Laberinto No.823 (23/03/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENSAYO

DOBLE FILO

CLAUDIA POSADAS

FERNANDO FIGUEROA

Fulgores de Blanca Varela

Mario Iván Martínez: locura y cordura

Foto: Mariela Agois

Foto: Teatros CdMx

SÁBADO 23 DE MARZO DE 2019 AÑO 15 - NÚMERO 823

100 años de Ferlinghetti Ira Silverberg/ FOTOGRAFÍA: STACEY LEWIS


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ANTESALA

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CASTA DIVA

“Nunca he trabajado” AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com IMAGEN PIETER BRUEGHEL EL VIEJO

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unca he trabajado, me dijo un escritor el día que se quedó sin la beca del Estado, y me pidió: “Ayúdame a preparar un libro sobre arte y ciencia para pedir otro apoyo”. Le respondí: “¿Y por qué no te pones a trabajar? Puedes dar clases y conferencias”. Ofendido me dijo: “No estoy loco, dar conferencitas por 5 mil pesos, dar clases, para nada, desde hace 25 años vivo de las becas”. He visto cómo se piden las firmas para las cartas de recomendación, con la consigna “Yo también te he firmado tus cartas”. He visto cómo artistas muy valiosos, con seria necesidad económica, que demuestran su obra, oficio, dedicación y talento, no la obtienen porque no están enchufados con los jurados. He visto exposiciones de los Jóvenes Creadores con obras que son verdadera basura, performances infra inteligentes, videos fuera de foco, desde los desconocidos hasta las “luminarias” del establishment. El sistema de becas del Fonca inició como un soborno del gobierno de Salinas de Gortari y continúa como una práctica de criterios sin transparencia, que han fomentado dependencia al Estado, sin justificar en muchos casos, un nivel de excelencia para ser otorgados. Pintores que han ganado la Bienal de Pintura Rufino Tamayo les han negado la beca, ¿en dónde está la congruencia? En la corrupción. Los merecedores de ese apoyo son una minoría apenas visible en esa corrupción. Las becas de “consagrados” las otorgan a arquitectos que cobran millones de pesos por un proyecto, ¿pagan con eso el chofer y el celular? Denles una medalla, pongan su nombre a una calle, el dinero es para quien lo necesita. La “clase cultural” despertó de su letargo a la regeneración de la realidad, a la posibilidad de financiar sus carreras, ser responsables de su vocación y de su profesión. El Estado está obligado a apoyar y divulgar las Humanidades, el Arte y la Cultura, pero no está obligado a mantener mediocres y oportunistas, que únicamente estudian y hacen proyectos para tener becas, sin generar resultados que aporten a la sociedad. Se fomenta un círculo vicioso entre la educación y los apoyos, con generaciones que siempre dependerán del Estado y que no les interesa vivir de otra forma. En el cine, las artes visuales, literatura, presentan proyectos donde la calidad es irrelevante, el asunto es conseguir el dinero y hacer el papeleo para volver a pedirlo. En México no hay independencia intelectual, ya vimos a la “clase cultural” chantajeando y exigiendo el proteccionismo del Estado, negando el tráfico de influencias que ha dejado fuera a quienes la merecen. El Fonca puede reencausar a la mediocridad y el enchufismo dentro del programa de los Ninis: ni estudian, ni trabajan, ni merecen beca.

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La Caridad (detalle).

Cafarnaúm, la ciudad olvidada. Dirección: Nadine Labaki. Líbano, Francia, 2018.

HOMBRE DE CELULOIDE

Hay que imitar a Charles Dickens

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LES FILMS DES TOURNELLES

on tantas que producen poca emoción. Son películas de niños que sufren en calles miserables. Cafarnaúm es una más a pesar de haber ganado el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y haber sido nominada a la Palma de Oro en 2018. La directora, Nadine Labaki, parece haber visto todas las películas de niños pobres y ha hecho con ellas un coctel. Hay en Cafarnaúm escenas prácticamente calcadas de Nadie sabe de Hirokazu Koreeda, Pixote de Héctor Babenco y Salaam Bombay de Mira Nair. Zain es un niño que vive en Beirut, una ciudad devastada por la guerra. Furioso porque su hermana de 11 años ha sido vendida al dueño de una tienda de abarrotes, Zain escapa y se enfrenta a la realidad de que nadie da trabajo a un niño que no tiene papeles y ni siquiera sabe cuándo nació. En sus aventuras encuentra a una guapa etíope que revela que hay tanta miseria en el mundo que aun este rincón perdido del Líbano recibe migrantes de sitios todavía más pobres. Así, pues, no satisfecha con haber denunciado la venta de niñas que se casan con tipos impresentables, Nadine Labaki denuncia ahora las terribles condiciones en las que viven los migrantes. Y es sólo el inicio.

Hay en la película cuatro o cinco historias que, en todo caso, deberían haber tenido cada una su denuncia particular. La etíope es detenida por ilegal. Zain se queda a cargo del niño etíope. Vaga con él por el mercado. Conoce a una niña que le habla de lo hermoso de Occidente. Suecia se vuelve el nombre clave de un paraíso. Nuestro joven héroe alberga sueños de migrante. Comienza ahora la denuncia de los malos libaneses que trafican con humanos. Nuestro héroe vuelve a casa y comete un asesinato. Ingresa en prisión. Aquí la directora denuncia las pésimas condiciones de vida en las prisiones de Beirut. Bueno, ¿para qué tanta denuncia? En una entrevista a RTVE, Labaki se aventó la puntada de que espera que Cafarnaúm sirva para terminar con la miseria infantil. Lo que ella no dice es de qué modo ir a un cine a apoltronarse puede resultar en un prodigio semejante. Cafarnaúm contiene todos los lugares comunes de las películas de miseria infantil pero carece del

En Cafarnaúm, el único que realmente fascina es el jovencísimo actor Zain Al Rafeea

encanto de obras como Un camino a casa de Garth Davis o la fantasiosa Quisiera ser millonario de Danny Boyle. Porque al menos éstas dejan un buen sabor de boca. Además, no pretenden ser Charles Dickens. Porque la clave está en Dickens, un escritor que consiguió que la burguesía inglesa del XIX se atreviera a mirar hacia los barrios bajos de la gran ciudad. Pero Dickens tiene sentido del humor, sus historias están llenas de personajes encantadores. En Cafarnaúm, el único que realmente fascina es el jovencísimo actor Zain Al Rafeea, que a sus doce años defiende a todas las mujeres que se encuentra pero luego tiene el desatino de ir a un tribunal del Líbano a decir que mejor lo hubieran abortado. ¿Por qué pensó Labaki que una apología del aborto podría ser premiada en Hollywood? La pregunta sigue sin respuesta. En la trama resulta una traición al único personaje lleno de vida. Ni El Ojitos, lazarillo de don Carmelo, en Los olvidados lanzó nunca un grito similar: “maldito el día en que nací”. Pero Los olvidados y Dickens tienen al menos cierta belleza simbólica. Casi 200 años después de que el mundo se maravillara con Oliver Twist quedan pocas ganas de mirar una miseria que, aceptémoslo, mirando una película no va a cambiar.

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ANTESALA

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POESÍA

en buena verdad hubo...

LOS PAISAJES INVISIBLES

El Correo polaco

HERBERTO HELDER

en buena verdad hubo un tiempo en que tuve una o dos artes poéticas, ahora no tengo nada: me siento, abro un cuaderno, tomo un estilográfico y trazo media docena de líneas: a veces apenas dos o tres líneas; otras veinte o treinta: hubo momentos en que me arrebató este juego y logré llenar unas cuantas páginas del cuaderno aconteció también por veces que el papel pareció estremecer, pero el mundo, no: nunca sentí que el mundo se estremeciera bajo mis palabras escritas, lo que sí sentí, y es de hecho un poco extraño, fue esto: en tanto escribía, el mundo parecía dislocarse, y cuando llegaba al fin de las líneas escritas, sabía que todo estaba hecho, sentía que restaba morir mas, como se ve, nunca lo más simple alcanzó en mí su propia profundidad Versión de Nicolás José

Este poema forma parte de Poemas zurdos, un libro que el poeta portugués terminó de escribir dos semanas antes de su muerte, el 23 de marzo de 2015, y que se publicó dos meses después. Dejó órdenes explícitas de que solo se hiciera una edición.

