Laberinto No.888 (20/06/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ESCOLIOS

ENSAYO

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

ANNE CARSON

La mesa de los dictadores

Uno ha de comer Foto: Pinterest

SÁBADO 20 DE JUNIO DE 2020 AÑO 16 - NÚMERO 888

Julio Ruelas: el ángel maldito del porfiriato Marcos Daniel Aguilar/ JULIO RUELAS/ LA DOMADORA (1897)

Foto: EFE


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ANTESALA

20 DE JUNIO 2020

EN EL BANQUILLO

Fábula

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TEDI LÓPEZ MILLS

s raro que oiga un silencio. Cuento los ruidos. Van cinco. En este cubículo limpio y pequeño, con su cama bien tendida, una muchacha me pide que cierre el puño izquierdo, elogia mis venas, sonríe, me pica varias veces con una aguja. Lo que está pasando adentro no existe afuera. Ajusto colores. El que más me conviene es el rojo vinoso, no el rosa profundo o el verde oscuro o amarillento. La muchacha pregunta por los gatos. ¿Cómo son?... Lindos animalitos. ¿Le hacen compañía? El sexto ruido es el de la manija de la puerta. ¡El anatomista cojo! Lo reconozco por el libro de ayer. Arrastra su pierna como si fuera un ala herida, una tela que sobra, algo que viene de lejos y lo sigue puntualmente. Lo saludo. Intento hablarle de las caravanas, los informes, las mutilaciones, pero no concuerdan las palabras con las anécdotas. El anatomista colecciona anomalías en frascos de vidrio. Me mira consternado. Se acerca a un anaquel oportuno y saca un frasco grande. Lo pone al pie de la cama y lo frota con una toalla de papel. Aprovecha el tiempo con sus manos. El vidrio brilla a la luz del foco que cuelga encima de mi cabeza. Me han cortado un pedazo. Construyo un pensamiento largo para cubrir las brechas. Ya tengo el título del episodio: “Efecto telescopio”. Es dolorosa la secuela; doloroso el pico de la imagen cuando se invierte en el espejo. La muchacha pronuncia mi nombre al revés; juega con mis dedos: éste fue al mercado, éste fue al parque, éste saltó la cuerda, éste se quedó en la escuela y se aburrió todo el día. El séptimo ruido viene de la calle; el octavo, de la sonda que gotea junto a mi muñeca. Usa anteojos y un saco gris el anatomista. Le da golpecitos al frasco de vidrio con un lápiz. Me pide el pedazo. Es subyacente, le explico. El noveno ruido son los pasos del vigilante afuera del cubículo. Silábica sea la fórmula del milagro cuando se retire la suerte. Silábico sea el aire del espacio con las pelusas en decadencia por haber movido los objetos de modo extemporáneo: la silla, el vaso, el florero, el canasto. Todo estaba en su lugar. Ahora hay que pensarlo de nuevo en el mismo receptáculo. Ilión es el hueso que rozo con la mente que pierdo en el ciego. En ninguna analogía hay suficiente casa para consolarme. La muchacha apunta datos en su formulario. El frasco vacío del anatomista es lo último que veo. Los tubos se taparon, el agua negra se desbordó, salieron a flote las menudencias; hubo que quitar la coladera y meter trapos en los hoyos. Cuánta bulla a mi alrededor. ¿Usted es alguien? Nunca. Tan ordinaria la piel que ahora me esquiva y antes apostaba en mi nombre. Ya es de noche; demasiado tarde, demasiado bien. ¿Le duele? ¿Cómo se siente? A mi lado en otra parte un hombre se quita la máscara y gime. El pedazo es un tubo de carne occisa. Lo abrieron en canal. Me dan permiso de llorar dos días. ¡Ni un eco de la voz cantarina del señor he escuchado en una semana! Hay que multiplicar por veinte la historia. ¿Cuántos números llevo?

El vidrio brilla a la luz del foco que cuelga encima de mi cabeza. Me han cortado un pedazo

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Dheepan. Dirección: Jacques Audiard. Francia, 2015. Puede verse a través de varios servicios de streaming.

HOMBRE DE CELULOIDE

Jesuthasan y Montesquieu

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA PAGE 114

as Cartas persas, con su tono ligero y profundo, abrieron a Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, las puertas de los salones parisinos de moda. En 2015 sirvieron como pretexto para que Jacques Audiard realizara su película Dheepan, ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Desde el inicio es evidente que esta película es una obra fascinante. Una mujer desesperada busca algo en la multitud de desplazados por la guerra civil en Sri Lanka. Finalmente, se apodera de una huérfana con la cual se construye de inmediato una familia ficticia. “Esta es mi hija”, dice a los burócratas que están admitiendo refugiados en un barco. “Y este es mi esposo”. El supuesto esposo es Dheepan, un guerrillero que lleva peleando 26 años en su país y que poco a poco revela su pasado en esta aventura que lo lleva desde las selvas asiáticas hasta París. Ahí, en un suburbio de la capital francesa, descubriremos realidades extraordinarias: no solo el exotismo del Lejano Oriente en el recuerdo de Dheepan, sobre todo el exotismo de Occidente. Con la misma maestría con la que realizó la película Un profeta en 2009, Jacques Audiard ha conseguido capturar sus muy diversos

