Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE
ENSAYO
FERNANDO ZAMORA
AURELIO MAJOR
Todo lo que Roma no es
Halago de Ida Vitale Foto: Netflix
SÁBADO 8 DE DICIEMBRE DE 2018 AÑO 15 - NÚMERO 808
Borís Pasternak: 60 años del Nobel que no fue Ana Sofía Rodríguez Everaert/ FOTOGRAFÍA: TASS
Foto: AFP
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ANTESALA
8 DE DICIEMBRE 2018
ARTES VISUALES
Apariencias MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA GALERÍA KURIMANZUTTO
A
l contemplar la obra de Roni Horn (Nueva York, 1955) entendemos que “no todo es lo que parece”. Desde las esculturas y los dos autorretratos que abren su exposición en la Galería Kurimanzutto (la primera individual en México), el juego se extiende a los conceptos de identidad y transformación. ¿Quién es ella o él? ¿Es agua o cristal? Las piezas nos obligan a mirar con detenimiento e invitan a reflexionar sobre la ambigüedad. Entramos a un universo blanco, a un ambiente prístino en el que sus conceptos brillan. Envueltas por la luz natural —que caracteriza a esta galería— y de la que se refracta en los muros altos, las obras expuestas podrían lucir —para algunos— frías; sin embargo, se convierten en frases breves: oraciones visuales minimalistas, en las que la fotografía, el dibujo y la escultura se acomodan como sujeto, verbo y complemento, construyendo —y no solo provocando— emociones. En el trabajo de Roni Horn está presente el paisaje islandés, con la soledad de la isla y la luz del norte (esa misma e intensa que asombra en la pintura del grupo danés Skagensmalerne), que usa para hilvanar el ciclo de la naturaleza en su relación con el ser humano. Su hacer es íntimo y silencioso. Exposición de pocas piezas (no se trata de más ni de menos, sino de contundencia), éstas dominan el espacio y captan la atención del visitante, quien queda cautivo tratando de entender, a través de la mirada, las cualidades de los materiales explorados como el cristal y el plástico. Horn transforma los materiales en medios para unir naturaleza y poesía, como se observa en sus largos prismas rectangulares, de aluminio y plástico, recargados en la pared, donde se translucen frases de la poeta Emily Dickinson; las letras atraviesan la escultura para convertirse en imágenes. La inclusión de la literatura en su propuesta es recurrente; sin embargo, no se trata de hacer poesía visual, sino de usar la escritura como una estrategia plástica. Le atraen el lenguaje y la estructura lingüística, elementos que se integran a sus piezas como juegos conceptuales sobre opuestos, como se ve en sus dibujos y en sus esculturas de vidrio que contienen una imagen volumétrica que engaña a la vista: ¿lo que se ve es sólido o líquido? Esta interrogante lleva al espectador a observar la vulnerabilidad de la percepción, concepto explorado también en sus fotografías autobiográficas. ¿Son iguales o simplemente se repiten? ¿Lo igual se percibe como tal? Esta duda envuelve y guía: ¿la identidad es una o son muchas? Roni Horn hace de la ambigüedad una paradoja.
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Vista de la exposición de Roni Horn.
Roma. Dirección: Alfonso Cuarón. México, 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
El cine mexicano llega a la mayoría de edad
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA NETFLIX
odo lo bueno que se ha escrito sobre Roma es verdad. No se ha dicho, sin embargo, lo que Roma no es. No es un filme trillado. Alfonso Cuarón ha sorprendido siempre buscando historias que sorprenden porque el público no las imagina. Solo con tu pareja fue una comedia romántica antes de que los productores buscaran enriquecerse con este género. Pero Cuarón, sin desear comprometerse con el Imcine, se atrevió a ir a Estados Unidos. E ir a fallar. La princesita no estaba mal pero parecía insuficiente para consolidar una carrera en Hollywood. Aun así, Cuarón siguió buscando y construyó una visión muy personal de Dickens, un autor que cualquier angloparlante piensa suyo. Grandes esperanzas es una obra que amamos en México pero que odiaron en Estados Unidos y Gran Bretaña. Sin arredrarse, ¿qué hizo Cuarón? Volvió a México para filmar la historia de dos adolescentes calenturientos. Y tu mamá también tuvo tanto éxito que los estudios le ofrecieron un enorme presupuesto para filmar El prisionero de Azkabán. Nadie hasta entonces había transitado entre polos tan extremos del cine–industria. La experiencia ganada condujo finalmente al autor a construir una obra que trasciende no lo que se espera de él sino de cualquier película nacional.
No hay en Roma un albur. No hay en Roma ni chovinismo ni la exaltación hipócrita de las etnias originales. Cleo es una chica mixteca. Y su psicología está lejos del elogio racista del Indio Fernández, quien siempre quiso hacernos creer que ser indígena era ser mejor a todo lo demás. No olvidemos que el racismo suele tener dos caras. Y asumir que las etnias, que los “indígenas” son superiores, es racismo. Pero Cleo es solo una niña mixteca que ha comenzado a crecer y a tener relaciones sexuales en una ciudad fascinante y convulsa: México en la década de 1970. Cleo se embaraza, claro. Lo cual no obsta para que siga queriendo a los niños que no son suyos. ¿Adivinamos una tragedia? No. Lo que viene sorprende porque la verdadera protagonista de Roma no es Cleo sino la señora que interpreta Marina de Tavira. Entre las dos mujeres se produce una alianza que culmina en la mejor escena del cine nacional hasta la fecha. Porque allá en Veracruz está México. El de la verdadera relación entre niño y
No hay en Roma un albur, ni chovinismo ni exaltación hipócrita de las etnias originales
nana, entre señora y sirvienta. Cuarón ha reconstruido a México con la meticulosidad de un anticuario pero no solo en imágenes sino en la psicología de sus personajes. Aquí está la relación milenaria que ha habido entre niños blancos y mujeres que cantan nanas en idiomas que solo se hablan en México. Roma habla de la otra conquista, la del indígena que enterneció al niño blanco y también a la mujer de clase media que en el fondo está igual de desvalida. Y Cuarón podría lanzar un sentido discurso feminista pero no. Sin aspavientos, cae con contundencia la hermosísima escena de unos niños que abrazan a su nana. Roma no necesitó de estímulos fiscales, fue producida por Netflix y Netflix se lanzó contra los monopolios de Cinépolis y Cinemex. Roma no siguió el juego viejo de hacer negocio. Roma es como un cuarteto de cuerdas que contiene en lo delicado de sus temas toda la fuerza de la gran sinfonía mexicana. Es el coming of age de una niña mixteca y una mujer de la colonia Roma y es sobre todo el coming of age de una industria. Cuarón ha filmado el equivalente de Fanny y Alexander de Bergman o Amarcord de Fellini. Y como Cleo, el cine mexicano crece y llega por fin a la mayoría de edad.
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ANTESALA
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ESCOLIOS
POESÍA
Vidrios ensangrentados…
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Fuegos de palabras
JULIO EUTIQUIO SARABIA
Vidrios ensangrentados a tus pies, dice. Caudal de orina en tus pies, dice. Cerco de velas encendidas a tus pies, dice. Cascada temporal sobre tus pies, dice. Lágrimas y uvas a tus pies, dice. Piedras preciosas a tus pies, dice. Café vertido en las sábanas, dice. Aroma menstrual entre las sábanas, dice. Desnuda siempre entre las sábanas, dice. Cubierta apenas por las sábanas, dice. Mojadas de lágrimas las sábanas, dice. Manchadas de amor las sábanas, dice. Someros colibríes en las ventanas, dice. Vacas husmeando en las ventanas, dice. Ramas de álamo en las ventanas, dice. Paisajes desiertos desde las ventanas, dice. Tu rostro yermo en las ventanas, dice. Mi rostro que busca el tuyo en las ventanas, dice. Este poema está incluido en Había una luna grande en medio del mundo (Libros Magenta, 2018).
