Laberinto No.836 (22/06/19)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENTREVISTA

ENTREVISTA

ÁNGEL SOTO

SILVIA HERRERA

Henri Donnadieu reinventa la noche

Fernando del Collado y la Ciudad de odios

Foto: Javier Ríos

SÁBADO 22 DE JUNIO DE 2019 AÑO 15 - NÚMERO 836

República del arcoíris: retos y propuestas Braulio Peralta/ FOTOGRAFÍA: OCTAVIO HOYOS

Foto: Tragaluz


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ANTESALA

22 DE JUNIO 2019

ARTES VISUALES

Placer como resistencia MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA NAOMI RINCÓN GALLARDO

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angre pesada de la artista mexicana Naomi Rincón Gallardo (1979), que se presenta en el Museo Experimental Eco, es una reflexión visual-conceptual sobre el despojo y el placer de la resistencia; un video ensamblado en seis narrativas no lineales que nos confrontan y nos abren la posibilidad de mirar ya no desde un punto de vista occidental, que ha convertido a la naturaleza en una mercancía, sino desde una decolonial y queer que apuesta por el Eros. Para este trabajo, comisionado para la Bienal Femsa 2018, Rincón Gallardo se planteó la creación de una fabulación “mítico-crítica” para desentrañar y traducir visualmente las implicaciones de un estado, Zacatecas, cuyo 40 por ciento del territorio está concesionado a sistemas extractivos mineros a cielo abierto, en su mayoría, de empresas estadunidenses y canadienses. Despojo, desplazamiento forzado, violencia sexual, sometimiento, desapariciones, muerte, son la estela de una explotación minera que se ha mantenido desde el siglo XVI, y de la que, como escribe Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, “solo quedan vivos los fantasmas de la riqueza muerta”. Son esos fantasmas los que transitan la obra de Naomi Rincón Gallardo filmada en el pueblo Vetagrande. Esta Fantología, como la llama la autora, une distintas narrativas atemporales, políticas, culturales, económicas, sobre todo feministas, para desentrañar una estructura contra la que luchan sus habitantes. La primera parte, “Pulmones”, se grabó en el Museo del Niño Minero y elabora una narrativa, basada en la idea de “pulmón proletario” de Stacey Alaimo, que evidencia cómo el trabajo racializado convierte al individuo en mera mercancía laboral y, por ende, en objeto sexual desechable. En “Profecía”, la artista juega con la presencia de unas devoradoras y renovadoras mesoamericanas para dar paso a “Colibrí”, que cuenta cómo esta ave que une el cielo y la tierra ya no tendrá lugar debido a la destrucción de las montañas en beneficio de la extracción minera. “La dama de los dientes de cobre” es la diosa que regresará para vengar a la tierra; “La maldición mineral” es una metáfora de esa premisa queer, que plantea que la resistencia es desear y disfrutar a pesar de todo, que aún al sufrir la peor parte de la precarización de la vida hay que apostar por el placer, y es ese mismo placer el que se exalta en la última parte: “Sangre pesada”, un ritual que exalta las fuerzas femeninas, resonancias que salen del ego para convertirse en materia, en sonidos que nos emocionan y provocan.

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Profecía, de Naomi Rincón Gallardo.

La viuda. Dirección: Neil Jordan. Irlanda, 2018.

HOMBRE DE CELULOIDE

La loca, el ángel, la soledad

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ANONYMOUS CONTENT

ay dos razones para ver La viuda. Son razones de cinéfilo. La primera es Isabelle Huppert. El de La viuda es un papel escrito para ella pues ¿qué actriz cuenta con más registros de locura? Además, la de Huppert no es una manía cualquiera. Es la del ser humano que deambula como zombi en ciudades de este siglo. En realidad ella es como la tía neurótica que todos tenemos y que, en el peor de los casos, somos nosotros. Enfermos de soledad que podemos llegar a los horrores de lo que pasa aquí. Pero no nos adelantemos. La otra razón para ver esta película es Neil Jordan. Como otros afamados directores (me viene a la mente Tornatore), Jordan no pudo superar la fama que le dio un solo gran éxito. Juego de lágrimas es, por supuesto, muy superior a La viuda, pero su trabajo dirigiendo actores no está nada mal. La cámara está siempre en su lugar y Nueva York se luce en sus multitudes llena de una tristeza sórdida. La historia, más allá de lo dicho, resulta poco espectacular. ¡La hemos visto tanto! Comienza así: una mesera de aspecto angelical vuelve a casa en metro cuando descubre que alguien ha dejado una hermosa bolsa de piel sobre uno de los asientos del vagón. La chica, muy moral, busca el

lugar adecuado para devolverla, pero en Nueva York (como en México) de esta clase de lugares uno espera lo peor. Además, la chica angelical se encuentra con que hay colgado un letrerito de “vengo luego” en la oficina de objetos perdidos. Se lleva la bolsa, lo cual sirve a Jordan para introducirnos con la amiga rubia, rica y frívola con la que nuestra heroína comparte departamento en Manhattan. Se establece entre las dos cierta química a todas luces erótica. Además, una quiere el dinero en la bolsa para un tratamiento que incluye meter jugo de espárragos en el sitio por el que normalmente tendría que salir y la otra duda. No. Hay que buscar a la dueña de la bolsa. Es así que aparece Greta, La Viuda, Isabelle Huppert. Y como en otras películas de paranoia estadunidense (Mujer blanca soltera busca, por ejemplo, o Atracción fatal), lo que empieza siendo una bonita amistad en la que se escucha a Liszt, se bebe café bien hecho y se toman vinos blancos en una

Huppert se ha convertido en la actriz que representa el hartazgo de las clases altas

mesa bien aderezada, se transforma en una pesadilla que tiene varios niveles de lectura moral. El más notable es éste: “niña, no hables con extraños y si encuentras una bolsa con dinero devuélvela al departamento de objetos perdidos aunque sospeches que ellos la robarán”. Con todo, es aquí, en esta locura creciente, que Huppert resulta más adorable que nunca. Es una mala por soledad, mala de tanto haber visto. Huppert se ha convertido, me parece, en la actriz que representa el hartazgo de las clases altas en los países ricos. Ni el arte ni el dinero pueden darle felicidad. Sufre de tanto tenerse a sí misma. Como tanta gente en las grandes urbes del siglo. Es así que, a pesar de los horrores que están por suceder a la chica angelical, uno quiere entender a la mala. Y es que uno intuye que la sonrisa de La Viuda se congeló en estas calles en que se vende belleza imposible, en los escaparates en que se elogia la estupidez. Y ella, mujer que toca a Liszt y que llegado el clímax de la película baila en puntas a Chopin, está decidida a hacer que el mundo se parezca más a ella que a toda esta frivolidad. Así, aunque hemos visto esta historia, no lo hemos hecho con una actriz así. Ni siquiera Glenn Close pudo transmitir en Atracción fatal la locura de la sociedad que hemos construido.

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ANTESALA

22 DE JUNIO 2019

ESCOLIOS

POESÍA

Conjuro de la bailarina JORGE ESQUINCA

A Gabriela, en su danza

Señor mío, demonio, o divinidad atmosférica, te pido: deja que el aire sea siempre lo que siempre ha sido, aire hecho de naderías respirables. No permitas su radical mutación, no lo vuelvas sólido muro, pared intraspasable. Deja que yo vaya y venga en él, a través de él, transparentito, con mis veloces pasos concertada. No dejes que interrumpa mi vaivén de siglos, mi puntiaguda carrera, con un STOP de dura piedra encalada; mira que rota llevo la nariz, que fragmentado el múltiple tobillo, que de sangre y hospital vengo rendida. Acompaña, ángel o nahual, mis andanzas de pájaro rasante aquí en la tierra; que a través del aire yo pueda y pase, elástica de silueta, ligera de clavícula, y en aire dócil todo lo que soy aliente, y me despliegue airosa, y transfigure en vuelo.

Jorge Esquinca recibió el Premio Jalisco en el área de Literatura. Celebramos con este poema inédito.

