Laberinto No.898 (29/08/2020)

Page 1

Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO ESCOLIOS

MEMORIA

ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

JUAN MANUEL GÓMEZ

Pulsión de vida y desamparo de los animales

Cesare Pavese: 70 años después de su muerte

Foto: EFE

SÁBADO 29 DE AGOSTO DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 898

Epistolario inédito de Renato Leduc José Luis Martínez S./ FOTOGRAFÍA: ARCHIVO PATRICIA LEDUC

Foto: Fototeca Storica Nazionale


-02-

ANTESALA

29 DE AGOSTO 2020

EN EL BANQUILLO

Rendija TEDI LÓPEZ MILLS

E

l racismo ajeno es más acuciante que el propio: ¿el mío? No señalo el contexto; por lo tanto, no lo asumo. Los racistas son los otros. Yo soy amable, solidaria. “Soy una de las buenas personas blancas”, declara Mores McWreath en un video de The Whiteness Issue (septiembre, 2017), revista virtual con la que arranca el Racial Imaginary Institute: “ha subido el volumen de la blancura”; ninguna conversación acerca de raza puede omitir el asunto de lo blanco, establece el texto introductorio. ¿Cómo se inicia esa conversación? Busco las palabras correctas. Considero con cuidado el tema. Si se eluden las asperezas, aparecen las mentiras. “Nunca había visto tantos blancos juntos. No sabía que hubiera tantos”, piensa el mendigo negro en Nairobi en Las posibilidades del odio (1978) de María Luisa Puga. Desde su puesto en la banqueta, ya ha aprendido a distinguir a los peatones. Los negros pisan “el suelo con cuidado… como si temieran que al próximo paso se les fuera a venir pegando un trozo de pavimento”; los blancos son “mucho más firmes… El pavimento… bajo los zapatos de los blancos, se convertía en una cosa que debía ser pisada”. El prejuicio se invierte; la compasión es incómoda, pero está perfectamente colocada, sin la menor impostura. En otra parte del libro se narran los recuerdos de un kenyano de origen inglés: “la primera visión del día: un negro… en su casa había habido negros siempre”. ¿Qué hubo en la mía? Los ruidos tenues en la sala o el pasillo o la cocina; también el peso específico de los pasos. Baja la voz, que no te vaya a oír… ¿Quién? Me pongo el disfraz de las costumbres ciudadanas; abuso de los diminutivos, los tonos melodiosos de la gracia. Hago preguntas culturales. No cabría en mi cabeza el lugar literal de las respuestas. Vigilo el dilema de mi blancura. Es el nombre de mi experiencia. Voy por la calle. Rebaso a dos muchachos que trabajan en una de las construcciones de la cuadra y que platican en su idioma. Me detengo y camino hacia ellos: disculpen, con todo respeto, ¿en qué hablan? Tzotzil. Se ríen y yo me alejo muy agradecida, casi orgullosa: mi blancura sensible, a flor de piel. Lo siguiente será convertirla en un dolor. “Me hubiera gustado ser negra”, me comentó una poeta estadunidense hace algunos años. En Otro país (1962) de James Baldwin, un niño se queja con su papá de que la sangre sobre la piel negra del chico que golpeó se veía muy fea. La poeta estadunidense me dijo con certidumbre: “en tu país no hay racismo, no hay furia; todos conviven”. ¿De veras? La historia de los decretos o las falacias del mestizaje, intentaría argumentar yo como si conociera algo. Los gobiernos se encargan de cambiar las denominaciones y repartir las dádivas. Hay pueblos originarios, incluso sahumerios, en las ceremonias oficiales. “Mi blancura me lastima como un miembro fantasma”, escribe Jean Eric Boulin en la publicación del Racial Imaginary Institute. Se puede tomar prestada una identidad. Y curarse en salud.

Vigilo el dilema de mi blancura. Es el nombre de mi experiencia. Voy por la calle

_

Mujeres a coro. Dirección: Peter Cattaneo, Gran Bretaña, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Cursi como música pop

C

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA TEMPO PRODUCTIONS LIMITED

uando uno está por despedirse de alguien a quien quiere mucho, fácilmente se ve asaltado por la idea falsa de que, peleando, el adiós será más simple. Al inicio de Mujeres a coro la protagonista, Kate (interpretada por Kristin Scott Thomas), se inventa una discusión absurda con el marido que está por irse a pelear a Afganistán. Kate es esposa de un coronel que guarda un secreto doloroso. Imposible de superar. Poco a poco la narrativa del director Peter Cattaneo (creador de la celebrada The Full Monty) va revelando el carácter de esta mujer. Aprendemos entonces que, además de peleonera, hay en ella cierto orgullo y entereza que la vuelven entrañable. Kate vive en una base militar. Se mueve en ella como una reina. Se siente superior a las esposas de otros soldados y, claro, tiene problemas con ellas. El caso es que, como evidencia el título, cuando los militares son desplazados para guerrear en Afganistán, Kate decide formar un coro con las esposas de los compañeros de su marido. Para ello tiene que aliarse con otra mujer que sabe que, cantando, es más fácil decir adiós. Basada en un hecho real, Mujeres a coro se desarrolla en torno a las aventuras de Kate en el coro dichoso. Y aunque, durante el inicio y el final, la película confirma la impresión de

que hay algo aquí de propaganda imperialista, resulta cierto aquello de que no toda propaganda es deleznable. De hecho, Mujeres a coro deja un agradable sabor de boca, sobre todo por el duelo entre Kate y su némesis, Lisa, interpretada por Sharon Horgan. La lucha entre los personajes se transforma también en una lucha por apoderarse de la pantalla. Y en este sentido la película funciona tan bien que de pronto se encuentra uno tarareando las canciones y divertidamente involucrado en las desventuras de estas esposas de militar que resultan ser mujeres rudas y patrioteras. De esas que se lanzan verdades incómodas, pero pueden, también, macerar amistades a la altura de una comedia inglesa. Una de esas comedias más hecha de sonrisas que de carcajadas. Es cierto, la ganadora en este duelo de actuaciones es Kristin Scott Thomas, pero Horgan da batalla. Enternece y entretiene con su personaje de mamá sola y atribulada. Así, desde el punto de vista