EX LIBRIS
Suave patria/ EKO
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
R
@Sobreperdonar
esulta paradójico que una de las modalidades de escritura más breves, el denominado aforismo, sea también una de las más difíciles de definir y admita tantas variaciones. A lo largo del tiempo, el aforismo ha sido desde conseja médica, sentencia jurídica y apotegma moral hasta partícula filosófica o mini–dispositivo literario. Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI (1900–2014) (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2018) de Carmen Camacho, es un estudio sobre este género mutante y un panorama de su evolución en España. El libro ofrece una muestra de 48 aforistas españoles, desde los bisabuelos del género, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, hasta algunos de sus más jóvenes cultivadores como Érika Martínez, Lorenzo Oliván o el duo Accidents Polipoétics pasando por extraordinarios rescates como los de Gloria Fuertes, Antidio Cabral o Arturo Soria Espinosa. Si la definición tradicional del aforismo lo pinta como una máxima de validez universal y utilidad práctica, la modernidad lo revela como un brevísimo pero poderoso artefacto literario y filosófico, que rebasa adscripciones disciplinarias y tiende, más que a establecer verdades, a sembrar incertidumbres (“Al leer confundo certezas con cerezas. Las segundas son más absolutas”, Isabel Mellado). En esta antología, el aire de familia moderno es patente y los autores seleccionados cultivan el aforismo como una pequeña bomba de significado que mezcla diversas formas de intelección y recursos literarios con una pizca de ingenio explosivo (“Bendito sea el hombre que recorre las calles riendo a carcajadas”, Carlos Edmundo de Ory). El criterio de selección se inclina por el aforismo poético, es decir, esa indagación en la realidad que, más allá de las vías inductiva o deductiva, explota la intuición y la razón poética, en sus más diversas vertientes, desde el sueño y la metáfora hasta la ironía o el sinsentido (“Un pezón invertido te señala el alma”, Erika Martínez). Si bien la antología plasma ciertas constantes como la curiosidad filosófica y la voluntad de forma literaria, también muestra las riquísimas mutaciones e hibridaciones del aforismo, y sus materiales constituyen una subversión continua del significado, una recontextualización de los lugares comunes y una reinvención del lenguaje (“De madrugada beso mis dedos que saben a lápiz y a tabaco”, Gloria Fuertes). El libro, hecho con afable erudición y entusiasmo contagioso, muestra las ramificaciones de una tradición secreta y rigurosa, de un parentesco electivo que coincide en el destello intuitivo, en la sapiencia a ras de piel y en el humor revelador. De hecho, como sugiere la antologadora, la denominación aforismo, más que referirse a un género fijo, se refiere a un “estado” del pensamiento, a un temperamento que permite unir espíritus heterogéneos de muy diversas épocas y a una excusa textual para asumir los mayores riesgos y libertades en el mínimo espacio.
Las mutaciones del aforismo constituyen una subversión del significado
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LITERATURA
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Con este ensayo continuamos la celebración de la obra plena de significados de la poeta uruguaya, galardonada con los premios FIL de Guadalajara y Cervantes
Halago de Ida Vitale
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AURELIO MAJOR FOTOGRAFÍA AFP
i la república literaria es en realidad una aristocracia, el poeta es el que ostenta el más alto título de nobleza. En los usos modernos el poeta no se equipara nunca al escritor o al novelista, pues la poesía es la meta más eminente de las letras. Sobra decir que me refiero a la poesía que también podría expresarse en prosa. ¿Pero de qué poesía se trata? La de la interrogación de los límites de la escritura y del replanteamiento de la función del lenguaje en el mundo, la de la tradición de la ruptura: Avanza recto el amatista, sin ambages, da, cruento, sobre el amaranto carmesí y centellea en el sumiso cristal. Cuesta sobreponerse a este doble poniente. Esa vidriada imagen que te ciega, como a veces el mundo, aquí, donde nada puede durar, pronto será flamante ruina. En tanto, multiplica runas de dramático aviso que dicen malandanza y danza de la muerte y aguardas ver tu reflejo allí, humo flotante:
Es amargo ser Tántalo. ¿Vale amar? Igual pasas crujía, inauguras tus peores augurios. Mientras llegue la noche, una vez más cerrada, sigilada, sigues, válganos Dios, macerando en ese mismo alcohol la pupila, el pabilo del alma que ve los males que la matan.
Por ello hay premios literarios que prestigian su trayectoria al conceder un reconocimiento como este: el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances se realza aún más al haber precedido apenas unas semanas al Cervantes, y no ha hecho sino refrendar aquello de lo cual los lectores de Ida Vitale nos hemos venido preciando desde siempre, y a los inminentes, a los que “les espera un placer que no se sospechan”, como afirmó Álvaro Mutis. Su obra, desde 1949, es una depurada criba de poesía, ensayo y varia invención sometida a la intensidad de los estratos de la exigencia crítica y sus tradiciones, una “voz delgada y firme”, de “buen amianto poético” llegó a decirse de ésta en los años sesenta, aunada a la levedad y a la escéptica ironía que subraya la importancia de la literatura considerada como literatura y no como instrumento: “una construcción no usual, no desgastada por el uso”, que desplaza, decanta y cuestiona la lengua: Tristeza trae el crepúsculo –entremés tramontano– trivial tragedia trae trunca luz al tirarse —trampolín es la noche, como esta mesa, oscura— desetrelladamente. Nos vaciamos a cántaros. Y es un deslizamiento opaco lo que doramos vida. Y han destruido los últimos árboles de la calle.
Una obra inteligentísima, de una falsa transparencia, sustentada en el misterio, ajena a “todo nacionalismo literario, en lo que éste tiene de limitación provinciana y resentida, de desahogo de la mediocridad”, como escribió de su admirada generación, la del 45 uruguayo, su amigo el crítico Emir Rodríguez Monegal.
Es consabido que Ida Vitale nació en 1923 en Montevideo, el puerto del Conde de Lautréamont, de Jules Supervielle y de Jules Laforgue, donde estudió humanidades y fue docente de literatura hasta los años setenta. También es conocido que un poema de Gabriela Mistral leído en la infancia le inculcó la fascinación por el misterio y el placer y la energía de su desciframiento o que la indeclinable curiosidad y luego asombro legado por el mundo de plantas y animales vaticinaron su destino y es permanente presencia en su obra, pero se recuerda algo menos que lo auguraron José Bergamín —que escribió sobre ella en 1947: “das fuego a sombra, en la ceniza llama,/ asombras si iluminas, verde rama”—, y Juan Ramón Jiménez, otra influencia decisiva, el cual afirmó al recibir su segundo poemario, Palabra dada, que había llenado su nombre de misterio y encanto, y la incluyó, por su “penetración naturalísima”, en una presentación antológica de poetas jóvenes en Buenos Aires en esos años. Las adversidades políticas la forzaron, como a tantos otros intelectuales de su país, al exilio: residió en México entre 1974 y 1984 con su marido, el inolvidable poeta y profesor Enrique Fierro, y aunque con él volvió unos pocos años al Uruguay, a finales de los ochenta se estableció en Austin, Texas, hasta este mismo 2018, cuando ha vuelto de nuevo a la Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo. El propio Enrique Fierro solía repetir con su habitual ingenio, “gracias al exilio, que me ha dado tanto”. Lo que sigue ocurriendo ahora mismo desde que el filósofo nos echó a ladridos de su estremecedora república.
