Laberinto No.896 (15/08/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO CENTENARIO IVÁN RÍOS GASCÓN, ALEJANDRO ACEVEDO, EKO

Sombras y esplendores de Bukowski SÁBADO 15 DE AGOSTO DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 896

Ray Bradbury: paseante del futuro Vicente Quirarte, BEF/ FOTOGRAFÍA: AP


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ANTESALA

15 DE AGOSTO 2020

EN EL BANQUILLO

A la manera de

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TEDI LÓPEZ MILLS

n el convivio los expertos dirimen asuntos de perenne importancia: la verdad, la belleza, la sabiduría, el conocimiento. Se discute la historia lejana o casi reciente. Puede haber rispidez en torno a datos; por ejemplo, la plaga de Justiniano, la caída de Tenochtitlan, el fin del imperio austrohúngaro. ¿A qué hora ocurrieron, en qué minuto preciso devinieron pasado?, pregunta el bromista. Las carcajadas se suceden como los tañidos de una campana dulce. Las bebidas se sorben. Los ojos calculan la duración de las pausas. Un experto alza la mano. Propone que a cada época le debe corresponder su cuota de definiciones. Ofrece una disculpa por la cacofonía “de de”; gajes del oficio, alegan los demás, y sortean el obstáculo con gracia. El experto se anima: ¿qué es la belleza, hoy jueves, por plantearlo con exactitud? Se filtra el aire por la rendija de alguna puerta. Hay carraspeos, movimientos de pies debajo de la mesa. Pasa la gata gris con la cola a media asta. Otro experto se atreve. Si mal no recuerdo, fue Pound quien advirtió —y parafraseo— que cualquier afirmación general es como un cheque; su valor depende de que haya fondos que la respalden. ¿La belleza? Todo el mundo sabe lo que es, pero nadie consigue expresarlo… Visiones: un atrio, un friso, dos vitrales a media tarde, los dedos que tocan la cortina cuando suena la música de la mañana, el rehilete que gira… Lo interrumpen los aplausos. El bromista señala que belleza y verdad son lo mismo, juglares la una de la otra. Sugiere un ejercicio: alusiones para cada palabra que él pronuncie, a botepronto. Brindan los expertos con sus copas de finísimo cristal. Comienza el lance. Caballo: “insólito mamífero que tumba civilizaciones”, “tiempo muerto de un viaje a galope”, “patas rotas en el fango”. El bromista ríe y detiene la andanada. Los corceles de su memoria seguramente son más nobles. La vida interior, la suya, los asemeja a una sensación frágil de armonía. Como aquel equino de Emily Dickinson que nadie oye aproximarse; en la pradera, quizá, junto al río. Cambia a azul: “el fondo de cualquier transcurso”, “el último surco del viento”. Se multiplican los aplausos. ¿A quién le pondré una estrella?, se burla el bromista. Súbita intervengo; me levanto y recito bien erguida con ligeros ademanes: “El cantor va por todo el mundo/ sonriente o meditabundo./ El cantor va sobre la tierra/ en blanca paz o en roja guerra./ Sobre el lomo del elefante/ por la enorme India alucinante”. Llevo semanas ensayando. Me miran los expertos. El más noble exclama: ¡la ruta de la gruta que conduce a Calcuta! He de anunciar mi ausencia cuando le convenga a la ceremonia. Leo a Erasmo: “Si por ventura alguna mujer quisiera ser juiciosa, únicamente lograría ser dos veces más loca. Sería como intentar llevar un buey al gimnasio”. Júpiter colocó la razón en un “pequeño ángulo de la cabeza”, explica Erasmo. No aclara de qué lado. El dios del silencio se llama Harpócrates. He ahí un principio de realidad.

El experto se anima: ¿qué es la belleza, hoy jueves, por plantearlo con exactitud?

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Amores modernos. Dirección: Matías Meyer. México, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

La necesidad de narrar

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA BHD FILMS

a nueva normalidad no ha cambiado las viejas formas de hacer el amor. Por más que Matías Meyer piense lo contrario. De otro modo, ¿por qué daría el nombre de Amores modernos a una película que trata los más típicos problemas humanos? Inicia la función y escuchamos la Zarabanda de Händel. Esa que fue tema de Barry Lyndon. Esa que hemos escuchado hasta el cansancio. Pero sorprende un montaje que demuestra que el director tiene talento. Hay un matrimonio viejo que aún disfruta del sexo. Ella, sin embargo, muere en la escena siguiente mientras busca una lata de conservas en su alacena. Pero aún tenemos esperanzas. Porque uno ha comenzado a adivinar las influencias del director: Haneke y, claro, Bergman. Las ilusiones flaquean cuando uno se da cuenta de que Matías Meyer no se ha dado el tiempo de desarrollar a los personajes que ha puesto en acción; a saber, tres hermanos que se han unido para el funeral de la esposa de papá. Por ejemplo, la hermana, que tendría que ser el personaje más atractivo del filme, decide, justamente ese día y sin razón aparente, ponerse una peluca rubia y cortar al amante. En el día que él más la necesita. No se trata, como

imagina Meyer de que así se ame en estos tiempos, se trata de que en el cine es necesario adivinar lo que sucede al interior del protagonista. Lo más difícil de digerir en esta película con la que se reinauguran los estrenos nacionales estriba en el hecho de que Amores modernos tenga todo aquello que puede hacer una gran película. Todo menos la paciencia. Porque sí, el director ya está en tiempos de dar el salto y, luego de haber dirigido Los últimos cristeros en 2011 y El calambre en 2009, ser capaz de escribir y dirigir una película confesional. Como pretende ser Amores modernos. Pero no tuvo paciencia o tal vez le faltó tiempo. Aquí está la fotografía razonablemente atractiva, los actores concentrados y comprometidos con su papel; aquí está el infaltable apoyo 189 del Eficine. Poco importa en realidad que la dirección de arte de pronto cometa pifias tan horribles como vestir a un supuesto doctor en neurociencias con una corbata de Pinocho o que

