Laberinto No.873 (07/03/2020)

Page 1

Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HUSOS Y COSTUMBRES

DANZA

ANA GARCÍA BERGUA

ARGELIA GUERRERO

Ya siéntese, señora

Cuerpos en resistencia Foto: Omar Franco

SÁBADO 7 DE MARZO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 873

¿Qué significa hoy ser mujer en México? Avelina Lésper, Clyo Mendoza, Claudina Domingo, Bibiana Camacho, Araceli Mancilla Zayas, Kyra Galván, Lorel Manzano, Lola Ancira, Guadalupe Alonso Coratella/ FOTOGRAFÍA: AVELINA MARTÍNEZ

Foto: Secretaría de Cultura


-02-

ANTESALA

7 DE MARZO 2020

CASTA DIVA

El arte de la segregación AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com FOTOGRAFÍA PINTEREST

L

a segregación es el sistema para hacer visibles a las mujeres en el arte, etiquetarlas y definirlas con simplicidades y exponerlas en espacios acotados por intereses ideológicos. Antes de que existieran los temas de género, las mujeres abordaban temas universales, su creación se sumergió en la aventura de manifestar la naturaleza humana. Las pintoras del Barroco como Sofonisba Anguissola o Artemisia Gentileschi pintaban para la posteridad y su causa era alcanzar la maestría que exige permanecer en el tiempo, y demostrar que las mujeres son artistas sin cuotas o conmiseración, sin el oportunismo de ser utilizadas por un sistema que se lava la cara con un gesto vacío. El feminismo del arte VIP hace un gran daño no solo al arte, sino a la presencia de las mujeres y su valoración como artistas, clasificó las circunstancias de las mujeres para lograr esquematizarlas en sus exposiciones, dentro de los “temas oficiales de las mujeres” y degradó su causa a un lenguaje banal, que no defiende ideales, y lucra con la mediocridad. Las exposiciones y libros de “nuevos feminismos” dedicados a mujeres artistas VIP son un catálogo de lugares comunes, de obviedades y maniqueísmos que le vienen muy bien al sistema para hacer creer que las preocupaciones de las mujeres se reducen a nimiedades. La urgencia de un sistema igualitario en derechos y oportunidades, respeto y legalidad, se ridiculiza con instalaciones de ropa interior, toallas sanitarias, acumulación de readymade, es la apoteosis de la demagogia y la nula capacidad de creación. Las artistas VIP forman parte de las “mujeres oficiales” del sistema, participan como placebos consecuentes con el conformismo de expresar poco, con obras que sirven para trepar en un sistema que se beneficia con objetos irrelevantes, que son la oportunidad de aparentar que hacen algo, cuando en realidad hacen nada. El lugar de las mujeres en el arte está en el talento, las hay valientes, arriesgadas en sus temas, lenguaje y técnica, que no forman parte del sistema porque no abordan los “temas oficiales de las mujeres”. Realizar obras que le permitan al sistema evadir su responsabilidad ante un problema de marginación y violencia, es oportunismo y prostitución. La mediocridad y el facilismo no nos representan, no nos dan un lugar en el arte. El peligro de que con la urgencia social le den “visibilidad o sitio” a las mujeres, es que los museos y curadores se concentran en las “mujeres oficiales”, en obras que exploten un discurso que complazca al sistema, que medran en la esquematización y la segregación, eso es mercenario, eso va más allá de una traición, es la venta descarada de un ideal a cambio de un privilegio inmerecido.

_

Instalación de Nancy Spero.

Jessica Lange en el papel de Frances Farmer.

HOMBRE DE CELULOIDE

La indomable Frances Farmer

L

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA AMAZON

a primera vez que en el cine tuve la noción de eso que llaman “mujer empoderada” fue en 1982. Llegó la iluminación con una obra que solo en apariencia pone en escena un fracaso: Frances, del australiano Graeme Clifford, es una historia que terminó por volverse mítica entre otras cosas porque se dice que puso un ladrillo en la pared que condujo al suicidio de Kurt Cobain. Pero nadie inspira el suicidio de nadie. En 1982, año del estreno de Frances, también las mujeres estaban luchando en un mundo en el que también había crisis económica y en el que también se propagaba un virus del que todos estaban hablando. Antes era el sida, hoy el coronavirus. En su película, Clifford hace hincapié en el hecho de que la actriz Frances Farmer fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide por haberse negado a aceptar el rol de muñequita que Hollywood le asignó. La verdad del guionista Eric Bergren (escritor de El hombre elefante) es que la actriz fue enviada al psiquiátrico por comunista, atea y borracha. Pocas cosas hay nuevas bajo el sol. Lo cierto en todo caso es que Frances se negó a aceptar algo que hoy llaman heteropatriarcado con la pompa de quien ha descubierto el secreto de hervir el agua. También es cierto que la actriz que inspiró la película de Clifford estaba loca. Pero

no en el sentido de quien merece una camisa de fuerza sino en el del calificativo que otorga el sistema a quien se niega a bailar a su son. Frances era “una loca” como son locos los revolucionarios que han existido, hombres y mujeres, en cada generación. En aquellos años no tenía yo las herramientas para entender el complejo mundo que en Hollywood se opuso a Frances Farmer. Recuerdo sin embargo el efecto estético de una obra cuyo encanto supera la historia que está contando para transitar hasta la protagonista de la ficción. Jessica Lange hace a Frances Farmer en la película de 1982. Hoy, con tantas y tantas cosas que resultan incorrectas políticamente, no sé ya si lo sea admirar a una mujer por hermosa, pero Jessica Lange lo es. Tanto como Farmer y otras mujeres que en la industria fílmica se han negado a adoptar el rol de lindas y nada más. Como Marilyn Monroe en Estados Unidos, Greta Garbo en Suecia o, en México, María Félix. Recuerdo también que, en Frances, me pareció brutal que a

Fue diagnosticada con esquizofrenia por haberse negado a aceptar el rol de muñequita

una mujer cuyo encanto radica en gran medida en su cerebro la sometieran a una lobotomía. Con el cerebro frontal le arrancaron a Farmer la capacidad de producir conflictos y de ser como otras mujeres que uno imagina hermosas y revolucionarias. Como Juana de Arco, por ejemplo. Poco importa ya que el revisionismo histórico, tan opuesto siempre a las gestas heroicas, quiera en este siglo perverso aguar la fiesta de todos los que vimos en Frances el ejemplo de una revolución. No me interesa en absoluto saber si es cierto que Farmer padeció una enfermedad mental. En la obra de 1982, además de hermosa es lúcida. Lo posee todo y en tal medida que se aproxima a otra palabra incorrecta políticamente: pureza. Porque pureza, claro, no significa someter las pasiones. Al contrario, significa más bien exacerbarlas, llevarlas hasta el paroxismo de la revuelta. Hay muchas películas sobre el empoderamiento de la mujer. A mí me viene a la mente Frances de 1982 porque en ella conocí, a los 13 años, a Jessica Lange, una mujer que transmitía con los ojos la tristeza de saber que no estaría nunca a la altura de todo lo que se había impuesto a sí misma: la pureza de ser hermosa, inteligente, atea, comunista y borracha. A la altura de una guerra contra sí misma. Una revolución.

_


ANTESALA

7 DE MARZO 2020

POESÍA

Amnios

LOS PAISAJES INVISIBLES

Lou: la vida propia

CLYO MENDOZA

Hay casas que te hacen esto. Te agobian, te embrutecen. Hay casas así. Nadie sabe lo que ha sucedido antes en ellas. Casas como ésta, en la que deambulan voces de viejos que siempre han estado en cama, que siempre han sido viejos; casas con crujidos del mar abriendo las montañas, de viento mostrando su ruido de alma indefinida. Casas donde el cuerpo del cautivo estará solo, absorto en el ritual del corazón y en la memoria. Pero en la rutina de cuidar que el estómago no se digiera a sí mismo, que una idea no se confunda con una evocación, que soñar no sea confuso, siempre se puede estar a solas, porque todos tienen miedo de entrar en casas como ésta: habitadas, por ejemplo, por una niña triste y por una muerta en llamas. Este poema forma parte de una obra en preparación.