EX LIBRIS

Gertrude Stein/ EKO

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La tertulia y sus enemigos ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

a tertulia es una de las variantes más gozosas del moderno arte de la conversación: se trata de un encuentro social periódico que suele realizarse en lugares públicos (cafés, bares, restaurantes) y que se caracteriza por su apertura, heterogeneidad e informalidad. Si bien la tertulia tiene una paternidad fundamentalmente literaria, las reuniones de esta índole suelen convocar a las más diversas profesiones artísticas e intelectuales en una interdisciplinariedad espontánea que resulta formativa para todas las partes. La tertulia no es un grupo formal de estudio, aunque en su relajado espacio surgen muchas ideas; tampoco, aunque supone camaradería y afinidad entre sus miembros, consiste en una simple red de intereses y, de hecho, una de sus características históricas es su carácter relativamente abierto y plural. En la tertulia se intercambian novedades, intuiciones y chismes; se come, se bebe, se ríe y se polemiza; se consolidan amistades y se generan proyectos. De hecho, para muchos estudiosos, este gimnasio de las destrezas sociales e intelectuales, que es la tertulia, ha moldeado momentos memorables de la civilización y ha contribuido a la democracia y el pluralismo. Sin embargo, la tertulia enfrenta varios enemigos, la mayoría tienen que ver con la infiltración de temperamentos tóxicos, exacerbados por atmósferas políticas enturbiadas. Algunos de los temperamentos enemigos de la tertulia son: el especialista miope, el sabelotodo, el ególatra, el aprovechado y el militante. Por ejemplo, la tertulia acoge gustosa a los especialistas que gustan salir de su zona de confort; sin embargo, aquel especialista que observa todo desde la óptica de su disciplina y que se rehúsa a considerar otros enfoques resulta un enemigo natural de esta reunión. El sabelotodo también amenaza la tertulia pues, pese a que esta reunión celebra los espíritus omnívoros, el sabelotodo no tiene curiosidad, sentido de la duda o ánimo de aprender y solo busca pronunciar la última palabra en todos los temas. El ególatra es otro carácter difícil de encajar en el intercambio dialógico más o menos equitativo de la tertulia y la propensión a perorar interminablemente de sí mismo lleva a que este espécimen acapare o fragmente, siempre a su favor, la conversación. El aprovechado es otro enemigo de la tertulia, pues si bien ésta genera algunas de las formas más nobles de altruismo intelectual, confundirla con un espacio para el propio beneficio y lucimiento tiende a deformarla. Sin embargo, el adversario más temible de la tertulia es el militante político, presto a introducir el pensamiento único, a desconfiar de la convivencia no utilitaria y a sospechar de la mundanidad y el humor. Afortunadamente, la tertulia cuenta, en su ancestral etiqueta no escrita, con los anticuerpos para conjurar las amenazas que representan sus enemigos y para, aun en las más difíciles condiciones, reproducirse y seguir brindando aprendizaje y solaz a sus asiduos.

La tertulia cuenta, en su etiqueta no escrita, con los anticuerpos para conjurar amenazas

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SOCIEDAD

22 DE JUNIO 2019

Con El 9 de Amberes, Henri Donnadieu reinventa una noche que es sinónimo de libertad

“Hay que atreverse en la vida” ÁNGEL SOTO FOTOGRAFÍA JAVIER RÍOS

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s fácil dejarse envolver por la calidez de un hombre como Henri Donnadieu. Este francés de sonrisa chispeante y ojos ensanchados por los lentes de pasta oscura ha perfeccionado el arte de la camaradería a través de la hospitalidad. “Me encanta ser anfitrión, hablar con la gente, hacer nuevos amigos”, me cuenta mientras caminamos hacia la terraza de El 9 de Amberes, el bar en la Zona Rosa que dirige desde junio de 2018. Su primer aniversario coincide con la publicación de La noche soy yo (Planeta), una breve autobiografía donde narra, entre otras cosas, su niñez en Cros de Cagnes —“un pueblito de pescadores y campesinos” al sur del país— entre las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, su viaje trasatlántico para establecerse en la colonia francesa de Nueva Caledonia, el primer encuentro con México y su instalación definitiva en la ciudad que lo capturó “con su color exuberante y su gente simpática y abierta”. Al centro del libro está la historia de El 9, el primer antro cultural gay de la Ciudad de México, cuya locación original era la calle Londres 156. Durante doce años —hasta que cerró el 6 de diciembre de 1989— se erigió como una insignia de la vida social, que transcurría entre proyecciones de películas que habían sido prohibidas, presentaciones de libros, representaciones experimentales y conciertos que catapultaron a bandas como Casino Shangái, La Maldita Vecindad y Café Tacvba. Cultura y entretenimiento convivieron sin reparos. A pesar de ser doctor en Ciencias Políticas egresado de la Sorbona, Henri se presenta como empresario de la noche y se define como un hombre libre. “No soy alguien material y no pertenezco a ningún gueto, ni siquiera al gueto gay”. Precisamente esa filosofía de puertas abiertas le permitió convertir El 9 en un lugar al que llegó todo México, “desde el presidente de la República hasta la gente de Tepito”. Luego de cuatro décadas en México, ¿te sientes todavía francés? Las raíces nunca se pierden. Con mi acento tan pesado 43 años después, claro que me siento francés (aún pronuncia l'époque cuando se refiere a su apogeo), pero sí me empapé muchísimo del país. Estoy enamorado de México, de su gente. Pienso que soy un mexicano francés.

El autor de La noche soy yo (Planeta). El 27 de junio, El 9 de Amberes celebra su primer aniversario.

En las primeras páginas del libro, Rogelio Villarreal dice que “el mundo no sería el mismo sin los franceses”. Ah, bueno (ríe con un impulso que mezcla modestia y sonrojo), yo la verdad no lo sé, porque me salí muy joven de Francia. Como desde niño tenía la ilusión de conocer el mundo, cuando terminé mi doctorado no me quedé. Regreso de vez en cuando, pero prefiero vivir en México que en mi propio país. Cuentas que cuando visitaste la Ciudad de México por primera vez, la sentiste como una ciudad de primer mundo. Venía de vacaciones y me encantó, pero como me movía donde se mueven los turistas —Reforma, la Zona Rosa, el Centro, Coyoacán, Xochimilco—, no conocía la realidad de la periferia y lo que había detrás. Cuando llegué la primera vez me hospedé en el hotel María Isabel. La Zona Rosa era un lugar de ligue extraordinario y

“Siempre he sido solidario con el movimiento gay, pero dentro de mi trinchera”

nadie decía nada. Entonces vi a México como una ciudad de primer mundo. No sabía que había mucha represión contra la gente gay. ¿Cómo es tu relación con el movimiento LGBT? Siempre he sido solidario con el movimiento gay, pero de otra manera, dentro de mi trinchera. Por ejemplo, fui uno de los que más se movilizó en tiempos del sida. Con Braulio Peralta hicimos la primera clínica contra el sida entre 1986 y 1987, en la Escandón. El 9 apoyó muchísimo para recaudar fondos y también apoyamos mucho después del temblor de 85. ¿Te imaginas este 9 con el esplendor que tuvo el otro? Lo que fue no será. Yo, que soy mucho de cine, creo que las segundas partes, aparte de El Padrino, siempre son malas. Pero es otra cosa, otro tiempo. Hoy el undergound es más difícil de encontrar; con las redes sociales ya casi nada te sorprende. Pero estoy en busca de nuevos grupos para presentarlos, para dar oportunidad a gente joven.

¿El 9 de Amberes también puede ser un punto de arranque para músicos nuevos? No lo dudo. El primer grupo que se presentó me lo recomendó Rubén, de Café Tacvba. Qué te puedo decir, yo ya soy el abuelito, pero ya llegan los nietos. De repente, a mi edad ya soy invisible, porque la juventud no ve a la gente grande. Hay que demostrar que tampoco somos chochos. Caminamos hacia la salida mientras las pantallas proyectan la quinta temporada de RuPaul's Drag Race. “El fenómeno drag —dice Henri— es lo más visible del underground de hoy; es muy interesante, muy creativo y me encanta”. Antes de despedirnos, me confiesa que el título original del libro iba a ser Pourquoi pas (Por qué no). “Acabo de perder a mi pareja de 33 años, un pintor maravilloso, más joven que yo, Alonso Guardado; es duro encontrarte solo a mi edad, pero al mismo tiempo hay algo que me sostiene: estoy todavía activo, estoy tratando de reinventar la noche. Entonces ¿por qué no?, hay que atreverse en la vida, hay que ser libre”.

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SOCIEDAD

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El periodista, autor de Homofobia: odio, crimen y justicia.

