual pareja feliz, nos mirábamos ocasionalmente de reojo para terminar exclamando al mismo tiempo: “¡Poeta!”, y soltar luego carcajadas. A Paz nada de esto le hacía sentido. Llegando al edificio donde vivía Maka, ella le entregó el auto a su dueño y, sin despedirse de nadie, se metió a su departamento. Octavio, tembloroso, nos fue a dejar a “La casa de las campanas”, y, al hacer una maniobra para estacionarse, el volante se le quedó en las manos. La Cosaca, con su temperamento indomable, lo había arrancado de su engranaje. No creo que a Octavio ese viaje le haya inspirado poema alguno.
RETRATO
La tenaz influencia
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ROBERTO PLIEGO
n su prólogo a La región más transparente (Cátedra, 1982), la historiadora y crítica literaria Georgina García Gutiérrez hace el retrato de los años formativos de Carlos Fuentes, los años de la matrícula universitaria en la Facultad de Derecho de la UNAM y de su encuentro con las obras de Alfonso Reyes, Salvador Novo y Octavio Paz. Había vuelto a la Ciudad de México cuando tenía 16 años, luego de crecer “en las embajadas que la lotería diplomática fue asignando a mis padres”. Con sus ojos puestos en la modernización industrial y a la vez en ciertos rituales del pasado, esa ciudad era un caldero de contradicciones. Mientras explora la vida nocturna, conoce las seductoras ideas sobre el arte de Adolfo Best Maugard y frecuenta a una corte de magos, merolicos, exóticas y mariachis, Fuentes va mostrando cada vez más interés en el curso que toma el debate sobre el significado de lo mexicano. La trama filosófica que urdieron El Ateneo de la Juventud, el grupo Contemporáneos y el de Hyperión —a la cabeza del cual se hallaba Leopoldo Zea— estaba muy lejos de la ambición intelectual de Fuentes, quien desconfiaba de las caracterizaciones que habrían de convertir al particularismo mexicano en una caricatura. La revelación vino de la mano de Octavio Paz, que en 1949 publicó su libro de poemas Libertad bajo palabra y un año después los ensayos que reúne El laberinto de la soledad. En la presentación de las Obras completas publicadas por la editorial Aguilar en 1974, Carlos Fuentes considera: “La amistad con Octavio Paz, y el contacto con su obra, fueron estímulos originales y permanentes de mis propios libros […]. De Paz, creo haber aprendido que la novela es el encuentro de una visión del mundo con su necesaria construcción verbal y que el escritor huye de la seguridad para dar los saltos mortales de la espontaneidad y la elaboración”. Aun en sus aspectos más innovadores, los libros de Fuentes persiguen con tanta insistencia la idea de continuidad histórica que no es difícil observar en ellos una vena de hechizada obsesión. Los pasos de Ixca Cienfuegos en La región más transparente contienen reminiscencias de un tiempo prehispánico abriéndose camino entre automóviles y rascacielos. Chac Mool continúa enterrado bajo nuestras casas y seguimos escrutando el significado de su máscara. Con sus transposiciones temporales, sus anacronías deliberadas, regresiones y círculos, la rareza y el poder incluyente de la obra de Fuentes revelan uno de los aspectos menos visibles de nuestra presunta modernidad: aquí todo ocurre al mismo tiempo. La vida y la obra de un escritor aspiran muchas veces a ser ejemplares, a convertir lo particular en universal. La ejemplaridad de Fuentes proviene de una infatigable tarea de lector y de otra no menos acuciosa tarea de transformar lo leído en escritura. Cuando lo imaginábamos escribiendo, era menester imaginarlo antes con un libro en las manos.
En sus aspectos más innovadores, los libros de Fuentes persiguen la idea de continuidad histórica
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* Título de la Redacción. Fragmento del capítulo “El chico de los lentes” del libro Mujer en papel, basado en las memorias de Rita Macedo, de Cecilia Fuentes Macedo, que será publicado en marzo de 2019 por Trilce Ediciones. ¹ Se trata de la pintora abstracta Maka Strauss.
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Carlos Fuentes disfrazado.