EX LIBRIS

Marcha/ EKO

-03-

IVÁN RÍOS GASCÓN

E

@IvanRiosGascon

n 1882, el fotógrafo suizo Jules Bonnet retrató en su estudio de Lucerna a una mujer y dos hombres en una pose francamente provocadora para los estrechos criterios de la época: ella está encaramada en una carretilla. Su mano derecha blande una especie de fusta; la mano izquierda sostiene una soga que, a modo de rienda, sujeta a los hombres de los brazos. Aunque la hermosa mujer luce solemne, no lo es más que los hieráticos caballeros del retrato. Uno mira a la cámara, el otro parece otear el horizonte. La seriedad no es para menos. Eran Paul Rée y Friedrich Nietzsche. Ella, Lou Salomé. Una bella rusa que ya desde esos años, apenas con 21 de edad, cimbraba las tertulias con su genio y avidez intelectual, su indiferencia ante las “buenas costumbres”, y la firme obstinación por vivir con plenitud, independencia y libertad. Lou personificó a la mujer emancipada; forjó su individualidad por encima de los límites que las propias feministas de ese tiempo se imponían y, de hecho, discrepó con ciertas posturas. Su interés filosófico, científico y estético era la comprensión de la identidad, el amor, el erotismo y la creación, desde la óptica de la naturaleza femenina. Novelista, poeta y ensayista, Lou Salomé escribió Ruth a los 18 años, relato inspirado en su relación con el clérigo Hendrik Gillot, su primer maestro. Después, su íntima y paradójica amistad con Nietzsche le proveería elementos ontológicos para su ensayo “El ser humano como mujer”, e inspiró en el filósofo alemán Así hablaba Zaratustra; tuvo un largo y fecundo idilio con Rainer María Rilke, que también le acarreó desavenencias; incursionó en el psicoanálisis bajo la tutela de Freud, quien le refrendó un respeto absoluto por su sagacidad (su artículo “Psicosexualidad” es una aguda defensa de la teoría freudiana y un breve pero puntual estudio de la libido, el objeto amoroso y las transferencias primitivas). Lou también escribió un magnífico ensayo, quizá el primero de enfoque feminista, sobre las mujeres en la obra de Ibsen. Se ocupó del pensamiento nietzscheano, no obstante la disputa encarnizada con Elizabeth, la hermana del filósofo, y publicó un sentido homenaje a Freud, que la puso en la mira de la Gestapo. Hay seres excepcionales condenados al olvido. Lou Andreas–Salomé murió en 1937 (adoptó el primer apellido de su esposo, Friedrich Carl Andreas, catedrático de Gotinga, con quien mantuvo una unión sui generis. Así la definió Anaïs Nin: “Se casó y llevó una vida sin matrimonio”) y su recuerdo ha corrido con esa suerte malhadada, a pesar de que en cuerpo, alma y pensamiento se adelantó a su época. Al respecto, un detalle: la foto con Rée y Nietzsche fue muy criticada, incluso por la feminista alemana Malwida von Meisenbug, quien la albergó en Italia y le presentó a los filósofos, pues por su personalidad resuelta e insumisa le atribuyó a Lou la ocurrencia de la imagen. La idea, en realidad, fue de Nietzsche, aunque ese no sería el único malentendido entre ellas. Cuando Lou decidió vivir con ambos pensadores, Malwida le reprochó su ligereza y sobre esto, Lou le escribió a Gillot: “Pero hace ya tiempo que, en el fondo, siempre discrepamos, incluso en aquello que parecemos estar de acuerdo. Ella suele decir que nosotras no podemos hacer esto o lo otro, que nosotras debemos obrar de tal o cual forma y, sin embargo, no tengo la menor idea de a quién se refiere al decir nosotras: probablemente, a algún partido filosófico; yo, por mi parte, solo sé de mí. Ni puedo ajustarme a un modelo ni ser modelo para nadie; pero puedo, eso sí, formar mi propia vida a mi manera y esto es lo que voy a hacer, cualquiera que sea el resultado. No represento ningún principio, sino algo más maravilloso, algo que uno lleva dentro, algo vivo, cálido, que grita de alegría y pugna por salir” (Mirada retrospectiva).

_


-04-

DE PORTADA

7 DE MARZO 2020

Cinco escritoras abordan lo que significa hoy ser mujer en México. Sus palabras exigen, cuestionan, llaman a la acción

El territorio escarnecido CLAUDINA DOMINGO FOTOGRAFÍA OMAR FRANCO

H

ablar de la identidad femenina mexicana nos enfrenta a una pregunta inevitable: ¿desde dónde hablamos? No es solo una interrogante respecto de la otredad sociológica o cultural, sino que, en términos textuales, nos pregunta: ¿mujer mexicana desde dónde? Se me ocurre esta reflexión tras un viaje en carretera por el sureste mexicano. Durante esos días, en mi trato con una mayoría masculina de choferes de autobús, camión y taxi, descubrí (redescubrí, había olvidado la lección) que no es lo mismo ser mujer morena que mujer blanca, mujer sola que mujer acompañada, mujer joven que mujer madura, mexicana que migrante... Los matices en el trato —siempre paternalista— varían del coqueteo rudo a las jóvenes al respeto condescendiente por la “madre”, pasando por una serie de gestos que, aunque mínimos y, si se quiere, inofensivos, señalan a las mujeres su lugar en una ciudad, en un estado en particular de la república mexicana. Mi punto de partida podrá parecer pedestre, pero si algo aprendí en ese viaje es que lo que importa, a la hora de estar o existir en una sociedad (ligeramente) desconocida, es el rol que ella ha decidido asignarte ese día. El que la viajera se plante ante el mostrador o el chofer de manera más o menos segura puede repercutir o, bien, ser un hecho totalmente ignorado dado que ella es la que solicita, pide o pregunta cómo llegar a un sitio. Pienso que esta metáfora —la de una viajera solitaria en un territorio relativamente desconocido— nos representó durante muchas décadas como mujeres. Llegábamos a la adolescencia ignorando el lugar que a cada una correspondía en su ciudad o pueblo, cuando los demás ya tenían una idea

de cómo o cuál debía ser el destino de una dependiendo, de nueva cuenta, de lo morena o lo blanca, de lo alta o lo baja, de lo fea o lo bonita, de lo gorda o lo flaca, de lo rica o lo pobre que fuese una. Conforme se normalizó la profesionalización de las clases trabajadoras en México, este determinismo casi medieval pareció perder importancia para dar pie a la elección y el esfuerzo como herramientas para el propio destino femenino. Y sin embargo… Y sin embargo… el principio del siglo XXI mexicano nos recibió con una realidad peculiar en la que nadie en su sano juicio podrá decir que México viva en tiempos de paz y, sin embargo, ningún ejército le ha declarado la guerra a la población que sufre, como en cualquier país en conflicto bélico, secuestros, violación multitudinaria de mujeres, tortura, “derecho de piso” o tributo de guerra. Las guerras, se sabe, son máquinas del tiempo que hacen retroceder a las sociedades siglos en términos ideológicos. Durante las guerras, se sabe, los más frágiles son niños y mujeres, y son blancos predilectos pues matarlos o torturarlos traumatiza y aterroriza a sus pueblos. En la guerra peculiar en que vivimos, no es de extrañar que la gota que colmara la paciencia de la sociedad fuera la tortura y el asesinato de una niña (mujer+niño) por motivos absolutamente gratuitos. Además, en México, el asesinato sale barato. Probablemente una década de masacres esté insensibilizando a individuos con tendencias psicópatas, pero también les ha demostrado lo fácil que es cometer un asesinato impunemente.