Meyer no se ha dado el tiempo de desarrollar a los personajes que ha puesto en acción

haya decidido decorar la habitación del muchachito sensible y azotado con frases de superación personal. Amores modernos tenía todo para despegar, incluso ciertos momentos cómicos y un terremoto que debió ser el centro en torno al cual estalla el mensaje final. Pero a esta obra le faltó macerar. A Matías Meyer le sucedió, como a tantos otros directores novatos que, desesperados por estrenar lo antes posible, no se permiten trabajar los diálogos para volverlos, de verdad, dignos de Haneke o de Bergman. Y lo dicho, no ha sido ni siquiera falta de talento. Esto lo sabe uno cuando revisa la filmografía del director. Pero cuando uno atiende a la musicalización se da cuenta de la falta de gusto por el detalle. Así no se puede hacer una película confesional. Y resulta lastimoso. Porque en el cine (y más en el cine mexicano) no se vale experimentar con todos estos recursos tan caros. Ojalá que Meyer levante un nuevo proyecto. Que encuentre nuevos productores y esta vez sí se dé el tiempo para madurar lo que quiere decir. La historia de su propia familia, la historia de todo lo que ama y lo que le duele. Hasta que entienda, en fin, que el recurso más importante en el cine no es la producción. Es el tiempo para llegar al fondo de la necesidad de narrar.

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ESCOLIOS

POESÍA

Fuera de toque JORGE ORTEGA

Hay un globo rodando en la calzada. Parece no tener dueño. Fue de alguien y será de nadie. Viene de un domicilio y a ningún lado va. Transita metro a metro, conforme avanza, de lo concreto a lo indeterminado. Así nosotros, distanciados de la encrucijada del espacio y el tiempo, la hora y latitud que nos puso en la Tierra para entregarnos sin más a lo desconocido. Dejar por un momento, unos años o siempre la casa, el rumbo, la ciudad estirando la liga del alejamiento. Retrocedamos o no al punto de partida —matriz de una existencia, umbral del día a día— la sombra de los márgenes donde el azar engasta su inasible raíz habrá alterado ya nuestro ADN. Poema inédito recogido en la antología bilingüe del autor Luce sotto le pietre traducida al italiano por Alessio Brandolini y publicada este verano en Roma en el prestigioso sello Edizioni Fili d´Aquilone.

EX LIBRIS

Bukowski 100/ EKO

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ANTESALA

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Estética de la miniatura ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

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@Sobreperdonar

onocido más por su pintoresca fama de profesor aburrido y coqueto, la escritura de Julio Torri (1889-1970) se ha incorporado problemáticamente al canon mexicano y su figura tiende a clasificarse como la de un ejemplar raro, tímido y huidizo, dentro de la extrovertida camada literaria del Ateneo de la Juventud. La efeméride de los 50 años de su fallecimiento, este 2020, brinda pretexto para evocar su olvidada y deslumbrante inteligencia literaria. Nacido en 1889, en Saltillo, Torri vino a la capital a estudiar Derecho; se ilusionó con las letras; conoció en el cenáculo ateneísta a otros aspirantes fraternos, especialmente a Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña y, siempre vegetando entre los oficios de la burocracia y la docencia, publicó en 1917 un libro parco y perfecto, Ensayos y poemas, que completó en 1940 con una segunda miniatura, De fusilamientos. Lo demás son esbozos y correspondencia con los que el celo de los investigadores ha recopilado una “obra completa”, que no añade nada a sus dos paradigmáticas brevedades. Como en sus libros, Torri fue escueto y discreto en su vida: no formó una familia, no presidió escuelas artísticas, no abanderó causas políticas y, tras sus años de juventud, se mantuvo a la sombra de la escena literaria. Torri hizo una ética y una estética de la concisión, la claridad y la originalidad, pocos de sus escritos rebasan las dos cuartillas y todos ellos parten del pastiche y la hibridación para confundir e innovar los géneros. En su obra hay una decantación de lo más granado de la cultura de Occidente: el legado grecolatino, el espíritu del Renacimiento, el Siglo de Oro español, el romanticismo, el simbolismo francés, el ensayo inglés o la filosofía de su tiempo. Sus tópicos parten de la fantasía, el elogio de la vida interior, la observación piadosamente irónica de las pasiones y la crítica de la vacuidad intelectual. Torri podría ser reputado precursor de muchos tonos en boga en la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX; pero conviene más observarlo como un autor deliberadamente extraterritorial y anacrónico, que opone los silencios reflexivos del arte a la estridencia enajenante de la historia. El estilo de Torri resultó difícil de apreciar en su tiempo, dominado por la literatura social y comprometida, aunque no parece correr mejor suerte en esta era de espectáculo literario, desfachatez confesional y producción en serie. Sin embargo, hay, al menos, tres lecciones valiosas y urgentes de Torri para esta época: uno, frente a la incuria inercial de la escritura, el cuidado compulsivo de la palabra, esa veneración y delectación casi carnal hacia el lenguaje; dos, ante la proliferación, a menudo apresurada e impúdica, de la denominada autoficción, la modestia, reserva y elegancia para disimular el “yo” en los grandes arquetipos; y, tres, frente a la diarrea creativa, la consagración, la concentración y la demora que exige el cultivo de la palabra justa.

