Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO MEMORIA
PENSAMIENTO
DIEGO ENRIQUE OSORNO
JULIETA LOMELÍ
En busca de Samuel Noyola
Feminismo de hashtag Foto: Rogelio Cuéllar
SÁBADO 8 DE FEBRERO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 869
George Steiner: el último europeo Danubio Torres Fierro/ FOTOGRAFÍA: BERTRAND GUAY
Ilustración: YouTube
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ANTESALA
8 DE FEBRERO 2020
CASTA DIVA
Explícame la obra, Zona Maco 2020 AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA A. L.
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ienvenidos a la Cumbre del Clima, de la violencia cotidiana, de los problemas de inmigración, de las reivindicaciones de género LGTB, estamos en el gran summit oenegero, en Zona Maco, una feria de arte en desarrollo de un país sin desarrollo, esto así, tan milenarista, apocalíptico y redentor está en venta, no hay rivalidad entre el precio y el significado, entre más demagogo sea el discurso, más cara cuesta la obra. Estimado lector, es momento de poner a prueba sus conocimientos sobre mercado del arte y filosofía VIP, por favor relacione la obra con su explicación. “La obra reflexiona sobre el consumo desmesurado y los roles que tenemos que jugar en la sociedad”. La obra es: a) un teléfono celular; b) un monitor con un video de un tipo soltando un discurso; c) unos patines. “El artista hace una conexión espiritual entre la materia en estado puro, representa lo irrepresentable”. La obra es: a) piedras con divisiones de vidrio; b) piedras con barras de metal; c) cinco piedras. “El futuro es la incertidumbre, no sabemos qué nos espera del clima, la violencia, vivimos en el miedo”. La obra es: a) macetas enjauladas; b) macetas en el piso; c) macetas de vidrio. “La individualidad está acosada por los medios de comunicación y los totalitarismos”. La obra es: a) fotos del trasero del artista; b) fotos de la cara del artista; c) fotos de la infancia del artista. “Objetos de uso cotidiano en clasificaciones taxonómicas”. La obra es: a) enseres de limpieza encimados; b) zapatos encimados; c) trastes encimados. Ahora, por favor, adivine el nombre del artista, la obra es, por enésima vez, papeles, facturas, etcétera, pintadas de color amarillo: a) Cruzvillegas; b) Cruzvillegas; c) Cruzvillegas. Los resultados de la prueba los podrá revisar el domingo en el último día de Zona Maco, si acertó a todas las preguntas usted es un artista VIP: si no acertó a ninguna usted es un coleccionista de arte VIP, y está muy bien que no sepa nada porque así será feliz comprando lo que sea. Los artistas VIP y sus pocas ideas viven una crisis existencial, no superan la etapa de los letreros de neón, fotos de botes de basura, cables o cuerdas colgados del techo. Se pueden ver dibujos en carboncillo de gran formato, una pintura del Maestro Guayasamín, y algunas buenas pinturas contemporáneas que solo vemos ahí porque no hay espacio en los museos, también muchas pinturas fatales, que denuncian que los galeristas no saben distinguir entre una obra valiosa de otra sin atributos. En lugar de vender trastos de cocina como arte, deberían vender el avión presidencial como un readymade, el discurso explicativo justificaría cualquier precio y con las ganancias podrían dar becas de arte VIP.
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Trasero de artista.
El escándalo. Dirección: Jay Roach. Estados Unidos, 2019.
HOMBRE DE CELULOIDE
Testaferros del cine y la televisión
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LIONSGATE
stos años han estado llenos de sacudidas políticas que, según los apocalípticos, anuncian cambios en la estructura de los medios de comunicación. En este contexto vale la pena tratar de mostrar que El escándalo, de Jay Roach, es propaganda que quiere hacer creer que Hollywood ahora sí está preocupado por los derechos de la mujer. El escándalo se sitúa históricamente en los años en que Trump llevó a cabo una de las campañas más sucias en la historia de Estados Unidos. En aquel tiempo Megyn Kelly, como todos en Fox News, sabía que Roger Ailes era un viejo rabo verde. Pero Kelly (quien no hizo nada al respecto) es presentada como una chica solidaria y solo un poquito ambiciosa que finalmente apoya a una compañera suya en la lucha desigual contra el poderoso Ailes. Qué extraño. A nadie le había importado el desorden sexual de este hombre hasta que, en una nueva campaña política, vuelve a ser relevante la relación entre Ailes y Trump. El guion puede presentar a Kelly como quiera, pero resultan incómodos momentos como éstos: Kelly se sorprende mucho de que la gente en la calle la identifique con “el sistema” a pesar de que, en ese tiempo, Kelly era la cara visible del sistema. Y tonta no es, de modo que
es válido suponer que era perfectamente consciente de su poder. Con momentos así uno olisquea en El escándalo más que arte del cine, cine de propaganda. Charlize Theron es Megyn Kelly, Nicole Kidman interpreta a Gretchen Carlson y Margot Robbie es Kayla Pospisil y, digámoslo de una vez, sus interpretaciones son tan acertadas que, en efecto, merecen todos los honores. La dirección en cambio es floja. A menudo, Theron sobrepasa el punto de vista del narrador, mira a cámara y se lanza a la famosa “ruptura brechtiana” que tanta risa le causa a Woody Allen. Así, nos cuenta directamente que Fox News es dueña de la mentalidad de Estados Unidos y que los conservadores de aquel país no ponen en duda lo que se dice en esta cadena. Y ¿de dónde emerge la necesidad del director de espetarnos la receta del agua tibia? Ante el escándalo de Harvey Weinstein, Hollywood necesita reaccionar como quien dice: no solo aquí hubo abusos sexuales, también en Fox News. Y sí, lo sabemos,
Los Murdoch, se dice, despreciaron a Roger Ailes y supieron que era un depredador sexual
¿a quién le importa? A la gente que quiere medrar con movimientos tan justos como el #MeToo para destruir reputaciones y carreras. Si hay dudas en torno a la legitimidad de El escándalo, hay que preguntar por qué el guion trata tan bien a la familia Murdoch. Todo el tiempo, se dice, los Murdoch despreciaron a Roger Ailes y supieron que era un depredador sexual, pero ellos, justos como son, no podían correrlo hasta que explotaran los escándalos que, en Fox News, catalizó Megyn Kelly. ¿Quién se cree semejante simplificación? El día que Hollywood realizara una película en torno a los teléfonos intervenidos por la familia Murdoch uno comenzaría a pensar que “el sistema” está siendo atacado. Mientras tanto no, uno asiste a obritas como El escándalo, películas muy bien actuadas y hasta interesantes por aquello del morbo pero que en el fondo son propaganda que quiere hacernos creer que en Estados Unidos hay una lucha auténtica entre demócratas y republicanos, entre NBC y Fox News, entre la izquierda y la derecha. La verdad es que son luchas que viven en carne y hueso los testaferros para hacer creer que hay democracia en un país que en realidad es gobernado por los medios masivos de comunicación; por el “se hace” y “se dice” del cine y la televisión.
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ANTESALA
8 DE FEBRERO 2020
POESÍA
¿No escuchas? MARTHA MADRIGAL
¿No escuchas? Está lloviendo, la lluvia te está arrullando. Yo te respondí al momento “es que el cielo está llorando”. Así me quedé pensando con honda melancolía, si lloráramos un día como la lluvia al caer ¿qué mar podría contener nuestro llanto vida mía? Tú me abrazaste sonriendo ¿recuerdas aquel día? Ya sin melancolía repetiste “está lloviendo”. Este poema forma parte de Cónclave de signos. Antología poética, recientemente publicado por Ediciones del Lirio.
