Laberinto No.883 (16/05/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

RESEÑA

FERNANDO ZAMORA

SILVIA HERRERA

Burning: Murakami hecho cine

El terror sombrío de Mariana Enríquez

Foto: Pine House Film

SÁBADO 16 DE MAYO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 883

Chapultepec: ¿proyecto cultural sin rumbo? Miriam Mabel Martínez/ FOTOGRAFÍA: SHUTTERSTOCK

Foto: EFE


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ANTESALA

16 DE MAYO 2020

DOBLE FILO

Beethoven para el retiro FERNANDO FIGUEROA

A

lejandro Barrañón estudió piano en el Conservatorio Nacional de Música, un curso de dos años en Viena, maestría en Cambridge y doctorado en Houston. Actualmente forma parte de los Concertistas de Bellas Artes y es bueno para el ping-pong. ¿Qué es un piano? Una de las grandes invenciones del ser humano. ¿Cuántas horas ensaya al día? Tres o cuatro, pero más joven eran seis o siete. Su papá fue maestro de latín y griego. ¿Cómo anda en etimologías? Aprendí con él declinaciones, pero si viviera de seguro me reprobaba. ¿Cómo era el primer piano que tuvo en casa? Un precioso piano vertical, alemán. ¿Qué fue para usted la XELA? Una bendición. Gracias a esa estación conocí el repertorio mundial. ¿A qué edad tocó por primera vez en público? A los siete años, en una iglesita. Un concierto memorable como espectador. Siendo niño escuché a Yehudi Menuhin, en el Centro Cultural Ollin Yoliztli. Inolvidable. ¿Le hubiera gustado ser deportista? Me gustan la natación y el ping-pong, pero no es para tanto. Una travesura como estudiante en el extranjero. La verdad, fui muy aburrido. El mayor aprendizaje fuera de México. Hay que renovarse o morir. Como doctor que es, ¿qué música recetaría contra la ansiedad por confinamiento? Sí soy doctor… en corcheas. Hay suficiente tiempo para oír las obras completas de Beethoven y Liszt. ¿Cuál es la pieza que más ha tocado durante su encierro? Ya me aprendí la Sonata número 29, de Beethoven. El mejor pianista que ha escuchado en vivo. Stefan Askenase. Manuel M. Ponce en una frase. Poesía y equilibrio en la forma. Recomiende un disco de Alejandro Barrañón. Carlos Chávez. Estudios y caprichos. Alban Berg o Arnold Schoenberg. Idolatro a los dos. Richard Clayderman o Raúl Di Blasio. Agustín Lara. Un gusto musical culposo. Me gustan algunos danzones y no siento culpa. El concierto suyo que recuerde con más emoción. Le diré dos: uno en el teatro Ángela Peralta de San Miguel de Allende y otro en el Teatro Nacional de Argelia. Los poetas a quienes relee. Octavio Paz, Sor Juana, Borges, Gorostiza. ¿Para qué le sirvió el apoyo del Fonca entre 2015 y 2017? Sacamos a la luz muchas obras musicales mexicanas que estaban empolvadas. ¿Qué música le gustaría oír al final de su vida? El tercer movimiento del Cuarteto para cuerdas número 15, descrito por Beethoven como “canción de agradecimiento de un convaleciente a la divinidad”.

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Burning. Dirección: Chang-dong Lee. Corea del Sur, 2018. Disponible en Netflix.

HOMBRE DE CELULOIDE

Cada quien debe quemar su granero

P

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PINE HOUSE FILM

ara el arte audiovisual la literatura ha sido como un viejo que a veces el joven cine logra descifrar. Si lo consigue o no en Burning es algo que al espectador le corresponde decidir. Basada en el cuento “Quemar graneros” de Haruki Murakami, Burning cuenta la historia de Jong-su, un chico melancólico que un día se encuentra en la calle con una antigua compañera escolar. Hae-mi trabaja como modelo de supermercado y usa el dinero que gana para pagar sus clases de pantomima y para ahorrar e irse a viajar por África del Norte. A partir del éxito de Parásitos, el cine sudcoreano ha atraído la atención del mundo. Como sucede con sus grandes pianistas y violinistas, Corea del Sur se ha instituido a sí misma como heredera de una tradición que Occidente no quiere —o no puede— continuar. Así pues, heredero de Raymond Carver, Scott Fitzgerald y John Irving en la literatura, Chang-dong Lee, director de Burning, se hizo famoso primero como novelista y a partir de este éxito se lanzó a dirigir cine. Burning atrajo la atención del Festival de Cannes donde fue nominada para la Palma de Oro y resultó ganadora del premio Fipresci que otorga la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica.