Durante las guerras, los más frágiles son niños y mujeres, y son blancos predilectos

Las mujeres mexicanas vivimos un presente extraño. Por un lado, atendemos a un llamado global de conciencia feminista (un llamado que tiene su raíz en el contradictorio matrimonio entre libertades democráticas y explotación heteropatriarcal) y, por otro lado, atestiguamos el horror creciente de nuestro tiempo y nuestro lugar, de nuestro México. En el caso de miles de mujeres, atestiguar el horror ha significado vivirlo: experimentar la desaparición o el asesinato de una hija o una hermana. Muchas mujeres han llegado al activismo así: forzadas por un destino que ni ellas ni sus hijas o hermanas hubieran diseñado. La empatía de otras proviene de la sensación de peligro que todas hemos sentido por el solo de hecho de ser mujeres y que nos lleva a solucionar muchas cosas de forma más complicada u onerosa. Es decir, pagamos un impuesto o tributo extra por ser mujeres. En Campeche, por ejemplo, pagué un taxi carísimo para salir de una reserva ecológica porque la otra opción era pedir raid en la carretera. Lo pensé unos segundos. “Si fuera hombre…”, me dije a mí misma y cerré el trato con el taxista. El pensamiento “sensato” nos dice que lo que siempre ha sido de una manera no cambiará. Que a las mujeres solas que piden autostop frecuentemente les ha ido mal a lo largo de las décadas. También se suponía que solo los hombres debían trabajar, y la Segunda Guerra Mundial demostró lo contrario. La única razón por la que es normal la violación y el asesinato de mujeres es porque la justicia es indolente ante ellos. Por ello hoy es tan necesario un “movimiento radical” como el 9M que obligue a reflexionar a los gobernantes mexicanos sobre la gran deuda que siguen teniendo con sus ciudadanas.

_


DE PORTADA

7 DE MARZO 2020

-05-

Código de silencio

E

BIBIANA CAMACHO

xiste un código de silencio tácito que rige nuestra sociedad. Hay temas que simplemente no se abordan, desde al alcoholismo de la abuela hasta la homosexualidad evidente del tío y los abusos sexuales entre hermanos. Tal parece que en las familias es más importante mantener una imagen ante la sociedad que afrontar desde la raíz situaciones graves incluso criminales. Ese código de silencio se extiende a los demás ámbitos de la vida. La mujer no se queja del maestro que pide favores sexuales, del marido abusivo, del desconocido que se masturba, tampoco del jefe confianzudo, ni de un salario más bajo que el de su compañero. Las mujeres somos educadas para guardar silencio. “Calladita te ves más bonita”. Coincido con Virgine Despentes cuando dice: “Es asombroso que las mujeres no digamos nada a las niñas, que no haya ninguna transmisión de saber, ni de consignas de supervivencia, ni de consejos prácticos y simples. Nada”. Mamá, por ejemplo, jamás me habló de la menstruación, el noviazgo, la maternidad, el abuso de poder de los hombres, de la maledicencia de algunas mujeres de manera seria y cariñosa. Y estoy segura de que a ella tampoco nadie le dijo nada. Crecer puede ser terrorífico, sobre todo en un hogar en el que todo se juzga y todo se castiga. En una sociedad patriarcal en la que hombres y mujeres educan a las niñas para convertirse en “mujeres”, como bien decía Simone de Beauvoir, me parece que es muy difícil desarraigar aquello que mamamos desde que somos bebés. Sin embargo, es necesario, perentorio, alzar la voz y terminar definitivamente con ese código de silencio. Por eso el #MeToo tuvo tanto éxito; a pesar de sus fallas y evidentes contradicciones, logró que ese código de silencio comenzara a resquebrajarse. Logró que mujeres y hombres se pelearan a muerte como enemigos despiadados. Pero también logró que muchas mujeres y un puñado de hombres se sentaran a analizar la situación, a leer, a desentrañar las conductas propias para no repetir patrones misóginos. Las escalofriantes cifras “oficiales” de feminicidios y la brutalidad con la que se cometen es la punta de un iceberg que en sus profundidades normaliza que un hombre se burle de una mujer o una niña por su aspecto físico, que la manipule, que la viole o le eche ácido sin consecuencias de ningún tipo. Me parece alarmante que la sociedad, los hombres en particular, no hagan un alto y se tomen el tiempo para reflexionar, cambiar hábitos, reconocer y poner en práctica acciones personales e institucionales que impidan y castiguen cualquier indicio de violencia de género. Yo no estoy en contra de los hombres, jamás he pensado que sean los enemigos. El enemigo es el sistema y hay muchos individuos que fluyen cómodos y confiados en él porque así se sienten seguros y temen perder sus privilegios. Pero no se dan cuenta de que el sistema patriarcal resulta intolerable porque genera y alimenta una violencia inusitada, cruel y dolorosa que nos alcanza a todos. Afortunadamente, el código de silencio se está desmoronando a tropezones, causando bajas y rupturas. Pero es absolutamente necesario que desaparezca.

El enemigo es el sistema y hay muchos individuos que fluyen cómodos y confiados en él

Activistas y amigos de Isabel Cabanillas protestan frente a la representación del gobierno de Chihuahua en la Ciudad de México.

_


-06-

DE PORTADA

7 DE MARZO 2020

Revolución de lo femenino ARACELI MANCILLA ZAYAS FOTOGRAFÍA AVELINA MARTÍNEZ

V

ivimos una revolución de lo femenino, en México y en el mundo. Esta revolución llega a su cima, para bien, en los años recientes. Viene de mucho tiempo atrás. Lo sabemos porque conocemos las luchas dentro del feminismo y fuera de él. La revolución de las mujeres viene de lejos, es continua y va para largo. En el contexto de Oaxaca, he visto cómo los grupos feministas se han movido resistiendo para extender ideas, promover cambios, apoyar a todas las mujeres, sobre todo a las que se encuentran en una situación de vulnerabilidad. El grupo de estudios sobre la mujer Rosario Castellanos fue el primero al que me acerqué, siendo muy joven, cuando recién llegué a vivir a la ciudad capital, hace 33 años. Seguí a sus

integrantes y comprendí al lado de ellas que al pensamiento y la acción femeninas les urgía levantar la voz y hacer presencia en las familias, la calle, la comunidad, la arena pública, sin pedir o pasar por la validación de los hombres. Comprendí que hablar de género y diversidad sexual era imprescindible para entender y combatir las violencias privadas y sociales. El Gesmujer sigue adelante, y a lo largo de los años han surgido organizaciones nuevas, muy jóvenes algunas, cuyo esfuerzo se concentra en la construcción de un mundo donde las mujeres podamos intervenir en todo lo que concierne a lo humano para tener decisión sobre nuestro cuerpo, libertad en nuestras acciones y obtener respeto hacia nuestra vida. La construcción de ese mundo no está siendo fácil. Persisten renuencias

arcaicas, pero bastante ha cambiado a la fecha. Hace diez años, Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad, al lado de otros grupos, intensificó la batalla para la despenalización del aborto. Por fin se logró en septiembre de 2019. El movimiento femenino y feminista está ahí, en múltiples frentes: en contra de la violencia intrafamiliar, el acoso, el abuso y la explotación sexual; denunciando las desapariciones, los ataques y feminicidios; en la defensa de la tierra, buscando el ejercicio de la autoridad y el cargo político; en las luchas comunitarias y en la problematización de la cultura.

