Laberinto No.909 (14/11/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO HOMBRE DE CELULOIDE

MEMORIA

Los niños tristes de El comienzo de la vida 2

La bohemia y las tertulias que se fueron

FERNANDO ZAMORA

VICENTE FRANCISCO TORRES

Foto: Unicef

Foto: Cortesía Víctor M. Navarro

SÁBADO 14 DE NOVIEMBRE DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 909

Anne Carson: defensa de la antigüedad clásica Jeannette Lozano Clariond/ FOTOGRAFÍA: ANNOGRAM


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ANTESALA

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DOBLE FILO

De Modigliani a Franco FERNANDO FIGUEROA

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uis Rius Caso es asesor curatorial en la exposición El París de Modigliani y sus contemporáneos que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes, y para el catálogo escribió un texto acerca de Benjamín Coria, el pintor mexicano que compartió su estudio en la Ciudad Luz con el célebre artista italiano. Rius Caso es historiador, académico y crítico de arte. En 2019 publicó El espía de Franco (Alfaguara), un thriller ajedrecístico sobre el asesinato de José Gallostra, embajador no oficial del franquismo en México. Hoy juega ping-pong con Laberinto. Modigliani en una palabra. Originalidad. Dos cuadros de él en Bellas Artes. Retrato de Léopold Zboroswki (1916) y Retrato de Jeanne Hébuterne (1918). Dos joyas que no sean de Modigliani. Mujer con suéter rojo (1917) de Moise Kisling y Hombre con máscaras (1930) de Raphaël Chanterou. ¿Los tres grandes son dos: Orozco? Falso de toda falsedad. ¿“No hay más ruta que la nuestra”? ¡Ah, cómo chingaos no! Diego Rivera o Frida Kahlo. ¡Qué difícil!... Diego Rivera. Leonora Carrington en una palabra. Genialidad. José Luis Cuevas en otra. Inquietante. Raquel Tibol o Teresa del Conde. Fiel a mi maestra, Teresa del Conde. ¿Es justo el pago en especie? Justo y único en su género. Un cuadro que compraría si pudiera. Las meninas. ¿Qué es el duende? Un sentimiento que viene de la tierra, se mete por la planta de los pies y te posesiona. Un poeta español desterrado. Pedro Garfias. Un poema de León Felipe. “Escuela”. ¿Franco gobernando 36 años? Gracias al terror. ¿Quién mandó matar a José Gallostra? Un importante político mexicano cuyo nombre me reservo. ¿Qué es una partida de ajedrez? Un ejercicio que se sufre y goza. Su ídolo ajedrecístico. Paul Murphy, un loco romántico. Capablanca o Torre Repeto. Por solidaridad yucateca, Torre Repeto, pero Capablanca era mucho mejor. ¿España debe disculparse con México por la atrocidad colonial? A veces creo que sí, a veces no. Fiesta brava sí o no. Fiesta brava no. Una imagen de su padre. Hablando, elocuente. ¿Usted le perdonó que se enamorara de Pilar Rioja? Sí.

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El comienzo de la vida 2: La naturaleza. Dirección: Renata Terra. Brasil, 2020.

HOMBRE DE CELULOIDE

Paradojas del ambientalismo

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FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA UNICEF

a pandemia nos ha enfrentado con nuestra propia fragilidad y, en el mejor de los casos, con la necesidad de llevarnos mejor con el mundo. Por ello no resulta extraño que aparezca en cartelera el documental Soy Greta, sobre la activista de 17 años que se hizo famosa por gritar contra el calentamiento global y por pelearse en Twitter con Donald Trump. Pero ¿vale la pena arriesgarse al contagio por esta película? Creo que no. En streaming puede verse, en cambio, otro filme que con menos vehemencia y mejores recursos fílmicos recuerda al público que, le guste o no, es uno con nuestro planeta azul. El comienzo de la vida 2 es secuela de otra obra producida por la Unicef. Un niño se encuentra con un gusano al escarbar la tierra. La educadora pregunta: ¿cómo verá un gusano? El niño piensa. Imagina. El niño cierra los ojos y dice: ¡ya recuerdo! Otro pequeño se sumerge en un río. Parece que va a ahogarse, como Ofelia en la pintura de Millais. Con imágenes de esta clase, la directora Renata Terra conduce al espectador por diversas ciudades de América, desde Estados Unidos hasta Brasil. En cada una de ellas investiga el modo en que los niños de esta generación

están perdiendo su infancia. Porque, en efecto, al perder su vida frente a la pantalla de un celular o de una computadora, dejan un poco de ser niños. Este es el motivo central de la película: no hay niñez sin pasto ni árboles ni mar. En 1974 los niños del mundo podían jugar en la calle. Por diversas razones, al día de hoy solo el 4 por ciento de los menores de 10 años puede salir de su casa para jugar. Y cuando consiguen escapar de las cajas de sus multifamiliares, se sumergen en otra caja, un autobús o un coche que los lleva a una tercera caja de concreto: la escuela. Este hecho produce toda clase de enfermedades: obesidad, diabetes, déficit de atención. Rodeados de gris, los niños pierden la capacidad de enamorarse de su entorno. Y cuando comienzan a mostrar problemas físicos o de conducta, aparece la depresión. Y “la medicina”. Hay escuelas en Estados Unidos en que

Al día de hoy solo el 4 por ciento de los menores de 10 años puede salir de su casa para jugar

el 30 por ciento de los alumnos toma Ritalin. El caso más interesante en El comienzo de la vida 2 es el de Mateo, un muchachito brasileño que padece problemas de audición y que ha sido diagnosticado con TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad). A los 10 años sus padres, trabajadores de Sao Paulo, van y vienen llevando al niño con toda clase de especialistas: fonólogos, psicólogos y neurólogos. Cada uno tiene una opinión distinta de lo que está aquejando a Mateo pero, llegado el verano, la madre y el padre deciden hacer algo en apariencia radical: dejarlo jugar a sus anchas en el parque del barrio. En tres meses, Mateo es ya un niño normal. Historias como las de Mateo nos enfrentan con otro problema con el que a menudo se encuentran los ambientalistas: suena fácil decir: dejen a los niños jugar, pero también es cierto que las áreas verdes en las ciudades son un lujo. Las familias trabajadoras no tienen jardines y en los parques del barrio existen toda clase de peligros. La propuesta del documental es esta: unirse con otros padres de familia para adueñarse de parques y áreas verdes. Y, sobre todo, dejar fuera de ellos el celular.