Cuando, finalmente, Hae-mi vuelve de África del Norte, contacta otra vez a Jong-su quien, entusiasmado, va por ella al aeropuerto. Ahí se encuentra con el personaje principal, tanto del cuento como de la película. Y es que la hermosa Hae-mi ha conseguido en su viaje a un novio: “era el único coreano”, dice como disculpándose ante la decepción del enamorado Jong-su. El novio en cuestión se llama Ben. Murakami dice de él en “Quemar graneros”: “Me lo imaginé como una suerte de Gran Gatsby. Nadie sabe a qué se dedica, pero tiene mucho dinero. Un joven enigmático”. En efecto, Ben, como Gatsby, es un seductor de tiempo completo que maneja autos de lujo, y una tarde en que mira el atardecer confiesa con una suerte de tristeza: “a veces quemo graneros”. ¿Qué significa esto? El cuento lo deja abierto por completo, mientras que la película apunta hacia una inquietante interpretación. Y tal vez sea justo por ello, porque el cine interpreta algo que la literatura prefiere mantener

A partir del éxito de Parásitos, el cine sudcoreano ha atraído la atención del mundo

oculto, que a Murakami la película no le gustó. Y sin embargo es una gran película. Se mueve a un ritmo lento que nos infla la mente como a una rueda de bicicleta. Sí, obsesionado con el misterio, escribe el protagonista en el cuento: “llegué incluso a pensar que lo que [Ben] quería en realidad era que lo quemase yo. Quizá me había metido esa idea en la cabeza para que se me hinchara poco a poco como la rueda de una bicicleta”. En la película esta obsesión se nos transmite en escenas tan pausadas que dan pie a la gran escena onírica en que el protagonista se sueña niño y desnudo frente a un granero que arde. Más que una historia de amor o desamor, Burning es una historia de soledad. Es la soledad de ella cuando afirma que quiere ser como el sol que se disuelve todas las tardes, es la de Ben que se compara con un fenómeno de la naturaleza que cobra una justicia moral que, por otra parte, queda indeterminada, o el joven coreano que vaga sin rumbo fijo por su casa solitaria. Y es en este sentimiento donde se juntan cine y literatura, en la sensación de una soledad que consume a esta generación que atada todo el día a su celular no encuentra, sin embargo, motivos para seguir viviendo. Cada quien debe quemar su propio granero.

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ANTESALA

16 DE MAYO 2020

POESÍA

LOS PAISAJES INVISIBLES

Motel Turístico Churubusco

Nueva normalidad

ARTURO TREJO VILLAFUERTE

La importancia de la cama reside en el uso en quién se acuesta y en qué forma Estamos en uno de los cientos o miles de hoteles que hay en el mundo Somos una pareja de los cientos de miles de millones que hay en la tierra Tú tienes un nombre semejante a cientos de miles de nombres de mujeres Yo soy uno de los cientos o miles de Arturos que hay en el planeta Hoy estamos haciendo el amor como cientos o miles de parejas No estamos seguros de nada Ni siquiera de que haya otras parejas haciendo el amor en alguno de los miles de cuartos de hotel que hay en la ciudad Debemos tener serenidad Estar perdidos no significa nada. Con este poema, que forma parte del volumen Mester de hotelería, recordamos al escritor que murió el 13 de mayo.

EX LIBRIS

La cosecha/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

L

@IvanRiosGascon

os enclaustrados pueden librar el covid-19 pero algunos corren el riesgo de padecer trastornos como ansiedad, hipocondria, agorafobia y un largo etcétera, mientras que otra parcela demográfica podría adquirir insólitas monomanías como, digamos, la que yo llamaría el Síndrome de Oblómov (en honor de Ilia Illich Oblómov, héroe de la novela de Iván A. Goncharov), que caracteriza a aquellos que han pasado el confinamiento en la misma habitación y echados en la cama, con pijama, pantuflas y mirando el techo con el único empeño intelectual de fusionarse con el polvo de las paredes, los muebles, la vajilla, porque el exterior perdió sentido o les inspira un miedo ineluctable, o esa otra afectación que puede bautizarse como el Síndrome de Chichikov, en honor de otro héroe literario: Pavel Ivanovich Chichikov, de Almas muertas, de Nikolái Gógol, cuyo síntoma es una monstruosa desesperación que anula el alma, el temple y la personalidad, vaciando el cuerpo hasta dejarlo como un armazón indescifrable. Gógol lo describe así: “Ya no era el Chichikov de antes: era su ruina. Su estado de ánimo podía compararse a un edificio desmantelado cuyos materiales van a ser utilizados en otro que aún no está empezado, pues el arquitecto no ha enviado el plano y los obreros no saben qué hacer”. El retiro provoca, o provocó (en Asia y parte de Europa comienzan a levantar las restricciones, por lo que los liberados inician el proceso de auto restauración), un catálogo de calvarios que no acabarán de registrarse pues el futuro próximo, denominado ya la “nueva normalidad”, va a empeorarlos, e inclusive, engendrar inclementes alteraciones de conducta, sobre todo en los fanáticos de las reservas decretadas: distancia irrestricta, higiene obsesiva, un horror desmesurado al contacto físico, artilugios de defensa irrenunciables más allá de los protectores de acetato, los cubrebocas y los guantes, como cascos y armaduras contra las esporas que pululan en las congregaciones. La “nueva normalidad” funda un mundo raro, en tanto que la ciencia no encuentre la cura, y principalmente, la vacuna, ya que el único paliativo ante una potencial reconfiguración psicológica es la certeza de la inmunidad (“Conducta de duda y conducta de no–duda. Solo se da la primera si no se da la segunda”, enunció Ludwig Wittgenstein en el apartado 354 de Sobre la certeza). Así que antes de que surja la inyección redentora debíamos echar a andar los motores cerebrales proyectando una terapia empírica o un arduo ejercicio de concentración, como aquel que diseñó William S. Burroughs: “El pensamiento no deseado puede controlarse a través de la dirección de la atención: si se resisten o se niegan los conceptos obsesivos, cualesquiera que sean, estos se ven fortalecidos. Claro que si diriges la atención a los conceptos obsesivos con la teoría de que desaparecerán si se consideran a conciencia, esto tampoco funciona, y es por eso que toda la teoría de la energía psíquica es errónea. Si diriges la atención hacia algo más y aceptas cualquier pensamiento que te surja, siempre regresando al punto de enfoque, la obsesión se irá debilitando poco a poco”. Burroughs le explicó esta teoría a su hijo, William Jr., y le puso como ejemplo ensimismarse en un guijarro durante diez minutos. Si volvían los malos pensamientos debía reconocerlos, aceptarlos, y volver a centrar la atención en el objeto. No sé si este método es efectivo o ineficaz, las cicatrices psíquicas son indelebles: a William Jr. no le funcionó. Entonces, lo más recomendable es no hacer nada sino adaptarse al nuevo giro del planeta y afrontar el destino manifiesto de la nueva canción de los Rolling Stones, esos septuagenarios que siguen activos en la pandemia que nos transfiere otra normalidad: “I’m a ghost/ living in a ghost town”.