La película deja un agradable sabor de boca, sobre todo por el duelo entre Kate y su némesis, Lisa

formal, la película tiene este acierto: termina por ser justamente como una de esas canciones que canta el coro. Las dos solistas, por ejemplo, sacan adelante el tema y se lucen, sí, pero los personajes secundarios resultan tan importantes como las voces de apoyo. Entre ellas destaca la historia de una mujer recién casada, otra que hace tiempo que es viuda y la infaltable representante del colectivo LGBTQ+, una simpática mulata que, a pesar de sus esfuerzos, no consigue afinar. El chiste en películas como esta estriba en lo sencillo del conflicto. Al igual que en Los coristas (y tantas otras), la historia gira en torno a un grupo de personas comunes que tiene que realizar un acto “de arte” durante el clímax de la película. En este caso las esposas militares cantan en el famoso Albert Hall de Londres. Y aunque resulta evidente lo que va a pasar, Mujeres a coro funciona como funcionan las canciones pegajosas que cantan para olvidar la soledad que les dejan sus parejas. La composición colectiva de nuestras heroínas no solo es el momento climático, es la representación viva de lo que esta película es: una obra simple que no carece de encanto. Una canción un poco dulce y cursi, justo como esta película. Lindilla. Como música pop.

_


ANTESALA

29 DE AGOSTO 2020

POESÍA

Historia de la eternidad VÍCTOR M. NAVARRO

ESCOLIOS

Vidas animales ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

No hay hombres eternos

@Sobreperdonar

M

No hay verdades eternas No hay dioses eternos Solo perdura el tiempo que no existe Solo perdura el lenguaje que inauguro en cada esquina Herencia ha de ser del hombre la palabra el verso su único territorio La forma sapiente de la vida es vivir el momento en su rabia efímera Solo perdura la intensidad de unos labios en otros labios La historia es una bandera al viento minutos de un polvo que fino corre Solo perdura el gesto de tu cuerpo enfrascado en el mío En este recorrido cosas van y vienen y “solo es nuestro lo que perdimos” Solo es nuestro el ayer que mañana se irá y el mañana hoy no existe y es lo único que existe Solo es nuestra la eternidad porque escribe tu nombre en el mío.

Este poema forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

e gustan los animales y algunas de mis amistades más conmovedoras, o de mis experiencias más reveladoras, las he vivido con mis mascotas. Por lo demás, estoy convencido de la necesidad de erradicar la crueldad en la crianza y el trato a otras especies y de establecer una relación más armónica con la naturaleza. Sin embargo, desconfío del antihumanismo disfrazado de animalismo franciscano; me preocupa que se erija la organización social de las especies animales (ya sean los contraculturales bonobos o las industriosas y capitalistas abejas) como modelo humano y me aburre buena parte de la filosofía consagrada a reconstruir el contrato social poniendo en el centro a los animales y culpabilizando a los hombres. Por eso, me impresiona Elizabeth Costello, el fascinante personaje concebido por J. M. Coetzee para, entre otras cosas, plantear sus preguntas sobre la justicia entre especies y sobre el trance común de la finitud que enfrentamos todos los seres vivos. En La vida de los animales, Costello, la escritora de tesis feministas y extremismo animalista, viaja a su país natal a recibir un reconocimiento y dar conferencias. Ahí se encuentra con su hijo, John, a quien no ve hace años; con su nuera, a la que la unen relaciones tirantes, y con dos nietos que la ignoran. La novela es un resumen de sus argumentos y debates, de las tensas cenas académicas y de los sutiles desencuentros con su familia. Los argumentos de Costello son deliberadamente desmesurados: la producción industrial de animales para consumo humano exhibe una crueldad equiparable a los campos de concentración nazis; cualquier forma de experimentación con los animales es condenable y el consumo de su carne constituye un crimen. Un profesor la cuestiona: los movimientos de defensa de los animales se reputan portadores de un universal ético, pero son recientes y básicamente de origen anglosajón; la ciencia ha demostrado la inteligencia muy limitada de los animales, aun de las especies superiores, por lo que no cabe colocarlos en la esfera de los derechos humanos, y, finalmente, los animales no tienen conciencia de la muerte. Elizabeth responde que, en efecto, el movimiento político es reciente, sin embargo, las manifestaciones contra la crueldad hacia los animales se remontan a los griegos; que las mediciones de inteligencia exhiben un sesgo naturalmente antropomorfista el cual no reconoce otras formas de adaptación al ambiente y que quien diga que el animal no teme a la muerte nunca ha estado cerca de un ejemplar amenazado. Los alegatos de Costello están llenos de ironía, tensión y asumidas contradicciones y sus descarnados ejemplos repugnan y estremecen. Por eso, este alegato amargamente humorístico conmueve y hace pensar, pues no se trata de la arenga académica en torno a un tema de moda, sino del testimonio de un espíritu misantrópico que se identifica con la misteriosa pulsión de vida de los animales y, también, con su desamparo ante la muerte.

