Laberinto No.903 (03/10/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

ENTREVISTA

FERNANDO ZAMORA

JESÚS ALEJO SANTIAGO

El ecologismo sin alas de Nicolas Vanier

Sara Sefchovich: en el país del Demasiado odio

Foto: Radar Films

Foto: Luz Vázquez

SÁBADO 03 DE OCTUBRE DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 903

El mundo según Quino Xavier Velasco, Anamari Gomís/ Ilustración: BOLIGÁN


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ANTESALA

3 DE OCTUBRE 2020

DOBLE FILO

De la Torre al bat FERNANDO FIGUEROA

A

ntes de dedicarse a las letras, Gerardo de la Torre fue obrero petrolero, miembro del Partido Comunista y buen pitcher. Ha publicado una decena de novelas y varios libros de cuentos, además de escribir guiones para televisión y cine. En 2005, él y Vicente Leñero compilaron Pisa y corre. Beisbol por escrito (Alfaguara). En honor a la postemporada de Grandes Ligas, que ya inició, Laberinto lanza y De la Torre batea. ¿Qué es el beisbol? El primer deporte del hombre, cuando se defendía con palos y piedras. El mayor aprendizaje en la lomita. Tomar decisiones en soledad. ¿Está más solo el pitcher o el escritor? Son hermanos gemelos. El mejor pitcher que ha visto en vivo. Fred Waters, de los viejos Tigres. Tigres o Diablos. Sultanes. Un pelotero de Grandes Ligas. Willie Mays. Una novela con tema beisbolero. La caída de los ídolos, de Philip Roth. Mago Septién o Sonny Alarcón. Mago Septién. Una imagen de Martín Dihigo. En 1938, cuando nací, él fue en México mejor pitcher y mejor bateador. Que los lanzadores bateen o no. Sí, que bateen. Valenzuela en una palabra. Pundonor. Su texto favorito de Pisa y corre. Lo de Charlie Brown, de Lizalde. Leñero en una frase. El mejor tercera base escritor. ¿Qué aprendió con Arreola? Hacer que canten las palabras. Algo que no puede enseñarse en las escuelas de escritores. La sensibilidad. Su novela preferida de Revueltas. Los días terrenales. Recomiende una novela de usted. La muerte me pertenece. Y un cuento. “Viejos lobos de Marx”. Vargas Llosa o García Márquez. García Márquez, sin duda. Dos novelas en una isla desierta. Don Quijote y Guerra y paz. Un cuento de Hemingway. “Colinas como elefantes blancos”. La clave de un buen guion de cine. Personajes sólidos. Su película favorita. Ocho y medio, de Fellini. Un director mexicano. Felipe Cazals. ¿Por qué gustó tanto Fantomas? En parte, por las plumas de literatos. Un gusto literario culposo. Novelas policiacas. El insulto que más le han dicho. En alguna época: ¡comunistaaa! Su más grande anhelo. El fin de la pandemia. El mayor temor. Llegar a cien años de edad.

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Abre tus alas. Dirección: Nicolas Vanier. Francia, Noruega, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

El niño que dejó su celular

C

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA RADAR FILMS

on el cambio climático, la ecología no solo está de moda, está muy politizada. Justo por esto la película Abre tus alas corre el riesgo de ser malentendida. Dirigida por Nicolas Vanier, un aventurero que nació en Senegal y que se ha dedicado a filmar películas “de amor por la naturaleza”, Abre tus alas cuenta la historia de Thomas, un chico francés que, como casi todos los de su generación, no despega la vista del celular. Un día, Thomas tiene que ir al campo a vivir con su padre, un tipo enloquecido que se encuentra mucho más interesado en salvar especies en peligro de extinción que en hacerse cargo de su hijo. En esta suerte de encuentro entre el hombre de campo y el niño de ciudad, a Thomas le sucede algo realmente excepcional y que, sin embargo, podría haberle pasado a cualquiera durante el encierro por covid-19: lee un libro. Sí: es a partir de la lectura de El maravilloso viaje de Nils Holgersson que Thomas, el chico encerrado en sí mismo, puede mirar a la naturaleza y embarcarse en esta historia cursi y azucarada, esta obrita “para toda la familia” que gira en torno a un muchacho de 14 años que gracias a la lectura de Selma Lagerlöf puede trascender el chisme frívolo con el que nos bombardean las redes sociales.