Su obra fue acogida en Plural y en Vuelta, revistas fundadas y dirigidas por Octavio Paz
La obra de Ida Vitale fue acogida en Plural y en Vuelta, revistas fundadas y dirigidas por Octavio Paz, las cuales permitieron la confluencia de los esencialmente afines en un amplio grupo intelectual hispanoamericano que entendía la poesía, la crítica y la experiencia literaria en libertad, y en debate contra todo provincianismo y totalitarismo. Algunos de ellos, como Olga Orozco o Tomás Segovia, han precedido a Ida Vitale en este premio. La república literaria mexicana entonces ha de seguir agradeciendo por su parte que Ida Vitale no solo residiera tantos años aquí, sino que su obra se mantuviera siempre vinculada a esa generosidad recíproca. Pero la biografía del poeta importa, en realidad, más bien poco. Su obra y sus lecturas (“lectura: espejo ustorio donde lo consumido nos consume”, ha escrito) son su biografía. Y más en el caso de ella por su conocido desdén antipublicitario. Digamos que los orígenes rurales del autor de la Eneida, que Horacio fuera hijo de un esclavo o que Ovidio muriera en el exilio, son apenas relevantes ante las obras que releemos. Es más, ¿quien recuerda a los benefactores de ellos, a sus poderosos y encaprichados contemporáneos que comían lenguas de ruiseñor o mantenían tibias su piscinas de oro? ¿O a quiénes va dirigido este poema de Ida Vitale que es también nuestro?: Agradezco a mi patria sus errores, los cometidos, los que se ven venir, ciegos, activos a su blanco de luto. Agradezco el vendaval contrario, el semiolvido, la espinosa frontera de argucias, la falaz negación de gesto oculto. Sí, gracias, muchas gracias por haberme llevado a caminar para que la cicuta haga su efecto y ya no duela cuando muerde el metafísico animal de la ausencia.
LITERATURA
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Podría postularse que el obstinado tono algo solemne que Henríquez Ureña había detectado en la poesía mexicana debe recibir de cuando en cuando necesarias pedagógicas sacudidas uruguayas, entre otras muchas que le hacían falta. Y no porque, permítaseme la provocación, no se hubiera leído con atención al hoy casi olvidado Supervielle, del cual Ida Vitale nos ha dado espléndidas traducciones que algún editor avezado haría bien en recuperar, al permanente Lautréamont y muy poco a Laforgue, o porque Herrera y Reissig afinara la sensibilidad o fecundara la fantasía verbal de López Velarde, sino porque son antídoto, aunque no el único, contra el mefítico adocenamiento, como un ruido
de fondo en el paisaje de la poesía nacional. En Ida Vitale se añade la inextricable presencia moral de su obra, de una lucidez casi sabia, sustentada además sobre un humor refinadísimo sobre todo en su prosa, de sordina sobre los énfasis excesivos, sobre los intelectuales baratos, y acallador de chulería ilustrada y de cabezas que embisten, como describía a sus compatriotas Machado, una inteligencia que se toma en serio lo escrito, con una sonrisa, pero no a uno mismo, con risa. “Existen muchas especies de humor —escribe en su Léxico de afinidades—: el más sutil es el que se aclimata en el misterio”. El ejemplo de Octavio Paz, las lecturas de Gaston Bachelard o las de
Felisberto Hernández, la pintura de Klee o de Morandi, la imprescindible presencia de la música culta, la orgánica integración de las vanguardias poéticas como un modo de entender la literatura, una escritura que tiene “el don de apresar la vida sin detener su flujo”, como señala el crítico José Luis Gómez Toré, el rigor y filo de las preguntas y problemas que plantea sin enunciarlos del todo, el intrínseco carácter lúdico o el desplazamiento de los límites en casi toda su obra, y la paradoja que tiende un sutil puente con el lector de su poesía, le han deparado siempre una suerte de cauta confianza en el futuro, un deber de fe que no ha seguido caminos fraudulentos gracias además a
Nacida en 1923, Ida Vitale tiene además una larga carrera como ensayista y traductora.
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una moral política irreprochable, y que a sus 95 años de edad convierte su obra, ejemplarmente, en una de las más jóvenes de la lengua. En uno de sus poemas más recientes Ida Vitale escribe: Olvida, sí, el delirio de luchar con augures y escombros. Mira sin afirmar. El futuro no es tuyo.
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Es cierto y no es cierto, porque ese futuro es ahora, es de su obra y es todo suyo. Texto leído en la ceremonia de entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances.
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DE PORTADA
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En 1958, el autor de Doctor Zhivago renunció al máximo honor literario, doblegado por el Estado soviético
Pasternak: 60 años del Nobel que no fue
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ANA SOFÍA RODRÍGUEZ EVERAERT FOTOGRAFÍA TASS
n un mundo volátil como el nuestro, el ritual que cada año celebra a la literatura en un foro internacional se ha mantenido sorprendentemente imperturbable. Son contadas y justificadas las ocasiones en que no ha habido Premio Nobel de Literatura; este año, la disolución del comité seleccionador completa la decena de veces sin galardón desde que fuera instaurado en 1901. Tras las acusaciones de abuso sexual contra el fotógrafo Jean–Claude Arnault, hombre fundamental en las bambalinas de la Academia, un número importante de sus miembros renunció, dejándola sin el quórum necesario para tomar una decisión. El Premio solo se canceló durante los años de las guerras mundiales y en 1949, cuatro años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, faltó el talento que lo mereciera. Sartre lo rechazó en 1964 alegando que los escritores “no pueden convertirse en instituciones” y porque sus simpatías con el socialismo lo obligaban a desconfiar del reconocimiento. “Es un premio que, objetivamente, se mantiene como una distinción reservada para los escritores de Occidente o los rebeldes del Este”. Ejemplificó la sentencia recordando el caso de Borís Pasternak, obligado a renunciar al Nobel en 1958 después de que la Unión Soviética lo amenazara con expulsarlo para siempre de su patria. Para Sartre —como para Jrushchev, por cierto—, el auténtico merecedor del Premio habría sido Mikhail Sholokhov, hombre de partido comprometido con el realismo socialista.
Un año después de este discurso se anunció que el autor de Don Apacible había ganado el Nobel y Sholokhov asistió a la ceremonia con toda tranquilidad. Pasternak, en cambio, murió dos años después de rechazar el Premio explicando con pesar el “significado que le dio la sociedad a la que pertenezco”. Evgeny Pasternak recuerda haber visto en esos días a su padre, irreconocible, pálido, con el rostro agotado y repitiéndose que nada importaba ya. En la novela que le mereció el estrellato internacional a Pasternak, el hombre vital que es el doctor Zhivago se refiere al régimen soviético como una construcción de mundos constante: “los periodos de transición son para ellos un fin en sí mismo. El hombre nace para vivir, no para prepararse para la vida”. Algo así debió sentir el poeta. Los detalles de la relación entre Pasternak y el gobierno soviético se nos escapan. Nunca se opuso abiertamente al régimen, a diferencia de muchos de sus colegas, pero tampoco escatimó en decisiones subversivas: varias veces rechazó que su nombre apareciera en desplegados para castigar a los perseguidos por los Procesos de Moscú, aunque al final era agregado arbitrariamente; también salvó del gulag a Osip Mandelstam después de que éste compusiera un poema describiendo a Stalin como un “montañés” de “dedos grasientos”. Pasternak pudo dedicarse a escribir con libertad, entre otras cosas porque Stalin parecía tenerle afecto a sus traducciones de poetas georgianos. Según la historiadora Frances Stonor Saunders, el sanguinario gobernante lo tenía como un “habitante de las nubes”. Su poesía había cambiado la literatura rusa para siempre. Variada en temas y ritmos, en un principio futurista, a veces simbolista, acumula imágenes que, entre tantas cosas, describen la brevedad del otoño ruso.