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ANTESALA

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POESÍA

LOS PAISAJES INVISIBLES

En el principio

Eels: Earth to Dora

SANDRO COHEN

IVÁN RÍOS GASCÓN

El silencio me arropa con su abrazo. Me acaricia la cara y me da un beso. Con el silencio escucho a todo el mundo tan cerca y hasta el fondo, que es la fértil nada sobre la cual construimos todo. En el principio el verbo fue el silencio. Emanó el cosmos de su pecho madre. Vibraron por encima de sus ondas los primeros tejidos de la música, aquella cuyas cuerdas nos sostienen. Busco, pues, el silencio en todas partes. En el silencio escucho nuestra música. Como recuerdo y homenaje a Sandro Cohen (27 de septiembre de 1953. Newark, Nueva Jersey-4 de noviembre de 2020, Ciudad de México), publicamos este poema de su libro Flor de piel (El Errante Editor, 2017).

EX LIBRIS

El triunfo de la ideología sobre la realidad/ EKO

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@IvanRiosGascon

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En memoria de Sandro Cohen

pesar de tantos duelos, de múltiples desdichas amorosas, de la soledad casi inquebrantable y del constante naufragio de su ego, Mark Oliver Everett no es un músico amargado ni un letrista neurasténico ni un compositor llagado por la bilis negra. Al contrario. Las malas experiencias lo dotaron de una firme voluntad por exaltar lo evidente o lo velado, sea un lienzo o una brizna de paradoja, de ridiculez o de belleza, esos insólitos detalles que perviven en lo marginal o en lo grotesco o en lo trágico o en lo perverso. Desde Beautiful Freak, el debut en 1996 con su banda Eels, así como en las grabaciones en solitario bajo el nombre de Mr. E, Oliver Everett ha consolidado una obra acústica en la que a través de viñetas cotidianas decreta que la vida, o para ser exactos, el solo hecho de existir, es lo único que vale para considerarse afortunado. Las canciones de Eels y de Mr. E celebran lo mismo el enamoramiento que la ruptura de pareja, festejan el ocaso y el amanecer, encomian las calles raídas por los outsiders o el tan menospreciado instante de levantarse de la cama, quizá porque en las pequeñas cosas palpita la convicción de que el planeta gira y seguimos a bordo (“Vivir un día más siempre me ha parecido un éxito”, escribió Oliver Everett en su estupenda autobiografía Cosas que los nietos deberían saber). Recién lanzado el 30 de octubre, Earth to Dora, el treceavo álbum de estudio de Eels, recupera el espíritu inicial de la banda fundada en Los Angeles, California, esa del mencionado Beautiful Freak y la de su segundo disco, Electro–shock Blues (1998), solo que recargado con la inequívoca sensación de desasosiego que la pandemia y el aislamiento esparció en los espíritus temperamentales, aunque como en sus rolas emblemáticas del tipo “Susan’s House”, “Your Lucky Day in Hell”, “Cancer for the Cure”, “The Turnaround” o “Bone Dry”, en cada track del Earth to Dora asoma un hálito de estoicismo salpicado de chispas de confianza en el futuro y, por supuesto, algo de sarcástica desgarradura, como enuncia el noveno corte, “Are You Fucking Your Ex”, rola que evoca el sonido de grupos como The Coral, T Bone Burnett, Belle and Sebastian. De las doce canciones del Earth to Dora, las mejores son “Anything for Boo”, “Are We Alright Again” y, sobre todo, la que da título al álbum, una epístola como enviada desde el espacio exterior a una chica dulce y frágil, aunque también podría ser un mensaje de texto fragmentado por las ondas electromagnéticas y sus defectuosos megahertz: en el tono pesaroso y expectante, Earth to Dora evoca los recados de un Mayor Tom bowiesco, solo que el extravío no transcurre en el cosmos sino en la claustrofobia doméstica o dentro, muy dentro de los seres que protagonizan las canciones. A poco más de diez días del lanzamiento, la crítica ha sido voluble con este nuevo álbum de Oliver Everett y Eels. Algunos lo ponderan, otros le reprochan que su entraña siga igual de ambigua que la de su primer disco, mas yo me pregunto cómo esa entraña podría ser diferente en un hombre que en la música no halló un consuelo sino el equilibrio existencial: el único contacto del tercer tipo que tuvo con su padre (el célebre físico militar Hugh Everett III) fueron los fallidos intentos de salvarlo de un infarto; su madre muere de cáncer, su hermana se suicida, su prima se estrella en uno de los aviones del 11–S, irónicamente después de enviarle a Oliver Everett una postal que rezaba “La vida es fabulosa”; su primera esposa, una dentista rusa, lo dejó con la boca abierta, y la segunda le pidió el divorcio tras el nacimiento de su hijo: Oliver Everett no es el náufrago perpetuo, es la propia isla. Al fin y al cabo, como esboza en su autobiografía, a veces lo único que queda de una vida solo es una casa vacía con la alfombra sucia.