Ahora bien, si uno lo que desea para el entretenimiento semanal es una pieza ecologista producida con el ímpetu vehemente de Greta Thunberg, con esta película se va a decepcionar. Abre tus alas no toca ni de pasada los temas más importantes del ecologismo contemporáneo ni abre la puerta a sesudas discusiones en torno a la relación entre miseria y explotación de la naturaleza. Tampoco es artística, ni siquiera en el sentido de la fotografía. La historia de este niño que, seducido por su parvada de gansos, decide viajar en un avión ultraligero desde el norte de Noruega hasta el sur de Francia para enseñarlos a volar ha sido filmada con la intención de agradar a todo mundo, así que los amantes del cine de arte no encontrarán razones para entusiasmarse. En realidad, es la intención de sus autores: Abre tus alas es acartonada y forzadamente bonita, llena de clichés y pensamiento optimista. Desde esta perspectiva, la única comparación posible es

La película no toca ni de pasada los temas más importantes del ecologismo contemporáneo

con aquella otra película de niños y patos: Volando a casa, que en 1996 protagonizaron Jeff Daniels y Anna Paquin. Y aun así, Volando a casa tenía una imagen mucho más espectacular y la actuación de Paquin era realmente mejor. Louis Vazquez en Abre tus alas resulta eficiente, pero su trabajo no es excepcional. De hecho, están mucho mejor sus comparsas: Jean-Paul Rouve en el papel del padre y Frédéric Saurel en el papel del descocado cazador que ha dejado de matar gansos para ponerse a defenderlos. En resumen, la versión francesa de la historia del niño que enseña a volar a una parvada de gansos tiene encanto solo si uno está queriendo escapar del encierro cotidiano para vivir una aventurita banal. No la tiene si lo que uno quiere es encontrarse con una pieza ecologista o con una obra de arte. Abre tus alas es todo lo que ofrece la empobrecida cartelera mexicana en su “nueva normalidad” y, aunque tiene momentos que cautivan y hasta enternecen, los amantes del arte tendrán que seguir buscando en streaming. Esta obra francesa a menudo parece producida para la televisión, pero, lo dicho, si uno está dispuesto a salir del encierro, tal vez se permita ser un poco como Thomas cuando deja el celular y de pronto enfrenta su deseo de volar.

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ANTESALA

3 DE OCTUBRE 2020

POESÍA

boda.jpg LUIS AGUILAR

el abrazo felicita al primo que se casa; a la mujer no la conoce. sabe y entiende que a la mujer la conoció antes que ellos dos se supieran. muy antes, pero eso no cambia nada. en la foto solo dos sonríen. tras el altar jesús crucificado en su pasión; maría desfallecida ante la pérdida. detrás de la seda cruda del vestido, el novio toma la mano del primo al momento del flash. solo el cura observa el extraño movimiento. la foto no lo cuenta. una fotografía dice más que mil palabras, pero oculta un poema. [no revela nunca lo que apaga y lo que enciende— Poema inédito. Forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

Censúrame/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

La advertencia de Albright IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

no de los mejores libros de 2018 fue Fascismo. Una advertencia, de Madeleine Albright, un escrupuloso ensayo histórico en el que la secretaria de Estado durante el segundo periodo de Bill Clinton en la presidencia de Estados Unidos (1997–2001) analiza la trayectoria de los líderes fascistas del siglo XX y los puntos en común de sus plataformas ideológico–políticas. Escrito con claridad y sin ambages, conforme avanza la lectura de Fascismo… es imposible no comparar esos relatos de poder y decadencia con las doctrinas, estrategias y directrices de algunos regímenes contemporáneos. El resultado es demoledor. El fascismo, o muchos de sus rasgos, sigue presente en la política mundial, porque su principal poder de penetración germina en el descontento, la desilusión, la ira, el miedo o el dolor de un electorado hambriento de justicia, venganza o desagravio, o urgido de una retribución a toda costa (señala Albright: “A diferencia de la monarquía o de una dictadura militar impuesta desde arriba, el fascismo obtiene energía de los hombres y las mujeres que están descontentos por una guerra perdida, un empleo perdido, el recuerdo de una humillación o la idea de que su país está en declive. Cuanto más dolor haya en la base del resentimiento, más fácil le resultará a un dirigente fascista obtener seguidores, sea incentivándolos con una mejora futura o prometiendo la devolución de lo robado”). Albright repasa el camino de Benito Mussolini (de su movimiento proviene el término fascismo, derivado del fasces, un manojo de varas de olmo atadas a un hacha que era símbolo de poder de los cónsules romanos y que los fascistas adoptaron como metáfora de la unión del pueblo), de Hitler y el Tercer Reich, de Stalin y los bolcheviques (que significa “la mayoría”), y también se ocupa de Milosevic en Yugoslavia, de Franco en España, Salazar en Portugal, Chávez en Venezuela, Erdogan en Turquía y, así, sigue el hilo de gobernantes y gobiernos: la Rusia de Putin, la Hungría de Orbán, la Polonia de Kaczyinski. Por supuesto, en esta peculiar historia hay más personajes y tramas y entrecruzamientos, y al final reflexiona sobre las conquistas y quebrantos de la democracia estadunidense antes y durante la presidencia de Donald Trump, quien hizo (hace) eco de argucias fascistas como el mitin–espectáculo y la demagogia de la supremacía, el nacionalismo y la resurrección del imperio; el odio antiinmigrante; la virulenta descalificación de voces críticas (fake news si se trata de medios, haters si son usuarios de redes sociales); la condena de los funcionarios incompetentes o ladrones (léase corrupción) que impusieron a Estados Unidos una carga económica desventajosa en el plano internacional. En suma, el análisis no es alentador, así que, como el subtítulo propone, la advertencia debe tomarse en serio: el fascismo recorre el planeta embozado en el maniqueísmo de elitistas versus populistas, liberales v.s. conservadores o derecha contra izquierda, aunque, aclara Albright: “La mayoría de los movimientos políticos de una cierta entidad son populistas en algún sentido, pero eso no los convierte en fascistas o intolerantes. Cualquiera que sea su propósito, limitar la inmigración o ampliarla, censurar al Islam o defenderlo, promover la paz o actuar en pro de la guerra, todos son democráticos, habida cuenta de que los objetivos que tratan de alcanzar se valen de medios democráticos. Lo que convierte un movimiento en fascista no es la ideología, sino su disposición a hacer todo lo que sea preciso —utilizando incluso la fuerza y pisoteando los derechos de los demás— para imponerse y exigir obediencia”. Estados Unidos acude a las urnas en noviembre. Qué bien le caería a sus ciudadanos repasar el libro de Albright aunque, a decir verdad, todos deberíamos poner las barbas a remojar.