EX LIBRIS

Luigi Querubini/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

Ó

@IvanRiosGascon

scar Matzerath eligió dormir en un cesto lleno de cartas. Sobres cuyos destinos eran las ciudades de Lodz, Lublin, Lwow, Cracovia y Czestochowska o que llegaban de Lemberg, Thorn y Tschenstochay. En el cesto, Matzerath no soñó nada. Ni con la Virgen Negra ni con su tambor ya reparado, no evocó el sabor de los alfajores de Thorn ni mucho menos escuchó el murmullo que, dicen, suena con claridad cuando se reúnen decenas de cartas: correspondencia con noticias silenciosas, sean festivas o funestas; mensajes breves a la espera de alguien que lea las palabras que los contienen, postales de turistas, trotamundos o exiliados, pero decíamos que Óscar estaba extenuado y triste por su tambor averiado y cerró los ojos en el cesto hasta que la metralla lo despertó y lo único que pudo hacer fue sepultar el tambor, cubrirlo con los sobres en una suerte de nicho vertical. La metralla y la munición que descargaban las torres dobles de los cruceros desde Puerto Libre agujeraban las paredes. Matzerath terminó el blocao de su instrumento, juguete y compañero, y entonces estalló la fachada del edificio de Correo polaco de la Plaza Hevelius, donde Óscar se refugió, así que salió en busca de Jan Bronski, su presunto padre, y del conserje inválido Kobyella. Recorrió la oficina de envíos certificados, de giros postales, de recepción de telegramas e incluso la caja de pago. Todo a su paso eran destrozos. Había heridos por doquier. A uno de ellos lo llevaron al depósito donde se encontraba el cesto que fue su lecho, debemos recordar que Matzerath tenía estatura de gnomo, el tamaño de una criatura de tres años aunque ya era un adolescente, por lo que con su peso de talla normal, el herido arruinaría por completo su tambor, pero era la sangre lo que le preocupaba a Óscar: “Dolíame haber enterrado mi tambor en uno de aquellos cestos de ropa con ruedas. ¿No permearía tal vez la sangre de aquellos carteros y empleados de taquilla, abiertos y horadados, las veinte capas de papel, confiriendo a mi tambor un color que hasta allí solo había conocido en forma de esmalte? ¿Qué tenía ya mi tambor de común con la sangre de Polonia? ¡Que colorearan con aquel jugo, en buena hora, sus documentos y su papel secante! ¡Que vaciaran, si era preciso, el azul de sus tinteros y los volvieran a llenar de rojo! ¡Que tiñeran sus pañuelos y la mitad de sus camisas blancas almidonadas, si no había más remedio, a la manera polaca! ¡Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de Polonia y no de mi tambor!”. En efecto. De lo que se trataba era de Polonia, de la Ciudad Libre de Danzig. Se trataba de la invasión del 1 de septiembre de 1939, y se trataba, también, del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de la aventura de un extraño ser que desde muy pequeño se negó a crecer hasta cumplir los treinta pero en el camino vio monstruos y prodigios, él mismo era eso, con su voz que rompía cristales y la astucia para sobrellevar la necedad y la violencia, el tedio del psiquiátrico. Günter Grass publicó El tambor de hojalata el 23 de marzo de 1959 en Alemania. Veinte años después, Volker Schlöndorff compartió la Palma de Oro por su adaptación de la alucinante travesía de Óscar Matzerath con Francis Ford Coppola por Apocalypse Now, y no estaría de más recordar que la traducción al español fue publicada por Joaquín Mortiz en 1963. Sin embargo, y a pesar del éxito de la novela (quizá la más célebre de Grass), no se leyó en España durante el franquismo.

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LITERATURA

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Diez años han pasado desde la muerte de la poeta cuya obra es un canto a la extrema brevedad

Blanca Varela: un puerto permanente

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CLAUDIA POSADAS FOTOGRAFÍA CORTESÍA CÁMARA PERUANA DEL LIBRO

ero, Octavio, si ese puerto existe —dijo la poeta, refiriéndose a Puerto Supe, una localidad marítima de su natal Perú, donde pasó veranos con su marido Fernando de Szyszlo —con quien tuvo dos hijos—, José María Arguedas y Celia, su primera esposa, y Delia Bustamante. Él sonrió (“siempre atento a las insinuaciones de la poesía en el habla diaria”, como ha referido Adolfo Castañón),1 y dijo: —Ese es el título, Blanca, ya lo tenemos. Fue lo que replicó Octavio Paz a la propuesta de su amiga Blanca Varela (1926-2009) para titular su primer libro de poesía. Ella quería llamarlo Puerto Supe, pero aceptó la propuesta del poeta y apareció como Ese puerto existe (1959), editado, por recomendación de Paz, por la Universidad Veracruzana y prologado por él. Es un volumen fundamental en la obra de Varela —y, de acuerdo con Mariela Dreyfus y Rocío Silva-Santisteban, el prólogo conforma una clave, “una pauta de interpretación fuerte, un camino marcado para las exégesis posteriores, una ruta muchas veces difícil de desmarcar”,2 pero también, según estas poetas peruanas, un escenario para el diálogo crítico. El libro es fundamental, sobre todo, porque en él se delinean los rasgos de la estética de Varela y se perfila un tema que desarrollará a lo largo de su obra: la presencia y percepción de cierta “manifestación” de una/ otra realidad, como una forma de indagar y cuestionar la existencia, su misterio y su precariedad. El pasado 12 de marzo se cumplieron diez años de la partida de esta poeta peruana quien, con Javier

Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Emilio Adolfo Westphalen, Arguedas y De Szyszlo conformaron la llamada Generación del 50 y con quienes coincidiera en el viaje iniciático al París de la segunda posguerra que todo intelectual latinoamericano debía realizar. Fue allí donde conoció, junto con De Szyszlo, a Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Paz, quien los acercó a figuras como André Bretón. En París, Varela se relacionó también con Sartre y Simone de Beauvoir. Protagonista discreta, pero poderosa de esta vanguardia latinoamericana, Varela obtuvo el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2001), el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2006) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2017). Su obra puede consultarse en las antologías Canto villano. Poesía reunida, 1949-1994 (FCE, México, 1986); Donde todo termina abre las alas (Barcelona, Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, 2001), Poesía reunida 1949-2000 (Casa de Cuervos/ Sur Librería, Perú, 2016) y Degollado resplandor. Blanca Varela. Poesía selecta (1949-2000) (selección de Miguel Ángel Zapata, Universitaria y Fundación Vicente Huidobro, Chile, 2019). Poética liminar Varela postuló una poética de precisión cargada de significados en tensión que se construye con los menos elementos y referencias posibles y apela, en la selecta trama de sus elementos, a la psique del otro en cuya lectura se cumplirá el poema. También posee una voz escéptica que no da por sentado ningún orden, a través de la cual observa y cuestiona, con extrañeza, la realidad circundante. Como dice: “Qué demonios hay detrás de toda esa especie de juego increíble que es la vida”.3

Un juego, un misterio, una trama que brilla, que late, que acecha, en la plenitud del día. Sin embargo, Varela nunca transgrede lo real; solo enuncia la posibilidad de lo otro, por lo que se mueve entre ámbitos de la percepción, aunque siempre dudando de los límites: “Cuál es la luz/ Cuál la sombra”.4 Abre las alas El planteamiento de Varela se complejiza y podemos observar el devenir de eso otro que circunda su creación. Se trata de un diálogo descarnado de la rosa matérica frente a la realidad y su naturaleza de tiempo, que toma la forma de diversos “fulgores” (el fantasma, el ángel, la sombra, una oscuridad, la muerte, un dios, la conciencia, un yo profundo) provenientes de “ese otro lado del espejo” que la poeta busca aprehender, en Luz de día (1963): “Tal vez el otro lado existe/ y es también la mirada/ y todo esto es lo otro/ y aquello esto”.5 En Valses y otras confesiones (1972) Varela prescinde de la puntuación y desarrolla un versículo y una narrativa que, en ciertos poemas, conjunta con su estética de contención. Asimismo, contrapone su paisaje original con el mundo moderno y desarrolla su crítica al ethos civilizatorio en un magistral poema que es un diálogo fuera del tiempo con Simone Weil.6 Por otro lado, el cuestionamiento a lo real, al ser y “al otro/ al que apaga la luz, al carnicero”,7 acendra su tono escéptico, preparándose para Canto villano (1978), que significa el recrudecimiento de su discurso. En el volumen, el poema es un canto “villano”, es decir, proveniente de la villanía, del pueblo llano; es el canto

La escritora peruana (10 de agosto de 192612 de marzo de 2009), autora, entre otros libros, de Concierto animal y El falso teclado (década de 1970).