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DE PORTADA

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La poeta canadiense ejerce en su obra una defensa vital de los clásicos y muestra la necesidad de retomarlos, aferrarse a la memoria, mirar hacia atrás

Anne Carson: el rocío de la antigüedad

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JEANNETTE LOZANO CLARIOND FOTOGRAFÍA LARS PEHRSON

icerón se refiere a la gracia como luz que el poeta arroja sobre las cosas en la oscuridad del mundo. De Anne Carson puede decirse que preserva el rocío de la antigüedad clásica, don que esparce sobre la blancura de la nada y un vacío que en ella es plenitud. Allí la voz brilla con intensidad. Su bagaje grecolatino se hace presente en su poesía, ensayo y teatro bajo formas frescas, vivas, actuales. Para ella, “La labor del poeta consiste en purificar las palabras y rescatar lo purificado”. Carson se distingue por tal virtud: centra su atención en el objeto, observa, anota, contrasta. Confiere presencia a lo no visible. Aquí sus palabras: “Empecé a anotar cada cosa dicha. Las observaciones construyen gradualmente un instante de la naturaleza, sin el tedio de una historia”.1 Hacer visible lo invisible es tarea del poeta. Análoga a la técnica del grabado, el poeta devela lo oculto. Los trazos impresos en la matriz legitiman la lengua madre. En el caso de la poeta, la madre, metafórica y real, es guía en sus decididas lucubraciones sobre la lengua. No es extraño que en Economía de lo que no se pierde Paul Celan sea cirio en su inspiración. Restaurar la historia a partir de la lengua es tarea del poeta rumano a quien Carson traduce con generosa intuición. La Gracia de la que habla Cicerón es la misma que nuestra poeta arroja sobre el acto de traducir. Baña de rocío vivo cada palabra, pasión o emoción,

se trate de Celan, Catulo, Safo, Eurípides… internada en esa oscuridad buscando el interruptor de luz. Para Celan, por otra parte, en la técnica del grabado, el ácido muerde la plancha entre partículas de resina: “MORDIDA por la causticidad/ del viento radiante de tu lengua”. Michael Hamburger, en su texto introductorio a las traducciones de Celan vertidas al inglés, apunta que es la lengua alemana, la lengua asesina de su madre, dirá el propio poeta, la que utiliza para rehacer la historia. No acude al rumano, lengua madre, sino a la de quienes dan muerte a su progenitora. Trabaja junto a la artista gráfica Gisèle Lestrange, con quien compartió su vida y de quien obtuvo la posibilidad de “morder” en los negativos del grabado la irradiación de la lengua.2 Carson y Celan, seguidor de Hölderlin, extraen de la lengua misma lo puro originado. Celan, a su vez, purifica —a través de la malla— su habla para dejar solo lo que pueda re-originar y re-fundar su ser. Aquí la originalidad de ambos. Es en el diálogo platónico Ion que se le niega al poeta un posible conocimiento de lo general que se alcanza mediante la techné, razón por la cual al poeta le es dado hablar a través de la inspiración divina. Su alma, se dice, está más próxima a los dioses, al entusiasmo. El torrente divino, éntheos, lo ata a esa fuerza llamada Gracia. La narración mítica ha situado al poeta como ordenador del cosmos. Nota sobre el método, que abre el libro, lo atestigua. Carson ordena la habitación pues “una vez limpia, la habitación se escribe sola”. Este es su criterio en la elección del tema a tratar en los múltiples libros que reúne su obra.

Economía de lo que no se pierde contrasta a Simónides de Ceos con Paul Celan, dos astros en el firmamento, poetas distantes en el tiempo, mas cercanos en su visión. Discierne su cercanía —espiritual, poética, económica—, sus semejanzas. ¿Cómo registra tal relación? Ambos poetas extraen de lo purificado una verdad que Carson piensa e interpreta. Simónides se libra de la muerte al levantarse para atender el llamado a la puerta; desde el umbral ve desplomarse el techo sobre la mesa de los comensales. Celan, por otra parte, regresa a su casa luego de un breve viaje tan solo para hallarla vacía. No volverá a ver a sus padres. Han sido deportados. Enfrentarse a un lugar vacío en donde había gente la última vez que se ha estado allí puede hacer pensar muy concretamente en la negación, señala Carson. Si Simónides nos sitúa ante la posibilidad de restituir lo ausente, Celan recupera su falta a través de la negación. Es como grabar en negro lo negro, y conseguir que emerja la luz. A partir de la conmoción por lo que ya no está, Carson reflexiona sobre Celan y los procedimientos del Sí y el No. “Habla/ pero no separes el No del Sí” alude a una presencia y a una ausencia, a lo visible y lo invisible, que subsume Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son”. Simónides habría considerado tal afirmación como impía. No obstante, su propia colección

Economía de lo que no se pierde contrasta a Simónides de Ceos con Paul Celan, astros en el firmamento