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DE PORTADA

3 DE OCTUBRE 2020

Murió Quino, el creador de Mafalda, y con é humor que nace de la inteligencia y la curio

Aquel gran hombre

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XAVIER VELASCO ILUSTRACIÓN ROMÁN

o sabría si hablar de él como un “autor”. No porque no lo sea, ni porque no conozca y recuerde su trabajo mejor que el de incontables plumas admiradas, sino porque llegó a mi vida tan temprano que desde siempre lo hallo familiar, como aquellas canciones de la niñez que todavía hoy te erizan la piel. Poco me interesé en aquel entonces por saber algo más de la mano distante que lo firmaba todo como Quino, si bien ya en los inicios de la adolescencia disfrutaba jugando trivia con Mafalda. ¿Cómo se llama la mamá de Mafalda? Raquel, naturalmente. Manolito, a su vez, se apellida Goreiro y su vehemente antípoda lleva por nombre Susana Clotilde Chirusi. Sabemos asimismo que Miguelito se apellida Pitti, pero ni rastro existe del apelativo familiar de Felipe. Lo busqué alguna vez desesperadamente, en busca de un seudónimo que me representara —como coordinador de un suplemento cultural, no podía cobrar mis colaboraciones— y debí resignarme a elegir “Miguel Pitti”: un crítico de cine demasiado argentino, seguramente soso en comparación con el original. De haber sido Felipe, hasta la fecha seguiría usándolo. ¿Qué tenía ese Felipe de especial? Todo, desde el punto de vista de quien debió pasar la edad enana perseguido por las tareas escolares, intimidado por las niñas lindas, frustrado por los juegos infantiles y para colmo presa recurrente de una imaginación desenfrenada. ¿Quién, sino Felipito —“El Llanero Solterón”, a decir de la infame Susanita, prima lejana de la famosa dominatrix gringa Lucy Van Pelt— pudo romper el lazo identitario que antes de su llegada mantuve con el bobo de Charlie Brown?

Creo haber dejado en paz mis doce volúmenes de Mafalda porque básicamente me los aprendí. Imposible saber la cantidad de veces que fueron y vinieron entre el librero, el baño y la recámara; baste decir que siempre había alguno cerca y a menudo se hacían necesarios, ya fuera por matar el tedio cotidiano o rescatarse de un abatimiento como el de los domingos por la tarde. Había un cierto consuelo en recordar que la infancia y sus penurias nunca acaban de irse y cualquier día terminan por hacerte reír. Lo que queda, no obstante, es la sonrisa. Ese acto elemental de la inteligencia que es la marca de fábrica de Quino, especialmente en esos otros libros cuyas agudas páginas lo graduaban a uno en quinología. De A mí no me grite a Bien, gracias, ¿y usted? De Hombres de bolsillo a Sí, cariño. De Gente en su sitio a Yo no fui. Pues si el Quino ingenioso y elocuente se movía a sus anchas con las palabras, hay que ver de lo que era capaz el dibujante. Es como si el sufrido papá de Mafalda —hombre bueno y sencillo que jamás logrará vencer a las hormigas ni llegar sin angustias al fin de quincena— fuera el protagonista de los demás libros, donde poca falta hacen las palabras. A Quino le interesan dos tipos de hombre. Uno es el energúmeno habituado a subirse a las barbas ajenas, el otro es el pequeño héroe cotidiano que ha de sobrevivir a esas y otras calamidades. Nada tan entrañable como aquel hombrecillo que habita una tras otra las páginas de Quino, ya sea porque jamás pierde su candor o porque sabe de su pequeñez y a ella se acoge como un niño indefenso. Recuerdo uno con especial cariño: en una plaza pública se alza una gran estatua con la efigie de un hombre común y corriente, al pie de la cual dice: La ciudad a su fundador. Curiosamente, todas las personas que recorren la plaza tienen la misma cara que el fundador de marras.