Torri podría ser reputado precursor de muchos tonos en boga en la literatura hispanoamericana

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Este ensayo celebra al autor de Fahrenheit 451, quien anticipó un futuro demasiado parecido a nuestro presente

Ray Bradbury en su centenario VICENTE QUIRARTE ILUSTRACIÓN BEF

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n 1951, Ray Bradbury escribe el cuento “The Pedestrian” (“El peatón”), manifiesto y sostén de su obra futura. En el relato, una noche de noviembre del año 2053, un hombre llamado Leonard Mead sale a caminar, como lo ha hecho los últimos diez años de su vida. Cuando está a punto de llegar a su casa, es interceptado por la luz y la sirena de la única patrulla que existe en la ciudad de tres millones de habitantes. Una voz metálica lo increpa y lo obliga a levantar las manos, con la amenaza de un disparo. Sigue un interrogatorio donde nos enteramos de que Leonard no tiene televisión, es soltero, es escritor (a cuya respuesta el policía escribe: “No profession”), camina de noche por el placer de hacerlo. Es obligado a subir a la patrulla. Ante la pregunta de Leonard de adónde lo conducen, obtiene la única respuesta proporcionada por la autoridad: “To the Psychiatric Center for Research on Regressive Tendencies”. El atropello sufrido por Leonard es una muestra del autoritarismo y del absurdo que rigen el texto de Bradbury. Si no fuera por la explicación sobre el destino anunciado del protagonista, el relato se aproximaría a las pesadillas inexplicables de Franz Kafka, que parecen condicionar la vida social desde que la humanidad descubrió que su obligación principal para convertirse en ser civilizado era destruir todo aquello que se opusiera a su búsqueda de la que considera felicidad. A fines del siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau descubrió la importancia

espiritual de la autolocomoción, que lo llevó a escribir Las ensoñaciones del paseante solitario. En la centuria siguiente, William Hazlitt y Robert Louis Stevenson escribieron notables ensayos sobre el arte de caminar, costumbre tanto física como espiritual, benéfica para el cuerpo y para el alma. Henry David Thoreau, gran caminante a quien se debe también el ensayo “Walking”, publica en 1849 un texto titulado “La desobediencia civil”, y Herman Melville escribe su texto sobre Nathaniel Hawthorne, quien dice “no” a todo lo que lo condiciona. Pocos años más tarde, Melville publica ese texto luminoso y oscuro llamado Bartleby, cuyo supremo acto de rebeldía en la capital financiera del imperio es atrever la frase, firme y contundente: “Preferiría no hacerlo” (“I would prefer no to”). Por lo anteriormente expuesto, podemos ver que la rebelión de Leonard tiene raíces profundas en el país donde nació Ray Bradbury hace cien años, el 22 de agosto de 1920, en Wakegan, Illinois. La supremacía de la máquina y su vertiginoso desarrollo provocó la desaparición de costumbres ya arraigadas. En 1982, José Agustín publicó la novela Ciudades desiertas, en la cual descubre, entre otras cosas, que en las calles de las grandes urbes estadunidenses no circula nadie peatonalmente, y quien lo hace de esa manera es una persona extraña. Sospechosa. Dicha impersonalidad es retratada por Bradbury en el relato “There will come soft rains”, que tiene lugar el 5 de agosto de un 2026. El cuento advierte contra los peligros de una sociedad tecnificada donde todo está predeterminado y la intervención humana es mínima, cuando no aparece negada en absoluto. De ahí la amenaza que representa el peatón de Bradbury para una sociedad

que basa su felicidad en tener una o varias televisiones planas, hacer su propio programa, estar atados a sus audífonos y hacer del olvido y la ignorancia una forma fácil de felicidad. O de ignorancia y olvido. El descubrimiento del bombero Guy Montag de que detrás de cada libro que quema se encuentra una voluntad humana vuelve tan aterradora y tan actual su metáfora. Aunque ediciones en lengua latina como la traducción danesa de la novela originalmente adoptaron el título 233º Celsius para hacer la conversión decimal a la temperatura en que arde el papel, el original y afortunado Fahrenheit 451 se encuentra grabado a fuego en el alma de lectores de varias generaciones. El cuento titulado “El peatón” apareció en 1951, cuando el joven escritor apenas rebasaba la treintena. Había publicado el año anterior su visión de Marte y los marcianos, para modificar el horizonte de la que por comodidad llamamos ciencia ficción. Había escrito ya el relato “The Fireman” (“El bombero”), prefiguración de su novela mayor. Ante la falta de un espacio adecuado para hacerlo en su modesto hogar de Venise, California, donde se había instalado con su reciente y joven familia, eligió un espacio en la biblioteca de la Universidad de California en los Ángeles, donde escribió el primer borrador de su novela en una máquina de escribir alquilada, la cual lo obligaba a la rapidez, entre sus deberes como padre de familia y la tiranía de la máquina, a la que alimentaba con dinero cada media hora. No era solo la juventud lo que lo

Ray Bradbury (22 de agosto de 1920-5 de junio de 2012) sobre la superficie de Marte.