de epinicios descansa en el hecho de que toma la medida del hombre. Qué accidente más feliz el que estos dos evaluadores converjan en un diálogo platónico cuyo punto de vista filosófico es, a decir de Sócrates, “una forma de medición que salva la vida”. La historia sería algo muy extraño si no contuviera accidentes, nos recuerda Marx. La historia de Simónides y su apelar a la memoria luego de abatido el techo nos habla del tiempo que persiste en la figura de los Dioscuros, divinidades que comparten la inmortalidad para evitar el precio de la muerte. El poeta rescata del olvido (y en cierto modo de la muerte) a Escopas y sus invitados, y su rescate permite ver lo que se había ido. Simónides aconseja “jugar el juego de la vida y ser ciento por ciento serios acerca de nada”. Carson escribe: ser cien por ciento serios acerca de nada, acerca de la ausencia, acerca del vacío que es plenitud y destino. Esta es la consigna del poeta: puede sentarse a la mesa con otros convidados, pero es durante el banquete que la falta se le manifiesta, algo que no parece ocurrir al resto de los asistentes. La percepción del vacío es en sí misma un acto poético. La autora retoma la nada de la antigüedad y la cierne en las voces de Shakespeare, Heidegger, Hölderlin, Celan, Buber, navegando un océano sin barcos, tal y como cierra el primer poema de su libro Decreación: “Navegamos, madre, en un océano sin barcas./ Piedad por nosotras, piedad por el océano, navegamos”.3 ¿Se dirige a su madre o a la lengua?, me preguntaba al acercarme a la hondura de su creación. ¿Dialoga con Plutarco al citar a Pompeyo: Navigare neccese est, vivere non necesse est?4 La vida para Carson es navegación, y lo hace mirando hacia atrás. Su libro Plainwater (1995) contiene un fragmento citado por Harold Bloom en su estudio sobre la autora: “Mi madre nos prohibió mirar hacia atrás. Así caminan los muertos, decía. […] Después de todo, los muertos no caminan hacia atrás, sino detrás de nosotros”.5 Aquí la poeta ejerce en plenitud su defensa de los clásicos. Nos muestra la necesidad de retomarlos, aferrarse a la memoria, mirar hacia atrás. La buena literatura es diálogo con los muertos, intento de conciliación, rescate: hacer visible lo invisible. En sus últimos años, Octavio Paz sugirió el regreso a la palabra piedad. Con origen en el vocablo latino piĕtas, la piedad deriva en caridad, misericordia, devoción. En Celan, este camino aparece como recurso de su propia religiosidad: Luz de ginesta, amarilla, las laderas supuran contra el cielo, la espina corteja a la herida, tañen adentro, es el ocaso, la nada va enrollando sus mares hacia la devoción, la vela de sangre navega hacia ti. Carson retoma el tema griego de la piedad en el sentido de compasión o bondad. Retorna a la raíz de la palabra, pero también a la superficie. Es por la superficie que Simónides resuelve la extensión de sus odas, y es por la superficie del lenguaje que Celan le otorga un nuevo sentido a la histo-


ria. El análisis de Carson compromete nuestro conocimiento en un intercambio de gracias o dones (xenia), en donde lo bello, y aquello que la belleza encierra, no pueden mezclarse con lo malo. La amistad solo ha de intercambiarse por amistad, el amor por amor, los dones por dones. Por la palabra el deseo adquiere su decreto de realidad. De intercambiarse por dinero, estas se transformarían en objetos de intercambio mercantil. Con Heidegger y Hölderlin, el poeta rumano recorre su devoción meditando en el vecino, el prójimo: poetizar y pensar precisan uno del otro. La literatura no es solo viaje. Es navegación de altura. Ir hacia donde la imaginación dicta. Y la imaginación suele ir hacia la falta. “Eros se mueve”, dice Carson en Eros the Bittersweet (1992), otro de sus poemarios, evocando el Fedro de Platón: “Por el testimonio de amantes como Sócrates o Safo podemos vislumbrar cómo sería vivir en una ciudad sin deseo. Tanto el filósofo como la poeta describen a Eros en imágenes aladas y metáforas de vuelo, ya que el deseo es el movimiento que traslada, de aquí para allá, a los anhelantes corazones”.6 Publio Terencio dijo: “Hombre soy; nada humano me es ajeno”. Esta idea recogida por Cicerón habla de abrirse al prójimo y a la divinidad que tan bien entendió Hölderlin: “Oh, dejad que ella luego rompa el vaso, para que no sirva en otro uso, y lo divino se convierta en cosa humana”. La humanidad en Carson consiste en dar cuerpo y palabra a las voces que la precedieron. Une pasado y presente a través de un viaje en una barca sin vela. Atraviesa el piélago en hitos de imaginación, intuición, ingenio. En su

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refinada travesía se detiene sobre la superficie de un tiempo que analiza e interpreta a la luz de nuevas lecturas que luego vierte en sorprendentes lenguajes. La primera parte de Decreación lleva por título “Paradas” (“Stops”). Su método es sin duda el detenimiento, esmero que pone en limpiar la habitación. Purificar la lengua ha sido su tarea; economizar el lenguaje, su vocación, su vida. Me detengo un momento para evocar a una de las grandes figuras de la Generación del 27 que más pensó sobre el deseo, lo divino y la realidad: Luis Cernuda: “Porque la lengua del poeta no solo es materia de su trabajo, sino condición misma de su existencia”. Sobre el poeta español que pasó sus últimos años en México, Octavio Paz escribe: “Con cierta pereza se tiende a ver en los poemas de Cernuda meras variaciones de un viejo lugar común: la realidad acaba por destruir al deseo, nuestra vida es una continua oscilación entre privación y saciedad. A mí me parece que, además, dicen otra cosa, más cierta y terrible: si el deseo es real, la realidad es irreal. El deseo vuelve real lo imaginario, irreal la realidad”. El fondo en Carson es volver real el imaginario por medio del deseo. Expresa su experiencia con la lengua en Plainwater: “El lenguaje es lo que mitiga el dolor de vivir con los otros, el lenguaje es lo que hace que las heridas se abran de nuevo”.7 Empecé a traducir en 2001 algunos de sus poemas recogidos en La escuela de Wallace Stevens. Un perfil de la poesía estadunidense contemporánea.

La autora de Economía de lo que no se pierde (Vaso Roto), quien recibió el Premio Manuel Acuña de Poesía en Lengua Española 2019 el pasado 12 de noviembre.