intereses y enfocarlos en esta ficción en la que un guerrillero se transforma en vendedor ambulante de lucecitas navideñas. La película, sin embargo, trasciende la exposición de la miseria. Audiard es un maestro y lo suyo es la acción, no la denuncia. El secreto de la supuesta familia va creciendo, se va volviendo peligroso; la familia tiene que moverse hacia un multifamiliar donde se encuentran con otra guerra. Audiard nos enfrenta así a la realidad de la nueva Francia, un país en el que, para escapar de la violencia de la desigualdad es necesario un héroe un poco inocente y un poco salvaje, Dheepan, un tipo brutal y adorable que termina por seducir a la mujer que lo escogió en la multitud por interés, y convencer también a la niña huérfana de guerra de que es su padre. Y nos convence a nosotros de que aún es posible asistir a películas de héroes como en aquellas viejas películas francesas que alimentaron la infancia de Audiard. Esta nueva guerra tiene

La película tiene el encanto del cine épico y muestra que aún es posible escribir de héroes

lugar en un multifamiliar poblado de mafiosos de todas las etnias. Aquí se habla francés con acento árabe. Si en Un profeta Francia era vista en clave simbólica, como una cárcel en la cual los blancos se estaban volviendo minoría, hoy Francia es este multifamiliar que ya no es blanco y no es católico: es un lugar opresivo lleno de mafia y que le reza a Alá. Dheepan tiene el encanto del cine épico de La trilogía de Apu de Satyajit Ray y muestra que, más allá del desencanto que traslucen películas francesas como Entre los muros de Laurent Cantet o El odio de Mathieu Kassovitz, aún es posible escribir de héroes en Francia. Las oleadas de inmigrantes que buscan refugio de todas las guerras causadas por Occidente solo han cambiado el rostro de los protagonistas, pero aún hay en las calles de Europa sitio para la poesía, el amor y el heroísmo del cine francés de la década de 1950. La única diferencia estriba tal vez en que los adalides de hoy no se llaman Jean-Paul Belmondo o Alain Delon sino Antonythasan Jesuthasan, un nombre que, por otra parte, resulta muy colorido. La actuación de Jesuthasan es tan buena que transmite con la mirada todo aquello que también hay en las Cartas persas de Montesquieu.

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ANTESALA

20 DE JUNIO 2020

ESCOLIOS

POESÍA

Virus JORGE SOUZA JAUFFRED

El esqueleto terco de la Tierra se sacude sus pulgas finalmente. —Un pájaro clarín canta en la barda— Toca Plutón el mundo y lo sacude las raíces arranca, los corazones muerde. —La flor del cacto se encendió esta noche— Cataratas de cal se derraman blanquísimas sobre seres heridos sin pulmones ni manto. —Tu cuerpo entre mis brazos es una estrella rota— Sobre el tiempo cabalgan los jinetes del miedo con ojos deslumbrados por las apariciones. —Tú conjuras, desnuda, la tormenta, a mi lado— Gira una luna ciega sobre los edificios; el sistema se cae y las bolsas colapsan. —Virus de luz, tu cuerpo, alivia mi garganta y es en mis labios vino, mi remedio, mi pan— Este poema forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

Pranayama contra la epidemia/ EKO

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¿Qué come un dictador? ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

l cocinero Abu Ali relata que cuando su exigente comensal, Saddam Hussein, quedaba satisfecho con sus viandas, le regalaba un sobre con dinero, pero cuando no le gustaban, rompía el plato, le quitaba el dinero que le había dado y le cobraba una multa. La mesa de un hombre de poder denota su temperamento, sus fijaciones ideológicas y su forma de ejercer la política. La comida es un instrumento probadamente útil para demostrar autoridad, obtener sometimiento o hacer propaganda. Idi Amin organizaba comilonas bestiales aderezadas con sexo para celebrar su soberanía; Saddam Hussein inundaba de picante los manjares para bromear y probar la pujanza y lealtad de sus invitados; Pol Pot ofrecía platos con sazón tailandesa, mientras su pueblo moría de hambre o comía ratas; Enver Hoxha, que imponía férreamente los platos albaneses, llevaba una torturante dieta de solo 1500 calorías diarias y Fidel Castro, que era él mismo un buen cocinero, distinguía a sus invitados especiales preparándoles personalmente pargo rojo, aunque él prefería, en vez de comer, perorar interminablemente. En el libro How to Feed a Dictator (Penguin Books, 2020), el escritor Witold Szablowski se asoma a la intimidad gastronómica de cinco de los dirigentes más controvertidos de la época contemporánea y entrevista a sus cocineros, al tiempo que rememora momentos climáticos del ejercicio en el poder de los comensales. El resultado es una suerte de novela sobre la fascinación simultánea de la política y la cocina y sobre algunos de los rasgos más escabrosos de la tiranía y el culto a la personalidad en nuestros tiempos. Un cocinero es un artista que suele rendirse ante el aplauso, y más si viene de los poderosos. Todos los cocineros entrevistados provienen de orígenes humildes, aman genuinamente su oficio y sienten un deslumbramiento inicial, que en algunos casos (los cocineros de Fidel y la de Pol Pot) se vuelve adoración perpetua por su poderoso empleador. A todos los halaga que un personaje carismático y casi omnipotente los haya elegido para nutrir su mesa; aunque, en casos como el de Abu Ali, el chef de Saddam, el de Otonde Odera, cocinero de Idi Amín, o de Mr. K, el incognito cocinero de Hoxha, perciben que son engranajes en una máquina demencial y que no solo sus empleos, sino sus vidas, dependen del caprichoso gusto culinario y del genio voluble de sus patrones. Porque los cocineros, como testigos del poder, fraguan placeres y afectos, pero también enfrentan las paranoias, los violentos cambios de humor y los miedos de déspotas que desconfían de su propia sombra. Por lo demás, muchos de los fabulosos banquetes descritos tienen lugar en medio de hambrunas, purgas o matanzas colectivas y los comensales manchan de sangre los manteles. Se trata, pues, de un relato envolvente en torno a la desmesura de ese poder desbocado que no se limita a irradiar sobre la vida política, sino que busca controlar las conciencias y hasta los paladares de los demás.