Bradbury no fue tan ingenuo como para suponer que la felicidad es un estado permanente

impulsaba a escribir con rapidez. Dice Bradbury, refiriéndose a esa época, y a lo que se mantuvo fiel toda su vida: “escribía muy rápido, porque quería ser muy honesto —quería ser emocionalmente honesto—. Siempre he creído en la escritura rápida, para sacar las cosas antes de tener tiempo de pensar en ellas. Quería ser fiel a mi lógica interna”. Líneas arriba hablé de que a Ray Bradbury se le considera el revolucionario de la ciencia ficción. De hecho, uno de sus primeros y bien ganados premios fue en 1949, cuando fue nombrado el mejor autor de ciencia ficción por The National Fantasy Fan Federation. Bradbury es un gran escritor que no requiere de complementos adnominales ni de otras muletas que lo ayuden a caminar. Es un pensador y un poeta, creyente en la frase que envuelve y da en el blanco. Sus situaciones son siempre sorpresivas y nos enfrentan al fulgor provocado por el terror o lo sagrado. Su lenguaje y su imaginación apuestan por la frase sinuosa y sus adjetivos son plenos en significado. Insistió que había que leer poesía porque de tal manera se ejercitan músculos que no utilizamos de manera cotidiana. Su vecindad con la poesía no se halla solo en sus periodos armónicos y en la elección de


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Encuentro en El Colegio Nacional El 20 y el 21 de agosto, a las 18 horas, El Colegio Nacional rendirá un homenaje virtual a quien imaginó una fantasmagoría que se inspiraba por igual en el futuro de la humanidad que en el triunfo de la sinrazón tecnológica. Participan Luis Fernando Lara, Antonio Lazcano, Susana Lizano, Jaime Urrutia Fucugauchi, José Antonio de la Peña, Luis Felipe Rodríguez Jorge, Pablo Rudomin, Juan Villoro, Vicente Quirarte, Francisco Hinojosa y Gabriela Frías, y lo hacen desde varios puntos de vista: el de la biología, la geofísica, la astronomía, la lingüística, la literatura. Los seguidores de Bradbury pueden ingresar a las siguientes plataformas: www.colnal.mx, ColegioNacional.mx (en Facebook) y @ColegioNal_mx (en Twitter).

la palabra justa, sino en su continua referencia a poetas y sus creaciones, como se aprecia en varios de sus títulos y situaciones. Sería necesario que otro gran escritor, llamado Jorge Luis Borges, descubriera que las Crónicas marcianas son estremecedoras porque provocan en nosotros ese nuevo calosfrío que solo nos brindan la novedad y la sorpresa. ¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street. Acaso La tercera expedición es la historia más alarmante de este volumen. Su horror (sospecho) es metafísico; la incertidumbre sobre la identidad de

los huéspedes del capitán John Black insinúa incómodamente que tampoco sabemos quiénes somos ni cómo es, para Dios, nuestra cara. Quiero asimismo destacar el episodio titulado “El marciano”, que encierra una patética variación del mito de Proteo. Como el texto amoroso o el policiaco, la llamada ciencia ficción y el género de horror abundan en imitaciones burdas e ínfima calidad. Bradbury restaura la gloria de la escritura. Como Richard Mattheson y Stephen King, demuestra que el gran autor lo es en la arena donde lo coloquen, y torea con la misma responsabilidad ante plaza llena o a solas frente al toro que otorga la gloria o la muerte. Así describe su aventura el autor: “la ficción de las ideas, la ficción donde la filosofía puede ser modificada, desarmada, y puesta otra vez en su sitio. Es la ficción de la sociología, la psicología y la historia compuestas y ordenadas por el tiempo. Es la ficción donde puedes instalar y echar abajo tus ideas políticas y religiosas. Puede ser una alta forma de relojería suiza. Puede ser poesía. Así ha sucedido con algunos de los grandes autores del pasado, desde Platón hasta Lucano, hasta Sir Thomas More y François Rabelais, pasando por Jonathan Swift y Johannes Kepler hasta Poe y Edward Bellany y George Orwell”.