Varela postuló una poética de precisión cargada de significados en tensión

sin disfraces del pueblo-especie humana frente a una realidad mirada con escepticismo y frente a un ser que solo es “el querido animal/ (…) cuyos huesos son un recuerdo/ jamás tuvo sombra ni lugar”.8 De esta forma, se abre camino a Ejercicios materiales (1993) donde, pese a que la voz continúa su indagación liminar: “ver: cerrar los ojos/ abrir los ojos: dormir”,9 al no tener respuestas, deviene en un reconocimiento, que no aceptación, de la materia perecible y en una confrontación con ese orden otro que ya es nombrada como un dios. Así llegamos a El libro de barro (1993), su poemario más unitario y en donde da un vuelco a su poiesis. El libro, que implica una aceptación de los mecanismos de tiempo de ese todo existente y devela la materia-limo ancestral que genera-regenera por igual a hombres y dioses, es escrito en un versículo que asume la belleza y concisión de su obra: “Mirando a los dioses


LITERATURA

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RESEÑA

El otro entre los otros

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borrarse en el muro y a los hombres sangrar en el libro de barro”.10 En Concierto animal (1991), la presencia del dolor frente a la pérdida de un hijo en un accidente aéreo en 1996 marca la escritura del libro. El trayecto del ser frente a una realidad puesta en vilo se cierra hasta el vaciamiento. En El falso teclado (2000), estamos ante la desembocadura del discurso y de la poética de la autora. En cuanto a su estética, la extrema brevedad nos recuerda su primer libro, aunque asimilados sus recursos con maestría. En cuanto a la trayectoria, la voz se entrega sin resistencia a esos fulgores que la han acompañado, cumpliéndose aquel gran presagio, dicho ya desde su segundo libro: “donde todo termina, abre las alas”.11 La poesía de Blanca Varela es un puerto permanente que continúa irradiando la luz de aquel Puerto Supe, paisaje no solo natal de Varela, sino estético ya que, en el poema homónimo, el primero

que escribiera, la poeta encontró el paisaje de una poesía afincada en su identidad latinoamericana. Asimismo, en dicha luz, percibió, acaso a la vera de la veta surrealista y existencialista en aquel París desde el que escribió ese texto, esa última sombra, como dijera Carmen Ollé, que plasmó desde ese primer texto: “Aquí en la costa escalo un negro pozo,/ Voy de la noche hacia la noche honda,/ o habito el interior de un fruto muerto”.12 El puerto permanece y nombra no solo a un poema, sino a una poética, por lo que es significativo que la Fundación Casa de Cuervos, animada por su hijo Vicente de Szyszlo, haya editado en 2014 una edición del primer libro de la autora titulado Puerto Supe, “que fue como ella lo llamó originalmente”.13 La poesía de Blanca Varela se irradia más allá de ese punto de partida que Paz nos obsequiara, en diversos matices de la luz de ese puerto existente de nuestro mar hispanoamericano.

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1 “Blanca Varela, 1926-2009”, https:// www.letraslibres.com/mexico/blancavarela-1926-2009 2 Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela, Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2007, https://www.lainsignia. org/2007/noviembre/cul_004.htm 3 Rosina Valcárcel, https://www. literalgia.com/entrevista-blancavarela-esto-es-lo-que-me-ha-tocadovivir/ 4 Op., cit., 2016, “Reja”, p. 119. 5 Op., cit., 2016, “Máscara de algún dios”, p. 70-71. 6 Op., cit., 2016, “Conversación con Simone Weil”, pp. 110-111. 7 Op., cit., 2016, “Secreto de familia”, p. 105. 8 Op., cit., 2016, “Persona”, p. 137. 9 Op., cit., 2016, “Último poema de junio”, p. 156. 10 Op., cit., 2016, p. 191. 11 Op., cit., 2016, “Así sea”, p. 60. 12 Op., cit., 2016, “Puerto Supe”, p. 27. 13 Presentimiento de la luz, Casa de la Literatura Peruana, 2017, p. 53.

DIEGO JOSÉ

n una escena de Lautrec (1998), de Robert Planchon, el médico del sanatorio psiquiátrico afirma, después de revisar los dibujos del pintor francés, que si los artistas son visionarios, el siglo XX sería terrible. Y lo fue. La desmesura de una racionalidad destructiva anuló los límites de su propia comprensión, provocando una compleja diversidad de expresiones como forma de resistencia desde lo irracional —Beckett, el surrealismo, Dubuffet, Basquiat— así como una fascinación por los entresijos de la locura. La posibilidad de acercarse y atravesar la experiencia de una mente trastornada, de acuerdo a los criterios reguladores de la sanidad mental, ha sido la tour de force de varios artistas y poetas, ya bien desde la inmersión en los caóticos universos de biografías reales o desde la ficción como forma de desdoblamiento en la multiplicidad de sus máscaras. En nuestra tradición poética, Francisco Hernández consolidó esta veta con sus libros sobre Schumann, Hölderlin, Trakl, Waite. También han surcado estas tormentas, desde sus muy personales poéticas, Minerva Margarita Villarreal, Tedi López Mills, María Baranda, Jeremías Marquines, Christian Peña. Nanof (Vaso Roto, México, 2019), de Enzia Verduchi, se inserta con notoriedad en esta peculiar nómina. El pretexto es la apropiación del muro testimonial que durante su permanencia en el nosocomio de Volterra, en Italia, realizó Oreste Fernando Nannetti (Nanof ), acusado de insania en 1948. El gran muro tatuado con la hebilla de su cinturón es una muestra de subversión frente al condicionante lenguaje de la “normalidad”. Los trabajos de Nannetti, hoy considerados Art Brut, inspiraron la composición de la partitura The Nuclear Observatory of Mr. Nanof (1985) de Piero Milesi, que sirviera a Enzia Verduchi como primer indicio del complicado laberinto poético que tuvo que descifrar en su obsesiva persecución del libro. Enzia Verduchi propone una escritura desde el otro, donde la incertidumbre del yo resuena en la incertidumbre del lector, a partir de la fragmentación y la discontinuidad del discurso, porque el montaje del libro sugiere —más que delinear una biografía— horadar los abismos del régimen mental, adentrándose en la lucidez poética de una comunidad herida en su circunstancia: “Difícil explicar la agonía del hombre ajeno,/ su mirada bífida que desbrizna el tiempo”. Ese “otro entre los otros” que “es un cosmonauta flotando en las márgenes del sitio de Volterra”. Los versos de Enzia Verduchi son plenos en su constitución imaginativa, tanto en su visión del detalle como desde la perspectiva de la emoción: “La madrugada despunta los caminos del furor, los recovecos de la mente alientan la carrera en el espacio donde habitan los que soy”. Bitácora en defensa de lo poético, entendido como el gran organizador del caos personal frente a la mutilación del orden normativo de lo real. La locura en Nanof es un espejo que se atreve a devolvernos el punzante reclamo del artista que subsiste a los alienantes dictados de la normalidad, para dar su testimonio a través de una escritura alterna.

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DE PORTADA

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100 años cumple uno de los iconos de la Gen poeta, narrador y editor. En estos días apareci

Ferlinghetti en el viejo San

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IRA SILVERBERG FOTOGRAFÍA PINTEREST

caso ningún estadunidense vivo merezca más el título honorario de “hombre de letras” que Lawrence Ferlinghetti. Más conocido como poeta (su poesía reunida en A Coney Island of the Mind, publicada por primera vez en 1958, ha vendido más de un millón de copias), Ferlinghetti también es novelista, dramaturgo, editor y librero. En 1956 publicó Howl and Other Poems (Aullido y otros poemas) de Allen Ginsberg en City Light Books, que en ese entonces —según Ferlinghetti— era a la vez una librería y una editorial de poesía de poca monta, en un solo cuarto en San Francisco. El libro de Ginsberg provocó un juicio por obscenidad que se volvió un hito literario cuando la Corte Superior del estado de California falló en favor del editor y sentenció que Howl “sí conlleva una importancia social”. Esta decisión allanó el camino de Ferlinghetti para volverse una referencia singular en la edición de libros. En 2001, casi 50 años después de abrir sus puertas (se inauguró en 1953), la City Lights fue designada sitio histórico oficial por la Oficina de Supervisores de San Francisco. Este 19 marzo, la editorial Doubleday publicó Little Boy, tercera novela de Ferlinghetti, influida por los beats, con motivo del cumpleaños número 100 del escritor. Aunque el “muchachito” del título está basado en Ferlinghetti, y su historia tiene un indiscutible parecido con la del escritor: un padre muerto prematuramente, la madre ausente, el servicio militar en la Segunda Guerra Mundial, estudios en la Sorbona, Ferlinghetti aclara de inmediato que el muchacho “es un yo imaginario”. Recientemente, Ferlinghetti conversó por teléfono con su colega Ira Silverberg, editor polifacético cuya carrera abarca varias décadas, muchos libros y dos agencias literarias. Silverberg, actualmente editor en Simon & Schuster, fue también amigo íntimo de Allen Ginsberg, cuya obra es motivo de sus cursos anuales en Columbia University, en el programa de becas literarias MFA en la School of Arts.

••• —¡Cómo estás? Hanpasado muchos años. —Bien, y no se ha derramado mucha sangre. —De veras. ¿Sabes?, hoy leí algo tuyo y me encantaría leértelo si lo permites. —Sí. “Piedad por la nación” (después de Khalil Gibran) Piedad por la nación cuyo pueblo son ovejas Cuyos pastores conducen al abismo Piedad por la nación cuyos líderes son mentirosos Cuyos sabios son silenciados Cuyos fanáticos acechan las comunicaciones audiovisuales Piedad por la nación que ya no eleva su voz Excepto para alabar a sus conquistadores Y exaltar al matón a sueldo como héroe Con el objetivo de gobernar al mundo Por la fuerza y la tortura Piedad por la nación que no conoce Otro idioma sino el propio Ni otra cultura sino la propia Piedad por la nación cuyo aliento es el dinero Y duerme el sueño de los bien alimentados Piedad por la nación oh piedad por el pueblo que tolera que erosionen sus derechos y lo despojen de sus libertades Mi país, lágrimas por ti ¡Dulce tierra de libertad! —¿Dónde lo encontraste? —¡Oh! Es la maravilla de Internet, puedes encontrar cualquier cosa. En realidad, lo encontré en el sitio web de City Lights. Lo escuché hoy. Me pregunto cómo se siente eso, estamos ahora en términos de lo políticamente correcto. —Es exacto. —Estoy de acuerdo, te veo en el contexto de los poetas que han sido visionarios y pienso específicamente en Allen Ginsberg y en el increíble papel que tuvo Howl, no solo para ti y City Lights, sino en términos de apertura para la cultura. ¿Existen visionarios en la poesía? —Allen era un visionario de verdad. Yo no lo soy. —¿Clasificarías a otros que has publicado y trabajado con ellos en la categoría de poesía visionaria?

