Laberinto No.905 (17/10/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

CIENCIA

FERNANDO ZAMORA

GERARDO HERRERA CORRAL

El viaje sin sentido de Nicolas Bedos

Christopher Nolan: cómo borrar el pasado

Foto: Les Films du Kiosque

Foto: Warner Bros.

SÁBADO 17 DE OCTUBRE DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 905

Xavier Velasco al desnudo: secretos de un narrador Fernando Figueroa/ FOTOGRAFÍA: ADRIANA MOJICA


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ANTESALA

17 DE OCTUBRE 2020

DOBLE FILO

De Moncayo a Van Halen FERNANDO FIGUEROA

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gresado de la Escuela Superior de Música del INBA, el clarinetista Pablo Ramírez puede ponerse un esmoquin para tocar a Mozart con un ensamble de cámara, mezclilla al formar parte de La Internacional Sonora Balkanera, y pintarse la cara para un aquelarre metalero del grupo Exsecror Vecordia. También pertenece a la Compañía Nacional de Teatro, donde se encarga de la ejecución instrumental en algunas obras; recientemente musicalizó piezas del proyecto Epidemia de cuentos y compuso una de las cinco partes del espectáculo La tempestad en casa, de La Fura dels Baus, que forma parte del programa del 48 Festival Internacional Cervantino. Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Qué es la música? Sentimiento puro. Mayor virtud del clarinete. La versatilidad. ¿Qué aprendiste en la Escuela Superior de Música? A construir y deconstruir. La primera clase con Roger Salander. Cómo adaptar las cañas del instrumento. ¿Qué te dejó Joaquín Valdepeñas? La persistencia. Un compositor. Johann Sebastian Bach. Mozart en tres palabras. Genio del pop. Un compositor mexicano contemporáneo. Jorge Torres. Un recuerdo musical entrañable. Cuando conocí el Huapango de Moncayo. Dos clarinetistas. Karl Leister y Harry Sparnaay. Del 1 al 10, Woody Allen clarinetista. Siete. Mahler o Stravinski. Stravinski. Dos discos en una isla desierta. Angherr Shisspa, de Koenji Hyakei, y Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen. Y un libro. Los mitos de Cthulhu, de Lovecraft. Van Halen en una frase. Es uno de los indispensables. Apocalyptica o Kiss. ¡Híjole! Que sea Kiss. ¿Eres fan del Kusturica músico? Sí, porque dio a conocer globalmente la música balkan. La experiencia de musicalizar El gabinete del doctor Caligari. Una apasionante búsqueda. Un recuerdo del Vive Latino. La aceptación de la gente. Un grupo del rock en oposición. Univers Zéro. Enrique IV en el Globe to Globe. Una emoción irrepetible. La función de la música en el teatro. Darle redondez al espectáculo. ¿Cuántos Pablo Ramírez existen? Por lo menos, cuatro. ¿Qué pasa cuando te pintas la cara? Una transformación total. Tu epitafio. “Tocó lo que le dio la gana”.

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La belle époque. Dirección: Nicolas Bedos. Francia, 2019.

HOMBRE DE CELULOIDE

Un arte que parece avejentado

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA LES FILMS DU KIOSQUE

a historia de La belle époque inicia como tantas otras: hay un hombre que desprecia al mundo moderno, tan tecnológico y lleno de realidad virtual. Víctor, interpretado por Daniel Auteuil, no se deja sorprender por las virtudes de Google y su sabiduría inmediata. Además, secretamente desprecia a su hijo, un exitoso empresario metido en un negocio que vale la pena desmenuzar. Y es que dicho negocio es, a un tiempo, premisa y piedra angular sobre las que tendría que elevarse un edificio narrativo que, en realidad, se desmorona. El negocio en cuestión consiste en recrear periodos históricos para divertir a hombres y mujeres millonarios que, por 35 mil euros, pueden actuar a Hitler o a María Antonieta. La idea está basada en auténticos juegos de rol que, en efecto, se juegan en los países más “avanzados”. El asunto es que, gracias a su hijo, Víctor consigue una cortesía para este juego y, toda vez que su mujer lo ha corrido de casa (en una escena atroz), él decide pedir que recreen para su esparcimiento aquel año de la década de 1970 en que conoció a esa misma mujer que hoy lo desprecia. Todo lo que sigue es una sarta de lugares comunes. Resulta, sin embargo, digno de contar que la película La belle époque

goza de una recepción fantástica. El público mexicano la festeja, tal vez porque se estrenó en Cannes, tal vez porque es parte del Tour de Cine Francés. Sin embargo, esta historia es infumable. Si hubiera sido filmada por un mexicano todos estarían destrozándola. Y con razón. Para empezar, la función dramática del viaje en el tiempo resulta increíble en el peor de los sentidos. La noción de que es posible recrear un universo para hacer feliz a quien pueda pagarlo hace agua. Y no porque no suceda sino porque lo que tiene que pasar en esta obra, según su director, es que Víctor y su mujer (una psicoanalista que se acuesta con un paciente que es, además, el mejor amigo de su esposo) van a volver a amarse mágicamente gracias a este juego de rol. Y no es creíble. Estos juegos sirven para emborracharse, para reír de modo decadente, no para animar la introspección y redescubrir a aquel que fuimos hace 50 años y que no volveremos a ser.