EX LIBRIS
Ariadna afinando el laúd/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
Steiner, el otro IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
n 1964 publicó su primer libro de ficción, Anno Domini, tres relatos enmarcados en el ánimo y el espíritu de la posguerra, ese ambiente enrarecido que iba a ser el común denominador de su breve narrativa: Pruebas y Tres parábolas (1992); El traslado de A. H. a San Cristóbal (1994), una curiosa novela sobre el descubrimiento de que Hitler se refugió en una selva brasileña; la antología personal En lo profundo del mar (1996). Anno Domini tardó más de 30 años en traducirse al español. Editorial Andrés Bello lo publicó en 1997 con versión de Carlos Gardini, y aunque las ficciones de George Steiner ya no despertaban gran curiosidad en sus lectores siempre atentos, inexorablemente adictos a sus ensayos y textos críticos (Pruebas y Tres parábolas, editada por Destino, había circulado con anterioridad), lo cierto es que esos primeros cuentos no dejaron de asombrarnos por la elegancia de su prosa, por la exploración emocional y la sabiduría existencial y, sobre todo, por los sutiles guiños con otras voces y otros ámbitos que podían hallarse o inventarse (el lector jamás deja de tejer hilos conductores entre autores y tramas, personajes y situaciones), en las tres historias de vidas y mundos desgarrados. George Steiner murió el 3 de febrero a los 90 años. Volvamos, entonces, a El año del Señor. “No regreses más”, el primer cuento, es un drama faulkneriano en el que un ex capitán de la S. S. retorna al pueblo normando que ocupó con sus tropas, decidido a casarse con una niña de la que se enamoró en los días de guerra. Falk, al igual que el obstinado Mink de La mansión de William Faulkner (un granjero que, luego de purgar una larga condena por asesinato, vuelve al villorrio solo para que lo maten), sabe que hasta los perros del pueblucho lo odian a muerte, y que el perdón es un precepto que no existe, mas una voz interna le dice que su deber es enfrentar el porvenir que el tiempo o dios o el diablo le tienen preparado. Ese ex oficial de la Gestapo es el despojo de un hombre sin remordimientos: Falk solo lamenta que la gente no pueda olvidar (el olvido es una forma de perdón); es un ser frío e insensible. Su alergia al sufrimiento es tan esperpéntica que, incluso, en la escena final, cuando muere a pisotones por la turba enloquecida, jamás mostrará su dolor. “Torta”, el segundo relato, se adentra con mayor intensidad en la incapacidad de asombro y de remordimiento, y en la obsesión por mantener vivos a los muertos. “Torta” es la historia de David, un estadunidense que, sin querer, se convierte en activista perseguido por los nazis. Propenso al masoquismo pero cobarde sin remedio, en la fuga se esconde en un manicomio, socorrido por un psiquiatra de la Resistencia. Ahí, David conoce a una judía llamada Rahel, una memoriosa compulsiva que, segura de que tarde o temprano terminará en un campo de concentración, le cuenta toda su vida, obligándolo a convertirse en su archivo mental, en su museo de nombres, familias, sentimientos y lugares. Finalmente, “El indulgente Marte” es la tormentosa evocación de un ex soldado que descubre su orientación homosexual bajo el parapeto de la normalidad violenta y sanguinaria. Gerald Maune, capitán inglés de estrecho parecido psíquico con Balthazar de Lawrence Durrell, bregará por un mar de caricias masculinas que en el autoengaño, él interpreta como ascetismo, como una rara forma de castidad e, incluso, como delirio místico, pues en el reverso de ese goce vibran la inclemencia, la crueldad y el homicidio. Como debut narrativo, El año del Señor reveló las múltiples alegorías que George Steiner indagó en sus ensayos y meditaciones; una tarea que, a fuerza de comparar la realidad con el espejo de la literatura, le inspiró la creencia de que “es posible que la imagen de Dios habite en nosotros, pero su morada es precaria” (“Torta”).
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DE PORTADA
8 DE FEBRERO 2020
Alejado de modas académicas y coyunturas políticas, el intelectual francés fue dueño de una inteligencia, y una sensibilidad, cosmopolitas
George Steiner: el último europeo
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DANUBIO TORRES FIERRO FOTOGRAFÍA ARCHIVO
n 1998, George Steiner dictó, en México, una serie de conferencias, entre ellas una en la sala del Palacio de Bellas Artes, que lució colmada de un público atento y entusiasta. Steiner (menudo, con el brazo izquierdo lisiado, a medias sonriente) estaba hospedado en el hotel Camino Real. Una tarde, con un amigo común, salimos a caminar con Steiner por los alrededores. Ya en la calle, en una esquina próxima, él de repente se entreparó y comentó: “Me siento como en mi casa”. La razón de ese reconocimiento inopinado era que había leído las placas con los nombres de las calles y descubierto que se llamaban Leibnitz, Shakespeare, Kepler, Hegel, Schiller, Lamartine, Lope de Vega, Gutenberg. Esos apellidos, y lo que significaban e irradiaban, configuraban, en efecto, la casa matriz de Steiner, y verlos allí, en una zona de la ciudad, era encontrarse con un sentido de pertenencia y una patria compartida. “Existe —escribió Steiner en La idea de Europa— una relación esencial entre la humanidad europea y su paisaje”; y, para explicar la sentencia, añadía que “las calles, las plazas recorridas a pie por los hombres, mujeres y niños europeos llevan, centenas de veces, nombres de estadistas, militares, poetas, artistas, compositores, científicos y filósofos”.
La anécdota mexicana es reveladora. Steiner fue, hasta hoy y después de hoy, en el mundo cultural, y con una trayectoria profesional que comienza en las décadas siguientes a la segunda posguerra mundial, una de las figuras con mayor autoridad intelectual y más fama internacional. Cancelado en buena medida el ciclo de la influencia francesa en el universo de las ideas (de Claude Lévi-Strauss a Michel Foucault y de Roland Barthes a Jacques Derrida), reducido el círculo de los literatos italianos (de Mario Praz a Claudio Magris y de Giorgio Agamben a Umberto Eco) y vueltos vestigios los nombres alemanes mayores (del lejano y renombrado Theodor Adorno al cercano y polémico Reich-Ranick), Steiner aseguró la continuidad de la tradición crítica anglosajona que, en el arco de la historia literaria contemporánea, abarca de Mathew Arnold y T. S. Eliot a Lionel Trilling y Edmund Wilson. Desde ese lugar privilegiado, sobrevivió a la moda y a las novelerías, sin rendirse a dos seducciones peligrosas: el oportunismo literario, que conforma sociedades de bombos mutuos, y los reclamos del aquí y ahora de la coyuntura política, madre del compromiso malentendido. Se mostró, también, como algo más, que el episodio mexicano subraya: manifestó, en sus numerosos libros, la voluntad deliberada, afirmativa, de ser un europeo y, por extensión, el miembro (el expositor, difusor y defensor) de una civilización. La idea de Europa es, en este sentido, explícita: “paisaje humanizado por pies y manos”, Europa “es el lugar donde
el jardín de Goethe es casi colindante con Buchenwald, donde la casa de Corneille es contigua a la plaza en la que Juana de Arco fue horriblemente ejecutada”; más, y con acento más dramático: “un europeo culto queda atrapado en la telaraña de un in memoriam a la vez luminoso y asfixiante”. A un tiempo con cierto terror y alguna melancolía, y a la vista de los ataques a la idea europea que se han reiterado en fechas recientes, la pregunta que se impone es si esos profundos rasgos diferenciadores, recortados por Steiner, se conservan vigentes o si ya están amenazados de deformación y olvido. ¿Habrá sido él, Steiner, el último en honrarlos? El tiempo responderá. Passons, pues. ••• Nacido en París, Steiner hizo carrera en Estados Unidos y, después, regresó al viejo continente para allí residir hasta sus dichosos 90 años. Dicho lo anterior, es necesaria una precisión: la definición que mejor cabe a Steiner es la de haber sido, como buen europeo militante, un cosmopolita —un transterritorial, o un extraterritorial, como lo apunta con claridad un libro suyo, precisamente titulado Extraterritorial en la versión española hecha por Barral Editores en 1972—. Políglota (Después de Babel ensaya la historia de la traducción como actividad que excede a la mera dimensión de una geografía determinada o a la ambición colonizadora de un imperio
Fue un integrante de la República de las Letras y un crítico de las ideas culturales
específico), su curiosidad intelectual era enorme y su eje articulador tenía un doble filo: en efecto, fue, por su herencia cultural, un hombre de la civilización occidental y, por su ascendencia ancestral, un judío. Sus ciudades capitales eran Atenas-Roma y Jerusalén. “Ser europeo —aseguró— es tratar de negociar, moral, intelectual y existencialmente los ideales y las aseveraciones rivales, la praxis de la ciudad de Sócrates y de la de Isaías”. Se trató de una pertenencia que mucho reverbera en su complejo de ideas. En Los libros que nunca he escrito, hay un ensayo, “Sión”, que aclara el vínculo entre lo latino y lo judío, entre el universalismo y la tribu. Erizadas de prismas superpuestos y de contradicciones combinadas,
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esas ligazones filiales fueron uno de los motivos recurrentes de Steiner. Él era consciente de esta marca suya, la aceptó con respeto y asumió sus consecuencias. Celoso de su vida privada, a la que mantuvo fuera del escrutinio público (hay una rara excepción en un ensayo titulado “Los idiomas de Eros”, en el que se relata un encuentro sexual, presumiblemente personal, que da pie a curiosas elucubraciones de carácter erótico motivadas por el empleo de las lenguas), exhibía en cambio su voz y su firma en todo cuanto escribía, refrendando sin temblores sus pareceres. Así lo hace —importa insistir en ello— negándose a someterse a las presiones de la liza política más inmediatista o a aventurarse
en opiniones lastradas por el calendario ideológico. Para él, que al adoptar tales actitudes se sumaba a cierta vertiente de origen judío reacia a la impertinencia política, existen “discrepancias intrínsecas entre la democracia y las excelencias de la vida intelectual”, como lo afirma en “Petición de principios”, un texto que es un modelo de argumentación cuidadosa y congruente sobre una cuestión tan vidriosa. Passons, una vez más. ••• En inglés, la palabra scholar designa a un erudito especializado. En francés, la expresión homme de lettres se refiere a quien abarca, en varias brazadas, distintas disciplinas
El embajador Juan José Bremer entrega el Premio Internacional Alfonso Reyes 2007 al profesor y crítico literario, quien murió el 3 de febrero a los 90 años de edad.
