Laberinto No.891 (11/07/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ENTREVISTA

A FUEGO LENTO

GUADALUPE ALONSO CORATELLA

ROBERTO PLIEGO

Silva-Herzog Márquez: claves del ensayo

El cuerpo en llamas de Nahui Olin

Foto: Cortesía JSH-M

SÁBADO 11 DE JULIO DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 891

Ennio Morricone: el cine hecho música Alejandro Acevedo, Fernando Zamora, Iván Ríos Gascón, Antonio Gnoli/ FOTOGRAFÍA: EFE


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ANTESALA

11 DE JULIO 2020

DOBLE FILO

De Mozart a Messi FERNANDO FIGUEROA

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urante el confinamiento, miles de personas siguen por varias plataformas de internet a Gerardo Kleinburg en Hablemos de ópera. Él estudió piano en la Escuela Nacional de Música, y Bioquímica en el Tec de Monterrey. Fue director de la Compañía Nacional de Ópera y del Festival Cervantino. En 1989 publicó el libro de cuentos Tríptico, en 2004 la novela No honrarás a tu padre y en 2014 Éxtasis. Ahora juega ping-pong con Laberinto. ¿A qué equivale hablar de Mozart en Salzburgo? A hablar de tacos en México. ¿Cambiaría esa experiencia en Austria por jugar en un Mundial? Sin duda. ¿Maradona o Messi? La pregunta no procede. El mejor cantante en vivo. Por el solo canto, Pavarotti, pero si agregas actuación y conocimiento musical, Plácido Domingo. ¿Y la mejor cantante en vivo? Mirella Freni. ¿Cuál ópera produciría si tuviera todo el billete del mundo? Boris Godunov. ¿A cuál músico muerto le hubiera gustado entrevistar? A Gustav Mahler. ¿Cuál sería la primera pregunta? Sobre su conversión al catolicismo. ¿Verdi o Wagner? Verdi, pero con una larga explicación. Javier Camarena en cuatro palabras. Agudos fuera de serie. Una canción de Juan Gabriel. “Querida”. Y una de Manzanero. “Esta tarde vi llover”. Un gusto musical culposo. Raphael. ¿Le iban a regalar un balón firmado por la Selección de Brasil en 1970 y alguien lo lavó? Sí. Es la historia de un niño que descubre el concepto de pérdida irreparable. María Tereza Montoya en una frase. La más grande actriz de habla española. ¿Pesa el nombre de la abuela? Al contrario, es un resorte. ¿Nunca se ha dormido en una ópera? Desafortunadamente, no. La mejor orquesta en vivo. La Filarmónica de Berlín. ¿Boca Juniors o América? El Boca, por Maradona. Enrique Borja en una palabra. Cazagoles. Dos libros en una isla desierta. Los cuentos completos de Julio Cortázar y Madame Bovary. La Biblia o La Torá. Con las dos no haces una. ¿No honrarás a tu padre es un psicoanálisis en el que el paciente cobra regalías? Las sesiones de psicoanálisis fueron el acto literario, y la escritura de la novela fue el acto psicoanalítico. Una ópera antes de morir. Las bodas de Fígaro. Su epitafio. Como el hipocondriaco: “¿No que no?”

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Érase una vez en América puede verse en México a través de Prime Video.

HOMBRE DE CELULOIDE

De la Italia liberada al sueño americano

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA WARNER BROS.

in música, decía Nietzsche, la vida sería un error. Y el cine, si no un error, sí falto de sal. El bueno, el malo y el feo, por ejemplo, es el silbido que anuncia lo que está por venir: un divertimento. Ennio Morricone, su autor, murió el pasado 6 de julio. Nació en 1928. En 74 años compuso más de 500 partituras. Vendió más de 70 millones de discos. Estos son los números. Algo más profundo dice su última obra que no es una partitura sino una carta en la que pide que no le hagan funeral público, para “no molestar”. Hay mucho de pasional en esta misiva. Mucho de ese romano que amaba la historia, la música y el cine de su país. Morricone se identificó siempre con Domenico Zipoli, un compositor que se transformó en misionero. El oboe de Gabriel en La misión está inspirado en el Adagio para oboe y chelo de Zipoli. La pista contiene las mejores escenas de la película de Roland Joffé: el bosque, la cascada, el hombre que ha venido al Amazonas para encontrar al otro, a Dios. El Tema de amor de Cinema Paradiso contiene igualmente los besos censurados, la amistad de Totò y el proyeccionista. Y, claro, el amor por el cine. Uno de los trabajos menos conocidos de Morricone y que resulta,

sin embargo, paradigmático, es la banda sonora de El profesional de Georges Lautner (no confundir con El profesional de 1994). En los violines de apariencia barroca está contenida la intriga y, en el contrapunto con instrumentos electrónicos, la historia que protagonizó Jean-Paul Belmondo. Todas estas notas remiten a una era de Occidente. En efecto, Morricone no solo evoca grandes escenas, sus pistas traen a la mente el cine de la Europa de la posguerra, son imágenes que nutrieron la imaginación de dos niños que se conocieron bajo el sol romano de agosto: Sergio Leone y Ennio Morricone. Por eso resulta tan emotivo el trabajo que hicieron juntos. Érase una vez en América es un spaguetti western que ha sido definido de muchos modos, pero es sobre todo la exaltación simbólica del “sueño americano”, la puesta en escena del espejismo de dos niños que imaginan “América” llena de mafiosos y