Para empezar, la función dramática del viaje en el tiempo resulta increíble en el peor de los sentidos

En la película las cosas suceden así: Víctor llega reticente a su escena de 1975. Ahí encuentra a una hermosa actriz y, claro, cae rendido por ella. Poco importa que el hombre se dé cuenta más temprano que tarde que ella es, en realidad, la amante de su hijo pues, Víctor, según esto, “ha redescubierto el amor”. Y gracias a esto puede volver a trabajar y salir adelante. Dejar la amarga depresión de vivir con una psicoanalista marihuana que atiende a sus pacientes por Zoom. Puede que se diga que La belle époque es un divertimento. Y tal vez lo sea, pero tan frívolo que, en el contexto del Tour de Cine Francés, lo único que demuestra es que el gran arte está de capa caída en la Unión Europea. En efecto, el Tour de este año ha servido para darnos cuenta del estado ruinoso del cine francés. Carente de imaginación tiene, sí, grandes actores que, por otra parte, resultan incapaces de sacar adelante una industria solo con su carisma. Igual que en México, actores no faltan. Faltan guionistas y directores realmente capaces de trascender las complacencias y digerir la larga tradición de un arte que en Europa parece avejentado. La belle époque es una obrita cursi que solo demuestra la realidad de aquel refrán tonto que dice que una cabeza sin cuernos es como una maceta sin flores.

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ANTESALA

17 DE OCTUBRE 2020

POESÍA

El fuego LOUISE GLÜCK

Si hubieras muerto cuando estábamos juntos no hubiera querido nada de ti. Ahora te pienso como si hubieras muerto, es mejor. A menudo, en las frescas tardes de primavera cuando, con los primeros brotes, entra al mundo todo lo que es mortal, encendía una fogata para los dos, con ramas de pino y manzano. Una y otra vez las llamas disminuyen, arden mientras cae la noche y podemos vernos uno al otro con claridad. Durante el día nos contentamos, como antes, con la hierba alta, con las verdes puertas de madera y las sombras. Y tú nunca dices “déjame” a los muertos no les gusta estar solos. Versión de Jorge Esquinca En el otoño de 2012 Jorge Esquinca tradujo y envió dos poemas de la Premio Nobel de Literatura 2020 a Julio Eutiquio Sarabia. Aparecieron en el número diciembre-enero de Crítica, la revista que dirigía en ese entonces. Esquinca ha revisado y corregido una de esas versiones y la ofrece de nuevo. El poema forma parte del volumen The First Four Books of Poems (HarperCollins, 1995).

EX LIBRIS

La revolución se devora a sí misma/ EKO

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LOS PAISAJES INVISIBLES

Las maletas de Walter Benjamin IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

n los relatos breves “Historia silenciosa” y “La muerte del padre”, Walter Benjamin le confiere importancia capital a una maleta: el primero cuenta el bochornoso malentendido de un estudiante que vuelve de Suiza a la universidad. Molesto por los días lluviosos que le impidieron disfrutar el fin de semana y harto de la incomodidad del vagón de tercera clase, el repentino encuentro con una chica de la que está enamorado aligera su ansiedad por llegar al campus. Sin proponérselo, el estudiante sigue los pasos de la chica que hace malabares con una enorme y fea maleta. Toma el mismo tranvía que ella, aunque no es su línea, y se interna hasta una oscura y distante latitud que empeora su aspecto debido a un súbito aguacero. El estudiante se recrimina a sí mismo lo que considera una estúpida esclavitud por una mujer para la que él ni siquiera existe, y aparte, bajo una cruel caída de agua, pero cuando ella desciende del tranvía, sin pensarlo siquiera, le arrebata la maleta al conductor y la arrastra unos cien pasos hasta la puerta en la que la joven desaparece sin mirarlo, sin darle las gracias. Perplejo, el estudiante se hunde en la acuosa noche con las manos en los bolsillos y una sola palabra en la cabeza: “Maletero”. El segundo es un relato consanguíneo: un telegrama inesperado orilla a Otto a claudicar del placentero asueto en la Riviera y de los brazos de una mujer casada. Su padre ha muerto, debe volver a la ciudad en que nació. En la residencia familiar, Otto elude el ánimo luctuoso en la ingente y desordenada biblioteca paterna, conversando con su madre o evitando el pésame de los extraños, hasta que halla con quien embellecer “la angustia mezquina de esos días de duelo”: la joven sirvienta rubia, a la que besa una noche en el pasillo silencioso, y con la que una tarde se recuesta en el diván en que el difunto pasó sus últimas horas. Dos días después de ese íntimo episodio, Otto decide volver a la universidad. La sirvienta lo acompaña a la estación, ahora es ella quien arrastra la maleta. Y como en el andén hay mucha gente, Otto se despide con un glacial saludo de mano. En el vagón, antes de dormitar, se hace una pregunta: “¿Qué diría mi padre?” Es complicado determinar el origen y la época de muchos de los textos de Walter Benjamin. Se dice que la mayoría de sus trabajos narrativos los escribió en Ibiza, entre 1932 y 1933, no solo su primer exilio del nazismo sino la isla en la que trabó amistades y cosechó ciertas enemistades, donde se enamoró y experimentó, donde enfermó. Tras Ibiza, la maleta iba a ser su infausta compañera cuando fue a Svenborg, Dinamarca, a casa de Bertolt Brecht, y luego a San Remo, Italia. Cuando decidió abandonar Berlín definitivamente y alcanzar París, y durante los duros traslados de septiembre de 1940, ese periplo fatigoso que culminó en una habitación del Hotel Francia en Portbou, España. Una maleta es insuficiente para alojar una vida pero quien lleva a cuestas un equipaje ajeno es proclive a imaginar que ahí transporta una porción vital del genuino propietario. Una maleta, sugiere Benjamin en esos cuentos, concede a quien la arrastra la ilusión de remolcar al otro, mas lo cierto es que de lo único que tira es del ínfimo depósito de objetos personales, indefinidos, misteriosos, quizá entre estos se halle el instrumento o la sustancia para hacerse a un lado de este mundo (como acaso sucedió con el propio filósofo y ensayista alemán). A fin de cuentas, no hay lugar a equívoco: la maleta advierte una permanencia momentánea, la irremediable despedida.