Los cocineros fraguan placeres pero también enfrentan los miedos de déspotas

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DE PORTADA

20 DE JUNIO 2020

El 21 de junio celebramos 150 años del nacimiento del pintor e ilustrador, renovador del arte y la cultura mexicana

Julio Ruelas: el ángel maldito del porfiriato

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MARCOS DANIEL AGUILAR IMÁGENES JULIO RUELAS

l 21 de junio se celebra el 150 aniversario del natalicio del pintor e ilustrador zacatecano Julio Ruelas, considerado por los escritores de finales del siglo XIX como un artista luminoso y de talento superior, y por otros críticos, a lo largo de los siglos XX y XXI, como un artista provocador que rompió las estructuras estéticas en México. Hijo de un ministro del gobierno de Porfirio Díaz, Ruelas fue estudiante en la Academia de San Carlos, de la que después sería profesor. Becado en Alemania por la Academia de Arte de Karlsruhe, entre 1891 y 1894, a su regreso a México, según artículos escritos por su amigo desde la adolescencia, el poeta José Juan Tablada, se le esperaba como al artista que haría renacer y sacar a la escena pictórica nacional de un estancamiento producto de la rigidez académica y de la imitación europeizante. Ruelas lo haría, pero no para proclamar una nueva plástica nacionalista, sino a través de su individualidad desbordante de imaginación, basada en sus lecturas filosóficas y sus pasiones, frustraciones y obsesiones que desde 1898 irradiarían, quizá sin desearlo, hacia el grupo intelectual alrededor de la Revista Moderna, que marcó una etapa del modernismo y de la escena cultural porfiriana. Para hablar sobre la trascendencia de este artista sui géneris, entrevisté a tres especialistas de la obra de Julio Ruelas: el ensayista Evodio Escalante, la investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas Julieta Ortiz Gaitán, y la estudiosa de la plástica y la cultura zacatecana Jánea Estrada Lazarín. A comienzos de la década de 1890, se vivía un “aire rarificado de un medio

fatal para el arte”, un aire “asfixiante, como el vacío de las campanas”. Así describió Tablada al medio artístico nacido de la Academia de San Carlos a la llegada de Ruelas a la Ciudad de México. Al respecto, la doctora Julieta Ortiz Gaitán opina que “es cierto que el contexto de la cultura en general, en tiempos de Ruelas, era precario, pero eso no es de extrañar porque el arte y la cultura siempre han estado desatendidas por el Estado. Había cierta decadencia de la cultura y el arte, y es Tablada quien gesta la idea de la crisis en el arte académico y de la llegada de un renacimiento”. El mismo Tablada hace una descripción del estudio de Ruelas, un estudio estático, no apto para un artista de “talento superior”, cuyas paredes estaban tapizadas de “academias y paisajes al natural, y de la estampa y el yeso”, estructuras establecidas que se alejaban de las aspiraciones de libertad del artista. “Tablada narró cómo desde antes de ingresar a la Academia, Ruelas dibujaba todo lo que veía, y lo que leía, pues era un gran aficionado de la literatura germánica desde antes de su partida a Alemania, con una predilección por la anatomía humana”, afirma la doctora en Historia y promotora cultural en Zacatecas Jánea Estrada Lazarín. En 1891, Julio Ruelas zarpó a Europa. El viaje y sus aprendizajes cambiaron no solo su manera de pintar y dibujar, sino que traerían aires nuevos que terminarían refrescando “negativamente” a un ya aburrido ambiente positivista. Lejos de volver a la “patria” para devolver lo aprendido a los paisajes con lagos y volcanes, Ruelas trae un conocimiento no solo de la lengua y la cultura alemanas, sino algo todavía “más decisivo, ya que ahí abreva en las tendencias más recientes de la pintura alemana, entre ellas la influencia de su maestro Böcklin y de otros postrománticos y decadentistas.