Morricone no solo evoca grandes escenas, sus pistas traen a la mente el cine de la posguerra

mujeres hermosas. Todo ello rezuma el Tema de Deborah: cruza pop entre el adagio de Samuel Barber y el imaginario exótico de las últimas óperas de Puccini. El Tema de Deborah es la clase de música que necesita esta gran ópera en tres actos, Érase una vez en América, ensueño hecho de opio que vive Robert de Niro y más, el sueño de dos muchachos que crecieron para realizar cosas grandiosas: cine, música. La banda sonora de Érase una vez en América contiene, sí, la vida de sus protagonistas, mafiosos judíos en Brooklyn, pero contiene, además, el despertar abrupto de toda aquella generación. ¿Qué sería sin música la escena climática de la primera parte cuando, después de haber amado tanto a la niña que le leía el Cantar de los cantares, el mafioso Noodles decide violarla? Sería potente, sí, pero carente de sal. Sin miedo a la cursilería, la música de Ennio Morricone está llena de la esperanza de esa Italia que fue liberada y más tarde reconstruida de los escombros que dejaron la guerra y el fascismo. Pero se acabó ese mundo, se acabó esa Italia, murió Sergio Leone y murió Ennio Morricone. El compositor más prolífico en la historia del cine, sin querer molestar, se va.

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ANTESALA

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POESÍA

Siento pena de mí mismo... IVÁN TURGUÉNIEV

Siento pena de mí mismo, de los demás, de toda la gente, de las fieras y los pájaros... De todo lo que vive. Siento pena por los niños y los ancianos, por los desdichados y los felices... Por los felices más que por los desdichados. Me dan pena los jefes victoriosos y triunfantes, los grandes artistas, los pensadores, los poetas... Me da pena de los asesinos y sus víctimas, de la desolación y la belleza, de los oprimidos y los opresores. ¿Cómo puedo liberarme de esta pena? No me deja vivir... Además es un fastidio. ¡Oh tristura, tristeza, toda disuelta por la pena! No se puede caer más bajo. Sería mejor sentir envidia... ¡Es un derecho! Sí, siento envidia de las piedras. Los Poemas en prosa del narrador ruso (1818-1883) ocupan un lugar especial en la literatura rusa. Los escribió en los últimos años de su vida, publicando parte de ellos en la revista Vestnik Evropi ( El Correo de Europa) en 1882. El resto de esta obra se publicaría 46 años después de su muerte, en París. Nota y traducción del ruso de Jorge Bustamante García.

EX LIBRIS

Ennio Morricone/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

Morricone IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

n una conversación entre François Truffaut y Alfred Hitchcock acerca de los atributos que debe poseer una película, el maestro del suspense comentó que la apreciación estética suele ser muy limitada porque “los críticos tienden a valorar más la calidad literaria de una película que su calidad cinematográfica”. Con esta sencilla idea, el realizador británico puntualizó que el arte fílmico no se sustenta únicamente en un buen guion, porque aparte del desempeño actoral, el ojo clarividente de la cámara y la sensibilidad voyeur del director, en ese rectángulo que es la pantalla gravitan una serie de elementos que contribuyen a cargarlo de emoción: el decorado, la luz, la música incidental o score, una partitura programada para establecer la atmósfera del relato. El score es un elemento fundamentalmente narrativo. A diferencia del soundtrack (canciones que el director puede elegir de un acervo independiente de la historia), su génesis es una especie de escritura paralela al argumento. Los compositores conciben cada pieza siguiendo la tensión dramática de las escenas y secuencias: como el guionista, el compositor de scores nos cuenta la película en sonido, sus recursos son ilimitados dependiendo del estado de ánimo de cada corte: cuerdas, percusiones, tubas, trombones, platillos, teclados, saxofones, trompetas. Un instrumento proyecta distintas emociones, nos vincula con las circunstancias en que se hallan los personajes, y es por eso que, al escucharlos, ciertos scores nos remiten instantáneamente al filme del que proceden. Ennio Morricone comprendió que en el score no solo está el ADN de una historia, porque ahí cabe todo un género. Él le dio la identidad al spaghetti western de Sergio Leone: de las partituras que hizo para él, Morricone inmortalizó el silbido polvoriento que anuncia la llegada de Rubio (Clint Eastwood), la acechanza de “Ojos de ángel” (Lee Van Cleef) o las jugarretas de Tuco (Eli Wallach) en El bueno, el malo y el feo (1968), aunque también ensambló una época sonora sui generis, entre el pasado y el presente, para Érase una vez en América (1984), el monumental epílogo de la trilogía Once Upon a Time del mismo Leone. Morricone tenía oído para cualquier tipo de fábula. De (y con) Pier Paolo Pasolini, Teorema (1968), El Decamerón (1971), Los cuentos de Canterbury (1972), Las mil y una noches (1974), Saló o los 120 días de Sodoma (1975); con Bernardo Bertolucci, Novecento (1976); con John Carpenter, La Cosa (1982); con Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso (1989), Todos estamos bien (1990), Una pura formalidad (1994), La desconocida (2006), La mejor oferta (2013); con Roman Polanski, Búsqueda frenética (1988); con Pedro Almodóvar, ¡Átame! (1989), con Margarethe von Trotta, El largo silencio (1993). Su creación más reconocida fue el score de La misión (Roland Joffé, 1986), pero imposible olvidar sus notas para Sacco y Vanzetti (Giuliano Montaldo, 1971) o su colaboración con Brian de Palma (Los Intocables, 1987; Pecados de guerra, 1989), con Barry Levinson (Bugsy, 1991; Acoso sexual, 1994) o Mike Nichols (Lobo, 1994), porque Morricone trabajó mucho, sin descanso. Con Liliana Cavani, Dario Argento, Damiano Damiani, John Boorman, Terrence Malick, los hermanos Taviani, Samuel Fuller, Franco Zeffirelli, Lina Wertmüller y un largo etcétera. En su oceánico repertorio figura, incluso, un Pedro Páramo (José Bolaños, 1978), pero lo más seguro es que a la gente se le quede como recuerdo principal lo que hizo para Quentin Tarantino en Los 8 más odiados (2015), porque su penúltima partitura le confirió el Oscar (Morricone ganó antes Globos de Oro y Premios Bafta y Grammy; el Princesa de Asturias de las Artes de este año, junto con John Williams, fue un trecho más hacia la cúspide), ese galardón tan sobrevalorado por una industria que adora la taquilla y confunde al arte con el entretenimiento.