que se organizan en torno a la actividad intelectual y literaria. A una y otra categoría perteneció Steiner. A una y otra categoría enalteció con un quehacer que fue un modelo de rigor intelectual y que además se adentró sin timideces dubitativas en lo que se conoce, en los estudios académicos, como literatura comparada. Que esta enumeración de singularidades no propicie una imagen parcial o equivocada de Steiner. No fue un sabihondo ni un retórico. Fue, sin duda, un integrante de la República de las Letras y, muy especialmente, un crítico de las ideas literarias y culturales que de forma deliberada, en una etapa de su desarrollo, decidió descender al llano. De ahí que primero, en los años cincuenta, integrara la redacción de The Economist y más tarde, entre 1967 y 1997, escribiera críticas y reseñas de manera continuada para The New Yorker. Ambas revistas comparten, más allá de sus diferencias, una característica común: se dirigen a un lector instruido y atento, de mirada curiosa, que es capaz de reconocer sobreentendidos y con el que se comulga en un pacto que sella las complicidades. Entre los periodistas de The Economist (que es una referencia del mundo político con inclinaciones liberales) y entre los de The New Yorker (que es la cartografía de una urbe cuya piedra de toque es el nervio global) actúa una aspiración similar: oxigenar mediante el análisis la circunstancia del presente, esclarecer la evolución y la dinámica de las ideas que conforman un determinado clima histórico y social y escribir intentando ser, con modos enérgicos, de su propio tiempo. Precisamente estos son los trazos que articulan a, y dominan en, Steiner en el The New Yorker, título que recogió gran parte de sus contribuciones en la revista. Y es en esas páginas que asoma, en Steiner, una figura más de su persona dramática: la del crítico que entrega las cartas que circulan entre un autor y sus lectores, que agita las aguas entre uno y otros y que acaba por convertirse en el Secretario de Actas de la República de las Letras. Es el retrato, ese que asoma, de alguien que se quiere un intérprete, un intermediario y un interlocutor. Allí también asoma algo más, algo que contribuye a definir un papel a la vez peligrosamente ingrato y exaltadamente estimulante: aparece, sí, la traza de un crítico que con demasiada frecuencia recibe las bofetadas por sus pareceres y la traza, a la vez, de un crítico que ejerce, desde su tribuna, una abultada dosis de poder. ••• En la lectura de los títulos de Steiner se llega a un momento en el que se descubre que la literatura es, en esencia y en sustancia, la construcción de una conciencia, y que leer implica, además de la traducción de un código, la labor todavía más estimulante de leerse a sí mismo puesta en práctica por el lector; a atizar tales faenas enriquecedoras se dedicó sin fatiga Steiner. Es así, por estos caminos, que en gran parte de sus páginas se levanta la arquitectura, comprometida y envolvente a un tiempo, de una pedagogía y una didáctica. Por estas razones, cabe conjeturar, los lectores de The
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Economist y de The New Yorker le mostraron su fidelidad. Y más: en la entera ouvre de Steiner serpentea una suerte de declaración de principios y hasta la exposición de un arte poética, en las que se valora, como ya se apuntó, una tradición cultural y un rigor creador, pero también y sobre todo la búsqueda de una verdad y la vigencia de una responsabilidad entendidas como rasgos principales del acto doble de conocer y descifrar en un siglo XX tan marcado por la “lógica de la aniquilación”. No debe olvidarse, en este punto, que tal siglo fue el de la trahison des clercs y de las claudicaciones de los maîtres à pense”, unos asuntos en los que Steiner insistía con porfía. ••• Reconozcamos el terreno recorrido y recapitulemos sobre la persona dramática que emerge de ese cuadro. La comprobación que nos aguarda es que George Steiner fue dueño del ánimo y la decisión —de la garra, entonces— de un auténtico corredor de fondo. Desde sus primeros libros hasta el último, The Poetry of Thought. From Hellenism to Celan (2012), se manifiesta una vocación pero también una voluntad. Ni una ni otra conocieron el desfallecimiento. Vocación y voluntad estaban, sí, diríase que lastradas por algo hasta ahora mantenido al margen en estas líneas: el judaísmo. Ser judío era, para Steiner, construir o superar, a cada paso y en todas las encrucijadas, un filtro o una aduana. Diríase que no podía con su cuerpo, con el cuerpo judío, como física y metafísica: la complejidad y la iracundia de ese origen, la angustia y la fosforescencia que trasmite, la historia, los actos y las palabras que desde allí obligan, nunca abonan el equilibrio; son fuerzas que están en un vaivén en el que aceptación y negación continuamente suman y restan y continuamente son referencias fundadoras. No sorprende entonces que, a menudo, y de modo alternante, el discurso de Steiner se oscureciera o se iluminara en estos tránsitos transidos. Así, la arcana tradición profética judía encarnada de nueva cuenta en el marxismo decimonónico, o el hombre primitivo amazónico trazado por LéviStrauss como un poseído por la furia contra su propio recuerdo del Edén, o, por fin, el exterminio hitleriano de los judíos descripto por Albert Speer como una potencia maléfica que descubre, “de cierto modo tenebroso”, en la mesiánica coherencia del pueblo judío, “la metáfora inaceptable de un pueblo elegido”, son asuntos todos que deben entenderse como otras tantas estaciones de un propósito y hasta una lógica (¿steinerianas?) que procuran desenterrar y comprender los avatares de una judeidad peregrina. Digamos, con todas las letras, y para terminar, que esa singularidad de Steiner fue parte constitutiva de su persona dramática. Cabe recordar, en efecto, que en toda acción de carácter literario un hombre se gana la amistad y el respeto de los otros hombres mediante la pasión de sus prejuicios y la coercitiva estrechez de sus puntos de vista. Este fue el caso que ilustró, con su inteligencia sensible, con su penetración elegante, con su curiosidad intelectual insomne, el admirable y admirado George Steiner.
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LITERATURA
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La investigación para el documental Vaqu el 20 de marzo, perfila esta historia de iniciaci
Samuel Noyola: retrato
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DIEGO ENRIQUE OSORNO ILUSTRACIÓN S. N.
amuel David Noyola García es un poeta que desapareció hace diez años. Poco antes de que esto sucediera, en un artículo que publicó en Letras Libres, se reivindicó como “Vaquero del mediodía”, un apodo que le puso en el Café La Habana el poeta infrarrealista Mario Santiago Papasquiaro por su estilo ranchero de supervivencia en la Ciudad de México. “La neta es que si no tengo alma, sí sangre de gitano regiomontano”, reconocía en ese texto enviado por mail para su publicación al joven editor Humberto Beck, quien sabía la historia de que antes de volverse vagabundo y luego desaparecer, Samuel fue considerado por Octavio Paz como “el poeta más inspirado de su generación”. Pese al reconocimiento público que le otorgó a su obra el influyente Premio Nobel, Samuel es un autor en buena medida desconocido que cumple 56 años de haber nacido bajo el signo de Acuario. Aunque según el registro oficial vino al mundo en la chilanga colonia Guerrero, Samuel siempre se ha considerado de Monterrey, donde vivió la mayor parte de su infancia, a la orilla de La Coyotera, el barrio popular que durante mucho tiempo fue la zona de tolerancia de la ciudad. Empecé a buscarlo en 2009, cuando publiqué una columna en Milenio con el título de “Vértigo cantado”. Aunque Samuel estuviera desaparecido, mientras iba buscándolo, iba conociéndolo más. A la par crecía mi fascinación no solo con su obra, sino también con su figura. En retrospectiva, cada uno de los esporádicos encuentros que habíamos tenido antes de su desaparición cobraban trascendencia y llenaban de significados ocultos mi vida como periodista en tiempos de barbarie. A lo largo de esta búsqueda, descubrí no pocos enemigos de Samuel. Estaban aquellos que sufrieron su presencia tan intensa, los que envidiaban su talento, los que eran apabullados por su personalidad y los que nunca entendieron que Samuel tenía una claridad de vida meridiana pese a cabalgar siempre entre lo nómada y lo vagabundo.