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17 DE NOVIEMBRE 2018
Presentamos una charla inédita con Silvia Lemus en la que habla de su vida con el escritor y recuerda a sus hijos
El último viaje de Carlos Fuentes
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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME/ MADRID FOTOGRAFÍA ROGELIO CUÉLLAR
l coche avanza a toda velocidad por el Anillo Periférico de la Ciudad de México hacia el Hospital Ángeles del Sur. El conductor es un médico que esquiva con destreza los numerosos automóviles que esta mañana transitan por una de las principales vías de la capital. Tiene a su lado a la esposa del paciente que, cada vez más débil, viaja en el asiento trasero. Ella se gira, le dice cualquier cosa para mantenerlo atento, le coge la mano y se da cuenta de que esa mano que tantas otras veces ha estrechado tiene las uñas moradas. Se lo ha dicho al médico y por eso éste no duda en pisar con más fuerza el acelerador. Quedan apenas unos minutos para llegar al hospital, pero se abre paso entre los coches tocando el claxon sin interrupción, como para sustituir así la sirena de una ambulancia. En la puerta de Urgencias, dos camilleros previamente avisados esperan atentos. No demoran en tener al enfermo, ya con los ojos cerrados, en una camilla que empujan sobre una rampa. Cuatro médicos y cuatro enfermeras se turnan, cada dos minutos, para efectuar un masaje cardiaco. Unos instantes después, hay indicios de recuperación. Quizá lo mejor sea ponerle al paciente un marcapasos intravenoso, dice un especialista. Media hora más tarde, a pesar de
todos los esfuerzos, no queda más que anunciarlo: —Lo hemos perdido. Habían pasado más de dos años del suceso y Silvia Lemus recordaba con serenidad, casi al final de una larga conversación, los detalles del día en que murió su marido, el escritor Carlos Fuentes. “En ese momento uno no piensa nada. Fue tan inesperado. Él estaba perfecto. Ahora digo: ‘¡tenía 83 años!’ Pero no parecía. Nunca tuvo problemas físicos. En 1997 lo habían operado en Nueva York, a corazón abierto, y así le alargaron la vida. Fumó mucho y las arterias se le taparon. Pero después de esa operación estaba bien. Lo veo ahora, en sus últimas fotos, con la cabeza blanca, y digo: ‘sí, tenía 83 años’. Pero nunca me di cuenta”. •••
Eran las 12 del mediodía y en el recibidor del Palace —hotel centenario, elegante y emblemático de la capital española— varios huéspedes caminaban de un lado a otro o subían y bajaban en el ascensor o por las escaleras. En una de las 400 habitaciones del edificio sonó el teléfono y la voz que contestó era tan delicada como su dueña: —Lo siento, me quedé dormida. Debe ser que todavía tengo jet lag. ¿Me das media hora? Lo decía su marido, lo dicen sus amigos: Silvia Lemus ha integrado la leyenda de sus retrasos a su personalidad. Pasó más de una hora hasta que, con un vestido verde, un collar dorado y la cabellera rubia bien peinada,
esta mujer de entonces 69 años, bajita y frágil, de rostro afilado y ojos claros, se sentó en un sofá y, sin escuchar todavía la primera pregunta, espetó con una sonrisa: —Yo no doy entrevistas. Yo las hago. A ver: ¿por qué me quieres entrevistar? En el verano de 2014, Silvia Lemus de Fuentes pasó por Madrid para promocionar su libro Tratos y retratos (FCE), la versión escrita de su programa de televisión, en el que reunió 24 entrevistas con gente como Derek Walcott, Günter Grass, Toni Morrison, Arthur Miller, Salman Rushdie, Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis y Susan Sontag, entre otros. “Para mí, la entrevista es como lo demostró The Paris Review en los años cincuenta: primero una introducción y luego pregunta y respuesta. Sobre todo, dejar totalmente las respuestas”, me dijo antes de hacer una pausa para agradecerle a un camarero el jugo de naranja y el cruasán que le acababa de traer. “Mira la hora que es. Y no he comido nada”. Estábamos a unos pasos de su habitación, en la tercera planta del hotel, junto a una ventana y frente a un ascensor que no paraba de tragar y de escupir gente. Nada distraía, sin embargo, a Silvia Lemus. Dio un sorbo al vaso de jugo y continuó: “Mis preguntas son, generalmente, cortas y concisas. Porque no debo competir con mi entrevistado. Debo poner toda mi atención en lo que va diciendo.
Silvia Lemus y Fuentes se vieron por primera vez un Día de Reyes dentro de un ascensor.
Y tener paciencia. Dejarlo hablar. La entrevista debe ser un monólogo provocado”. Su libro concluye con una entrevista por la que siente “un gran cariño”. Es la que le hizo a Carlos Fuentes, en 1982, cuando ambos vivían con sus dos pequeños hijos en la casa del número 42 de la calle Cleveland Lane, en Princeton, Nueva Jersey. En ella, a media charla, se lee: —Te he oído decir que te hubiera gustado ser poeta. ¿Por qué? —Lo soy. En la actualidad todo novelista es poeta. —Lo eres, ¿pero te hubiera gustado escribir poesía? —No. A mí me hubiera gustado ser dibujante o caricaturista. Así como aquí, que te voy dibujando mientras me haces preguntas.