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DE PORTADA

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Morricone: lo sagrado y lo ALEJANDRO ACEVEDO FOTOGRAFÍA ARCHIVO MILENIO

El cine no fue la única plataforma del compositor italiano, dueño de una modestia inusual. Su talento se expresó también en la música pop y sinfónica

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s fundamental que el director esté de acuerdo con la banda sonora, al fin y al cabo es su película y no la mía”. Esa era la modesta ubicación que Ennio Morricone le daba a su trabajo, aunque en no pocas ocasiones (y el tiempo es un excelente juez) las películas decrecían mientras la música que Ennio Morricone componía adquiría la estatura de obra maestra. Su excelencia lo llevó a firmar musicalmente alrededor de 500 scores, convirtiéndose en el compositor cinematográfico más solicitado y más prolífico de todos los tiempos. Respecto a su forma de trabajar, Morricone cuenta que algunos directores le daban a leer el guion, otros le mostraban la película ya terminada para que la musicalizara, algunos más

trabajaban con él simultáneamente. Sergio Leone, que era muy respetuoso con la música de Morricone, llegó a alargar y transformar escenas para adaptarse al tempo y a la duración de la pieza del músico romano. A Sergio Leone —quien sería el famoso creador del spaguetti western— lo conoció en la banca escolar y décadas más tarde lo llamó para que musicalizara uno de sus filmes. Con base en esta confianza, Morricone le pidió a Leone que en el tercer trabajo en conjunto lo dejara por fin “hacer lo que quisiera”. Sobra decir que las innovadoras Por un puñado de dólares, El bueno el malo y el feo y Érase una vez en América valen tanto por la imagen como por la banda sonora de Morricone. Los dos artistas trabajaron juntos hasta la muerte de Sergio Leone en 1989. En ocasiones, las melodías creadas por Morricone se transformaron en personajes. Es el caso de la


DE PORTADA

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o profano “vengativa” armónica que Charles Bronson toca en Hasta que llegó su hora (1971) o la “implorante” flauta que Jeremy Irons tañe en La misión (1986). La versatilidad del músico lo llevó a abarcar todos los géneros: el drama, el western y hasta el filme de horror. Recordemos que musicalizó La Cosa (John Carpenter, 1982). Morricone —hay que destacar— siempre derrochó profesionalismo. Compuso su primera obra para trompeta a los seis años y a los doce ya había cursado en el conservatorio las asignaturas de Armonía y Composición.

Pop star

La gimnasia musical que practicó en decenas de arreglos que a fines de los años cincuenta compuso para los cantantes pop de la RCA lo convirtió en un atleta de alto rendimiento que creó muchas de las mejores bandas sonoras de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. “Guarda co-

El músico italiano (10 de noviembre de 1928-6 de julio de 2020).

