Suplemento cultural de MILENIO
LABERINTO HUSOS Y COSTUMBRES
CIENCIA
ANA GARCÍA BERGUA
GERARDO HERRERA CORRAL
La belleza paseaba por Venecia
Quarks, Tamiflu y Covid-19
Foto: Alta Cinematografica
SÁBADO 02 DE MAYO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 881
Edgar Morin en la encrucijada global Juan Manuel Gómez/ FOTOGRAFÍA: AFP
Foto: AP
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ANTESALA
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DOBLE FILO
Arturo Beristáin: un mundo mejor FERNANDO FIGUEROA
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rturo Beristáin es hijo de los actores Luis y Dolores, hermano del cinefotógrafo Gabriel, padre de la directora Natalia y del actor Camilo, y sobrino nieto del comediante El Cuatezón, todos ellos del mismo apellido artístico. Ganador de un Ariel por su trabajo en El castillo de la pureza (1972), Arturo estudió piano en el Conservatorio y actuación en el INBA. Ha participado en más de cien obras de teatro y un buen número de películas y telenovelas. Una pieza que le encante tocar en el piano. Vals número 9, de Brahms. El mejor pianista que ha escuchado. A Rubinstein no lo escuché en vivo, pero yo me llamo Arturo porque él era el pianista que más admiraba mi padre. Un recuerdo de Eduardo Mata. Cuando hicimos La historia del soldado, de Stravinsky, entendí que la música no salía de los instrumentos sino de su batuta. ¿Cómo fue trabajar a los 20 años con Arturo Ripstein? Fue muy generoso. ¿De qué tamaño fue la frustración por la censura al personaje de Lázaro Cárdenas en Senda de gloria? Muy grande. También ha interpretado a Santa Anna y Porfirio Díaz. ¿Quién le simpatiza más? Santa Anna solo fue un tipejo acomodaticio. ¿Qué es el teatro? Una forma de mejorar el mundo. ¿Cuántas funciones ha hecho de Conferencia sobre la lluvia? Como 150. ¿Cuál es la parte que más le gusta de esa obra de Juan Villoro? Cuando el bibliotecario habla de su amor por Laura, la musa de Petrarca. ¿A qué se parece hacer un monólogo? A correr un maratón. Defina en una frase su estancia en la Compañía Nacional de Teatro. Es un privilegio y un honor. Rafael Ruiz Guízar y Valencia, interpretado por usted en una radionovela, en tres palabras. Un hombre bueno. La leyenda dice que fue asesinado por su sobrino, Maciel. ¿Quién escribirá la historia de la dinastía Beristáin? No lo sé, pero estoy muy agradecido con Elisa Lozano, quien montó la exposición de la familia en la Cineteca. ¿Le incomoda que El Cuatezón haya sido cuate de Victoriano Huerta? Se equivocó al acercarse tanto al Chacal. Le hice un homenaje en Las tandas y tundas. ¿Conoció a Efraín Huerta? Él era muy amigo de mi casi hermano Alejandro Aura. Acabo de utilizar uno de sus poemínimos para invitar a la gente a quedarse en casa: “No puedo/ dejar de/ escribir/ porque/ si me/ detengo/ me alcanzo”. Recomiende a los lectores un libro para la cuarentena. El amor en los tiempos del cólera. Un recuerdo de la Guilmáin. Me dio la alternativa en el teatro.
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Guerra Fría. Dirección: Paweł Pawlikowski. Polonia, Gran Bretaña, Francia, 2018.
HOMBRE DE CELULOIDE
Comunismo, vodka y jazz
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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA MK2 PRODUCTIONS
os amorosos”, dice Jaime Sabines, “no encuentran, buscan”. Y andan como locos. Los personajes de Guerra Fría se buscan y cuando se encuentran se pierden para volver a buscarse. La película del polaco Paweł Pawlikowski es muchas cosas. Cuenta, por ejemplo, la forma en que rápidamente se avejentó el sistema comunista en Polonia, es testimonio de cómo los emigrantes no encuentran consuelo lejos de su tierra y es, sobre todo, una historia de amor. Una épica historia de amor. La película gira en torno a Víctor y Zula. Él es un etnomusicólogo que hacia el final de la Segunda Guerra Mundial recorre Polonia buscando documentar las expresiones musicales de campesinos y pastores. Ella es campesina y ha estado en la cárcel por acuchillar a su padre para defender a su madre. Con apoyo del gobierno, Víctor y sus compañeros crean en un viejo palacio polaco una compañía de danza y canto folclórico; Mazurca, le llaman. Aquí sucede lo inevitable: Víctor y Zula se conocen en el sentido bíblico y recorren juntos todos los estratos del amor. Desde el punto de vista material, la obra tiene dos influencias principales: Bergman y Tarkovski. Rodada en
blanco y negro, Guerra Fría se mueve a un ritmo que parece el de los amantes cuando comienzan a besarse. Cuando Víctor escapa, crece el ritmo hasta que estalla en una serie de hermosas viñetas que Pawlikowski recrea en París, Yugoslavia y un campo en Polonia donde los amantes miran al trigo moverse. Guerra Fría está contada en cuadros que en conjunto forman un mosaico épico. En este sentido, la película recuerda a la novela de Pasternak, Doctor Zhivago. Y es que cada pequeño capítulo avanza nuestro conocimiento del drama. Hay también algo de realismo soviético pero, llegado el momento, la historia da un giro y la música popular, la mazurca, se transforma en jazz. Los amantes se buscan. Hemos llegado a París. Es de madrugada. Un hombre espera en un bar. La mesera le pide que se vaya. Dice: “no vendrá”. Entonces se abre la puerta y tiene lugar una de las escenas más románticas del cine del siglo XXI.