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DE PORTADA

17 DE OCTUBRE 2020

En su libro más reciente, El último en morir, Xavier Velasco revela algunas claves de su oficio. Es curativo y liberador

“Si quieres escribir sobre tu vida, tienes que encuerarte”

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FERNANDO FIGUEROA FOTOGRAFÍA JORGE GONZÁLEZ

ditado por Alfaguara, el nuevo libro de Xavier Velasco se llama El último en morir. Es una crónica, testimonio, ensayo, tal vez novela, en la que el también autor de Diablo guardián explica el germen de su oficio, “sus misterios e intríngulis”. Al mismo tiempo, narra pasajes de su vida que resultan divertidos, algo que se agradece en tiempos tan aciagos como los de la actual y atroz pandemia. Gracias a la sana distancia de los celulares, Velasco responde las preguntas con su habitual esgrima verbal, más algunas risas y carcajadas cuyo sonido conocen sus fans. Ernest Hemingway dice que una novela publicada es un león muerto, y tú comentas que los manuscritos en proceso “son fuego vivo”. Entonces, ¿por qué mejor no me dices de qué trata lo que tienes en el horno? De eso no se habla. Hay una metáfora muy trillada: si tú te trepas a un árbol y ves el nido de un pájaro, los huevos son abandonados. Mi abuela tenía canarios y me decía lo mismo, que no viera a las crías porque iban a ser despreciadas. Está bien, hablemos de El último en morir. ¿Acaso pudo haber llevado como subtítulo “Desnudo integral”? Había pensado como subtítulo “Oficio: narrador”, que implica el desnudo integral que tú mencionas. Si quieres escribir sobre tu vida, tienes que encuerarte. Cuando lo haces, te enfrentas a nuevas aristas y ángulos en los que no habías pensado, y cuando llegas a algo que vale la pena de ser contado no te importa si acabas con la reputación de alguien o incluso con la tuya.

A tus amigos roqueros sí los cuidas. También solapo a otras personas, pero si la historia necesita llevarse entre las patas a alguien, pues con la pena. Tampoco soy un soplón y no voy a contar lo que hacían los roqueros cuando andaba con ellos. Finalmente, creo que no tuve que roñar a nadie para contar todo lo que quería. En ese mismo sentido, dices: “Los aspectos sagrados del oficio son cosa tan privada y personal que no encuentro sentido en ventilarlos”. Los trucos, las trampas, eso es tuyo, no tienes por qué decirlo. Aunque parezca un desnudo integral, no lo es. No tiene ningún caso decir quién es tal o cual personaje porque ya está modificado según lo requiere la historia. Con permiso de Walt Whitman, ¿el novelista contiene multitudes? No caben tantos al mismo tiempo. Es como un elevador: entran unos y salen otros. No puedo contener multitudes porque me vuelvo loco, únicamente con los que puedo lidiar. Tengo cinco perros en mi casa porque no podría con quince. Como diría Borges en el poema “Ajedrez”, tú mueves al muñeco Enedino Godínez o Anodino Jodínez, pero ¿quién te mueve a ti? Pues las mujeres, empezando por mi esposa. Me mueve el fantasma de mi madre, me mueve mi abuela. Si quieres que alguien me mueva, ponle faldas. Sé que Marcel Proust no es santo de tu devoción, pero creo que si él hubiera leído a José Agustín y visto programas de Los polivoces, hubiera escrito como tú. Eso es un muy alto honor, aunque no sé si por Marcel Proust o por Los polivoces. Yo diría que la trilogía que conforman Este que ves, La edad de la punzada y El último en morir son tu recherche. Sí, la recherche, sobre todo del tiempo