De la biografía que fui construyendo de él a través de documentos y testimonios directos, pueden trazarse a muy grandes rasgos una infancia dura en Monterrey, su viaje iniciático a Nicaragua, el descubrimiento de la poesía, la guerra que mantuvo contra la mezquindad de la élite cultural a la par de su relación con Octavio Paz, la vida vagabunda en Magerit, sus días en la cárcel, los años en el callejón de Xoco y, finalmente, su desaparición. Hay unos cuantos arquetipos que podrían emplearse ante una personalidad como la de Samuel. El más evidente es el de poeta maldito, aquel que se rebela contra su realidad y anda en búsqueda permanente de la inspiración: musa y alcohol, tarot y calles, recuerdos infantiles y peleas a puño limpio… “El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea”, era una frase que solía repetir desde joven. Recordar la figura de Samuel no es solamente una obsesión personal: su obra es notable, como me lo dijo en entrevista, antes de fallecer, la propia Marie-Jo, viuda de Octavio Paz, quien también me confirmó que Paz consideraba el talento de Samuel por encima del de los demás poetas de su generación. Otros autores importantes que me hablaron de su admiración por la poesía de Samuel y de la falta de reconocimiento de ésta fueron el español Luis Alberto de Cuenca, el brasileño Horacio Costa, la estadunidense Jennifer Clement y el mexicano Francisco Hernández, entre varios más. Pero recuerdo a Samuel porque su poesía me cambió para siempre. Y ahora que lo he buscado, sé un poco más de su vida a tal grado que creo entender su alma bohemia y admiro —con cierto temor— la congruencia fatal que tuvo para llevar sus ideales hasta las últimas consecuencias y, luego de ello, desaparecer. La búsqueda de Samuel ha sido también una búsqueda de la poesía en tiempos de barbarie: es mi intento como periodista de entender el lugar que tienen los poetas en una sociedad como la contemporánea. Samuel era el penúltimo de una familia de nueve hijos que entró en crisis luego de que el papá —un brillante ingeniero del Tec de Monterrey que solía tener problemas a causa de su alcoholismo— desapareciera de manera repentina
cuando Samuel tenía apenas dos años. Su hermano mayor, Héctor Noyola, con tan solo 16, tuvo que tratar de hacerse cargo de la familia junto con su mamá. Ante el abandono del padre, los Noyola se mudaron de un barrio de la clase media de Monterrey a uno popular. “Pasamos de vivir en Mitras Centro, en una casa de dos pisos que tenía cuatro recámaras, cuarto de servicio, a vivir en una casa en la periferia de lo que ustedes conocen como Coyotera”, me contó Héctor. “Donde vivíamos en aquel entonces, sí teníamos servicios como agua, luz y demás, pero para trasladarnos tenías que atravesar toda La Coyotera y esos eran terrenos no pavimentados en aquel entonces. Era un lugar peligroso. Me imagino que a Samuel de niño más de alguna vez le han de haber querido dar sus calentadas. Yo creo que esa frustración, ese cambio de ambiente terminó formando a Samuel”. Aunado a su entorno callejero, Samuel fue forjando también una actitud especial desde su niñez, en la que destacaba por su voracidad para leer y su capacidad para dibujar. Primero fue a través del diseño gráfico que quiso comerse al mundo. A los 13 años, tras laborar en una agencia de publicidad local, consiguió trabajó con el diseñador Jorge Sposari, un exiliado argentino en Monterrey, amigo del poeta Jorge Boccanera, quien lo visitaba en la ciudad de vez en cuando. “Él ya se hacía haciendo diseños en Nueva York —platica Héctor—, pero vino lo de Nicaragua y cambió totalmente. Después de Nicaragua fue otra persona: ya no pensaba en el dibujo, ya básicamente vivía para escribir”. En el siglo pasado, el continente americano vivió tres revoluciones: la mexicana de 1910, la cubana de 1959 y la nicaragüense en 1979. En 1980, Samuel, como muchos otros jóvenes idealistas, dejó todo para irse a apoyar la última utopía armada que se estaba construyendo en América Latina. Fueron precisamente Sposari y Boccanera quienes lo alentaron a hacer el viaje a los 16 años. Boccanera le dio a Samuel una carta personal dirigida a Julio Valle Castillo,
Samuel participó en campañas de alfabetización hasta que La Contra atacó a la revolución
LITERATURA
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uero del mediodía, que se estrenará ión. Dos textos inéditos completan el viaje
de un desconocido
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un erudito que trabajaba junto al poeta Ernesto Cardenal en el recién creado Ministerio de Cultura. El movimiento sandinista, además de ser compuesto por jóvenes, estaba insuflado por la literatura. Junto al poeta Cardenal, entre los dirigentes había otros escritores como el vicepresidente Sergio Ramírez e incluso la mayoría de los comandantes escribían (los ahora gobernantes, Daniel Ortega y Rosario Murillo, publicaron poemas de amor), aunque solo fue Omar Cabezas el que logró hacer un libro importante (y hermoso) de la literatura latinoamericana: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. Valle Castillo me contó en entrevista que cuando recibió a Samuel en 1980 con la carta de Boccanera se sorprendió de lo joven e inteligente que era. De inmediato se puso a colaborar haciendo propaganda sandinista para diversos eventos y produciendo libros y revistas. Ese año, Nicaragua era el centro del mundo: Graham Greene, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Yevgeny Yevtushenko y muchos otros escritores visitaban Managua o enviaban proclamas de apoyo. Además de trabajar como diseñador gráfico del Ministerio de Cultura, Samuel participó en campañas de alfabetización hasta que La Contra, el grupo paramilitar financiado por la CIA, empezó a atacar a la revolución. A partir de ese momento, Samuel se enlistó como miliciano, me contó Valle Castillo. “Samuel aquí no era poeta. Fue artista gráfico, alfabetizador y luego entró como miliciano y ahí te mataban o matabas, por lo que Samuel debió haber vivido todo tipo de experiencias, pero aquí no era poeta: creo que aquí, en la guerra, fue cuando se hizo poeta”. Durante su estancia en Nicaragua, dos libros de poesía conmocionaron a Samuel. Uno de ellos fue Agua regia, de Beltrán Morales, que tiene breves poemas como el titulado “Lema”: “Haz el amor/ y la guerrilla”, y otros en los que da los siguientes consejos a los nuevos poetas: “Entrénate en caminar por las aguas sin hundirte/ y en correr descalzo por cables de alta tensión”. El otro libro era La insurrección solitaria, de Carlos Martínez Rivas,
donde aparece el célebre “Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos”, que contiene fragmentos como éste: Porque son muchos los poetas jóvenes que antaño han muerto A través de los siglos se saludan y oímos encenderse sus voces como gallos remotos que desde el fondo de la noche se llaman y responden Poco sabemos de ellos: que fueron jóvenes y hollaron con sus pies esta tierra. Que supieron tocar algún instrumento Que sintieron sobre sus cabezas el aire del mar y contemplaron las colinas. Que amaron a una muchacha y a este amor se aferraron al extremo de olvidarse de ellas. Que todo esto lo escribían hasta muy tarde, corrigiéndolo mucho, pero un día murieron. Y ya sus voces se encienden en la noche.
Después de Nicaragua, Samuel regresó a Monterrey siendo otra persona, considera su hermano Héctor. “Desgraciadamente, le toca vivir lo de Nicaragua. Desde mi punto de vista sí es desgraciadamente, aunque tal vez para su intelecto poético fue lo mejor, porque fue lo que lo hizo ser poeta. Pero de allá regresó siendo otra persona: más rebelde y más sensible”. Años después en una entrevista que le hizo su amigo el escritor Jesús de León, Samuel reflexionaría sobre su alumbramiento poético: “Mi verdadera relación con la poesía fue producto de un viaje a Nicaragua en 1980, en plenitud de la adolescencia. Este viaje me permitió ver la ciudad de la que prácticamente salí huyendo: Monterrey. Esta orfandad me liberaba de las costumbres de una triste forma de vida, absolutamente egoísta e hipócrita, y me abría una nueva manera de esperanza: la revolución de Nicaragua era en aquel momento bálsamo purificador en la historia de los hombres. Allí decidí mi oficio de poeta, o el oficio me decidió a mí”.
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*Esta historia continuará en varias entregas de la columna Detective, que el autor publica los sábados en MILENIO.
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DE PORTADA
8 DE FEBRERO 2020
MEMORIA
“Formo parte de la mafia” SAMUEL NOYOLA
Carta de Samuel Noyola a la poeta Martha Tamez, escrita en una hoja membretada de la revista Vuelta y enviada a Nueva York a través del servicio de mensajería que tenía la revista en ese entonces. Ciudad de México, a 11 de septiembre de 1987
P
Martha Tamez:
El poeta Samuel Noyola, nacido el 8 de febrero de 1965 y desaparecido hace diez años.