Dudo que mi sentido del humor y del mundo fuese el mismo sin tipos como Quino

Hará unos pocos años que conseguí estrechar la mano de Joaquín Lavado Tejón, con la emoción callada de quien ha consumado una aspiración vieja y casi abandonada. Intenté, yo supongo que como todo el mundo, hablarle de las marcas que me dejó su espléndido trabajo, y como todo el mundo me quedé con la rara sensación de no ser escuchado por aquel hombre tímido y taciturno que parecía pelear consigo mismo para no huir de allí inmediatamente. ¿Quiero decir con esto que quizás el autor carecía de la gracia de sus personajes? Al contrario, era idéntico a más de uno y la gracia era toda de su inteligencia. Si para otros el término “hombrecillo” puede ser denigrante u ofensivo, en el caso de Quino tendría


DE PORTADA

3 DE OCTUBRE 2020

él un sentido del osidad permanente

ecillo Quino Joaquín Salvador Lavado Tejón nació el 17 de julio de 1932, en Guaymallén, y murió el 30 de septiembre en Mendoza, Argentina.

que ser usado con admiración. ¿Qué tienen de especial los próceres mayores, con sus figuras pétreas y venerables, comparados con el gran hombrecillo que nuestro héroe con lápiz tanto homenajeara, acaso ya cansado de personificarlo?

Nuestra conciencia

M

No suele uno citar a gente como Quino entre sus influencias, pero dudo que mi sentido del humor y del mundo fuese el mismo sin tipos como él y Fontanarrosa: dos de los argentinos a los que debo tal cantidad de risas y sonrisas que por mucho que escriba del asunto jamás quedaré a mano. Uno se fue ya trece años atrás, el otro hace tres días, pero de ahí a olvidarlos hay tanta distancia como la que le impide a Susanita entenderse algún día con Manolito. Podría seguir, como hago todavía con un par de amistades al jugar a la trivia con Mafalda, pero es seguro que no acabaría porque estaría hablando ya no tanto de ellos como de mí, que por la intercesión de aquel gran hombrecillo me he engañado creyendo que este mundo era más divertido, agudo y respirable. Y seguiré engañándome, ni más faltaba.

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ANAMARI GOMÍS

afalda apareció en 1964. Yo me acuerdo que en México comenzamos a leerla en los años setenta. Comprábamos los cuadernillos con la reunión de sus pequeñas, pero grandes historias. Digo grandes, porque la pequeña niña, algo parecida a la “Pequeña Lulú” en el físico, nos ponía a los lectores a pensar seriamente. Mafalda es, porque es, y volver a las tiras de Quino me devuelve a la necesidad de observar constantemente el mundo, ese que Mafalda, convertido en su globo terráqueo de cabecera, se encontraba vendado y con el que hablaba mucho. Pobre mundo, después de 56 años no ha cambiado mucho. Continúa la pobreza, la injusticia, la desigualdad entre los sexos, las ansias de Manolito por convertirse de grande en un hombre rico, los deseos de algunas Susanitas por casarse y tener hijitos, como una manera de plantarse en la vida, la angustia y la procrastinación de muchos Felipillos, el compromiso social y a veces revolucionario de Libertad, tan chiquitita de tamaño, las preguntas filosóficas de Miguelito. Yo me identifico con él y con Felipe y, desde luego, con las preocupaciones de Mafalda, a la que ya no le tocaron el cambio climático, la pandemia, los gobiernos populistas de derecha y de dizque izquierda, que se abrazan de tanto parecerse y de tanto equivocarse. En 1973 Quino decidió no continuar con Mafalda, el personaje que lo hizo famoso mundialmente. Fue un golpazo para nosotros, sus seguidores. La gran Mafalda había surgido cuando una agencia de publicidad contrató a Quino para realizar una versión de Peanuts, en la que muchos de los caracteres tuvieran un nombre que comenzara con M para promover una marca de electrodomésticos llamada Mansfield. Recordemos a la mamá de Mafalda, que aspira las alfombras de su departamento, que plancha y licúa alimentos. Y aquel universo creado por Quino fue creciendo cada vez. La sociología, la filosofía, el feminismo, la crítica social se apoderaron de la historieta, lo mismo que los anhelos de las clases medias; de las progresistas, representada por Mafalda y Libertad, y de las que no se plantean otros asuntos más que sus aspiraciones inmediatas, como Susanita y Manolito. En Mafalda las situaciones que vivíamos los pequebú (pequeño burgueses ) se reflejaban. Los progres acomodábamos nuestras inquietudes a veces, o muchas, subversivas, de grandes transformaciones sociales, a los asuntos tratados por Mafalda