—Siempre estamos buscando poetas visionarios, aunque no encontramos muchos (risas). Desde un demencial punto de vista se podría decir que Charles Bukowski era visionario. Vio el mundo a través de lentes alcohólicos. —Cierto. ¿Podríamos hablar de los poetas que se trasladaron a la prosa? En 1960 escribiste una novela surrealista, Her. —Sí. —Y ahora casi 60 años después tienes otra novela, Little Boy. ¿Podrías hablar de ella? —Saldrá en mi cumpleaños número cien. —Sí, el 19 de marzo. —El muchachito es un yo imaginario como en el caso de El retrato del artista adolescente, de James Joyce. —¿Qué es lo que pensabas al volver a tu niñez en este momento de tu vida? —Realmente, es ir adelante de mi niñez. Eso es lo que sucede cuando de verdad envejeces: terminas como un bebé balbuceando. Es una falsedad total de que en la vejez la gente es más sabia. No lo es. Generalmente son más imbéciles. —El impulso de regresar a la niñez, me pregunto qué era eso. En tu caso el enlace es la vejez. ¿Hay algo en el ciclo de la vida y la muerte que nos regresa a los primeros años? ¿Podrías decir cuál es el trasfondo de la novela? —He estado trabajando en ella años y años. Y va a través de otros títulos. La escribí en varias partes hace 20 años. Pero tuve que mantenerme al margen y diría que le resté valor para un juicio mucho más depurado. —De acuerdo. ¿Cuándo eras más joven cuál fue el impulso para escribir Her? —El falo erecto (risas). —¿Así que era tu novela de sexo? —Podría decirse. —¿Si Her era una novela de sexo entonces que es Little Boy? —No puedo colocarla en categoría alguna. De hecho, es porque el editor decidió publicarla y no podía etiquetarla en alguno de los catálogos regulares. —Me doy cuenta que en estos días muchos poetas cambian a la prosa: Gregory Pardlo, ganador del Premio Pulitzer, Claudia Rankine, Cathy (Park)

Éramos una pequeña librería en un cuarto, entonces publicamos Howl en 1956 y creció

Hong. Tengo curiosidad de por qué te trasladaste de la poesía a la prosa y regresaste a ella, y qué inspira a un autor para ir de una forma a la otra. —Jamás pensé en tales términos. Solo escribo. Si se rompe el verso llámale poema; de lo contrario, por la tipografía todo es poesía. —Eso es hermoso. Como el último hombre en pie de la denominada Beat Generation, ¿Dónde ves el impacto de muchos de los textos que publicaste o vendiste en la nueva generación, en el nuevo siglo? ¿Cuáles son las gemas primordiales para esa escuela de escritores? —Allen Ginsberg profetizó lo que sucede hoy. Él realmente era visionario y lo que hoy sucede es su visión. Era extraordinario. —Has recibido numerosos premios.


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neración Beat, ió su novela Little Boy

n Francisco

—Oh sí, como el Robert Frost. —Y muchos otros, entre los que recuerdo el National Book Critics Circle (Premio Ivan Sandrof por logros en su trayectoria), The Los Angeles Times (Premio Robert Kirsch), el Frost (medalla), fuiste elegido para la Academy of Arts and Letters… y tienes el maravilloso National Book Foundation Award (literario). Y eres Comandante de la French Order of Arts and Letters (Orden Francesa de Artes y Letras). No está nada mal. —Bueno, más que ninguna otra cosa agradezco el Academy of Arts and Letters. —¿Por qué? —Crecí en Nueva York, pero saliendo de ahí, cualquier cosa más allá del oeste del río Hudson ya no forma parte de ese grupo. Sales al desierto. Es

como la vieja portada del New Yorker que muestra a Manhattan y entonces queda una gran costra. —La famosa portada de Saul Steinberg. —Sí, así es con toda seguridad en el mundo literario, así que agradezco plegarme a la American Academy of Arts and Letters. —¿Entonces tenías como unos 80 años? —Sí, eso creo. —¿Crees que es como si el editor adecuado o el apropiado mundo de la poesía no hubiesen prestado atención antes en todos esos años? —No lo sé. Pienso que pusieron atención en lo que New Directions publica. New Directions fue pionera en traer el avant-garde a Estados Unidos. Cuando James Laughlin dirigía New Directions, fue el fundador e innovador que

Frente a su librería, que abrió sus puertas en 1953.

trajo acá muchos autores europeos importantes por primera vez, especialmente Dylan Thomas. —Y Céline, también recuerdo que realizaron las primeras traducciones. Y por la misma época Barney Rosset efectuó un provocador trabajo en Grove. —Es verdad. James Laughlin estaba lejos practicando esquí o en su curso de golf, y Kenneth Rexroth era la luz literaria que guiaba la crítica literaria en San Francisco, y lo hizo durante muchos años. Él apresuraba a Laughling para que dejara la vida de rico y dejara el esquí y bajara a la tierra y averiguara lo que ocurría en el mundo literario. Había una revolución literaria en marcha y él debía estar al tanto antes de que otros editores lo hicieran. —¿Y tú? Estabas publicando en ese momento. —En ese momento City Lights era solo una editorial de poesía de poca monta. —Una editorial de poca monta que entabló una demanda judicial por Howl. —El juicio de Howl nos colocó en el mundo literario. —Probablemente lo fue, justo pocos años antes del juicio a Naked Lunch (El almuerzo desnudo). El libro iba a continuar almacenado en esos días. ¿Fue a fines de los años cincuenta? ¿En el mismo lugar? —Sí. Éramos una pequeña librería en un solo cuarto, entonces publicamos Howl en 1956 y creció y creció. Ahora tenemos el edificio completo. Es el mismo lugar donde empezamos. —Entiendo que has protegido el edificio, ¿así que City Lights puede durar para siempre? —Sí, ahora tiene el estatus de sitio histórico. —¿Y has establecido una fundación que posee el edificio? —Sí, la Fundación City Lights. —Eso es bellísimo. ¿Así que podemos esperar que City Lights esté siempre en nuestras vidas? —No hay cosas que duren siempre, pero eso nos protege. Habríamos salido del negocio si no hubiésemos adquirido el edificio. —¿La ciudad de San Francisco ayudó a City Lights para obtener tal protección? ¿Cómo lo resolvió? —No, el comisionado de sitios históricos era independiente de la ciudad. Sin embargo, San Francisco está siendo transformado completamente en estos días. —Cuéntame eso. —Toda la ciudad está siendo destrozada por la construcción y reconstrucción de todo. Hay una enorme, espantosa torre que ahora domina el horizonte, y se llama Salesforce (Personal de ventas). Han tenido la audacia de poner tan vulgar título en uno de los más grandes edificios al oeste de Mississippi: Salesforce. Es lo que le ha venido sucediendo a esta ciudad: se está convirtiendo por completo en el proyecto Salesforce, se podría decir. Es la comercialización total de la ciudad. La construcción continúa por toda la urbe. Aún no ha golpeado a North Beach, en donde estamos, pero llegará. Este es el auge de la ciudad en Estados Unidos. Es el más grande desde los días de la fiebre del oro en 1850. —¿No has visto antes este tipo de aburguesamiento en San Francisco?

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—Es mucho más que aburguesamiento. Es más que esta construcción en masa de 147 enormes edificios. Negocios, negocios, negocios. Desgraciadamente, los alcaldes de esta ciudad han sido totalmente pro-negocios, incluyendo al nuevo alcalde. —¿Cómo pueden los jóvenes darse el lujo de vivir en San Francisco? —No pueden. Tenemos problemas en la librería. Es difícil para la gente mantener sus empleos en ella, y es porque tienen que vivir fuera de la ciudad. Ya no pueden darse el lujo de vivir en ella. Es mucho peor para artistas y escritores, —En tu época en San Francisco, al ser un hombre de la Costa Este, ¿qué cambios has visto? En los años sesenta tuviste a los jipis. En los ochenta San Francisco fue golpeada duramente por el sida. Ahora el dinero viene. Es un lugar dinámico, propenso a un gran cambio social. ¿Sería esa una manera apropiada de caracterizar a San Francisco, como una clase de caja de Petri o un hervidero? —Suena atractivo en la manera que lo pones, pero en realidad lo que ocurre no es nada atractivo. El San Francisco que conocimos en esos años está desapareciendo muy rápido. En otros 20 años no reconoceremos esta ciudad. En la época de James Joyce, quiero decir en 1902, Dublín era de tal tamaño que podías caminar por la calle principal, como en la calle Sackville, y conocer a toda la gente importante del mundo literario. Estoy seguro que Dublín ya no es así y en el San Francisco de 1902 quizá pudiste conocer también a toda la gente del orbe de las letras. Hoy todo eso desaparece. —Es una triste historia. —Sí, lo es. —Te has descrito como un filósofo anarquista. —Elegí eso por Kenneth Rexroth. Así se describía él. Pero tú sabes que en los tiempos de Kenneth Rexroth había alguna validez en el término anarquismo. Y podría decirse que la única validez de la idea del anarquismo que se tiene hoy es que es un escape parcial del complejo industrial militar que ha tomado el control de Estados Unidos. El anarquismo era una manera de protegerse contra la totalidad del complejo. —¿Crees que hoy pueda la gente combatir el complejo militar industrial tal como existe en este momento? —Enciéndelo, sintoniza y margínate (risas). —¿Sugieres que la gente empiece a tomar alucinógenos para tratar con el estado político vigente? —Gracias, Timothy Leary. No, hoy esa no es una propuesta práctica o seria. —No lo sé. Los alucinógenos son muy populares otra vez. —Ya hablamos mucho. —¿Piensas eso? —A menos que tengas una gran pregunta final. —¿Qué vas a hacer para tu cumpleaños número cien? —Oh (risas), siguiendo la tradición de los últimos escritos de Samuel Beckett, ir a lo más profundo, cavaré mi propia tumba. —Le echaré un vistazo a esas fotos.