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DE PORTADA

16 DE MAYO 2020

Gabriel Orozco encabeza un proyecto que sigue al pie de la letra los criterios discreci

¿La cultura se muda a C

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MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

useos para la igualdad: diversidad e inclusión” es el lema propuesto por el Consejo Internacional de Museos (ICOM) para celebrar el Día Internacional de los Museos. Este 18 de mayo la conversación se enfocará en los prejuicios que los museos perpetúan a través de las historias que narran. Una discusión que hoy ante la pandemia por el covid-19 reitera la urgencia por trazar alternativas para superarlos y combatir las desigualdades. Si bien una vez dentro del museo todos —sin importar clase social, económica y cultural— somos iguales, la experiencia está marcada por nuestro contexto, al igual que el entendimiento de la narrativa del museo. ¿Por qué nos muestran tales cosas de tal manera? Plantearnos esta pregunta implica cuestionarnos cómo surgen los proyectos. Nadie puede negar que los museos han sido usados para legitimar la visión ideológica de quien gobierna. Así, cuando pensamos en el Proyecto Cultural de Chapultepec se despliega, de forma inmediata, la pregunta de si se trata de algo necesario, integral e incluyente. Max Weber señaló alguna vez que “hay algo que no funciona por sí mismo”, como ha sucedido en las últimas décadas ante la imposición de proyectos que presumen majestuosidad más que necesidad. El 16 de abril de este año, el Presidente López Obrador reiteró que va el plan encabezado por el artista Gabriel Orozco —anunciado el 2 de abril de 2019—, pese a que la realidad global vaticina cambios estructurales no solo en la experiencia del espacio público, sino en el replanteamiento del uso de recursos ante la pandemia. ¿Los Pinos deberá permanecer como el centro de atención para los trabajadores de la salud que orgánicamente surgió para apoyar la crisis por el coronavirus y renunciar a ser el Centro de Cultura Política y Museo del Maíz bosquejado? Quizá habría que sentarse y escuchar a los profesionales para en conjunto organizar estrategias, las cuales

tendrán que ajustarse a ciertas limitantes, al igual que pensar en la redistribución de presupuestos para apoyar la generación y promoción de cultura, cuyo consumo —como se ha comprobado con el confinamiento global— ha aumentado exponiendo el retraso de nuestros recintos para competir en la red. Otra vez la falta de presupuesto para mantener y crear sitios en línea atractivos, actualizados y funcionales, exhibe la pobreza. Hay museos que han tenido que pelear por mantener en nómina a los encargados, muchos de los cuales siguen sus labores pese a que, incorporados al famoso Capítulo 3000, no han recibido su sueldo de los meses anteriores al encierro; otros no cuentan ni para el cuidado mínimo de los inmuebles (el Museo Nacional de Antropología logró limpiar por primera vez en 55 años la fuente de la sombrilla, gracias a un patrocinio), mucho menos para pagar los seguros de obras que hoy, como en el caso de la exposición de René Magritte en el Museo del Palacio de Bellas Artes, están colgadas esperando un regreso que aún se ignora cómo será, desperdiciando involuntariamente el apoyo de la iniciativa privada que hizo posible esta muestra y menospreciando las acciones para conseguir programas internacionales que en cualquier sociedad significan formas de inclusión al traer obras que de otra manera sería imposible conocer. ¿Cómo podrán los museos asegurar inclusión si está en juego ya no su posibilidad de hacer investigaciones curatoriales propias, sino de operar? Esta crisis debería ser suficiente para responder por qué el Proyecto Cultural de Chapultepec alienta la inconformidad. Si bien la crisis global obliga a la reorganización de prioridades en cada sector y la interacción entre ellos, hay un motivo que incomoda: todo parece indicar que es un proyecto sin proyecto, asignado de acuerdo a los usos y costumbres de regímenes anteriores. Sería interesante saber quién tuvo la idea del pro bono, cómo y dónde se decidió que Gabriel Orozco era el hombre ideal. ¿Habrá sido en una reunión de amigos de “toda la vida” donde coincidieron el artista, la gobernadora de la Ciudad de México y el jefe de asesores de Presidencia? ¿O fue un grupo de

El artista visual frente a un plano del futuro Bosque de Chapultepec.