Guerra Fría puede verse en México a través de múltiples sistemas de streaming
Llegados aquí, resulta evidente que Pawlikowski nos ha hecho pasar de la ilusión del triunfo del proletariado a la caída del sistema, del encuentro amoroso a una relación que tiene todos los elementos de las grandes historias de amor: el encuentro, la curiosidad, la pasión sexual, la tensión amorosa, la separación, los celos involuntarios primero y más tarde la provocación (los celos voluntarios). La borrachera, la violencia. Y el mundo se desploma al lado de los amantes, muere Stalin, Polonia está a punto de salir del comunismo, pero a ellos solo les interesan ellos mismos. La música, la dialéctica y el materialismo histórico dejan de importar. La tensión de la película está en el reconocimiento de nuestros propios amores. De haber estado ahí. Ver esta obra es como disfrutar una canción apasionada y beberse un vodka. Zula deja de ser la muchachita que baila mazurcas para convertirse en jazzista. Y más. Una de las grandes virtudes del guion consiste precisamente en que no necesita explicaciones para decir lo que ha sucedido. Así transcurren décadas, etapas históricas y nuestros amorosos no se dejan de buscar. Pawlikowski, se ha dicho, dirigirá próximamente una adaptación de Limonov de Carrère. Se trata de un autor que no hay que dejar de seguir.
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POESÍA
El ogro VÍCTOR MANUEL MENDIOLA
Camino por la playa y me tropiezo con una ampolla verde de cristal. La redonda botella me habla igual que un hombre en una celda. Me embeleso con esa voz. Oigo el bien. Oigo el mal. Destapo la botella. Escapa el peso contraído de un gas y en un bostezo surge el simún de un Ogro. El vendaval se levanta hasta el cielo y me pregunta: “¿Qué quieres?”. En sus ojos, la marea del mar me ahoga. Yo no quiero nada. Pero el Ogro me hostiga con la punta de su lengua y me pide alguna idea para entender la vida desgraciada. Este poema forma parte de El león de José, libro inédito.
EX LIBRIS
El sueño de Percy B. Shelley II/ EKO
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LOS PAISAJES INVISIBLES
Iluminado IVÁN RÍOS GASCÓN
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@IvanRiosGascon
i alguien le hubiera dicho a Luis Buñuel que algo parecido a su parábola de El ángel exterminador (1962) iba a eclipsar al planeta entero, lo más probable es que habría reído de buena gana, tan afecto a las bromas él, afición que solía mezclar con el ensueño y que adoptaba, incluso, el cariz de fantasía perfecta, como la de un día de caza con Luis Alcoriza: Buñuel le señala un águila en la rama de un árbol, y éste la derriba de un pistoletazo. Al recoger su presa, Alcoriza advierte que es un espécimen disecado y aún conserva el ticket de la tienda colgado de las patas, o el de la leyenda que imaginó tatuarle en el vientre a una prostituta para desvanecer la arrogancia donjuanesca del mismo Alcoriza: la dama se desviste y al acariciarla amorosamente, el guionista lee: Cortesía de Luis Buñuel. Si alguien le hubiera anunciado al cineasta aragonés que no un ángel pero sí un invisible destructor iba a brotar en el siguiente siglo y enclaustrar a todos, habría refutado aquel augurio con un razonamiento capital: mi película recrea a la voluntad doblegada por un raro impedimento de hacer lo que se quiere (salir de un salón, en este caso) y la dimensión monstruosa del naufragio; el filme no se refiere al cautiverio. De hecho, lo imagino explicando la cuestión, tal como lo hizo en Mi último suspiro: originalmente, la cinta se iba a llamar Los náufragos de la calle Providencia y no El ángel exterminador. Ese título provino de una obra de teatro de José Bergamín, que éste le cedió ya que no era suyo sino que tomó del Apocalipsis. Por tanto, Buñuel se habría negado a albergar siquiera la sospecha de que, décadas más tarde, un asesino impalpable iba a encerrar a la gente, e inclusive, la coincidencia bíblica habría sido apabullante para un hombre de fe. “¡No —diría Buñuel—. Ni tonto me lo creo!” Pues contrario a su película, los cautivos de ese año hipotético del que alguien le pudo contar, tendrían que resguardarse por propia decisión y los roces, los abrazos y los besos estarían prohibidos, algo que ni de lejos sucede en la que fue una de sus malqueridas obras (lamentaba haber filmado El ángel exterminador en México y no en París o en Londres; imaginaba un escenario más elegante y exquisito y, por supuesto, otros actores. Aunque la casona le gustó, el resto de lo que compone la imagen lo dejó muy insatisfecho): tan solo hay que recordar esa escena en que los novios hacen el amor en el armario y, además, junto a un cadáver. “¡Eso es un embuste. Mi película no vaticina hecho semejante!”, pudo exclamar y darle con la puerta en las narices al profeta que hubiera osado hablarle del futuro, llamándolo, a su vez, clarividente: “Don Luis, es usted un iluminado. Algo parecido a El ángel exterminador emergerá en 2020; hará del mundo un redondo bajel en la zozobra”. Y a lo mejor debido a su espíritu curioso y de tanto que le insiste el majadero nigromante, Buñuel comenzaría a dudar y a preguntarse por el destino planetario y el poder de adivinación del cine, razón por la que decidió cerrar así las páginas de Mi último suspiro: “Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”. Buñuel partió en 1983. Cuánto ha leído desde entonces.