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Traducción: Francisco Oyarzábal. © Conversations Ira Silverberg, núm. 13, Lawrence Ferlinghetti Literature San Francisco.


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TERTULIA

23 DE MARZO 2019

PERSONERÍO

RESEÑA

Una difícil pero tal vez encantadora proposición JOSÉ DE LA COLINA

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Oh, la conferencia que di en el Paraninfo de la Universidad Veracruzana de Xalapa en 1959! Desde antes de ver en la mañanera y friolenta llegada en autobús a Xalapa que empleados municipales pegaban en las paredes de la ciudad carteles color rosa en los que se anunciaba, aunque ellos no lo supieran, una de mis primeras conferencias, yo la tomaba muy en serio y hasta con solemnidad, porque no iba a darse en cualquier ámbito universitario. Y en el acto mismo, entre las presencias femeninas que abigarraban una buena parte de la xalapeña alta sociedad cultural y profesoral allí presente, habría de todo como en la viña del Señor, o más bien de las Señoras: habría matronas y matroncillas y señoritas de buen o mal o regular ver, y también maravillas como particularmente una muchachita delgada, morena, de ojos grises que se llamaba precisamente Griselda y era de grandes pómulos y carnosos labios a quien el fauno que creía yo ser sufría el desconcierto de mirarla subrepticiamente sin saber seguramente ella que el tembloroso conferencista casi se hallaba a punto de desmayarse, porque la mirada puede ser un compromiso fuerte. Tan alterado estaba yo que recurría aturdidamente a los libros que tenía a mi lado sobre la mesa, con señaladores de papel entre las páginas para tener disponibles de citar lo que estos correspondían a mi discurso, así que tomé los de La región más transparente atribuyéndoselos a Sergio Galindo en lugar de Carlos Fuentes. Este trastueque ocurrió para gozo de mi amigo Francisco González Arámbulo, profesor universitario y traductor infatigable de todas las casas editoriales de México, que se sotorreía con su extraña risa casi afónica y luego vino a felicitarme por el interesante y radical giro que con solo mi conferencia acababa de dar a la literatura mexicana de modo que se descubría, quién lo hubiera dicho, que Carlos Fuentes sería el seudónimo de Sergio Galindo y éste quizá seudónimo de aquél. Algunas veces he pretendido que mi torpeza de entonces sería el comienzo de un método experimental que consistiría en verter un autor a otro, describiendo los hechos de uno con el modo de expresión invertido. Así, el fino y agudo Stendhal se traduciría a los modos de Faulkner, o el preciso y recortado Azorín expandiría a la prosa saturada de Pérez Galdós, o el genial, enfermizo y profuso Dostoievski se convertiría en el casi siempre alegre y robusto, aunque sencillo y emocional Saroyan. Intenté en dos o tres ocasiones el experimento con mucho trabajo y tiempo, y creo que fracasé, pero a veces tengo la tentación de reiniciarlo. Tal “a ver qué sale” se lo dejo a escritores jóvenes deseosos de poner a prueba las identidades de los autores. Habría que buscar un estilo universal hecho de la trituración de todos los textos de un idioma, aunque eso envejecería a cualquiera, pero la tentación subsiste como tantas otras que acometen al autor cuando se enfrenta a la peligrosamente tentadora página en blanco.

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Thomas Jefferson, que guía el curso de Fantasmas de la luz y el caos: 1801-1802 (Era) de Jorge Aguilar Mora.

La cuestión americana

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SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA BIOGRAPHY

orge Aguilar Mora continúa con su ambicioso proyecto de hacer la crónica del siglo XIX año por año, abarcando “la historia, el pensamiento, la vida y las catástrofes”, como recuerda en al aviso que abre el segundo volumen Fantasmas de la luz y el caos: 1801 y 1802 (Era, 2018); con el primero, Sueños de la razón: 1799 y 1800, obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 2015. Reitera que el principio que guía la escritura del proyecto es que el narrador cuenta lo que va sucediendo conforme los hechos ocurren. El futuro no tiene cabida. El periodo que ha elegido Aguilar Mora comienza a finales del siglo XVIII —el Siglo de las Luces o de la Ilustración—, cuando el ser humano se aleja de toda explicación religiosa y va imponiendo la Razón como único criterio para alcanzar la verdad. En lo que nos atañe como americanos, el hilo narrativo a destacar es cómo el Nuevo Mundo se va integrando al proceso histórico universal, a despecho de los prejuicios europeos, que consideraban a sus habitantes seres de segunda. Aguilar Mora sigue a dos personajes disímbolos: el científico autodidacta colombiano Francisco José de Caldas y al político y humanista estadunidense Thomas Jefferson. Por sus intereses y logros alcanzados, Caldas resulta un par del geógrafo, astrónomo y naturalista alemán Alexander von Humboldt (personaje que apareció en el primer volumen y que en este segundo mantiene su importancia), con el que se encontrará en su país y quien no dudará en reconocer su genio. Por circunstancias personales de Caldas, un primer encuentro planeado no se llevó a cabo, pero le dejó a un amigo documentos y aparatos para que se

los mostrara al sabio alemán; al final fue su padre quien cumplió el encargo, enseñándole además otros textos e instrumentos que deslumbraron a Humboldt. A pesar de los problemas, su encuentro se cumplirá y viajarán juntos para hacer investigaciones; Caldas, a pesar de la precisión de los datos que obtuvo con los instrumentos creados por él, usará los traídos por Von Humboldt. Si el colombiano anhelaba el encuentro con el alemán, se debía a que, aislado, dudaba de la veracidad de sus resultados obtenidos con los que consideraba rústicos aparatos. Como expone Aguilar Mora, este americano alcanzó, por su pura intuición, algunas de las conclusiones de Kant (y aquí recupera otro hilo narrativo del primer volumen, en el que destaca la relevancia de los filósofos alemanes). Conviviendo con Von Humboldt, continúa, alcanza el segundo momento de la filosofía kantiana: “ya no solo el de la misteriosa correspondencia del conocimiento con la realidad, sino también el de la coherencia de la naturaleza consigo misma y con la presencia del hombre, en una palabra, la Totalidad”. Thomas Jefferson tuvo como objetivo hacer de su país la principal potencia americana que se enfrentara sin complejos a los europeos. Para ello, consideraba, la expansión territorial hacia el Oeste era una condición que tenía que cumplirse imperiosamente. Encontrar la ruta que uniera las regiones

El periodo que ha elegido Aguilar Mora comienza a finales del siglo XVIII, el Siglo de las Luces

Este y Oeste de lo que en el futuro iba a ser Estados Unidos se volvió una meta prioritaria. El Gran Paso del Noroeste era algo más asequible que la Fuente de la Eterna Juventud y El Dorado. Con Jefferson ya está perfilada la Doctrina Monroe: “el destino de la nueva nación es extenderse hasta el Pacífico y después a todo el continente americano”, anota Aguilar Mora, y esa idea la compartían la gran mayoría de los dueños de plantaciones. Con respecto a las poblaciones negra e india, e incluso con los españoles, existía un sentimiento de superioridad, pero la paradoja es que en Europa los habitantes blancos de Estados Unidos también eran considerados inferiores. El juicio del conde De Buffon, en palabras de Aguilar Mora, de que “este continente es un gran pantano donde solo pueden reproducirse las especies inferiores”, dominó la opinión europea; si bien, cuando el noble francés conoció a Benjamin Franklin, observa, “perdió la seguridad de muchas de sus afirmaciones”. Los jesuitas, expulsados de las colonias españolas americanas, que terminaron instalados en Italia cuando esta discusión estaba en su apogeo, se volvieron vehementes defensores de lo americano; asimismo, Thomas Jefferson, quien publicó sus refutaciones en un folleto cuando fue embajador en Francia. Pero, como anotamos antes, en el fondo continuó aceptando la superioridad blanca que llevaría a Estados Unidos a ser una potencia mundial. El nacimiento de la novela moderna, la revolución musical de Beethoven y la relación de amor (de parte de ella)odio (de parte de él) entre Madame de Staël y Napoleón son otros asuntos que mantienen el interés del lector en esta erudita crónica de Aguilar Mora.