En Ciudad de odios, Fernando del Collado pone su ojo periodístico en la violencia dirigida hacia la comunidad LGTB

“Hay más derechos y más violencia” SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA TRAGALUZ

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n Ciudad de odios (Grijalbo, 2019), el periodista Fernando del Collado ofrece instantáneas, como las llama, donde periodismo y literatura se hermanan. El odio al que hace referencia el título se concentra en la comunidad LGBT, pero esa solo es una de las puntas. Los crímenes de odio igualmente abarcan a las mujeres, los migrantes, los que no profesan las mismas ideas que nosotros... Lograr que este tipo de delitos no queden impunes es la finalidad de Fernando del Collado en este libro que se relaciona con lo que, por ejemplo, Paul B. Preciado está realizando en Europa. ¿Por qué comenzaste tus crónicas en los años noventa? El año de 1995 es muy simbólico por el crimen de odio de Liborio Cruz. Esto hizo que detonara la asociación civil de crímenes por homofobia y se comenzaran a registrar de forma siste-

mática los crímenes con estas características a través de la prensa. Es una de las cosas que pretendí con este libro: tipificar el crimen por odio para que las autoridades puedan clasificar mejor y tengamos al menos datos más precisos. Aquí solo se concentran los crímenes contra la comunidad LGBT, pero los crímenes de odio proliferan de forma brutal en este momento —de mujeres, por diferencias religiosas, por diferencias políticas—, cuya característica es la saña. El DF antes y hoy la Ciudad de México han creado leyes a favor de esta comunidad, pero paradójicamente la violencia ha explotado. Ese es un punto a discusión. No sé qué tanto la visibilidad de estas preferencias afectó el crecimiento de tales crímenes; la cantidad no ha disminuido. Lo que sí ha habido en todo caso es un mejor registro. Los medios de comunicación, la nota roja en los periódicos, han bajado la presencia de crímenes

por odio. Lo que se ha mantenido son las agresiones a transexuales y travestis, la comunidad que en los últimos años ha sido más violentada. No soy experto en números, pero no veo que se empalmen los datos de una ciudad con mejores derechos a menos violencia. Los datos que dan las mismas organizaciones no muestran un descenso. La proyección es igual a lo que está sucediendo con las mujeres. ¿Por qué se habla de proyección? Porque no están registrados o son averiguaciones que no avanzan o hay móviles distintos. En el caso de la comunidad LGBT, si ven un vestido o cosas de mujeres, las autoridades clasifican el crimen como “pasional”. Por eso es importante tipificarlo. Ya hay dos entidades incluyentes que tienen clasificado el crimen de odio, pero falta avanzar en

“Dos entidades tienen clasificado el crimen de odio; falta avanzar en la legislación a nivel nacional”

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la legislación a nivel nacional. El libro presenta instantáneas de la furia y el odio en la Ciudad de México porque es ahí donde está más documentado. A las organizaciones LGBT ¿les ha faltado más presencia para ayudar a reducir estos crímenes? Esto es más bien algo que le corresponde a otras instancias del gobierno. Como te dije antes, las autoridades clasifican estos crímenes como pasionales, pero el odio surge de lo que rechazas. La mayoría de los crímenes contra homosexuales y la comunidad LGBT no son cometidos por homosexuales. Creemos que las organizaciones tienen que evitarlos, pero no es cierto: son las autoridades las que no han avanzado en esto. Los crímenes de odio tienen que ver con el machismo; tienen otros tintes. No habría tantos asesinatos de este tipo si no hubiera impunidad. En cuanto a la narrativa, pones al Metro como un motivo importante. En el Metro se da una extensión del odio, pero creo que en general la ciudad también participa de estos odios. Quise que ese fuera una especie de hilo conductor con varias direcciones. También refleja un tiempo en que nos mirábamos y nos tocábamos más que ahora que ha irrumpido el celular. El Metro da lugares clave, tanto de reunión como de dónde ocurrió el asesinato. Ahí está el trabajo periodístico. Ya acudí a lo narrativo para humanizar un poco la violencia que expongo. Las historias quedan sin concluir porque espero que más tarde se recuperen estos casos. La paradoja es que ahora hay más libertad para encontrarse, menos represión por las autoridades. ¿Te refieres a parejas besándose y eso? Sí, como en la estación Hidalgo. Hay algunos trabajos que han señalado que la visibilidad y luego el reconocimiento encadenan los temores. Pero ya no se puede detener está libertad. Ahí se confrontan nuestros miedos, los rechazos. Es como un espejo en donde podemos ver hasta dónde tenemos interiorizados nuestros odios. Quizá comience un diálogo con esto. Tocando la parte narrativa, cada instantánea que presentas es redonda, sabes contar. La objeción que pondría, y aquí puede haber una limitación por la forma en la que leí el libro, es que no sentí un ritmo en el conjunto. Una historia sigue a la otra y terminé un poco abrumado. El plan que hice fue dejar el libro deliberadamente sin final, y que quedara en instantáneas. La mayoría están escritas en tercera persona, pero hay algunas en primera. No quise ponerme nada más del lado de la víctima, sino también del agresor. Quise que la descripción fuera objetiva; representar el momento del odio en el que no hay empatía. Está la víctima que recibe las puñaladas y que pide: “no me mates, ¿por qué yo?” Hablamos de que la mayoría de las víctimas son adolescentes acribillados por sus preferencias. Pude haberme inventado una ficción, pero quise que mi trabajo fuera desde el periodismo.

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DE PORTADA

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Han pasado 41 años desde que el movimiento gay salió a las calles. Ha conquistado espacios pero qué tareas tiene aún pendientes

¿La roca desprendida del Génesis? BRAULIO PERALTA FOTOGRAFÍA OCTAVIO HOYOS

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a historia la conocen. Diríamos que unas “locas desmecatadas” de Nueva York se defendieron de la policía la madrugada del 27 de junio de 1969. El hecho civil —defensa de derechos humanos de agraviados por la autoridad— dio origen al Día del Orgullo Gay, y desde entonces cada año ¡todos a la marcha! Estados Unidos, Australia, Alemania, Francia e Inglaterra fueron de los primeros países donde se organizó un movimiento lésbico-gay. México no era ajeno a los rituales del cambio en la amplia diversidad sexual. Nancy Cárdenas promovió en 1971 el Movimiento de Liberación Gay junto con Juan Jacobo Hernández, Luis Prieto, Tina Galindo y, como la mano que mece la cuna, un hombre que vivió en el clóset hasta su muerte: Carlos Monsiváis. Nació el movimiento y, para 1978, los gay ya estaban en la calle para exigir a las autoridades “no más razias” ni crímenes contra homosexuales y lesbianas. Este primer párrafo es la mini historia. Si quieren saber a profundidad, pues busquen los libros y pónganse a leer… Porque lo que importa son los hechos actuales. El nacimiento de siglas que casi nadie entiende. Dame una L: lésbico. Dame una G: gay. Dame una B: bisexual. Dame una T: travesti. Dame otra T: transgénero. Repíteme la T: Transexual. ¿Y qué significa la I?: intersexual. Qué es eso de Q: Queer. LGBTTTIQ. No definiré cómo cogen o aman esas “letras”. Lo que importa es que llegamos al siglo XXI y seguimos con la exigencia del respeto a los derechos humanos. Sí, ya se tipificó el

“crimen de odio por homofobia”, lo que no impide que se registren al menos dos asesinatos por orientación sexual al mes, solo en la Ciudad de México. Conste: me salté siglos de historia. La presencia de los “diferentes” se puede constatar en la Biblia, el Corán o la Torá. De ahí viene el prejuicio contra quienes son distintos. Me salté a los judíos gay que fueron confinados en campos de concentración y cuya tragedia fue llevada al teatro por Martin Sherman en Culpables, escenificada en México por José Luis Ibáñez en 1981 y protagonizada magistralmente por Enrique Álvarez Félix (por cierto, su madre, María Félix, no tuvo reparos en aplaudir al personaje interpretado por su hijo, un gay marcado con el “Triángulo Rosa” y que el nazismo asesinaba). Omití el hostigamiento y la persecución de los novelistas de la Revolución mexicana y los muralistas comandados por Diego Rivera hacia el grupo de Contemporáneos, especialmente a Salvador Novo, a quien despectivamente llamaban “Nalgador Sobo”, así de fuerte. (Novo contestaría a Rivera con poemas. En uno de ellos escribe: “Y una mosca inexperta e inocente,/ aficionada a mierda y a pantano,/ vino a revolotear sobre su frente./ Despertó de su sueño soberano/ y al quererla aplastar —¡hado inclemente!—/ se empitonó la palma de la mano”.) Negociación y cambios Insultos y prejuicio son el vino y pan del día, ayer y hoy, a pesar de que vivimos procesos democráticos con leyes de avanzada y hasta matrimonio igualitario, vigente en más de la mitad de los estados de la República —a pesar de “la familia tradicional” que promueven Juan Dabdoub y ese remedo de persona que es un falso convertido al mundo heterosexual, Mauricio Clark—. Insul-

tos y muertes tampoco cesan. Fernando del Collado ha publicado dos libros que documentan el odio incrustado en la conciencia de quienes nos aventaron a esa “roca desprendida del Génesis” (Novo): Homofobia y Ciudad de odios. Dos perlas cuya lectura requiere temple para soportar la ignorancia e intolerancia criminal que exhiben. (Hay que admitir que la prensa actual se diferencia notablemente de la que predominaba en los años setenta, cuando todo crimen homosexual era encasillado en escándalo de “lilos”.) Hasta dicen por ahí que los gay somos moda porque los medios de comunicación se ocupan de nuestra identidad y porque la sociedad civil está con la causa de la diversidad sexual. Hay algo de culpa después de haber vivido los años ochenta con lo que se denominó pandemia mundial del sida, en la que murieron millones de personas LGBTTTIQ. Este hecho despertó la compasión (no encuentro otra palabra) y la sociedad informada, con ética, inició la reivindicación de lo diverso (desde 1975, Carlos Monsiváis y Nancy Cárdenas, junto con un centenar de intelectuales, demandaban el alto a razias y a la discriminación contra homosexuales y lesbianas en sus puestos laborales). El sida detonó el reclamo de esos derechos negados: servicio médico y atención a pacientes con VIH, medicamentos gratuitos y, lo mejor, leyes constitucionales inclusivas, con igualdad, sin distinción de sexo, edad o raza (como Benito Juárez promulgaba en su Constitución de 1857). Así pasamos de las Sociedades de Convivencia en 2005 al matrimonio igualitario por resolución de la Suprema Corte de