Pero Doctor Zhivago, su única novela, se leyó como una crítica irreconciliable a la Revolución de Octubre y al régimen que instauró. Le tomó más de una década escribirla y se siente exactamente así. Pasan las estaciones, recorremos lo que suponemos que es el este de Rusia y la guerra civil no cesa, tampoco la lucha de clases que “se ha metido entre nuestros pies como un gato negro”, a decir de un campesino en los primeros capítulos. Las imágenes que el régimen consideró injustas se alternan entre descripciones cruentas de la escasez, el hambre y la desesperación que llevan al abandono de pueblos enteros —los trenes parados a la mitad de su recorrido y ahogados en nieve son lugares de refugio para quienes merodean la estepa huyendo de las consecuencias de la Revolución—, las escenas del absurdo cruel que es la guerra y las reflexiones con halo dostoievskiano de los personajes. Zhivago condena por igual la crueldad de los ejércitos Rojo y Blanco. En el fondo, para el personaje y su creador, el problema son los medios para conseguir la victoria, que partisanos y zaristas estén dispuestos a acoger a jóvenes alrededor de una causa que en la década de 1930 ya parecía una locomotora sin conductor. Jóvenes como Vasia, que vuelve del frente y descubre que su aldea ha sido quemada, su madre ahogada, sus hermanas recluidas en un orfanatorio. Cuando Zhivago reta al polémico Samdeviátov, el mejor representante de las incomodidades y contradicciones de la Revolución: “Usted es bolchevique y reconoce que esto no es vida”; el otro afirma la “necesidad histórica” del sacrificio. Para el doctor, el bien no tiene más camino que el bien.
Nunca se opuso al régimen, pero tampoco escatimó en decisiones subversivas
Este reclamo ingenuo quizá fuera el responsable de que los estadunidenses consideraran que la novela era útil en la batalla ideológica contra el Kremlin. Doctor Zhivago no fue impresa en Rusia sino hasta 1989, condenada a leerse como una crítica contra la URSS y no como una exploración sobre lo que provoca la obsesión por los tipos ideales, sin importar cuáles sean. A muchos críticos les pareció increíblemente vulgar el affaire que Zhivago sostiene con la enfermera Lara, aprovechando las condiciones de aislamiento y viviendo como squatters en hogares abandonados por las víctimas de la guerra. No ven un amorío que sobrevive con permiso de la naturaleza —la de la nieve y de los lobos—. A pesar de ser médico y enfermera, los protagonistas tenían en común no sentirse “atraídos por la moda de mimar al hombre, ensalzarlo por encima del resto de la naturaleza y rendirle culto”. El mensaje y la estética de Pasternak eran inútiles para un régimen que empezaba a sospechar del suprematismo en las artes plásticas. Un lúcido Maiakovsky advertía la disonancia de Pasternak con los tiempos en una conversación que retoma el segundo en Yo recuerdo: “A usted le gusta ver el relámpago en el cielo, pero a mí en los cables eléctricos”. Esta jerarquización está detrás de la molestia de Pasternak–Zhivago con la era de las “frases altisonantes” pero vacías, a favor del perfeccionamiento colectivo. Sabe que no son los andamios ni el concreto de ninguna nueva sociedad y odia la fantasía que ignora el evidente paso del tiempo en los Urales. Pero la CIA vio en la novela un auténtico panfleto anticomunista. Así, según archivos desclasificados en 2014, la agencia tomó la primera edición del libro en italiano y dos posteriores en inglés y francés para
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Borís Pasternak produjo una extensa obra poética y alcanzó la fama en Occidente con su única novela, un agrio diagnóstico del hombre soviético.
hacer una versión en ruso que fue repartida en la Exposición Universal de Bruselas, en septiembre de 1958. Más que poner en entredicho la merecida popularidad de la novela, o incluso la importancia del Premio Nobel anunciado un mes después de la feria, la anécdota provoca cierta nostalgia por los tiempos en los que un libro extenso, lento, y a veces auténticamente aburrido, aún podía
ser un arma. El jefe de la división soviética de la CIA, John Maury, vio su potencia en el “mensaje humanista —toda persona tiene derecho a una vida privada y merece respeto como ser humano, sin importar la medida de su lealtad política o su contribución al Estado— [que] pone en un predicamento a la ética soviética del sacrificio del individuo por el sistema comunista”. Una reseña
hipócrita y resultado de una mala lectura, pero que logró repartir más de 15 mil copias a través de una pequeña librería del stand que tenía el Vaticano en la feria. Aunque en su vida corriente Pasternak se recluyera en el pretexto de su quehacer tolstoiano para no tomar posturas políticas, su protagonista resume explícitamente algunas opiniones. Dice del marxismo, por
ejemplo, que es una corriente “replegada en sí misma”, “alejada de los hechos”. Corrupta porque, “quienes tienen el poder, en virtud de la leyenda sobre su propia infalibilidad, dan la espalda a la verdad con todas sus fuerzas”. Era música para los oídos estadunidenses. Pero sería injusto (y lo fue) hacer un juicio sumario sobre el anticomunismo reflejado en Zhivago cuando el personaje admite no identificar las diferencias entre los bolcheviques y otros socialistas. Sea como sea, y a pesar de la tolerancia de la que gozaba como vecino de la colonia de escritores de Peredélkino, Pasternak padeció la sombra de la autoridad no solo a través de lo que le sucedía a sus pares poetas, tantas veces muertos por mano propia y ajena, sino sobre todo con Olga Ivinskaya, su asistente editorial, su amante y quien supuestamente inspiró al personaje de Lara. Olga fue detenida por primera vez en 1939 y en sus memorias cuenta las presiones que resistió pese al abuso psicológico de la NKVD para que revelara información sobre las andanzas del escritor. Sin embargo, hace veinte años salieron a la luz una serie de cartas del Comité Central del Partido Comunista entre las que está una petición de liberación de Ivinskaya a Jrushchev, en la que ella le recuerda su labor para evitar que Pasternak publicara. En un principio, esta desesperación fue vista por los círculos literarios como la peor de las traiciones, pero eventualmente quedó como testimonio del lado terrorífico de la URSS. Cuando tienen que partir camino, Zhivago relata que al llorar por Lara lloraba “también por el lejano verano en Meliuzéyev, cuando la revolución era un dios descendido del cielo a la tierra”. Pronto se pierde en las imágenes de la inmensidad rusa, del amor exagerado, de la noche que absorbe a una asamblea que discute acaloradamente la participación de los combatientes de la Revolución de Octubre, porque 1905 había probado que la contrarrevolución siempre llega a manos del ejército. Las razones por las que le fue otorgado el Nobel a Pasternak hace 60 años hablan de su poesía y de su contribución a la tradición de la épica rusa, pero el régimen hizo oídos sordos. A la distancia, el moscovita nos parece un hombre desfasado de su circunstancia, de su tierra. Condenado para siempre a las nubes. Pero si en realidad hizo lo que Marina Tsvetáyeva le escribió a Rilke en el verano que ambos compartieron con Pasternak en 1926 —“la razón por la cual uno se vuelve poeta es para evitar ser francés o ruso”—, entonces el trueque del creador de Zhivago siempre fue por “serlo todo”.