y sus amigos. Por eso la leíamos con fruición y deleite. Todos éramos Mafalda y como ella juzgábamos o interpretábamos, por ejemplo, el papel de la mujer, que tanto le apuraba a la pequeña niña argentina. Ella imaginaba a las mujeres a través del tiempo bordando, fregando los pisos, colgando la ropa recién lavada y pesaba que “La mujer, en vez de jugar un papel, ha jugado un trapo en la historia de la humanidad”. La dulce y joven madre Mafalda —y el Guille, el hermanito chiquito de nuestra protagonista— siempre se sorprendía con las salidas de su hijita, lo mismo que el padre, un oficinista que ama a las plantas y a su familia, a la que cada año lleva de vacaciones a la playa. A pesar de haber concluido con su tira de historietas sobre Mafalda, Quino recurre a ella en muchos otros momentos. Por ejemplo, amén de otras instancias, aparece en 1988, junto con Libertad, con motivo del día de los derechos humanos y del quinto aniversario de una Argentina democrática, libre de los siniestros militares de la Junta. Ahí Mafalda festeja la política acertada del presidente argentino Miguel Alfonsín. En 2008 nuestra niña argentina aparece en el diario italiano La Repubblica para criticar el discurso misógino del primer ministro italiano Silvio Berlusconi. En las redes sociales, en nuestra imaginería, Mafalda continúa siendo nuestra conciencia política y social y, desde luego, feminista. Mi feminismo, por cierto, se aviene al de Mafalda. Después de haber estudiado teoría literaria feminista anglosajona y francesa, primordialmente, la lectura de los textos literarios se transformó para mí. Sin embargo, no he sido una suerte de militante del feminismo sino más bien una observadora, lectora de Elaine Showalter, de Susan Gubar, de Luce Irigaray, de Judith Butler y de Malfalda… Estoy muy lejos de las feministas que pintarrajean monumentos y echan bombas molotov o acusan en #MeToo, con razón o sin ella, a diestra y siniestra. Creo, con el personaje maravilloso de Quino, que las mujeres deben participar plenamente en la vida política, intelectual y artística de cada país, con libertad y con la participación de los hombres. De lo contrario, ¿cómo? Pero esto es harina de otro costal. Releamos la gran historieta de Quino y pensemos, de nuevo y simplemente, en el mundo y sus tribulaciones.

Todos éramos Mafalda y como ella juzgábamos o interpretábamos el papel de la mujer

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LITERATURA

3 DE OCTUBRE 2020

SARA SEFCHOVICH

“Si no te puedes adaptar, no puedes vivir” Con las armas de la ficción, Demasiado odio desmenuza a un país roto por la violencia

H

an transcurrido siete meses desde que se decretó la emergencia sanitaria, pero muchos años más, décadas, desde que México comenzó a padecer las consecuencias de la violencia del crimen organizado. “Querida Beatriz, México no es para ti, México ya no es para nadie. Por favor piénsalo bien, por favor ¡no se te ocurra venir!”, se lee en el incipit de la más reciente novela de Sara Sefchovich, Demasiado odio (Océano), secuela —y no— de Demasiado amor, publicada en 1990 y llevada al cine por Ernesto Rimoch, con Karina Gidi y Ari Telch como estelares. “No sé si sea una forma de alejar a mis demonios, de exorcizar a los fantasmas, o una manera de convivir con ellos y tratar de comprenderlos. Es todo al mismo tiempo, porque cuando uno vive, trata de hacerlo de la mejor manera y se adapta lo mejor que puede a todo lo que se debe adaptar, llámese violencia, pandemia, amor, economía. Si no te puedes adaptar, no puedes vivir. Es más bien un llamado: aquí estamos y es necesario ver cómo le hacemos para vivir lo mejor posible dentro de lo que hay”, explica la escritora cuando se le pregunta por el sustrato de esta historia en la que Beatriz decide volver a México, un país muy distinto a como lo recuerda. “En el mundo que es hoy, ella tendrá recuerdos del otro país que conoció y será la persona que puede ser 25 años después, con los cambios de los que, a veces, nos damos cuenta, además de aquellos de los que muchas veces no nos damos cuenta, porque son imperceptibles y solo nos queda adaptarnos a lo que es la vida. De hecho, es una historia de amor: una historia de amor que sucede hoy y que solo podría suceder en la actualidad, aunque no podamos reconocerla. Para la protagonista, es su normalidad. Tú sabes cosas que ella no tiene por qué saber: nació en este mundo, como sucede con la sobrina de Beatriz, y la ficción se construye sobre ese mundo que ahora es real, como vas construyendo la educación de tu hija. Vivimos el mundo que nos tocó”.

JESÚS ALEJO SANTIAGO FOTOGRAFÍA LUZ VÁZQUEZ

La escritora y doctora en Historia.

Demasiado amor narra el regreso de Beatriz a nuestro país, que no es el que dejó sino otro mucho más oscuro, reflejo del paso del tiempo y de una realidad a la que resulta indispensable adaptarse. “Quienes hayan leído la primera novela se darán cuenta que es la misma protagonista, pero 25 años después. Es una novela independiente, en la que Beatriz vive sus propias vivencias y su propio momento. Beatriz no es nostálgica, no extraña el pasado, no piensa que el pasado fuera mejor que hoy. Quiso seguir haciendo sus caminos, sus

viajes, pero sin extrañar aquellos días”, dice Sefchovich. Sobre cuándo decidió emprender esta secuela de la exitosa Demasiado amor, dice: “A mi vida, Beatriz regresó hace más o menos cinco años y me dijo: quiero conocer qué está pasando ahora, volver a hacer esos viajes, tener más historias de amor; ya no quiero estar encerrada como estaba. Empezó