me dondolo”, el twist de Il sorpasso (Dino Risi, 1962), fue compuesto por Morricone. A Mina le compuso la música de “Se telefoneando” (1966), y cuenta Morricone que la concibió “haciendo cola para pagar el recibo del gas”. La estrenó la también llamada Tigresa de Cremona y más tarde fue interpretada por Françoise Hardy, Franco Batiatto, NEK… En 1971 compuso, junto a Joan Baez, “Here’s To You” para la cinta Sacco y Vanzetti. En 1984 colaboró con Metallica en “The Ecstasy of Gold” y en 1987 participó con Pet Shop Boys en “It Couldn’t Happen Here”. Pero como su vocación no era el pop e inicialmente tampoco el arte de las bandas sonoras (que a decir de él mismo “se le fue dando con el tiempo”), Morricone encontraba el tiempo para componer su “música absoluta” (la que más le importaba), música libre de compromisos comerciales que lo llevaría a las grandes salas de concierto. “Hasta entonces no me había dado cuenta de la necesidad del público de establecer contacto conmigo, sus ganas de descubrir mi obra en vivo. Quise saber de qué se trataba y me gustó”. Quince conciertos para piano, 30 piezas sinfónicas y una ópera…, en eso consiste cuantitativamente la “música absoluta” de Morricone, en la música que apreciamos más frecuentemente que en sus bandas sonoras el lirismo místico que caracterizaba su estilo. Cuando se le preguntaba si la música era capaz de acercarnos a Dios, Morricone respondía: “La música está cerca de Dios y es el único arte que nos aproxima al Padre Eterno y a la eternidad”.

“El Mozart del cine”

Morricone era un padre de familia responsable. Se casó en 1956 con María Travia, con quien tuvo cuatro hijos. Por ellos trabajaba a destajo. Llegó a realizar la música de una banda sonora en una semana. Pasolini, Tornatore, Leone, Fellini, Joffé, Scola… Almodóvar le encargó el score de ¡Átame! (1989) y cuenta Morricone que Almodóvar “escuchó la música para el filme sin decir nada. Me dejó muy desconcertado, inquieto. Luego coincidimos en alguna premiación y entonces me dijo que le había gustado”. También trabajó con Tarantino en Los 8 más odiados, cinta por la que en 2016 obtuvo un Oscar. En una premiación, Tarantino dijo: “Morricone es el Mozart del cine”. “Bah, ni él se lo cree”, respondió Morricone. Un Oscar honorífico en 2006, diez David de Donatello, tres Globos de Oro, seis BAFTA, dos Grammy… A decir de Morricone, “el premio más importante es la satisfacción que mi trabajo les causa a los directores que me contratan”. El hombre que sin ceder a la vulgaridad introdujo silbidos, armónicas y guitarras eléctricas en sus partituras cinematográficas ha muerto en Roma a los 91 años. Él, que supo empatar lo familiar con lo inusitado, lo habitual con lo misterioso y lo novedoso con lo tradicional nos deja la tarea de volver a disfrutar sin imágenes, o con imágenes, su obra musical.

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ENNIO MORRICONE

“Desearía que nos convirtiéramos en sonidos”

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ANTONIO GNOLI

l 23 de marzo de 2014, Antonio Gnoli publicó en el periódico italiano La Repubblica una larga entrevista con Ennio Morricone. La conversación tuvo como eje la música, su historia, su poder, su belleza. Como homenaje al gran compositor, reproducimos algunos fragmentos. ¿Qué es el poder de la música? Es su naturaleza evocativa, aunque lo que evoca permanece atrapado en el sentimiento de cada uno. Pero al mismo tiempo es un poder que crea un vínculo colectivo, una comunidad de escuchas. O, de manera más paradójica, del silencio. Vivimos en una sociedad en la que el ruido ha derrotado al silencio. ¿Qué le sugiere esto? No condenaría al ruido. Es un recurso para la música. Los ruidos no son defectos, tampoco errores. No me producen tristeza mental. No escucho más que ruidos. Son una fuente de inspiración, incluso desagradables, pero de una belleza brutal, plagados de experiencia y de vida. Me doy cuenta de que a veces me concentro en algún ruido en particular —el zumbido de un avión, por ejemplo— y lo transformo en la tonalidad en la que logro pensarlo, en una especie de canto interior. ¿Una educación que nace en la calle? Digamos más bien que en el mundo. Aunque no debemos quitarle importancia a la aportación de los maestros. ¿En quién piensa? En mi padre que tocaba la trompeta. Fue él quien me enseñó la clave del violín y me transmitió la pasión por ese instrumento. Me inscribí en el conservatorio de Santa Cecilia, en Roma. Hice un curso complementario de Armonía, y después fui a estudiar Composición. Tomaba las clases (entre 1940 y 1941) de Antonio Ferdinandi y luego las de Goffredo Petrassi. ¿Cómo fue la relación con Petrassi? Fue una suerte haberlo conocido. Era un maestro fantástico. Inspiraba un cierto pavor. Tan es así que cuando, para ganar dinero, comencé a hacer los primeros arreglos musicales para la radio, me cuidé mucho de decírselo. ¿Qué se lo impedía? Temía que viera en esa elección una especie de corrupción. Pero cuando al final lo supo, reaccionó sin enojo. Me dijo simplemente: “estoy convencido de que usted recuperará el tiempo que está perdiendo”. No parece que el éxito lo haya cambiado. No creo que yo sea un narcisista, y considero que el éxito es un evento transitorio. Y es duro, muy duro, confirmarlo con el tiempo. Cada vez que pienso en que he hecho lo máximo, sé que se puede lograr algo mejor. ¿Cree en Dios? Claro, con algunas dudas sobre lo que viene después. ¿El más allá lo convence? Me parece que hay mucha confusión. ¿Resurrección de la carne? No lo sé. ¿Seremos almas sublimadas en la beatitud? Puede ser. Quizás seremos música. Me gustaría que todos nos transformáramos en sonidos.