Se trata de acabar con el encierro y el silencio obligado de las mujeres; de oponerse al desdén

Es un actuar que se afila con el tiempo. Como contrapartida a la indiferencia del Estado, y a la de aquella parte de la sociedad que no voltea a ver y a escuchar lo que las mujeres tenemos por decir, se ocupa de buscar espacios de intervención intelectual. La cerrazón es dura; la reflexión, ardua. Se revisan el patriarcado, las masculinidades, el colonialismo, el neoliberalismo, la discriminación, el clasismo, el racismo. Van juntos unos con otras, se dice. La pensadora mixe Yásnaya Elena Aguilar Gil es una de las jóvenes intelectuales que aborda con agudeza estas preocupaciones. La revolución de lo femenino es una insurrección que atraviesa todos los aspectos de nuestras vidas. ¿Cómo no habría de hacerlo con esas cifras que destilan sangre por el país? El homicidio de una mujer entrañable, dentro de mi familia, nos estremeció hace 20 años. Aquello empezaba en el Estado de México. En ese entonces apenas había documentación de casos y observatorio de números. No se llamaba feminicidio al hecho de matar a una mujer por ser mujer. El movimiento de las mujeres lo consiguió, como ha conseguido que una mujer, un grupo de mujeres, apoye a otra, a otras, las cobije, les enseñe lo que deben


DE PORTADA

7 DE MARZO 2020

-07-

Vivir en zozobra KYRA GALVÁN

A

Colectivos feministas se manifiestan contra la violencia de género.

saber para sentirse más seguras y fuertes, les muestre un camino de autonomía y autoafirmación. Esta solidaridad es pluridimensional, ha transformado las narrativas y continuamente las reelabora. Se le puede llamar feminismo o puede colocársele fuera de él, como hacen algunas activistas y pensadoras desde las comunidades, sin que haya por eso un deslinde de las coincidencias y la intención común: se trata de acabar con el encierro y el silencio obligado de las mujeres; de oponerse a la falsa condescendencia, al desdén y al ataque hacia lo femenino. La literatura se encuentra afectada, en buen sentido, por esta subversión. Uno de los libros más poderosos que he leído en los últimos tiempos es Silencio, el premiado poema de Clyo Mendoza, escritora oaxaqueña nacida en los años noventa. La belleza cruda, doliente, de esta poesía lleva a un territorio actual, minado por el cultivo de narcóticos y la precarización de los afectos, frente a la miseria material y la brutalidad militarizada. En él las voces femeninas se abisman ante lo indecible. A estas alturas puede afirmarse que la revolución de las mujeres es la de muchos hombres y va bastante más allá de los géneros porque es una revolución de la conciencia.

_

veces no comparto las noticias de feminicidios en mis redes sociales, porque siento una profunda vergüenza de lo que mis amigos extranjeros puedan opinar de mi país. Pensarán que somos una turba de salvajes sin control —me digo—, sumidos en un baño de sangre impronunciable y que México, nuestro adorado México, ha caído muy bajo, a una espiral de violencia donde las mujeres son las víctimas más frecuentes. Desafortunadamente, eso es cierto. Las causas de esta violencia son multifactoriales y es tema para uno o varios artículos aparte. Lo que es un hecho es que existe un clima de permisibilidad absoluta contra la mujer, ausencia de un marco de apoyo legal, corrupción, falta de autoridad del Estado, y una increíble insensibilidad para tratar la violencia, ya sean abusos, violaciones o feminicidios. Todo el sistema es patriarcal y abandona a la mujer en su vulnerabilidad. Ser mujer en México hoy significa que no hay espacio donde no peligre su integridad física o moral. Las mujeres y las niñas son susceptibles de sufrir inseguridad en la calle, en un taxi, en el trabajo, en su hogar y hasta en el ciberespacio. En México, las niñas son discriminadas o molestadas en las escuelas

por compañeros, maestros o directivos; en las oficinas, los jefes se sienten con derecho de acosar sexualmente a las empleadas, amenazadas con que, si denuncian, perderán el empleo. También se las hostiga en su decisión de reproducción: si se embarazan, las corren. En el transporte público, muchas hemos sido agredidas por los varones que se nos pegan para restregar sus genitales de manera cínica, para excitarse, y luego, eyacular. En la calle, tampoco estamos seguras, porque podemos ser secuestradas, manoseadas o agredidas con vulgares piropos que suelen tener un alto contenido sexual, que no halagan, sino ofenden. En el ciberespacio las mujeres y las niñas también están bajo amenaza no solo de ser víctimas de trata, sino simplemente acosadas, chantajeadas por el mal uso de fotografías íntimas, y abusadas verbalmente en correos de odio, o mensajes. Ser mujer en México hoy significa que no hay lugar ni hora donde puedas estar segura. Que, si eres madre,

Ser mujer en México hoy significa que no hay lugar ni hora donde puedas estar segura

y tienes una hija, no puedas dormir tranquila, si ella sale de noche, o se vea obligada a avisar todo el tiempo dónde está y con quién, a riesgo de perder su derecho a la privacía. Si tienes un accidente automovilístico, sentirás pánico de tener que presentarte a una oficina del Ministerio Público, mucho menos a denunciar una golpiza o una violación. Tampoco estarás segura en el hogar, si tu pareja ya ha mostrado signos de violencia, y si eres niña no lo estarás al lado de parientes masculinos. En la universidad, tus profesores te denostarán, te reclamarán haberte metido a estudiar una carrera de “hombres” y te harán comentarios acerca de tus piernas, o de que puedes obtener una buena calificación a cambio de ciertos “favores”. El feminicidio en México llega a cifras pavorosas, pero es la punta del iceberg, de un problema que se extiende a las raíces de nuestra realidad. Abajo hay muchas capas, como la venta de niñas, por un cartón de cervezas. Ser mujer en México es vivir en zozobra, con miedo de no regresar a casa, sana y salva; es ser ciudadano de segunda, percibida como un objeto desechable, de poca monta y sustituible. Ya no quiero tener vergüenza de ser hoy una mujer en México, por eso grito: basta.

_

Palomillas de San Juan

S

e abre el telón y se ilumina una cocina en la sierra alta oaxaqueña. En el centro de la mesa, un telegrama mantiene sobre sí las miradas de una madre joven y dos hijas, la pequeña de 14 años pronto dará a luz. El hombre de la casa ha anunciado su regreso. ¿Cómo le dirán que el vientre de la niña está bendito? En la segunda escena de Palomillas de San Juan, de Flor Velasco, las jóvenes obedecen a regañadientes a la madre y van en busca de lo necesario para agasajar al hermano mayor. En el mercado, a lo largo de los pasillos de un universo social complejo, entre los puestos de semillas y chiles secos sufrirán el desprecio de mujeres y hombres. Las hermanas se saben condenadas al exilio, pero… ¿dónde será eso? ¿Con

LOREL MANZANO

qué dinero? La obra no representa la historia de un feminicidio ni de una violación multitudinaria. Aquí la violencia y el machismo se ponen en acción casi con naturalidad, porque así ha sido desde hace siglos. Las raíces son hondas y están envenenadas. Velasco reconoce que una denuncia penal en contra del sacerdote del pueblo resulta impensable hasta para la propia víctima. Entonces, ¿cómo cortar las raíces venenosas, tan extendidas, de violencia contra la mujer? Sin lugar a dudas, el nuevo gobierno debe dar soluciones inmediatas frente a la violencia de género y, a su vez, planear una estrategia integral, de largo alcance, para garantizar el bienestar de las mujeres. Y a nosotras… ¿qué nos toca hacer? Poner en el centro de la mesa, como un

telegrama recién llegado, la discusión sobre la violencia largamente sufrida, nos coloca en un momento irrevocable. Quizá esta toma de conciencia en torno al significado de ser mujer en el México de hoy nos lleve a formular nuevas preguntas “para encontrar respuestas distintas”, como plantea Marta Lamas. Aquí mi ensayo: ¿la violencia en contra de las mujeres se habrá desbordado a tal grado como para destruir el cuerpo femenino e incluso los cuerpos de los hijos? ¿También han sido violentadas las mujeres que perdieron a sus esposos, padres y hermanos en la guerra contra el narco? En la última escena, la joven pregunta a la madre si de verdad su vientre está bendito, apaga la luz de la cocina y cae el telón.