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Una vez más, Edgar Morin ha mostrado sus d que desdeña la solidaridad y da la espalda
“Vivimos en un mundo
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JUAN MANUEL GÓMEZ FOTOGRAFÍA WIKIPEDIA
esde el 17 de marzo, Edgar Morin y la socióloga Sabah Abouessalam viven en condiciones privilegiadas el confinamiento impuesto a causa de la contingencia sanitaria del Covid-19, en la rue JeanJacques Rousseau de Montpellier: “en un apartamento de planta baja con jardín —confiesa en una entrevista con Le Monde— donde puedo disfrutar del sol a la llegada de la primavera, bien protegido por Sabah, mi esposa, con amables vecinos que hacen nuestras compras, en constante comunicación con mis seres queridos y mis amigos, invitado por la prensa, la radio o la televisión para ofrecer mi diagnóstico, cosa que he podido hacer a través de Skype”. Pero Edgar Morin sabe que la gran mayoría de la población padece de manera muy dura la crisis actual: “los muy numerosos apartamentos pequeños no toleran el hacinamiento; los solitarios y sobre todo aquellos que no tienen hogar son víctimas del confinamiento”. Cuando el entrevistador de Le Monde le pregunta si a sus 98 años conserva el impulso vital que lo ha caracterizado siempre, Morin le responde que aún lo conserva, y que lo obtuvo en el útero de su madre que, debilitado por la gripe española, era incapaz de albergar a un feto sin riesgo, pero que incluso con ese “impulso vital” no habría logrado salir adelante solo (“el ginecólogo me abofeteó durante media hora para arrancarme el primer llanto”, confiesa). He logrado sobrevivir, parece decir Edgar Morin, gracias a la ayuda de los otros, y esa conciencia de la colectividad, de la construcción de la humanidad, que es la enseñanza de crisis tremendas como la que vivimos actualmente, es uno de los grandes legados de su pensamiento. ••• En el contexto de nuestra civilización, ¿de dónde viene y hasta dónde llegará la crisis total que ha desencadenado la contingencia sanitaria por el Covid-19? Acaso destruirá el mundo tal y como lo conocemos o acaso pasará desapercibida sin habernos enseñado nada, y la recordaremos como una anécdota, como
el día en que nuestro miedo a la inminencia de la muerte despertó el instinto en nosotros. Edgar Morin, que continúa reflexionando sobre la pertinencia de la globalidad, la transdisciplinariedad, la ideología y los pequeños placeres en nuestra vida cotidiana, ha hecho un diagnóstico que vale la pena tener en cuenta: “Es una tragedia que el pensamiento fragmentario y reduccionista rija de manera suprema en nuestra civilización y prevalezca en las decisiones en materia política y económica. [...] En mi opinión, las carencias de la forma de pensar, aunadas a la hegemonía incuestionable de una sed desenfrenada de lucro, son responsables de innumerables desastres humanos, incluidos los que ocurrieron a partir de febrero de 2020”. En la formidable entrevista publicada en el suplemento Idées de Le Monde (20 de abril), Nicolas Truong le pregunta a Morin si la crisis sanitaria que vivimos acentúa la complejidad de nuestro mundo. El autor del clásico Introducción al pensamiento complejo (1990) y exmilitante de la Resistencia francesa responde: “Los conocimientos se multiplican de una manera exponencial, de golpe, desbordan nuestra capacidad de asimilación, y sobre todo lanzan el desafío de la complejidad: cómo confrontar, seleccionar, organizar esos conocimientos de manera adecuada al momento de conectarlos y de integrar la incertidumbre. Para mí, esto revela una vez más la carencia del modo de conocer que se nos ha inculcado, que nos hace fragmentar lo que es indivisible y reducir a un solo elemento aquello que conforma una unidad integral que es a la vez diversa. En efecto, la revelación fulminante de los trastornos a los que estamos sometidos es que todo aquello que parecía separado está unido, porque una catástrofe sanitaria se vuelve una catástrofe en cadena que afecta la totalidad de todo lo que es humano”. Efectivamente: nuestro entorno está forjado de contrastes, que son agravados y difundidos en directo por la velocidad de la tecnología contemporánea, imposibles de reducirse a premisas simples, unilaterales y lapidarias. En una columna reciente (27 de abril), Juan Ramón de la Fuente, quien fuera rector de la UNAM y funge como embajador de México ante la ONU, hacía mención a que no todos en México vivimos de la misma
manera el confinamiento impuesto a causa del Covid-19: “La cuarentena se vuelve más llevadera, a pesar de todo, si empiezas por tener claro que hay personas que no se pueden quedar en casa porque no tienen casa. Que hay muchas más que no pueden trabajar en casa porque su trabajo es forzosamente presencial y, además, si no trabajan hoy, no comen mañana. La pandemia deja al desnudo nuestra realidad. La cuarentena en este contexto es más un privilegio que una imposición”. En ese sentido, Edgar Morin, cuya reflexión en torno al hecho de que la dificultad de ponernos de acuerdo en la actualidad roza la insensatez, puntualiza en la entrevista con Le Monde las implicaciones de vivir en una Era Global: “Espero que la excepcional y mortífera epidemia que vivimos deje en nosotros la conciencia no solamente de que estamos siendo arrastrados al interior de la increíble aventura de la humanidad, sino que también vivimos en un mundo a la vez incierto y trágico. La convicción de que la libre concurrencia y el crecimiento económico son panaceas sociales atenúa la noción trágica de la historia humana que ahora se ha visto agravada. [...] La epidemia mundial del virus ha desencadenado y, para nosotros, agravado terriblemente una crisis sanitaria que ha provocado un confinamiento asfixiante de la economía, transformando un modo de vida extrovertido, volcado hacia el exterior, en uno introvertido, al interior de la casa, y ha puesto a la globalización en una crisis violenta. La globalización había creado una interdependencia, pero sin que estuviera acompañada de solidaridad”. A pregunta expresa de Le Monde, Edgar Morin describe cómo se imagina el “mundo del mañana”. Y lo que más destaca de su prospectiva es la duda, el cuestionamiento crítico de lo que hoy concebimos como “el mundo global” y que nos conduce de modo inercial a un destino catastrófico. Las certezas de la poderosa civilización contemporánea parecen desmoronarse ante una crisis previsible causada por un organismo microscópico: “En primer