perdido. Nadie me había dicho que es una trilogía pero, en efecto, cuando terminé El último en morir le dije a mi esposa: “ya se armó la trilogía”. En El último en morir no mencionas la originalidad. No creo mucho en ella. Octavio Paz se burlaba de la originalidad. Yo creo en lo genuino. Es muy difícil saber quién fue el primero en hacer o decir algo. ¿Y la originalidad en el estilo? Cuando eres genuino, encuentras una voz. Yo mismo no sé si soy original, eso lo deben decir otros. Cuando terminé Diablo guardián, mi papá me preguntó: “¿cómo sientes el libro?” Yo le dije que nunca había visto otro así, pero eso no significa que no exista. En el mundo puede haber varios parecidos. La palabra original me produce sospecha porque vivimos en un mundo muy pirata. Dices que no eres muy religioso, pero al leer El último en morir es obvio que eres metodista. No tanto. Para empezar, nunca he usado las jeringas, excepto para la vitamina B12. Las drogas duras me dan miedo porque no quiero matar al narrador, pero también te dices a ti mismo que necesitas ciertas experiencias. Cuando hacía las crónicas nocturnas, que luego aparecieron en Luna llena en las rocas, iba a esos lugares y me embriagaba, pero salía con la satisfacción del deber cumplido y llegaba a mi casa vivito y coleando. Cuando estoy de visita en la cárcel y sale la oportunidad de meterme un Repnhoil mientras platico con un reo, pienso que necesito conocer eso. También hay champiñones en tu historia. Sí: hongos, ácido, tachas, coca… pura experimentación. No lo había di-

“Soy un flojonazo. A diario lucho contra mí mismo para estar a la altura del maratón”

cho en los otros libros, pero en este sí porque había que contarlo. La coca me aburrió muy pronto, a los champiñones les tengo mucho respeto y hace años que no consumo. Con la mariguana sí me clavé un tiempo muy fuerte y me costó trabajo botarla. Finalmente, son como un resorte, pero vuelves a tu forma original. ¿Es auténtica la pintura de Frans Hals que está en casa de tu amigo o es parte de la ficción? Es auténtica, ¡tampoco invento tanto! Durante muchos años se pensó que era un Rembrandt, pero la estudiaron a fondo y dijeron: “es un Frans Hals”. El papá de mi amigo era oficialmente el inventor del bolígrafo, tenía mucho dinero y un castillo en Francia; cuando tumbaron un muro la encontraron ahí. Luego la tenían en medio de muchos cuadros de muy mal gusto. Dices que cubrir un concierto de Julio Iglesias fue un parteaguas en tu carrera como cronista. ¿Qué tal estuvo el show? Cubrirlo era una forma de luchar contra mis prejuicios, al tiempo que mostraba mi profunda corrupción. Cuando me propone José Luis Martínez S. el concierto, respondo que no, pero cuando dice que es en Las Vegas, digo que sí. Lo que me dolió de ese concierto es que, a la misma hora, enfrente estaba Engelbert Humperdinck y yo tuve que entrar a ver a Julio Iglesias. El show estuvo entretenido, conoce muy bien su oficio; no te diré que me emocioné, pero entrar al camerino y platicar y reír con él es dar un paso adelante en tu adolescencia roquera. Es refrescante saber que hay algo más que Peter Gabriel. Esa vez le pregunté qué tipo de música escuchaba. Pensé que me diría Los conciertos de Brandenburgo y cosas parecidas, pero dijo que lo que hubiera en la radio, en cualquier estación. Con esa sinceridad, salí de ahí respetándolo contra todo pronóstico.


DE PORTADA

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dado. Yo soy un flojonazo. A diario lucho contra mí mismo para estar a la altura del maratón. Dices que los escritores conforman un gremio poco generoso. ¿No son así todos los gremios? Yo creo que en especial este. Juan Cruz dice que los escritores desayunan egos revueltos. Sucede que tienes aquí gente con un proyecto que desarrolla durante años, que no se lo consulta a nadie; engendra un hijo y entonces surgen muchos celos sobre esa criatura. También hay muchos farsantes, que son los que más ruido hacen. Aunque así es el gremio, no lo cambiaría por otro, mucho menos por el de los políticos. Conviví con ventrílocuos y me decían que los magos no le enseñan nada a nadie. Los ventrílocuos sí nos compartimos cosas. ¿Cuántos ejemplares de Diablo guardián se han vendido? En mis cuentas, andan pasando los 400 mil. A mí la cifra que me gusta imaginar es la del número de lectores, y se sabe que Diablo guardián ha sido leído por muchos jóvenes, quienes suelen prestarse los libros. El amigo de tu papá que te prestó dinero para que escribieras Diablo guardián debió exigir un porcentaje por ejemplar vendido. Cuando salió Diablo guardián, él me propuso otro préstamo y yo le dije “¡no, no, no!”. Pude pagarle de un jalón con lo del Premio Alfaguara. La verdad es que él se portó como un padrino, un segundo padre. Dios lo tenga en su gloria. ¿Te gustó la serie basada en Diablo guardián? La primera parte, sí. De la segunda me gustaría saber en qué libro se basaron.

¿El autoescarnio que utilizas en el libro es liberador? Sobre todo, curativo. Es echarle limoncito a la herida para que cauterice. Aprender a aceptar las cosas. Y tienes razón, es liberador, además de divertido. También es justo, porque si haces chascarrillos a costillas de otros, por qué no también contigo. Alguna vez, Edward Albee me dijo que conocía a muchos artistas a quienes las visitas al psiquiatra les habían mermado la creatividad. ¿No es tu caso?