Me impresiona Elizabeth Costello, el fascinante personaje concebido por J. M. Coetzee

Fahrenheit 451/ EKO

-03-

_


-04-

DE PORTADA

29 DE AGOSTO 2020

Pablo Neruda, Abel Quezada, Andrés Iduart figuras presentes en la correspondencia iné

Ya nadie escribe

E

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. ILUSTRACIÓN BOLIGÁN

l género epistolar desapareció cuando la tecnología y la prisa se instauraron en nuestra vida. La inmediatez del correo electrónico y las redes sociales desplazaron el antiguo arte de escribir cartas; ya nadie —o casi nadie— se detiene frente a la hoja en blanco para iniciar o continuar el diálogo con otra persona, para pensar y releer lo que se dice. Nadie compra sobres o estampillas postales ni mucho menos espera días o semanas por una respuesta. Todo es instantáneo, breve, con frecuencia impersonal. Por fortuna, quedan reveladores vestigios de esa costumbre prácticamente perdida, epistolarios reunidos en libros o dispersos en periódicos y revistas; cartas que circulan en internet, se conservan en instituciones académicas o en archivos privados, que nos hacen pensar en otros tiempos, en otra manera —más íntima— de comunicarnos. Cartas como las que escribió y recibió Renato Leduc (1897-1986), el legendario telegrafista de Pancho Villa, poeta y periodista, autor de libros como El aula, etc. (1929), Los banquetes. Quasi novela (1932) e Historia de lo inmediato (1976), cartas que su hija Patricia Leduc guarda y en las cuales se transparenta la amistad, la solidaridad, el persistente humor de Renato y sus amigos, entre ellos Pablo Neruda, quien, en una carta fechada un 18 de febrero, sin especificar año ni lugar pero indudablemente escrita en la época en que Leduc trabajaba en la Delegación Fiscal de la Secretaría de Hacienda en la capital francesa, le dice: “Estoy aquí pasando unos días en el campo, y espero estar en una semana más en París de vuelta”. Y sin más le lanza una amistosa convocatoria: “Ya sabes, en el Select, aunque seas tan huraño”. Le Select es una de las brasseries históricas de París, se encuentra en Montparnasse y era uno de los lugares de reunión de la bohemia parisina.

El 3 abril de 1939, en Roma, el poeta José Gorostiza, Primer Secretario en la legación mexicana en esa ciudad, le escribe scribe a Leduc para pedirle que lo ayude a gestionar unos pagos en Francia. En las primeras líneas, le dice: “Querido Renato: Lamento mucho no haberte visto nuevamente en París, antes de mi salida, para tomar el consabido Cinzano y charlar ampliamente. Las exigencias turísticas de mi mujer me ocuparon todo el tiempo, pues ella no había hecho aún el ABC de París. Espero poder escaparme alguna vez por allí, si es posible en plan de soltero, y entonces nos tomaremos nuestro desquite. Tengo cosas nuevas, bonitas, que te pueden interesar y espero que estés preparado para realizar la amenaza colombiana de ‘leerme si te leo’ ”.

Una presencia constante

Un nombre que se repite en varias cartas es el del tabasqueño Andrés Iduarte, autor de Un niño en la Revolución Mexicana, entusiasta de Vasconcelos y amigo de Renato Leduc desde sus días como estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria. Iduarte vivió en París entre 1928 y 1930, donde hizo amistad con escritores como Miguel Ángel Asturias, César Vallejo, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Por eso no resulta extraño que, en su carta del 18 de febrero, intrigado por su bienestar, el autor de Residencia en la Tierra pregunte por él. “Querido Renato Leduc”, le dice al poeta mexicano: “si tienes un momento […], te ruego que me escribas y me digas qué pasa con Iduarte, si estaba en Málaga, y qué ha pasado. He estado muy preocupado porque me dijeron que él y Graciela estaban allí”. Neruda se refiere a la esposa de Iduarte, Graciela Frías, y la alusión a Málaga hace suponer que la misiva fue escrita recién terminada la Guerra Civil Española, cuando en esa ciudad el fanatismo había llegado a tal grado que incluso estaba prohibido caminar

por la izquierda, por lo que resultaba muy poco propicia para los simpatizantes de la República, como lo eran Neruda, Leduc e Iduarte. Andrés Iduarte vivió gran parte de su vida fuera de México, en 1939 fue nombrado profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia, en la que permaneció hasta 1952, cuando regresó a México como director general del Instituto Nacional de Bellas Artes, cargo del que fue destituido abruptamente en 1954 cuando en los funerales de Frida Kahlo, en el Palacio de Bellas Artes, se colocó sobre su féretro la bandera comunista, provocando un gran escándalo en la prensa y los círculos políticos. Desde Nueva York, el 16 de marzo de 1940, en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, Iduarte le escribe a Leduc. “Muy querido Renato./ Nos dio gran gusto recibir tu carta sin fecha, después de tanto tiempo de estar sin noticias directas tuyas. Por primera vez en la vida me he tardado en contestarte más que tú, pero esto se ha debido a que, como sabes, estoy transformado en una tuerca más de la gran maquinaria norteamericana. Te ruego que me escribas pronto y no vayas a empeñarte en recuperar tu tradición de mal corresponsal”. Iduarte le habla de su trabajo como profesor en la Columbia University, de su labor como secretario de redacción de la Revista Hispánica Moderna, dirigida por Federico de Onís, de los artículos que escribe para varias publicaciones.