“¿La salida del confinamiento será el fin de la megacrisis o su agravación?”
El pensador francés (1921), protagonista de los grandes debates intelectuales del siglo XX.
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dudas acerca de un modelo global a un humanismo regenerado
incierto y trágico” La locura del progreso El optimismo del sociólogo, filósofo y rebelde francés, Edgar Morin (París, 1921) se debe tal vez a su premisa mayor: “Toda crisis me estimula, y si es enorme, me estimula enormemente”. Fue comunista, excomunista, miembro de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi, teniente del ejército francés después de la guerra, cineasta surrealista, fundador y director de la revista Argumentos, entre muchas otras actividades que requieren la misma garra de cuando en su juventud se aficionó al ciclismo. Ha sido nombrado doctor Honoris Causa de 34 universidades (casi el mismo número de libros que ha escrito). Incluso en México, un instituto de educación superior lleva su nombre. Varias de sus teorías han causado gran controversia. Por ejemplo, su idea de la transdisciplinariedad: “La ciencia — reflexiona Morin— es devastada por la híper-especialización, que es el aislamiento de saberes especializados en vez de su intercomunicación. La ciencia vive de la comunicación; cualquier censura la bloquea. Así que deberíamos poner atención en la grandeza de la ciencia contemporánea y también en sus debilidades”. O su crítica a la biogenética: “La locura eufórica del transhumanismo lleva al paroxismo el mito de la necesidad histórica del progreso y de la dominación por parte del hombre no solo de la naturaleza, sino también de su destino, prediciendo que el hombre obtendrá la inmortalidad y controlará todo por medio de la inteligencia artificial”. Gran parte de su obra está traducida al español: Pensar Europa, las metamorfosis (2003), Tierra Patria (2006), Para una política de la civilización (2009), La vía: para el futuro de la humanidad (2011), Hacia dónde va el mundo (2011), Nuestra Europa (2013). JMG
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lugar, ¿qué quedará en nosotros, los ciudadanos, y qué quedará en las autoridades públicas de la experiencia del confinamiento? ¿Tan solo una parte? ¿Todo será olvidado, minimizado o folclorizado? [...] ¿La salida del confinamiento será el fin de la megacrisis o su agravación? ¿Boom o depresión? ¿Enorme crisis económica? ¿Crisis alimentaria mundial? ¿Repunte de la globalización o repliegue a la autonomía nacionalista? [...] ¿Tras la sacudida, el neoliberalismo retomará sus órdenes de compra? ¿Las grandes naciones buscarán imponerse más que en el pasado? ¿Los conflictos armados, más o menos atenuados por la crisis, se intensificarán? ¿Se impulsará un fondo internacional para la cooperación? ¿Habrá un progreso político, económico y social, como después de la Segunda Guerra Mundial? [...] No se puede saber si, después del confinamiento, las conductas e ideas innovadoras se mantendrán con su impulso, revolucionarán la política y la economía, o el orden se restablecerá después de la sacudida. Podemos tener el gran temor de la regresión generalizada que ya se llevaba a cabo durante los primeros veinte años de este siglo (crisis de la democracia, triunfo de la corrupción y la demagogia, regímenes neoautoritarios, iniciativas nacionalistas, xenófobas, racistas). Todas estas regresiones (y en el mejor de los escenarios, estancamiento) son probables en tanto que no aparezca la nueva vía política-ecológica-económico-social guiada por un humanismo regenerado. Esta nueva vía multiplicaría las verdaderas reformas que no se reducen a reducciones presupuestarias, sino que son reformas de civilización, sociedad, vinculadas a las reformas de la vida”. Tras presenciar cómo este hombre vital que ha protagonizado los momentos clave de la historia francesa en los últimos 80 años, y que vio con mucha reticencia cómo ganaba terreno la hegemonía del mundo global que ahora prevalece, no hay duda de que una crisis sanitaria tan devastadora como la que vivimos lo único que puede hacer con nosotros, habitantes del nuevo siglo, es fortalecernos. Y es precisamente por eso, porque nunca pusimos atención en su crecimiento desorbitado, que no supimos predecir su colapso: “Yo pertenecía —concluye Morin en su entrevista con Le Monde— a esa minoría que previó la catástrofe en cadena provocada por el desbocamiento incontrolable de la globalización tecno-económica, incluidas las degradaciones de la biósfera y de la sociedad. Pero jamás preví la catástrofe viral. Hubo, sin embargo, un profeta de esta catástrofe: Bill Gates, en una conferencia de abril del 2015, anunció que el peligro inmediato de la humanidad no era nuclear, sino sanitario. Vio en la epidemia de ébola, que por suerte pudo ser dominada rápidamente, el anuncio de un posible virus cuyo alto poder de expansión pondría al mundo en riesgo, exhibiendo las medidas de prevención necesarias, incluyendo un equipo de hospitalización adecuado. Pero, a pesar de ese anuncio público, no se tomaron ningunas precauciones ni en Estados Unidos ni en ningún otro lugar. Porque el confort intelectual y el hábito ven con horror los mensajes desagradables”.