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EN LIBRERÍAS
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A FUEGO LENTO
RESEÑA
A punto para la eternidad DIEGO JOSÉ FOTOGRAFÍA EFE
Ahora me rindo y eso es todo España, 2018
De ánimo levantisco ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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pachería, dice Álvaro Enrigue en Ahora me rindo y eso es todo (Anagrama), era la tierra hostil que se ganó el desprecio de los mexicanos del norte y los estadunidenses del sur, un no-lugar habitado por los pueblos originales a quienes un malentendido lingüístico dio en llamar, sin distinción alguna, “apaches”. Justo ahí transcurre esta novela que convoca, en momentos desiguales y aun contradictorios del siglo XIX, a colonos, aventureros, militares, rebeldes y prófugos de la ley hasta crear un fresco multirracial, polivalente y pluriargumental. Hay quien podría reparar que en Ahora me rindo y eso es todo abundan las tramas, los personajes —muchos de los cuales entran y salen de escena después de interpretar un papel secundario en la Historia—, las disquisiciones y los paisajes. A mí me ha cautivado esa ambición. Como si no le bastara con seguir las huellas del teniente coronel José María Zuloaga —quien a su vez sigue las huellas de una banda de abigeos chiricahuas— o la sombra escurridiza de Gerónimo, el legendario chamán sobre quien pesaba la cárcel o el patíbulo, Enrigue interrumpe constantemente la acción para reflexionar sobre su destino como mexicano en Estados Unidos, llevar el diario de una excursión en familia a Dragoon Mountains, en Texas, y hasta ensayar sobre el proceso de domesticación del caballo, el western, las políticas de exterminio, la hidrología, el ánimo bélico de los hombres y las mujeres de Apachería… En un sentido, Ahora me rindo y eso es todo se lee como una novela de aventuras marcadas por el hierro de la huida y la persecución. Una vez que nombra las cosas y anuncia su propósito mayor, acomete los hechos con un ritmo que a ratos tiene la impronta de una estampida y en otros una cadencia sosegada que permite reconstruir una franja del pasado sin la maquinaria abrumadora que suele exhibir el investigador profesional… y esos cambios de velocidad se ejecutan con terrenal elegancia. En otro sentido —el del ensayo dentro de la novela—, Ahora me rindo y eso es todo se impone como una cavilación acerca de lo que significa ser un pueblo en vías de extinción, de ser el último guardián de una lengua, de una manera de estar en el mundo, de un pacto con la naturaleza. Por esto, y por la invitación al viaje, celebro el espíritu levantisco de Álvaro Enrigue.
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El poeta catalán Joan Margarit.
ace tiempo leí un pequeño volumen de Johannes Pfeiffer concebido para alcanzar la comprensión de lo poético. Entre los distintos hallazgos que me proporcionó aquel libro, editado por el Fondo de Cultura Económica en su colección Breviarios, era la concordancia entre la verdad y la belleza que el autor defendía como parte esencial de lo que contiene un buen poema: “La poesía ilumina no poco de aquella oculta profundidad esencial de nuestra Existencia (de ahí su verdad), y la ilumina directamente por la plasmación (de ahí su belleza)”. La resonancia de estas ideas se produjo en mi interior de manera inconsciente durante la lectura de Un asombroso invierno (Visor, 2018) de Joan Margarit, sobre todo porque sus poemas —provistos de una adecuada combinación de claridad y misterio— me permiten transitar los cráteres de la existencia, recogiendo distintas revelaciones: “El tiempo para amar/ es el del paso de las estaciones./ El tiempo para el sexo es siempre ahora”. Para Joan Margarit la poesía posee estas dos fuerzas esenciales que difícilmente suelen encontrarse reunidas: verdad y belleza: “la inspiración es, precisamente, ese acto tan raro y difícil que consiste en localizar un lugar donde sea bastante proba-
ble que puedan estar juntas, inseparables, verdad y belleza”. Un asombroso invierno conmueve por la contundencia de su sabiduría. La metáfora del invierno como estación de vida es abordada por el poeta catalán sin concesiones ni sentimentalismos; más bien, como una reivindicación de la vejez desde la clarividencia que proporcionan las heridas: “He llegado hasta el fondo/ del bosque de los cuentos infantiles/ y sonrío, feliz de no ser joven”. Su aproximación a temas como el paso implacable del tiempo anuncia la posibilidad de distintas formas del amor y el olvido, entre las que destaca una especie de pasión por lo irremediable, como sucede en “Mujer haciéndose las uñas”, “Futuro”, “Termópilas”, “Últimas representaciones” o “La soledad del mar”, que afirma una declaración de principios: “No leo, ya hace tiempo,/ ni volveré a leer, a los poetas/ cansados que dejaron de escribir,/ Gil de Biedma o Rimbaud pongo por caso./ Ahora, para mí, tan solo cuenta/ eso que
Los poemas de Margarit son tránsito por los cráteres de la existencia y sus revelaciones
se ha buscado hasta la muerte./ El asombroso invierno del animal de fondo”. Autor de una obra imprescindible en la que destacan títulos como El primer frío, Joana, Cálculo de estructuras y Casa de misericordia, comprueba con estricta fidelidad aquello que afirmó José Emilio Pacheco en su “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”: “Llamo poesía a ese lugar del encuentro/ con la experiencia ajena”. Los libros de Joan Margarit interpelan al lector desde la profunda honestidad de quien sabe que el poema es un punto de encuentro entre la angustia personal y el anhelo o la memoria que los otros tienen de su propia vida. “Es difícil sacar noticias de un poema”, dice William Carlos Williams en ese punzante canto que pareciera surgir desde el infierno, quizá porque todo auténtico poema alude a una forma de la verdad que no cualquier verso puede plasmar en su composición. También es difícil hablar de verdades poéticas en una época tan proclive a la simulación. Por eso, resulta altamente gratificante e inspirador adentrarse en Un asombroso invierno y reconocer que la obra de Joan Margarit, como la verdadera poesía de todos los tiempos, “está a punto/ para la eternidad”.
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EN LIBRERĂ?AS
8 DE DICIEMBRE 2018
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NARRATIVA, CONFERENCIA, PERIODISMO Collages
Conferencias polĂticas
Ritos y retos del oficio
Arreola. Sus mejores conversaciones
AnaĂŻs Nin Cal y arena MĂŠxico, 2018 172 pĂĄginas
Carlos Fuentes Fondo de Cultura EconĂłmica MĂŠxico, 2018 160 pĂĄginas
JesĂşs Alejo Santiago (coord.) SecretarĂa de Cultura MĂŠxico, 2018 280 pĂĄginas
Tere Vale MAPorrĂşa/ SecretarĂa de Cultura MĂŠxico, 2018 449 pĂĄginas
De la escritora francesa conocida por La casa del incesto o Delta de Venus pero, sobre todo, por la apasionada amistad con Henry Miller, llega esta novela que transcurre en Austria, Holanda, Francia, Marruecos, MĂŠxico y Estados Unidos, en la que una asombrosa pasarela de personajes, entre artistas de la vida real y modelos de ficciĂłn, se entregan a una espiral vertiginosa de experiencias con tinte impresionista, a la manera de homenaje al tĂtulo mismo: el collage.