El éxito es un evento transitorio. Y es duro, muy duro, confirmarlo con el tiempo

Traducción de Verónica Nájera Martínez

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PENSAMIENTO

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ENTREVISTA

“El ensayista es un tramposo” Jesús Silva-Herzog Márquez acaba de publicar Por la tangente, en el que explora las ideas de 44 escritores

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a presencia de los libros fue una constante, se dio desde las dos mitades de su sangre, me dice Jesús Silva-Herzog Márquez. En la paterna, dirigida a la reflexión sociológica, la historia, la economía; y en la materna, una búsqueda artística, literaria. No fue uno de esos niños lectores que suelen refugiarse en los libros, “al contrario, me la pasaba chutando el balón o viendo la televisión; la lectura comenzó a incorporarse en mi vida a partir del último año de preparatoria”. Académico, periodista y escritor, Jesús Silva-Herzog Márquez es un agudo analista político. Ha publicado libros como Andar y ver o La idiotez de lo perfecto. En estos días se dio a conocer Por la tangente. De ensayos y ensayistas (Taurus, 2020). Montaigne, Virginia Woolf, María Zambrano, Alfonso Reyes, Yuval Noah Harari o Roberto Calasso, son algunos de los 44 autores incluidos en este volumen que intenta responder a la pregunta: ¿qué aporta esta forma de la escritura? “Todos ellos parten de que se escribe desde la subjetividad, representan al escritor que no se aparta para hablar en nombre de la ciencia, de la verdad, sino que está ensayando, intentando, aproximándose a ciertas áreas sin una conclusión definitiva. Lo fantástico que hay en los ensayos es una reflexión muy crítica y honesta de advertirse ridículo, falible, inconstante, y eso es lo que se comunica: una subjetividad no impostada, que no es la de quien se engrandece a través del yo, sino todo lo contrario. Como diría Gabriel Zaid, el ensayo no es una forma para que el escritor se luzca. Se trata de abrir el espacio para que se luzca el otro al que estás invitando”. Alfonso Reyes describió el ensayo como un centauro, el hijo mestizo del arte y de la ciencia, mientras que Montaigne se preguntaba: ¿será el ensayo siempre una trampa?, ¿una manera de bordear el mundo sin acceder a él?, ¿una elocuente evasión? El ensayista se entrega a las orillas: no intenta demostrar nada, apenas mostrar. El ensayo es la fuga de la tangente: rozar el globo y huir. Después de muchos años de hacer una columna política y viniendo de una formación universitaria en la que se requiere la demostración, un rastreo meticuloso de las fuentes, Silva-Herzog Márquez opina que “en el ensayo hay una forma más sensata de entender la realidad resbaladiza del presente. En estos ensayistas

GUADALUPE ALONSO CORATELLA FOTOGRAFÍA CORTESÍA JSH-M

El académico y analista político.

hay una idea de que no se les puede tomar demasiado en serio. Lo que uno dice tiene como sombra algo que no está diciendo y que quizá también es una forma razonable de ver las cosas. En el linaje de estos ensayistas hay un aviso de cierta cautela frente a lo que uno piensa y lo que uno cree”. Para Virginia Woolf, la valentía del ensayista radicaba en la confrontación consigo mismo. En ello consiste, también, el peligro del género. “Me gusta mucho el peligro. Uno de los primeros textos es una advertencia: debemos ser muy conscientes de que el ensayista es un tramposo. La manera como se aproxima a la realidad o a la filosofía o a la historia o al arte, afirma esa subjetividad. El ensayista busca elegancia expresiva y sentido estético, no se compromete plenamente con lo que está diciendo. El ensayo es también un género peligroso porque como lectores debemos cuidarnos de caer en el embeleso del estilo y, al mismo tiempo, aceptar que eso puede tener un mérito que va más allá de nuestras coincidencias con lo que se está diciendo. En los textos que analizo hay esta maestría de la literatura de ideas, esa viveza musical que tienen los grandes ensayos. En nuestra tradición, también está el género

de la poesía de las ideas que tiene su cumbre en Octavio Paz, un poeta que hace un ensayo en un poema, una reflexión sobre la historia, sobre el tiempo, el cuerpo, el deseo, el arte”. Hablamos del ensayo como fuente de ideas, en contraposición a un mundo donde abunda la necesidad de opinar, donde la información vertiginosa tiende hacia lo banal. “Los ensayistas de este libro van a contracorriente de nuestro momento en el sentido de la relación con lo inmediato. Esa es una característica del, entre comillas, debate público contemporáneo que tiene que ver con el simple reflejo. Yo oigo algo y lo primero que se me ocurre es que tiene mérito para que lo conozca todo el mundo. Es un problema contemporáneo que va en contra de la reflexión reposada del ensayo, que implica el decir ‘sí’ y después decir ‘pero’, y eso no funciona en el albureo del debate contemporáneo donde lo que cuenta es el gancho inmediato cuando recibes la provocación”. Y también está el lenguaje de la política, su decadencia, que George Orwell trata en uno de sus ensayos. “Son muy malos momentos para el lenguaje político. Se habla mucho para evitar que alguien se tome la molestia de pensar. Y dice Orwell: estamos acostumbrándonos a las metáforas secas que hemos usado miles de veces y ya no dicen nada. Eso es brutal cuando