No hemos aprendido nada de nuestra propia causa y de la persecución

Justicia, en 2016. Nada se hizo solo. Desde 1997 crece la tribuna pública con políticos abiertamente gay: Patria Jiménez, David Sánchez Camacho, Enoé Uranga, José Alfonso Suárez del Real y Temístocles Villanueva. ¿Qué falta? Básicamente educación sexual, tanto para el mundo LGBTTTIQ como para la H de heterosexuales. Nadie es libre de moralismos sin fin. La comunidad gay es sexista, igual que los de la letra H. Lo ha demostrado la proliferación de letras en la sigla LGBTTTIQ, cada una de las cuales representa un grupo y hasta guetos de su condición. Está documentado en la historia del movimiento la resistencia de gay y lesbianas para trabajar juntos, unidos en la misma lucha. No se pudo. Una prueba: la rebatinga de este año por encabezar la 41 marcha del Orgullo Gay (apoyo a Patria Jiménez). Tres organizadores en pleito por el liderazgo; ellos, que hablan de respeto en política. Nadie atiende la propuesta cultural de dos empecinados guerreros del cine y las artes: Arturo Castelán y Salvador Irys. El primero con el Festival Mix, cine de temática diversa de la sexualidad, con


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23 años de presencia. El segundo con el Festival de la Diversidad Sexual, que continúa lo que fuera la Semana Cultural Gay que organizó José María Covarrubias por más de quince años en el Museo Universitario de El Chopo (suman 41 años de búsqueda e identidad). Allá vamos, formaditos para aprender arte y cultura, pero en la calle somos igual que los otros que, decimos, nos clasifican, moralizan, critican, no respetan. No hemos aprendido nada de nuestra propia causa y de la persecución de la que hemos sido objeto. Con educación sexual todos cambiaríamos el rostro del sexismo. Se nos olvida Whitman: “Quien degrada a otro me degrada a mí”. Eso, cuando hemos conquistado espacios. En el Senado, en la Cámara baja, en los estados, en voz del presidente Andrés Manuel López Obrador que por fin se tomó la foto con la bandera del arcoíris en Palacio Nacional. Aunque le ganó en 2016 Enrique Peña Nieto, que reunió a la diversidad en Los Pinos, con parte de su gabinete, y anunció una iniciativa de reforma constitucional para abrir la puerta al matrimonio igualitario, leyes para

que los TTT cambien de nombre por el que les guste, de hombre o mujer; por la ley trans… Eso, cuando una parte de la propia comunidad criticó a quienes fuimos a aquel encuentro, como si la historia no se hiciera con las autoridades. Si no, ¿cómo? Luis Perelman, activista, lo dice claro: “a veces es mejor negociar que tomar calles”. No fue diferente en Estados Unidos. Si alguien lo duda, que vea la historia de Milk, en el filme de Gus Van Sant, de 2008. La política es negociación y cambios. La cultura libera ¿Cómo hemos cambiado? Leo un pasaje del ensayo de José Joaquín Blanco “Ojos que da pánico soñar” (en su libro, Función de medianoche): “Se nos obligó a crear un lenguaje secreto, y lo hicimos bello y divertido. Tanto que la sociedad tuvo que tomar, mediatizándolas, muchas de nuestras formas de arte y sensibilidad. Recobramos el sentido del juego y nuestra fama de ingeniosos y lúdicos se universalizó. Tuvimos que inventarnos defensas y volvernos, simultáneamente, más agudos, más refinados, más vulgares, más lúcidos, más

generosos y más cabrones. En cualquier lucha de nuestro siglo ha colaborado —casi siempre desde la sombra en que se nos encarcela— alguno de nosotros”. Sí, pero hoy parecemos más vulgares que cultos, menos lúcidos y más consumistas, menos refinados y escasamente enterados de lo que nos atañe. Nos convertimos en la misma sociedad que alguna vez criticamos. Nos libera la cultura. El cine que nos retrata: El lugar sin límites, de Arturo Ripstein, y Doña Herlinda y su hijo, de Jaime Humberto Hermosillo, basado en un hermoso cuento de Jorge López Páez. (Hay más filmes pero son mis preferidos de lo “hecho en México”.) El teatro que nos delinea: Sergio Magaña con Los signos del zodiaco, en el primer acercamiento a la opresión homosexual, y Breve silbido desde el exilio, de José Alberto Gallardo: una mujer muere por cáncer y un homosexual por sida, paralelismos del desastre emocional. La danza que nos representa: ese prodigioso bailarín por el que Carlos Monsiváis deliró (tengo una foto donde están tomándose de la mano): José Rivera y La Cebra Danza Gay, con 23 años

Marcha del Orgullo Gay, 2017.

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de persistencia en tacones. La pintura para admirar a nuestros iguales: Manuel Rodríguez Lozano y su retrato de Salvador Novo, o la homofobia de Antonio Ruiz, El Corcito, en su idea de los Contemporáneos. Donde el mundo no se entiende sin el otro. También José Guadalupe Posada con su dibujo de “Los 41”, esos “chulos y coquetones” que visibilizaron a los homosexuales en 1901. Hay más pero, insisto, son mis gustos. La literatura, el campo más amplio. En redes, Luis Martín Ulloa ha estado comentando 30 libros de temática gay que le parecen los mejores. Me hizo parte de la tarea. Yo rescato pocos títulos: tres de Luis Zapata, que es más que El vampiro de la colonia Roma. Hay que sumar La hermana secreta de Angélica María y Melodrama. Antes, sin duda, La estatua de sal, de Salvador Novo, aunque se publicó tardíamente (la primera vez en la revista Política Sexual, del grupo Sex Pol y FHAR, en 1979). Crónica cero, de Joaquín Hurtado, que es un testimonio implacable de lo que significa vivir con VIH. Amora, la primera novela lésbica, de Rosa María Roffiel, de 1989. Agregaría sin pensarlo Salvador Novo, lo marginal en el centro, de Carlos Monsiváis. Un libro clave de la bisexualidad: Fruta verde, de Enrique Serna.* Y un imperdible: Traición a domicilio, de Guillermo Arreola, que es la búsqueda de un ayer, un amor, una identidad. De poesía me quedo con Juan Carlos Bautista con su ejemplar Cantar del Marrakech. Y una mujer, Reyna Barrera, pionera de la poesía lesbo. Pero no quiero dejar de nombrar a dos que leo actualmente: Luis Aguilar y César Cañedo. Creo que la crónica es la que mayor vida tiene en la actualidad: Antonio Bertrán escribe de intimidades sobre las parejas y sus historias de amor. Lo hace en un diario popular, Metro, que llega a un público ajeno y a la vez importante: ese “pueblo bueno” del que habla ya saben quién. Antonio Marquet es quien más ha documentado la vida gay en sus libros, inconseguibles: Que se quede el infinito sin estrellas, mi preferido. Wenceslao Bruciaga en MILENIO Diario es un desparpajo literario en lo que escribe y uno goza sus diferencias con lo establecido. La contraria como estilo se le da a la perfección. Fernando del Collado no puede faltar en mi lista. Es un gusto saber de ellos ahora, porque desde los setenta un servidor era el único que se ocupaba del tema gay, con dificultades para publicar. ¿Fin? Los abrazo con la bandera del arcoíris. Anímense esos de la H: no mordemos.