expertos (quiénes) que analizó la currícula de los posibles merecedores y después de un análisis exhaustivo se nombró al elegido? ¿Habrá ofrecido Gabriel Orozco, en un acto de generosidad magnánimo, su creatividad de manera gratuita asegurando así la consagración de un prestigio invaluable en moneda? Qué experiencia en proyectos de carácter público, además de la reputación dentro de los circuitos más sibaritas del arte contemporáneo y del éxito en los mercados, se consideró para que la curva de aprendizaje no

terminé en una costosa factura cobrada al presupuesto cultural, que ya es bastante limitado y llega con escasez a las instituciones culturales. El talento artístico de Orozco no está en duda. Su práctica conceptual conmueve, ha hecho hasta de la decepción un arte. ¿Es suficiente? ¿El coordinador del proyecto cultural estrella del sexenio debe pasar por ese “ser especial” que en un mundo en crisis nos regala su visión poética y profética en la construcción de modelos inexistentes que señalarán las rutas culturales venideras rompiendo paradigmas?


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DE PORTADA

16 DE MAYO 2020

se dice renovador pero ionales del pasado

Chapultepec?

quince años. Tal es la magnitud de la obra, el impacto sobre la vida social y la economía nacional, que el coordinador debe entender que sus acciones están a la orden del escrutinio público, que debe rendir cuentas del uso de cada centavo designado. ¿De qué privilegio goza para no hacer lo que están obligados quienes dirigen otras instancias aunque sus presupuestos anuales sean raquíticos o nulos, como este año será el de todos los museos pertenecientes al INAH, que no tendrán un peso para hacer una sola exposición temporal, y tendrán que usar su inteligencia para reinventar, una vez más, sus colecciones. El deterioro acumulado por décadas es ostensible; basta entrar a cualquier museo o espacio público para ver la precariedad que sortean a diario. La mayoría no tiene para enmarcar ni pintar las salas. Aun así, no se rinden y logran exposiciones significativas gracias a la generosidad de los artistas que terminan subsidiando, sin querer, megaproyectos que absorben los presupuestos de distintas dependencias como será el caso del Proyecto Cultural de Chapultepec, que contará con 10 mil millones de pesos, de los cuales este año se ejercerán 1668 millones (la suma de las cifras asignadas este 2020 al Programa Nacional contra la obesidad, 533 millones, y al Programa de Apoyos para Actividades Científicas, Tecnológicas y de Innovación, 1103), cantidad nada precaria para un artista que se ha ganado a pulso un lugar distintivo en el mercado internacional del arte, precisamente por su talento para trabajar conceptos y materiales precarios, eso sí, como ahora se reitera, respaldado por presupuestos elevados que dan brillo a dicha precariedad. ¿Es válido vulnerar la permanencia del sistema de museos en un momento por demás incierto? La decisión de impulsar la que promete ser la obra maestra de Orozco debió de estar avalada por un plan anterior a la designación (¿por qué no hubo una convocatoria?), y hoy, en la coyuntura, respaldada por un análisis de las implicaciones y urgencias que señale lo perentorio para evitar que la carencia aumente de tal manera que inhabilite la infraestructura existente y comprometa, de antemano, el proyecto. Nadie quiere un fracaso más ni otro elefante blanco ni que se lo trague la vida natural del Bosque de Chapultepec por falta de mantenimiento. Sin menospreciar los aprendizajes de Orozco adquiridos en Japón sobre el jardín zen —magistralmente expresados en su obra—, ninguna gran idea merece la condena del abandono ni de lo inacabado, como el deseo estelar con el que cerraría triunfante la administración de Peña Nieto: el Museo de Museos. Porque cada sexenio suma al presupuesto de la siguiente administración una iniciativa más a mantener, como ha sucedido con el Centro Nacional de las Artes, también de nombramiento directo (Ricardo Legorreta) en el salinato; la Biblioteca Vasconcelos que, aunque se sometió a concurso durante el foxismo, el aplauso se lo ganó Daniel

Goldin, quien después de mucho esfuerzo logró hacer una comunidad alrededor de su oferta y no de la Mátrix Móvil, la ballena de tres millones de dólares comisionada a Orozco; o la Estela de Luz, que en vez de celebrar el Bicentenario de la Independencia, en el periodo de Felipe Calderón, festejó la corrupción. Ningún proyecto, aunque se consolide, concluye en la inauguración; el reto comienza al día siguiente, cuando la creatividad orgánica resulta insuficiente. Es entonces cuando las deficiencias de la acción gubernamental que emula la lógica de los proyectos privados (que debería ser distinta a la de los proyectos públicos) salen a relucir. Sin protocolo ni justificación ni sistema, la autoridad confía en la intuición de Orozco quien, sostenido por eso que llaman capital simbólico, mira desde arriba a seguidores y detractores, exhibiendo su privilegio convertido en derecho: protegido por la arbitrariedad de cualquier cuestionamiento que lo exime ya no de defender su puesto —incuestionable—, sino de rendir cuentas, que en principio deberían de venir desde el gobierno. El artista tiene la licencia poética para hacer lo que quiera aún en la crisis global pandémica. Una vez más estamos bajo un sistema que asegura, como siempre en la historia del país, la permanencia de un orden que simula apertura pero que resguarda el poder de una clase política que se niega a cambiar hábitos. Este tipo de proyectos ostentan las malas costumbres y los terribles efectos, como el cambio de uso de suelo del Museo del Barroco en Puebla o el deterioro de la Escuela de Artes de Oaxaca, que inmortalizan a los autores en libros pero cuya operatividad es nula. Siempre será incómodo opinar sobre el poderoso que refugiado en su aura de genialidad queda exento de la normatividad de la gente de a pie. Las críticas y los halagos reiteran la lucha por el monopolio del capital cultural, evidenciando que el trasfondo sigue siendo el mismo: pelear el hueso. Así, incólume ante la pandemia, este jardín de las presbicias asegura su presupuesto aun frente a la acelerada precarización del sector cultural. Este 18 de mayo podría ser el pretexto para que, junto y al margen de los tomadores de decisiones, reflexionemos por qué en vez de erradicar las formas oscuras de operación —que incluyen los compadrazgos, las cadenas de favores y las luchas por el dominio monopólico de los valores culturales— proponemos rutas transparentes y estructuradas que aseguren —además de proyectos incluyentes, funcionales a largo plazo y dignos para sus trabajadores— el cumplimiento de leyes para el uso apropiado de los recursos y así generar un capital cultural diverso que no esté comprometido con la voracidad del elegido, o por el régimen en turno que demande la consagración avalada por instancias que no encuentran otra manera de seguir existiendo más que defendiendo el sistema en el que nacieron. Asumir esta inercia sería un progreso considerable.