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EN LIBRERÍAS

23 DE MARZO 2019

NARRATIVA, TESTIMONIO La velocidad de tu sombra

Isabel Moctezuma

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A FUEGO LENTO La nación de las bestias

Olinka México, 2019

Jorge Alberto Gudiño Hernández Alfaguara México, 2019 188 páginas

Eugenio Aguirre Planeta México, 2019 490 páginas

Mariana Palova Océano México, 2019 476 páginas

Como en Tus dos muertos, la novela anterior de Jorge Alberto Gudiño, el ex comandante Cipriano Zuzunaga se lanza en busca de un asesino, con la salvedad de que ahora bien podría pertenecer a la categoría de los seriales que toman las carreteras por asalto. El protagonista se halla cada vez más atribulado por su vida amorosa y familiar y encima debe lidiar con una ciudad sacudida por un sismo. El noir mexicano sigue produciendo frutos de espeluznante veracidad.

La conmemoración de los 500 años de la llegada de Hernán Cortés a tierras mesoamericanas es una buena razón para volver a lanzar esta novela que tiene a Tecuichpo Ichcaxóchitl, la hija predilecta de Moctezuma, como protagonista. A través de ella, el lector se asoma a la vida cotidiana de los aztecas y, más tarde, cuando ya lleva el nombre cristiano de Isabel, al derrumbe de un mundo que, entre otras cosas, habría de anunciar el mestizaje entre dos culturas.

Elisse tiene tres rasgos particulares: fue sietemesino, aprendió a caminar hasta los cuatro años y no recuerda sus sueños (aunque él cree que no sueña). El único sueño que tuvo, o algo parecido a uno, ocurrió a sus tres años, cuando su maestro tuvo que sacarlo de su habitación en un monasterio del Tíbet, para salvarlo del ejército maoísta chino que estaba invadiendo la región. Para huir de sus pesadillas, se dirige a Nueva Orleans, pero no encontrará la tranquilidad deseada.

Érase una vez la taberna Swan

La condena, El fogonero

Yo seré la última

Diane Setterfield Lumen México, 2019 608 páginas

Franz Kafka Acantilado España, 2019 108 páginas

Nadia Murad Plaza y Janés México, 2018 365 páginas

La taberna Swan, ubicada en el poblado de Radcot, por el que cruza el Támesis, es un sitio especial cuya singularidad radica en que en ella los asistentes cuentan historias. Así fue como Joe Bliss encontró su destino como narrador y como marido de Margot Ockwell, la dueña. Pero todas las historias que se contaron fueron opacadas una vez por la entrada inopinada de un hombre accidentado con lo que parecía una muñeca y terminó siendo una niña, que se creyó en principio muerta.

Estos relatos fueron escritos en 1912, un tiempo de frugalidad para el autor praguense. El primero contiene muchas de las claves que identificaremos en sus obras mayores: la presencia amenazante de un padre, los caminos misteriosos que toma la ley, la indefensión del individuo frente a la autoridad. El segundo fue concebido como el capítulo inicial de la novela El desaparecido y sigue los pasos de un fugitivo a bordo de un trasatlántico que viaja a Nueva York.

Tan aterrador como el fanatismo religioso, este testimonio da cuenta de las brutalidades cometidas por el Estado Islámico en una aldea yazidí del norte de Irak. Su autora, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en 2018, narra su cautiverio y los abusos psicológicos y sexuales que sufrió durante poco más de un año. “Por mucha suerte que tenga de estar ahora a salvo en Alemania, no puedo evitar envidiar a quienes se quedaron atrás, en Irak”, concluye con amargura.

Elegía por Guadalajara ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

T

iene la consistencia de una venganza pero Olinka (Seix Barral) dirige también sus dardos en otras direcciones: la servidumbre elegida como privilegio, la sangre que yace bajo los tapetes que amueblan las casas de algunas familias poderosas, la reurbanización devastadora de Guadalajara, las rutas del dinero sucio. No vaya a creer el lector que estos intereses prometen una novela con ánimo de denuncia. No le esperan estandartes ni consignas sino una fuerza invicta que enseña a mirar a los seres humanos como una pregunta que admite varias respuestas. Qué nos dicen Aurelio Blanco, Carlos Flores, su hija Alicia, los protagonistas; o, mejor dicho, que nos dice Antonio Ortuño a través de estos personajes a quienes vemos en sus momentos de mayor gloria y, en un pestañeo, tan ruinosos como la ciudad donde se amontonan los enormes rectángulos de cristal. Quizá, que no hay nada fiable bajo el sol —empezando por las utopías inmobiliarias y terminando por la palabra de un inversionista—; o que, a medida que progrese la era de la novedad a toda costa, los destructores que se hacen pasar por constructores serán la norma y no la excepción; o que no hay entidad mejor para la traición que la familia; o quizá todo esto a una vez. Ortuño es un maestro del cambio de perspectiva, el sello de un novelista armado con un número asombroso de recursos (y la ironía se halla entre los más contundentes). Instala al lector en un cómodo sofá y a la hora siguiente lo arroja a un campo de espinas. Las primeras 80 páginas de Olinka muestran a Blanco dejando la cárcel tras una condena de quince años luego de tomar la culpa por un fraude financiero cometido por su suegro, el indiferente Carlos Robles. Quiere cobrar la parte de un trato amañado. Pero de ahí en adelante nuestras simpatías se van al traste y ya en la carrera descubrimos… Vamos, rectificamos, somos arrojados a un despeñadero, siempre de la mano de Ortuño, un supremo manipulador de las emociones: las de sus creaturas y las de sus lectores. Antonio Ortuño se siente muy cómodo narrando la actualidad y esa actualidad llega hasta nosotros con un estilo caudaloso, tan certero como imaginativo. No solo ha sumado más desazón a nuestra existencia sino confirmado que las buenas novelas contienen varios significados. Olinka es caleidoscópica porque cuenta lo que hay detrás de las tragedias humanas.

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PENSAMIENTO

23 DE MARZO 2019

FILOSOFÍA DE ALTAMAR

Acerca del dolor Sus efectos se resienten en el cuerpo físico y se desplazan hacia el centro de la conciencia moral

E

l dolor puede ser comprendido, pecando de una interpretación muy general, desde dos ópticas: “como un tipo especial de sensación transmitida por fibras nerviosas especializadas” que no necesariamente tiene que llegar a ser una sensación desagradable para un paciente, porque podría ser desde un ligero cosquilleo en alguna parte del cuerpo hasta un terrible dolor provocado por alguna grave patología. Lo característico de esta concepción de “dolor” es su carácter objetivo o médico, ya que dicha sensación tiene un origen fisiológico. El segundo tipo de dolor —el que a la filosofía interesa— es “cualquier experiencia, ya sea física o mental, que desagrade al paciente”. Cuando el primer tipo de dolor sobrepasa cierto umbral cabe dentro de esta segunda clasificación, convirtiéndose a veces en “sufrimiento, angustia, tribulación, adversidad o dificultad”. La anterior distinción la hace C. S. Lewis en El problema del dolor (The Problem of Pain, 1940), con la intención de sugerir que el dolor no puede ser comprendido de una sola manera sino que, más allá de ser un mero problema médico o de definición que responde también a innumerables sinónimos, es ante todo un problema existencial que concierne a cómo vivimos el dolor. Del tema se ha dicho ya mucho. Sobre el dolor se han construido edificios conceptuales y versos hasta el cansancio. Aquél es la esfinge del poeta, como escribiría Gutiérrez Nájera: “¡Inmenso abismo es el dolor humano! ¿Quién vio jamás su tenebroso fondo?” El dolor es también la musa del filósofo porque, como creía Schopenhauer, no solo que el mundo exista, sino sobre todo que sea un mundo de dolor será el preludio tormentoso sobre el cual se tejen grandes pensamientos. “Es la certeza de la muerte, y junto a ello la contemplación del sufrimiento y de la miseria de la vida, lo que impulsa a la meditación filosófica y a la interpretación metafísica del mundo”. El dolor es el problema universal porque es capaz de reventar cualquier organismo o robarle la serenidad hasta al más fuerte; el dolor es lo necesario. No basta con la esperanza religiosa, la comprensión y el amor al prójimo, o el ejercicio de una ciudadanía impecable para librarnos del dolor, porque éste rompe cualquier vida, asesina infantes al azar, desmenuza al privilegiado y vuelve a pauperizar al pobre. Todos, sin excepción, estamos destinados al dolor. En mayor