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* Leí el 17 de junio este mensaje en redes, escrito por Enrique Serna: “En mi novela Fruta verde, narré una intensa historia de amor homosexual que yo mismo viví a los 19 años. Es evidente, para quienes la hayan leído, que nunca he considerado una deshonra entregarse en cuerpo y alma a una persona del mismo sexo. Sin embargo, desde que publiqué mi primera crítica contra el actual gobierno, sus troles pagados me han estado lanzando insultos homofóbicos dignos de las juventudes hitlerianas. ¿Creen que van a intimidarme con eso? Más bien están exhibiendo el talante autoritario de su santo patrono”.


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TERTULIA

22 DE JUNIO 2019

PERSONERÍO

ENTREVISTA

Del arte de la dedicatoria JOSÉ DE LA COLINA

H

asta el escritor más hábil, ingenioso, elegante, efusivo, elusivo, se habrá visto más de una vez abrumado por el problema de cómo dedicar un libro suyo, se trate de una dedicatoria manuscrita para un posible lector en particular, o impresa en toda la edición para el público en general, al cual el dedicador querría o tendría algo que agradecerle. En el primer caso, se trata de hacer que un ejemplar de la obra impresa al menos parezca singularmente destinado al viejo o nuevo amigo, al distinguido colega, al autorizado crítico, al desconocido que se declara admirador y que desea unas líneas de mano del autor, es decir un autógrafo. No es fácil, porque rara vez se conoce lo suficiente al pedidor de dedicatoria como para ofrendarle unas líneas que no sean “de cajón”. Desde luego, pretender que cada ejemplar dedicado tenga una frase brillante, original, particularmente cordial, etcétera, es una de las cosas que suelen abrirle al escritor el camino hacia un insomnio de mil y una noches. Qué puede pensar, pongamos por caso, el fan de un estilista ante una dedicatoria sin estilo, completamente directa, seca, insípida, como: “A Arturo Hortigüela, atentamente”, o ante la un poco más larga pero no por ello más interesante: “A Fernando Gou, esperando que este librito le guste”. Una antología de dedicatorias manuscritas de autores célebres tal vez nos ofrecería no pocas sorpresas, por ejemplo, la del gran autor hipócritamente humillándose ante el temible crítico: “Al distinguido homme de lettres Emmanuel Carballo, esperando su generosa indulgencia”, o como el novelista rebelde revelándose sumiso ante el político de ideas contrarias: “Al sublime prócer y león de la tribuna Porfirio Muñoz Ledo”, o como el audaz poeta erótico dedicando, en su único libro casto, una blanca o blanda cursilería a la hija de la familia: “A Eufrosinita Meléndez, en sus quince floridos abriles”. La dedicatoria impresa, por supuesto, pertenece más espectacularmente a la historia de la literatura, y aunque implique asuntos privados los hace públicos, y acaso a su vez históricos. Para regalar a la imaginación del lector una escena de intimidad tierna, o tal vez fogosa (¡oh!), un afamado novelista ha dedicado así un libro a una conocida bella actriz del cine norteamericano: “A Jane Fonda, en recuerdo de una tarde de lluvia”. Género poco estudiado, la dedicatoria pertenece al dominio de la literatura de manera un tanto anacrónica. Mientras en el campo de las relaciones amorosas la “declaración” parece haber pasado a la historia, la dedicatoria sigue manteniéndose en pie con funciones de costumbre, obligación, cortesía, forma de tortura para el autor... Rival del epitafio, la dedicatoria erige un monumento sutil ante el olvido, aunque es una muestra de la futilidad de la literatura y un chasco para la vanidad de los autores, pues quizá no exista escritor que no se haya visto ingratamente sorprendido al encontrar en una librería de viejo un libro suyo, dedicado cordialmente a quien lo solicitó con una aparente avidez de autógrafo.

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El autor de la novela Fandelli, publicada por Cal y arena.

Guillermo Fadanelli

“Me abomino a mí mismo como escritor”

L

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com FOTOGRAFÍA H. G.

os recuerdos y la memoria son la materia prima del libro más reciente de Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960). El origen del título de su nueva novela —Fandelli— se remonta a la secundaria, cuando sus compañeros hicieron una contracción del apellido. Lejos de pretender con ella un ajuste de cuentas o un ejercicio de introspección, el narrador apunta que si se asoma al pasado es por curiosidad y con la pulsión de quien salta al vacío. Cada vez está más presente la memoria en tu trabajo. Sí, pero una memoria que se disuelve y ha perdido raíces o asideros. A veces creo que en lugar de memoria me aborda un conjunto de alucinaciones o visiones. Este libro fue una especie de caída al vacío, de ceguera momentánea que de alguna manera puede ser una luz no hacia el futuro, sino iluminación del pasado. A diferencia de libros como Al final del periférico, aquí eliminas la distancia autor-personaje. Maté al dios escritor que domina los hilos de su narrativa y utiliza a los personajes a su antojo. Me entregué a una especie de escritura automática y cedí a un impulso vital que trascendió la perspectiva existente entre escritor y obra. Por eso la novela me sorprende, es uno de mis pocos libros que he releído.

¿Porque te es refractaria? Claro, y eso me produce curiosidad, no por ardid sino para profundizar en el autor. La relectura me sorprendió a mí mismo. ¿Para bien o para mal? Me abomino a mí mismo como escritor. Nunca me vanaglorio de mi obra. Me sorprende que haya sido escrita desde ningún lugar. A raíz de esta aparente confusión, los tiempos están mezclados. Al leerla me convierto en un espectador de las voces que supuestamente creé. Me sorprendo porque esas mismas voces están intentando construir un “yo”, una identidad. La novela fue escrita aniquilando la posibilidad de la perspectiva. ¿Fue como un ejercicio de pulsión? Fue un vómito irreprimible. Un golpe irracional. En mis peleas dentro y fuera de la escuela, nunca he lanzado un golpe sin que provenga del corazón, aunque suene cursi. Si he ganado peleas ha sido porque son consecuencia de un odio verdadero, no de una estrategia. Es una novela asistemática y eso me satisface mucho porque la autoridad y el sistema son, para mí, enemigos mortales. Hay que disolverlos y

“Maté al dios que domina los hilos de su narrativa y utiliza a los personajes a su antojo”

transformarlos en algo bueno para la vida común. ¿ El billar de los suizos fue un round de sombra para esta novela? El billar de los suizos es uno de mis libros más queridos, pero ahí no anulé la distancia pese a esbozar mis recuerdos y otorgarles determinada dirección. En cambio, en Fandelli vemos la imposición de un pasado atribulado y de un conjunto de recuerdos que se entrecruzan y pelean entre sí para imponerse. Desde esta tribuna de espectador, ¿cómo ves al Fadanelli de sábado, o de los inicios de Moho? Es el Fadanelli que está volviendo. Al final del periférico y Fandelli podría haberlas escrito el mismo que colaboraba en sábado bajo la égida de Huberto Batis. ¿Cómo te sientes en este regreso? Libre y encarcelado al mismo tiempo. Ya no tengo que fingir ser alguien. ¿Un personaje? Soy un personaje para quien me mire desde el exterior y me construya, pero yo me considero un fardo. ¿Ya pasaron los mejores momentos de tu literatura? No sé. Cada vez que un hombre pone encima de sí un epitafio es porque quiere vivir más. A mí me gusta jugar con la muerte y el día en que no deseé vivir… no viviré. El libre albedrío solo está justificado cuando uno se suicida.

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EN LIBRERÍAS

22 DE JUNIO 2019

NARRATIVA, ENSAYO, POESÍA Los señores del tiempo

Los límites de la noche

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A FUEGO LENTO

Historia del silencio

La memoria donde ardía España, 2019

Eva García Sáenz Planeta México, 2019 441 páginas

Eduardo Antonio Parra ERA México, 2019 121 páginas

Alain Corbin Acantilado España, 2019 152 páginas

El nombre de esta novela es el mismo que tiene la novela que, como en un juego de espejos, dispara la trama ideada por García Sáenz. Dos épocas dialogan a través de ese libro misterioso, con la Edad Media como telón de fondo, pues los crímenes que narra guardan un desconcertante parecido con los crímenes a los que se enfrenta el protagonista. Con el ritmo de un thriller, Los señores del tiempo presenta a una corte de asesinos condenados a la personalidad múltiple.

Con esta colección de relatos aparecidos inicialmente en 1996 el narrador guanajuatense obtuvo un lugar merecidísimo entre las voces más prometedoras de la nueva literatura mexicana. Sus ambientes son los tugurios en donde solo hay cabida para la descomposición moral, la frontera y sus amenazas ocultas, los caminos terrosos que conducen hacia el sueño americano, los bajos fondos. Parra, hay que reiterarlo, fue capaz de inventarle un lenguaje a la noche patibularia.