Insólita presencia de mi tío burgués
F
SAMUEL NOYOLA FOTOGRAFÍA ROGELIO CUÉLLAR
ui al puerto de Chinandega, al norte de la costa pacífico de Nicaragua, a donde tenía que llegar con urgencia un camión de la milicia, en busca del antídoto para el mordisco de una culebra que estaba pintado, con dos gotas secas de sangre, en la pantorrilla izquierda de un teniente del Ejército que nos entrenaba como zapadores, a más de tres kilómetros de la frontera con Honduras y cuyos estertores epilépticos, desde la alta noche de la selva adentro, se habían agudizado bajo el mediodía tropical de la primavera de 1981. Nos detuvimos frente al único supermercadito del puerto naranjero —en la playa los moluscos madrugadores, con sus “reminiscencias de mujeres”, se desperezaban influenciados (sic.) por el lúcido delirio solar. Mientras los superiores enfilaban hacia el diminuto estante de las medicinas, nos pusimos a vagar con la mirada errante (había un par de cajeras que nos veían no sé si como a primates o héroes) y los pasos pesados (era un terrible lujo comer garrobo en el campamento). Legítimo lector aventurero, casi no me sorprendió toparme con un escaso mostrador de libros donde se encontraban dos que compré con mi voluntario sueldo de jefe de escuadra: El astillero, de Juan Carlos Onetti, e In/mediaciones, el primer libro de ensayos que releí (una sola lectura había puesto a girar en mi cabeza ídolos e idiomas, citas especialistas e intuiciones visionarias, líneas del pensamiento transmitidas en nítida prosa) de Octavio Paz. Recuerdo que tras pasar revista negativa al breve arsenal farmacéutico, las empleadas nos señalaron el rumbo seguro de una curandera que con una
plasta de hierbas, y bajo la piadosa terapia de algún trance mágico, sustrajo a nuestro instructor de una muerte lenta mientras que en un tímido rincón hojeaba yo las páginas sobre el arte de México (materia y sentido), una imagen virtual —antropológica: filósofica: literaria— de Carlos Castaneda y, leído en aquellos lares y horas, un texto capital: Sólido/ Insólito. ¿Qué decía aquel tejido constante de ideas elusivas? In/ mediaciones me dejaba, al final, frente a una criatura hibriógena que no era ni ensayo ni relato ni poema pero que aparentaba ser más, sin dejar de demostrarlo menos, un arte poética, el ajuste de distintas realidades en una sola imagen y la posada temporal que la imaginación organiza inteligiblemente. El contraveneno que salimos a buscar y que no encontramos sino en la choza de una simpática bruja ataviada de caracoles resultó ser un conjuro natural contra la contingencia y el principio de salud para entender el pensamiento analógico que, al fondo de un secreto sendero donde se pone el sol naranja, descifra formas o caracteres de la enmarañada jungla, alborotada por la inminente caída de la noche. Solo había leído un soneto suyo en el libro de Español de mis hermanas mayores que ya iban en la secundaria, pero durante el siguiente lustro vertiginoso leí todos sus libros y nunca dejó de cesar en mí el mismo estímulo que volvía a levitar todo lo dado por hecho sin olvidar ser hechizante. La vida pública del personaje me inquietaba, como sus comentarios —espontáneos, certeros— sobre las más diversas notas y cosas de aquí/ allá. Las opiniones en torno a su figura especular se dividían como las aguas
del Mar Rojo. Aún no deja de sorprenderme tanta alharaca por reflexiones o puntos de vista que se amparaban, casi siempre, bajo el sentido común. Entonces decidí acercarme a él y yo, cualquier desconocido dentro de su órbita, tuve acceso a la persona para constatar que aquel magnífico conversador, hecho de sangre, saber y palabras, era sencillamente un poeta de la cabeza a los pies, dispuestamente generoso y familiar con los jóvenes escritores: Piense bien lo que le digo, lo hago como si fuera su tío burgués, agregaba con especiero humor. Una tarde nublada, a fines del pasado mes de julio y revisando en la biblioteca del centro de Coyoacán la colección de Vuelta, en el segundo número me topé con un poema que había leído varias veces pero nunca bien: “Un despertar”. Volvía la misma sensación de confusa luz y duda celebratoria como en la época de la milicia: lo leía y releía con feliz incredulidad, tallándome los ojos entre líneas, riendo del juego de apariciones y desapariciones, melancólico por el ambiente de cercana irrealidad, atónito de ver sin mirar y de imaginar en el vacío. Estaba seguro que aquel estado había durado bastante tiempo porque creí que se acercaba la hora de cerrar la biblioteca y la encargada me miraba con fijeza. Levanté la cabeza: los libros de los estantes contemplaban una solitaria sala de lectura. En las polvosas ventanas ya destellaba el sol: Al ser nada le falta aunque nosotros ya no estemos.
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Estos textos se publican por cortesía del documental Vaquero del mediodía.
or conducto de José Luis Ontiveros me enteré de que te proponías conquistar el mercado poético neoyorkino con cinco libros de poesía: uno en español, dos en inglés y otro par en francés. ¡Ah la chingada!, pensé yo, Martha ya se volvió loca. Pero no, creo que esa no es locura sino audacia. Ahora, hay que distinguir entre audacias y audacias. Para empezar, yo creo que tú entiendes que la poesía es un elemento cuya íntima esencia es la libertad —y no la confundas con el matiz demagógico de la cual adolece esta palabra sin cara. La poesía se mueve sola, los poetas también. Su naturalidad se nutre con savia del árbol del conocimiento pero también con el de la vida, alguien dice que gris es la teoría, verde el árbol de la vida. Ahora, se entiende que haya personas que sepan hacer versos; también que existan los poetas. Ellos no buscan especialmente nada y, además, nadie se conmueve de ellos. Entonces, ¿por qué buscar el reconocimiento? Yo te puedo decir que lo que yo he hecho está hecho para buscarme a mí. No moví un solo dedo para entrar a formar parte de la redacción de Vuelta. Ahora, el público, el descontento de mi existencia, grita desde los llanos de la periferia. Lo que no saben, es que trabajar por un tiempo en esta revista es un ejercicio de autodisciplina y, a la vez, una cortesía con la publicación que durante diez años alimentó mi curiosidad intelectual. Pero entiéndelo: no me he sometido, tampoco he acortado mi distancia contra los trepadores y los diminutos burócratas. Formo parte de la mafia y me muevo por donde yo quiero, y hasta mis examigos hacen la ronda crítica hacia mi obra, que es un libro natural. ¿Por qué te digo esto? Solamente piensa que esa ciudad en la que vives ya no es capital sino del mercado. La poesía es una ilusión secreta, un canto que nace en el centro de todo: no un producto. Tu amigo: Samuel Noyola.
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NARRATIVA, ENSAYO Sobre un comba y otros cuentos
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EN LIBRERÍAS
8 DE FEBRERO 2020
La nación desdibujada
IN MEMORIAM Masacre
Adiós a George Steiner ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
E Manuel Rui Universidad Veracruzana México, 2018 288 páginas
Claudio Lomnitz Malpaso México, 2019 310 páginas
Mark Danner Malpaso España, 2019 329 páginas
Nacido en 1941, Manuel Rui es uno de los máximos representantes de las letras angoleñas. Su participación en la guerra de independencia se deja ver en algunos cuentos de esta antología que pone el acento en las condiciones de vida de los personajes, a trompicones entre la injusticia y la corrupción. El tono irónico de los cuentos acentúa los efectos de la muerte, la violencia ejercida por el Estado y la pobreza. Una inmejorable puerta de entrada al África mestiza.
Trece ensayos dan cuenta de los traspiés del nacionalismo mexicano en tiempos de la globalización. Como dice el antropólogo en las páginas introductorias, “pensar lo contemporáneo pide atender tanto formas sociales emergentes y novedosas como residuales”, tanto lo inminente como los rastros genealógicos. Por el libro pasan los desaparecidos de Ayotzinapa, la música de Carlos Chávez, las ideas de Octavio Paz, el terremoto de 1985, los hijos de Sánchez.
La guerra civil que azotó a El Salvador dejó 75 mil muertos y una cauda de infamias que el gobierno y la administración estadunidense, cómplice abierta, negaron con singular cara dura. Una de ellas, la masacre en la aldea El Mozote en diciembre de 1981, fue recreada por el periodista del New Yorker once años después. Este libro nace de aquel primer reportaje y se enriquece con testimonios y entrevistas, algunas de ellas con altos mandos del ejército salvadoreño.