Bloom8 se lamentaba de no vivir lo suficiente para ver en plenitud a la poeta cuya voz era un volcán enteramente activo. Reproduzco un fragmento citado por él: “Temprano una mañana se habían ido las palabras. Antes, no eran palabras, eran hechos, eran rostros. En una buena historia, lo que sucede es impulsado por algo más. […] Las observaciones construyen gradualmente un instante de la naturaleza, sin el tedio de una historia. Subrayo esto. Haría cualquier cosa para evitar el aburrimiento. Es el proyecto de una vida”.9 Anne Carson es un alma serena camino al habla. Va hacia el tú. Nos recuerda que el espíritu no está en el yo, tampoco en el tú. El espíritu está en el espacio entre tú y yo (Celan visita a Buber y de su encuentro aprende que “El espíritu no está en el Yo sino entre el Yo y el Tú”). En Ensayo de cristal habla con Dickinson: “Muy difíciles de entender los mensajes/ entre el Tú y Emily”. Más adelante agrega: “Ella ha invertido los roles entre tú y Tú/ no como demostración de poder/ sino para forzar desde sí misma algo de piedad”. La agraciada poeta nos ha entregado un ensayo sobre la gracia, ella misma luz que arroja sobre nuestra oscuridad y nos lanza a un pozo de reflexión sobre las relaciones de poder, dinero, canjes, campo fértil para la objetivación de lo humano. Bien señala en el inicio: “Hay mucho de mí en mi escritura”. Es lo que deseamos leer. Ese yo que habla al tú, que nos mueve y remueve nuestra tierra seca.

Anne Carson es un alma serena y nos recuerda que el espíritu está en el espacio entre tú y yo

Economía de lo que no se pierde es una ofrenda, un repaso a los modos de intercambio de esa antigüedad desde la que nos habla para abrirnos a la muerte, a lo que intercambiamos cuando su hora llega. La he leído los últimos veinte años y con ella he caminado hacia atrás. Más pasos doy hacia el pasado, más escucho latir su herida. Lenguaje, sinceridad, despojo, visión, confluyen en un río de lava y dolor, ironía y una credibilidad cuya corriente fluye al océano en el que camina hacia ella misma, hacia el origen de una singular por vigorosa imaginación. Anne Carson arde como flama. Sin extinguirse, su raíz arraiga en piedras, memoria, pátina, cine, ópera, asociaciones que recoge en una emoción rememorada en la tranquilidad, para decirlo con Wordsworth. Si te acercas sentirás el oleaje, la espuma en tus cabellos, el aire de la lira. Verás velas venidas de otro mar, naves luminosas que te salvan, lienzos cuyos colores no habías antes invocado.

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Anne Carson, en Harold Bloom, La escuela de Wallace Stevens. Un perfil de la poesía estadunidense contemporánea, Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2011, p. 681. 2 Cf. M. Hamburger, Poems of Paul Celan, Anvil Press Poetry Ltd., tercera edición, 2007. 3 Anne Carson, Decreación, Vaso Roto Ediciones, España-México, 2014, p. 17. 4 Plutarco, Vidas paralelas, “Vida de Pompeyo”, L (50, 2). 5 Harold Bloom, op. cit. p. 680. 6 Ibidem., p. 680. 7 Ibid, p. 689. 8 Harold Bloom, op. cit. p. 682. 9 Ibidem. 1


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LITERATURA

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MEMORIA

La bohemia ausente Retrato de una generación de periodistas, poetas y narradores que reinventaron a la Ciudad de México

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l 5 de noviembre pasado, cuando apenas se dispersaba la fragancia del incienso y el aroma de la flor de cempasúchil que enmarcaran las fiestas de los fieles difuntos mexicanos, supe que José Francisco Conde Ortega había muerto, derrotado por largas enfermedades que nunca pudieron apartarlo de la vida plena, llena de vino, tabaco y mujeres hermosas. Su muerte me produjo un gran impacto porque habíamos sido condiscípulos en el primer año de la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Lo recordé junto a Agustín Ramos, Carlos Chimal, Jaime Avilés, Ethel Krauze, Mario Calderón, Héctor Carreto... Todos superando apenas los 20 años de edad. Vicente Quirarte lucía tremenda melena afro y Luis Zapata era un adonis, tal como aparece en la contraportada de la primera edición de El vampiro de la colonia Roma. A unos metros de nuestra Facultad, junto a las Islas —un pequeño bosque que ofrecía refugio a los muchachos que fumaban mariguana o “tenían ron y unas cocas inmensas”, como escribiera Alfredo Giles Díaz—, en la Facultad de Ciencias Políticas, estudiaban Pepe Buil, Arturo Trejo Villafuerte, Rafael Vargas, Emiliano Pérez Cruz, René Aguilar, Ignacio Trejo Fuentes… Después de cuatro años, salimos a ganarnos la vida como pudimos pero el periodismo, y Huberto Batis, se encargaron de reunirnos. La gran mayoría fuimos llegando al suplemento sábado y allí nos hicimos amigos. En la redacción, en donde todavía vimos a Batis junto a Fernando Benítez, conocimos a escritores brillantes como Eduardo García Aguilar. Los bares, el periodismo y la literatura fueron enredando todavía más nuestras vidas. El día 5, después de dar mis clases virtuales, salí a buscar comida. Mal que bien, comí y estiré un poco las piernas. Al regresar a mi casa tuve la entereza de llamar a la esposa de Conde para decir que le mandaba un abrazo por la partida de mi colega, quien había fallecido el día 1 de noviembre. Habíamos sido condiscípulos en la Facultad, nos encontramos en sábado, en los bares, en las tertulias y convivimos durante 32 años en la UAM Azcapotzalco. Con la vista prácticamente perdida por la diabetes y otros achaques de la edad, decidió jubilarse para no hacer el penoso viaje, acompañado por un bastón, desde Ciudad Nezahualcóyotl hasta Azcapotzalco. Ese 5 de noviembre encendí la computadora, miré mi correo electrónico y

VICENTE FRANCISCO TORRES FOTOGRAFÍA CORTESÍA VÍCTOR M. NAVARRO

De izquierda a derecha: Víctor M. Navarro, Pepe Buil, José Francisco Conde Ortega, Emiliano Pérez Cruz, Ignacio Trejo Fuentes.