_


-08-

TERTULIA

7 DE MARZO 2020

HUSOS Y COSTUMBRES

RELATO

Ya siéntese, señora ANA GARCÍA BERGUA

Y

a siéntese, señora. No deja ver todos los avances que hemos logrado, nomás tapa con su silueta rechoncha la esbelta gravedad de los problemas del país. Ya siéntense y asiéntense, señoras, señoritas, no arriesguen lo que han ganado: ya son ministras y secretarias de Estado —¡la mitad del gabinete! —, ya son empresarias, intelectuales, funcionarias. ¿Para qué quieren más? Si ser mujer en México es muy bonito, fíjense: todos les decimos siempre “con todo respeto”, independientemente de lo que les vayamos a hacer. El Día de las Madres hay festival en todas las escuelas y los restoranes están a reventar. Hasta a las señoras de 80 años les decimos señoritas, no se vayan a ofender. Hay algunos que las alburean, pero ustedes hagan como que no se dan cuenta. ¿Y para qué quieren salir solas de noche? Eso siempre ha sido peligroso, no tiene sentido, ¿qué no ven que les puede pasar algo? ¿No quieren ganar menos que los hombres? Pero es que entiendan, los hombres mantienen a sus familias, tienen más responsabilidades, ¿o no? ¿Son madres solteras? No, pues eso ya es un problema personal. ¿Aborto libre? No, señoras, eso es asesinato, pero como somos muy compasivos, a la que aborte solo le pondremos trabajo comunitario. Barrer y pintar, para que se les olviden esas ideas locas de disponer de sus cuerpos, esas cosas individualistas que son de lo peor, porque las mujeres siempre deben ser solidarias, acabar el trabajo pendiente, llegar primero, dar alivio y consejo, y servir garnachas si se ofrece. Aguerridas y aventadas solo como la Corregidora o Leona Vicario, o las Adelitas muy fieles a su Juan, el de causa trascendente. Así son las mujeres de izquierda: vea cómo cambian el pañuelo morado por uno blanco en un parpadeo, las admirables señoritas compañeras. ¿Ya no quieren que mueran mujeres? ¿Diez mujeres mueren al día en México por violencia de género? No, esperen, si muchos hombres mueren también por la violencia así en general. Nada les pasará si respetan los valores, a la familia y a los abuelitos. ¿Los abuelitos también violan? Ya siéntese, señora, puro argüende, usted. Y si pidieron ayuda a un policía, y el policía las violó, eso es la fatalidad; ya les estamos dando cursos y en cuanto se acabe el neoliberalismo serán como los mismísimos ángeles. La trata se acabará también con el neoliberalismo, cosa de tener paciencia. Corrupción no hay, ésa ya se acabó, ni la mencionen. Y fíjense cómo hemos escuchado con paciencia infinita su bla bla bla, señoras que hablan mucho y no se sientan, ni siquiera cuando ya les dieron su despensa y su beca y su rosa del Día de las Madres, y limpiamos con mucho cuidado los monumentos que pintarrajearon, locas. Ustedes que no respetan nuestra historia y nuestros valores y no se dan cuenta de que sus inconformidades se las susurran la derecha, el neoliberalismo (antes del neoliberalismo no había patriarcado), el individualismo y los malos empresarios y políticos. Ya esténse, porque no son nuestra prioridad. Ya siéntense, mamacitas.

Así son las mujeres de izquierda: vea cómo cambian el pañuelo morado por uno blanco

_

Cabalgar estrellas

E

LOLA ANCIRA FOTOGRAFÍA ARACELI LÓPEZ

s la segunda vez durante esta semana, y apenas es miércoles. Dalila va parada enfrente de él y, aunque el hombre sentado del lado de la ventana se cubre con una mochila, ella lo ve agitar su mano izquierda con prisa. Se pregunta por qué quien va a su lado no se queja y solo evita mirarlo. El lunes notó también que el sujeto delante de ella en los asientos movía el brazo derecho de una manera mecánica y repetitiva. Dalila imaginó lo que él estaba haciendo y miró alrededor. Nadie reaccionó. Aunque su madre está algunos asientos atrás, va al pendiente de ella. Al bajar en la estación de metro, Dalila no menciona lo sucedido porque, de nuevo, la confusión la deja muda. Además, toman ese autobús a diario, y cambiar de ruta no es una opción. Dalila ha sido testigo de silbidos, gritos y hasta insultos cuando su madre les responde. Nota que los hombres ven a Zaira con una mirada distinta, y algunos, al pasar a su lado, se le acercan al oído para susurrar cosas que le generan muecas de asco. Incluso a ella la han mirado así. Una de esas veces fue una mañana en la que no pudieron abordar el metro en los vagones preferenciales. Un viejo la veía fijamente y buscaba

acercarse. Dalila puso al tanto a su madre y ésta lo encaró. Entonces él empezó a vociferar que estaban locas y se bajó en la siguiente estación. El resto solo miraba como aquella vez en la que, de regreso a casa, Zaida empujó a un sujeto que se le acercó demasiado. Él se rio y se alejó de los reclamos a gritos. O cuando su madre le arrebató el celular a un joven por fotografiarla y recibió un puñetazo en el rostro. A sus ocho años, la niña tiene claro que, cuando las agreden, una multitud es inútil. Es como si aquello ocurriera en otra dimensión, como si no las pudieran ver ni escuchar. Como si fueran fantasmas, o menos aún, sombras de fantasmas. El viernes por la tarde, Dalila charla con su abuela, quien vive con ambas. “Llámame en cuanto llegues al trabajo” y “avísame en dónde estás” son, según Dalila, sus dos frases favoritas, pues las escucha a diario. Cuando termina la tarea, ve televisión. Su abuela prepara la cena y le pregunta qué quiere para su cumpleaños, ya

A sus ocho años, la niña tiene claro que, cuando las agreden, una multitud es inútil

próximo. La niña le cuenta de su gusto por los caballos y sus ganas de convertirse en jinete cuando sea mayor para así poder cabalgar estrellas, pues su madre le aseguró que era algo que le encantaría hacer. La abuela sonríe al escuchar las fantasías imposibles mientras las imagina. Zaira sale de su empleo y se dirige al metro. Dos cuadras antes, un hombre aprovecha la oscuridad entre la luz mortecina de un faro y otro para atacarla por detrás. Le cubre la boca y la arrastra a un baldío. En el forcejeo, ella suelta la bolsa donde carga un gas pimienta. Poco después, una figura encorvada se abre paso entre la maleza y la basura y desaparece con agilidad. En el escenario, un teléfono celular suena sin tregua junto a un cuerpo aún tibio. La fatídica noticia llega de madrugada. La abuela, con el corazón fracturado, enfrenta a la par el duelo y la orfandad de Dalila, de quien debe hacerse cargo. No sabe cómo explicarle lo sucedido, pero tiene que hacerlo. Poco antes del amanecer, la despierta y le pide acompañarla a las jardineras. A pesar de la contaminación, algunos astros se esfuerzan por resplandecer. Le señala el cielo, suspira y suelta las primeras palabras: —Mi amor, tu mamá ya está ahí arriba, cabalgando entre las estrellas.

_


EN LIBRERÍAS

7 DE MARZO 2020

ENSAYO No son micro

Sabias

-09-

A FUEGO LENTO Armonías y suaves cantos

Islas, no un continente ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

E Claudia de la Garza, Eréndira Derbez Grijalbo México, 2020 199 páginas

Adela Muñoz Páez Debate México, 2019 365 páginas

Anna Beer Acantilado España, 2019 432 páginas

Con una estructura que privilegia la síntesis discursiva, este libro avanza por los llamados “micromachismos”, término acuñado en 1990 y que intenta englobar aquellos actos imperceptibles, mínimos, protagonizados por hombres, que expresan una violencia cotidiana y persistente contra las mujeres. Como apunta el prólogo, “estas acciones han sido normalizadas y naturalizadas al grado de que no las vemos, incluso son justificadas y legitimadas por la sociedad”.