Con este volumen, explica Jovany Hurtado GarcĂa en la introducciĂłn, se inaugura una serie dedicada a las conferencias del autor de Aura, el cual destaca por la actualidad de sus opiniones polĂticas. Una muestra del texto final, "Tiempo de despegar": "Hablo, seĂąoras y seĂąores, de (crear) un nuevo contrato social mexicano que desarrolle, con la mĂĄxima velocidad, el inmenso potencial de MĂŠxico para ser, a partir de lo que ha sido y de lo que es, lo que MĂŠxico puede ser".
En este libro, que reivindica el papel del periodista cultural, se recogen las reflexiones que surgieron en el Encuentro Nacional de Periodismo Cultural que se llevó a cabo en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatån en las ediciones de 2015 y 2016, y que fue impulsado por su entonces director Rafael Morcillo. Como seùala Alejo Santiago, se trata de darle voz a los periodistas de "a pie" para dar "(nuestra) versión de los hechos" en diferentes temas.
Habla Tere Vale: “Arreola tuvo por siempre el don de la palabra. Era un extraordinario charlista, conversador incansable, terrible manipulador a quien no logrĂŠ terminar de conocer ni agotar despuĂŠs de 10 largos aĂąos de sabrosos pleitos y divertidas conversaciones cotidianas en ABC Radio [‌]. A lo largo de nuestros mĂşltiples y gozosos encuentros, me dijo cosas atroces, provocadoras, misĂłginas, tiernas y sublimes sobre todas nosotras, las mujeres, y sobre casi todoâ€?.
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CINE
8 DE DICIEMBRE 2018
RESEÑA
ENTREVISTA
Los delirios de Philip K. Dick ANDREA SERDIO
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a Biblioteca Philip K. Dick, publicada por el sello editorial Minotauro, es la crónica de un tiempo donde la realidad y la fantasía se mezclan, en el que los hombres y los robots se confunden, en el que la Tierra, devastada, es vista con nostalgia desde planetas inhóspitos y las grandes corporaciones lo controlan todo, como sucede en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que inspiró la película Blade Runner, dirigida por Ridley Scott. Philip K. Dick nació en Chicago en 1928 y murió el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana, California, unos meses antes del estreno de la película de Ridley Scott, de la que Denis Villeneuve ha filmado la secuela Blade Runner 2049, en la que un exterminador de replicantes es precisamente uno de ellos. La nueva versión plantea dilemas morales y grandes temores acerca del inexorable avance de la ciencia y la tecnología. La vida de Philip K. Dick fue difícil, con problemas económicos, cinco matrimonios que terminaron en divorcio y tres hijos. Desde 1952 comenzó a publicar relatos cortos y se dedicó por completo a la escritura. En 1956 dio a conocer el cuento “Minority Report”, llevado al cine por Steven Spielberg, y en 1963 obtuvo el Premio Hugo con El hombre del castillo, novela en la que Estados Unidos es derrotado en la Segunda Guerra Mundial. La literatura de Dick está poblada de alucinaciones, de cuestionamientos sociales, políticos y económicos, de realidades alternas, de la utilización de las drogas como medio de control. Así sucede en Los tres estigmas de Palmer Eldritch, donde solo los alucinógenos hacen soportable la vida. O en el cuento en el que se basa la cinta Vengador del futuro, en la que el protagonista se implanta recuerdos falsos, sin darse cuenta de lo que esto implica. Dick fue un entusiasta de la psicología analítica de Jung, un asiduo a las drogas; pensaba que sufría esquizofrenia, se volvió paranoico y tuvo frecuentes alucinaciones. Todo esto lo plasmó en sus libros. En novelas como Ubik, punto de partida de las películas Abre los ojos o Matrix. Ubik es “un tour de force de amenaza paranoica y comedia absurda, en la cual los muertos compran su siguiente reencarnación y corren el riesgo continuo de volver a morir”. Los jugadores de Titán y Fluyan mis lágrimas, dijo el policía son otros de los títulos de la Biblioteca Philip K. Dick; en la primera se desarrollan juegos siniestros entre humanos y alienígenas; en la segunda aparece un súper humano mejorado genéticamente. Otra es Impostor, que dio origen a la película del mismo título en la que el protagonista es acusado de ser un androide “diseñado para sabotear las defensas de la Tierra”.
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Acusada se desarrolla como un thriller que exhibe a la industria mediática.
Gonzalo Tobal
“Los procesos judiciales se han vuelto espectáculo”
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HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA K&S FILMS
na joven estudiante es acusada del asesinato de su mejor amiga. En poco tiempo, el crimen alcanza las pantallas televisivas y se convierte en un suceso mediático. La menor, su familia y abogado, deberán contrarrestar los señalamientos. En tono de thriller, el argentino Gonzalo Tobal filma Acusada, donde cuestiona la forma en que ciertos procesos judiciales se convierten en auténticos espectáculos. ¿Por qué hablar de la justicia mediante un thriller como Acusada? Desde hace tiempo me genera mucha curiosidad la manera en que se desarrollan los casos policiales. Los medios suelen contarlos como si fueran ficciones con puesta en escena incluida y nosotros los seguimos como público. A partir de ahí vino mi interés por hacer un thriller narrado desde la intimidad de una familia. ¿El thriller es el género idóneo para este tipo de historias? Me parece un género que hace de la ley y la verdad su centro. Sus enfoques narrativos permiten hablar del estado en que se encuentran las sociedades. Si pensamos en las diferencias entre el policial clásico del siglo XIX y el negro del siglo XX, la mayoría se sostiene en los cambios en los modelos sociales. El thriller es ideal para discutir alrededor de la verdad y la posverdad en la época de las redes sociales.
La verdad, su maleabilidad y su manejo están presentes en la película. Es el gran tema de la película. ¿Qué idea de verdad tenemos? ¿A qué idea de verdad nos tratamos de aferrar a pesar de que el mundo nos demuestra que hay muchas formas de entenderla? Ambas eran preguntas que me perseguían mientras hacía la película porque creo que tendemos a idealizar la verdad. Acusada muestra también lo que sucede cuando la ley y la justicia no coinciden. Es una paradoja que vemos todo el tiempo y que de alguna manera entronca con el carril de la opinión pública y su relación con los medios. Determinados hechos o personas pueden jugar de una manera por el lado de la justicia y de otra por el lado de los medios de comunicación. A través del caso de esta familia y de su abogado quería mostrar cómo a veces es más importante construir una imagen que transmita más una percepción de inocencia que la inocencia misma. Aquí se inserta su crítica a los medios de comunicación. Los juicios se han convertido en espectáculos públicos. En Argentina,
“Dentro de las vorágines mediáticas, lo menos que importa es la verdad”
recién lo vimos con el escándalo del Boca–River. Llevamos días con discusiones infinitas. Ya podríamos tener un par de temporadas de una serie lamentable que adquiere dimensiones políticas y donde lo deportivo pasó a segundo plano. Son las contradicciones del mundo en que vivimos. ¿En aras del espectáculo la verdad pasa a segundo término? Dentro de las vorágines mediáticas lo menos que importa es la verdad. Por eso, conforme avanza la película, la pregunta sobre la inocencia o la culpabilidad se diluye ante el escándalo que genera. ¿Cómo conseguir un balance entre la dimensión ética de la película y el entretenimiento al que también aspira? Ese es el reto que enfrenta el cine que me interesa. Más allá de las reflexiones, quería un thriller potente, pero sin sacrificar la profundidad. Para conseguirlo, me apoyé en el drama familiar, gracias al cual pude dirigirme al espectador y abordar dilemas más morales que políticos. Entre el proceso de escritura del guión y el estreno, ¿qué tanto cambió su película? En América Latina los procesos de una película son muy largos; en mi caso, pasaron casi cuatro años. Gracias a esto no es difícil ceñirse a la idea original de tu película; es decir, no cambió demasiado.