vemos las conferencias de prensa de todas las mañanas. Lo que vemos es a una persona que está repitiendo lo que ha dicho durante años y años, pero no vemos a alguien pensando. Me parece que eso es grave”. Estamos frente a una situación mundial inédita. ¿Hacia dónde nos dirigimos? “Es una época extraordinaria, única en varias generaciones y única en el mundo porque se vive al mismo tiempo en todos los rincones del planeta. Nuestra tentación es imaginar que este es el punto final de un tiempo, que ha muerto todo lo que estábamos padeciendo durante décadas o siglos, y lo que leemos en algunos filósofos y opinadores es que se trata de escribir un ensayo sobre el fin del capitalismo, del neoliberalismo, como si estuviera naciendo una nueva sociedad radicalmente distinta. Yo sería escéptico ante la idea de que estos cortes en la historia son definitivos. Sospecho que cuando las cosas empiecen a normalizarse, retomaremos gran parte de nuestras tradiciones, nuestras herencias, y vamos a seguir comportándonos con los mismos vicios de hace un año. Desde luego cambiarán algunas cosas, ha sido un golpe a nuestras formas de relacionarnos, a nuestros vínculos en el sentido más inmediato y esto va a dejar una huella por mucho tiempo. También diría que somos una especie que se empeña en olvidarse muy pronto de lo que acaba de aprender”.

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EN LIBRERÍAS

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NARRATIVA, ENSAYO Medio siglo con Borges

El origen eléctrico de todas las lluvias

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A FUEGO LENTO Tirar del hilo

Nahui Olin. La loca perfecta México, 2020

Mario Vargas Llosa Alfaguara México, 2020 112 páginas

Alejandro García Abreu Taurus México, 2020 392 páginas

Andrea Camilleri Salamandra España, 2020 272 páginas

Artículos, conferencias, reseñas, notas sueltas arman este volumen en el cual la pasión del lector convive con la “perfección absoluta” de la escritura borgesiana. “Desde que leí sus primeros cuentos y ensayos en la Lima de los años cincuenta”, dice el novelista peruano, “solo he hallado una fuente inagotable de placer intelectual”. En más de un sentido, se trata de un homenaje a quien ejerció una enorme influencia en los grandes escritores en lengua española, tan opuestos como devotos.

La entrevista que pisa los terrenos del ensayo es el género por el cual se mueve este libro que convoca a un grupo variopinto de escritores. Algunos de ellos: Michel Butor, Roberto Calasso, Emmanuel Carrère, Mircea Cartarescu, Javier Cercas, Jorge Edwards, James Ellroy, Joan Fontcuberta, Etgar Keret, Paul Krugman, Eduardo Lago, Gilles Lipovetsky, António Lobo Antunes, Claudio Magris, Norman Manea, Alberto Manguel, Mercedes Monmany, Monika Zgustova.

Con esta novela, uno de los mejores representantes del thriller policiaco llegó a su libro número 100. Como en tantas ocasiones, el protagonista es el comisario Salvo Montalbano, enfrentado ahora a la necesidad de ayudar a las olas de migrantes que alcanzan las costas italianas. Las cosas se complican aún más cuando una amiga cercana aparece asesinada. La desgracia colectiva se anuda con la desgracia individual para ofrecer una visión desconsolada del presente europeo.

Las tres de la mañana

El cuerpo

Una dacha en el Golfo

Gianrico Carofiglio Anagrama España, 2020 168 páginas

Mircea Cartarescu Impedimenta España, 2020 528 páginas

Emilio Sánchez Mediavilla Anagrama España, 2020 200 páginas

“Acabo de cumplir cincuenta y un años, la edad que entonces tenía mi padre. He pensado que podría ser un buen momento para escribir sobre aquellos dos días y sus noches”. Así se pone en movimiento esta novela sobre la memoria, la enfermedad y la conciencia insomne. La trama se desarrolla durante ese breve lapso en que el narrador, volviendo a sus 18 años, se reencuentra con su padre para iniciar una extenuante jornada de jazz, iniciación sexual y confesiones.

Segundo volumen de la trilogía Cegador del escritor rumano. Como ya explicaron los comentaristas, la trilogía se basa en las partes de la mariposa: el primer volumen es El ala izquierda, al que sigue éste, centrado en el yo del protagonista. El espacio es la cruda realidad de la Rumania comunista, pero detrás de ella se encuentra lo real maravilloso con personajes como María, una niña a la que le crecen alas de mariposa, o un borgesiano cuadro que aloja todo el universo.