a perseguirme y yo la alejaba, hasta que un día me ganó la partida y empezamos a contar la historia de esa Beatriz que se vuelve a subir a un avión para viajar por México y tener una historia de amor”. Maestra en Sociología y doctora en Historia, Sara Sefchovich es autora de libros como La suerte de la consorte: las esposas de los gobernantes de México; País de mentiras: la distancia entre el discurso y la realidad en la cultura mexicana o El cielo completo: mujeres escribiendo, leyendo. Durante dos años, cuenta la escritora, se dedicó por completo a Demasiado odio, escuchando a Beatriz, tratando de ver el mundo como ella lo veía, y escribiéndolo así, sin dejarse llevar por cuestiones académicas o sociológicas: “A pesar de los cambios en el mundo, hay formas de vivir el amor, de tener afectos, encontrar gusto y tener esperanza, no siempre de manera dulce. No es una novela romántica en el sentido tradicional, es una novela dura, fuerte, de lo que podría ser la vida hoy. Beatriz no la inventa, no la construye... La vive tal como es, como se puede vivir hoy en México o en el mundo”. Por ello, el amor es central en la novela. A veces la esperanza y, muchas otras, la desesperanza. No es porque la protagonista o los personajes de esta ficción así lo decidan, sino porque así sucede en la vida real: “lo que van viviendo genera sus sensaciones y, a veces, son de felicidad y esperanza y otras no”. La novela refleja la realidad en la que estamos inmersos, pero Sara Sefchovich advierte que siempre la imaginó como una ficción: no buscó hacer un ensayo sociológico, ni establecer comparaciones con el pasado, sino escribir a partir de las experiencias actuales, sin salir de las posibilidades de la ficción. “Algunas personas construyen novelas desde lo autobiográfico. Yo no, mejor escribir novelas donde los personajes tienen mucho que ver con el mundo que los rodea, con la sociedad a la que pertenecen. No se trata de un ensayo, ni de una novela de compromiso, sino de una ficción que se crea a partir de lo que es posible en este momento, en este país y en este mundo”.

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EN LIBRERÍAS

3 DE OCTUBRE 2020

NARRATIVA, ENSAYO Beso feroz

Buenos samaritanos

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A FUEGO LENTO Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio

Cara de Liebre México, 2020

Roberto Saviano Anagrama España, 2020 480 páginas

Will Carver Planeta México, 2020 510 páginas

Andrea Chapela Almadía México, 2020 213 páginas

El autor italiano retoma a la pandilla de delincuentes juveniles que protagonizó La banda de los niños y ahonda en los códigos y acciones de la Camorra. Arranca con un pacto de venganza y después se concentra en Marajá, ebrio de poder y enfrentado a las viejas familias que buscan restablecer el orden tradicional. El tráfico de drogas, las rivalidades que se saldan con sangre, la violencia institucionalizada y una ciudad de Nápoles podrida en sus entrañas son retratados con duro realismo.

Una llamada telefónica en mitad de la noche enciende los interruptores de esta novela que opera según las leyes del thriller de suspenso. En el principio hay una joven con crisis emocionales, un hombre que padece de insomnio y una organización que ayuda a quienes se sienten llamados por el suicidio. Sus destinos habrán de cruzarse luego del asesinato de dos mujeres y de una pesquisa que parece infructuosa. Carver transforma la sencillez estilística en un juego psicológico de espejos.

Ganador del Premio Nacional Gilberto Owen 2018, este libro reúne diez cuentos de naturaleza mecánica, dispositivos que rinden culto por igual a la tecnología y al cuerpo humano como casa que hospeda invitados extraños. No provienen de una realidad que podría ajustarse a las normas de la ciencia ficción sino a las convenciones que impone nuestro presente: el maridaje entre la cotidianeidad más silvestre y los dispositivos con los que solemos soñar despiertos.

El universo y Galileo

Extinción y pérdida de las lenguas

Los años de la espiral

Manuel Peimbert Sierra El Colegio Nacional México, 2020 100 páginas

Luis Fernando Lara (coord.) El Colegio Nacional México, 2020 172 páginas

Jon Lee Anderson Sexto piso/ UANL México, 2020 712 páginas

El italiano Galileo fue una figura central en el desarrollo de la astronomía porque, además de legitimar las ideas de Copérnico acerca del heliocentrismo, abrió las puertas a cuestiones futuras. El conciso volumen recorre la historia de esta ciencia desde los griegos hasta la más reciente teoría del multiverso. Las distinciones entre el “principio cosmológico” y el “principio cosmológico perfecto”, y el “universo” y el “universo observable”, resultan fundamentales.

El filólogo alemán August Schleicher introdujo en la lingüística del siglo XIX la teoría darwiniana; de este modo se consideró que las lenguas, como todo ser vivo, nacía, crecía, envejecía y moría. La reunión de textos que se ofrece parte de la idea de que más que de “muerte” hay que hablar de “pérdida” y “extinción”. Para Lara, “lo que determina la paulatina desaparición de una lengua son las condiciones sociales en las que se utiliza”. Incluye un trabajo de Miguel Léon-Portilla.