“Del Renacimiento a nuestros días”, dice el subtítulo de este libro anclado en la microhistoria. Corbin pasea por la obra de místicos, escritores y pintores para comprobar la fuerza del silencio como preludio de la reflexión y la creación, como espacio donde conviven lo profano y lo sagrado. Más que la ausencia de ruido, dice, es la fuente de la que manan la fantasía y el recogimiento. Pocas cosas tan urgentes como este libro en tiempos de estrépito y ruido invasivo.

Opus Gelber

Hombres elegantes

Poesía reunida (1977-2018)

Leila Guerriero Anagrama España, 2019 333 páginas

Milena Busquets Anagrama España, 2019 193 páginas

Coral Bracho ERA México, 2019 536 páginas

En un edificio sobre la calle Teniente General Juan Domingo Perón, en Buenos Aires, habita el pianista argentino Bruno Gelber, un portento al piano y un portento como conversador. La conversación es justamente el instrumento del que se sirve Leila Guerriero para trazar el retrato de este hombre fascinante al que una enfermedad temprana no le impidió brillar en los grandes escenarios europeos e introducirse en los salones de la realeza con un impecable sentido del buen gusto.

Publicados en los diarios El País, El Periódico y La Vanguardia, estos artículos registran el pulso de la vida social y política de España, y sobre todo Barcelona, entre 2015 y 2018. De la observación de sus rutinas familiares y del trato con amigos o espontáneos, Busquets obtiene un material que se enriquece con sus propias observaciones, siempre frescas y aderezadas con buenas dosis de sentido del humor. Su alcance va de la mano de un único interés: la amenidad.

Ya los especialistas decidirán si Coral Bracho es la mejor poeta mexicana de las últimas décadas; lo cierto es que su poesía es una de las más originales que se han escrito. Desde su primer libro, Peces de piel fugaz, así lo ha demostrado. Por Ese espacio, ese jardín obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 2003. Anota David Huerta en la contraportada: “La escritura de Coral Bracho no solamente anuncia, como en un susurro, una belleza nueva: la despliega continuamente ante nosotros”.

Todo es tan bonito ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

R

espingo cada vez que encuentro una novela o una colección de relatos confeccionada con una escritura adorable. Claro que importa, y mucho, la frase iluminadora, el sentido del ritmo, la máxima veneración por el peso justo de las palabras, pero transformar la prosa en una sucesión de linduras poéticas me lleva a pensar más en una pastelería que en mundos narrativos. Digo esto después de leer La memoria donde ardía (Páginas de espuma) de Socorro Venegas. La mayoría de sus diecisiete estampas tiene a la maternidad —y, por añadidura, a la paternidad— como recurso inagotable. Ahí están la maternidad no deseada, la maternidad que engendra mutilados, la maternidad como promesa estéril, la maternidad indiferente… Y ahí están, por supuesto, las mujeres que padecen, reniegan o añoran ese estado. En ocasiones, el cuadro resulta desolador; en otras, observamos a un grupo de soledades abiertas de par en par. La sensación de movimiento está ausente. Más que leer, contemplamos una serie de tomas fijas a la manera de un álbum fotográfico. Algo, sin embargo, debe ocurrirles a los personajes, algo, aunque sea un mínimo temblor. Por descontado, y como si estuvieran predestinados, están terriblemente solos. Una vez que tenemos muy claro todo eso, Venegas procede a colorear las escenas para producir lo que identifica con un estremecimiento. Pero nunca pasa nada. En “Los aposentos del aire”, y luego de asistir al deterioro de un par de niños condenados a la muerte por cáncer, leemos: “Me sentí tonto. Abrí la boca para que de mí saliera una nube que borrara todo”. En “El nadador infinito”, la protagonista, infelizmente casada y a punto de parir cuando no hace sino extrañar a su amante, dice: “La fuente de su vida estaba rota, llegaba al final de su viaje y abría un portal sin luz, en medio de una noche de mármol, mientras por mis muslos escurría un agua que se arremolinaba en olas, oscuras olas”. Todo es tan bonito. La insatisfacción sexual, el deterioro físico, la soledad, en fin…, los golpes, se resuelven de manera tan preciosista que terminan por perder su peso, su intolerable significado. La memoria donde ardía guarda semejanza con aquellas construcciones fatuas que se erigían después de meses de trabajo y caían por tierra en unas horas para regocijo de los súbditos de la Corona española en tiempos de la Contrarreforma: solo artificio y vanidad.

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PENSAMIENTO

22 DE JUNIO 2019

ENSAYO

Padres del desierto Un cuadro de Roberto Rébora inspira este viaje hacia las ideas filosóficas de Orígenes

V

isité la exposición de Roberto Rébora, Flujo mundo, el día de su inauguración en el Claustro de Sor Juana. Aunque la cita era a las siete de la noche, yo llegué a las seis. Eso me permitió recorrer las salas y ver los cuadros sin el estorbo de la concurrencia; también pude saludar a Roberto y conversar con él sobre algunos de ellos. De su primera época (Flujo mundo es una exposición retrospectiva que se concentra en dos series, Media Star y Flujo mundo, que constituyen un antes y un después en la pintura de Roberto), dos obras llamaron mi atención: Ulaula, la representación gráfica de una mujer que baila en la esquina de una tela prácticamente cruda; y el retrato neoexpresionista de una mujer que desciende las escaleras de un subterráneo en Viena (de esta última no recuerdo el título). Ya con él, Roberto me hizo detenerme frente a un cuadro pintado con una paleta de rojos intensos, tras de los cuales, como una sombra, se adivinaba la figura de un hombre desnudo sosteniéndose el miembro viril. Si no recuerdo mal (estoy citando de memoria), la tela se llama Castración. Roberto me explicó con movimientos corporales el ritmo del cuadro y las secuencias intelectuales que lo animaron en el momento de estarlo pintando. Antes de redondear su discurso frente a esta tela me dijo que tenía la sensación de que había algo de simbólico enterrado en la prehistoria de esta imagen que aún no lograba descifrar. Entre las cuatro paredes de mi cerebro empezó a rebotar como una pelota el nombre de Arreola: vagamente recordaba un texto suyo donde se menciona a un Padre del Desierto emasculado en su juventud. Porque de eso se trataba, de una autocastración. Se lo dije a Roberto sin atinar a recordar la fuente. Y unos minutos más tarde, antes de la inauguración oficial de la muestra, me retiré del Claustro para emprender el largo camino de regreso a casa. A la mañana siguiente (había llegado a la medianoche), la inquietud del apunte se disipó en los estantes de mi biblioteca. Allí estaba, sin abrir, aún envuelto en el celofán de su retractilado original, el único ejemplar que me queda del Gunther Stapenhorst de Juan José Arreola, un pequeño volumen que yo mismo edité a mi paso por Aldus en 2002. Allí estaba, emparedada entre las cartulinas

GABRIEL BERNAL GRANADOS FOTOGRAFÍA CORTESÍA CLAUSTRO DE SOR JUANA

Un aspecto de la exposición Flujo mundo de Roberto Rébora.

verdes del libro, una conversación que habían sostenido en 1974 Eduardo Lizalde y el propio Arreola sobre el tópico del escritor que desaparece tras la máscara del personaje público. En las páginas finales, contenida en apenas un par de renglones, estaba la frase que recordaba y el nombre del padre del desierto, autoemasculado en busca de erradicar de su vida la constancia de la carne: “No queda más recurso que volver a Orígenes y cortar por lo sano sobre un texto de Mateo...”. Había leído ese mismo texto hace 20 años, y desde entonces había relumbrado como una perla ante mis ojos el nombre de Orígenes; el solo nombre constituye un enigma y una invitación a un viaje sin retorno: en el principio estaba el hombre casi desnudo en el desierto, en busca de un conocimiento imposible o cancelado. Ya desde entonces se sabía que los libros asequibles de la biblioteca eran finitos y la carne