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Silvia Lemus y Carlos Fuentes se vieron por primera vez un Día de Reyes dentro de un ascensor. Una amiga común los presentó. —¿Conoces a Mister Fuentes, Silvia? —No, pero lo he leído. —Yo la he visto en la televisión —replicó él.
DE PORTADA
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El autor de La región más transparente en su estudio.
que su padre para hacerlo, ¿no? Seis años después, el 24 de agosto de 2005, murió Natasha. Es complicado hablarlo. Se dice que las parejas, cuando pierden un hijo, muchas veces se separan. Pero Carlos y yo, al contrario. Porque nos gustaba recordarlos y hablar de ellos. Hasta que… bueno, se fue Carlos. Pero yo los siento a todos aquí conmigo”. •••
Ambos subieron a un penthouse donde iba a celebrarse una reunión de amigos. “Esa vez, solo lo vi de lejos. Estaba rodeado de chicas, porque era muy atractivo. Y ya. Pero seis meses después de aquel día fue cuando realmente lo conocí”. El Instituto Nacional de Bellas Artes le había pedido a Silvia Lemus que realizara una serie de entrevistas con creadores mexicanos, entre los que se encontraba Carlos Fuentes. “Sabía de él. Comencé a leerlo gracias a mi madre, que me regaló Las buenas conciencias. Lo llamé para pedirle la entrevista pero me dijo que se iba unos días de México, que le hablara posteriormente y… Bueno, te estoy contando muchos detalles, ¿no importa?” La periodista se ocupó de los demás entrevistados de la serie, entre los que estaban los escritores Juan Rulfo y Juan José Arreola, y el pintor José Luis Cuevas, y pospuso una nueva llamada a Carlos Fuentes hasta que, un día, coincidieron en el cine. “Nos encontramos en la cola de las palomitas y me dijo: ‘¿por qué no me has llamado?’ Le expliqué que estaba haciendo las otras entrevistas y entonces él, muy hábil, dijo: ‘¿por qué no nos vemos mañana?’ ”.
Se vieron al día siguiente. “Conversamos cálidamente y, al final, me regaló un disco: El verano del 42, la banda sonora de una película muy bella”. Se llevó a cabo la entrevista, que los unió más, y comenzaron a salir. Una noche, mientras la pareja bailaba en medio de un recital de la cantante estadunidense Nancy Wilson, Carlos Fuentes soltó: —Quiero casarme contigo, tener una familia, tener hijos y llevarte a vivir a París. Se casaron en 1972 y permanecieron 40 años juntos. “El día de nuestra boda todo fue muy sencillo. Solo estuvimos en familia. Pero lo que más recuerdo es que él me dijo: ‘¡no sabes cuánto me ha gustado casarme contigo!’ Y bailamos. Él era un gran bailarín. Pronto comenzó a consolidarse aquella familia con la que soñaban los dos. Su hijo Carlos nació en París, en 1973, y su hija Natasha en Washington, en 1974. “Los dos tuvieron una infancia como la de su padre: viajando, viviendo en distintos lugares. Los hijos fascinan y obsesionan a los padres. Y uno vuelve a la escuela porque hace tareas con ellos y uno se divierte con ellos y lo pasa
muy bien. Los dos se daban cuenta de que su padre pasaba horas escribiendo, encerrado en su estudio. Carlitos decía: ‘papá, ¿por qué tú nunca sales conmigo a pasear en bicicleta como mi amigo Alan o como mi amigo Ricky con sus padres?’ Y también: ‘papá, ¿por qué tú siempre estás ahí, escribiendo?’ Carlitos y Natasha le cantaban el Happy Birthday a Carlos para festejar su cumpleaños. Y Carlos les decía: ‘¡mejor cántenme Las mañanitas!’ Y les enseñó y luego ya le cantaban Las mañanitas, como en México. Silvia Lemus rasgaba sus recuerdos con entusiasmo hasta que, de pronto, se tornaron amargos cuando habló de la muerte de sus dos hijos, aunque su voz tenue no perdió la tranquilidad. “Carlitos falleció el 5 de mayo de 1999 en Puerto Vallarta, acompañado por su novia y un amigo. Era hemofílico, yo tuve que aprender a ponerle las inyecciones de Factor Ocho para controlar la enfermedad. Le gustaba mucho dibujar (a los 5 años ganó un premio en la India) y escribir poesía. De hecho, en el año 2000 se publicó La palabra sobrevive, sus poemas, traducidos al español por Carlos Fuentes. Nadie mejor
