Laberinto No.911 (28/11/2020)

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Suplemento cultural de MILENIO

LABERINTO LOS PAISAJES INVISIBLES

ENSAYO

IVÁN RÍOS GASCÓN

LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT

Yukio Mishima: cincuenta años después

Revitalizar las ideas de Iván Illich

Foto: Pinterest

SÁBADO 28 DE NOVIEMBRE DE 2020 AÑO 17 - NÚMERO 911

Raúl Zurita: memorial de todos los muertos Enrique Mendoza/ Ilustración: BOLIGÁN

Foto: Agenda Roja Valencia


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ANTESALA

28 DE NOVIEMBRE 2020

DOBLE FILO

De Mozart a Jorge Negrete FERNANDO FIGUEROA

M

iembro de El Colegio Nacional, Adolfo Martínez Palomo estudió Medicina y un doctorado en la UNAM, y la maestría en Canadá. Ha recibido reconocimientos internacionales y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en México (1986). Es autor de varios libros sobre parasitosis y de Músicos y medicina. Historias clínicas de grandes compositores (El Colegio de México, UNAM, Cinvestav, 2015). Hoy juega ping-pong con Laberinto. ¿Algún genio murió por una epidemia? Posiblemente Mozart, por una infección que le afectó los riñones. ¿La novena sinfonía de Beethoven sería la misma sin su sordera? Por supuesto que no. ¿Qué otro mal padeció él? Enfermedad inflamatoria intestinal. Dos obras del genio de Bonn. La tercera y la novena sinfonías. ¿Por qué la salud de hierro de Verdi? Constitución hereditaria, buena alimentación, ejercicio y aire puro. Verdi o Wagner. Verdi. Una ópera de Verdi. Aída. Una de Wagner. ¡Ninguna! Tenor favorito. Muerto, Pavarotti; vivo, Camarena. Soprano favorita. Muerta, la Callas; viva, la Netrebko. ¿La enfermedad mental de Schumann era emocional o química? El origen es incierto, pero existió. ¿Con quién habría querido platicar? Sin duda, con Mozart. ¿Realmente Schubert era bisexual? Hay razones para suponerlo. Farsa operística favorita. Don Pasquale, de Donizetti. Pasaje inolvidable de una ópera. Cuando se encuentran Mimí y Rodolfo, en La bohème. ¿Qué le recetaría a Bellini para la amibiasis que lo mató? Metronidazol. Pudo curarse en su época, pero no se atendió. ¿Cómo recuerda a Shostakóvich? Un hombre de una timidez absoluta. ¿Cambiaría la medicina por el piano? Hubiera querido ser un gran tenor. ¿La actual pandemia es una derrota de la ciencia? Derrota de nuestro sistema político. ¿De cuál investigación suya se siente más orgulloso? Descubrir que el corazón es un órgano endócrino, pero no la publiqué. Un remedio casero. El té de manzanilla. El mayor avance en la medicina. Según los expertos, la estadística. Juan Gabriel o Manzanero. Manzanero. Un cantante popular. Jorge Negrete. Música para su último día. Los conciertos para piano de Mozart. Su epitafio. “Aquí yace, y yace bien”.

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El hombre que sorprendió a todo mundo. Puede verse por streaming en Filminlatino.

HOMBRE DE CELULOIDE

Del cuento folclórico al mito

E

FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA ATLANTIK

n este mundo inestable parece haber al menos un sitio al que, en aquello del arte, siempre se puede volver. Rusia sigue produciendo el mejor cine del mundo según demuestra el Festival de Cine Ruso que en México se entrega por internet. El hombre que sorprendió a todo mundo no tiene concesiones. Es estridente y estrafalaria. Más que un himno a Siberia es como un grito punk. Un hombre está por morir. Y en su vida cotidiana todo parece gris, incluso pedestre. Pero un día escucha el lamento desesperado de su esposa que le dice que haga todo lo posible por curarse y, en el bosque, escucha el cuento que le ofrece una mujer borracha, una bruja. Una suerte de Baba Yagá. Todo el mundo que se desmorona cuando Yegor se entera que está por morir lo aprehendemos no por diálogos explicativos o discursos visuales extravagantes. Nos lo regala, más bien, el actor Evgeniy Tsyganov quien consigue, solo con la mirada, ofrecer un paisaje mural de lo que sucede al interior de su personaje. También su mujer, interpretada por Natalya Kudryashova. Por ejemplo, no necesitamos que se nos diga que la pareja tiene una gozosa vida sexual.