Historias de guerreros
Humanizar la tecnología
El otro método
Juana Ramírez Fundación Guerreros México, 2019 134 páginas
Ramírez y Del Prado (coord.) Gedisa México, 2019 232 páginas
Neil Strauss Lince España, 2018 464 páginas
Once pacientes relatan su lucha contra el cáncer para compartirlo con quienes se encuentran en tratamiento y sus familiares; cada historia cuenta con la participación de un padrino que enriquece el relato. “Todos conocemos a alguien que tiene una historia que contar; podemos ser nosotros mismos quienes quieran tomar la palabra para relatar lo que nos sucede día a día. Es increíble cómo las personas conectan y empatizan con las historias de otros”, comenta la autora.
Si en algo coinciden los especialistas con respecto al mundo virtual es en la convivencia que existe entre la información seria y la banal. Este libro, como lo hace ver el subtítulo, Implicaciones culturales y formativas de la comunicación, se orienta al primer aspecto señalado. En la introducción, los coordinadores destacan el papel que el comunicador debe tener: “Poco ayuda aprender a usar las herramientas más avanzadas de la tecnología si se comunica basura”, recalcan.
El autor del exitoso El método, libro con el que su “afán por el sexo”, como ha explicado, se convirtió en su profesión, presenta ahora esta segunda parte en la que aspira al amor verdadero. Tras engañar a la mujer que amaba, el autor va a dar a una clínica para aliviarse de su obsesión sexual y a partir de ahí comienza a reconstruirse. Una vez superados sus problemas, Strauss y su pareja procrearon un hijo. Una enseñanza que surge de la lectura es que no es fácil ser fiel.
n un lapso menor a seis meses han desaparecido tres admirables majaderos, Harold Bloom, Roger Scruton y George Steiner, quienes, con sus grandes diferencias y sus incomparables carismas, constituían una dispersa pero poderosa trinchera del humanismo clásico frente a la barbarie y la trivialidad contemporánea. George Steiner (1929-2020) fue dueño de una desbordante curiosidad y de una amplia gama de competencias intelectuales que lo llevaron a escribir libros de referencia en disciplinas muy distintas. Con auténticas raíces multiculturales y derivas cosmopolitas (hijo de judíos austriacos, nació en Francia, se formó en Estados Unidos y ejerció su carrera en Inglaterra y otros países de Europa), Steiner era, más que nada, un ciudadano del libro. Desde luego, la tradición de lectura vivencial que practicó Steiner, la cual combinaba el esfuerzo físico con el ontológico, tenía muy poco que ver con la lectura académica. La erudición de Steiner (a la que agregaba una encendida elocuencia) era desafiante y también su defensa de valores morales y estéticos, así como costumbres intelectuales, reñidas con el presente. Sus libros son inclasificables, enlazan tópicos interdisciplinarios que requerirían un equipo de especialistas, dentro de su tono tajante y persuasivo están llenos de preguntas y poseen un matiz de agudo escepticismo contra su propio estamento intelectual. Steiner semejaba un nostálgico de edades idas, un antropólogo desmoralizado que advertía, a veces quizá de manera alarmista, sobre la errática evolución del individuo en las sociedades modernas. Esta prédica melancólica y beligerante de un humanismo patricio pretendía denunciar los fenómenos de banalización y balcanización del conocimiento, recuperar el sentido de unidad de la cultura y generar conciencia sobre otra condición deseable de la sociabilidad y el debate intelectual. Para Steiner el lenguaje constituía el atributo humano por excelencia y una preocupación recurrente en todas sus obras era, precisamente, la desvalorización del lenguaje contemporáneo, el cual resultaba aquejado por, al menos, tres enfermedades: por un lado, la notación especializada de la era digital y de las ciencias duras que desligan del lenguaje colectivo muchos de los desarrollos más notables de la ciencia y la tecnología; por otro lado, la propensión de las disciplinas sociales y las humanidades a patentar jergas oscuras que alejan su objeto de estudio del individuo común y, finalmente, la infección de la política, de esa violencia que de plano destruye el lenguaje, o de la simple barbajanería política, que vulgariza la comunicación y dificulta la distinción entre lo cierto y lo falso. Estas enfermedades provocaban que, junto a la sobreabundancia de información, se presentara un empobrecimiento histórico de la discusión colectiva y del juicio individual. Por eso, para Steiner, refugiarse en los modelos de excelencia, resarcir los vínculos plenamente probados de transmisión de las ideas y los saberes, combatir la feudalización o colonización política del conocimiento y cultivar en todo momento la auto-exigencia eran las únicas formas de combatir estas epidemias que amenazaban la idea misma de civilización.
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PENSAMIENTO
8 DE FEBRERO 2020
FILOSOFÍA DE ALTAMAR
¿Feminismo de hashtag? La reivindicación de la mujer necesita erradicar el victimismo y ejercer la autocrítica
H
an existido mujeres que, desde hace décadas, sin siquiera conocer cuántas olas ha tenido el feminismo, o haber leído una sola palabra de Simone de Beauvoir, un buen día decidieron tomar las riendas de su vida, algunas solas, otras con muchos hijos, y dijeron “no más” al abuso que muchos hombres, sin lugar a dudas, ejercían con mayor violencia en tiempos del pasado. En toda familia tenemos algún ejemplo de ese tipo de mujer, alguna abuela, alguna tía que decidió renunciar a su papel de subordinada, de maltratada, y siendo realmente una víctima se convirtió en una mujer libre, independiente, en una matriarca. Quizá, solo sacrificando muchas comodidades, el prestigio social y provocando las peores ofensas de las buenas conciencias, lograron encontrar a un costo altísimo congruencia entre sus actos y creencias. Eran feministas sin saberlo, feministas en acto y no en potencia. Es innegable que debemos ser beligerantes contra los abusos de poder, y resulta necesario actuar jurídicamente —más allá de la denuncia en un tuit— ante los casos de violación y violencia de género. Pero también es muy importante no desvirtuar el movimiento feminista, poniéndolo en peligro de volverse un dogma religioso incuestionable o una moneda de cambio mediática con el cual algunas mujeres que se autodenominan feministas no representan en la práctica eso que pregonan. “Hay que decirlo sin ambages, —escribe la filósofa germana Svenja Flasspöhler, en La potencia femenina (Taurus, 2019)—, quien colabora con Germany’s Next Topmodel traiciona y niega los logros fundamentales del feminismo”, esos que durante siglos las mujeres se esforzaron en destruir, como el no ser consideradas meros objetos sexuales ni apoyar un canon de belleza particular, ni mucho menos defender la delgadez o su frontera con la anorexia. También creo, y hay que decirlo sin rodeos, que resulta difícil creerse un feminismo sustentado por mujeres que no pueden pagarse su propio pan, ni mucho menos cuando su activismo está subvencionado por una carrera sin méritos más que los méritos de un hombre poderoso detrás de ellas. Esto sería una contradicción ante una de las reglas básicas del feminismo moderno, expresada claramente por Simone de Beauvoir: “para que una mujer sea libre, debe tener independencia económica”. Con el tema de la independencia económica y de construir una carrera propia, muchas veces nos quedamos
JULIETA LOMELÍ @julietabalver FOTOGRAFÍA YOUTUBE
atrapadas en la metáfora de la oruga, a pesar de tener intenciones importantes para volar. Por algún motivo —como el confort de privilegios inmerecidos concedidos por el género frente al cual resultamos detractoras—, nos quedamos a mitad de la transformación, como orugas que estirando un poco el cuerpo logramos sentir que avanzamos, sin atrevernos a dejar la crisálida, pero asomando, solo en apariencia, los sutiles colores de una mariposa libre, que en realidad no es libre. Sobre la honestidad con una misma es sobre lo cual también deberá pensar muchas veces el feminismo contemporáneo: tenemos que fomentar la autocrítica, erradicar la autocompasión y el victimismo. Es hora de quitarnos la idea de que “todos los hombres son iguales”. Que son seres insensibles, infieles, con una nula educación sentimental a la altura de la mujer, y que todos nos dominan, sin siquiera, como escribe Flasspöhler, “hacer el menor intento de diferenciar, de descubrir en qué situaciones las mujeres tendrían determinadas opciones de reaccionar, pero no se sirven de ellas por los motivos que sean”. Flasspöhler centra su crítica en el polémico #MeToo que, si bien ha sido un movimiento importante de denuncia —sin generalizar todos los casos—, también tiene sus bemoles, porque
Es hora de quitarnos la idea de que “todos los hombres son iguales”. Que son seres insensibles