Un día antes de morir, Carlos Fuentes pasó toda la mañana encerrado en el estudio de su casa del barrio de San Jerónimo, al sur de la Ciudad de México. Estaba escribiendo la novela El baile del centenario. A las dos de la tarde bajó a comer y de tres a cuatro se echó una siesta. Luego se dedicó dos horas a leer. Esa era su rutina diaria. A eso de las cinco, su esposa le llevó una taza de té, pero él no bebió ni un trago. “Es que tengo el estómago revuelto”, dijo. Luego, juntos vieron La guerra la gano yo, una película que días antes habían comprado en Buenos Aires, cuando asistieron a la Feria del Libro de la capital argentina. Unos minutos después de ver esa cinta en blanco y negro, sobre el dueño de un almacén que intenta enriquecerse especulando con la escasez generada por la Segunda Guerra Mundial, el escritor dijo que no quería cenar. “Sigo con el estómago raro”, se excusó. Pero se tomó un té de yerbabuena mientras veía con su mujer las noticias del día en la tele. Eran las diez de la noche cuando comentó: “Silvia, hoy vamos a dormirnos temprano”. Se fueron los dos a la cama, pero él no logró conciliar el sueño. Se levantó un par de veces para ir al baño y otra para buscar una pastilla para dormir. Sobre las cinco de la mañana, Silvia Lemus marcó el teléfono de Valentín Fuster, el cardiólogo de Carlos Fuentes. Desde Nueva York, el médico español recomendó que el escritor fuera revisado por uno de sus colegas en México. Silvia lo llamó. La mañana del 15 de mayo de 2012, a las nueve y media, el doctor llegó a casa de su paciente pensando que se trataría de un chequeo de rutina. —Don Carlos, ¿qué tiene? —Pues desde ayer tengo el estómago un poco raro. No sé. Lo revisó. Tenía la presión baja. —Lo mejor será irnos al hospital para hacerle una endoscopía. Vamos. —No. O bueno, más tarde voy —respondió Carlos Fuentes. —¡Vamos! —intervino su esposa. —Sí, güerita —dijo con desgana. Esas fueron sus últimas palabras porque enseguida comenzó a marearse. —¡Nos vamos ya! —dijo el médico.
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ESCENARIOS
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RESEÑA
ENTREVISTA
Locuras de Terry Gilliam ANDREA SERDIO
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illiamismos. Memorias prepóstumas es una ventana a la fabulosa vida de un personaje que supo cosechar los frutos de una infancia feliz y la complicidad de sus padres para convertirse en el creador que encontró en los programas de radio su primera inspiración. La radio —dice— le enseñó a crear imágenes y despertó su interés por las voces y los efectos sonoros, mientras que la televisiónledescubrióelmundodelacomedia. Publicado por Malpaso, Gilliamismos tiene un diseño audaz, atractivo, con viñetas, ilustraciones, fotografías, apuntes al margen escritos a mano. Todo para que Terry Gilliam repase su vida, desde sus primeros años en su natal Minnesota hasta la actualidad en Inglaterra, donde radica desde 1967 y donde despegó a la fama cuando en octubre de 1969 la BBC comenzó las transmisiones del programa nocturno de los Monty Python. Terry Gilliam nació el 22 de noviembre de 1940. Cuando cumplió 11 años, su familia se trasladó a California. Le gustaba hacer payasadas y encontró su más grande influencia en la revista Mad, “que podía ser al mismo tiempo muy inteligente e increíblemente estúpida”. Dirigió la revista estudiantil Fang y tiempo después, en Nueva York, se integró a la redacción de Help!, encabezada por Harvey Kurtzman, que había sido el alma de Mad. Gilliam estudió Física, Arte y se graduó en Ciencia Política; aprendió cine en la práctica y en 1975, luego del gran éxito televisivo de los Monty Python, codirigió con Terry Jones la primera película del grupo: Los caballeros de la mesa cuadrada, y dos años después estrenó su primer largometraje: Jabberwocky, “una película antinorteamericana” y un homenaje a Brueghel y El Bosco incomprendido por la crítica y buena parte del público. Otro de los éxitos de los Monty Python fue La vida de Brian, dirigida por Jones, en la que Gilliam se encargó del diseño y de la dirección de algunos fragmentos, además de actuar. Después hicieron El sentido de la vida y el grupo comenzó a disolverse. Gilliam filmó Los héroes del tiempo, que le abrió las puertas de Hollywood que él, de manera inesperada, se negó a cruzar para embarcarse en proyectos independientes, más ambiciosos artísticamente. Como director, Terry Guilliam ha filmado películas icónicas como Brazil, Las aventuras del Barón Münchhausen, El rey pescador, Doce monos, Miedo y asco en Las Vegas, Los hermanos Grimm y El imaginario mundo del doctor Parnassus. Ha dirigido ópera y ha evadido las garras de una industria que todo lo exprime. En 2014 volvió a reunirse con los Monty Phyton. Fue un encuentro feliz y efímero, como todo en la vida.