Esperoqueno.Paraempezar,mipsiquiatra escribe y tiene libros publicados. Tengo pláticas con él como de cantina; hablas seis o siete minutos de cualquier cosa y de pronto mete la cuña: “¿qué pasó con la mujer que te dejó?”. ¡Ay, güey! Lo que yo he encontrado es que el psiquiatra es como el manual del usurario de mi cerebro; la actualización de mi sistema operativo me la da él. También es como un coach literario, le cuento de mis personajes y si no los ve creíbles, los modifico. Cuentas que de joven querías ser presidente de la República. Si lo fue-

ras, a qué hora y en dónde darías tus conferencias de prensa. Si fuera presidente y me lo tomara tan en serio como la escritura, me pondría a trabajar y no a dar conferencias de prensa. Para escribir has tenido que imponerte una disciplina como de atleta de alto rendimiento. ¿El escritor y el maratonista son similares? Totalmente. A Pérez Reverte le admiro muchas cosas, pero en especial que es un soldado de la escritura. Él fue corresponsal de guerra durante veinte años, y cuando lo eres entonces vives como sol-

El autor, entre otros libros, de Diablo guardián y Los años sabandijas.

¿Cuántos acetatos conservas de los mil que tenías? Como doce o trece que no quise tirar porque tienen un valor estimativo, aunque ahorita ya no sé dónde andan. ¿Para qué quiero mil si no tengo tocadiscos? Finalmente, dime algo de Jeremías, Samantha, Perseo, Magdalena y Nepomuceno (personajes de su novela en proceso que son mencionados de pasada en El último en morir). ¡Qué cabrón eres! Ya vas, te voy a decir algo. En 2011 se me ocurrió ver en vivo los cuatro grand slam del tenis, y generosamente Milenio me dio esa chamba. Al regresar de esos torneos, me di cuenta que no quería ser crítico de tenis, igual que nunca quise ser crítico de rock. Soy un músico del asco y peor tenista. Lo que quería era escribir una historia donde hubiera una lógica de duelo entre gladiadores, como en ese deporte. Llevaba 70 u 80 cuartillas, lo paré y me puse a hacer Los años sabandijas. Ahora tengo 250 cuartillas, pero tengo que reformular el asunto y volver a narrar algunas cosas. Eso pasa cuando tú impones un tema y no sale naturalmente. Llevo nueve años pensándolo. Cuando tienes que hacer una crónica, la haces el mismo día, pero en el caso de una novela tiene que fermentarse, madurar. No robo las cosas de la realidad tal como las veo. Las tengo que procesar. No voy a contar lo que vi en esas canchas, tengo que inventar toda la historia. En todo este tiempo he leído 20 o 25 biografías de tenistas. Me puse a tejer una colcha king size y todavía estoy pagando el precio.

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CIENCIA

17 DE OCTUBRE 2020

DESMETÁFORA

Tenet: no intentes entenderla, solo siéntela La última película de Christopher Nolan pone en escena la posibilidad de invertir el flujo del tiempo

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a n u eva película de Christopher Nolan hace referencia al tiempo y a la posibilidad de invertir su flujo. Yendo del futuro al pasado una y otra vez logra montar un drama de espionaje internacional en el que los norteamericanos buenos acabarán por salvar al planeta que nuevamente es amenazado por los rusos malos. Andrei Sator, un perverso como algunos de los que ya hemos tenido noticia gracias a James Bond, pretende hacerse de un algoritmo que, fragmentado en nueve partes ocultas en diferentes épocas, es necesario buscar aquí y allá, o, mejor dicho: ahora y en otro tiempo. Una vez reunido el algoritmo, será aplicado al mundo entero para destruir de una vez por todas nuestro miserable pasado. Al fin y al cabo, Sator no tiene esperanzas de seguir viviendo; aquejado por una enfermedad fatal, morirá en el momento crucial. Curiosamente, el algoritmo no puede hacer nada por detener el desarrollo de su padecimiento, pero no vamos a ser tan críticos con estas pequeñas incongruencias; solo nos dejaremos llevar. Seguiremos la recomendación de la científica en la historia: “no intentes entenderla, solo siéntela”. Aunque en la película se cita a la mecánica cuántica y se habla de partículas elementales, en realidad la argumentación ignora lo que la física moderna tiene que decirnos sobre el tiempo y acude a la más clásica idea en que el tiempo adquiere una dirección preferencial. Christopher Nolan decidió que basta con reducir la entropía para que el tiempo transcurra en la dirección contraria a como lo percibimos normalmente y podemos aceptar esa libertad cinematográfica. La más reciente película de Christopher Nolan pone en escena la posibilidad de invertir el flujo del tiempo . La entropía es una medida del número de arreglos que un sistema con muchas partículas puede adquirir para darnos el mismo estado macroscópico. Así, por ejemplo, un centímetro cúbico de aire a la temperatura ambiente es el mismo si nos adentramos en su volumen, llegamos hasta las moléculas que lo forman, e intercambiamos de posición a dos de ellas. Los dos arreglos moleculares, uno antes y

GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA WARNER BROS.