Libro ganador del Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez 2019. El autor es nativo de Santander y vivió en Bahréin durante dos años con su pareja, pero ya no pudo regresar porque en ese minúsculo país del Golfo Pérsico los periodistas no son bien vistos: resulta un lugar contradictorio, pues si bien ahí ocurrió la primera lucha por la reivindicación obrera, existe la tolerancia religiosa y se despenalizó la homosexualidad, también se explota a los extranjeros.

Un cuerpo en llamas ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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onfieso mi desconfianza cada vez que me encuentro con una novela inspirada en un personaje totémico de la historia patria o las artes mexicanas. El aparato de investigación suele ganarle la partida a la voluntad de narrar y las figuras de carne y hueso terminan convertidas en estatuas de bronce. Y para qué hablar de sus palabras: se dirigen sin variación hacia la posteridad de los especialistas o de quienes se encargan de reivindicar a los injustamente olvidados. El caso es que la novela pierde la mayoría de las veces. Ahora me encuentro con Nahui Olin. La loca perfecta (Lumen) y reniego de esa desconfianza. Sin echar en falta la erudición para componer a su personaje, y con una voz narrativa que viene de tiempos y espacios legendarios, Valeria Matos reinventa una mujer, una sensibilidad, una época, un destino que desde los primeros años anunciaba el arrebato y la incomprensión. Matos no se aparta de las convenciones lineales —infancia, juventud, edad adulta…—, y aun no puede evitar el uso de la cita —de uso común en este género novelesco—, pero es capaz de desmarcarse del aburrido montón gracias a un estilo que no solo exhibe una gran fuerza lírica sino que sabe apoyarse en la expresividad poética para darle voz a una Nahui Olin de alma y cuerpo desnudos: llega hasta nosotros a través de las palabras de un testigo inmemorial y de su propia incandescencia. Es inevitable retratar a Nahui Olin sin describir a un astro que mientras más lejanamente asciende más anuncia su caída. Durante su ascenso —la vuelta a México en 1921, el fuego sexual con el Dr. Atl, la bohemia y las habladurías del mundo artístico—, lo que podría ser un rosario insufrible de consignas feministas es por fortuna un flujo arrebatador que interpreta y se funde con un temperamento. De igual manera, el descenso no tiene el carácter de la recriminación ni de la rabia contemporánea frente al patriarcado y los abusos masculinos. Ya que se trata sobre todo de comprender a quien fue una mujer en llamas y a la vuelta de la década se convirtió en un despojo apestoso a orines de gato, no queda más que reconocer la clarividencia de Valeria Matos para darle forma y consistencia a una intuición que el siglo XX vio encarnada en las sacerdotisas que hicieron de sus cuerpos una obra de arte en sí mismos.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

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HUSOS Y COSTUMBRES

Declaración de amor al vino ANA GARCÍA BERGUA

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soliloquios y callados deseos, como si su espíritu, ya se sabe, la habitara. Mucho mejor lo dijo Baudelaire: Car j'éprouve une joie immense quand je tombe/ Dans le gosier d'un homme usé par ses travaux,/ Et sa chaude poitrine est une douce tombe/ Où je me plais bien mieux que dans mes froids caveaux (“L’âme du vin”) (“Porque siento una alegría inmensa cuando caigo/ en el gañote de un hombre maltratado por sus trabajos/ y su cálido pecho es una dulce tumba/ donde mucho más gozo que en mis cavas heladas”; traducción de Margarita Michelena). Pero su amor por el vino no empieza ahí, ni en el olfato, ni en el paladar, ni siquiera en los libros, sino en la mirada: es una voyeuse del vino, lo espía largo rato antes de encontrarse con él, como a los seres amados cuya simple existencia la deslumbra. Y mientras espía al genio que ondea en el caldo, aprovecha también

ara soportar el resguardo entre alcoholes profilácticos y rasposos, mejor bebe vino. Ella ama los tonos del vino, mirar a trasluz la copa y los distintos rojos que se mueven en el cristal. Casi, casi, leer en el vino, espiar la danza de sus espíritus en las transparencias del guinda y el carmesí, antes de buscar el aroma por el que revelan sus secretos como en suspiros y después, mucho más tarde, el sabor. El sabor que corresponde al aroma y es como abrir un cofre de tesoros olvidados, paisajes de bosques lejanos, ensoñaciones. Como si en el vino pudiera retomar conversaciones olvidadas con seres que quizá fueron o pudieron haber sido. Por eso unos vinos le gustan más que otros, porque aluden a recuerdos de paraísos antiguos. Y después del sabor, el agradable estar del vino en el cuerpo, como si se le trasladara de su aposento frío al cálido de las conversaciones o los

para apreciar las copas de formas y cristales distintos, y pensar que, al contrario de lo que se podría suponer, es decir, que el líquido maleable adapta su forma y su condición al duro envase que lo aguarda, el vino obliga al cristal a cambiar de forma (”Él sabe bien que los vinos cambian de sabor hasta con la forma de la copa”, dijo don Alfonso Reyes aludiendo al buen bebedor), pues el vino respira, asciende o se concentra como hace cada quien a lo largo de su vida, para lo cual necesita copas como torres o amplios castillos y peceras, y de la misma manera que el vino exige la forma de la copa, modifica también nuestra forma física y nuestra manera de ver el mundo. Nos vuelve amplios y orondos, generosos y báquicos, a veces esbeltos y saltarines, o bien somnolientos y melancólicos según el vino de que se trate. Nos habita como un condómino exigente y exquisito, mientras ensancha el espíritu, ahora confinado, lleno de temores.