DE PORTADA

29 DE AGOSTO 2020

te, son algunas de las édita de Renato Leduc

e cartas… “Trabajo mucho, estoy cansado, pero tengo cierta independencia y empiezo a tener para comer”, le dice a su amigo, a quien también le cuenta de una nueva publicación: “En México ha salido la revista Romance, financiada con capital mexicano y dirigida y hecha por el grupo más joven de Hora de España, es decir, por los mejores, por los más capaces y los más sencillos. Yo soy su representante aquí. […] Me encargan te pida colaboración. No dejes de enviármela pronto, verso o prosa, lo que quieras. Yo haré algo sobre ti, aunque no necesitas presentaciones. (La revista) se ha vendido, ha tenido éxito, será utilísima. Colaboran españoles y mexicanos, con gran amplitud política, o mejor dicho fuera de la política, desde Juan de la Cabada o Manci (José Mancisidor) hasta Martín Luis Guzmán y Novo”.

La nostalgia de Abel Quezada

Abel Quezada, de 28 años, le manda a Leduc una extensa y divertida misiva fechada en Nueva York el 20 de mayo de 1949, en la que, entre muchas otras cosas, le dice que ha entrado en contacto con Iduarte: “Mi querido Renato”, le escribe: “Hasta hace apenas unos minutos, pude localizar y hablar por teléfono con el Profesor Andrés Iduarte —nos vamos a ver el martes a las seis de la tarde, en su oficina de Columbia University—, hasta por teléfono me pareció una magnífica persona y estoy muy contento, porque por fin parece que voy a tener a alguien con quien hablar en Español y de algo más que estrellas de cine y de beisbol. “Tardé en dar con él, porque ocurrió que un pocho se ofreció a llamarlo en mi nombre y, no pudiendo dar con él, sino con su señora esposa, le dijo a

ella que yo era un buen muchacho de México, que traía una ‘carta de recomendación’ de Renato Leduc, para ver qué podía hacer el Profesor por mí. Me quería morir de la vergüenza cuando me enteré de esto y nada pude componer con mentarle quince veces la madre al pocho. Tuve que esperar a que se olvidaran de mi nombre”. En otro pasaje, le explica el motivo de su viaje; le cuenta que estaba muy contento en su rancho, trabajando, pensando en su “muchacha ideal”, cuando llegó un telegrama: “ofreciéndome una chamba como ‘Art Director’ en una agencia de Publicidad de espectáculos en la calle 46 y Broadway (Times Square) y me fui al espejo, recuperé mi ‘Bold Look’ de fifirucho, me quemé con un cigarro unos pinolillos que tenía en las pantorrillas y me vine a convertir en el #131-24-4905 del Social Security y a no devengar un salario de 100 dólares a la semana que me están pagando”. Le dice que hará una campaña de publicidad y “cosas” para revistas: “unos trabajos en color que nadie conoce en México y que yo considero como algo maravilloso (claro, YO)”. Se queja de lo aburridos que son los gringos y le confiesa que sus editores vieron las ilustraciones que hizo para el Corrido de la Revolución mexicana (de Leduc) “y en cuanto llegaron a la parte donde el Pueblo le está mentando la madre a los enriquecidos del Chavez’ Place, me lanzaron la terrible pregunta: —¿Es usted comunista? —No —les respondí—, es pura envidia lo que siento —y nos pusimos a platicar del porcentaje de bateo de Ted Williams”. Quezada dice sentir una “nostalgia infinita”: “En los restaurantes pido sándwiches de queso crema con lechuga, porque eso sabe a aguacate, tan solo con cerrar los ojos, y hago miles de excentricidades para no aburrirme —hasta he llegado al descubrimiento aterrador de que, en el fondo, yo soy muy trabajador—, de otro modo no tiene explicación todo lo que he hecho a color, aparte de mi chamba en la Agencia. Usted podrá darse cuenta, tan solo con esto, de cómo será la cosa aquí, que lo más divertido que uno puede hacer es trabajar”. El 6 de junio de 1949, desde la Ciudad de México, a la que había regresado a finales de 19 1942 después de pasar un año en Nueva York con su entonces esposa Leonora Carrington Carrington, de la que se divorció en diciembre de 1944, Renato le escribe a Iduarte sobre su amigo Quezada. “Querido Andrés:/ Me informa Abel Quezada que ya logró comunicarse contigo. Te lo mandé para que tengas con quién hablar de cosas mexicanas actuales y para que él, encontrándose con gente de tu

En el epistolario destacan la agudeza, el desparpajo y el buen sentido del humor

-05-

calidad, no se aburra excesivamente en Nueva York a donde va a trabajar… pues por la eterna historia de que nadie es profeta en su tierra y de que aquí no le dan la categoría que se merece... “Es además de magnífico dibujante un excelente amigo con gran sentido del humor y una fina y peculiar manera de enfocar el mundo. Te lo recomiendo”. Reconociendo su calidad de “mal corresponsal”, agrega: “Siempre estoy con ganas de escribirte, pero me las aguanto porque aparte de que (no necesito jurártelo) soy bastante bolsón padezco de una aguda ineptitud para la literatura epistolar”.