El actor y protagonista John David Washington.

el otro después de intercambiar dos de sus componentes microscópicos, siguen dando el mismo centímetro cúbico de aire a la misma temperatura. Como se imaginará usted, existen muchos arreglos microscópicos que pueden darnos el mismo centímetro cúbico de aire a la temperatura ambiente. Siendo idénticas las moléculas que lo componen, da lo mismo si una es intercambiada por la otra. Un centímetro cúbico de aire a veinticinco grados Celsius tiene muchas maneras de ser lo mismo y cuantos más arreglos posibles existan, mayor será la entropía del sistema. Un centímetro cúbico de aire está formado por un billón de átomos. Cuando es liberado desde un acomodo determinado para que se disperse, el arreglo tiene muchas opciones, por lo que hacer que vuelva a su estado inicial es prácticamente

¿Es moralmente válido ir atrás en el tiempo y desaparecer a los que nos precedieron?

imposible. Christopher Nolan lo logra y así Elizabeth Debicki, vestida de rojo en un Audi Q7, viaja al pasado a 200 kilómetros por hora en una autopista de Estonia. Como en todas sus películas, las encrucijadas que construye Nolan ponen sobre la mesa algunos temas para reflexionar. Por ejemplo: ¿es moralmente válido ir atrás en el tiempo y desaparecer a las generaciones que nos precedieron y contaminaron el planeta, para tener así un medio ambiente más limpio en el futuro? Es una idea controversial para la que Christopher Nolan tiene una respuesta clara: solo los rusos pueden querer algo tan perverso como la destrucción del pasado. La postura que cada uno de nosotros adoptemos ante la posibilidad de modificar nuestro pasado dependerá de la visión natural que hemos adquirido. Un Universo determinista en el que todo esté definido desde el comienzo no nos permitiría borrar el pasado porque ahí estamos nosotros mismos. Destruir el pasado es destruirnos.

Por otro lado, una visión en la que el libre albedrío tiene cabida podría ser más liberador, pero la destrucción del pasado es un cambio al estado de las cosas y es por eso por lo que Nolan, siempre conservador, prefiere achacar a los malos esa concepción inmoral. Por lo demás, no deja de ser divertido ver los resbalones de un director que se precia de perfeccionista. En una entrevista, Nolan reveló que la escena en que el avión choca con el edificio no fue hecha en maqueta ni fue simulada en una computadora. El director recibió el financiamiento necesario para comprar un avión y filmar el momento en que este choca en el aeropuerto. Sin embargo, una explosión prematura a un costado de la construcción echa todo por tierra. Es uno de los momentos en que el espectador sale de la película porque algo raro pasa. Una explosión cuando el avión aún no hace contacto es un fracaso en lugar de un logro. Tenet es la película en cartelera con que iniciamos la nueva normalidad. No intente entenderla, solo siéntala.

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EN LIBRERÍAS

17 DE OCTUBRE 2020

NARRATIVA, ENSAYO Música, solo música

El libro de los dioses

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A FUEGO LENTO Amor y conquista

La hija única España, 2020

Haruki Murakami, Seiji Ozawa Tusquets México, 2020 336 páginas

Bernardo Esquinca Almadía México, 2020 195 páginas

Marisol Martín del Campo Martínez Roca México, 2020 566 páginas

El escritor y el director de orquesta conversan sobre música y de esta suerte dan cuerpo a una serie de gustos y obsesiones que incluyen a Beethoven, Brahms, Gould, Bernstein, Mahler, Teleman y la ópera en su acepción más alegre. El protagonista no es el autor de Tokio Blues sino el director que se confiesa sin prestar oídos a la crítica. Resulta así un juego de esgrima en el que no hay vencedor ni vencido sino dos naturalezas que comparten la admiración mutua.

El horror, en su vertiente fantástica, es la constante que prevalece en este volumen de cuentos. Pleno de homenajes (como al pintor japonés Hokusai o a Edgar Allan Poe), colecciona momentos que no por inusitados dejan de alentar nuestras más antiguas pesadillas. En muchos sentidos, se atiene a las historias de cuna concebidas para alejar a los monstruos que acechan a los niños por las noches. El espanto proviene por igual de la piel de una ballena que del sonambulismo.

Publicada a en 1999, y de vuelta a la circulación, esta novela sigue la andadura de Malinalli, mejor conocida como Malinche. La narradora es hija de una de las mujeres que estuvieron a su servicio y que fue testigo de su grandeza y desamparo, semejante al de la raza colhúa. Son múltiples los hechos que salen a la luz y variadas las estrategias para desarmar la leyenda negra. Hay que decir que el extenso aparato de investigación no entorpece el flujo hipnótico de la narración.

El mapa de los textos perdidos...

Salud: focos rojos

El arte de la guerra

Sara Poot Herrera UNAM México, 2019 88 páginas

Varios autores Debate México, 2020 192 páginas

Sun Tzu Ariel México, 2020 168 páginas

Si bien en vida el autor de Confabulario dejó fijada su “obra completa”, como es lo normal entre los autores, siempre aparecerán escritos no recogidos. En este volumen, cuyo título completo es El mapa de los textos perdidos. Juan José Arreola en la Revista de la Universidad de México, la investigadora recupera once artículos que el escritor jalisciense publicó en la revista de nuestra máxima casa de estudios entre 1952 y 1976. Destacan los dedicados a Borges y Paul Claudel.