allí estaba la ya esperada noticia: después de tres semanas intubado, había muerto, un día antes, Sandro Cohen, otro poeta, otro compañero de la UAM Azcapotzalco. Un mundo de recuerdos se precipitó en mi cabeza y recordé a otro de mis colegas de Azcapotzalco, que había muerto en silencio, hace dos años, sin aspavientos, apartado de todos, fulminado por el cáncer: Miguel Ángel Flores. Fue un gran poeta y excelente traductor del portugués; tan bueno como Francisco Cervantes pero, un encono inexplicable, hacía que no se toleraran. Vino el recuerdo de Arturo Trejo Villafuerte, derrotado por un infarto en tiempos de coronavirus, en mayo de 2020. Él también trabajó en la UAM Azcapotzalco y fue un poeta dionisiaco que nos regaló un libro entrañable: Mester de hotelería. Aparté los recuerdos escombrando un poco mi mesa de trabajo y empecé a leer el periódico. La muerte no quería soltarme porque, desde las páginas culturales del diario, como una araña que brinca y se agarra del rostro, vino otra noticia funesta: el mismo día que Sandro Cohen, pero por una enfermedad cardiaca y respiratoria, acababa de

Un grupo de escritores heredamos la vida bohemia de los modernistas del siglo XIX

morir otro de mis condiscípulos: Luis Zapata. Él formó parte de un grupo de escritores que publicó libros capitales en 1979. El vampiro de la colonia Roma salió ese año, lo mismo que Los viernes de Lautaro, de Jesús Gardea, VioletaPerú, de Luis Arturo Ramos, Delirium tremens, de Ignacio Solares, y Al cielo por asalto, de Agustín Ramos. Un grupo de escritores y periodistas heredamos la tertulia y la vida bohemia de los modernistas mexicanos del siglo XIX. Ignacio Trejo Fuentes fue el alma de muchas noches de ronda. En la década de 1980 asistíamos a una cantina pomposamente bautizada como el Montmartre, a la salida de un sórdido callejón que empezaba en la calle de Dolores y desembocaba en la calle de López. Francisco Cervantes disertaba y Severino Salazar nos hacía reír como locos. Llegaban Jorge Esquinca, Rolando Rosas Galicia, Conde, Arturo Trejo y Víctor Navarro, dueño de terribles carcajadas que hicieron a un parroquiano acercarse y ofrecernos una botella con tal de que Víctor se callara. Cerraron el tal Montmartre y la tertulia mudó a la Mariscala, enfrente del Teatro Blanquita, pero tuvo corta vida. De allí nos fuimos a la calle de Gante, a la Cucaracha, que luego cambió su nombre por el de El Lobo Estepario. Fui a pasar un año sabático a Guanajuato y regresé con un infarto. Para

entonces la tertulia ya tenía lugar en el Salón Palacio, en la esquina de Ignacio Mariscal y Rosales. Allí hubo nuevos contertulios como José de la Colina, Jorge López Páez, Gonzalo Martré, Raúl Rodríguez Cetina, Ernesto Márquez y Javier García Galiano. Se unió también el pintor Guillermo Sculli quien, la noche que volví a presentarme, con muchas reservas para beber siquiera una copa de vino por el infarto de hacía meses, me estuvo cargando calor. Tanto que fui el centro de las carcajadas y dejé de ir. Un par de semanas después me llamó Nacho Trejo y dijo: “solo llamo para decirte que a Sculli le dio un infarto. Pero él sí se murió”. Cuando Trejo Villafuerte falleció, Conde escribió su obituario y destacó que a Arturo únicamente le importaba su obra; nunca buscó la gloria, el dinero, el poder o la fama. Las mismas palabras pueden decirse de Conde. La memoria sigue volando agarrada de la calaca y llega hasta los días de la sensatez, antes del coronavirus, cuando solo tomábamos las tres de rigor en La Potosina o La Peninsular, en La Merced. O en La Reforma, de Dolores y Ayuntamiento. Allí coincidimos con Víctor Roura, Emiliano Pérez Cruz, Felipe Sánchez Reyes y Armando Ramírez. Luego nos encaminábamos hasta la calle de Regina, a beber café en el Jekemir.

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NARRATIVA, ENSAYO Economía de lo que no se pierde

La vida alegre

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EN LIBRERÍAS

14 DE NOVIEMBRE 2020

A FUEGO LENTO La octava maravilla

Muerte en el Jardín de la Luna México, 2020

Anne Carson Vaso Roto España, 2020 182 páginas

Daniel Centeno Maldonado Alfaguara México, 2020 264 páginas

Vlady Kociancich UNAM México, 2020 280 páginas

En este libro, cuyo subtítulo es Leyendo a Simónides de Ceos con Paul Celan, la poeta y ensayista canadiense estudia a la par a los poetas griego y rumano de lengua alemana. Se considera que Simónides fue el primer poeta en cobrar por sus obras, aunque todavía estaba vigente el pago con dones. Carson se detiene en esa transición. En cuanto a Celan, cuya madre fue asesinada por los nazis, se centra en su esfuerzo por purificar la lengua alemana de ese elemento.

El periodista, profesor y narrador venezolano entrega una novela sobre el poder transfigurador de la música, en especial del rock y el bolero. El joven Poli se inclina por el primero, el veterano Dalio solo tiene oídos para el segundo. Un encuentro inesperado anuncia una complicidad que persigue a trompicones el regreso a los escenarios. Las situaciones son esperpénticas, la risa convive con el horror y América Latina exhibe los dones de una generación cuyos anhelos naufragaron.

Alberto Paradella es un joven con un futuro promisorio. Está comprometido con una bella mujer y su trabajo como abogado parece asegurarle la tranquilidad económica. Pero las dudas lo asaltan: su vida profesional ya no lo satisface y, por la influencia de un amigo, se inventa una falsa vida de escritor. Con estos elementos, esta novela parece caer en el realismo, pero no es así. Para Bioy Casares, cae en el género fantástico de la “imaginación filosófica”.