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TERTULIA
8 DE DICIEMBRE 2018
PERIPECIA
PERSONERÍO
La obra de arte como adicción
Un incierto combate
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ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA INBA
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Producto farmacéutico para imbéciles se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Granero.
a constante caída de un hilo de arena sobre una breve rampa blanca dentro de un museo recibe al espectador que escuchará la voz firme de un custodio en su afán por preservar el orden y la pieza de arte expuesta a la atónita mirada de quienes aún no se acomodan en su butaca y escucharán las órdenes del guardia como un rudo y viejo clamor por hacer valer su autoridad en el recinto. Verónica Bujeiro escribe Producto farmacéutico para imbéciles, texto que plantea un puñado de interrogantes en torno al valor artístico y de mercado de las obras plásticas de arte moderno; gira también alrededor de la especulación, a partir de la franca mirada de un custodio que decide indagar lo que ven las personas en un objeto que no representa a un ser vivo, lo que le permite traspasar los límites que, se supone, preserva. La obra de Bujeiro pone en palabras de su personaje principal, Catalino Risperdal, su necesidad de ser tomado en cuenta, de comprender el rostro dubitativo de los visitantes y lo nebuloso entre superficialidad y significado, cuyos extremos evidencian esa especie de adicción que puede ejercer la obra artística. La presencia de un crítico y de una compradora compulsiva de arte completa el triángulo de personajes que subrayan la delgada línea entre la obra, su fragilidad y las interpretaciones abiertas al infinito.
La obra, desde la postura de la persona más rechazada y menos vista en una sala de museo, abre un diálogo divertido y crítico, aunque también reiterativo, sobre el absurdo que envuelve a este universo y ubica al ser humano entre lo auténtico, lo banal y lo frívolo, a veces sobre un torrente de duda relativo a sus conocimientos, su capacidad de comprensión y su propia valía. El espacio, diseñado e iluminado por Patricia Gutiérrez Arriaga, concentra un micro universo que reproduce una sala de museo con muro y espacio abatible, semejante a la puerta de escape para gatos, una mirilla, dos sillas estéticas para el guardia y la obra de arte que no dejará de generar inquietud durante la función entera. La dirección de Angélica Rogel, que crea un ámbito casi sacro para ser mancillado, delinea la actitud de unos personajes que transitan entre su convicción más firme y la autotransgresión, rumbo al más estrepitoso ridículo, evidenciando la ignorancia del guardia tanto como su astucia para la revancha que traspasa límites, así como la avidez infinita de la compradora de arte y
La obra de Verónica Bujeiro plantea interrogantes en torno al arte moderno
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el agudo talento del conocedor, que domina el lenguaje de quien hace valer el doble sentido de palabras y afirmaciones. Mediante un ácido y crítico sentido del humor que, además de presentar a Risperdal en un estado emocional caricaturescamente primitivo y a los excedidos personajes en un vaivén de juego extremo, que por un instante alude a La creación de Adán de Miguel Ángel, la acción hace imaginar al público la obra plástica que crea adicción en el custodio, cuyo espíritu ha sufrido una importante transformación que no deja de mostrar la veta humana y grotesca de un mundo en apariencia estético e intocable. Producto farmacéutico para imbéciles es una obra que llama la atención hacia el movedizo universo del arte, del que muchos se sienten excluidos, mientras otros se bañan de un poder fatuo y excluyente que los protege de los cuestionamientos y les otorga un valor extra para sostener su existencia. El equipo artístico formado por Bujeiro, Rogel y Gutiérrez, en complicidad creativa con Mario Alberto Monroy, Alonso Íñiguez y Romina Coccio, incluido el revelador y atinado vestuario de Aris Pretelin–Esteves, hace una propuesta divertida que otorga una visión expansiva de una zona del arte en la que pareciera que el ser humano es lo que menos importa dentro del complejo círculo del arte y sus vanidades.
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JOSÉ DE LA COLINA
a página perfecta, el cuento perfecto, el ensayo perfecto… El escritor se desespera por buscar la perfección en todo lo que él escribe e incluso nada más redacta, pero, al mismo tiempo, dos impulsos se originan en él, igual de gemelos como de contrarios… Así, transcurren los minutos, las horas, los días, y el asunto es cada vez más irresoluble: si hay solución, ésta aparece como una lanza que vuela en el aire abriendo diez mil puntas que herirán la razón del autor. Nunca hay solución, y el autor se abandona al flujo de las palabras como el flujo del agua en el deporte llamado surf. Así, el autor se abandona dizque abandonándose a la corriente indivisa e informe del palabrerío que le brota de la parte menos conocida de sí mismo, y a la vez trata de mantener el equilibrio sobre la tablita en que se yergue valientemente, si no heroicamente, tratando de componer una pieza de redacción que mantenga alguna gracia casi salvaje y mientras tanto hacer que lo que escribe tenga algún sentido, es decir, que “diga” algo que, si no es comprensible con el intelecto, lo sea al menos con el “corazón”. Los surrealistas lo intentaron esforzadamente en grupo e individualmente. Uno de ellos pretendía soñar despierto, y dictaba a sus compañeros todo lo que “veía” en su palabrerío desatado. Todavía no sabemos si esa es la solución al problema de la escritura que se plantea a cada uno apenas abre la computadora y se pone a teclear como loco que a la vez tiene estatura de cuerdo. Pero, como quiera que sea, el problema permanece como un bloque de hielo que se va deshaciendo sin perder su imagen aterradora para el autor. ¿Qué es lo que anima a escribir como quiera que sea o según un orden de las ideas? ¿La conciencia o la mente irracional que hay, se supone, bajo ella, como una piel de serpiente que tuviese dos componentes básicos, aunque contrarios? Problema irresoluble que se plantea al que ejerce la literatura como algo más que un modus vivendi o como la manifestación de su “alma”. De cualquier manera, eso ocurre siempre, ya se trate de un cuento, un ensayo o un poema. Uno quisiera tenerlo resuelto de una vez por todas, pero allí está el drama: la literatura no es solución alguna, y más bien se abre a todas las interrogaciones. Seguiremos en esto eternamente, ya sea que queramos inventar personajes a partir de la desintegración de uno mismo, si esta “unidad” existe. Apenas ha escrito esto, el escritor se retira a descansar, no como sobre laureles o sobre un lecho de espadas con la punta alzada. Escribir, escribir, escribir como desmadejándose uno mismo y sin pensar mucho en el problema, aunque éste persiste como un fantasma que negase a disolverse en la mañana en que el autor está ojeroso, vibrátil aún, casi creyéndose vencedor o derrotado de algo que es un incierto combate. No canta victoria ni se lamenta tras este combate consigo mismo o tal vez con el otro que sabe que es entre los mil personajes que lo conforman. No hay victoria ni fracaso: solo un texto que, en el mejor de los casos, hablará a alguien, a quién sabe quién.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO, IVÁN RÍOS GASCÓN ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
8 DE DICIEMBRE 2018
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TOSCANADAS
El virginiano DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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a novela madre del western es El virginiano, de Owen Wister, publicada en 1902. Al final del capítulo dos aparece la frase más famosa del género vaquero: “Cuando me llames así, sonríe”. La escena es así: los personajes están en un saloon jugando cartas. En el calor del juego uno de ellos, de nombre Trampas, le dice Son of a… al virginiano. El lector tiene que llenar la palabra bitch que no se escribía a principios del siglo veinte. Continúa la narración: “La pistola del virginiano apareció y la apoyó en la mesa, sujetándola con una mano pero sin apuntar. Y con una voz más suave que nunca, una voz que sonaba casi como una caricia, pero arrastrando las palabras un poco más de lo habitual, de manera que casi había una pausa entre ellas, comunicó sus órdenes al tal Trampas: “Cuando me llames así, sonríe”.