Se atribuye a Endehuanna la primera obra literaria concebida por una mujer, en la Babilonia de los años 2300-2225 antes de Cristo. No fue un caso aislado. La mujer era sacerdotisa, creadora y gobernante pero muy pronto habría de abandonar esos papeles ante el empuje del poder patriarcal. Este apasionante estudio va en busca de aquellas que, a pesar de la prohibición y la marginación, siguieron el ejemplo de Endehuanna y contribuyeron al desarrollo de las ciencias.

Por desgracia, ejemplos de destinos trágicos femeninos en la música no escasean. Sin embargo, como aclara Beer, su propósito no es mostrarlos en este libro; el subtítulo, Las mujeres olvidadas de la música clásica, aclara sus intenciones. Beer elige ocho compositoras que van del siglo XVII al XX y lo que hace es “celebrar sus logros”, dentro de una línea que llama “relato de superación” en el que las protagonistas vencen obstáculos para cumplir su vocación.

n el relato laberíntico de la narrativa mexicana escrita por mujeres durante la última década, observamos más desencuentros que afinidades, más islas que un continente estético o ideológico. No hay, por fortuna, un programa. ¿Qué tienen en común, por ejemplo, Anticitera (2018) y Temporada de huracanes (2017)? Allá, Aura García-Junco imagina un mecanismo capaz de alterar el orden del universo; acá, Fernanda Melchor trata por igual a víctimas y victimarios, hijos derrotados de la indigencia moral. Si algo comparten, y con eso basta, es una visión literaria de la realidad. Lo que deja la lectura de cuentistas y novelistas es una impresión de algarabía. Concurren voces tan distintas que resulta un despropósito hablar de una orden. Hallamos, por supuesto y por desgracia, expresiones en las que descuella un sentimiento gregario. Hablo de la novela histórica, cuyas representantes se han dado a la tarea de reivindicar a figuras femeninas a quienes los discursos tradicionales han asignado un papel de comparsas. Heroínas, artistas, rebeldes y luchadoras sociales dejan las sombras para ocupar el centro del escenario, aunque irremediablemente de la mano de esa clase de estilo que solo pueden comerciar los talleres de escritura creativa. En el relato se imponen la geografía del deseo de Ana Clavel y los monstruos familiares de Liliana Blum, los temores arcaicos a los que Bibiana Camacho hace volver cada noche y el tránsito de la inocencia a la crueldad delincuencial de la primera novela de Orfa Alarcón, los encuentros con la muerte en los cuentos de Claudina Domingo y la cotidianidad descolocada de Karen Chacek, las enormes preguntas con las que Brenda Lozano interroga a las pequeñas cosas… No quiero componer una lista; quiero tan solo adelantar una mínima cartografía personal en la que la buena literatura sea lo único reconocible. Descubrimos que en amplias zonas de la narrativa mexicana escrita por mujeres en la última década La Mujer no ocupa obligadamente el centro del mundo. Falsa liebre (2013), la primera novela de Fernanda Melchor, fija su mirada en un par de niños que sobreviven prostituyéndose en los baños públicos del Centro Histórico de la Ciudad de México. Campeón gabacho, con la cual Aura Xilonen obtuvo el Premio Mauricio Achar en 2015, concentra sus virtudes en un pícaro que se gana la vida como peleador callejero. Cuando La Mujer ha sido el dogma y el credo narrativo el resultado ha sido una lamentable sucesión de historias sobre la sexualidad marchita; las tías solteronas; los olores y sabores de la cocina; la sumisión al general o político o narcotraficante; el reencuentro con quienes alegraron la juventud; el ruido de los nietos corriendo bajo la lluvia; historias de corte y confección aptas para aburridas amas de casa, lejos, muy lejos, de un atisbo a la condición humana. El lugar de la denuncia o el activismo está lejos de la literatura: quizá en un manifiesto, en un programa social o, de perdida, en un desplegado.

_


-10-

LITERATURA

7 DE MARZO 2020

RESEÑA

¿Venganza o reivindicación? La colección Vindictas sale a la luz con el rescate de cinco escritoras marginadas por el tiempo GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA UNAM

C

on Tita Valencia, Luisa Josefina Hernández, Marcela del Río, María Luisa Mendoza y Tununa Mercado, se inaugura la colección Vindictas, una propuesta de Socorro Venegas, directora de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Se trata de una apuesta por reivindicar —no tomar venganza, como podría insinuar el título de la colección— a escritoras latinoamericanas del siglo XX con obra publicada y sin haberse reeditado en 20 años. Con un primer tiraje de 2 mil ejemplares, el proyecto aspira a renovarse con dos títulos cada trimestre e incluir no solo escritoras, también dramaturgas y mujeres de ciencia. Esta idea, acogida con entusiasmo por Jorge Volpi desde la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, será retomada en distintas áreas que incluyen la danza, la música y las artes visuales, como una iniciativa integral en un momento clave, cuando la Universidad se ha cimbrado a causa de la incidencia de feminicidios, acoso y abusos. La colección Vindictas viene a colocar en el centro las voces de mujeres que quedaron marginadas, a revertir la mirada masculina que a lo largo del tiempo ha desdeñado el trabajo de grandes escritoras cuya obra merecía un lugar preponderante en el canon literario. Y lo hace de la mano de narradoras, ensayistas y poetas nacidas en la década de 1980, quienes acompañan cada edición con un prólogo. Entre ellas, Ave Barrera, coordinadora editorial del proyecto, Nora de la Cruz, Lola Horner, Jazmina Barrera y Claudina Domingo. “Escritoras exhumando a

escritoras”, acota Socorro Venegas, “jóvenes que han exorcizado los temores —aún vigentes— de sus antecesoras a través del #MeToo”. Minotauromaquia. Crónica de un desencuentro desenmascara la relación tormentosa que Tita Valencia vivió con uno de los escritores más encumbrados del siglo XX en México: Juan José Arreola. La concertista, cuya novela se integra de párrafos breves con reflexiones que la asaltaban mientras tocaba el piano, fue vilipendiada por atreverse a exponer a un autor admirado. Claudina Domingo dice en el prólogo: “¿Por qué, por qué el amor femenino ha de tener por todo sostén tan frías, tan húmedas y tan vastas transparencias? […] El error —creo— está en hacer una mística de las relaciones humanas. […] El marido, el amante, la hija te piden, ¡te exigen!, temperaturas normales”. Enseguida un párrafo que confirma el poder narrativo de la autora:

Con un tiraje de 2 mil ejemplares, el proyecto aspira a publicar dos títulos cada trimestre

La luna como una bomba de tiempo, como una mina encallada entre las espigas de marzo. Desmiente ese dicho: jamás evacuaste de mí tus tropas de ocupación porque jamás me ocupaste. Agité banderas blancas, acudí yo misma a tu encuentro para entregarte las llaves de la ciudad, y me despojé de mis armas una a una. Tanta gratuidad y disponibilidad te repugnaban. Si sufriste, tu dolor fue el de los sitiadores que ejercen el crimen desde perímetros

exteriores, no el del vándalo que saquea, incendia y comparte con el vencido la sed y las ruinas. E hiciste imposible el pacto.

La publicación de este libro, Premio Xavier Villaurrutia, provocó escándalo en la escena literaria de la época. A partir de entonces, Tita Valencia no volvió a escribir. De la argentina Tununa Mercado, quien se refugió en México durante la dictadura militar, se publica En estado de memoria, con introducción de Nora de la Cruz. Se trata de una reflexión íntima sobre el exilio, la identidad y la resistencia al olvido. En el capítulo “El frío que no llega”, se refiere al exilio como un “mural riveriano, con protagonistas y comparsas, líderes y bufones, vivos y muertos, enfermos y desposeídos, corroídos y corrompidos, […] y lo que resalta en el paño acotado y lo que vibra en el paisaje es, irremisible, la melancolía”. Más adelante, escribe: El tiempo del exilio tiene el trayecto de un gran trazo, se extiende según un ritmo amplio y abierto, sus curvas son como las olas, oceánicas y lejanas de las playas, que no tienen rompientes y se parecen más a la idea del horizonte; el tiempo sucede más allá, en otro sitio, se lo oye transcurrir en los silencios de la noche, pero se lo aparta, no se lo quiere percibir porque se supone que el destierro va a terminar, que se trata de un paréntesis que no cuenta en ningún devenir.