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Ray Bradbury tuvo una relación estrecha con nuestro mexicano domicilio, donde descubrió el terror cotidiano, por lo mismo ya ignorado, de las momias. Sus ecos se encuentran mayoritariamente en el relato “The Next in Line”, tan próximo a otros enamorados de México como D. H. Lawrence y Malcolm Lowry. Contrariamente a ellos, Bradbury juega con sus lectores y nos otorga una triple vuelta de tuerca. Otro relato que lo aproxima a México es aquel en el cual un grupo de jóvenes viste alternadamente el mismo traje color crema que todos cuidan en extremo, pues en ese afán se les va la vida. Ray Bradbury fue un hombre feliz, un ser de familia a quien siempre vemos radiante en sus fotografías de juventud y madurez. Desde muy joven, cuando vendía periódicos para sostenerse y era un enamorado de los dinosaurios y las películas de Lon Chaney, supo que iba a convertirse en escritor, y se mantuvo fiel a ese muchacho que publicó en mimeógrafo su propia revista. Por esa persistencia tuvo a su lado a grandes ilustradores, como queda claro en el libro lleno de imágenes Bradbury. Illustrated Life de Jerry West. La que acompaña este texto fue especialmente hecha por el talentoso Bef, y muestra a Bradbury feliz, vestido de astronauta y sobre la superficie de Marte, esa que imaginó tantas veces. Ray Bradbury llegó al fin de sus días en la Tierra el 5 de junio de 2012. Dos meses más tarde, el 6 de agosto de ese mismo año, la nave que transportaba el robot Curiosity pudo posarse en la superficie marciana. Actualmente, tenemos acceso inmediato a fotografías del planeta, en alta resolución y como síntesis de las imágenes tomadas a lo largo de varios días. Podemos comprobar científica y tangiblemente los hallazgos sobre el planeta, pero no por ello dejaremos de soñar con los ojos abiertos, como nos enseñó Bradbury. Bradbury no fue tan ingenuo como para suponer que la felicidad es un estado permanente. Sus relatos y novelas nos aproximan al lado siniestro de la vida, al corazón de sombra que en todos palpita pero del que tarde o temprano saldremos. La última frase de su novela Fahrenheit 451 así lo afirma: “When we reach the city”. Todos queremos volver a transitar, vivir y merecer el espacio negado en este momento por el enemigo invisible. Una semana después de que aparezcan estas líneas, el 20 y el 21 de agosto, se llevará a cabo el encuentro virtual “Ray Bradbury en El Colegio Nacional”, donde participaremos astrónomos, neurocientíficos, lingüistas, poetas y novelistas que desde su área de especialidad ofrecen diversas interpretaciones sobre el autor. Sus conclusiones son materia de otro artículo, pero la vigencia de Ray Bradbury demuestra la viveza y el entusiasmo que provocan su descubrimiento o su relectura. En palabras del poeta Jorge Esquinca, la primera instalación humana en Marte debería llamarse Estación Bradbury, pues él sí supo hacer más puras las palabras de la tribu para enseñarnos a mirar con otros ojos las estrellas.

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LITERATURA

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MEMORIA

Bukowski: terror y exceso El 16 de agosto celebramos 100 años del nacimiento de uno de los más corrosivos escritores del siglo XX

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acido el 16 de agosto de 1920 en Alemania y afincado en Estados Unidos desde los tres años de edad, Charles Bukowski jamáspudosacudirselacondicióndeoutsider. Como miembro de la clase trabajadora y la migración indeseable, Bukowski fue un apestado en las barriadas angelinas, donde no halló un sitio a su medida sino hasta los nueve o diez años, cuando formó un raro trío de granujas junto con un judío y un chico cuyo brazo derecho era un bloque de yeso que terminaba en un muñón, que se divertían jodiéndole la vida a los más débiles, quizá porque, de algún modo, Bukowski debía descargar la furia cotidiana que le infligía su padre: comenzó a golpearlo desde pequeño y, cuando el escritor cumplió once años, las palizas se hicieron violentamente sistemáticas, al grado que Bukowski pensó seriamente que su padre estaba loco. El maltrato fisico y psicológico quedó plasmado en Ham on Rye (La senda del perdedor), la mejor de sus novelas, cuyo relato concentra los aspectos más conocidos del autor: el pavoroso acné que le dejaría cicatrices en el rostro y todo el cuerpo, el complejo de inferioridad, la introversión, la revelación literaria a través de Tolstói, Turguéniev y Dostoyevski, el retrato costumbrista de Los Ángeles durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, la soledad, la frustración, la misantropía del marginado y, sobre todo, el vino, el whisky y la cerveza como vías de escape de la ominosa realidad, pues esta era la metáfora con la que se identificaba: “era como una mierda que atraía a las moscas en lugar de una flor que subyugara a las deseadas mariposas y abejas”, aunque esa suerte iba a cambiar. Conforme su obra fue masificándose y ganando fans, Bukowski se convirtió en el polo opuesto de aquel ser invisible y repulsivo que rondaba por los bares y habitaba las pensiones más baratas al estilo de John Fante en los años de Bunker Hill. Autoexiliado de la sociedad, estudió periodismo pero nunca se graduó y tampoco aspiró a un empleo con cierta dignidad. El ascenso fue difícil. Las revistas literarias publicaban sus textos a cuentagotas, por lo que aquel periodo le sirvió para observar al mundo como un auténtico flâneur: recorrió prostibulos, licorerías, casas de empeño, posadas de mala muerte y bares mugrientos como el Glenview, donde conoció a la que fue, quizá, la mujer más importante de su vida, Jane Cooney Baker, personaje esencial de la novela Factotum.

IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon FOTOGRAFÍA ANTENNE 2

Por sí mismo Creo que todo debe estar a disposición de todo el mundo; me refiero al LSD, cocaína, codeína, hierba, opio… Nada en la tierra disponible para cualquier persona debe ser confiscado e ilegalizado por otros en posiciones de más poder. Entrevista de John Thomas para LA Free Press. ••• Si quieres saber quiénes son tus amigos, haz que te metan en la cárcel. Escritos de un viejo indecente. ••• Después de todo ¿por qué era necesario amar a un ser humano? Nunca duraba mucho. Había demasiadas diferencias entre cada individuo, y lo que empezaba siendo amor acababa siempre en guerra despiadada. South of No North. ••• Las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí. Mujeres. ••• Emborracharse era bueno. Decidí que siempre me gustaría emborracharme. Aparta lo obvio y tal vez, si lo obvio está suficientemente lejos, no te vuelves obvio para ti mismo. La senda del perdedor.