Autorretrato (1900)


DE PORTADA

20 DE JUNIO 2020

Por cierto, los años durante los cuales estudia en Alemania son también los que marcan en Viena el ascenso de la estrella de Klimt, aunque hay que reconocer que la gran influencia en él fue la del torturado pintor belga Félicien Rops”, asegura Evodio Escalante. A propósito de la técnica y tendencias que adquirió Ruelas en Alemania, Jánea Estrada manifiesta que ahí “perfeccionó la técnica del dibujo y se nutrió, en términos visuales, de todo lo que encontró en esa región; pero también encontró en la música, la literatura y la filosofía elementos indispensables para la consolidación de esa personalidad que lo distinguiría, y me atrevería a decir que en Alemania encontró el leitmotiv de su obra”. Justo sobre el conocimiento filosófico que adquiere Ruelas en Alemania, Escalante dice que fue Julio Ruelas quien trajo el pensamiento de Friedrich Nietzsche a México: “Puedo suponer que en esa estancia le toca experimentar con fuerza una primera oleada nietzscheana, el pensador que propone una nueva Tabla de Valores”, entre estos el nihilismo, que se acomodó perfectamente entre la generación de escritores modernistas. Julio Ruelas desembarca en el Puerto de Veracruz en septiembre de 1895. ¿Cómo era el círculo intelectual y artístico de la sociedad porfiriana? Escalante estima que para contestar esta pregunta es necesario revalorar nuestro modernismo. “Si consideramos que la Revista Moderna (1898-1911) es el tablado en el que se expresan sus aportaciones, no cuesta mucho trabajo concluir que esta generación fue la que aplanó e hizo posible el suelo a partir del cual se desarrolla nuestra cultura. En tiempos recientes, se advierte una cierta tendencia entre los estudiosos a pensar que la revista y sus animadores integraban una suerte de ‘correa de transmisión’ del régimen de Porfirio Díaz. Nada más falso. No hay que olvidar que la revista se funda a partir de una ruptura: José Juan Tablada y sus amigos son expulsados de El Imparcial por una intriga que habría encabezado doña Carmelita, la esposa del dictador. Más allá de la moralina que sirvió de pretexto, los modernistas, o sería mejor decir los decadentistas mexicanos, impulsaban una ideología que de manera implícita se oponía a las consignas de orden y progreso”. La doctora Estrada Lazarín coincide al decir que los modernistas eran críticos hacia el poder y hacia los valores que difundía el régimen, pero con una crítica por debajo del agua, que en ocasiones parecía contradictoria: “los integrantes de la Revista Moderna podían ser muy críticos hacia las manifestaciones culturales, pero siempre estuvieron de parte de no confrontarse directamente con el gobierno porfirista, y es así que muchos de ellos estuvieron pensionados por el gobierno, como el mismo Ruelas”. Por otra parte, la investigadora Ortiz Gaitán considera que los decadentistas mexicanos no se enfrentaron tanto al régimen de Díaz como sí lo hicieron contra los avances de la modernidad: “Es que

El ahorcado (1890)

no es aún tiempo del enfrentamiento contra el gobierno. No encuentro a ningún artista en esta época que sea abiertamente contestatario. Había un malestar en general, derivado de la industrialización que se había desarrollado durante el siglo XIX y que los pintores veían como una amenaza que generaba cambios imparables en la sociedad”. Cuando regresó a México, Ruelas realizó algunos cuadros al óleo, las viñetas con las que ilustró el libro Cartones, de Ángel de Campo, en las que ya se asomaban formas simbólicas como la calavera, y comenzaba a dibujar y pintar sus faunos, como referencia al sátiro, ligados a la liberación y al erotismo. Así ejecutó a los faunos que aparecen en el cuadro de 1904, con el que da la bienvenida al otro mecenas de la Revista Moderna: Jesús Luján. En este cuadro aparece no solo la nómina modernista más cercana al zacatecano (Jesús E. Valenzuela, Bernardo Couto, Balbino Dávalos, Efrén Rebolledo, Jesús Contreras, Jesús Urueta, Leandro Izaguirre), sino un autorretrato en forma de fauno atormentado. Para Escalante, Ruelas fue el genio absoluto del arte moderno mexicano, pues “como decadentista tuvo un mayor alcance, a través de su cosmopolitismo, que los pintores

Los modernistas eran críticos hacia el poder y hacia los valores que difundía el régimen

nacionalistas, como Saturnino Herrán, o los muralistas como Rivera, Orozco y Siqueiros. Ya que los dandis y los decadentes, como los proletarios a decir de Marx, no tienen patria. O quizá sí: su única patria es la belleza y el descreer de todos los demás valores. Cuando sostengo que Ruelas es el genio absoluto del arte moderno, tengo en cuenta que se convierte en el pivote o el eje en torno al cual trabajan quienes colaboran en la Revista Moderna”. Estrada Lazarín piensa muy parecido a Escalante en el sentido en que Ruelas fue un protagonista entre los modernistas, ya que “su incursión en la Revista Moderna fue tan importante que era él quien proponía los temas a desarrollarse una vez entregadas sus imágenes; cuando mandaba su colaboración (llegó a realizar 2564 dibujos para la revista), el director editorial tenía que buscar a quien escribiera sobre las ilustraciones y no al revés. En ese sentido, Ruelas era quien motivaba los debates que se dieron en esas páginas; el tratamiento, la inclusión de temas y colaboradores también estuvieron influidos por él”. Respecto a la introducción de Nietzsche a los modernistas, Evodio Escalante dice que Ruelas “pudo transmitir a sus colegas el fervor por Nietzsche y por sus enseñanzas. Hay tres ejemplos de ello: el extraordinario dibujo que hace para ilustrar el poema ‘Implacable’, de Amado Nervo, en el que se anuncia la nietzscheana muerte de Dios (tal anuncio, curiosamente,