Este volumen reúne un buen número de crónicas periodísticas escritas entre 2010 y 2020 y guiadas por un personaje cada vez más convulso: América Latina. Los gobiernos de “izquierda” han sido desplazados por el populismo, las clases medias se han empobrecido y la naturaleza muestra un peligroso deterioro. Las voces provienen de un amplio espectro. Las hay de escritores, intelectuales y mandatarios como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Jair Bolsonaro, Fidel Castro…

La cicatriz más profunda ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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os mujeres que podrían ser una sola protagonizan Cara de Liebre (Seix Barral), una novela sobre la deformidad corporal y la monstruosidad emocional. Un accidente genético puede convertirnos en blanco del acoso, las burlas, el desprecio… y quizá en cazadoras de amplias caderas que salen de noche buscando a quienes pagarán los agravios tanto tiempo acumulados. En un tiempo en el que la perfección física tiene la carga de un imperativo moral, Liliana Blum imagina a una maestra de literatura sobre la cual pesa una cicatriz quirúrgica que intenta disimular un paladar hendido: se llama Irlanda, padece la indiferencia de sus semejantes y entierra los cadáveres de sus amantes ocasionales al pie de un hermoso durazno después de someterlos a sesiones prolongadas de tortura psicológica. Blum imagina también a una depiladora que desea convertirse en pintora: se llama Tatiana y arrastra una vida tan anodina como su clientela duranguense. Aquella tiene la prestancia de una depredadora, esta apenas y puede mirarse en el espejo sin dolerse de sí misma. Ignoran sus existencias pero están unidas por un narcisista que dirige una banda de rock, una suerte de enano sin gracia pero con unos arrebatadores ojos azules y buenas calificaciones en la cama. No es posible sustraerse a las mórbidas iniciativas de Liliana Blum. Es capaz de ofrecer la fetidez de un cuerpo insepulto y los fulgores de un rostro molido a golpes, la indefensión de un hombre maniatado que orina sus pantalones y la de una niña vejada por sus compañeras de colegio, la descripción médica de la corrupción de la carne, el tránsito de la arrogancia machista a la sumisión por sed y hambre. Cuando ya no hay duda de que Cara de Liebre es una novela en la que los papeles se invierten, cuando vemos cómo el líder de la manada se ha convertido en un trofeo que podría adornar la sala de una dama de reputación irreprochable, entonces, y solo entonces, nos acomodamos en el sofá y disfrutamos la función. No le faltarán motivos a quien concluya que Cara de Liebre camina peligrosamente junto a los desfiladeros de una maltrecha condición femenina, tan humillada y ofendida. Yo prefiero mirar hacia otro lado, hacia un horizonte quizá más abismal: nuestra infausta condición humana.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

3 DE OCTUBRE 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

HUSOS Y COSTUMBRES

Yo no tengo una pregunta, tengo un comentario ANA GARCÍA BERGUA

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una máscara con gesto de atención para ocultar un bostezo, juega ajedrez o atiende una llamada telefónica a mitad de la lectura, si no es que se levanta para ir a otra presentación. Eso pasa, quizá, en las plazas públicas. Y es que cuando se pierde el aliciente del coctel posterior, la firma de libros, irse a cenar, pararse a la hora de las preguntas a filosofar sobre algo que no tiene nada que ver con el libro, las presentaciones pierden su glamour, los atractivos externos por los que muchas personas las frecuentaban, a cambio de soportar el posible aburrimiento: los autores, entonces, se ven obligados a desplegar sus mayores encantos, si es que los tienen, para ese público evanescente que quizá, como ellos, está en shorts, y amenaza con huir a comprar la leche antes de que le cierren la tienda. También ha cambiado la ceremonia: así como el público es un poco fantasma, los presentadores, esos

as presentaciones en línea nos han ahorrado la desilusión tan frecuente de la sala vacía; si antes nos quejábamos de que nadie iba a vernos hablar de nuestros libros, ahora podemos imaginar un público masivo, inagotable detrás de infinitas pantallas, qué ilusión. Sospecho que son pocos los que de verdad se quedan a toda la ceremonia, me pregunto si esos comentarios, corazones y alegrías lanzadas desde las redes no son de paso: escuché un buen rato tu presentación, nos dicen, decimos también, y me tuve que levantar después a lavar la ropa de la semana porque ya se me había juntado, o me peleé con mi esposa y me quitó el comedor donde veo las presentaciones. Así la vida de pandemia se ha mezclado con los actos públicos. Sería divertido un salón verdadero en el que la gente de carne y hueso escucha de pasada, se levanta a abrirle al de la pizza que ya llegó, se pone

seres maravillosos que enmarcan el asunto, insertan una pregunta cuando los escritores se quedan mudos, dan apoyo moral, se han afantasmado. Hay pocas presentaciones con presentadora o presentador, de manera que nadie entiende bien cuándo le toca hablar, la gente se interrumpe, lee los comentarios en desorden y responde preguntas al garete, cuando no se le descompone a alguien el sonido. Y si el autor queda solo en la pantalla, siente la vaga angustia de hablar durante una hora sin saber exactamente para quién lo hace, sin esta amable presentadora que escucharía con avidez aunque la sala estuviera desierta y después le compraría un libro para su mamá, a quien el autor agradecido se lo dedicará con gran cariño. A cambio de eso, ahora es fácil organizar una presentación que además se queda circulando por las redes, como ese público en el que todos nos hemos convertido.