JULIETA LOMELÍ @julietabalver FOTOGRAFÍA EFE

o menor grado de intensidad, no ha podido ser erradicado por la medicina, la filosofía, o la ciencia, ni por el derecho. El dolor es la capital de la humanidad en todas sus épocas. Para el dolor existe toda una bibliografía, pero también una biblioterapia; los paliativos que se han pensado para el dolor, desde la filosofía, son recetarios éticos para la vida buena. Con la atenta lectura de los orígenes de nuestra cultura, se podría iluminar el camino espinoso del dolor. Para los estoicos, por ejemplo, a través del ejercicio de la virtud, si bien no se puede superar la tragedia, la enfermedad y la muerte, sí el dolor que éstas conllevan. Para el griego estoico, quien no acepta su fatídico destino, quien envuelto en una patología irrevocable sigue obseso en querer cambiar su destino, no solo sentirá el dolor que estremece sus órganos, sino que éste se convertirá también en sufrimiento. Porque, como escribiría

En la época clásica, del autoconocimiento proviene la medicina contra el dolor

el antropólogo David Le Breton, “no hay dolor sin sufrimiento, es decir, sin significado afectivo que traduzca el desplazamiento de un fenómeno fisiológico al centro de la consciencia moral del individuo”. Contra esta pesantez moral arremete la “virtud” del estoico, expuesta como ese paliativo contra el dolor, un paliativo que debe entenderse en términos de autoconocimiento que nos ayude a saber qué cosas y situaciones son benéficas y valiosas para uno mismo. Un conocimiento que nos hará medir nuestras propias fuerzas, valorar lo que se tiene, a pesar del hado, y no sufrir por imposibles. Porque más nos vale imaginar que en esta vida —usando la metáfora del filósofo Zenón— seamos como el perro astuto que atado a una carreta sigue el paso de las ruedas sin chistar, a ser el perro testarudo que, de todos modos, aunque se resista, estará obligado a seguir la carreta pero ahora arrastrándose y con mayor dolor al de por sí consignado por la vida. Para gran parte de la filosofía griega, con sus matices imposibles de escribir en breve, el paliativo al dolor radica en el ejercicio práctico de

las virtudes, que siempre vienen antecedidas por la famosa inscripción revelada en el templo de Apolo en Delfos: “Conócete a ti mismo”, que Sócrates siempre repetiría aunando a ella la verdad de que “una vida sin examen no vale la pena ser vivida”. Así, en la época clásica, el dolor o el sufrimiento vienen de la mano de la ignorancia; mientras que del manantial del conocimiento se desprende la medicina para el dolor. El Medioevo y su herencia cultural encumbrada en el cristianismo dieron a la filosofía pretextos para enaltecer y sugerir el dolor —paradójicamente— como el modo de salvarse del dolor, pero no del dolor de esta vida, sino del dolor que se desvanece en el metarrelato de una vida eterna. La penitencia, los ayunos, el ascetismo, la renuncia, el sufrimiento común y la compasión son algunas de las prácticas dolorosas que le asegurarán al individuo el paso a una trascendencia sin dolores. Basta recordar a San Agustín de Hipona, quien en sus Confesiones asegura que el arrepentimiento, el claustro, la renuncia a los placeres mundanos, esos de los que tanto gozó en el pasado, no podrían ser parte de su dedicación exclusiva a la Verdad, a su dios; o a Pedro Abelardo y su historia de amor con su alumna Eloísa, que tan solo después del castigo físico impuesto por el tío de la muchacha —una dolorosa castración— le llegó la tan añorada recompensa. El dolor que “le arrancó las partes con las que pecaba” le devolvió la serenidad de su cuerpo y la posibilidad de dedicarse enteramente a la filosofía. El ascetismo, que es una negación de la vida porque afirma el dolor, es para el filósofo medieval la única manera digna de dedicarse al pensamiento. Pero esta glorificación que hace el cristianismo del dolor no deja de tener su matiz de cobardía, porque exalta el sufrimiento en la creencia de superar el último terror, ese que produce el dolor más hondo cuando lo experimentamos en cabeza ajena. Esa posibilidad irrefutable, inescrutable, intransferible, que siempre se ve antecedida por los dolores más insoportables y por la agonía: la muerte que aniquila toda vida. El dolor es también la esfinge de muchas religiones, el impulso para compensar los sufrimientos de esta existencia es la expectativa en una vida eterna, en la reencarnación, en un trasmundo perfecto. En esa ironía de una vida sin muerte, sin dolor, se encuentra la inspiración de algunas religiones.

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ESCENARIOS

23 DE MARZO 2019

DOBLE FILO

De Prokófiev a Van Gogh FERNANDO FIGUEROA

C Miembros de la compañía Tania Pérez Salas.

DANZA

Tania Pérez Salas: el talento es el trabajo

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ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA DANCE VICTORIA

a compañía Tania Pérez Salas cumplió recientemente 25 años de existencia y se ha consolidado como una de las compañías representativas de la danza mexicana moderna. Los fines de semana de marzo ofrece funciones en la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM con dos piezas de su repertorio: Macho Man XXI y 3. Catorce Dieciséis. Hace tiempo platiqué con Tania Pérez Salas para reflexionar sobre algunas inquietudes de quienes se dedican a la danza. —¿Cómo se logran 25 años de vida y presencia en la danza mexicana, pensando en las condiciones adversas que enfrentan cotidianamente? —Nunca lo planteo como una meta, un horizonte. Han sido 25 años muy con los pies en la tierra. Gano un premio y me parece que ese premio me compromete mucho más a seguir avanzando y entiendo ese “seguir avanzando” como un escenario de no menores dificultades, sino cada vez mayores. El público espera que la calidad del trabajo crezca, y tus necesidades y tus proyectos se van volviendo mucho más específicos, con esas excentricidades que pueden cambiar el número y el perfil de los bailarines. Para cada proyecto se piensa en una esencia y un perfil, aunque se tenga una compañía que, por cuestiones de sobrevivencia económica, debe exhibir la capacidad de ser multifacética.

Los bailarines deben tener lo indispensable, lo que ni siquiera me cuestiono que deben tener: técnica, personalidad, un cuerpo trabajado y disciplina; eso ya está sobredicho. Además de ello, busco quién tiene la capacidad de asimilar el objetivo de la obra, la sensibilidad, y entender el laboratorio de movimiento para crecerlo y volverlo suyo. Mi idea, en cualquier circunstancia, es presentar un trabajo de excelencia. Creo que la fórmula está en ser fiel al proyecto que me propongo. —¿Con quiénes te interesa dialogar? —En mis proyectos, siempre es importante entablar un diálogo que me haga partícipe con la sociedad y enriquecer su mundo creativo para consolidar algo más allá de lo escénico. Quiero proyectar momentos de vida. —¿Por qué y para qué hacer danza en México? —Hago danza para experimentar el enorme placer de crear, cuestionar y compartir. Considero que también llevamos la responsabilidad social de entender el arte como constructor de comunidad y un antídoto contra la violencia. El arte es un cobijo y

“El arte es un cobijo y debemos encontrar la forma de encaminarlo al centro, la familia”

debemos encontrar la forma de encaminarlo al centro, que es la familia, entendiendo las múltiples formas de entender ese hacer familia. Tener contacto con el arte, aunque no vayan a ser artistas, ayuda a entender todo un mundo de encuentro, que los niños y los jóvenes se sientan protegidos y guiados. En ese quehacer sobrevivimos por amor al oficio y ponemos la técnica a nuestra disposición en este empeño. —¿De qué va Macho Man XXI? —Surgió en una gira a El Cairo y Alejandría. He descubierto muchos tipos de machismo del que no tenía conocimiento y que me llevó a pensar en el machismo latinoamericano después de leer la historia del feminismo, que me parece heroico y es muy joven. De pronto, se habla de las feministas y se sentencia: “qué horror, eres feminista”. Pero cuando lees quiénes son sus representantes, qué piensan, es todo lo contrario; son mujeres inteligentes, fuertes. Son gente muy valiente y generosa. No son personas que piensan en sí mismas, sino en todas las demás. Estamos hablando de ídolos. Entonces, quise reflexionar sobre qué concepto tiene la sociedad de estos personajes, qué mal orientados estamos como para pensar cómo lo hacemos. Pero, a pesar de todo, creo que México es un milagro, un lugar donde existen muchos mundos, con una actividad brutal que cuestiona y en donde el mayor talento es el trabajo.