“México se encuentra frente a una disyuntiva crítica: mantener un sistema de salud segmentado, subfinanciado y dispendioso, o avanzar en la consolidación de un sistema de salud universal, equitativo y eficiente”, leemos en el prólogo de este llamado a la cordura en el que participan Julio Frenk, Octavio Gómez, Felicia M. Knaul y Héctor Arreola. Al rezago y a la falta de recursos, sostienen, se sumaron la pandemia de covid-19, la austeridad privatizadora y el improvisado arribo del Insabi.

Como El príncipe de Nicolás Maquiavelo, con el tiempo este libro ha rebasado el campo para el cual fue escrito. Como da a conocer la responsable de la edición Ana Aranda Vasserot, es uno de los libros de cabecera de Donald Trump, quien lo imitó en su obra El arte de la negociación. Steve Jobs igualmente lo leyó y es usado por empresas de marketing, coaching y publicidad. Los puristas niegan estas extrapolaciones, que de cualquier modo le otorgan su vigencia.

Maternidad: ¿vale la pena? ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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a maternidad ha llamado a la puerta y en los últimos tiempos se ha instalado con cierta naturalidad en la narrativa mexicana. ¿Quién diría que ya no solo ocupa los anaqueles dedicados a los cuidados prenatales, la lactancia y un largo etcétera que promete grandes ventas? Ahora nos encontramos con que se toma aún más en serio: resulta literaria y editorialmente atractiva. No tengo otro motivo para justificar la existencia de una novela como La hija única (Anagrama). No tengo tampoco nada que celebrar, a menos de que la exposición de algunos casos en los que la maternidad pone a prueba la capacidad física y mental de una mujer sea suficiente para encomiar la calidad de una obra. A través de la mirada recelosa de una estudiante de maestría, un poco versada en el budismo y con demasiadas razones para rechazar a los niños, Guadalupe Nettel presenta a un grupo de mujeres maldecidas por la maternidad: una madre con una hija que padece lisencefalia, una madre con un hijo que imita las crisis violentas del padre, una madre con una hija con retraso mental… Son casos que vulneran la tranquilidad emocional de cualquier lector pero no la de quienes aspiran a una experiencia estética nacida del dolor. Y es que la escritura no pasa de tener los atributos mínimos que podríamos exigirle a un informe; bien redactada y nada más, sin riesgos de ninguna clase, apenas correcta y debidamente pasteurizada, como si la novela no fuera también arquitectura verbal. Quizá uno debería dejarse complacer cuando está de por medio la vulnerabilidad pero es difícil hacerlo mientras al paso salen esas cosas que parecen representadas para el público que abarrota la gayola, biempensante y buena onda. Ya bien entrados en La hija única, la narradora conoce a un colectivo feminista con la misión de rescatar “a mujeres en situación de riesgo” y aun encargarse de sus hijos. Entonces todo lo leído adquiere un propósito. ¿Así que se trata solo de un llamado a la militancia, de levantar el puño y hacerse presente? No puedo evitar la incómoda sensación de saberme timado. La hija única es un libro de superación personal disfrazado de literatura.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

17 DE OCTUBRE 2020

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HUSOS Y COSTUMBRES

Viejas disculpas ANA GARCÍA BERGUA

N

o es lo mismo exigir disculpas que pedir perdón o perdonar. En el perdón hay algo generoso, de ánima grande. En cambio, quien exige disculpas no garantiza que perdonará; quizá no van por el mismo camino. Las madres mexicanas, chancla en mano algunas veces, exigen a sus vástagos disculparse; es parte de la educación sentimental de este país: Juanito, ve y pide una disculpa. Y el niño lo hace, rojo de vergüenza y quizá rabia porque a lo mejor no está convencido de haber obrado mal; la disculpa le pesa como una losa, es un atentado a su pequeño orgullo. Luego Juanito se venga de haber tenido que humillarse y golpea más fuerte al ofendido. Y cuando la justicia es guanga, la disculpa viene muy a mano. Con el paso del tiempo los agravios se difuminan, se confunden con otros agravios: ¿qué reprochar a Atila o a los romanos a estas alturas? ¿Quizá los

CHILE EN NOGADA

El platillo emblemático de las fiestas patrias.

descendientes del neandertal que fue golpeado con un hueso por un sapiens alevoso podría exigir justicia entre nosotros? ¿Y cuándo caducan los agravios? A lo largo del tiempo, el comercio de agravios y perdones, o perdones por agravios que nunca se resolverán del todo, aumenta sus acciones en la Bolsa de valores. Los hijos de los hijos de los hijos deben pedir perdón a los hijos de los hijos de los agraviados que en realidad han terminado siendo más parecidos a los primeros. Acepto la disculpa pero me guardo un poco de agravio para tiempos de escasez. O: acepto la disculpa pero te estoy viendo, sé de lo que eres capaz. Y tus hijos y tus nietos y tus biznietos también. Mejor que no nos pidan perdón porque ahora qué les cobraremos; a los deudores hay que mantenerlos endeudados. Qué lío las disculpas, para lo que sirven, se dirá. En nuestro México psicodélico podrían servir para un gran desfile, el Desfile de las Disculpas, ¿se

imaginan? Los reyes de España, los Habsburgo que tan feo nos invadieron, los franceses, los gringos que nos robaron la Mesilla, todos desfilando muy compungidos el año que entra a lo largo de Reforma, desde el gran corredor de Chapultepec que diseña desde ya nuestra eminencia plástica. Un desfile de puro sentimiento que llegue al zócalo donde nuestro Gran Líder, en el balcón de Palacio Nacional, los perdona con gesto de mano desmayada. Ay, ya bueno, está bien, quedan disculpados. Un desfile de chirimías, penachos, trajes de chinacos, de chinas poblanas y lo que a usted se le ocurra. Sería una gran cosa, y que la financie el presupuesto de cultura; total, los artistas qué. Comeríamos chiles en nogada ese día y quizá los que siguen, para no olvidar nunca los agravios y, quién quita, decir que total no perdonamos y organizar otro desfile porque a Juanito, ya saben, hay que educarlo.