Carne cruda

El Cazador Celeste

El día después de las grandes epidemias

Rubem Fonseca Tusquets México, 2020 144 páginas

Roberto Calasso Anagrama España, 2020 424 páginas

José Enrique Ruiz-Domènec Taurus España, 2020 136 páginas

Veintiséis relatos inéditos concurren en este volumen en el cual el escritor brasileño traza los rostros más insospechados de la violencia. Por sus páginas desfilan asesinos a sueldo, ladrones, caníbales, mediocres con aires de grandeza, proxenetas, seres de un mundo donde no hay cabida para la justicia social. Como en sus piezas célebres, Fonseca logra un equilibrio perfecto entre lo trágico y lo cómico a fuerza de un estilo sin otro horizonte que el de la máxima contención.

Del Paleolítico a la antigua Grecia, de Herodoto a los magos de Egipto, de Ovidio a los rituales contemporáneos, Calasso se sumerge en las relaciones entre lo humano y lo trascendente, y rastrea las huellas que aún persisten del tiempo en que los seres humanos imitaban a sus depredadores, sobre todo a las hienas, para combatirlos y alimentarse de ellos. Zeus, Perséfone, Deméter, Hades, son convocados para ilustrar el poder que los mitos ejercen sobre nosotros.

Nacido del confinamiento provocado por el covid-19, este ensayo sigue el consejo del editor inglés Lord Acton: hay que ocuparse de un problema y no de un periodo. Así, se presenta como una invitación a revisitar el pasado para encontrar cómo la humanidad pudo sobreponerse a los malos presagios. Ante nuestros ojos pasan la plaga que azotó al Imperio Bizantino, la peste negra del siglo XIV, la viruela que diezmó a Mesoamérica, la gripe española de inicios del siglo XX…

París sobrenatural

S

ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

i Catorce colmillos (2019) exploraba las relaciones entre los surrealistas y las creaturas sobrenaturales que se ocultaban en el submundo patibulario de París, Muerte en el Jardín de la Luna (Literatura Random House) se concentra solo en los esfuerzos del miembro de la Brigada Nocturna Pierre Le Noir por huir de esas creaturas que le han puesto un alto precio a su cabeza. Los escenarios son fantasmagóricos y se instalan lo mismo en los Jardines de Luxemburgo que en la torre de Saint-Jacques, en la rue de Rivoli que en la isla de If, morada de un fantasmal conde de Monte-Cristo. Y, como si el mapa de la ciudad ocultara pasajes por donde es posible librar a la muerte para mezclarse con los vivos, esos escenarios atraen a seres mitad bestias y mitad hombres, a hechiceras y monstruos cargados con armaduras. La fascinación de Martín Solares por el folletón del siglo XIX es tan evidente que la novela avanza al ritmo impuesto por inspirados golpes dramáticos y grandes dosis de suspenso. Todo obedece a la acción, y una vez más a la acción, sin reparar en los descuidos estilísticos (demasiadas muletillas para salir del paso) y aun en la prisa con que se resuelven algunos momentos climáticos (el duelo de Pierre Le Noir con un Jack el Destripador al servicio de las fuerzas oscuras de la noche, por ejemplo). Quiero decir que, al menos por una jornada, el lector puede abandonar sus exigencias y simplemente dejarse llevar por una trama urdida según el llamado de la peripecia. Muerte en el Jardín de la Luna tiene el humor de la aventura, el temperamento de los paraísos artificiales y el andar de una mujer fatal que desaparece en cuanto siente su libertad amenazada. Y, por encima de cualquier atribución, entretiene, como lo haría un trovador que al concluir la función aspira a unas cuantas monedas. Pierre Le Noir promete reaparecer en una tercera y quizá última entrega. Es lo que pasa cuando gobierna la lógica de la novela folletinesca: la peripecia no termina sino hasta que el autor empieza a recelar de sus personajes. Solo espero, como lo haría un lector decimonónico, que la señorita Mariska de Hungría, tan influyente en el curso de los hechos pero con tan pocas apariciones, pueda por fin contarse entre los seres humanos.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

14 DE NOVIEMBRE 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

E

HUSOS Y COSTUMBRES

ncuentra en el Facebook un letrero que se burla de la nueva vaguedad: nada más que pase todo esto te llamo. Es decir nunca, al ratito, en estos días, yo te busco y no sé si te encontraré. Nada más me desocupe de esperar. Nada más que se vaya el chamuco, el diablo panzón. Nada más que pase el tsunami, nada más que se acabe la peste, nada más se transforme la transformación, que lleguen Godot y la Cantante Calva nos veremos y hasta daremos algunos pasos de baile. La extraña espera suspendida que recorre estos días, en la que practicamos para cuando llegue lo real, lo que sí, lo de a deveras. Presencial, dicen ahora: ¿el curso es virtual o presencial?, ¿el trabajo, la obra de teatro, el salto de garrocha?, ¿su gato es virtual o presencial? El gato es siempre presencial y nada le importa; es más, lo critica todo y solo piensa en la inmortalidad de la croqueta. Los demás somos Penélopes, se

Nada más que pase ANA GARCÍA BERGUA

LUIS ZAPATA

El autor de El vampiro de la colonia Roma, quien murió el 4 de noviembre de 2020.