Territorio libre de un solo hombre

Entre la correspondencia de Renato Leduc se encuentra una carta del gallego antifranquista, naturalizado mexicano, Víctor Rico Galán, intelectual, periodista, fundador en 1964 del clandestino Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) que, inspirado en la revolución cubana, pretendía instaurar el socialismo en México. Fue aprehendido —junto con su hermana Ana María— en agosto de 1966 y recluido en la célebre crujía “N” de Lecumberri, reservada para los presos políticos. La cárcel no le impidió continuar su actividad como columnista de la revista Siempre! ni dejar de interesarse y abogar por algunos de sus compañeros de prisión. En su carta, fechada el 6 de diciembre de ese mismo año en el “Territorio Libre de un solo hombre”, le pide a Leduc que consiga ayuda para dos periodistas presos: el caricaturista Tuno Alvarenga y un reportero deportivo apellidado Herrera, ambos de Novedades, víctimas de una defensa deficiente y del abandono de la Asociación Mexicana de Periodistas (AMP), “que ha descuidado este capítulo de solidaridad con los colegas en desgracia”. Le expone sus casos y concluye: “Y eso es todo, querido amigo. Por lo que a mí concierne, me encuentro perfectamente, aunque un poco preso. Me comunican que en los mentideros de café corre el rumor de que voy a suicidarme. Y a usted, que tiene tantos amigos, le ruego que lo desmienta: mi rebeldía no nace de un conflicto conmigo mismo, y no tengo interés alguno en atentar contra mi persona. Leo, escribo, duermo a pierna suelta y, además, no estoy tan solo, puesto que me hacen compañía varios centenares —¿o serán miles?— de ratas. Lo único que me duele es no poder seguir el consejo —que me dieron mis compañeros ahora recluidos en la crujía “M”— de domesticarlas, porque no sé si responden a la flauta o a la vihuela y, por otra parte, temo que mis habilidades musicales no interesen ni a las ratas”. Se despide de Renato con un abrazo cordial y firma: V. Rico. La correspondencia de Renato Leduc, en la que se encuentran lo mismo nombres de escritores, periodistas y políticos como Miguel Alemán Valdés que personajes desconocidos, muchos de ellos obreros y campesinos, que le pedían ayuda para resolver diversos problemas legales o económicos, son un paseo por un mundo que se extinguió, un mundo que miramos a través de los recuerdos mientras, como diría Carlos Monsiváis, “nos movemos entre las ruinas instantáneas de la modernidad”.

_


-06-

LITERATURA

29 DE AGOSTO 2020

MEMORIA

El atormentado Cesare Pavese

L

as mujeres fueron un dolor de cabeza para el escritor y editor piamontés Cesare Pavese. La primera vez que una mujer rechazó su propuesta matrimonial, el entonces colaborador de la editorial Einaudi acabó en la cárcel como preso político. Ella era Battistina Pizzardo o Tina o “la mujer de la voz ronca”, como él la llama en sus memorias, El oficio de vivir. Por otra mujer que no quiso casarse con él, Pavese se suicidó poco antes de cumplir 42 años. Se trataba de la actriz norteamericana Constance Dowling, tan bella, esquiva y banal como su breve papel en la película El ángel negro (1946). A Pavese, que siempre se mantuvo al margen de la política, lo apresaron en 1935 porque encontraron en su apartamento cartas subversivas que Bruno Maffi enviaba a Tina. Ella, además de ser una joven y bella maestra de matemáticas y latín, era firmante del Manifiesto de Intelectuales Antifascistas de Benedetto Croce; había sido encarcelada con anterioridad y la policía del Estado controlaba su correspondencia. Por esas cartas, Pavese pasó un año en la cárcel. Incluso al salir libre, a pesar de que entre él y Tina “no había pasado nada”, como ella declaró, Pavese insistió en que se divorciara del comunista polaco Henek Rieser y se casara con él “para poner fin a su atormentada existencia”. En apariencia, la relación de Pavese con las mujeres roza la infatuación juvenil, y esa era la personalidad que el poeta proyectaba al exterior. Natalia Ginzburg, su colega de la editorial Einaudi, describe en su libro Las pequeñas virtudes la inmadurez de su amigo: “Algunas veces estaba muy triste, pero durante mucho tiempo nosotros pensamos que se curaría de esa tristeza cuando se decidiera a hacerse adulto, porque la suya nos parecía una tristeza como de muchacho, la melancolía voluptuosa y despistada del muchacho que aún no tiene los pies sobre la tierra y se mueve en el mundo árido y solitario de los sueños”. En el plano de la realidad tangible, quizá esas dos pasiones fallidas en la historia amorosa de Cesare Pavese sirvieron como detonantes para motivar la expresión escrita de sus cavilaciones. Fue en la cárcel donde comenzó a escribir sus memorias y los poemas de Trabajar cansa, y sus libros de narrativa se comenzaron a publicar al año siguiente. Y fue precisamente su relación con Constance Dowling, del 11 de marzo al 11 de abril de 1950 (como consta en la fecha de las cartas del poeta a la musa), la que dio origen a los diez poemas que forman su libro póstumo Vendrá la muerte y tendrá

JUAN MANUEL GÓMEZ FOTOGRAFÍA FOTOTECA STORICA NAZIONALE

La actriz Constance Dowling y el escritor italiano, quien murió hace 70 años, el 27 de agosto de 1950.

tus ojos, donde expresa la melancólica añoranza del ser amado imposible. Con esa idea que proviene del romanticismo, los lectores hemos armado el cuadro perfecto del poeta sensible que, atormentado por una decepción, decide quitarse la vida. Pero olvidamos que Pavese procede de otra madera: es un neorrealista, y con la sangre caliente del italiano desmiente esa idea vulgar y estereotipada en una declaración de principios de El oficio de vivir: “Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”. “Nadie se suicida”, dice Pavese; “la muerte es destino”. Las líneas que garabateó sobre la primera página en blanco de un ejemplar de Diálogos con Leucó antes de ingerir el frasco de pastillas que le quitaría la vida no son las de un hombre al borde de un colapso depresivo. Al contrario, hasta hay en ellas buen humor: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿De acuerdo? No hagan demasiado chisme”. Tal como hacían los dioses griegos, con toda su mundanidad, en las conversaciones de ese libro extraño que Pavese prefería sobre todos cuantos escribió, y que de esta forma lúgubre legó como testamento literario. En su libro sobre el suicidio, El dios salvaje, Al Alvarez menciona que “para

Con una idea del romanticismo, los lectores hemos armado el cuadro del poeta sensible