Frente a mí aparece con claridad el individuo abandonado a su propia angustia

irreparable. “Eso era lo que me intrigaba sobre el asunto de los cátaros: que siendo tan sensuales y eróticos estaban contra la procreación, aunque permitían todo lo que fuera juegos amorosos... Esto me recordó lo que decían los padres del desierto, que resumían su filosofía en esto: el mundo no tiene remedio, lo que resta es interpretar ciertos textos y consumar el mundo y los tiempos mediante la no procreación, mediante el ejercicio de un amor dichoso, pero estéril.” Así resumía Arreola el significado de su pincelada genial: el tocón de madera donde Orígenes se automutila es el evangelio de Mateo, que le atribuye a la mujer y la cópula —es decir, a la vida marital— el origen de todos los males. Mientras escribo estas líneas, frente a mí aparece con claridad el desierto y el individuo abandonado a su propia angustia. Recuerdo entonces un texto “moderno”, donde la misma imagen repercute sobre una dimensión apenas alterada por la conciencia. Es un relato de Tolstoi, El padre Sergio, una de sus historias más extrañas, escrita después de la

publicación de Ana Karenina y probablemente inédita hasta después de su muerte. En ella, un hombre, en su juventud acaudalado, noble y hermoso, como el propio Tolstoi, sufre una decepción que lo lleva, en primera instancia, a abandonar sus bienes materiales en pos de los espirituales. Deja la vida pública para convertirse en un monje que poco a poco, y paradójicamente, va adquiriendo fama por su ascetismo. La gente lo busca por los milagros que rodean su existencia en el monasterio. Las multitudes comienzan a congregarse en torno suyo, hasta que el padre decide recluirse en una ermita. Una noche recibe la visita inesperada de una mujer, aristocrática y hermosa, que despierta en él la sombra de la concupiscencia. Alterado y violento, para ahuyentar de sí el deseo que empieza a consumirlo, el padre Sergio sale de la cabaña donde dialoga con esta mujer, y sobre un tocón de madera se cercena un dedo. A su regreso, la mujer lo mira bañado en sangre y, comprendiendo de inmediato lo que ha sucedido, huye de la cabaña despavorida y arrepentida. El drama del padre Sergio se dirime entre los polos de la carne y la virtud, la cual se encuentra en el aislamiento y en el angostamiento paulatino del yo. Las soluciones espirituales que Tolstoi estaba encontrando a la problemática de su existencia al final de su vida lo acercaron más al Oriente que al catolicismo agónico de Resurrección; y este viraje intuitivo, para nada programado, se encuentra en ese ciclo que es posible discenir en relatos como La sonata a Kreutzer, La muerte de Ivan Ilich y El padre Sergio. Todos estos libros corresponden al último tramo de su vida, y en ellos instituciones como el matrimonio y la familia son severamente cuestionadas frente a la proximidad y la contundencia de la muerte. La muerte, en Tolstoi y en la mente de los monjes budistas del Tibet, es el espejo negro donde se “refleja” y reabsorben los motivos constitutivos de la vida, creando una simple y compleja paradoja. En los casos anteriores está presente el convencimiento de que sólo a través de la clausura es posible encontrar la sabiduría y el bienestar en este mundo. El cuadro de Rébora, que pudo titularse “En el umbral de Orígenes” por la condición fantasmática del personaje que lo habita, sigue asechando mis sueños más profundos.

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ESCENARIOS

22 DE JUNIO 2019

PERIPECIA

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IN MEMORIAM

Mayra Inzunza JOSÉ RAMÓN RUISÁNCHEZ SERRA

E Tragaluz se presenta martes, miércoles, jueves y domingo en La Casa del Teatro.

Juego de silencios y mentiras

E

ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com FOTOGRAFÍA SERGIO CARREÓN IRETA

l encuentro de dos amantes, mujer y hombre, luego de tres años de ausencia, supura verdades a través de palabras convertidas en navajas, cuyo destello advierte una colisión entre el más acendrado machismo y una emancipada toma de conciencia sobre un territorio donde el amor se adelgaza ante estas fronteras. Tragaluz, de David Hare, es la ocasión para el retorno de Marina de Tavira al escenario en el papel de la maestra Kayra Hollis, que le da pauta para desplegar su registro actoral cada vez de mayor rango. La actriz, que comparte escena con Rafael Sánchez Navarro (ambos bajo la meticulosa dirección de Luis de Tavira), encarna a un personaje desafiante, valiente y honesto, a quien una drástica decisión ubica en una libertad exigente, a buena distancia del amor tirano que la cobijara y oprimiera a un tiempo. El texto escrito por el dramaturgo británico es casi un tratado sobre las diferencias de género, que se agigantan entre hombre y mujer, en el caso de él como si estuviera condicionado sin remedio ni capacidad para darse cuenta. Hare, guionista, director y maestro, genera un complejo entramado de situaciones que conforman la historia de Kayra y Tom, que ambos quisieran tal vez retomar desde distintas posturas después del vuelco en su relación que los ha llevado a separarse. La historia de amor, marcada por la decepción, la culpa y el sufrimiento,

protagonizada por dos seres humanos con visiones y capacidades distintas para atajar la vida, revela la búsqueda de sentido del personaje femenino frente a la necesidad masculina de ser rescatado. Las personas en que se han convertido después de la ausencia establecen un juego de silencios, medias mentiras, viejos lastres y verdades lanzadas al rostro, equivalente a un estudio microscópico del ser humano y del machismo que ofende hasta cuando intenta halagar. Luis de Tavira expone con maestría las contradicciones que determinan a la maestra, al empresario y al hijo joven, e impulsa a los actores, incluido Aldo Bringas, a sumergirse en ese mar de anhelos que cambia de lugar a sus personajes para descubrir lo que cada uno es, para sí y para el otro. Tragaluz equivale a un partido de singles en el que los rivales se necesitan, al tiempo en que buscan ventaja para lanzar, con sarcasmo e ironía, un proyectil que quizá no regrese. La puesta en escena, que devuelve a Marina de Tavira al teatro, también le regresa a Sánchez Navarro una parte de la médula actoral que dejó

Tragaluz equivale a un partido de singles en el que los rivales se necesitan pero buscan ventaja

endurecer tiempo atrás. Cimbrado por un director que sabe cómo guiar al artista y al personaje por el límite de cada circunstancia hasta lograr una verdad que ambos desconocen, el actor revela el retorcimiento y el dolor de un personaje que no encuentra el modo de seguir adelante. Alejandro Luna construye e ilumina el interior de un departamento de bajo costo en las afueras de Londres, donde el espectador, ubicado a unos pasos de la pareja, percibirá la intrusión de recuerdos, emoción y nostalgia, que por instantes se cubren de calidez y esperanza. En esa intimidad hay dos personas unidas por algo que se transformó en desconfianza, en una batalla por ganar terreno. En el caso de él, arrastrando a la otra; en el de ella, en la resistencia de la autonomía conseguida a partir de pérdidas que atesora. Los personajes de Tragaluz parecen tener intermitentemente la razón de su lado, salvo cuando la soberbia masculina ostenta, a su pesar, la rudeza de una superficie que oculta su debilidad y su inmensa tiranía. Tragaluz nos arroja al tiempo del súbito reencuentro en el que una frase puede trastocarlo todo y el abismo crece en cada palabra, por cuya orilla transitan los personajes ante lo que fueron, lo que son y lo que quisieran ser, con las abolladuras del tiempo y de sus acciones, que endurecen las cicatrices hasta que una acción impulsa la sonrisa que renueva la fe en el camino elegido.

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l mensaje me despierta de la siesta. Ha muerto Mayra. Era cuestión de tiempo. Lo sé aunque estos últimos a todos nos había dejado atrás, en el pasado que alguna vez compartimos. Mayra y yo nos amamos. Pero no como novios o amantes. Fuimos los amigos más cómplices. Supimos ver el uno en el otro los dones, la alegría, la juventud intensísima que solo puede gastarse, pues no se guarda. Supimos acompañarnos. La conocí cuando empezamos la escuela de escritores en 1993. Pocas semanas más tarde empezamos también Letras en la UNAM. No sé exactamente cuándo pasamos de coincidir en las mañanas y en las tardes, a lo que pasó después. De pronto tomábamos juntos todas las clases, íbamos juntos a todas las fiestas, nos acompañábamos a la oficina de Huberto Batis para entregar nuestros materiales para sábado, descubríamos juntos los libros que eran nuestros incendios. La recuerdo leyendo. Su estilo era inconfundible. Una prosa donde destellaba el barroco de la inteligencia. No el del ornato musical, sino el de la asociación y la disociación. Una prosa surcada de bifurcaciones que nunca se abandonaban sino se iban coleccionando, eligiendo todos los caminos que ofrecía el sentido y colmándolos, obligándolos a nuevas sorpresas. Leía en voz baja. Con una voz muy sedosa. Lo suficientemente lento para que se entendiera el vértigo de su intento. Lo suficientemente rápido para crear el deseo de leerla, muchas veces, de nuevo, en papel. Nos burlamos ferozmente de muchísima gente. Pero eso venía de la soberbia que teníamos en común con otros jóvenes. Me importa mucho más, porque es muchísimo más rara, era nuestra capacidad de admirar a otros con entusiasmo, con pureza absoluta. Me acuerdo de las glorias de las clases difíciles, exigentes. Cuánto quisimos, por ejemplo, a Concepción Company, que daba todas las horas de su clase un solo día de la semana y cuando entraba al salón esperaba que la tarea estuviera completamente resuelta en el pizarrón. Aunque ese jueves solo tuviera a dos alumnos. Mayra y yo. Cada uno con un Gatorade telepático en la mano para tratar de remar contra la resaca de la fiesta de la noche anterior. A Walkiria Wey no solo la quisimos por sabia y porque nos dio a leer La tercera orilla del río sino porque le bastaba que uno de los dos estuviera en clase para ponernos presentes a ambos. Ella sabía que durante esos años, el alto que obviamente no sabía bailar y la chaparrita que bailaba prodigiosamente eran dos cuerpos que a veces bailaban juntos, pero con una sola mente que bailaba permanentemente entre los dos. Con todo, me resultaba profundamente misteriosa. Su travesura y su sabiduría están capturadas en el retrato que le hizo Enrique Bostelmann de muy niña, y que luego me permitió usar Mayra para la portada de mi novela que de muchas maneras trata de inventarla. Podría seguir evocándola muchas páginas más. Pero prefiero terminar con el recuerdo, al final de muchas de las clases de la Sogem, de los dos tomando el pesero y luego el Metro en la dirección opuesta a mi casa. Hablando como si no hubiera mundo. Solo después de despedirnos, volvía, tarde y muerto de hambre a mi casa, muy cansado. Pero no importaba. Porque aunque iba solo sabía, sentía, podía porque no estaba solo.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