Por otro lado, y con una respiración muy distinta, está el libro De ausencia, de María Luisa Mendoza. Quienes

conocimos a La China sin duda la recordamos por su chispa y humor. El título, ahora en la colección Vindictas, desborda los límites del lenguaje y, de acuerdo con su prologuista, Jazmina Barrera, “el humor en este libro es parte del gozo pantagruélico que Rabelais habría podido escribir solo si hubiera sido mujer”. Así lo muestra el siguiente párrafo:

¿Sabes, Virgen?, no es cierto que lo vi así, como te digo, de plano en calzones nada más, sino digamos en un cuarto de calzones, cuando los calzones sacan las manos del tiro del pantalón para en el ombligo, no te lo quiero decir con sus propias palabras porque me da vergüenza y unas ganas inmensas de gritar a grito pelado en la feria de San Juan, te digo, como ranchera o pelafustana o desquiciada o borrachita, digo, Virginia, entiéndeme, si hay algo raro, para ser franca y sencilla, en un hombre que conoces un poco, o de plano nada, es la bragueta abierta y los calzoncillos abajo.

Los dos títulos restantes, El lugar donde crece la hierba, de Luisa Josefina Hernández, y La cripta del espejo, de Marcela del Río, son presentados por Ave Barrera y Lola Horner, respectivamente. El proyecto ha sido celebrado por la comunidad literaria en general. Sean bienvenidas estas mujeres valerosas y su escritura aguda, punzante, arropada por sus herederas en un siglo XXI donde se las verá desde otra perspectiva. Aun así, queda en el aire la pregunta: ¿en una sociedad machista, como la nuestra, realmente se ha dado un cambio en la sensibilidad?

_


ESCENARIOS

7 DE MARZO 2020

DANZA

-11-

DOBLE FILO

El violador en tu casa FERNANDO FIGUEROA

C Bailarinas de la compañía Contempodanza.

Cuerpos en resistencia ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA SECRETARÍA DE CULTURA

E

ste próximo 8 y 9 de marzo miles de mujeres nos hemos convocado a salir a las calles primero, y realizar un paro después. Esto con el fin de alertar a México y al mundo sobre una situación alarmante respecto de la condición de las mujeres en el país. Existen múltiples análisis sobre las causas que han incrementado la violencia hacia las mujeres. Las estadísticas debieran provocar una emergencia nacional, pero lastimosamente se ha normalizado, minimizado y hasta ignorado dicha emergencia. Esto ha colocado a las mujeres en general, y de México en particular, en un estado profundo de vulnerabilidad e indefensión. La agenda que las mujeres hemos colocado no solo se centra en la alarmante violencia sino, sobre todo, en una estructura patriarcal que sostiene estos comportamientos que distan mucho de lo aislado, y son sistemáticos. El feminismo aporta, pues, una categoría de análisis y una serie de herramientas para evidenciar que no existe una sola forma de estar en el mundo, y por tanto tampoco es uno el camino de ejercer la corporalidad ni de pensar o producir. Esto para la danza representa un enorme reto, pues un origen, el de la danza clásica, se encuentra íntimamente ligado a la construcción social de lo que significa ser mujer u hombre. Abordar de un modo crítico el repertorio clásico

es una urgente necesidad al pensar en la formación de bailarinas y bailarines. Con ello no se sugiere proscribir el repertorio clásico, como maliciosamente algunos han interpretado. Se trata de abordarlo con un sentido crítico sobre los roles de género y sobre conceptos como el amor, los celos, el romanticismo, etcétera. Esta mirada puede, en muchos casos, derivar en reinterpretaciones coreográficas de las danzas de repertorio como las de Nacho Duato, La Ópera de París, Diego Vázquez, Aurelié DuPont, entre otros. Tampoco sugiero caer en el reduccionismo y saturar las propuestas coreográficas con temas “sobre las mujeres”, con todas las ambigüedades que esto puede suponer; por el contrario, planteo la toma de la responsabilidad social del artista con su realidad concreta para colocar un espejo y asomarse a ella, que no por ser terrible escapa a los lenguajes del arte y sus categorías. Haydé Lachino, Carolina Ureta, Tania Pérez Salas, Cecilia Lugo, Carmen Correa, son algunas de las bailarinas y coreógrafas que han tomado, desde sus múltiples

El feminismo aporta un análisis para evidenciar que no existe una sola forma de estar en el mundo

problematizaciones, la agenda de las mujeres que el movimiento feminista ha puesto sobre la mesa, dentro de la que destaca la violencia. Esto nos lleva a otro plano de reflexión: el del cuerpo pensado desde el ámbito escénico. El cuerpo pensado como territorio y no solo como herramienta del arte u objeto de consumo. El cuerpo como territorio no escapa a la dinámica violenta, inherente a esta etapa del capitalismo. Ejercicios escénicos como Proyecto Mujeres coloca en escena la realidad del cuerpo femenino, concreto y diverso: cuerpos que se duelen, cuerpos desaparecidos o expuestos con extrema violencia; pero también piensa en los cuerpos como primer espacio de la resistencia. La resistencia de existir mujer en un mundo-país que las desprecia. Cada una de las bailarinas, coreógrafas y artistas que reflexionan sobre la condición de la mujer, allende la frivolización del tema, trabaja por la transformación radical de México. Cada una de sus propuestas escénicas es imprescindible para pensar cómo se gobiernan los cuerpos de las mujeres, en el escenario y en la vida; y mediante qué mecanismos recuperamos su autonomía. En los próximos días haremos visible, a través de nuestra presencia y nuestra ausencia en el espacio público, lo que de muchas maneras se ha negado. La existencia de las mujeres en un cuerpo colectivo para resistir.

_

uenta la actriz Guadalupe Damián que le impactó tanto leer el monólogo Una madre, de Dario Fo y Franca Rame, que quiso utilizarlo en una versión libre “para crear un personaje que contara cosas que a mí me preocupan en estos tiempos”. En el texto de los dramaturgos italianos quien habla es una mujer que se entera, a través de un noticiario de televisión, que su único hijo es miembro de la organización terrorista Brigadas Rojas y que ha sido detenido. En la versión mexicana es un joven que por las noches sale en manada a violar mujeres. Independientemente del contenido de la obra, en este caso Una buena madre, destaca la soberbia actuación de Guadalupe Damián, quien es una cuando platica con Laberinto y otra muy distinta en el escenario; algo que suena a perogrullada, pero que en realidad sucede pocas veces: la mayoría de los actores suelen ser ellos mismos cuando trabajan. En Una buena madre, el personaje Mariana narra con buen humor el proceso de gestación de Leo y los avatares de una madre primeriza a la que le encanta hacer panqués de arándano para expresar su amor. De hecho, los prepara realmente en la cocina donde se desarrolla toda la obra, dando como resultado que el pequeño espacio de la Sala Novo, del teatro La Capilla, se llene los martes con un dulce aroma. Guadalupe Damián estudió actuación en el Centro Universitario de Teatro y ya había hecho un monólogo: Molière por ella misma, de Françoise Thyrion. Para la adaptación de Una madre contó con el amparo de la Beca para Creadores Escénicos del FONCA; en este montaje se dirige a sí misma con ayuda de Juan Carlos Vives. Afirma que las mujeres mexicanas han sido, son y tendrán que seguir siendo valientes para ser libres. Al final de Una buena madre, Mariana toma partido por las jovencitas que han sido abusadas por la manada y actúa en consecuencia. La actriz considera que la sociedad en su conjunto debe cambiar el discurso machista que se transmite de una generación a otra, incluyendo a las madres: “Es triste saber que algunas mamás de narcos se sienten orgullosas de lo que hacen sus hijos”. Añade: “También debemos transmitir a las hijas confianza en sí mismas y respetar su derecho a una sexualidad libre y placentera”. Guadalupe Damián, quien considera que la base del cambio está en el cuidado de los niños propios y ajenos, dice que el próximo lunes, día del paro nacional de mujeres, se reunirá “con mi mamá, mis hermanas y sobrinas para hablar de nosotras y de mi bisabuela, que ya murió”.