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CAFÉ MADRID

La sombra alargada de Miguel Delibes

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

iguel Delibes (19202010) tenía 20 años cuando descubrió “la belleza de la palabra” en un gordo manual de Derecho Mercantil escrito por Joaquín Garrigues, un afamado profesor de la materia que con sus entretenidas explicaciones era capaz de captar la atención del lector más neófito o desinteresado. El libro —amarillento, manido, subrayado y anotado por su dueño— se encuentra estos días en una de las vitrinas que componen Delibes, la exposición con la que la Biblioteca Nacional de España celebra el centenario del nacimiento de uno de los más grandes retratistas literarios del mundo rural hispano. “Garrigues consiguió seducirme con sus múltiples combinaciones de palabras”, dice una placa entrecomillada junto a la reliquia bien iluminada, “y logró ganarme para un ámbito, el de las letras, en el que hasta entonces yo no había soñado entrar”. Es la primera vez que recorro una muestra con tapabocas, en una sala enorme — apestosa a gel desinfectante y con el aire acondicionado a la máxima potencia—, en total silencio y con muy pocas personas a mi alrededor, por aquello de guardar la “distancia de seguridad”. Para poder hacerlo, antes tuve que pedir cita a través de la web de la Biblioteca, llegar puntualmente el día y la hora señalados, con el compromiso de no permanecer más de 60 minutos dentro del lugar, y permitir que en la entrada un vigilante me tomara la temperatura con una pistolatermómetro. Es la “nueva normalidad”, previa al reconfinamiento que, dentro de nada, nos volverán a

imponer porque Madrid es la ciudad que tiene más personas contagiadas de covid-19 en toda Europa. Es difícil abstraerse de esa puta realidad, pero la sombra del autor de El príncipe destronado es alargada y consigue envolver al visitante durante un rato. Al cruzar la puerta, nos recibe el retrato de su esposa, Ángeles de Castro, una elegante mujer vestida de rojo sobre un fondo gris (de ahí el título de uno de sus libros más célebres), junto a

Escribía a mano, en papel periódico y con tinta azul. Corregía y luego pasaba todo a máquina

una máquina de escribir portátil —color gris rata, marca Hermes Baby— que ella le regaló el 23 de abril de 1946, Día del Libro y día de su boda. Fue Ángeles, de hecho, quien lo animó a escribir y a leer a los clásicos. Y él le hizo caso. Además de hacer caricaturas para El Norte de Castilla, empezó a encargarse de las críticas de cine del periódico y, en el papel sobrante de las bobinas de la rotativa, escribió La sombra del ciprés es alargada, novela con la que ganó el Premio Nadal e inauguró su carrera literaria. Miguel Delibes siempre escribía a mano, en papel periódico y con tinta azul. Corregía y luego pasaba todo a máquina. Entonces volvía a corregir el mecanuscrito y enseguida se sentaba a aporrear la máquina una vez más.

Detalle de la exposición que conmemora 100 años del nacimiento del escritor español.

Enviaba el puñado de hojas pulidas a su editor y más tarde, sobre las galeradas, realizaba otra corrección. Todo lo hacía en una vieja mesa de madera que, por supuesto, está aquí expuesta, rodeada por manuscritos de varios de sus libros, cuyos primeros párrafos son leídos en una grabación por el actor José Sacristán. A continuación hay un puñado de fotografías que reflejan los viajes del escritor: Hamburgo, París, Maryland, Praga (donde vivió —y contó— la mítica primavera de 1968)… También los pueblos de Castilla, que recorría para quedarse con el habla de los lugareños y con la imagen de sus paisajes y animales. ¿Qué sería de Delibes sin su vieja y provinciana Castilla? Hay también muchas cartas porque, dicen, era muy tímido y huraño y más que hacer visitas o llamadas telefónicas prefería escribir cartas. Algunas de ellas están dirigidas a sus colegas Ana María Matute, Francisco Umbral o Camilo José Cela. Luego, entre muchas otras piezas, se encuentran los carteles de las obras de teatro y películas basadas en sus novelas —Lola Herrera en Cinco horas con Mario y Francisco Rabal en Los Santos Inocentes— y algunos de sus premios —el Príncipe de Asturias de las Letras y el Cervantes— y, para acabar, su retrato más conocido, pintado por John Ulbricht, que presidía la sala de su casa: el enorme rostro de don Miguel enjuto, orejón y hosco. Salí de la exposición con una sensación rara, como poseído por la atmósfera existencialista de las novelas de Delibes y, en consecuencia, con miedo y sin fe para enfrentarme a un universo absurdo, imperfecto y miserable que, desde hace unos meses, nos restriega en la cara nuestros propios límites.

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