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CIENCIA
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DESMETÁFORA
Quarks, Tamiflu y Covid-19 La luz proveniente de los aceleradores de electrones ha sido una herramienta útil para biólogos y médicos
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unos kilómetros de la Bahía de San Francisco, en California, se encuentra el laboratorio nacional SLAC, acrónimo del inglés: Stanford Linear Accelerator Center. Cuando comenzó en 1962 era un proyecto de físicos interesados en conocer cuáles son los ladrillos fundamentales de la materia, qué fuerzas los unen y cómo se conforma el mundo entero con estos bloques indivisibles. Para contestar a las preguntas de aquellos tiempos se construyó un acelerador de partículas, y en 1970, estudiando los choques de electrones contra núcleos de átomos, se encontró que los neutrones y protones están hechos de quarks. Los quarks son, desde entonces, las partículas elementales que, junto con los electrones y dos parientes cercanos a él, forman todo lo que nos rodea. Poco tiempo después, en ese mismo laboratorio, se descubrió al quark “encanto” —uno de los seis tipos de quarks que conocemos—. Un año más tarde se descubrió, también allí, al pariente más pesado del electrón llamado taón. De manera que en pocos años SLAC nos mostró que seis quarks y seis leptones (entre ellos el electrón, muón y taón) serían lo que forma al universo entero. Por esos hallazgos se otorgaron los Premios Nobel de Física en 1976, 1990 y 1995 a los investigadores involucrados en los experimentos. Más aún, el laboratorio se ganaría un lugar en la historia de la física y, luego, en la historia de la química y la tecnología. Mientras los físicos trabajaban para entender la estructura fundamental de la materia y descubrían a los quarks, otros se organizaban con biólogos y químicos para colocar aparatos de medición a un costado del acelerador. Revoloteaban como los escarabajos en las lámparas nocturnas para aprovechar la luz que salía del haz de electrones. Con el tiempo, estos grupos de investigación parásita llegaron a ser tan importantes que la máquina original se modificó para proporcionar a ellos la radiación de sincrotrón que tanto deseaban. Los físicos buscaron nuevos derroteros, construyeron otros aceleradores y la luz de sincrotrón alumbró regiones desconocidas del mundo microscópico que los biólogos, químicos y médicos querían ver con detalle. La luz que sale de los aceleradores de electrones es tan brillante, penetrante y coherente que permite ver lo que de otra manera sería imperceptible. Fue en ese mismo lugar, en la costa este de Estados Unidos, donde, en los años noventa, el químico Roger David
GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA AP
Vista aérea del Stanford Linear Accelerator Center.