¿Es válido vulnerar la permanencia del sistema de museos en un momento por demás incierto?

Orozco ya ha señalado que la creación del proyecto se camina a pie, que, a partir de los apuntes que recoge en sus recorridos así como de sus conversaciones con especialistas y de la observación de la gente que ocupa el Bosque de Chapultepec, está trazando un plan para “enlazar”, “comunicar” y “transformar” sus cuatro secciones. ¿No debería abrirse la conversación a los sectores cultural y científico? ¿No podría haber sido un proyecto conversado en El Colegio Nacional, cuyos miembros representan lo mejor del pensamiento mexicano? Quizá lo hacen

y no lo sabemos o tal vez es parte del lobbying del artista para pertenecer al club. Suposiciones que la transparencia erradicaría. ¿Por qué preferimos los proyectos orgánicos a los planeados? Nuestra fe es más fuerte que la planeación; por ello confiamos en la inspiración antes que exigir acciones responsables del gobierno. La cuestión está por encima de la capacidad de Orozco. La falla está en la opacidad del nombramiento para realizar un proyecto que no es nuevo y que ha sido materia de investigación de arquitectos y urbanistas por más de

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EN LIBRERÍAS

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RESEÑA

El mal oculta el mal En Nuestra parte de la noche, Mariana Enríquez imagina una realidad violentada por el terror SILVIA HERRERA FOTOGRAFÍA PINTEREST

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on Nuestra parte de la noche (Anagrama, 2019), la escritora argentina Mariana Enríquez obtuvo el más reciente Premio Herralde de Novela. El hecho de que sea de terror y no haya provocado escándalo alguno entre “los defensores del canon”, como los llama la venezolana Michelle Roche Rodríguez, demuestra que la distinción entre géneros “menor” y “mayor” ya no tiene una relevancia crítica. Se ha señalado que la novela trata sobre la dictadura militar pero, si bien dicho aspecto de la historia argentina se halla presente, no es el asunto central. Una frase que expresa un personaje de la película Moebius (Gustavo Mosquera, 1996), también argentina, da pie para acercarse a Nuestra parte de la noche: “¿Cómo se podría estar encantado de esta vida privada de atractivos, de ingenuidad y de espontaneidad? ¿Cómo no preferiría quedarme a vivir en las sombras si allá afuera hay un mar de sorderas que nos está arrastrando a ser irremediablemente desgraciados?” Las sombras a las que se refiere el personaje es un tren del metro que se pierde eternamente en los túneles siguiendo el principio de la cinta descubierto por el matemático alemán que da título al filme. En la novela de Enríquez también hay sombras, una secta regida por lo que llaman la Oscuridad. En la película las sombras no dejan de ser de algún modo protectoras aunque no otorguen la felicidad; en Nuestra parte de la noche la otra realidad en la que viven los personajes es tan violenta como la realidad de nuestro mundo que se diluye entre otros hechos que suceden en la misma época. Por ejemplo, un asesinato múltiple que comete en Inglaterra el hijo de una de las líderes de la secta en contra de otros miembros jóvenes de familias prominentes de la Orden: “Viajamos, como estaba previsto, a Cadaqués. En la hermosa casa de los Margarall seguimos la masacre de Cheyne Walk, que se mezcló con otras terribles matanzas de 1969. Eddie Mathers, Charles Manson, los Ángeles del Infierno, las bombas de Piazza Fontana, el artículo sobre My Lai”. Quien cuenta este pasaje es Rosario, hija de una de las familias que encabezan la secta en Argentina. Ella terminará casada con Juan Petersen, un médium casi de su edad que pone en contacto a la orden con la Oscuridad. La pareja concibió un hijo, Gaspar, que parece ser heredó las cualidades de su padre;

Manifestante detenido en los años de la dictadura argentina.