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nos llega en el poema de labios de una mujer); la caricatura en la que nos muestra a un Sócrates a cuatro patas y montado por una prostituta que además le picotea la cabeza con un pitagórico compás, imagen que no se explica sin una lectura previa de El nacimiento de la tragedia; y la portada de la Revista Moderna de la segunda quincena de enero de 1900, que muestra un perfil de Nietzsche, a quien su autor ve con ojos solemnes y admirativos, también surgido de la mano de Ruelas. El toque perverso o morboso de muchas de sus composiciones, su manera de hacer congeniar erotismo y muerte, placer y sacrificio, carnalidad y redención, lo hacen contemporáneo no solo de Bataille, sino de todos nosotros”. Para Julieta Ortiz Gaitán, la originalidad de este artista está en “expresar cabalmente el momento que vivió; no todos los artistas logran eso. En la obra de Ruelas hay un testimonio de su tiempo. Hay genio, tradición y maestría. Si hay que considerar a Ruelas como un artista moderno y un primer rupturista, es por ese chispazo de modernidad que es la libertad”. Jánea Estrada destaca otra cualidad que hace diferente a Ruelas del resto de sus contemporáneos: “el carácter melancólico que lo hizo un artista con proclividad a lo individual, un loboesteparismo que lo alejó de lo colectivo. Su afán por demostrar que desde lo individual también se podía sentar precedente en la historia del arte”.

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LITERATURA

20 DE JUNIO 2020

ENSAYO

Uno ha de comer Ofrecemos un fragmento de Economía de lo que no se pierde, de próxima publicación en Vaso Roto ANNE CARSON FOTOGRAFÍA EFE

Anne Carson (1950), poeta, ensayista y narradora, hace aquí alarde de un estilo que fusiona géneros y épocas. Se vale del poeta griego Simónides, quizá uno de los más populares y polémicos del siglo V a. C., para explorar el valor del dinero en relación con el valor del arte y la vida. La traducción que presentamos es de Olivier Tafoiry y Jeannette L. Clariond.

Pero el epitafio no es el fin de la historia. Durante la noche, el cadáver que Simónides había enterrado apareció en sus sueños advirtiéndole no embarcarse el día siguiente. Simónides comunicó esta advertencia a sus compañeros de viaje, quienes la ignoraron, se hicieron a la mar y naufragaron. Simónides se quedó atrás y se salvó. Agregó entonces un codicilo al epitafio en la playa:

l dinero no se come. Sí puedes, en cambio, vender comida. De hecho, puedes vender cualquier cosa. Marx calificó este hecho de “forma mercantil” y pensó que era propio de la vida de todos los objetos en una economía monetaria. “Vender es la práctica de la alienación”, expresa, “y la mercancía es su expresión”. Formulado de este modo, las mercancías adquieren un valor alejado de su uso, ajeno a su contexto de uso. Simónides experimentó esta pérdida de contexto en carne propia. En sus relaciones con sus mecenas —también anfitriones— vio la pérdida de decoro. Observó cómo grandes roturas y rasgaduras empezaban a aparecer en el tejido de la acción recíproca que supuestamente albergaba y nutría la vida de un poeta. Vio cómo le racionaban la xenia como una mercancía. Se volvió intensamente consciente de su propio valor de cambio como productor de poesía. Y, con la escueta claridad que caracterizaba su genio social, puso en acción dicha falta de elegancia:

[Aquí yace el salvador de Simónides quien, aun muerto, ha concedido a los vivos una gracia.]

E

Simónides era realmente un miserable y codicioso tacaño: en Siracusa (según narra Camaleonte), Hierón acostumbraba enviar al poeta una porción diaria de alimento. Simónides brillantemente vendía gran parte de ésta, guardando una pequeña ración para él. Y cuando alguien le preguntaba “por qué”, respondía: “para que la munificencia de Hierón sea obvia para todos, sin mencionar mi propio sentido de orden”.

Una vez más, Simónides señala una tensión entre dos sistemas económicos. En la historia, la comida se transforma en dinero, como el valor de uso se transforma en valor de cambio cuando una sociedad adopta la acuñación. Esta transformación tiene menos que ver con avaricia personal que con la reducción de los valores humanos a lo conmensurable. (...)

La escritora canadiense, ganadora del Princesa de Asturias 2020.

Ahora bien, es cierto que en la antigua cultura griega, como en muchas otras, la diferencia define al poeta. Homero no sería ciego si la verdad resultara, por lo general, aparente. Simónides no sería avaro si el lenguaje no fuera una de las economías más reveladoras en uso. Pero una grieta profunda corre entre la ceguera de Homero y la avaricia de Simónides. La sociedad que reverenciaba la visión de Homero se transforma, en el siglo V, en público receloso de la habilidad económica de Simónides. Hemos observado en los poemas y anécdotas antes mencionados que Simónides se complace en sacar provecho de su propia alienación. Bajo este juego se encuentra (a mi parecer) una seria reflexión acerca del significado de la vocación poética. Vender poemas incita a pensar en cuál es su valor y en quién puede medirlo. Sabemos que Simónides ponderaba estas interrogantes y trataba con dureza a cualquiera que presumiera de contestarlas en su lugar. Por ejemplo, Aristóteles narra la historia del ganador de una carrera de mulas deseoso de comprarle a Simónides una oda a su victoria.

Simónides se negó, pues el pago era módico y no le agradaba la idea de componer poesía para mulas.

Pero, al recibir un pago apropiado, compuso este verso: ¡Salve, hijas de caballos veloces como vendavales!