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Violenta, esquiva y cruel, Jane era la compañera perfecta de un granuja. Bebían en un cuartucho aromatizado por incontables cigarrillos, pues la humareda le servía a Hank para escribir sus cuentos y poemas, y a ella para hundirse alegremente en la embriaguez que habría de aniquilarla. Bukowski nunca dejó de lamentar su muerte, a pesar de las mujeres que la reemplazaron: Barbara Frye, Frances Dean, Linda King y Linda Lee Beighle, su última esposa, más las decenas de devotas que iban a Los Ángeles con el único propósito de acostarse con el feo autor de los poemarios Arder en el agua, ahogarse en el fuego o El amor es un perro infernal, una celebridad literaria ambigua porque, como animal de circo, Bukowski marcó al público con el poder de su presencia: recitales, giras, entrevistas y shows escandalosos hicieron de él una respetable figura del autoescarnio y el ridículo. Su vocación de precipicio fue indeleble. No obstante, a los bajos fondos siempre los llevó en el alma. A pesar de la holgura económica de los últimos años, cuando se compró un BMW “para evadir impuestos”, comenzó a escribir en computadora y a apostar todas las mañanas en el hipódromo, jamás renegó de los guetos angelinos, pues a ellos les debía los placeres y ventajas de la fama: había publicado libros esenciales como Erecciones, eyaculaciones,

exhibiciones; Cartero (la novela más emblemática después de Ham on Rye, ya que aborda las décadas de trabajo en una oficina postal), Mujeres, Música de cañerías, Hollywood, Hijo de Satanás y varios volúmenes de poesía y prosas dispersas pero, principalmente, había establecido contacto con John Fante, su héroe y mentor, para rendirle un último tributo al conseguir que Black Sparrow lo reeditara. Más allá de su estilo corrosivo y su manía por alborotar a los hipócritas o a los ingenuos, Bukowski fue un tipo reaccionario. No quiso vivir a la deriva ni tocó fondo en la abyección o la indigencia. Pese a su alcoholismo, invariablemente llevaba ropa limpia pero amaba las ciudades cochambrosas porque, como le dijo a Sean Penn en una charla para Interview, “mi idea de vida es donde están los proxenetas negros, donde suena la música, donde las máquinas de discos tocan en los bares, donde las luces están encendidas, ahí es donde hay vida. […] Creo que la degradación, los proxenetas negros y las prostitutas son las flores de la tierra. Creo que en esos tugurios donde pasa esto, hay una gran felicidad. Y terror y espanto también, pero todo eso cuenta cuando entras en un sitio a echar un trago. Es animación, cuando limpias la ciudad la matas”. Bukowski murió el 9 de marzo de 1994.

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LITERATURA

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ENSAYO

De resplandor maldito

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unque Charles Bukowski ha sido bien traducido a imágenes cinematográficas (Ferreri, Schroeder, Hamer…), resultan tan o más elocuentes algunas transcripciones gráficas de los relatos, poemas y retratos del “indecente” escritor que nació en Alemania en 1920, pero fue trasplantado, madurado y echado a perder en California, donde falleció el 9 de marzo de 1994. Ternura del perro infernal Al caricaturista estadunidense Drew Friedman le debemos uno de los retratos mejor ambientados y caracterizados del autor de Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones. En el retrato de Friedman, Bukowski posa frente a varios vasos vacíos y ceniceros humeantes. Bukowski podría estar pensando en la trama de un próximo relato o en el contundente verso con el que remataría un poema. En esta cantina barriobajera donde tienes que pedir al gerente la llave del baño, Bukowski está acompañado por perdedores solitarios como él. La diferencia radica en que Bukowski ha leído y ha escrito maravillosa e incansablemente miles de poemas, cientos de cuentos y seis novelas. Este retrato nos gusta así: en sepia y con humo grisáceo. Como still del cine negro donde, como dice Dostoyevski en Los hermanos Karamazov, “todos somos culpables ante todos de todo”. Sin embargo, donde el ruso hace un acto de contrición, Bukowski despliega presunción. Charles Bukowski estaba orgulloso de haber creado un universo autorreferencial, hiperrealista y a la vez tierno donde hasta el amor es un perro infernal. ¿Fueron Ben Gazzara, Mickey Rourke o Matt Dillon dignos intérpretes cinematográficos de un Charles Bukowski que al llegar por primera vez borracho a casa, su padre (un alcohólico amargado) le refregó la cara contra su propio vómito? El acné invadió su faz y su acomplejamiento entorpeció la comunicación con las chicas que le gustaban. La mosca y la araña Cincuenta años de alcoholismo, frustración literaria y fracaso económico… El éxito apareció finalmente en Europa y enseguida en Estados Unidos. “Las celebridades pedían fotografías junto a Bukowski como

ALEJANDRO ACEVEDO ILUSTRACIÓN ROBERT CRUMB

El autor de El amor es un perro infernal.

si se conocieran de toda la vida”, ha comentado uno de sus biógrafos. El historietista alemán Matthias Schultheiss ha publicado su versión visual de un puñado de relatos del autor que hizo de Los Ángeles su escenario dilecto. Pero no la ciudad de las estrellas de cine o la del Hollywood Bowl sino la ciudad de los bares de mala muerte, los trabajos infames que solo dan para pagar cuartos llenos de cucarachas y latas vacías de cerveza. “Los tugurios se llenan, los vertederos se