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En Bayoneta, el mundo del box se mira desde la redención, la decadencia y el poder del dinero.
Kyzza Terrazas
“De los rincones humanos extraigo el poder vital”
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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA WOO FILMS
espués de un incidente que lo lleva a retirarse del ring, Miguel Bayoneta Galíndez (Luis Gerardo Méndez) llega a Finlandia para trabajar como instructor en un gimnasio. En un último intento por liberar una vieja culpa y redimirse, buscará una vez más ponerse los guantes de box. Con el fin de aportar una visión contemporánea del pugilismo, Kyzza Terrazas dirige Bayoneta, película que ya se proyecta en las salas. En un país con una tradición importante de boxeo, ¿qué hacía falta decir acerca de este deporte? En México hay una tradición de boxeo importante y que toca muchas aristas de la sociedad y la cultura, solo que los productores y los guionistas convenimos en que hacía falta una visión más contemporánea. Ubicarla en Finlandia la convierte en una película que se sale del lugar común y de cualquier convención. Ni Rodrigo Márquez Tizano, coguionista, ni yo, queríamos contar la historia de siempre. No nos interesaba hablar del ascenso del boxeador, sino todo lo contrario: hablar de uno caído en desgracia. México es un país que exporta pugilistas y nos propusimos
aprovechar esta imagen para llevar la historia a un territorio distante. Plantea a un boxeador caído en desgracia pero presa de un gran sentimiento de culpa. Llegamos a la culpa a la hora de construir al personaje y de pensar en las tesituras emocionales que nos interesaba explorar. Además, es un sentimiento muy presente en el mundo del boxeo porque involucra a la corrupción, el dinero, y cómo estos chicos muchas veces terminan siendo carne de cañón de otro tipo de intereses. Queríamos explorar la culpa a la manera del film noir, en el sentido de un pasado que va desentrañándose poco a poco, y agarrar al personaje en un momento de tránsito, cuando su gloria ya hubiera pasado. ¿Por qué animalizar a los demonios del personaje? Nos parecía interesante darle cuerpo visual a la culpa. Originalmente, queríamos un alce, y más estando en Finlandia, pero son animales salvajes
Quería explorar la culpa a la manera del film noir, que va desentrañándose poco a poco
y peligrosos, de modo que preferimos usar a un reno, otro animal endémico de ese país. Varios de los personajes de la película coinciden en estar rotos por dentro. ¿Por qué le interesan las fracturas emocionales? Es difícil saberlo. Es un imán orgánico y natural en mí. Quizá intento explorar ese quebranto porque es algo que siento. De esos rincones humanos es de donde extraigo el poder vital que me gustaría emular. Me parece que de las tristezas surge el poder humano. Y el box se presta mucho para esto. Sin duda. El box es brutalidad a todas luces. Por supuesto, tiene arte, juego y un poder estético y espiritual enorme. No obstante, es la barbarie institucionalizada. Si le añadimos la corrupción, el poder del dinero y el crimen organizado, termina siendo un retrato oscuro de las sociedades. No soy muy aficionado a este deporte, pero me interesa la literatura y el cine alrededor suyo. ¿Cree que esta distancia le dio otra perspectiva? Ya que no era aficionado al boxeo podía obviar muchas cosas. A fin de cuentas, lo importante de la película es la parte emotiva. Sin embargo, siempre tratamos de ser verosímiles.
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TERTULIA
17 DE NOVIEMBRE 2018
DANZA
PERSONERÍO
Los trabajos de Terpsícore
La quimera de Nuevo Cine JOSÉ DE LA COLINA
ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA SECRETARÍA DE CULTURA
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Bailarines de la Compañía Nacional de Danza.