por ello se vuelve importante para la hermandad dado que su padre padece una grave enfermedad del corazón y no quiere pasar por problemas para conseguir otro médium. Rosario y Juan no quieren que su hijo sea utilizado, y Rosario pierde la vida en el intento. La novela comienza con Juan y Gaspar preparándose para ir en auto a la casa de los padres de Rosario tras su misteriosa muerte. En el camino se encuentran con santuarios de personajes a los que argentinos de la región les rinden culto. Uno de ellos es el de San Güesito, un niño al que unos borrachos violaron antes de matarlo y mutilarlo; su cabeza se usó para rituales. Otro es el de la Santa Muerte. (Los especialistas han señalado que, si en esencia la idea es la misma, el modo en que se realiza el culto es diferente; además, el santo argentino es más antiguo.) El paralelismo que existe entre nuestra realidad, que adquiere la forma de estas creencias religiosas permitidas, y la otra, cuyo ritual de modo oculto practican los adoradores de la Oscuridad, ya desde las primeras páginas Enríquez lo deja bosquejado. En los primeros capítulos,

lo que provoca que los prejuicios contra el género de terror se asomen, lugares comunes que las películas se han dedicado a popularizar, sirve para ir caracterizando a los personajes. Así, una señal que hace que Juan advierta que Gaspar acaso haya heredado sus dones es que ve muertos; asimismo, cuando se detiene en la convivencia entre Gaspar y sus amigos se tiene la impresión de estar en una película de niños curiosos; igualmente, hay comunicación telepática. La falsa impresión desaparece y la escritura de Enríquez se apodera del lector. De acuerdo con los especialistas, una buena obra de ciencia ficción debe provocar un estado de extrañeza; las de terror, deben perturbarnos. Y eso lo consigue Nuestra parte de la noche. Luego de que Enríquez deja preparado todo (la puesta en marcha de Juan para proteger a su hijo; la evidencia de los poderes de Gaspar), comienza a hacerse evidente el dominio de su material y a partir de ese momento solo queda ir hasta el final. Otros personajes hacen su aparición: los aliados de Juan, Tali, hermanastra de Rosario, con quien Juan también tiene una relación, Stephen o Esteban, su amante masculino (su papel de médium le permite una bisexualidad

ritual), y Luis, su hermano, con quien Gaspar se quedará tras su muerte; por otro lado, están sus enemigos representados especialmente por Mercedes, la madre de Rosario, y Florence, madre del joven que perpetró la matanza en Inglaterra, quien desde ese lugar preside la Orden. La dictadura permea la novela en diferentes momentos; los asesinatos que cometió, permitían que la secta se mantuviera en el anonimato. Una mujer que había amenazado con denunciarla, luego de que su hijo perdiera un brazo en un ritual, terminó en el fondo del río Paraná: “Los crímenes de la dictadura eran muy útiles para la Orden, proveían de cuerpos, de coartadas y de corrientes de dolor y miedo, emociones que resultaban muy útiles para manipular”. El mal oculta el mal. En algún momento se puede llegar a pensar que la novela es una alegoría sobre la dictadura, pero no es así. Si bien Juan y Rosario se enfrentan a la Orden, no se trata de una lucha del bien contra el mal. A pesar de todos los esfuerzos para alejarlo de ella, el círculo se cierra en torno a Gaspar. Heredó las cualidades de su padre y tiene el poder para acabar con aquélla. Las circunstancias quedan abiertas.

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EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO, MEMORIAS Un plan sangriento

Las mejores palabras

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A FUEGO LENTO

Por la tangente

Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) México, 2020

Graeme Macrae Burnet Impedimenta España, 2019 384 páginas

Daniel Gamper Anagrama España, 2020 160 páginas

Jesús Silva-Herzog Márquez Taurus México, 2020 200 páginas

El protagonista de este thriller ambientado en las Tierras Altas de Escocia es un antepasado del autor, quien viaja hasta 1869 para aclarar un triple asesinato. Las pruebas señalan a Roderick Macrae y a ellas se suman las memorias que escribió en la cárcel, mientras esperaba el juicio condenatorio. ¿Se trata de un psicópata o de un joven lúcido? ¿Cómo funciona en realidad su mente? Entre otras cosas, este fino juguete literario exhibe el rostro caprichoso de la verdad.

Con el auge de las redes sociales, la libre expresión ha dejado de ser sinónimo de resistencia y coraje. Parece, más bien, una moneda devaluada. Gamper intenta devolverle su aura original, liberarla de la vulgaridad política y el ruido mediático, sin dejarse tentar por el sectarismo y la apología. A los discursos de odio, contrapone el arte de la conversación, que se decanta por el intercambio de ideas y opiniones y no por la preeminencia de una verdad única y excluyente.

Bajo la sospecha de que el ensayista “no intenta demostrar nada, apenas mostrar”, esta reunión de miradas en torno a ciertas figuras literarias revela una faceta poco visible de uno de nuestros más agudos analistas políticos. Los convocados pertenecen a una amplia franja de tiempo y representan intereses por demás disímiles: Diderot, Jonathan Swift, Imre Kertesz, George Steiner, Anne Carson, Octavio Paz… El paseo es prueba de que la lectura debe asumirse sin autoritarismo.

El libro de las plantas olvidadas

Terra insecta

Inside Out: mi historia

Aina S. Erice Ariel México, 2019 436 páginas

Anne Sverdrup-Thygeson Ariel México, 2020 216 páginas

Demi Moore Roca Trade México, 2020 304 páginas

A modo de muestrario, este volumen expone los usos tradicionales de las plantas que crecen en huertos, aguas, bosques, campos y montañas, y que nunca llegan a los refrigeradores de los supermercados. Son 100 especies, tanto comestibles como medicinales. Ahí están, por ejemplo, la ortiga, la caléndula, el ajenjo, la malva o el acerolo, originario de España y utilizado por los pueblos árabes como remedio contra las enfermedades cardiovasculares.