imagina ella: Ulises anda tratando de no ver a unas sirenas y a ver a qué horas. La frente se pega contra la pantalla de la computadora, donde espera lo real en alguna parte muy lejana, tantas amigas y amigos a los que quisiera abrazar. Cuando pase todo esto, girarán todo un año al ritmo de vals y se darán abrazos para contagiarse otras cosas, dicen Estragón y el gato, así ha sido siempre. La esperanza ¿es virtual o presencial? Esperando alguna respuesta encuentra las Siete noches junto al mar de Luis Zapata, que publicó Sandro Cohen en su emblemática Colibrí hace una eternidad, en 1999, ahora que muchos lamentamos la ausencia de ambos el mismo funesto, triste día. Cuatro personajes se cuentan sus vidas y las de otros en sabrosísimos y volterianos diálogos en un tiempo paralelo, tiempo sin tiempo como el que pasa también Adonis García, el afamado vampiro de la colonia Roma,

esperando algún cliente al filo de la calle. Anhelos fuera del reloj como la depresión que contaba el escritor en Como sombras y sueños, de la que pesca este párrafo muy tristemente a cuento: “Avanza y no avanza, por más saltitos, saltotes y saltines que dé yo o que quiera dar, el tiempo no avanza pero la novela que no es novela al mismo tiempo avanza, o el tiempo de la novela que no es novela al mismo tiempo no avanza y la novela del tiempo real avanza, no consigo avanzar en el tiempo, en ese tiempo de esa casa embrujada en la que el tiempo corre pero no avanza, avanza pero no va más allá de ese año posterior al glorioso año, avanza pero no va más allá de los primeros días de ese año que ya no era el glorioso año sino más bien el funesto año en que enfrenté de veras el dolor”. Avanza y no avanza el tiempo en este año dedicado a esperar que pase todo esto.

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CAFÉ MADRID

Un día de rodaje con Amenábar

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VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA THE RICHARD GREEN GALLERY

asan unos minutos de las nueve de la noche pero el guion marca “interiordía”. Por eso un pequeño ejército de técnicos despliega de manera cuidadosa y precisa toda una constelación de reflectores, de diferentes tamaños e intensidades, en techos y ventanas, para simular la luz solar de un día de invierno. La verdad es que al ver todo ese entramado artificial parece que hace falta “algo” más para lograr con nitidez el efecto pero, sorpresivamente, en la pequeña pantalla donde el director del rodaje supervisa lo que graba la cámara se ve una escena captada a plena luz del día. Estamos en el amplio recibidor del Ministerio de Trabajo y Economía Social del Gobierno de España, un imponente edificio de techos altos y piso de mármol ubicado en el céntrico Paseo de la Castellana de Madrid, pero el guion dice que hoy todo se desarrolla en la Corte de Justica de Atlanta. Así que un puñado de figurantes se esparce por todo este espacio, caracterizados como abogados o periodistas, dos de las profesiones que suelen poblar lugares como este, y un actor (el hollywoodense Stanley Tucci) se coloca —muy bien trajeado y con la calva reluciente— a mitad de la escalera principal para disponerse a bajar. Entonces, desde el fondo, una voz grita: —¡Silencio. Motor. Acción! Es Alejandro Amenábar, el director español de origen chileno que, después de varios éxitos cinematográficos, rueda por primera vez una serie de televisión. Se llama La fortuna y es la adaptación del cómic El tesoro del Cisne Negro, en el que los dibujantes Paco Roca y Guillermo Corral cuentan el “caso Odissey”,

una pugna burocrática entre España y Estados Unidos por el tesoro de la fragata española Nuestra Señora de las Mercedes, hundida en 1804 por naves británicas que pretendían robar el cargamento de oro y plata del barco, y encontrada en 2007 por la empresa estadunidense Odissey que, después de un duro litigio, tuvo que devolver el tesoro a España. En La fortuna, compuesta por un elenco de actores españoles y estadunidenses, se mezcla la crónica

En La fortuna, se mezcla la crónica con aventuras y arqueología submarina

documental con aventuras, arqueología submarina y el entramado judicial en el que un joven e inexperto diplomático se esfuerza por recuperar el tesoro encontrado por un aventurero que recorre las profundidades del mar en busca de patrimonios antiguos. Para ello se alía con una joven abogada y un viejo jurista apasionado por las historias de piratas. Y en medio de todo eso, claro, hay tramas de amor, amistad y compromiso con valores y convicciones en las que el director, también guionista y compositor de la banda sonora, se toma algunas licencias para cubrir de ficción los hechos fácticos de la historia. En realidad se trata de una miniserie (seis capítulos de 45 minutos) que se estrenará el próximo año, primero en España y luego, gracias

El hundimiento de la fragata española Nuestra Señora de las Mercedes, en 1804.

a AMC Studios (que ha producido series como The Walking Dead), en varios países del mundo. Hoy, un día frío, nublado y lluvioso en Madrid, el rodaje se centra en algunas escenas de los capítulos cuatro y cinco, cuando está a punto de llevarse a cabo el juicio que dictaminará quién se queda con el oro y la plata. Por eso, se supone, estamos en el interior de la Corte de Justica de Atlanta. Amenábar, que como el resto del equipo lleva trabajando desde primera hora de la mañana, viste pantalón de mezclilla desgastado, sudadera gris y tenis blancos, un atuendo que, conjuntado con su baja estatura y delgadez, le da un aire tan juvenil como desenfadado. No grita al dar indicaciones a los miembros de su equipo ni a los actores. Prefiere acercarse a cada uno de ellos y decirles qué es necesario hacer. Luego vuelve, muy concentrado y con pasos cortos, a su silla ubicada al fondo del set. Entonces clava los ojos en un pequeño monitor, se coloca unos audífonos en las orejas y reanuda la grabación. Así, mecánicamente, durante 16 horas. Pero rodar en tiempos del coronavirus implica que toda persona que participe se haga una prueba de antígenos, se desinfecte las manos con gel cada cierto tiempo y que no se quite el tapabocas (los actores se desprenden de él solo cuando escuchan “¡Acción!” y se lo vuelven a poner al grito de “¡Corte!”). A eso de las 11 de la noche la cena se sirve en la terraza, al aire libre y con mamparas de plástico para separar a los comensales. La repetición de tomas (para luego tener de dónde elegir) hace que todo se alargue. Hoy las luces se apagan a las 2 de la madrugada.

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