Basta que, en cierto momento de intimidad (casi tosca de tan cotidiana), ella sonría cuando él la penetra. Feliz. Los directores y guionistas Aleksey Chupov y Natasha Merkulova no han necesitado otra cosa que una risita de gusto para narrar lo que en el peor cine hollywoodense se nos diría con una pomposa escena ambientada con violines y cuerpos sudorosos retratados en extremo close-up. Pero, además de la actuación, está la premisa. Resulta tan obvia que parecería soez. Está basada en un cuento siberiano que existe con diversas variantes en todo el mundo: un hombre se disfraza para engañar a la muerte. ¿Cómo se consigue una obra del tamaño de El hombre que sorprendió a todo mundo con esta premisa pueril? Llevándola hasta sus últimas consecuencias, entrando en el origen del mito y en la mente de sus protagonistas, en sus pequeñas y efímeras historias de amor. En Rompiendo las olas, Lars von Trier

La película se basa en un cuento siberiano: un hombre se disfraza y engaña a la muerte

retoma la historia bíblica de Oseas; en El árbol de la vida, Terrence Malik reconstruye el mito de Job. Pareciera difícil conseguir algo de ese tamaño con un cuentito siberiano. Pero Chupov y Merkulova provienen de la tradición de Afanásiev, quien estudió el cuento folclórico ruso y lo puso a la altura de las grandes historias del mundo. Y lo consiguen, llevando hasta sus últimas consecuencias esta leyenda que, ante el misterio de la muerte, podría sonar ridícula. Han producido una joyita de cine contemporáneo que sin luces artificiales ni música de fondo está a la altura de Bergman. Vale la pena subrayar, sin embargo, el diseño sonoro. Hay dos momentos en que Yegor escucha un crack-crack. Un ruidito similar al que, dicen, producen las brujas. O el demonio. El mal. Fuera de este recurso no hay nada artificioso en esta película que, sin duda, es necesario ver. En cuanto a las metáforas, se ha dicho que la historia de Yegor es una “denuncia” de la injusta situación que viven los travestis en Rusia. Quien crea esto corre el riesgo de pensar que El séptimo sello, por aquella clásica escena del hombre que juega contra la muerte, es en realidad una película que trata de ajedrez.

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ANTESALA

28 DE NOVIEMBRE 2020

POESÍA

El tintineo de Teresa

LOS PAISAJES INVISIBLES

Mishima: el bushi romántico

MARIANA BERNÁRDEZ

A dónde te llevó Teresa que me trajo tu voz para arroparme de cuando deshilo en ramo nuestra tanta palabra y siento el agua del río como una piedra o un torzal que se enreda en mi cuello con la hondura de lo que no se olvida una chinilla con la que se sueña como si solo el peso en la mano rasgara con su traza el velo que nos separa A dónde te me has ido tras el tintineo de Teresa que echo en falta tu risa y las flores y el mar o los caballos del monte cabalgando por el cielo raso de tu cuarto ¿Quién ha lavado tu cuerpo y lo ha bendecido en sudario blanquísimo de cielo? ¿Quién hizo tu mano puño de arena en señal del éxodo y el perdón? ¿Quién la ceniza en la frente y el aceite de la unción en tus labios? De dónde el silencio que responde con otro en este cuarto de noche tan desvivida sin más luz que la del cirio que pronuncia un tiempo ya no nuestro de cuando el viento nos mira con su inmensidad y escucho en tu desvelo el tintineo de Teresa.

Este poema forma parte de un libro en preparación.