Cesare Pavese [el suicidio] fue tan inevitable como el siguiente amanecer, un acontecimiento que ni todo el éxito, ni los elogios lograron postergar”. Efectivamente: la efervescencia interior del poeta inspirado, del intelectual culto (especialista en Walt Withman; traductor de William Faulkner), del escritor de talento, del reconocido editor, no tendía a la nada, sino al todo; aunque disfrutaba de momentos simples y placeres sencillos (como destaca en sus poemas), no le bastaba la vida breve sino que anhelaba la larga y luminosa eternidad. Comparto el punto de vista del traductor colombiano Hernán R. Vargas, quien realizó el año pasado una versión de Trabajar cansa para Fallidos Editores, de Medellín, Colombia: “Son aspectos de la vida los que iluminan algunos pasajes de la obra y no la obra la que da cuenta de la trivialidad de la existencia de cada uno, aunque la justifique”. En ese sentido no importa la anécdota del suicidio en cuanto a sus detalles morbosos en relación con las lamentaciones en verso de “una vida llena de soledad y amargura”, sino, por el contrario, lo que cobra importancia es la brillantez de una propuesta literaria original y vibrante que revela la condición humana individual y aislada de cada uno de nosotros. Esta perspectiva honra lo que afirmaba Pavese con respecto a que “la poesía es un trabajo (un mestiere), más que un velo misterioso [...], y la literatura una enfermedad (en el sentido más amplio de pathos)”.

Esa vertiente empática, que se conecta con el sentimiento y no con la razón, vendría a ser el pathos pavesiano. Por eso la literatura tiene sentido solo si es inaugural, si nos hace vibrar con las fibras de la naturaleza primaria y no si se nos explica o justifica a partir de las convenciones de la teoría literaria o de la historia de la literatura. Comenzar desde el principio, otra vez, cada vez, como si con cada palabra inauguráramos el mundo nuevamente. Eso es lo que propone Cesare Pavese en “Del oficio de poeta”, las tres páginas en las que resume su peculiar poética, y que concluyen con un llamado a recordar el fin último de la literatura, que es la comunicación entre dos seres iguales. Para conseguir eso que parece tan trivial se requiere claridad, es decir, respeto por el que habla y por el que escucha, no solo en cuanto a lo que se dice y cómo se dice, sino atendiendo también a lo que escucha e imagina el lector. En las palabras recae esa responsabilidad. Es a través del lenguaje que el escritor y el lector pueden llegar a compartir universos unívocos, nuevos o al menos renovados: “El arte, como se dice, es una cosa seria. Es por lo menos tan seria como la moral o la política. Pero si tenemos el deber de apoyarnos en éstas con aquella modestia que es la búsqueda de claridad (caridad hacia los otros y dureza para nosotros); no se ve con qué derecho, ante una página escrita”, sentencia Pavese, “olvidamos el ser hombres y que un hombre nos habla”.

_


EN LIBRERÍAS

29 DE AGOSTO 2020

NARRATIVA, ENSAYO Penélope y las doce criadas

El autobús de la miel

-07-

POESÍA EN SEGUNDOS Sobre hielo

El mar de Sánchez Robayna VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

¿ Margaret Atwood Salamandra España, 2020 276 páginas

Meredith May Lince España, 2019 236 páginas

Peter Kurzeck Jus España, 2019 309 páginas

En el relato homérico, Odiseo vuelve a Ítaca 20 años después de partir a la guerra de Troya. Mientras tanto, Penélope se las ha arreglado para alejar a los pretendientes que buscan el trono vacante. Odiseo asesina a sus enemigos y, de paso, a doce doncellas. La autora de El cuento de la criada reinterpreta el relato original y ofrece la visión de Penélope y esas doncellas para ofrecer una visión tan desconocida como perturbadora, una atrevida vuelta de tuerca.

Una pequeña comunidad de California es el espacio donde transcurre esta novela en la que una niña aprende a entender y a fundirse con la naturaleza. La clave está en el mundo íntimo de las abejas al cual la protagonista y narradora se acerca para descubrir que gracias a él sus seres más cercanos cobran un sentido del que antes carecían. Mientras la madre se hunde en una depresión honda y dolorosa, la figura del abuelo adquiere una importancia mayor.

Ambientada en los meses posteriores a la caída del Muro de Berlín, esta novela transcurre a la manera de un diario en el que solo hay cabida para el desaliento. Su protagonista, un escritor divorciado con una hija de cuatro años, ofrece un diagnóstico de su estado anímico y de la ciudad por donde deambula tratando de encontrarle un sentido a su vida: Frankfurt. Sin excesos ni florituras, Kurzeck, por años nominado al Premio Nobel, produce un retrato frío del hombre contemporáneo.

Las buenas madres

Siempre demasiado y nunca suficiente

Meditaciones en tiempos de crisis

Alex Perry Ariel México, 2020 377 páginas

Mary L. Trump Indicios México, 2020 224 páginas

John Donne Ariel México, 2020 111 páginas

Con los mejores atributos del periodismo (sapiencia narrativa y rigor en la investigación), este libro cruza la línea de seguridad para introducirse en los sótanos casi desconocidos de la ‘Ndrangheta, la poderosa mafia del sur de Italia. El boleto de entrada son las hijas, madres, abuelas de los capos que controlan el tráfico de armas y cocaína en Europa. El lector podrá creer a ratos que lo contado es mera ficción pero no tardará en llenarse de asombro ante el poder de la revelación.

La autora de este libro es la sobrina del presidente de Estados Unidos y además psicóloga, lo que hace que el subtítulo Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo no resulte exagerado. El padre de Mary era el hermano mayor de Donald y murió joven, víctima de los conflictos familiares. Inevitablemente, el perfil psicológico del gobernante se origina en la infancia. En lo que a él respecta, fue su padre quien impulsó la megalómana personalidad que conocemos.