Los insectos son legión: 200 millones por cada ser humano. Aunque por lo general pasan desapercibidos, son esenciales para conservar la vida en nuestro planeta: sirven de alimento, refuerzan los ecosistemas, incluso tienen propiedades medicinales. Como muestra la investigadora, son creaturas fascinantes. Practican rituales de apareamiento, levantan campos de cultivo, son organizados. El diagnóstico revela que su existencia es todo menos una fuente de monotonía.

Algún día fue la actriz mejor pagada de la industria fílmica y en un abrir y cerrar de ojos cayó de la gracia del estrellato. En ese tránsito, enfrentó más de una vez a sus demonios, luchó contra las adicciones, su madre y los traumas infantiles que moldearon su carácter. Esos episodios forman parte de estas memorias, así como sus amoríos, su desquiciada relación con sus hijas y lo que significa ser un icono de Hollywood. Nada resulta convencional.

Superioridad moral ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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l corazón ruge como “tigre en mitad de la carrera”, los vendedores de tamales oaxaqueños se encomiendan a la virgen de Guadalupe aunque procuren a la Santa Muerte, las criadas son violadas por sus patrones cebosos y adinerados, los quinceañeros enamorados sufren acoso escolar, los escritores tienen erecciones mientras producen un poema, las niñas salen de casa y días después aparecen desmembradas, los “ministros” habitan casonas “elefantiásicas” en El Pedregal, el hombre más rico de México gobierna una empresa en la que, como dice un personaje, resulta “increíble que aceptemos esta esclavitud como anestesiados y encima agradecemos como perros indignos por tanta injusticia y maltrato”. De estos materiales de fácil consumo se nutre Cuentos de maldad (y uno que otro maldito) (Alfaguara). Representan, por encima de cualquier postura retórica, las figuras y los lugares comunes de quien escribe blandiendo la espada flamígera de la superioridad moral. Los veinte cuentos reunidos por Alma Delia Murillo ilustran la mala puntada de convertir un género literario en escenario de un puñado de opiniones acerca de las clases altas, los oficinistas, la violencia de género, el sueño americano trasplantado a Polanco… Son opiniones a la medida de un lector que consume papillas inofensivas y solo espera lo que desea escuchar: por ejemplo, la prueba de que la socia mayoritaria de un despacho de abogados debe por fuerza despreciar a sus empleados domésticos. Y así por el estilo, con tal convicción que en muchos casos los cuentos terminan exhibiendo las mismas taras que abominan a través de sus personajes: falta de ambición, un cómodo lugar desde el cual todo resulta en blanco y negro. En la nota de cierre, Alma Delia Murillo se siente obligada a declarar lo siguiente: “sé, por los tiempos que corren, que más de una persona encontrará ofensivos estos relatos”. ¿Ofensivos? No, claro que no. Son abandonadamente inofensivos, tan… cándidos, tan… autocomplacientes, tan a la altura de un gusto sin complejidades ni tormentos, que hacen pensar una vez más que mucha de la literatura que se escribe y publica en estos días no entiende nada de jerarquías y mucho, en cambio, de nivelación de las ideas y los sentimientos.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

16 DE MAYO 2020

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HUSOS Y COSTUMBRES

Frente a la ventana ANA GARCÍA BERGUA

M

ira las ventanas del edificio de enfrente y recuerda “Siete pisos”, el cuento de Dino Buzzati. Su protagonista llega a un hospital a tratarse un padecimiento sin importancia. El hospital es nuevo, muy moderno, y en él se sigue un método de clasificación de los enfermos, según su grado de gravedad: los casos más leves se atienden en el séptimo piso, aquellos que son un poco más serios en el sexto y así van descendiendo hasta el primero, donde se encuentran los desahuciados. El hombre es instalado en el séptimo piso desde donde ve el paisaje e incluso a los pisos inferiores por la disposición del lugar, convencido de que saldrá muy pronto. Una serie de disposiciones que no tienen que ver con la gravedad de su caso, aparentemente, lo van haciendo descender, en medio de protestas, de aquel piso séptimo que él está convencido le corresponde. El final es previsible, no

DINO BUZZATI

El autor de El desierto de los tártaros.

así el curioso entramado del cuento, casi arquitectónico como su tema, y el aura de absurdo y misterio trágico, magistralmente logrado. Quizá en estos meses hemos estado como el paciente de “Siete pisos”: al principio se nos dijo que la situación no era grave; después se han ido estableciendo medidas que nos hacen ver que lo es, aunque se diga siempre que no lo es tanto o que todo está bajo control: bajamos al piso cuarto porque la señora de la habitación contigua necesita otra cama, pero en realidad nos corresponde el quinto o el sexto, como le van diciendo al personaje de Buzzati que mucho le debe a Joseph K. Nuestras vidas están formadas por largas cadenas de decisiones administrativas, acertadas o no, a veces fatalmente anónimas o torpes, producto de la inercia. En medio de tantas voces, sabemos poco del piso en el que estamos. Ya no quiere leer nada que tenga

que ver con la enfermedad ni el aislamiento, pero es muy difícil entregarse a las historias ajenas sin relacionarlas fatalmente con la presente incertidumbre. Pasa un poco lo mismo con la escritura: la escritura es también una forma de clausura muchas veces, y el interior llama al interior; las puertas ahora dan al patio de servicio, no al jardín. Como los soldados recluidos en la fortaleza de El desierto de los tártaros, la gran novela del mismo Buzzati, escudriñamos la arena buscando signos del prodigio inesperado, de lo fantástico. El caballo que un día cruza solitario ante los ojos atónitos del teniente Drogo es para nosotros la aparición esporádica de noticias sobre una vacuna o una cura milagrosa. A veces solo contemplamos las ventanas de los vecinos, aquellos pisos altos que parecen más apetecibles, inmunes a la desgracia. Desde nuestra presente fortaleza miramos los signos del paisaje.