Hay muchos puntos que identifican a Crumb y a Bukowski. Su temática es marginal y prolífica

llenan, los manicomios se llenan, los hospitales se llenan, las tumbas se llenan y nada más se llena”, gustaba comentar Bukowski. En el libro Bukowski/ Schultheiss, el hábil historietista alemán da forma fidedigna y grotesca a “Mi madre culona” y “Los asesinos”, entre otros relatos. Sobre entintados, recargados de líneas y planos abarrocados, el lector es atrapado por las viñetas de Bukowski/ Schultheiss como una mosca atraída por la tela de una araña. Una complicidad espontánea Sin duda, el ilustrador natural de Bukowski fue Robert Crumb, quien desde los años sesenta quedó impac-

tado con los versos descarnados de un autor aún poco conocido. Crumb y Bukowski se admiraban uno al otro aunque solo se vieron una o dos veces. “Para mí, Bukowski dice las cosas como hay que decirlas. Creo que para ser un artista o escritor en el mundo moderno hace falta una fuerte dosis de alienación. Si eres muy equilibrado, no tienes nada interesante para decir”. Por su lado, Bukowski comenta: “En la gente que Crumb dibuja hay energía y resplandor. Él es una de las personas más verdaderas que he conocido. Sería para mí un mágico honor que ilustrara algunos de mis ruinosos personajes”. Y así fue. Entre 1975 y 1984, Crumb ilustró Tráeme tu amor , No funciona el negocio, Bep bop, contra aquel telón, etcétera. Historias donde la pérdida, el ahogo y la grisura encuentran su antídoto en el sexo, el alcohol y otras sustancias que adormecen la angustia y la desesperación. Por demás autobiográfico, Bukowski se asoma entre los renglones de “Escritos de un viejo indecente” para afirmar que “Un intelectual es el que dice una cosa simple de un modo complicado; un artista es el que dice una cosa complicada de un modo simple". Hay muchos puntos que identifican a Crumb y a Bukowski. Su temática es marginal. Ambos son extraordinariamente prolíficos (Bukowski escribió más de 60 libros). Hasta las fijaciones sexuales los hermanan. El escritor de Una puta de 120 kilos y el ilustrador de la portada del álbum Cheap Thrills de Janis Joplin las prefieren gordas. Más importante aún es el hecho de que ambos surgieron de la contracultura para convertirse en dos de los creadores indispensables y más influyentes del siglo XX. Muchos de los poemas y los relatos de Bukowski podrían ser candidatos a ingresar al Olimpo Maldito en el que ya están Las señoritas de Avignon (Picasso) y el verso “Senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié” (Rimbaud). Por ello muchos creadores gráficos de todo el mundo compiten por ilustrar su obra. Entre los mejores dibujantes de las obras de Bukowski tenemos a Robert Crumb, Matthias Schultheiss y Drew Friedman; encontraron el trazo sucio correspondiente a la letra sórdida del genial borrachín que estaba convencido de que “la vida gira en un eje podrido”.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

15 DE AGOSTO 2020

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TOSCANADAS

Apestados DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

D

e muchas cosas depende aquello que nos llama la atención en un libro. En cada relectura a lo largo de los años suelo subrayar distintas frases que en la ocasión anterior,ylossubrayadossirvencomomapa emocional. En mis relecturas rusas de estos meses, subrayo fragmentos que antes había pasado de largo. Pushkin escribió un libro titulado Viaje a Arzrum durante la campaña de 1829. En esta lectura subrayé: “Al volver al palacio me enteré… de que en Arzrum se había declarado la peste. Inmediatamente imaginé los horrores de una cuarentena”. Cuenta que se le acercó un pordiosero contagiado y “empujé al mendigo con una sensación de indecible repugnancia”, cosa que no suena muy caballeresca. A los enfermos les llama “apestados”, que ahora suena mal, pero es término correcto. La Biblia habla de las pestes con las que Dios se regodea, y Ezequiel, como su portavoz, dice: “al

PESTE NEGRA

Representación iconográfica de la Rusia del siglo XV.

que esté en la ciudad lo consumirá el hambre y la pestilencia”. En su viaje a la isla de Sajalín, Chéjov escribió a un amigo: “En todas partes hay cólera, en todas partes hay cuarentena y terror”. Tras regresar, escribió “Gúsiev”, otra obra maestra. Es la historia de varios soldados enfermos que envían en barco de vuelta a casa. Algunos irán muriendo y los echarán al mar. Cuando el cadáver de Gúsiev se va hundiendo en las aguas, entre peces y un tiburón, Chéjov cambia la perspectiva para mirar hacia arriba. “Al contemplar ese cielo espléndido y fascinante, el océano empieza a ensombrecerse, pero pronto adquiere unos colores delicados, alegres, apasionados, difíciles de nombrar en la lengua de los hombres”. En Doctor Zhivago, lo que prolifera es el tifus, transmitido por los piojos, y que suele florecer en tiempos de guerra. “Fosas comunes y túmulos colectivos para quienes morían de frío o del tifus exantemático que estaba causando

estragos a lo largo de la línea y había devastado pueblos enteros”, y agrega: “Un viajero, cuando encontraba a otro, se hacía a un lado”. Shólojov escribe en El Don apacible: “Centenares de prisioneros sucumbían de inanición o de tifus y disentería, que hacían estragos entre ellos”. Bunin relata en Una aldea: “Siempre escorbuto y tifus, tifus y escorbuto. En una zona perecieron todos los chicos; en otra se alimentaron de los perros”. Y más adelante: “En casi todas las cabañas había viruela o tifus exantemático”. Vasili Grossman habla de escuelas cerradas “por brotes de sarampión” y de un orfelinato en el que “se había decretado la cuarentena a raíz de un brote de peste o de ántrax maligno”. En mis próximas relecturas, espero subrayar “Es preciso vivir” en Las tres hermanas de Chéjov; y no esa línea de La muerte de Iván Ílich: “El sitio en el cementerio que eligió Prascovia Fiodorovna costaría doscientos rublos”.