John Donne tenía poco más de 30 años cuando cayó enfermo de fiebre. Corría el año 1623 y Europa se debatía entre el catolicismo de la Contrarreforma y el avance calvinista y luterano. En ese contexto deben leerse estas 23 meditaciones que se presentan como un registro de dolencias y temores a la recaída, y como un ejercicio de observación casi maniaco y de desconcierto frente a la fragilidad de la vida. El prólogo es de Vicente Campos y arroja luz sobre la obra del poeta inglés.

Por qué la existencia vasta y, por decirlo así, más exterior, como sucede con la inmensa realidad del mar, surge o puede surgir de lo más interior y, acaso, del lugar más ausente y oscuro? ¿Cómo es posible que las cosas vivas trasciendan lo más propiamente real en la irrealidad del pensamiento, “como si repicaran hacia adentro/ de sí, de la materia, y se expandieran en lo eterno”? Andrés Sánchez Robayna ha perseguido, a lo largo de su obra lírica, la imagen del mar y con él, las del sol, el cielo y las nubes. Desde sus primeras composiciones, “Día de aire”, aparece la presencia marina: “Mira la extensa fábula del mar...”, esa casi innombrable simultaneidad de elementos donde todo es centelleo y donde, siempre de modo sorpresivo, brota el efecto de un centro, de un foco abarcador, de una inmovilidad en la fuente del cambio. Tan fuerte es la constancia y consonancia del mar en la poesía de Sánchez Robayna que quizá no es atrevido afirmar que él ha tratado de capturar en una sucesión de poemas que parecen diferentes, pero que de alguna forma son siempre el mismo texto, el murmullo atlántico de Las Palmas Canarias invocando el mar, el mar que siempre en sí comienza. Desde esta perspectiva, aunque podríamos señalar en el desarrollo de su poesía momentos diferentes —sitios donde podemos ver las huellas de Juan Ramón Jiménez, Paul Valéry, Jorge Guillén, Haroldo de Campos o Ramón Xirau—, tiene un interés mucho mayor descubrir que todas esas etapas, todas estas múltiples marinas que Sánchez Robayna ha representado por cerca de 50 años con una minuciosidad increíble y muchas veces a través de hermosos paisajes oceánicos en miniatura, son una sola representación. Incluso podríamos decir, arriesgándonos todavía más, que en todas esas marinas —en un avance progresivo incesante— había un cuadro luminoso que no estaba, que no podíamos ver, a pesar de intuirlo, y que hoy sí está y podemos mirarlo en Por el gran mar (Galaxia Gutenberg, 2019). De ninguna manera pretendo quitarle valor a un conjunto de libros realizados cuidadosamente, pero sí quiero destacar que en este último título aparece una plenitud diferente, la cual, siendo semejante a la anterior, es distinta, más cabal y, sobre todo, colmada y que podemos descubrir que ella —presencia indudable— proviene de manera forzosa y trágica de la pérdida. La presencia verdadera, ausencia sin remedio, llena ahora los poemas de Sánchez Robayna y los vuelve en su medida mesurada, conocedora, sabia, si no enormes y desmesurados como el mar, sí ineludibles en el mínimo, pero exacto, atisbo de lo interior: “Regresas a mis ojos, a mis manos,/ el sueño se entreabre a la presencia”. Y esta cavidad, este hueco, representa: “no una idea de la casa, sino la casa misma/ que un día fue futuro y hoy pasado/ y, en el hoy, un encuentro de pasado y futuro”. Con este nuevo libro de Sánchez Robayna ha ocurrido lo ideal: el último texto de una cadena vuelve diferentes todos los textos anteriores y los realiza.

_


LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

29 DE AGOSTO 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

TOSCANADAS

Soplón DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

E

n nuestra infancia, muchos habremos pasado por el siguiente conflicto ético: se cometió algún desmán en la escuela; el profesor pide la comparecencia del culpable o de lo contrario castigará a todo el grupo. Hay seis posibles reacciones. Dos de las cuales son inéditas. La primera: que el culpable confiese. La segunda: silencio absoluto y castigo para todos. La tercera: un voluntario inocente se hace pasar por culpable. La cuarta proviene de la tercera: cuando el inocente se acusa, otro compañero dice que él fue, luego un tercer compañero se apunta, un cuarto y quinto y así hasta completar el grupo. Este comportamiento valeroso termina por avergonzar al maestro acusador. La quinta opción es que uno de los compañeros señale al culpable. Nunca supe de nadie tan cobarde. La sexta, aún más inadmisible, es que el propio culpable señale a sus

LA MADRE

Fotograma de la película soviética dirigida por Vsévolod Pudovkin en 1926.

cómplices o a un inocente. Esa es la ética del mundo infantil en la que la amistad y la lealtad valen más que el oro; ese mundo en el que no hay mayor bajeza que ser un soplón. En el maloliente mundo de los adultos es muy frecuente que los intereses estén por encima de las lealtades. Las traiciones están en oferta. Pero el soplón sigue siendo un maloliente. Este personaje es común en las novelas de presidiarios. En sus Relatos de Kolimá, Varlam Shalamov se ocupa varias veces de ellos, siempre con tono de desprecio. “El doctor Yampolski era simplemente un soplón y un canalla que se había abierto camino a golpe de denuncias” o bien “Otro se llamaba Liubov, era un hampón, o, mejor dicho, un podrido, un soplón podrido”. En Un día en la vida de Iván Denísovich, Solzhenitsyn relata el asesinato por degollamiento de “personas en la cama”, pero alguien corrige, “no personas, sino soplones”.