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CAFÉ MADRID

Esta España mía

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uando uno vive en España pero es un desgraciado, como este servidor, la vida no deja de parecerle estupenda. Y, en estos tiempos apocalípticos, más nos vale no poner en peligro la felicidad. Miren: sobrevivo a duras penas, no tengo futuro ni sueños ni amante, pero tengo a España y, ante esa situación, creo que es más de lo que merezco. Así que no me queda más que conformarme con admirarla. Y cómo no hacerlo si esta España mía es la suma de la sátira y la espada, los enanos de Velázquez, la presencia árabe, su monarquía intrigante, sus pintores, poetas, toreros y folclóricas, sus vetustos e imponentes monumentos, su Quijote (siempre más citado que leído) con sus molinos manchegos, su clero hipócrita y abusón, sus políticos y banqueros corruptos, sus bares, baretos y cafetines donde se despelleja al prójimo entre gritos y palabrotas, su glotonería gastronómica, sus múltiples disputas y también sus putas, algunas de ellas extravagantes y otras muy despostilladas, las pobres, que más parecen invitar a la castidad que al desenfreno, pero… ¡qué más da! ¿Acaso hay alguien que pueda resistirse, a pesar de los pesares, a disfrutar de tan fascinante sainete? Pienso y admiro a esta España mía después de recorrer el retrato poliédrico que, con una mirada desacomplejada, ha hecho de ella Marco Cicala en Eterna España (Arpa Editorial). El periodista, corresponsal en esta península del diario italiano La Repubblica, ha armado su particular historia cultural de este territorio a base de personajes españoles de impacto. De El Greco a Almodóvar,

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA GACETÍN MADRID

pasando por Quevedo, Santa Teresa, Unamuno, Dalí, Lorca, Marisol, una legión de anarquistas, golpistas, toreros, artistas y genios del flamenco. Hay en estas páginas anécdotas, descubrimientos, asombro, risas y sabiduría. Es decir: una muy acertada síntesis del imaginario colectivo de la Madre Patria y su resonancia internacional. Cicala vino por primera vez a España en el verano de 1981. El calor era

El periodista Marco Cicala ha armado su particular historia cultural de este territorio

insoportable en Sevilla y de pronto vio que, en las noches, había gente que instalaba catres en las banquetas para paliar los bochornos e intentar dormir un poco. “España me pareció un lugar de locos. Y, por tanto, un lugar ideal”, dice. Su anecdotario cultural es delirante, surrealista, trágico y cómico. Cuenta, por ejemplo, que cuando Quevedo regresaba a casa, después de sus juergas nocturnas en burdeles y tabernas, siempre se detenía a orinar en el mismo edificio. Un día, alguien que vivía allí puso una cruz para intentar disuadirlo pero de nada sirvió. Entonces le agregó a la cruz un letrero: “No se mea donde hay cruces”. Tampoco funcionó e, incluso, el escritor se atrevió a replicar: “No se ponen cruces donde se mea”.

Barrio de las Letras, en Madrid, residencia de Quevedo, Cervantes y Góngora.

Hay muchas más historias castellanas en este libro. Pero también está Barcelona donde, durante la Belle Époque, a veces la lucha de clases resultaba aburrida y los trabajadores decían: “¡venga, vayamos a quemar una iglesia!”, y donde a pesar de todo se ostenta la tradición de ser una de las “capitales europeas del vicio”. Así lo demuestran personajes como la señora Rius, “de moral distraída” y experta, por vocación y convicción, en “hacer señores”, bajo el irrefutable dogma de “el sexo se hace por amor o por dinero, no hay tercera posibilidad”, que todavía hoy está al frente de su casa de citas, en el muy burgués barrio del Eixample, intentando provocar más orgasmos que los goles y los quiebres de Lionel Messi. Esta octogenaria mujer, de sugerente peinado rubio platino, a quien nunca le ha gustado la calle (“¡se ejerce en casa, con todas las comodidades!”) y dirige a unas 20 chicas, entre los 25 y los 50 años, que trabajan todos los días (excepto Navidad, San Esteban y Viernes Santo), a 120 euros la cita (y 70 para los minusválidos), da cuenta, con su matriarcal autoridad, de los detalles de la virilidad de España: “Por aquí han pasado todos los grandes. Como Dalí, que pedía que lo llamáramos El Divino. También venía Camilo José Cela, se limitaba a masturbarse mientras nosotras rompíamos platos. Eso le excitaba. Los platos no los traía él, claro. Los conseguíamos nosotras y, al final, se los cargábamos a la cuenta”. Esta, toda esta, es la España mía. Y espero que no decaiga nunca, por favor.

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