no solo exhibe la cobardía de muchos hombres machistas frente a sus víctimas sino también la cobardía de algunas mujeres adultas que, escondidas en el anonimato, han denunciado mucho tiempo después los abusos de hombres con poder, habiendo sucumbido también ellas a ese juego de poder para obtener ciertos beneficios. No niego la relevancia y la oportunidad para prevenirnos entre nosotras de nombres que se repiten tantísimas veces y que son por todos conocidos como acosadores, ni tampoco la legitimidad de muchas denuncias del #MeToo. Sin embargo, tampoco niego la urgencia de dar un salto fuera del anonimato (de ir considerando los medios jurídicos para hacerlo) y de la actitud pasiva frente al acoso que, como escribiría Svenja Flasspöhler, es una situación en la cual casi siempre puedo defenderme: “puedo contraatacar o incluso manifestar de una manera encantadora, que no tengo interés. Puedo negarme a que una entrevista de trabajo tenga lugar en la habitación de un hotel. Y también puedo pararle los pies a un hombre si no me pliego a su voluntad. En resumen, puedo resistirme al deseo masculino de acostarse conmigo, sin el peligro de sufrir violencia física”. Concuerdo con Svenja Flasspöhler en que, a cierta edad, podemos salvarnos de volvernos víctimas, y sí podemos decir que “no” a un superior masculino, al menos siendo lo suficientemente adultas, aunque también podemos y tenemos la libertad de decir que “sí”, sin después confundir moneda de cambio
—o capital sexual que da como resultado privilegios inmediatos y quizá no tan merecidos— con abuso sexual. Viene a mi cabeza una caricatura maravillosa de lo impreciso que a veces resulta el #MeToo mexicano, cuando buscaba en las decenas de tuits, aunque fuera una referencia tímida, de uno de los tipos más deleznables que he conocido en mi vida, a quien, a pesar de mi inexperiencia, de sus mensajes, llamadas, y amenazas, me atreví a decirle “no me acuesto contigo” pase lo que pase (y sí pasaron cosas malas). Ese tipo conocido, también por su mala fama, por tantas y tantos, amante de usar el alcohol como un afrodisiaco para la juventud “inexperta”, para sellar su “amor” con sus fieles colegialas una y otra vez hasta el cansancio, vetado previamente en otras instituciones y escandaloso hasta la ignominia, no fue mencionado en un solo tuit del #MeToo. ¿Por qué? Porque sigue siendo muy poderoso, porque ha posicionado bien a algunas de quienes ha “abusado”, porque de sus dictámenes dependen buenas becas y posiciones. En ese momento… rodó la última cabeza del feminismo. Escribe Svenja Flasspöhler: “la resistencia no es fácil cuando una mujer depende de la aprobación o el favor de un hombre. Puede que, con una resistencia decidida, eche a perder unas buenas relaciones, o incluso ponga en peligro su trabajo. Pero —y este es un punto que las feministas de hashtag pasan por alto— nunca ha sido fácil no ya lograr la autodeterminación sino además ejercerla y vivirla en la vida real”.
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TERTULIA
8 DE FEBRERO 2020
DANZA
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HUSOS Y COSTUMBRES
La compulsiva ANA GARCÍA BERGUA
L De La fille mal gardée, del coreógrafo Jean Dauberval.
El triunfo de La niña malcriada ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA BALLET DE LA CIUDAD DE MÉXICO
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n febrero dará inicio la temporada 2020 del Ballet de la Ciudad de México con una versión de La fille mal gardée (La niña malcriada) a cargo de la coreógrafa y docente Isabel Ávalos. La compañía capitalina se ha distinguido, además de por la calidad técnica de sus integrantes, por su interés por mantener vínculos con la comunidad, en particular con el público infantil. Cuenta entre su repertorio con versiones de Hansel y Grettel, Cascanueces y Pedro y el Lobo con las que, sin perder la esencia de la trama ni la riqueza musical de cada ballet, construye una narrativa más simple que mantiene con mayor facilidad la atención de los espectadores. La maestra Isabel Ávalos ha sido una tenaz difusora de la danza en todas sus vertientes. Día con día podemos encontrarla en su salón de clase compartiendo su pasión por el arte, generosa con su docencia cuya paciencia no se contrapone con la disciplina, repitiendo una y otra vez las múltiples precisiones que exige la danza clásica: la mano, la cabeza, el pie apuntado, la rotación externa de las piernas, la precisión rítmica; y, por supuesto, la gracia que exige el ejercicio. La maestra Chabe, como se le conoce cariñosamente en el gremio dancístico, ha vivido la danza desde edad muy temprana; fue una de las ejecutantes más reconocidas en la
historia de la danza clásica nacional. Su paso por la Compañía Nacional de Danza dejó una huella de la que hoy en día aún se habla y que constituye una leyenda viva. Su contacto con el Ballet Nacional de Cuba ha hecho que su férrea disciplina como docente contribuya a la formación de bailarines técnicamente sólidos. También enfrenta los nuevos tiempos en los que ya no se mira con buenos ojos el cotidiano sacrificio que el arte exige de sus ejecutantes, y las jóvenes entienden distinto el esfuerzo que la danza clásica requiere. Sin embargo, la pasión por la danza la lleva a insistir sin abandonar su salón de ensayos, ya sea como maestra o como coreógrafa. Nada le resta entusiasmo. El Ballet de la Ciudad de México es una compañía que constituye un lugar en el que los egresados de las escuelas profesionales de danza pueden encontrar una oportunidad de desarrollo profesional, más allá de las compañías nacionales en las que los sitios disponibles son muy pocos. Este 2020 la compañía tiene lista su versión del ballet La fille mal gardée. Considerado uno de los ballets más antiguos del repertorio clásico
El ballet dirige su mirada a referentes distintos a los de la aristocracia y el panteón grecolatino
mundial, La fille mal gardée se compuso bajo la partitura de Peter Ludwig Hertel, y fue creado en 1789 en Burdeos, en plena Revolución francesa, por el coreógrafo Jean Dauberval, inspirado en una pintura de Pierre-Antoine Baudouins. La trama cuenta una cándida historia de amor en la que Lizet, única hija de la viuda Simone, propietaria de una próspera hacienda, se enamora de Colás, un joven granjero. Pero su madre tiene planes más ambiciosos para ella. Esto desencadena una serie de enredos y artimañas para la consumación de la relación. El triunfo final de la pareja traza una nota peculiar y un toque revolucionario en el plano de las costumbres sociales de la época, pues en este ballet no existen dioses, hadas, reyes o reinas: fue creado a partir de la imagen de la gente “común”. Esto constituye un parteaguas en la historia de la danza clásica al dirigir su mirada a referentes distintos a los de la aristocracia y el panteón clásico grecolatino; con ello el ballet abandonó el plano de lo etéreo para acercarse a temas de interés más popular. La compañía se presentará los domingos 9 y 16 de febrero, a las 11:30 y 13:30 horas en el Teatro del Parque Interlomas. Después tendrá una temporada en el Teatro Raúl Flores Canelo del Centro Nacional de las Artes del 22 de febrero al 8 de marzo; los sábados a las 19 horas y los domingos a las 13:30 horas.
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eo el Twitter y el Facebook y muchos artículos que la gente pega en Twitter y Facebook. Cuando lo pienso, leo mucho en realidad, si a eso sumo los libros y los periódicos que siempre leo. Pero leer en Internet es extraño, por aquello de los anuncios. Vea usted: no siempre puede uno leer sin los anuncios; sería imposible suscribirse a todas las publicaciones que uno quisiera, pues nos hemos convertido en lectores de tentáculos extendidos hacia toda suerte de lugares e idiomas. En un minuto estamos leyendo un artículo del New Yorker o Milenio, al otro agotamos otro sobre moluscos, helechos o Edgar Allan Poe en un sitio desconocido. Y todas aquellas lecturas, atentas o no, hechas con interés u olvidadas muy poco después, constituyen un ejercicio extraño de seguimiento, un viaje por carretera en el que procuramos no distraernos con el paisaje que corre por las ventanillas laterales. Fotos de gente que salta de euforia, autos de colores que pasan a toda velocidad, humanos y gatos no siempre bellísimos, y uno lo único que quiere es seguir las letras como una hormiga atenta, como el personaje de aquel cuento de Italo Calvino en Los amores difíciles, “La aventura de un lector”, que sortea cortésmente el trabajo de seducción de una mujer en la playa con la sola finalidad de retornar a su lectura: “No obstante, el interés por la acción sobrevivía en el placer de la lectura: su pasión eran siempre las narraciones de hechos, las historias, la trama de las vicisitudes humanas”. Yo quiero saber la trama de las vicisitudes humanas, como Amedeo, lo que dicen las letras —a veces algo muy interesante de mis escritores y columnistas preferidos, a veces las caídas patéticas de los figurones que gobiernan el mundo, a veces un artículo histórico sobre los romanos, los aztecas o la Edad de Hierro, todo en medio de esos cuadritos que parpadean y saltan y me hacen sentir culpable de alguna manera pues no pago por leer lo que leo y mi óbito al dios del Internet es entonces este parpadeo desesperado, este seguir y tratar de no tropezar, este baile incesante de rostros sonrientes, bailes y ofertones irrenunciables, como si uno caminara tratando de orientarse entre los extravagantes invitados de una fiesta siguiendo a una sola persona que le interesa y sin encontrar jamás la puerta de salida—. Dicen que de por sí ya estamos pagando; que por el solo hecho de leer, asomarse, curiosear, las empresas harán a saber qué cosas tremendas, entre otras, ofrecernos artículos personalizados. A mí, sinceramente, no me importa que sepan quién soy y qué me gusta o disgusta, me da igual, pues no soy una persona de gustos extraños, más allá de ciertas pócimas o artefactos no tan difíciles de encontrar. Quizá mi único gusto extraño, a lo mejor hasta perverso, es el de leer compulsivamente, pero es raro que en Internet se me ofrezcan libros, por ejemplo; ¿será que la incultura general es de tal tamaño que hasta el merchandising ignora las perversiones librescas?