n una colaboración pasada di cuenta de una reunión entre la comunidad dancística para reflexionar sobre las condiciones en las que se encuentra la Compañía Nacional de Danza y las propuestas que presentará la nueva administración. El diagnostico no ha sido alentador cuando pensamos en las condiciones del arte nacional y peor aún cuando revisamos con detenimiento la danza. Las constantes y recientes críticas hacia las condiciones en que se desempeña la Compañía han sido solo una muestra de este diagnóstico. El proceso de encuentro, discusión y reflexión desencadenado en días recientes ha podido posicionar la agenda de la comunidad dentro del propio gremio y conseguido interés y participación. Pensar de modo colectivo cuál es la política cultural que requiere este país había sido ignorado por las autoridades y las instituciones, y postergado por la propia comunidad artística. En el mejor de los casos, hubo intentos individuales o aislados por la reflexión que desafortunadamente no derivaron en acciones o resultados, sino en paliativos inmediatos que no se extendieron a la totalidad del gremio ni a todas las áreas de desarrollo dancístico: ejecución, creación, docencia, investigación y difusión. El esfuerzo de días pasados escaló a la conformación de un colectivo
agrupado en torno a los temas discutidos con periodicidad y del que emanaron propuestas temáticas concretas para presentar a la administración entrante. El pasado 12 de noviembre el colectivo llevó su agenda de reflexión al Foro Nacional de Derechos Culturales Dancísticos realizado en San Lázaro, con un programa bastante amplio y del que reconocen que hace falta sumar voces y propuestas. Las mesas temáticas y sus ponentes fueron Centro de la Danza, a cargo de Jesús Laredo; Educación Dancística, expuesta por Consuelo Sánchez y Rocío Guzmán. Producción y difusión fue planteada por Laura Rocha e Isabel Beteta. Para hablar de la Red de Festivales tomaron la palabra José Palacios y Juan Carlos Rodríguez. El financiamiento de proyectos culturales lo expuso Carmen Bojórquez. Para hablar de danza para niños y danza para jóvenes tomaron la palabra Irene Martínez y Víctor Tepeyotl. Sobre el festival México, ciudad que baila, hablaron Omar Armella y Jesús Laredo. Finalmente, para el importantísimo tema de la seguridad social, tomó la palabra Tania Álvarez.
Quienes vivimos cotidianamente la danza la entendemos más allá de un modo de subsistencia
Cada ponente intervino durante tres minutos y, aunque es un tiempo limitado para exponer todas las necesidades y retos, ha sido un inicio positivo para dar continuidad a una necesaria y urgente discusión que abone a mejorar las condiciones en las que se desarrolla la danza nacional en todas sus dimensiones. El éxito de estos encuentros y discusiones no se circunscribe al mero reconocimiento o membrete calificador de la Cámara de Diputados, pues en más de una ocasión hemos atestiguado que derivan en letra muerta y la clase política no suele interesarse por darles alientos de vida. La participación continua y creciente del gremio es la que de verdad garantizará resultados útiles, incluyentes y permanentes. Este proceso arrancado por el colectivo de distintas visiones y ámbitos de la danza representa la oportunidad de trazar una política cultural emanada de un espacio de reflexión que se propone salir de la inmediatez y la falta de visión a largo plazo para aterrizar en propuestas en las que la comunidad dancística se involucre. No dejar en manos de la clase política este importante proceso de reflexión y, por el contrario, sumar las voces de quienes vivimos cotidianamente la danza porque la entendemos más allá de un modo de subsistencia, es la invitación y el reto de quienes hacemos del arte una reivindicación de la dignidad humana.
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e todos los modelos (para uno mismo), el primero de tertulia, el que más recuerdo como plan (si lo hubiera), está siempre el del grupo Nuevo Cine, que unos cuantos de sus componentes con la obligación sabatina de hacer la revista con el mismo nombre habíamos comenzado lanzando un manifiesto firmado por cineastas, aspirantes a cineastas, algún industrial del cine y cinéfilos varios, en el que formaba papel principal el hacer una revista. A final de cuentas el grupo se redujo a los firmantes de dicha publicación: Emilio García Riera, Salvador Elizondo, y a veces José Luis González de León y Carlos Monsiváis y yo. Esa obligación era tanto más llevadera por cuanto se desarrollaba en una plática común que no tenía más peine que el del viento. Es decir, aquello era una tertulia, en la que Emilio explicaba su gran saber de filmografías para hallar el punto de vista menos previsible sobre el mundo del cine. Salvador Elizondo, entusiasta de la experimentación cinematográfica, comentaba los primeros trabajos de Alain Resnais o los nuevos maestros del cine recién reinventado o por reinventar. Monsiváis se estremecía para fustigar a alguna gloria del cine mexicano con sabrosos comentarios asesinos. Juan Manuel Torres