Del pago apropiado deriva un poema apropiado. Compensemos esta anécdota con otra que procede de la tradición biográfica relativa al otro plato de la balanza de pago. Un día, cuenta la historia, Simónides, la víspera de una travesía marítima, caminaba solo por la costa. De pronto se detuvo. Había un cadáver a sus pies. Simónides no titubeó. Resolvió enterrar el cuerpo y, acto seguido, erigió un epitafio que habla en la voz del difunto: [Rezo porque aquellos que me han matado corran con igual suerte, Oh Zeus del huésped y el anfitrión, Rezo porque aquéllos que me han sepultado disfruten del beneficio de la vida.]

Como acostumbra, Simónides crea una doble afirmación sobre la economía de lo ocurrido pues dirige el epitafio al Zeus Xenios, “dios del huésped y el anfitrión”, cuyas reglas primordiales de hospitalidad hacia los extraños le habrán dictado al poeta enterrar el cadáver encontrado en la playa. Al mismo tiempo, articula la oración de venganza del difunto en un lenguaje relativo a las ganancias y pérdidas, un dejo de mentalidad mercantil destinado a subrayar la ausencia del pago apropiado. Este pago ocurre no obstante en el asombroso anexo. Simónides y su “salvador” se han concedido uno al otro un regalo inestimable en términos mercantiles. Su transacción es regida por Dios y genera una plusvalía que supera con creces su propio cálculo. “Gracia” es la casi intraducible palabra final y la última estimación del comercio luctuoso de Simónides. La gracia es la extraña e impetuosa moneda de su transacción. La gracia compra salvación en varias direcciones al mismo tiempo, pues se trata de un intercambio de vida y muerte imbricado en la función del poeta y consonante con su avaricia. Un poeta es alguien que negocia con la sobrevivencia, convirtiendo de nuevo el hecho de la muerte en fama eterna. Pero el difunto no es el único en sacar provecho. Es el nombre de Simónides el que aparece en esta lápida. Somos nosotros los que encontramos compensación en su don poético. Inmortalizadas en nuestro goce poético quedan las obras de su vida y la garantía de su salvación. ¿Quién salva al salvador? “Un ahorcado estrangula la soga”, escribe Paul Celan en uno de sus primeros poemas. La gracia es una moneda con más de dos caras. En la cual confiamos.

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EN LIBRERÍAS

20 DE JUNIO 2020

NARRATIVA, ENSAYO El mapa de los afectos

El membrillo de Estambul

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A FUEGO LENTO Laín, el bastardo

Casas vacías México, 2019

Ana Merino Destino España, 2020 224 páginas

Paolo Rumiz Sexto piso México, 2019 608 páginas

Francisco Narla Edhasa Argentina, 2019 768 páginas

Premio Nadal 2020, esta novela está hecha de las vidas de los habitantes de una pequeña comunidad donde abundan los secretos. Las jóvenes sostienen amoríos con hombres muy mayores, las mujeres desaparecen sin dejar rastro, los solteros matan el aburrimiento en los bares clandestinos de la periferia… Esas vidas se tocan en algunos puntos hasta producir un dibujo intrincado en el que los lugares son reflejo de los afectos y dan pie a realidades inesperadas.

Novela de encuentros y desencuentros, de amor por la música y por los rituales del cambio. Su argumento tiene como protagonista a Maximilian von Altenberg, un ingeniero austriaco que viaja a Sarajevo en el invierno de 1997 y se enamora de una hermosa mujer de quien se separa para volver a su desdichada rutina. La distancia se vuelve deseo mayor y la pasión amorosa toma la forma de una historia que sigue el curso de los legendarios relatos del corazón de Los Balcanes.

Novela ganadora del primer Premio de Narrativa Histórica Edhasa 2018, tiene como trasfondo el tiempo de las Cruzadas. Hijo bastardo de don Rodrigo, señor de San Paio, Laín no la pasa bien. Si bien su padre en ocasiones lo tiene presente, es odiado por su madrastra y su hermanastro. Don Rodrigo va a luchar a las Cruzadas, pero no vuelve pues se ha perdido en el desierto. Laín va entonces en su busca, apoyado por diversos personajes con quienes compartirá aventuras.

María Sabina

Cómo ser un epicúreo

Buena economía para tiempos difíciles

Enrique González Rubio Montoya Lectorum México, 2019 232 páginas

Catherine Wilson Ariel España, 2020 256 páginas

Esther Duflo, Abhijit Banerjee Taurus México, 2020 496 páginas

El autor de este libro es antropólogo pero, como lo aclara, “no es un libro antropológico”. Como en el caso de Carlos Castaneda, González Rubio Montoya también se alejó de la racionalidad científica y se acercó al mundo espiritual. Libro testimonial, cuyo subtítulo es La tradición de los hongos sagrados entre los curanderos mazatecos, da cuenta de lo que el autor llama experiencias paranormales (telepatía, clarividencia, magnetismo). María Sabina es la chamana emblemática.

Una filosofía para la vida moderna reza el subtítulo de este ensayo sobre el arte de alcanzar un estado pleno de vida. Ya que solemos confundir el epicureísmo con el hedonismo, no está de más revisitar el pensamiento de Epicuro y sus seguidores, quienes sostenían que la búsqueda del placer representaba el ideal máximo de la existencia. Wilson pone ese propósito al día, no sin antes redefinir la amistad, el goce personal y la existencia libre de culpa.