EX LIBRIS

La jauría/ EKO

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IVÁN RÍOS GASCÓN

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@IvanRiosGascon

e las confidencias que anotó en Confesiones de una máscara, rememoremos ésta: “Las personalidades románticas están penetradas de una sutil desconfianza hacia el racionalismo, y eso conduce, a menudo, a ese acto inmoral que se llama soñar despierto. Contrariamente a lo que se cree, soñar despierto no es un proceso intelectual, sino un modo de huir del intelectualismo”. Escribir, asimismo, es como soñar despierto, solo que al sumergirnos en la marea de las palabras podríamos desfallecer en el turbulento proceso intelectual que reclama la belleza, y eso lo entendió muy bien el propio Mishima. El bushi romántico que llevaba dentro seguramente empuñaba la plumilla como una daga, y hendía el papel emulando un seppuku en trazos firmes y perfectos. Cada fantasía, quizá, era dolorosa por su ímpetu confesional (Mishima se reveló a sí mismo en todos sus textos: 208 trabajos entre cuento, novela, ensayo, obras de teatro), pero le servía como purificación. Así lo refirió en Las palabras. El lenguaje de la carne: “El hombre inmovilizado tras el escritorio batalla mucho más para encontrar el camino que lo lleva hacia el espíritu”. Pero es verdad. Soñar despierto es huir para integrarse a un mundo paralelo, irreal o tal vez muy antiguo, ese universo que añoró en sus relatos de juventud, gallardía, violencia y muerte. Yukio Mishima fue tributario de la plenitud y de la inmolación. En sus libros más intensos, digamos Sed de amor, El templo del pabellón dorado, la tetralogía El mar de la fertilidad (Nieve de primavera, Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel) o El marino que perdió la gracia del mar, sus personajes abandonan el plano terrenal en la cúspide de su lozanía tras un arduo esgrima entre cuerpo y alma, y buscan la redención, el sacrificio. La redención es la vuelta a la tradición y la cultura milenaria. Es el retorno al orden a través de la rectoría del Emperador, y la entrega absoluta como súbditos o bushi, guerreros de la fe. En las ficciones de Mishima, el enemigo no es Occidente sino los propios ciudadanos, los que abjuran de las raíces y pervierten a la patria al esparcir valores extranjeros. Los traidores del Imperio japonés del siglo XX son los entusiastas de la política del progreso y la modernidad. Esa fue la lucha que emprendió desde la literatura, combate doctrinario que a su ego vanidoso, trágico y teatral empedernido, le supo a derrota (y no por que Kawabata le ganara el Premio Nobel en 1968 sino porque comprendió que su mensaje se desvanecía entre generaciones) y pasó a la acción. Formó una Tatenokai de cien elementos (organización de defensa paramilitar) y el 25 de noviembre de 1970 asaltó la base militar de Ichigaya, en Tokio, secuestrando al general Kanetoshi Mashida. Pronunció un airado discurso que la soldadesca interrumpía con vituperios (¡Bakayaro!, le gritaban, algo así como Hijo de puta), y al ver que su llamado a la resistencia, rebelión que nadie entendía, era inútil, exclamó: ¡Larga vida al emperador! El resto de la historia es tristemente célebre. Se hizo el seppuku. Masakatzu Morita, su hombre de confianza, falló tres veces el golpe de katana para decapitarlo, por lo que la cabeza cayó hasta el cuarto, en manos de Furu Koga, otro miembro de la Tatenokai. Mishima tenía 45 años. Había perfeccionado su cuerpo con la disciplina de un samurai. Así veneraba otra de sus ideas: “La muerte violenta es la belleza esencial, con la condición de que el que muera sea joven”. Esa mañana había entregado La corrupción de un ángel a su editor, y una breve nota de despedida a su familia. Han pasado 50 años de su muerte. Al pensar en esto, me viene a la memoria la imagen final de El marinero que perdió la gracia del mar: “Inmerso aún en su sueño, Ryuji apuró el té tibio. Sabía amargo. La gloria, como todo el mundo sabe, tiene un sabor amargo”.

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DE PORTADA

28 DE NOVIEMBRE 2020

A manera de monólogo, el poeta chileno, quie de Guadalajara el 5 de diciembre, traza su au Raúl Zurita

“Estamos condenados a

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ENRIQUE MENDOZA FOTOGRAFÍA EFE

eferente de la poesía hispanoamericana, el gran poeta chileno Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) obtuvo en septiembre el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020, uno de los reconocimientos literarios más importantes de la lengua española. El Premio le fue concedido “como reconocimiento a su obra, a su ejemplo poético de sobreponerse al dolor con versos, con palabras comprometidas con la vida, con la libertad y con la naturaleza”. Raúl Zurita es autor, entre otros poemarios, de Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), Poemas militantes (2000) e INRI (2003). En México, Editorial Matadero publicó en 2018 una antología de su obra poética titulada Mi mejilla es el cielo estrellado. En un diálogo vía Zoom, Zurita reflexiona en torno al dolor y la esperanza que habitan en su poesía, la influencia de la Divina Comedia, el paisaje chileno y los muertos y desaparecidos durante la dictadura militar de Augusto Pinochet.