se creía James Dean, su ídolo resplandeciente, y escribía románticamente. José Luis González de León se limitaba a contar chismes y chistes que habían formado parte de la fama o el desprestigio de algunas obras maestras, se mofaba un poco de las películas norteamericanas que no le gustaban, las cuales eran muy pocas. Alguna vez nuestras carcajadas fueron tan fuertes que un vecino del edificio adjunto casi llamó a la policía como si aquello se tratase de una party de jóvenes salvajes. Me resulta difícil reconstruir la atmósfera de aquellas tertulias que comenzaban en el departamento de un amigo y terminaban o recomenzaban en una nevería de una esquina de la plaza Washington en la colonia Roma. El cine era considerado sobre todo como una segunda vida, más que como un arte, una manifestación de la cultura o cualquier cosa ilustre. Eran épicas (me cuentan quienes las soportaban) las discusiones entre Elizondo y yo: él propagaba el cine como un laboratorio de imágenes y sonidos de acuerdo con su ídolo Sergei M. Eisenstein, y enloquecía verbalmente al “analizar” Hiroshima mi amor. Por mi parte, defendía el cine narrativo y homérico de John Ford, a quien consideraba como el más grande de los cineastas que, sea a través del cine o la pintura o la literatura, han parido los siglos. Lo que argumentaba Salvador en oposición a mí era que Ford resultaba precisamente muy anecdótico, muy pegado a lo puramente relatado, mientras que a mí me entusiasmaba eso mismo y lo que dentro de una anécdota podía haber para conformar una familia de personajes tan sólidos y cálidos que serían encontrados ahí mismo en la nevería, gozando una nieve de limón como nunca he vuelto a encontrar en la vida. Tertulias de Nuevo Cine, las evoco como una serie de reuniones de fantasmas queribles que tenían el loco, inútil sueño de hacer de este país el más cinéfilo del mundo.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
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http:// www.milenio.com/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLAberinto
TOSCANADAS
El charco DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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n mi época de escolar, Cristóbal Colón era un héroe. Poco se cuestionaba su rol en la historia más allá del famoso 12 de octubre de 1492.Elestudiodeesepersonajeobedecía sobre todo a lo ocurrido antes de esa fecha para establecerlo como ejemplo de un luchador, de un hombre de carácter, estudio e inteligencia, y que a fuerza de insistir supo llegar hasta los Reyes Católicos para venderles su aparentemente descabellada idea. Luego venía la aventura de hacerse a la mar, de su liderazgo y convicción cuando los marinos ya habían flaqueado y querían dar la vuelta en U. Estudiarlo de ese modo dejaba en nuestro espíritu mucho más que los libros de autoayuda. Colón era un modelo a seguir para quienquiera que tuviese ambiciones. La rima infantil que se enseñaba en todas las escuelas gringas terminaba así: The first American? No, not quite; but Columbus was brave, and he was bright. Eso era para nosotros. Un hombre brillante y valiente.
EL LIBRO HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA, de Laurence Bergreen.
En aquel entonces la pregunta más básica de conocimientos era: ¿quién descubrió América? Y la respuesta no se hacía esperar: Cristóbal Colón. No es que pensáramos que efectivamente la hubiese descubierto, pero no teníamos la sensibilidad tan guanga como para aclarar verdades palmarias. Portugal también le llama “descubridores” a los osados hombres de mar de aquellos días. En un monumento a las afueras de Lisboa celebra a treintaitrés de ellos, entre los que destaca Magallanes. Quien lo desee, puede leer el emocionante libro Hasta los confines de la Tierra, de Laurence Bergreen. Podrá ser testigo de la gran aventura de circunnavegar el mundo por primera vez y del carácter complejo de Fernão de Magalhães: un hombre valeroso, estricto, fanático, cruel, bondadoso, leal, justiciero, y otras facetas dignas de un personaje de novela rusa. Al final, podemos optar por ver la grandeza del hombre y de sus lances, admirar la empresa como un todo
y hasta soñar con haber participado en ella, o juzgarlo a través de un cerebrito pusilánime con miramientos de catecismo y acusarlo de ser un canalla. Hace décadas, la revista Time nombraba al hombre del año eligiendo al personaje que mayor impacto hubiese tenido en el mundo, por lo que no dudó en darle el título a Hitler, Stalin o Jomeini. Ya para los inicios del siglo XXI, sabían que la gente había inmadurado, así es que el año en que Osama bin Laden fue el más relevante, prefirieron otorgarle el reconocimiento a Rudolph Giuliani. Y la gente estuvo contenta con el engaño. Yo espero seguir viendo la estatua de Colón en la avenida Reforma. Pues si desaparece, no me lamentaré por el descubrimiento de América, ni por la Conquista, ni por la Colonia, sino porque la poca inteligencia que nos quedaba se habrá diluido en ese charco de estupidez en el que poco a poco nos estamos ahogando.