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BICHOS Y PARIENTES

La paz como actividad

L

a paz no solo es ausencia de violencia, es una actividad. En 1908, Tolstói le escribe a Gandhi una carta donde le sugería confrontar al imperialismo sin violencia. Parecían excentricidades de aristócratas e indios colonizados pero, a partir de la Primera Guerra Mundial, el pacifismo se ha ido instalando en la conciencia de un modo sorprendentemente nuevo. Consideramos la paz como tiempo estable y la guerra como interrupción de la estabilidad. Según Èmile Benveniste, es la primera vez en la historia que se invierten los términos. Las generaciones anteriores concebían la paz como tiempo de entre guerras y organizaban su política y actividades con miras a la próxima batalla. El progreso consistía en el aprendizaje de la batalla anterior y los preparativos para la próxima. La elección de gobernantes no se debía, primeramente, a consideraciones políticas, sino militares. Y no solo de conquistadores europeos o expansionistas estadunidenses: Guadalupe Victoria o Santa Anna gobernaron porque ofrecían una confianza bélica, una posibilidad de defensa. La independencia de una nación no se planteaba en términos políticos ni económicos, sino guerreros. Y, más allá de la independencia nacional, el progreso social se imaginaba como marcha militar. Baste recordar la arenga de Leopoldo Lugones: “¡ha sonado la hora de la espada!” Aunque no han acabado del todo (pensemos en Yemen o en Siria), las invasiones y anexiones suenan como cosa del pasado. Ahora todos somos pacifistas, pero el pacifismo no pocas veces fue tildado de afeminamiento, cobardía o deshonor. Y esa opinión no era solamente

JULIO HUBARD FOTOGRAFÍA EFE

la de machistas violentos. Charles Péguy, Rudyard Kipling coincidían y Guillaume Apollinaire, el caso más extraño del belicismo antiguo, transformó en pura vanguardia y mística su admiración de la guerra: los aviones que bombardeaban la trinchera en que se guarecía dibujaban sobre el cielo “la Cruz de Cristo”. Pero fueron los grandes poetas ingleses, combatientes feroces al principio de la Primera Guerra, quienes pusieron el cuerpo para el pacifismo. Rupert Brooke, Siegfried Sassoon,

Todos somos pacifistas, pero el pacifismo no pocas veces fue tildado de cobardía o deshonor

Ivor Gurney, Robert Graves, y T. E. Lawrence, guerreros valientes y temerarios, se transforman en voceros de la paz. El prestigio británico de la valentía, esa extraña gana de ser bravísimo y soportarlo todo; esa bravery que aparece entre clamores, quizá para despedirse con honores, cuando Churchill promete “sangre, sudor y lágrimas”. ¿Alguien podría acusarlos de cobardes o faltos de honor? Sin ellos, quiero creer, el pacifismo habría tardado mucho más en instalarse como lugar estándar de la ideología y las conciencias. Las guerras entre naciones nos parecen cosa del pasado. Y nadie ha dicho que eso signifique que somos ni mejores personas ni menos agresivos o violentos. Nada de eso. Pero no soslayemos que sin belicosidad, los nacionalismos tienden a convertirse

Marcha en Washington contra los bombardeos en Irán.

en bravata de cantina: ruido sin nueces, machismo. La bravuconería es la nueva cobardía. Las poses de poder, con los brazos en jarras, el mentón alzado, el compás abierto de las piernas con que Mussolini, Franco, Hitler o Stalin arrancaban vítores a sus multitudes, hoy producen desprecio y pena ajena: Trump, Duterte. Estamos en una dimensión distinta de ese frenético coletazo de violencia que fue la Segunda Guerra Mundial y la paz adquirió, en todo el mundo, una residencia que no conoció nunca antes en la historia: ha pasado ya una década sin guerras internacionales. Repito, porque sé que abunda el pesimismo: no somos menos agresivos, no somos mejores personas, no deseamos el bien del prójimo… y el dinero que se gastaba en armamento de guerra se gasta ahora en armamento de represión contra civiles; aunque las muertes en batalla han descendido, el índice de homicidios se mantiene igual. En México, empeora. No somos mejores, pero hay indicios para creer que la historia ha cambiado en un sentido de progreso hacia mejor, como querían Kant y los poetas británicos. ¿Es posible que el progreso de la paz entre naciones llegue a residir dentro de cada nación, o estamos hablando de la desaparición de los Estados nacionales? La mayor ocurrencia de actos de agresión y violencia se da entre los gobiernos y sus ciudadanos, o con grupos criminales, o entre esas fantasmagorías asesinas que llaman “identidades”. ¿Qué debiéramos pensar de una nación desbordada por sus grupos criminales, pero cuyo gobierno organiza a sus fuerzas militares para controlar las actividades civiles? La paz es una actividad. Civil.

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