En La madre, de Gorki, ante el cuerpo de un hombre asesinado a golpes, alguien dice sin conmoverse: “Han cerrado el pico a un soplón”. En Los hermanos Karamazov, un personaje se refiere con tal desprecio a un soplón, que dice: “Matarlo sería poco”. Chéjov tiene un cuento en el que el pueblo se alegra de la muerte de un soplón, y otro en el que presenta a uno de ellos avergonzado de sí mismo: “Dándose un puñetazo en el pecho, Alexei Ivánich se echó a llorar: Soy un delator, un soplón”. Pero estos ejemplos vienen de la literatura. Últimamente en los diarios leo otra cosa. Quizá la pista la da Milan Kundera en La broma. Refiriéndose a los soplones dice: “Todos, sin excepción, los despreciábamos, pero sabíamos que era el medio más eficaz que se nos ofrecía para mejorar nuestras condiciones de vida, irnos pronto a casa, obtener un buen expediente y salvar, al menos en parte, nuestras perspectivas de futuro”.

_

BICHOS Y PARIENTES

La risa y Rabelais

E

l menos popular, el menos estudiado, el menos comprendido y estimado de los grandes escritores de la literatura mundial”, dice Bajtín. Alicia Yllera, editora y traductora de los cinco libros de Gargantúa y Pantagruel para la editorial Cátedra, lo llama “un gran autor desconocido” en un par de estupendas conferencias, eruditas, divertidas, que se hallan en el portal de la Fundación Juan March. Y es que resulta difícil acercarse a Rabelais desde la lengua española. El humanismo —y no las babas bondadosas de gente que piensa padre y vale chorros— fue un apego a las lettres humaines; sobre todo, la recuperación del griego y hallar que en lenguas vulgares existe un universo de expresividad y pensamiento que no podía habitar en el esclerótico latín de la escolástica y los tribunales. También fue una obcecación en la verdad: en estos cuerpos, que han de ser atendidos y entendidos, sucede todo lo humano, incluido el espíritu. Se lee a Platón, pero también a Hipócrates; se pinta a Cristo en la cruz según la anatomía, no la idea. De entre los humanistas, los más cristianos desarrollan la philosophia christi: Erasmo elogia la locura de unos hombres que eligieron perseverar en una aparente locuacidad que los llevó a la derrota humillante y la muerte: Jesús y Sócrates. La de Erasmo, Moro y Rabelais, era una idea más bien berrenda de la locura: la môría griega, que los traductores dejaron en “necedad”, cuando seguramente Erasmo quiso remitir el vocablo a sus usos comunes en los textos griegos: hablar disparatadamente, decir boberas, la inconsistencia y el despeñadero de la severidad, pero no

JULIO HUBARD ILUSTRACIÓN GUSTAVE DORÉ

de la verdad. Folia en italiano; folly en inglés; en español, después de haber sido usada por Berceo y el Arcipreste de Hita en su sentido de locura o locuacidad, “folía” quedó solamente para un género de canción, ligera, bailable. Pérdida importante, quizá debida a la asustadiza severidad de Felipe II y sus terrores ante las modernidades de protestantes. Los humanistas españoles dejaron pronto de reír cuando en La Pragmática del rey, de

Se dilata en elogios de la materia fecal, los fluidos corporales y la exhibición grotesca de los cuerpos

1558, establece la “Prohibición de pasar los naturales de estos Reinos a estudiar en Universidades fuera de ellos. Porque somos informados que… nuestros súbditos que salen fuera de estos Reinos, allende el trabajo, costas y peligros, con la comunicación de los extranjeros y otras Naciones, se distraen y divierten, y viven en otros inconvenientes; y que ansimesmo la cantidad de dineros que por esta causa se sacan y se expenden fuera de estos Reinos es grande, de que al bien público de este Reino se sigue daño y perjuicio notable”. Al rey le aterraba la nueva liberalidad de Europa y España enfermó de seriedad. La severidad se volvió oscura y mortal, pero la risa, perseguida y todo, no puede borrarse. La del Lazarillo

Gargantúa, uno de los personajes de François Rabelais.

de Tormes es cruel; la de Quevedo es genial y desternillante, pero aviesa y pervertida: “tiene cosas de las cosquillas, pues hace reír con enfado y desesperación”, según escribió en una carta a Álvaro de Monsalve, explicando el envío de La hora de todos. Salvo por el Quijote, verdadero elogio de la folía, en la literatura española la risa se volvió torva, violenta, y se parece más a la puñalada que a la franqueza. No es un recurso del cuerpo en trance de conocer y reconocer sino modo de herir y hacer sangrar. La risa de Erasmo era, además de la confesión de insuficiencia de una pobre inteligencia mortal, un gesto que nos confirma la humanidad, falible y rota. Para Montaigne fue el signo que nos distingue de los animales. “Porque reír es lo propio del hombre”, dice Rabelais en el inicio de sus libros. Y no hay autor más obsceno, procaz, vulgar; se dilata en elogios de la materia fecal, los fluidos corporales, la falibilidad y la exhibición grotesca de los cuerpos; escribe cómo se comportan los niños cuando aprenden a decir vulgaridades y a usarlas para vejar al mundo entero. Como meterle mano a un mecanismo sin ánimo de repararlo, solo para verlo cuando se quiebra o corta o simplemente se abre: el niño que destripa un insecto o desarma un juguete. Rabelais, sus juegos, sus cochinadas, su risa constante aportan la folía para poner en su lugar al rey y sus solemnidades, la ética fervorosa e hipócrita de vasallos y feligreses y las divisiones entre santos y diabólicos. Curiosa píldora de mil páginas: al fondo de la risa no quedan sino bolsas de materia fecal que se creen eternas. Y lo son, pero no por sí mismas sino por agencia gratuita y externa.

_


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.