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CAFÉ MADRID

Narcorrumbas

R

esumir historias del narcotráfico en tres minutos y medio es tendencia en el Campo de Gibraltar. Al estilo de los narcocorridos mexicanos, en esta localidad andaluza, fundamental en el entramado del narcotráfico europeo, últimamente se mezcla el flamenco y la música árabe para contarle al pueblo las hazañas de sus malandros, muchas veces queridos y admirados. Y el género, cómo no, ya forma parte de la cultura popular bajo el nombre de narcorrumbas. Así quedó claro el mes pasado, cuando más de 200 agentes de la Guardia Civil llegaron de madrugada a “Villanarco”, una zona residencial de Cádiz conocida así porque ahí viven algunos de los capos regionales de la droga, para detener a Antonio y Borja, jefes del clan de Los Titi, y a varios de sus compinches. Antonio y Borja asumieron el mando de la banda el día que encarcelaron a su padre. Ya saben: que caiga el número uno de la organización delictiva no implica la extinción del “negocio”, sobre todo cuando los sucesores pertenecen a la familia. Antonio se encargaba de coordinar y supervisar la compra y recepción de toneladas de hachís, procedentes de Marruecos, y Borja se ocupaba de blanquear las millonarias ganancias. Pero, a diferencia de su discreto padre, a este par de hermanos les encantaba alardear de su riqueza y poder. Además de tener una flotilla de coches de alta gama y de construir un lujoso casoplón en suelo de protección agrícola, les dio por producir ¡y protagonizar! Contrabando, el videoclip de Bernardo Vázquez, un cantante sevillano que solo era conocido en su pueblo hasta

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA YOUTUBE

que en 2014 interpretó uno de los temas de la banda sonora de la exitosa película El Niño. El video está colgado en YouTube, lleva más de un millón de visionados y en él se ve a Los Titi realizar sus labores cotidianas a cara descubierta: descargar la mercancía de las lanchas en la playa, trasladarla a las “guarderías” (las naves industriales que sirven como almacén), hacer tratos con los distribuidores y presumir los beneficios económicos

Antonio y Borja asumieron el mando de la banda el día que encarcelaron a su padre

a la vista de todos sus vecinos. “Por la noche y por el día/ en dos mares navegando/ de Marruecos a Andalucía/ entra y sale el contrabando”, canta la voz aflamencada de Vázquez mientras actúan en su propio territorio Los Titi quienes, al final, ¡faltaba más!, son detenidos por la policía. Por eso el cantante, un habitual en la programación de RadioOlé, le explicó a la Agencia EFE: “Yo no hago apología del narcotráfico. Solo quiero consolidar la rumba como género musical haciendo un retrato de nuestra sociedad, en este caso dando a conocer el mundillo del narcotráfico. Porque ya basta de que sea un tema tabú. Y, al mismo tiempo, quiero dar un mensaje a la juventud, dando a entender que ese no es el camino adecuado en la vida porque,

El cantante español Bernardo Vázquez.

tarde o temprano, terminas detenido”. De la ayuda e infraestructura brindada por Los Titi para hacer su videoclip… no quiso hablar. Agregó, en cambio, que “los narcos son personas muy egocéntricas y les gusta exhibir lo que tienen. Es lo que hay y eso es lo que cuento. De hecho, para mi próximo disco ya tengo preparada otra narcorrumba”. Pero contar las hazañas de los narcos no ha de limitarse a un género musical y Los Titi, que conocen bien el mercado, se empeñaron en diversificar la tarea y también incursionaron en el trap, un ritmo “callejero, pero con clase”, según ellos mismos. Así que también se exhibieron en otro videoclip, titulado LC/ LU, del intérprete emergente D’Valle. No crean que Los Titi son los únicos señores del alarde. También están Los Castaña, otros andaluces dedicados a la compra-venta del hachís que hace un par de años, cuando estaban en la lista de “Los más buscados de España”, desafiaron a todo mundo al protagonizar uno de los videos del reguetonero de origen cubano Clase-A. El gesto indignó a las Fuerzas de Seguridad que, al analizar el material audiovisual de manera exhaustiva, tuvieron las pistas necesarias para capturarlos. No sé si los narcos mexicanos, además de encargar personalmente que les compongan narcocorridos, también expongan ante las cámaras su peculiar estilo de vida bajo un manto musical norteño o ranchero. Lo que es seguro es que aquí, ya lo ven, los narcos andaluces no son de los que se esconden, contribuyen a la producción cultural, tienen ínfulas de estrellas y aspiran a que ellos y su épica permanezcan en el imaginario colectivo al ritmo de una rumba flamenca.

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