Los premios Nobel de Economía en 2019 desmienten la sospecha de que los economistas se preocupan muy poco por los conflictos sociales y políticos. Tenemos los recursos, aseguran, para enfrentar la inmigración, la desigualdad y aun la emergencia climática pero la ideología es un estorbo. Dos interrogantes guían este estudio: ¿por qué la liberalización del comercio puede aumentar el desempleo? y ¿por qué nadie ha logrado explicar las condiciones necesarias para el crecimiento?

La madre que los parió ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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na mujer, cuyo nombre desconocemos, ha perdido a su hijo de tres años mientras atiende su teléfono celular en la banca de un parque. Otra mujer, cuyo nombre también desconocemos, se ha robado a ese niño para satisfacer la obligación de tener una familia. Con las voces de una y de otra, Brenda Navarro construye una novela sobre la maternidad como acto fallido o destino manifiesto. Hay que despojarse de toda imagen dulzona antes de emprender la lectura de Casas vacías (Sexto piso). No se trata de ver solo cómo esa madre se consume hasta el punto del autodesprecio sino del proceso mediante el cual termina descubriendo que guardaba el deseo de nunca haber procreado a su hijo. “¿Por qué lloramos cuando acabamos de nacer?”, interroga. “Porque nunca debimos haber venido a este mundo”, responde mientras su cuerpo va tomando la forma de una casa vacía y “lúgubre”. En este punto, la novela se mueve por contraste. ¿Qué es de aquélla, la ladrona? Quiere, a toda costa, ser madre. Por eso acepta las palizas de su pareja y aun su pobre desempeño en la cama. Tiene un propósito… y es mayúsculo, así que baja la cabeza y acusa los golpes con tal de quedar preñada. En un país donde la figura materna ocupa altares y llama a golpearse el pecho, donde una mentada de madre hace correr la sangre, Brenda Navarro no duda en desempeñar el oficio de francotiradora. No solo toma distancia de sus personajes y sus prisiones sexuales y sentimentales sino que polemiza con la idea general de la mujer como víctima de los bajos apetitos masculinos. No hay parrafadas de carácter presuntamente feminista. Hay, en cambio, una visión desgarrada de la condición femenina al momento en que pone a prueba la idea que se ha hecho de sí misma. ¿Víctima? Por supuesto: de la brutalidad física y el patriarcado. Pero también capaz de ser un verdugo. La madre en desuso y la madre ficticia no son las únicas figuras dolientes de Casas vacías. Por sus páginas transitan la esposa muerta a manos de su esposo, la hija nacida del incesto, el rencor en faldas que barre su patio. Que podamos reconocerlas en la vecindad y los alrededores de nuestras vidas importa, en este caso, muy poco. Lo que en verdad importa es que Brenda Navarro les concediera una existencia literaria.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

20 DE JUNIO 2020

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TOSCANADAS

Buenismo DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

V

engode estar con mis amigos escritores. Hablamos de lo bueno que está el vino, del día que alguien conoció a García Márquez, de que Francisco Umbral detestaba a Benito Pérez Galdós, pero de tanto leerlo para criticarlo, acabó por tener una prosa galdosiana, de las intrigas de algunos escritores que persiguen el Premio Cervantes o Princesa de Asturias. Por supuesto se habló de cine mientras yo permanecía callado. Por alguna razón, alguien mencionó la famosa frase de El gatopardo, adjudicándosela al príncipe, y de inmediato se le hizo la corrección; se mencionó que la palabra gatopardo había entrado en el español por Lampedusa, pues llegó al diccionario apenas en los ochenta, y aún ahora, para referirse a tal felino, es más natural hablar de “onza”, “guepardo” o “leopardo”. Los callos a la madrileña, también estuvieron muy buenos. “¿Pedimos otros o unas mollejas?” Alguien mencionó a Evtushenko y

YEVGUENI EVTUSHENKO

El poeta ruso, quien visitó México en 1968.

recordamos con nostalgia aquellos días en que un poeta podía reunir a decenas de miles de personas. Se habló de Pasternak, de Ajmátova. “Evtushenko me recuerda a aquel actor alcohólico larguirucho que, ¿cómo se llamaba?”, preguntó alguien, y otro respondió: “Peter O’Toole”. Se recordó aquella visita que hizo el poeta siberiano a México en 1968, que él leía en ruso ante un público de veinticinco mil personas, mientras que las versiones en español las declamaban Narciso Busquets, Ofelia Guilmáin e Ignacio López Tarso. “Nos falta alguien”, dijo alguien, y otro alguien respondió: “Claudio Obregón”. No faltó quien dijo que conoció a Evtushenko en Nueva York “y el muy cabrón pedía vinos franceses de trescientos dólares, sabiendo que no se haría cargo de la cuenta”. Recordamos su poema Babi Yar, y alguien propuso si Evtushenko no habrá sido un one hit wonder. Luego se mencionó la anécdota de cuando Vargas Llosa se topó con el editor que le rechazó La ciudad y los perros, y esto dio pie pa-

ra pronunciar ciertas opiniones sobre la obra del peruano, y de ahí desviarnos hacia los premios Nobel. “Por cierto, el mes pasado se murió una académica sueca, pero no informaron de qué”. Y como saben que soy medio polaco, me preguntaron por Olga Tokarczuk. Así siguió la velada, compartiendo temas que en verdad nos importan. Pero luego hay que escribir un artículo. ¿Y de qué escribimos? Pues del virus, del confinamiento, de la corrupción, del racismo, de Floyd, del medio ambiente, del feminismo y del machismo, de AMLO, de lo que nos dicte el tsunami tuitero y de tantas otras cosas que no entran en nuestras conversaciones; pero hay que escribir de ellas, porque somos escritores comprometidos con nuestros tiempos, con nuestra realidad y, sobre todo, con nuestro buenismo. Por eso solemos tratar estos temas con el punto de vista inane y políticamente correcto, como si fuésemos correctamente políticos y no intelectuales.