Kornberg logró elucidar la estructura de una enzima que interviene en el proceso de transcripción genética, proceso por el que se copia la información de una a otra molécula en las células. El trabajo sería reconocido con el Premio Nobel de Química en 2006. Y fue también allí que, en la década de los noventa, varias compañías, en cooperación con la Universidad de Stanford, se interesaron por esa luz singular que ilumina el conocimiento y genera ideas para desarrollar nuevos productos. Con su ayuda comenzaron a desarrollarse los circuitos integrados más avanzados para la computación, se impulsó la microelectrónica a niveles insospechados y se desarrolló el Tamiflu en una investigación en la que compañías como Hewlett Packard, IBM, Intel, Northrop Grumman, Sony, Genetech, Pfizer y Roche, entre otras, invertían su dinero. Oseltamivir es un profármaco antiviral selectivo contra el virus de la gripe. Los profármacos son sustancias inactivas que el organismo convierte en activas mediante el metabolismo. Lo produce Hoffmann-La Roche con el nombre comercial: Tamiflu. Su acción se basa en la inhibición de la enzima neuraminidasa presente en
Para el coronavirus, la diana terapéutica de los fármacos en desarrollo es la proteasa
la envoltura (cápside) del virus de la influenza. Esta enzima rompe uniones moleculares que permiten la entrada del virus en las células y luego también, ya multiplicadas, las libera de la célula infectada para que busquen otras células. Los estudios en pacientes con el virus H1N1 indicaron que éste es sensible a los inhibidores de la neuraminidasa, pero es resistente a otros antivirales. En otras palabras: la neuraminidasa es la diana terapéutica del Tamiflu. La palabra diana existe en español con casi el mismo significado que el original del italiano en el que se usa para “toque militar que se da al amanecer para que los soldados se levanten”, y procede, por metonimia, de “primera hora del día”. En medicina se dice diana terapéutica al objeto hacia el cual se dirige el ataque. Para el Covid-19, la diana terapéutica de los fármacos en desarrollo es la proteasa. Esta enzima facilita la replicación del virus cortando las proteínas que ya en segmentos comienzan a formar la copia del virus a gran velocidad. La estructura de esta proteasa fue obtenida solo unas semanas después de que se descubriera el virus SRASCoV-2. El sincrotrón de Shangai que genera rayos X —esa luz de la que venimos hablando— publicó la estructura que ahora se explora en todo el mundo. Cuando en 1984 se intentó hacer lo mismo con el virus del VIH la tecnología aun no contaba con los métodos modernos de cristalografía serial
para resolver estructuras complejas y grandes a partir de segmentos de la estructura. Gracias a estas nuevas técnicas ahora contamos con el arreglo de átomos de la enzima que podría ser el blanco de los ataques farmacéuticos. Los especialistas tienen ya un listado con docenas de compuestos que podrían alcanzar los puntos activos de la proteasa para incrustarse e inhibir su actividad. Las pruebas están en curso. La luz de sincrotrón es rayos X con propiedades extraordinarias. Su uso en la investigación química, biológica y médica de nuestro tiempo es insoslayable. Actualmente, los países con infraestructura científica competitiva cuentan con fuentes de esta luz maravillosa. Así, para más ejemplos, diremos que en una de las líneas del sincrotrón ALBA de Barcelona, España, se ha estudiado un nuevo medicamento contra la malaria. La proteína que se usa para tratar el Mal de Chagas y la malaria ha sido examinada para determinar su estructura y se construyen modelos átomo por átomo para el desarrollo de otros fármacos. De manera que la relación entre los quarks, el Tamiflu y el coronavirus está en los aceleradores de partículas. Esas máquinas que convocan al talento, abren nuevas puertas y generan luz. Como decía alguien: “En la vida hay tinieblas, pero también hay luces”, y hay una luz que brilla con tal intensidad que es luz de toda luz.
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EN LIBRERÍAS
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NARRATIVA, ENSAYO Monstruos marinos
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A FUEGO LENTO El pasajero
Bicicletas y otras drogas México, 2020
Chloe Aridjis Lumen México, 2020 183 páginas
Niklas Natt Och Dag Salamandra España, 2020 432 páginas
Ulrich Alexander Boschwitz Sexto piso España, 2019 248 páginas
La playa de Zipolite es el destino de la joven Luisa después de que abandona su casa en busca de un misterio que, sospecha, se revelará en la hora correcta. También es el refugio de cazadores de tesoros y fabuladores que parecen sacados de un sueño psicodélico. Con capas superpuestas de melancolía, esta novela intenta develar el significado del tránsito de la adolescencia a la edad adulta. Mientras tanto, los sonidos de la urbe dialogan con la naturaleza marina.
Una colorida recreación histórica, un thriller policiaco de ritmo frenético, una jugada política de la que depende el rumbo de una nación: todo eso, y más, depara esta novela, premiada como el mejor libro del año en Suecia, en 2017. Los hechos transcurren en 1793, cuando la monarquía se tambalea y soplan vientos de revolución. Dos hombres siguen la pista de un asesinato y sus pasos conducen hacia salones y lupanares, el submundo delincuencial y los palacios.
Descubierta en 2018, en el Archivo Nacional de Alemania, esta novela testimonial relata la fuga hacia ninguna parte del empresario judío Otto Silberman, una figura que personifica a quienes lo dejaron todo cuando el nazismo ya era un monstruo de millones de cabezas. Solo, y sin más horizonte que la prolongación de la vida, Silberman se vuelve un fantasma que aborda uno y otro tren, siempre en vilo, cargando un maletín que contiene sus únicas posesiones.
La tarde de un escritor
El pasillo estrecho
Viralidad
Peter Handke Alfaguara México, 2019 120 páginas
Daron Acemoglu y James A. Robinson Crítica México, 2019 676 páginas
Sánchez y Martínez (coord.) Gedisa/ UAM México, 2019 280 páginas
Por un problema de salud que lo hizo pensar que había perdido el habla, el protagonista de esta novela del Premio Nobel 2019 replantea su oficio de escritor. “Cada palabra no pronunciada pero hecha escritura traía las demás, y él respiraba de nuevo unido al mundo”. Pero para que las palabras surjan, necesita de un ambiente que lo propicie; si otros escritores necesitan el silencio, él prefiere que haya ruido. Un día decide dejar su encierro y sale a caminar.