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CAFÉ MADRID
Chiquito de la Calzada
A
parecía Chiquito de la Calzada en el escenario —con la calva brillante y el desparpajo chorreando—, se colocaba la mano derecha en los riñones, daba dos saltitos torpes, hacía como que relinchaba o gruñía o bramaba y, sin más preámbulo, soltaba en andalú atropellao: —Iban dos tíos por la calle. ¡Que la cosa etá mu malamente, Manué! ¿Y a mí me lo va a decí?, le dijo Manué. ¿A mí, que tengo que freír los huevos con saliva? Otro día iba el mismo quejica por ahí: ¡Ay, que la cosa etá mu malamente! ¿Y a mí me lo va a contá?, le respondió otro. ¿A mí, que acabo de casarme y estoy haciendo solo el viaje de novios? Era la segunda mitad de los años noventa del siglo pasado y España olía la podredumbre del “felipismo”: una cohorte de corruptos que se aprovecharon de la modernización y despegue del país. A la tele, no obstante, llegó entonces un malagueño sesentón, cantaor de flamenco trasnochao, que captó la atención del público con un discurso humorístico surrealista, lleno de chistes simples y alargados, salpicados de palabras y frases distorsionadas, pero contados con gracia magnética que hacían decojonarse de risa. Es que el chiste era él. Chiquito —pecador de la pradera, nacido después de los dolores, que en vez del diploma de graduado escolar tenía una etiqueta de Anís del Mono— había comenzado en el cante jondo a los ocho años de edad. Por eso le decían “chiquito” y “de la calzada” por la calle donde vivía (Calzada de la Trinidad). Creció recorriendo los pueblos de España y, ya de adulto, le ofrecieron
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA CORDON PRESS
trabajo en Japón, dentro del grupo que acompañaba al maestro gitano José Mercé. Dos años permaneció ahí porque, claro, la cosa en Tokio no tenía ná que ver con su Málaga natal (“¡por la gloria de mi madre!”). Así que volvió a su barrio y a los tablaos hechos para entretener a los turistas coloraos. De su desfachatez y sentido del humor se enteró un día el productor Tomás Summers, que preparaba un programa de chistes con comediantes
A la tele llegó un malagueño sesentón, cantaor de flamenco trasnochao y de humor surrealista
variopintos para Antena 3. Lo fichó y quizá fue su marcianidad neocasposa la que cautivó y distrajo a la nueva rica sociedad ibérica. Mientras el éxito le hacía filmar películas que de tan malas eran chistosas y vender miles de vídeos y casetes y protagonizar anuncios y reventar los niveles de audiencia de los programas de variedades (“¡me cago en tus muelas!”), los intelectuales saltaron hacía el fenómeno sociológico. Francisco Umbral: “Cuando España se va por las alcantarillas, el hombre del año ya no es Felipe González, sino Chiquito de la Calzada, otro andaluz de parla fina que nos ha distraído a los nacionales de tanta corrupción […]. A lo último que hemos llegado es a Chiquito de la Calzada, florón calvorón de un pueblo sin clase ni sentido de
Con admiración, Arturo Pérez-Reverte dijo de De la Calzada: “ la gente no sabe que un flamenco contando un chiste es lo más trágico del mundo”.
clase, gracioso antiguo de una España antigua y puta, escobón del lenocinio que sale por la tele para barrer las últimas serpentinas y los últimos condones que ha dejado la clientela, la tropa bienoliente de los contratados, los subvencionados, los implicados, los muertos. Claro que Chiquito no sabe nada de esto. Chiquito resuelve España en un chiste”. Carmen Rigalt: “Chiquito es una mezcla de sacristán y vendedora de garbanzos, un cruce entre un obispo exclaustrado y una madame con ingenio”. Arturo Pérez–Reverte: “Es bueno que de vez en cuando triunfe alguien que merezca la pena, no por lo que cuenta, sino por lo que es y lleva a cuestas en su vieja y abollada maleta […]. Porque la gente no sabe que un flamenco contando un chiste es lo más trágico del mundo, y de ese desgarro es, precisamente, de donde sale la gracia. A ver si no cómo sobrevive uno en esta casa de putas”. A Chiquito me lo encontré —más viejo, más calvo, más triste, igual de famoso— hace tres años en el restaurante Las Chinitas de Málaga, un local decorado con cuadros de toreros y cantaores. Se había muerto su esposa, no podía con la soledad de su casa y pasaba ahí casi todo el día. Hablamos de Cantinflas, cómo no, de la telebasura, del fenómeno sociológico que él encarnó y de que un día yo volvería para entrevistarlo. Él murió, exactamente hace un año, antes de que eso ocurriera. El otro día, escombrando, revisé la libreta que llevaba aquella vez y me di cuenta de que apunté su simple y certera definición de chiste: “una cosa del pueblo, un cuento breve para distraer, algo referido a las cosas de la tierra y a sus personajes: el borracho, el médico...”.
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