EN EL WESTERN,
el rifle se volvió un compañero inseparable para protegerse, cazar, divertirse, matar y morir.
El virginiano inaugura en la literatura la pose del cowboy valeroso, macho, digno. Pero vaya uno a saber dónde están esas agallas cuando tuvo que sacar un arma para mostrarlas. En nuestro vapuleado México conocemos muchos valientes armados que luego da lástima verlos tan frágiles cuando les quitan la pistolita. Desde la aparición de las armas de fuego, los críticos se dieron cuenta de que sería difícil distinguir al guerrero grande del pequeño. Esto se agudizó con el nacimiento del rifle. Las primeras guerras en las que se emplearon mosquetes todavía tenían restos de las estrategias de la antigüedad. Se acercaban los dos ejércitos, disparaban “al ai se va” cuando estaban a tiro de piedra, y luego se lanzaban a luchar cuerpo a cuerpo. En la guerra de independencia gringa, apareció el rifle por primera vez, con el que ya se podía apuntar de manera precisa al rival que se deseaba liquidar.
Los ingleses protestaron: “esto ya no es una lucha digna sino mero asesinato”. El francotirador, que hoy puede ser un héroe, no era entonces sino un homicida. Por eso ni siquiera llevaban uniforme militar, sino vestimentas parecidas a las de los indios. ¿Cómo podía considerarse valiente un soldado que se ocultaba para disparar y se retiraba luego de jalar el gatillo? Para más inri, a estos tiradores les gustaba cazar oficiales, no soldados de a pie. Los gringos se convirtieron en un país de colonos que emigraban al oeste. El rifle se volvió un compañero inseparable para protegerse, cazar, divertirse, matar y morir. Y ningún gobierno les va a quitar el derecho de poseer armas. De hecho, cuando las leyes prohíben las armas a los civiles, consiguen que solo los criminales las posean. Por eso en México, cada vez que un virginiano saque su arma y nos diga “sonríe”, tendremos que sonreír.
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BICHOS Y PARIENTES
Cosas que ganan con el desorden
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as cosas frágiles se rompen, como los vidrios; las cosas robustas, como el acero, resisten, hasta que colapsan definitivamente. Pero hay un grupo de cosas que se crecen con el maltrato, o en el caos. Los músculos, por ejemplo, cada vez que los llevamos hasta su límite de esfuerzo, se reparan y, además, se disponen para ejercer su misma función con mayor fuerza la próxima vez. La economía de un país pobre es frágil; la de la República de Weimar, en los veinte, o de Estados Unidos de 2008, robustísimas… hasta que colapsaron y quisieron enmendarse recurriendo al poder del hombre fuerte, empujando su vida política a buscar un gobierno disfuncional, corrupto y déspota, como si el incremento del poder pudiera servir para la redistribución de la riqueza. El vidrio y el acero son productos industriales, producidos con una función específica y con unos límites calculables, que responden a una cadena de razonamientos y conocimientos predictibles. Los organismos funcionan en un sentido muy distinto: los virus mutan, los animales complejos pueden absorber daño y convertirlo en nuevo conocimiento y mayor fortaleza. No es verdad lo que decía Nietzsche, que “todo lo que no me mata, me fortalece” porque hay enfermedades que debilitan sin matar. Pero en general ese aserto vale para el organismo animal, los ecosistemas, los sistemas complejos, o la mente. Golpear las propias confianzas, las ideas que uno tenga más arraigadas y seguras lleva a una crisis, sí, pero también a un conocimiento mejor, más amplio, que no es frágil ni robusto sino una
JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA DAN CALLISTE/ REX/ SHUTTERSTOCK
de esas cosas que ganan con el caos, la incertidumbre, las adversidades. Son fenómenos “antifrágiles”, dice Nassim Nicholas Taleb (Antifrágil, Editorial Paidós). Lástima de nombre tan torpe que puede parecerse a otro concepto reciente: la resiliencia. Otro palabro horroroso. La resiliencia supone la recuperación de un estado previo a la adversidad, mientras que la antifragilidad es un resultado de ganancia o mejoría tras el embate del fracaso o del caos. Taleb es un señor pesadísimo: listo como un diablo, decente escritor,
La antifragilidad es un resultado de ganancia o mejoría tras el embate del fracaso o del caos
imaginativo, pero simpático como un cólico. Con todo, da gusto una sensatez como la suya en un contexto de necedades contemporáneas que, simplemente, se rehúsan a la antifragilidad y recaen siempre en la superstición de que los grandes problemas requieren soluciones grandes, como construir refinerías, o centralizar las decisiones económicas. Es mentalidad primitiva: “a grandes males, grandes remedios”. Los refranes pueden ser sabios lo mismo que idiotas. Es una mentalidad frágil que supone, como dijo Borges, que las injurias proferidas a un tigre han de ser también rayadas. Parecen no importar los hechos ni las evidencias ni la historia. Lo explicó Chesterton y lo llamó “distributismo”; lo han dicho Gabriel Zaid e Iván Illich, en México; unos pocos años después, lo dijo Schumacher,
Nassim Nicholas Taleb publicó Antifrágil, un libro recomendable en estos tiempos de “resiliencia” y del más cruel capitalismo vampiresco.
en uno de los más exitosos títulos de la historia editorial: Lo pequeño es hermoso. Lo ha planteado Paul Polak desde otra perspectiva: la productividad de la pequeña propiedad. Me entusiasma que este libro de Taleb venga de un financiero neoyorkino cuya clientela se compone de empresas del más cruel capitalismo vampiresco, experto en cálculos de riesgo que no miden objetos existentes sino actitudes, ideas, incidencias, y en vez de soluciones ofrecen analogías, motivos para creer o descreer. De algún modo, es la contracara de la tradición que aboga por la proporción humana. Desde el lugar de las desconfianzas y recelos, llega al encuentro de quienes confían en que la voluntad humana tiene una natural e indeclinable voluntad de bien. Es como la analogía que izó Adam Smith en dos libros complementarios. Primero escribió Teoría de los sentimientos morales, que parte del comportamiento humano desde su origen en el bien y la buena voluntad; después escribió La riqueza de las naciones, caminando desde el egoísmo, las envidias, la tendencia usurera de los seres humanos. De suponer nuestra bondad, o de precavernos contra la mala voluntad propia y del prójimo, a Adam Smith le daba el mismo resultado: los mercados, la producción, la economía de casa y de las naciones es una bestia demasiado compleja como para gobernarla. Y lo dejo como acertijo: ¿qué generaría más distribución y más riqueza: un billón de pesos metidos en una refinería, o un millón de pequeñas empresas con un pequeño capital de un millón de pesos, o cien mil con diez millones, o...?
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