_

La actriz Guadalupe Damián.


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

7 DE MARZO 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Todas iban a ser reinas DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

M

aría Luisa Camarillo Chávez, de trece años; Damiana Meraz Rodríguez, de catorce; María Isabel Ávila Tovar, de catorce; Blanca García Cortés, de dieciséis; Graciela Riojas Uresti, de quince; María Concepción Velázquez Rodríguez, de dieciséis; Juana Pacheco Canizales, de dieciséis; María del Rosario Cázares Duque, de quince; María de la Luz Reyna Bernal, de diecisiete; Silvia Rodríguez Fernández, de quince. Son apenas diez nombres que tomé de la prensa de Monterrey de 1971; nombres de muchachas que salieron a trabajar, a la tienda, a pedir empleo, al cine, a la escuela, a casa de la abuela, con otra amiga y no volvieron. En aquel entonces yo tenía diez años. Recuerdo que miraba largamente las fotografías de las muchachas “extraviadas”, tomaba nota de cómo iban vestidas y me asomaba por la ventana o estaba atento si salía a la calle para

MONTERREY

La ciudad fundada en 1596.

“encontrarlas” e informarles cuál era el camino correcto a casa, pues las notas siempre indicaban una dirección o un teléfono. Cuando salió vestía “saco blanco y una falda a rayas” o “vestido de color rosa” o “hot-pants de color azul” o combinaciones tan llamativas como “falda verde floreada, blusa mostaza, suéter amarillo y huaraches de hule negros”. Para cuando aparecían esos avisos en la prensa, siempre bajo el título de “Pesquisa”, ya tenían al menos tres días de haberse ausentado, y algunos se redactaban ya sin fe. “Trabajaba”, decían, “estudiaba”. En aquellos años no se tomaba un mar de fotografías; por eso las imágenes podían tener dos o más años de antigüedad. Solían ser fotos de estudio que presentaban a las muchachas con las galas de una graduación o primera comunión o fiesta familiar. Todas eran bellas e inspiraban un quijotesco amor. Como casi todos los niños, yo tenía el sueño de salvar a la muchacha en

apuros. Pero cincuenta años después, el sueño nunca se materializó. No he salvado a nadie. Ellas siguen saliendo a la aventura cotidiana de vivir, y como María Luisa, Damiana, María Isabel, Blanca, Graciela, María Concepción, Juana, María del Rosario, María de la Luz y Silvia, muchas ya no vuelven. Todos íbamos a ser caballeros. Todas ellas iban a ser reinas de diez reinos sobre el mar. Lo decían embriagadas y lo tuvieron por verdad, que serían todas reinas y llegarían al mar. Mas ocurrió que no ocurrió. El poema, como el de Ajmátova, se quedó sin héroe, y entonces su voz fue la de Tsvetáyeva: “Nosotras que cantamos con cada nervio la gloria de los dioses, que no nos doblegamos por las noches ni ante la cuna ni ante la rueca; nosotras, que pasamos las veladas estrelladas en el edén; nosotras, amadas hermanas, vamos que volamos al infierno”. Ellas cantan y gimen, ah, dios de las malas cosas, ojalá te pudras.

_

CAFÉ MADRID

La enfermedad de Lorrie Moore

A

principios de la década de 1990, cuando sus cuentos ya la habían consolidado en el panorama literario estadunidense, Lorrie Moore recibió la carta de un conocido que le decía: “he estado siguiendo y disfrutando tu trabajo. Está mejorando: se vuelve cada vez más profundo y más enfermo”. No le decía que sus textos eran más bellos o más conmovedores o más divertidos. Le decía que eran más “enfermos”. El calificativo, desde luego, motivó la reflexión de la autora y el resultado fue un lúcido ensayo titulado “Sobre escribir”, incluido en A ver qué se puede hacer, la antología de textos periodísticos que la editorial Eterna Cadencia publicó el año pasado en Argentina y que acaba de llegar a España. Soy lector de Lorrie Moore desde el día en que cayó en mis manos Pájaros de América, sus primeros relatos, llenos de acidez, sentido del humor e ironía, que analizaban y cuestionaban la cotidianidad social de su país tan imperfecta como la de cualquier otro. Luego devoré muchos más de sus cuentos y con Al pie de la escalera, su novela sobre una chica que se esfuerza por madurar mientras comienza a trabajar como niñera de una pequeña afroamericana, adoptada por un matrimonio de blancos a punto de resquebrajarse, supe del magnetismo que puede llegar a poseer una historia tan sencilla como bien contada. La antología recién publicada es una miscelánea de sus intereses. Lo mismo se ocupa de los libros y escritores fundamentales en su formación que de las películas, series de televisión, música pop y figuras políticas

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA AP

relevantes para su día a día. Si el libro se llama A ver qué se puede hacer es porque esa era la frase con la que el legendario director de The New York Review of Books, Robert Silvers, remataba los correos electrónicos con encargos para Lorrie Moore. Le decía: “te voy a mandar tal libro, échale un vistazo, a ver qué se puede hacer”. Y para la escritora, esa coletilla era la posibilidad de sorprenderse. Así que al terminar de leer el libro, lo que

Encontró la fórmula para convertirse en una crítica cultural tan aguda como ecléctica

podía hacer era contribuir a la conversación cultural con una reseña o un comentario o un ensayo crítico. “Los escritores somos afortunados. No se puede bailar una reseña de una obra de danza, pero un escritor puede escribir una reseña de una novela y así la tertulia no queda en manos de personas que no practican el arte en cuestión”, puntualiza en la introducción del volumen. Tener la suerte de encontrar un buen editor y disponer de un amplio espacio en una publicación prestigiosa la llevó a encontrar la fórmula para convertirse en una crítica cultural tan aguda como ecléctica: “se trata de tomar una cosa, estudiarla, sacudirla, hacerla rebotar sobre una superficie quieta para ver cuánta

La escritora estadunidense, autora de Pájaros de América y Al pie de la escalera.

vida imaginada y cuánta vida vivaz ha sido incluida en ella. ¿Navega? Observa. A ver qué se puede hacer”. Su lenguaje es claro, no asfixiante, ni siquiera contaminado por la academia. Habla del trabajo de los otros, de sus particularidades y excentricidades, con conocimiento de causa porque ella también es escritora. Intenta comprender qué sentimientos contiene la obra, qué le hace sentir al lector, qué dice sobre nuestro mundo y nuestras vidas y nuestros sentimientos. Moore, ya digo, tiene piezas estupendas en este libro, pero la reflexión desencadenada por aquella carta que un día recibió ayuda a comprender la estructura de toda su obra. Explica: “La compulsión de leer y escribir (estoy segura de que es una compulsión) es una forma de circuito mental que la especie ha seleccionado, a lo largo del tiempo, mientras el periodo de vida aumenta, para mantenernos interesados en nosotros mismos. […] ¿Pero los impulsos hacia esa travesía son patológicos?” Lo son, reconoce, y al no quedarle otra salida también asume aquel calificativo de su trabajo: “Tal vez sí sea algo medio enfermo el escribir de forma intensa y cuidadosa; no con la propia pluma a un brazo de distancia, sino, quizá, con la mano cerca del corazón, moviéndose como una aleta, la propia, acercándose a la página, escuchando con el oído y la mejilla, los labios formando las palabras. Martha Graham habla del término islandés ‘ansioso de fatalidad’ que denota esa difícil prueba del aislamiento, la inquietud, el encierro que experimentan los artistas cuando están enfermos con una idea, como me pasa a mí”.

_


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.