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BICHOS Y PARIENTES

El gemelo del miedo

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omos esa cosa con que están hechos los sueños”. Qué difícil es traducir el famoso verso con que el mago Próspero le explica a Miranda y a Fernando la naturaleza humana: We are such stuff as dreams are made on. El nudo está en la traducción de stuff: “aquello de lo que está hecha alguna cosa”. Los traductores de La Tempestad en general prefieren el espacio vacío y sustituyen stuff por “aquello” (“aquello de lo que están hechos los sueños) o por “lo” (“de lo que están hechos los sueños”). Pero no funciona bien: el verso de Shakespeare obtiene su fuerza justamente de la ambigua precisión de una palabra vulgar y que sirve para cualquier asunto que sea menester: cosa, stuff. Así de contradictorio. De otro modo, Shakespeare se hubiera tenido que internar en filosofías abstrusas y Próspero habría dejado de ser el gran mago para venir a mendicante del pensamiento. Los filósofos caminan de modo más torpe: “el espíritu del hombre es de la misma sustancia que la que aparece, en un sueño, a uno que duerme”. Hobbes no podía poner “cosa”; puso “sustancia”, vocablo de pensador. Hobbes era seguramente ateo, pero jamás se habría permitido decirlo. Le iba en juego el cuello. Y estaba en un dilema: cree en la vida mental y, quizá, en la espiritual, pero sus argumentos religiosos son siempre un juego de lógica, un recurso retórico, muy lejano de la pasión formidable de Milton, su contemporáneo. Ambos defendieron la libertad de prensa, pero diferían. Hobbes supuso que la voluntad del soberano tenía que ser la última palabra en la determinación de las libertades. Milton, en cambio, es quizá el más radical y poderoso

JULIO HUBARD RETRATO JOHN MICHAEL WRIGHT

defensor de la libre expresión y de la capital importancia del mal: sin mal no hay libertad; sin libertad no hay salvación. El soberano puede gobernar, pero no censurar. Pero si la pasión de Milton fue el mal, la de Hobbes era el miedo. Nacido en 1588, dice Hobbes en su autobiografía (escrita en verso y en latín) que “al difundirse por nuestras plazas el rumor de que con la flota española se acercaba el último día para nuestro

Por miedo, el ser humano engendra la imaginación, el lenguaje, se reúne con otros

pueblo, tanto miedo concibió mi madre que parió gemelos: a mí y al miedo al mismo tiempo”. La condición natural del ser humano es el desvalimiento; su facultad, la de adelantarse en el tiempo, imaginar el futuro. La combinación deja un pobre ser que “halla su corazón constantemente mordido por el miedo a la muerte, a la pobreza, a las calamidades”, y termina concibiendo “desleídos cuerpos etéreos… pero la opinión de que esos espíritus son incorpóreos, o inmateriales, no pudo haber entrado por la naturaleza en la mente de nadie, porque aunque los hombres puedan poner juntas palabras de contradictoria significación, como espíritu, o como incorpóreo, jamás podrían imaginar que nada les respondiera”.

El pensador británico Thomas Hobbes, fundador de la filosofía política moderna.

La naturaleza es, para Hobbes, maestra y objetivo de conocimiento al mismo tiempo. Un desdoblamiento que tiene su origen en el miedo. Por miedo, el ser humano engendra la imaginación, el lenguaje, se reúne con otros, se organiza. Pero por miedo, también, arranca bienes a los demás y desea someterlos y vive en constante conflicto. Hasta que se da el acuerdo: que uno solo mande, que uno solo tenga el poder. Y surge, se inventa, ese hombre que permanece en “estado de naturaleza” (que no está sujeto a las leyes sino antes de ellas) y en quien reside la soberanía: eso que llamamos Estado. Es el Leviatán: “no hay sobre la tierra poder que se le compare” (Libro de Job, 41). “Un libro que milita en favor de todos los reyes y de todos los que, bajo cualquier otro nombre, poseen derechos regios”, dice Hobbes en su autobiografía. Su enamoramiento y obsesión por la geometría le habían puesto en las manos un método distinto del que aceptaban los filósofos y todas las universidades de la época. Aristóteles construyó su Política con dos suposiciones: la de sumar los elementos que componen la polis, y que la naturaleza humana se da en la sociedad, no de modo individual. Hobbes decidió geométricamente invertir el camino, desarmarlo en sus componentes hasta hallar sus elementos. Encontró que el miedo es esa cosa (such stuff) de la que está hecho el poder. Pero, contradicción de todo soberano, si el miedo hace presa del poder es porque el gobernante ha perdido la soberanía. A eso sigue necesariamente, o la guerra civil, o el Behemot: “el parlamento largo”, conformado por un infinito de sospechas, conspiraciones, delaciones, traiciones y un cobarde coronado.

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