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CAFÉ MADRID

Destripador de autores

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na clase impartida por Mario Vargas Llosa destaca por su capacidad para destripar la obra de los autores que lo han guiado en su carrera literaria. Al frente del grupo, el profesor laureado con el Premio Nobel de Literatura es tan meticuloso que a veces da la sensación de haber regresado de un dilatado recorrido por el cerebro, el corazón, las vísceras y la imaginación de los grandes artistas de la pluma. Así lo demuestra, también, en libros como Conversación en Princenton o en esa estupenda guía de lectura que es La verdad de las mentiras. Y ocurre algo parecido con La llamada de la tribu, donde perfila, analiza, discute y relaciona con su propia vida a un puñado de pensadores que han moldeado su forma “liberal” de ver el mundo. Muchas veces, además, sus clases son una versión vívida de algunos de sus ensayos, como los que dedicó a Victor Hugo y a Juan Carlos Onetti (La pasión de lo imposible y El viaje a la ficción, respectivamente). Ahora, sin embargo, Vargas Llosa se ha conformado con reunir sus entrevistas, artículos, reseñas y conferencias sobre Jorge Luis Borges en un libro sucinto y carente de la prodigiosa fuerza destripadora de los antes mencionados. No se trata, desde luego, de “textos cualquiera”. Fueron, en su momento, la puntualización de la importancia del autor argentino en el universo literario e, incluso, un valioso análisis de su estilo. Pero, todo hay que decirlo, este Medio siglo con Borges (Alfaguara) carece de la monumental inmersión y la deconstrucción de la vida y obra del hombre que murió en Suiza en 1986. Me lo he leído en un solo día porque, ahora que ha llegado el infernal calor a Madrid, no queda más que volver a

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA EFE

confinarse. No de la manera tan estricta como se nos obligó a hacerlo durante marzo y abril, cuando el coronavirus estaba desatado, pero sí procurando evitar la furia solar de buena parte del día (y si creen que exagero, los reto a pasar los meses de julio y agosto en esta ciudad). El caso es que encendí el aire acondicionado a su máxima potencia y me dispuse a zambullirme en las páginas dedicadas al gran exponente de la fantasía-filosofía.

Vargas Llosa confiesa, por ejemplo, que en su juventud leía a Borges “un poco a escondidas”

Ya he dicho que no es un ensayo como los que hizo sobre Hugo y Onetti, pero hay que reconocer que aquí Vargas Llosa realiza interesantes aportaciones. Confiesa, por ejemplo, que en su juventud leía a Borges “un poco a escondidas” porque le parecía lo opuesto a la definición de Sartre sobre un escritor: alguien comprometido con su tiempo e interesado en los problemas sociales. “Pero su prosa me deslumbraba. Era elegante, muy precisa, sin palabras de más, y muy culta. Con una frase crea un ambiente, con un adjetivo revela una personalidad. La verdad es que creó un mundo propio con un estilo sin precedentes en nuestra lengua”, dice. No obstante, hay una característica del argentino que, antes y ahora, le incomoda: su

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010.

empatía con los militares: “¿Cómo alguien tan culto podía comprender y tolerar a dictadores militares e, incluso, aceptar la condecoración de uno, de Pinochet?” Jorge Luis Borges lleva muchas décadas siendo objeto de estudio de muchos críticos literarios, académicos y escritores. A mí me encanta el monumental libro que le dedicó José Emilio Pacheco porque, a diferencia de muchos otros, no se limita a hablar de El Aleph o de Ficciones, sino de los vasos comunicantes con sus “precursores”, como el autor medieval de El conde Lucanor, don Juan Manuel, o con sus contemporáneos Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes. Mientras Pacheco nos ayuda con su ensayo a comprender la literatura borgesiana, que no es tan fácil de leer (y creo que no soy el único que opina esto), Vargas Llosa delinea su personalidad: “Borges era muy tímido. Lo había leído todo pero no había vivido casi nada. Vivía con su madre, que le resolvía todo. Cuando empezó a hacerse famoso, supo elaborar un personaje para socializar y más tarde se escudaba en su falta de visión, pero quién sabe si fue totalmente ciego”. De esta lectura veraniega, sin embargo, me quedo sobre todo con la honestidad intelectual del novio de Isabel Preysler: “la belleza e inteligencia del mundo que creó me ayudaron a descubrir las limitaciones del mío y la perfección de su prosa me hizo tomar conciencia de las imperfecciones de la mía (él desdeñaba la novela y yo no; él prefería la literatura fantástica, yo no). Será por eso que he sabido que algo así me estará siempre negado, por más que tanto lo admire y goce con él”.

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