Aquellas lecturas, atentas o no, constituyen un ejercicio extraño de seguimiento
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
8 DE FEBRERO 2020
http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto
TOSCANADAS
Biblioescuela DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
E
n 1811, el zar Alejandro I, el mismo que aparece en La guerra y la paz, comenzó a tomar el control de la educación en Rusia, que estaba mayormente en manos de los jesuitas. Para esto abrió en las afueras de San Petersburgo una escuela con el objetivo de educar “jóvenes destinados a ocupar altos puestos en la administración del Estado, elegidos entre los mejores que tuviesen para ofrecer las principales familias”. Era una escuela para muchachos acomodados que rondaran los doce años de edad, pero habiendo muchos de éstos, se elegiría a los más aventajados mediante duros exámenes de selección. La primera generación contó con treintaiocho alumnos. Uno de ellos fue Pushkin. Los estudios eran vastos y complejos. Incluían lengua y gramática rusa, latina, griega, francesa y alemana; religión, filosofía, ética y lógica; aritmética, álgebra, trigonometría y física; historia de Rusia y del mundo,
DUBLÍN
Biblioteca del Trinity College.
geografía y cronología; literatura, lectura de clásicos y contemporáneos, retórica; bellas artes, caligrafía, dibujo, baile, gimnasia, equitación, natación y esgrima. Además de sicología, estrategia militar, economía política, derecho, estética y arquitectura. Los programas se notan ambiciosos y la disciplina escolar se emparentaba con la militar. La sicología de aquellos días estudiaba las enfermedades mentales y el potencial de la mente, no era parte de una maquinación para convencer al mundo de que los niños son débiles mentales y emocionales. Me hubiese gustado estudiar en esa escuela, llevar esos programas y tratar con esos maestros. Aquellos eran los inicios de la educación estatal. Han pasado más de dos siglos, y tanto en aquel país como en el nuestro continúan sin responderse satisfactoriamente ciertas preguntas básicas. ¿Qué deben incluir los programas de educación? ¿Qué ha de enseñarse
según la edad de los alumnos? ¿Cuál es el nivel de exigencia prudente? ¿Cuál la justa forma de evaluar? ¿Cómo adiestrar a los maestros para tales tareas? Quizá las preguntas tendrían respuestas correctas si se tuviera claro que el propósito es educar a niños y jóvenes. Pero es el cuento de nunca acabar, pues ¿qué entendemos por educar? ¿Saber griego y latín? ¿O leer subtítulos de películas? Un asunto casi científico se vuelve turbio por razones políticas. Intervienen sindicatos, políticos, padres de familia, maestros, alumnos, sicólogos, iglesias y demás entrometidos. Así, el propósito de la escuela se deforma, y su objetivo es otorgar permisos para trabajar. Aun las mejores escuelas tienen limitaciones; cuantimás las nuestras. Ni siquiera en aquella escuela zarista Pushkin se convirtió en Pushkin en la escuela. Conozco a mucha gente magníficamente culta y bien educada. Ninguna recibió tales dones en la escuela, sino en la biblioteca.
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CAFÉ MADRID
Los tigres de la diáspora
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ueden pasar meses, incluso años, sin que las carteleras de los cines españoles incluyan películas mexicanas o realizadas en otros países en las que participen actores y actrices de México. En general, a excepción de las producciones argentinas, aquí es muy difícil ver cine latinoamericano. En esta España mía, todo lo que proviene de las excolonias es subestimado, salvo si ha tenido éxito en Estados Unidos. Tal vez por eso, estos días ha llegado a algunas pantallas de la península Los Tigres del Norte en la prisión de Folsom. No es que los intérpretes de “El jefe de jefes” sean muy famosos aquí. Es que causa interés el número de latinos encerrados en las cárceles estadunidenses y, si encima el filme tiene un punto folclórico (o bizarro o kitsch o narco, según algunos desalmados), mejor. Supongo que en México ya es noticia vieja, pero el popular grupo de música norteña ha intentado emular la hazaña sesentayochera de Johnny Cash: cantar para los presos. Pero si en aquel entonces Cash se encontró con una audiencia en su mayoría compuesta por negros, Los Tigres han actuado para un buen número de latinos. Tan solo en California, donde se encuentra la prisión de Folsom, más del 40 por ciento de los reclusos son de origen latino. “Ustedes no pueden venir a donde nosotros estamos, pero nosotros venimos a donde ustedes están”, les dice a modo de saludo, con su acento recio, Jorge Hernández, el líder de la banda, y enseguida, bajo un cielo nublado, comienzan a sonar los acordeones, los bajos y la batería. Entre canción y canción se da paso al testimonio de
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA PINTEREST
los presos, delincuentes solitarios o pandilleros, y quién sabe si muchos de ellos inocentes, y luego la cámara enfoca al público coreando y bailando canciones con las que han crecido y con las que ahora, aunque sea por un momento, suavizan su perra realidad. No es una obra de arte, pero sí una perla de la cultura popular. Si el documental me ha emocionado no es tanto por el encierro y los delitos y arrepentimientos que cuentan
Pero en su repertorio no todo es tragedia y nostalgia. También hay romanticismo y picardía
algunos reclusos (que también), sino porque el repertorio musical elegido para la ocasión (un buen resumen de la trayectoria del grupo) forma parte de la banda sonora de mi infancia. Mientras mi madre me criaba a base de nopales, frijoles y leche de la Conasupo (gracias a Carlos Salinas de Gortari) y Thalía era María Mercedes en la tele (“¿Qué pasó, Mechita?”), mi padre ponía a todo volumen los casetes de unos señores de trajes elegantemente llamativos que cantaban “de paisano a paisano”. De las bocinas salían las historias concisas y apuntaladas de varios miembros de mi familia y de muchos otros de mis “compatriotas” (de nuevo Salinas), que se habían ido al norte en busca del “sueño americano”. Recuerdo
Los Tigres del Norte durante un concierto en la prisión de Folsom.
que al oír a Los Tigres mucha gente apreciaba las melodías pero yo, no sé por qué, prefería escuchar con atención las letras de sus canciones. Muchas me entristecían y algunas me indignaban. Hablaban de las penurias para cruzar la frontera, de discriminación, de explotación, de narcotráfico, de abandono. Eran (son) las crónicas sentimentales de la diáspora mexicana. Pero en su repertorio no todo es tragedia y nostalgia. También hay romanticismo y picardía. Por eso en Folsom los presos y las presas (cuando Cash fue a cantar no había mujeres, pero hoy hay 400 y 25 por ciento de ellas son latinas) se vienen arriba cuando suena “La puerta negra” o “Golpes en el corazón”. Incluso, uno de ellos se avienta un “palomazo” y se sube al escenario para tocar el acordeón y cantar juntos “Un día a la vez”. Conmovida, la banda se despide deseándoles “que pronto salgan y así puedan estar con sus familias”, que la mayoría no ha visto durante sus años de encierro. Alguna vez Los Tigres fueron acusados y hasta censurados por su aparente apología al narco, pero el escritor Arturo Pérez Reverte hizo caso omiso de tal señalamiento, dijo que ellos hacían “la poesía del pueblo”, les encargó un corrido para su novela La Reina del Sur y hace diez años hicieron una gira por España con la historia de Teresa Mendoza como estandarte. No han vuelto desde entonces y ya va siendo hora, porque la diáspora mexicana no está asentada exclusivamente en Estados Unidos. Aquí también queremos que traigan su música, con la que tanto nos identificamos.
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