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on el pretexto de que el domingo 28 de abril, en el Auditorio Nacional, será el narrador del espectáculo dancístico Pedro y el lobo, con música orquestal de Prokófiev, jugamos ping-pong con Mario Iván Martínez. Hablando de diversión infantil, ¿no está perdida la batalla contra la tecnología? ¡Claro que no! Falta aumentar la oferta y descentralizarla. ¿Al interpretar Diario de un loco, de Gógol, nunca sentiste que se te iba el avión? La frontera entre cordura y locura es muy tenue, pero Cri Cri siempre me aterriza. Llevas mucho cacareando tu obra sobre Van Gogh. Ha requerido de muchas lecturas y viajes a ciudades europeas donde vivió, y a los museos que albergan su obra. Estreno el 8 de julio, en el Helénico. ¿Sientes pasos en la azotea? Por partida doble, porque voy a interpretar a Vincent y a su hermano Theo. Dos cuadros de Van Gogh que te vengan a la mente. Uno donde aparece una Biblia de su padre y, al lado, La alegría de vivir, de Émile Zola, algo muy simbólico. Y unos girasoles que pintó en el hospital psiquiátrico de Saint-Rémy, dedicados a Gauguin. ¿Crees que Van Gogh cambiaría su genio pictórico por tener éxito con las mujeres? Eso hubiera enriquecido su obra. ¿Es genialidad o jalada que Cordelia, en El rey Lear, sea interpretada por una actriz de piel negra? Es un miscast que obedece a presiones sindicales. ¿Por qué cuando hacen La cabaña del tío Tom no me ofrecen el protagónico? ¿Eres güero de rancho o fifí? Güero de rancho con apariencia fifí. ¿Te costó trabajo hacer el papel de Yago en Otelo? Todos tenemos algo perverso. ¿Nunca has tenido tu época de amargado, al estilo Malvolio de Noche de epifanía? No una época, múltiples. ¿Por qué chirriones no incursionas en la ópera? Mi voz se presta para la polifonía medieval, renacentista, pero no tiene el volumen de las bocinas vivientes que cantan ópera decimonónica. Define a Oscar Wilde con tres adjetivos. Genialidad, exquisitez, decadencia deliciosa. Recomienda una obra de Wilde que no sea El retrato de Dorian Gray. De Profundis. ¿Quién es tu novelista mexicano favorito? Mexicana: Elena Poniatowska. ¿Y dramaturgo? Hugo Argüelles. ¿Extrañas En familia con Chabelo? Extraño la posibilidad de tocar sensibilidades muy remotas. ¿El Ariel de Como agua para chocolate lo tienes deteniendo alguna puerta? Lo tengo en un buen lugar de la egoteca, junto a los tres que ganó mi madre. Define en tres palabras a tu mamá, Margarita Isabel. ¡Ay, Dios!: constancia, dignidad, amor.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDITOR WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

23 DE MARZO 2019

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TOSCANADAS

Cretinismo DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

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esayunar cereal con leche es una suprema gringada; pero tiene la ventaja de que mucha gente suele leer todo el texto que aparece en la caja. Lástima que Kellogg’s no aproveche para imprimir en el reverso una breve antología poética. Pero eso hay que hacer con los alimentos empacados: leer de pe a pa, pues si uno se queda en la pura portada será casi siempre víctima de un engaño. Ahora que tomé el avión de vuelta a Madrid, me sirvieron una ensalada que incluía un sobre con quesque aderezo italiano. La portada del tal aderezo incluía el texto “100% natural” y “mezcla auténtica con los sabores de antaño de la campiña italiana”. Puras mentiras cuando uno se toma el trabajo de leer la letra pequeña de los ingredientes: aceite de maíz, ácido cítrico, agua, ajo natural, apio en polvo, azúcar, benzoato de sodio, cebolla fresca, glutamato monosódico, goma de xantana, jarabe

CONSUMO

Una de cada 10 mil personas son intolerantes a la fenilalanina.

natural, mostaza, orégano, paprika, pimienta blanca, pimienta negra, pimiento deshidratado, sal, vinagre de color, vinagre de manzana. Más allá de que se perciben ingredientes poco naturales y muy poco italianos, no pude sino imaginar a alguna signora Giuseppina preparando el tal aderezo de antaño en la campiña italiana, y pidiéndole a su nuora “un po più di glutammato monosodico, gomma di xantano, acido citrico e un pizzico di benzoato di sodio” para que el aderezo quede listo según la tradición de la nonna. Igualmente engañoso resulta el producto llamado Mi Primer Danone que muestra un bebé sonriente y sano en la portada, pero con letra pequeña, entre los componentes aparece el laboratorio del doctor Jekyll: citrato sódico, maltodextrinas, ésteres cítricos de mono, diglicéridos de ácidos grasos, tocoferoles, palmitato de ascorbilo, almidón de maíz y otras

bondades para que el niño se vaya acostumbrando a comer porquerías. Casi todos los productos que dicen “Sin azúcar añadida” tienen azúcar añadida, pero con otro nombre; y casi todos los que dicen “100% natural” incluyen mejunjes que natura nunca concibió. También con letra pequeña, muchos productos dicen: “Contiene una fuente de fenilalanina”. Cuando en claro español debería decir con letras enormes: “Te puedes quedar tarado si tomas esto”. A pesar de lo que parece, este no es un texto contra los alimentos chatarra, sino, otra vez, un alegato en favor de la lectura, así sea de etiquetas. Una de cada diez mil personas nace con fenilcetonuria; o sea, que consumir fenilalanina le causa deficiencia mental. En cambio, todos nacen con tabula rasa intelectual; o sea, que la falta de lectura causa cretinismo en el cien por ciento de los casos. Habría que declarar un estado de emergencia.

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CAFÉ MADRID

La mirada venezolana de Tomás Eloy Martínez

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l correo postal de Venezuela todavía funciona. Es lento y excesivamente burocrático, pero a pesar del turbulento contexto en el que se enmarca no ha dejado de cumplir con su cometido. Lo sé porque la semana pasada me llegó una joya literaria con matasellos de Caracas. Es “un presente” de mi amiga Ivanova, a quien conocí hace un par de años en San Sebastián, cuando yo recorría los templos culinarios de los principales exponentes de la Nueva Cocina Vasca y, cada vez que nos veíamos, ella se despedía de mí con un dulce y sonoro “Dios te guarde, papi”. Uno de esos días, entre pescado a la parrilla y txakoli, salió a relucir nuestra común afición por la “literatura de la realidad” y la conversación no tardó en centrarse en Tomás Eloy Martínez (1934-2010). El maestro argentino, me dijo esta chama de nombre extraordinario, fue el innovador del periodismo venezolano. El país caribeño y atlántico fue la primera parada del exilio de Tomás Eloy. En el verano de 1976, después de que unos paramilitares intentaran secuestrarlo en Buenos Aires, aterrizó en el aeropuerto de Maiquetía. Entre sus escasas pertenencias llevaba un par de cartas, firmadas por sus amigos Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, dirigidas al escritor Miguel Otero Silva, que junto a su padre había fundado en Caracas El Nacional. Ahí lo acogieron de inmediato y no tardaron en nombrarlo asistente de la dirección y coordinador de Papel Literario, el suplemento cultural del periódico. Martínez estaba acostumbrado a narrar historias, pero en las páginas de su refugio laboral se encontró con

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA FNPI

noticias construidas con escasas fuentes y afán de declaracionitis. Poco a poco, gracias a su ingenio pedagógico, logró modificar la estructura de la información, la cadencia de los títulos, la separación de la opinión y el uso de las fuentes oficiosas. También alentó a los fotoperiodistas a buscar otros ángulos. Un día le pidió a uno que captara las espaldas del grupo de ministros que acababan de tomar posesión de sus cargos en el nuevo

Gracias a su ingenio pedagógico, logró modificar la estructura de la información

gabinete presidencial y posaban ante un enjambre de fotógrafos. La imagen resultó ser de contundencia informativa: todos sostenían por detrás, en sus manos, vasos llenos de whisky. “Tomás Eloy Martínez era exigente y trabajaba como un obrero disciplinado. Nos dejó claro, entre otras cosas, que el lenguaje, por ser un brazo de nuestro pensamiento, merece ser trabajado como una piedra preciosa”, afirma Sergio Dahbar, encargado de recopilar las mejores piezas del autor de Santa Evita publicadas en El Nacional y El Diario de Caracas (fundado por el propio Tomás Eloy Martínez), en Ciertas maneras de no hacer nada (editorial La Hoja del Norte), el libro que Ivanova me ha enviado después de

El autor de Ciertas maneras de no hacer nada, publicado en Venezuela por la editorial La Hoja del Norte.

rellenar tres formularios con los datos de su cédula de identidad, declarar que el paquete no contenía ningún tipo de sustancias psicotrópicas o estupefacientes señalados en la Ley Orgánica de Drogas de la República Bolivariana de Venezuela, plasmar sus huellas dactilares y pagar quién sabe cuántos devaluados bolívares (Dios te guarde, a ti también). Es un volumen de 262 páginas, cuya portada es una foto en blanco y negro en la que aparece Tomás Eloy Martínez en el mercado de Quinta Crespo de Caracas, mezclado entre los clientes y vendedores de 1982, y es, desde luego, un concentrado del mejor periodismo literario y de un tiempo que contrasta con la Venezuela de hoy. Están, por ejemplo, el reportaje en el que el argentino recorrió todo el país a bordo de una avioneta para averiguar cómo se imaginaban el futuro los más jóvenes, los perfiles de un artesano de Boconó, un médico en el Amazonas, un obrero de la sal, un trabajador del acero, un ingeniero petrolero y sus conversaciones con varios escritores locales. Llevo años releyendo Lugar común la muerte, un ejercicio supremo de investigación y prosa periodística, ambas vertidas en los perfiles escritos originalmente en español con más ritmo e hipnosis que conozco. Ahora, gracias a Ivanova, sumaré a mi repaso de técnicas narrativas estos textos venezolanos. Porque están construidos con un mecanismo de relojería perfecto y con todas las claves para saber mirar y contar una historia. Gabo tenía razón cuando, en enero de 2010, al enterarse de la muerte de Tomás Eloy Martínez, dijo: “se ha ido el mejor de todos nosotros”.

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