22 DE JUNIO 2019

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto

TOSCANADAS

Traduttore esaltatore DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

D

ostoyevski comienza su artículo titulado “Letras e instrucción” con una cita de la obra La desgracia de ser inteligente, de Alexandr Griboyédov: “¡Leer, leer, y después… ser osado!” Esta cita me parece una máxima para cualquier ser humano. Tal como nos llega al español, se trata de un afortunado error de Dostoyevski sumado a una interpretación particular del traductor, pues la cita original del artículo, un tanto diferente a la del parlamento teatral, es: “ !” Que tradúzcala usted como mejor sepa, pero en las versiones que tengo en inglés, la traducción de “ ” aparece como: “where are they?” en una, “and afterwards regret the step he has taken”, en otra más “he’s gone” o al fin algo más breve y contundente como “boom!” Por supuesto, me quedo con la versión en español. El texto está dedicado a la necesidad de ilustrar al pueblo, y de eso se

RAFAEL CANSINOSASSENS

Poeta, ensayista, crítico literario y traductor español.

acaba de dar cuenta “la buena sociedad” rusa, que tenía siglos de tratar a los campesinos y clases bajas como bestias de carga. Era 1861, apenas se había mandado emancipar a los siervos y la gente se preguntaba qué habría de hacerse con tanta gente libre. ? ¿Qué hacer? Era la pregunta que circulaba y se respondió de varias maneras, incluyendo una novela de Nikolái Chernyshevski titulada precisamente con esa pregunta. Dostoyevski la respondió a su manera: “Ilustración ante todo, ilustración y cultura asiduas. He ahí la única salvación”. Reconoce que hay una clase inculta, y que ésta no puede comprender a las primeras de cambio. Por eso, partiendo desde cero, se pregunta ¿qué se debe dar de leer al pueblo? Me gusta la palabra que usa Dostoyevski: “ilustración”, más que “educación”, pues esta última ya se devaluó al punto de significar el ABC, el 123, y poca cosa más. A un perro se le puede

educar, pero solo el hombre se puede ilustrar. En la etimología, también gana “ilustración”, que proviene de “luz”, mientras que “educar” tiene su origen en “encaminar” o “liderar”, y me trae la imagen de un burro al que se debe arrear. Quizá la propia vocación de la SEP cambiaría si fuese la Secretaría de Ilustración Pública. Contentamente andaba yo con la enjundia dostoyevskiana, cuando, oh error, me fui al texto original. Donde la traducción decía “ilustración y cultura”, el original era “ ”, “gramotnost i obrazovaniye”, o sea, “alfabetización y educación”. Había sido una vez más el buen Cansinos-Assens, el que había dado al texto mayor dignidad de la que tenía. “¿Qué habrás hecho, me pregunté, con Crimen y castigo? ¿Con Los hermanos Karamazov? Quizá por eso me gusta tanto leer a Dostoyevski en su versión en español.

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BICHOS Y PARIENTES

Una metafísica inédita

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n todo sistema liberal deberían ser imposibles las formas soberanas de imponer la ley o la justicia por voluntad de una sola persona. Para eso hay instituciones, procesos y la ley es independiente de cualquier arbitrio individual. Pero la verdad es que no funciona así en las historias de los países de América Latina. Es real la fascinación de muchos autores con los procesos políticos de Estados Unidos o de Gran Bretaña y es tema recurrente desde antes de las independencias latinoamericanas. Son conocidos los casos de Lorenzo de Zavala, Carlos María de Bustamante y José María Luis Mora, que buscaron afanosamente un esquema legal y político a semejanza del estadunidense. Con Bolívar y los sudamericanos la influencia fue incluso mayor y más directa, porque no tuvieron que lidiar con la tradición tomista de frailes y curas. En México, la discusión entre los civiles modernos y la tradición que heredaba y asumía el derecho canónico sigue gravando aun la concepción de las instituciones. Se dio todo: hubo representaciones, partidos u organizaciones semejantes, división formal de poderes, libertades de prensa (en vaivenes), opinión pública... Los conflictos son cosa de todos los regímenes políticos, pero, ¿por qué, si se pudo instalar casi todo el aparato liberal, nunca funcionó bien en América Latina? Propongo un punto: el mundo de lengua española nunca pudo deshacerse de un engrane central, fabricado mucho tiempo antes, con un metal incompatible con los engranes modernos que usan los sistemas desde la Revolución Industrial. De algún modo, todos tropiezan con la misma piedra. Los sudamericanos

JULIO HUBARD IMAGEN VICENTE LÓPEZ PORTAÑA

Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, Simón Bolívar y Andrés Bello, todos de tendencia liberal, lo llaman “derechos del trono” y es el punto del que jamás dudan, con la excepción de Andrés Bello, que lamenta “la divinización de los derechos del trono”. En México, la discusión acerca del principio rector recogió su nombre teológico y su herencia escolástica: se llamó “soberanía” y terminó repitiéndose dos veces en “Los sentimientos de la Nación”, de

No se podía imaginar justicia si no era impartida desde arriba, por la voluntad directa

Morelos y el Congreso de Anáhuac, con el raro verbo “dimanar”; en los puntos 5 y 6: “La soberanía dimana inmediatamente del pueblo” y “Se declara que la soberanía dimana del pueblo, la cual la deposita en sus representantes”. En Sudamérica debaten sobre los “derechos del trono”; en Nueva España, la discordia se llama “soberanía”. Modernos aquéllos; éstos, tomistas con rayas de modernidad. Las diferencias en la denominación son muy importantes, porque los modernos hablan desde su ciudadanía, mientras que los novohispanos casi siempre luchan cuesta arriba con la condición de vasallos o súbditos. Los sudamericanos vienen de los libros, los viajes y las lecturas francesas e inglesas; en la Independencia de México, la educación

El rey Fernando VII, quien gobernaba España durante el inicio de la independencia de México.

religiosa opaca a la civil, igual que Hidalgo se impuso sobre Allende, pero nunca sobre Abad y Queipo. Con uno u otro léxico, el punto es que se puso en duda todo, excepto la primacía necesaria del soberano. No se podía imaginar justicia si no era impartida desde arriba, por la voluntad directa, o por el influjo del soberano. No es casualidad que el lugar dorado para un jurista de la tiranía como Carl Schmitt no fue la Alemania nazi sino la España de Franco: ese influjo de lo sagrado, donde la soberanía reside en el pueblo, pero emana (o peor: dimana) y va y se mete en la persona de algún elegido de Dios y el pueblo. Ese vejestorio ideológico aún vive en nuestro artículo 39 constitucional. Pero sin ese procedimiento alienígena, los latinoamericanos se sienten en la orfandad. Larguísima tradición que calentaba las imaginaciones literarias y justicieras desde Lope de Vega, al menos. Por ejemplo, Fuenteovejuna, que anticipa el grito de Hidalgo, en Dolores: “muera el mal gobierno. Viva el Rey”. La soberanía en dos patas, que llega para reparar la injusticia de los abusivos y los criminales. Mismo esquema de un montón de obras: El alcalde de Zalamea, tanto el del mismo Lope como el de Calderón, El mejor alcalde, el rey, y un abultado etcétera que reproduce el mecanismo del soberano como deus ex machina, que llega providencialmente a restañar la justicia. Y eso hasta ahora, que el ripio dio un giro y el soberano insuflado de dimanaciones populares decidió defender al mal gobierno y poner en su lugar a unos “grandulones abusivos” que reclaman seguridad a la jefa de gobierno de la Ciudad de México. Una metafísica inédita.

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