De lo que trata este volumen de los también autores de Por qué fracasan los países es de “la libertad y de cómo y por qué las sociedades humanas han sido capaces o no de lograrla”, como exponen en el prefacio. Acemoglu y Robinson siguen la definición del filósofo John Locke. La libertad está ligada a la obediencia a las leyes, pero los ciudadanos, señalan, deben actuar “sin la amenaza de un castigo inaceptable”. Se detienen en países africanos y el Cercano Oriente.
Las investigaciones que componen este libro giran en torno, como lo anuncia el subtítulo, a la Política y estética de las imágenes digitales. Los textos, explican los coordinadores, plantean “la viralidad en el mundo actual” y la concomitancia de otros tópicos como la cultura de la red, las selfies y la visualidad política. Si la viralización de las imágenes digitales se ha vuelto un tema actual, se debe a que pueden llegar a ser conductores de “criterios sociales”.
Otro vicio impune ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
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ndar en bicicleta es más que un pasatiempo, una disciplina deportiva, una necesidad laboral, un dogma de fin de semana o incluso una causa política. Es, como Rogelio Garza sugiere en Bicicletas y otras drogas (Salario del miedo), una visión de mundo. Como proyección del temperamento nómada, brinda la perspectiva contemporánea más auténtica del viaje, del movimiento. Libera y, en honor a la dependencia, también encadena, porque la adicción no es solo un asunto de popotes, jeringas o parches. Si en Las bicicletas y sus dueños (2008) Rogelio Garza persiguió la relación entre pedalear y generar ideas, ahora se concentra en su propia experiencia, lo que termina proyectando una suerte de autobiografía. Mientras se aventura en dos ruedas, vuelve a sus primeros años en Satélite, la arcadia trunca del desarrollismo, y desde ahí se lanza a ritmo pausado hasta cubrir muchas de las etapas de su vida. La niñez y la juventud en bicicleta son los años del arrobamiento y la audacia, los del contagio placentero que no habría de quedar impune. La edad adulta carga consigo el deseo de experimentación y el descubrimiento de que la bicicleta semeja “un instrumento musical que se mueve con tu energía; hay que afinarla y ponerla al tiro antes de salir a dar un concierto con ritmo, melodía y armonía”. Así que no se trata solo de bicicletas: a su lado corren las drogas y el rock, igual que compañeros de un equipo sin patrocinadores. Pueden ser Chacagua o Malinalco, la carretera a Cuernavaca o las calles de la Ciudad de México, Ámsterdam o Zúrich, no importa, inevitablemente concurren Grateful Dead o Black Sabbath o los Kinks, la mariguana o el hongo o la cocaína o el LSD. En la era de los fundamentalismos y sus acólitos, la bicicleta se ha convertido en un estandarte de la intolerancia y el sectarismo. Es una marca de pedigrí y hasta botín de gobernantes y activistas ambientales. Ninguna de esas desviaciones está presente en las memorias felices de Rogelio Garza. Nunca egomaniacas, ni por asomo con el sonsonete de los predicadores, sin aires de superioridad, sorprenden porque, antes que las proezas urbanas o de montaña, terminan siendo una celebración de las caídas y fracturas y de lo poco que estas valen cuando solo se trata de prolongar el viaje.
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LABERINTO
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ
2 DE MAYO 2020
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HUSOS Y COSTUMBRES
La belleza ANA GARCÍA BERGUA
A
hora lee Muerte en Venecia de Thomas Mann. El cólera hindú se apodera de la ciudad y los turistas huyen, todos menos el ya maquillado y patético profesor Eisenbach, rendido ante la Belleza. “La Belleza es, pues, el camino del hombre sensible hacia el espíritu”, piensa el profesor, un escritor muy respetado que ha logrado dominar a la forma para que en ella se instale lo más alto del pensamiento y ahora se encuentra a la merced de Febo y Cupido representados en el cuerpo de este hermoso muchachito de 14 años que lo trae loco. En la película de Visconti, más célebre que la novela, el muchachito que evocaba para el profesor la antigüedad griega fue actuado por un sueco hermosísimo que, según contó en una entrevista a sus 50 años, fue muy infeliz y tuvo muchas dificultades en su carrera por culpa, precisamente, de su belleza y lo que todos esperaban de ella. La cabeza
MUERTE EN VENECIA
Fotograma de la película dirigida por Luchino Visconti.
de Eros con sus rizos color miel que el profesor ve surgir como una flor encima de aquel cuerpo perfecto fue para Björn Andrésen una maldición. Pero eso no lo sabe el profesor Eisenbach, instalado en la ciudad portentosa el tiempo necesario para contemplar a Tadzio mientras escribe una página selecta —“¡Extrañas horas! ¡Fatiga extrañamente enervante! ¡Comercio curiosamente fecundo del espíritu con un cuerpo!”— y acaso un día tocar a Tadzio o hablarle, ahora que el muchacho corresponde vagamente a su mirada insistente, mientras el resto de los turistas —los alemanes como él, metódicos, son los primeros— va huyendo, dejando a Venecia desierta, a merced de la enfermedad y sus vapores malignos que trae, dicen, el Sirocco. Venecia que ahora también está desierta: hace días circulaba la foto de una airosa medusa recorriendo sus canales. Los turistas y los profesores Eisenbach están
encerrados en sus casas y el espíritu de la Belleza campa solo por los palacios para que, mudos, impotentes, enamorados y en la orilla de la enfermedad y la muerte, lo admiremos: peces, cisnes, delfines que chapotean en el agua esmeralda que antes ensuciaban las góndolas cargadas de visitantes. Ella espera que, libre del peso y la fealdad de los turistas, aunque sea por unos meses, su hundimiento se detenga un poco. Cierra la novela y se pregunta si pasará lo mismo con nosotros, si nos hundiremos un poco menos de solo estar ausentes de las calles, ensimismados. Es una pena que la enfermedad y su reclusión obligada no la lleven a Venecia, pero por lo menos busca a la Belleza en los libros y a veces la logra encontrar, por ejemplo leyendo a Thomas Mann o escuchando a Mahler, en quien se inspiró Visconti para su profesor Eisenbach. La Belleza es una puerta, desde luego.
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CAFÉ MADRID
La nueva normalidad
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ecíaRyszardKapuściński que,antesdesertangible, un nuevo estadío empieza por el lenguaje, que el terreno se prepara con palabras. Desde hace unos días, cuando el índice de contagios y de fallecimientos ha empezado a descender, gracias al estricto confinamiento, el presidente de Españanodejaderepetirunconceptoen cada una de sus comparecencias televisivas: la nueva normalidad. Habla de una desescalada paulatina con miras a la reactivación económica (¿ocurrirá?) y de cambios en la forma de relacionarnos unos con otros, a los que conviene acostumbrarse para no provocar un rebrote de la enfermedad con sus devastadoras consecuencias. El concepto también domina a los presentadores y tertulianos de la tele (y de otros medios) que, ya se sabe, marcan la agenda de la conversación. Y entonces así, de pronto, parece que uno va asimilándolo y aceptándolo como lógico y oportuno y que, cuando se acabe el estado de alarma (¿ocurrirá?), es muy probable que todos sigamos los nuevos lineamientos al pie de la letra. Se dice —ahora nadie se atreve a asegurar— que si llega el momento de finiquitar el encierro, habremos de “reinventarnos” para “convivir” con el virus, al tiempo que esbozan un nuevo paisaje (más bien ideal, quién sabe si práctico): la incorporación obligatoria del tapabocas a nuestro look diario, la preferencia por el teletrabajo o los turnos escalonados en las empresas y el teleaprendizaje o las clases presenciales cortas y con pocos alumnos (lugares a los que habrá que entrar con previa toma de la temperatura), la desaparición de las fiestas populares, el transporte
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE
público a medio gas y la abundancia de coches particulares, las mamparas de plástico transparente entre los comensales de los restaurantes y, en general, permanecer, hablar, caminar, viajar… siempre a dos metros de distancia de los demás. ¿Nuestra capacidad de reacción ante todo eso estará a la altura? Sobre todo: ese cambio de manera de ser, de relacionarnos, de vivir, ¿será
¿Alguien va a renunciar, así como así, a besar y a abrazar a sus seres más queridos?
mejor? A la par, ¿los políticos dejarán de hacer recortes presupuestarios a la sanidad pública? ¿Se le subirá el sueldo a los trabajadores que han evidenciado que son esenciales (médicos, farmacéuticos, cajeros de supermercados, transportistas de mercancías…) pero que siempre han sido los más precarizados? ¿Bajará el precio de las hipotecas y los alquileres? ¿Dejaremos de ser tan consumistas? Ante la brutal crisis económica, ¿el sistema volverá a rescatar a los bancos (igual que hace una década) o se ocupará, por fin, de los más vulnerables? En realidad, ejem ejem, la nueva normalidad se vendrá abajo enseguida con nuestro círculo más cercano
Vista de una calle de España en los últimos días de abril.
(¿alguien va a renunciar, así como así, a besar y a abrazar a sus seres más queridos?), pero en nuestro ámbito ampliado digamos que es muy probable que seamos más “japoneses” o más “nórdicos” o, en fin, más prudentes, fríos, reservados y aislados. Lo que antes, en nuestra esfera latina, era amabilidad, hospitalidad y calidez, pasará a ser irresponsabilidad ciudadana (“Valiente es el precavido, generoso es la persona que no te da la mano. Porque esta lucha es de todos, todos podemos prevenir”, dice la voz en off de un cansino anuncio durante estos días). ¿Cuánto tiempo tardaremos en volver a llenar conciertos, cines, teatros, museos, estadios, trenes, aviones, hoteles, parques, playas y centros comerciales? A ver: si no se demoran mucho en encontrar la vacuna, producirla a granel y distribuirla, puede que todo sea un breve paréntesis para, al instante, dar paso al desmadre de siempre (hasta que llegue la nueva pandemia, claro). Mientras tanto, más vale tener cuidado. Porque si lo que podría parecernos anormal será lo normal, y si la normalidad tiene que ver con la rectitud, y si habrá que cumplir las nuevas normas y si, a su vez, las nuevas normas serán el nuevo patrón de moralidad y si, como se espera, los cambios se implementarán de abajo hacia arriba, para que no parezca algo autoritario, y si, de esta manera, la nueva vida cotidiana (aunque sea breve o pasajera) le inyecta a nuestras sociedades una alta dosis de darwinismo, moralina e intolerancia, pues… pueden correr peligro todos los derechos y libertades que hemos conseguido. ¡Échense ese trompo a la uña! De nada.
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