El río de la poesía chilena

Cuando se es joven, uno tiende a creer en la soledad de lo que está haciendo, pero pronto te das cuenta de que no, de que realmente lo que uno hace es un río mucho más largo y mucho más ancho que el lugar donde a uno le toca en ese río. Yo me siento bien en el río de la poesía chilena, no porque sea mejor o peor que otras, simplemente somos una corriente de esa lengua impuesta que es el castellano. Por otra parte, no creo que haya poesías nacionales como no hay poesía ajena a un pueblo ni ajena a un territorio.

Paisajes como espejos

Creo que la gran poesía chilena, con Gonzalo Rojas, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Gonzalo Millán, es una gran poesía de paisaje. Yo no he hecho sino recoger algo que ya estaba allí, muy profundamente, desde la poesía. Ahora, ¿dónde comienzas tú y dónde comienza la montaña que estás mirando,

exactamente en qué punto? Pienso que los paisajes que estuvieron en blanco uno los va llenando con la pasión de vida. Los paisajes son espejos donde se ven las pasiones humanas, los fracasos humanos. No hay nada más increíble que los desiertos, en el desierto están todos los colores del rostro humano; todos los colores humanamente imaginables están representados en el desierto; por otro lado, uno ve las rompientes azotándose contra las rocas, es una imagen también de las pasiones humanas: se rompen, se hacen trizas, se hacen pedazos. En lo que a mí me ha tocado hacer, mis paisajes no son estáticos, sino que se mueven permanentemente: el azul del Pacífico cae sobre las cordilleras, las cordilleras marchan; los paisajes no son un canto, más bien son la relación de los paisajes con la intimidad y el alma humana, con su truculencia, con su sequedad, con su aridez, con sus actos, a veces, de heroísmo. Todo eso está en el paisaje, al menos en el paisaje que yo veo. Al principio no sabía por qué se metieron los paisajes en lo que yo hacía; después lo entendí un poco más. En nuestros países en general —en Chile, también en México—, tantos y tantos desaparecidos no han encontrado más compasión que la de los paisajes que han recogido sus cuerpos. (Durante la dictadura militar en Chile) los cuerpos los arrojaron al mar. El mar, o el desierto o los cráteres de los volcanes, los recogieron y los desaparecidos transforman el paisaje chileno en un gran memorial, en un gran cementerio. Tú ves ahora todas estas inmigraciones del Mediterráneo, toda la gente que migra, los refugiados que quieren salir de Siria o de Irak y van llegando al Mediterráneo y se ahogan. Entonces, estamos transformando la tierra entera, todos los paisajes, en un memorial de todos los que han muerto violentamente: ahogados, descuartizados, torturados por el narco, por los ejércitos.

Arte y herida

Pienso que sin herida no hay arte, no hay creación; la herida es un tajo que permite que la poesía salga. Pero es tonto buscar el sufrimiento para crear arte. Uno ve cómo alguna gente se entrampa creyendo que tal vez si sufre eso va a ser un motor para

su creación. No es así, uno no planifica ni el dolor ni la esperanza, son cosas que nos suceden. Y cuando uno ha traspasado cierta situación política y social (como la dictadura de Augusto Pinochet), puedes sentirte ajeno a ella o profundamente comprometido. Yo me sentí las dos cosas: me sentí ajeno y comprometido al mismo tiempo. Ajeno porque en circunstancias oscuras, la sobrevivencia es un asunto muy feroz, muy tremendo. En una dictadura siempre se habla del terror, del miedo, nunca se habla de la pobreza. Esos años (en Chile) fueron de una miseria, de una pobreza terrible. No quería escribir poesía, no me interesaba escribir poesía, lo único que yo quería era conseguir un trabajo de algo, porque tenía hijos. Pero como no lo encontraba, volvía a escribir y volvía a escribir y volvía a escribir, aunque no era lo que yo quería hacer. Había estudiado ingeniería en la Universidad Santa María. Ahí estaba ese 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado en Chile, cuando me llevaron preso. Salí (de la cárcel) bastante mal y necesitaba trabajar como fuera. Hice muchas cosas para sobrevivir, sin embargo, la poesía se me impuso a la fuerza. Ese mismo dolor, esa misma carencia, por otra parte, te hace sentir que solo nunca vas a encontrar la salida. La única forma de cruzar esa noche, esa oscuridad, era abrazado con los demás, y bien abrazado. Lo comprendí y entonces me sentí partícipe de algo que tiene que ver con ese día que se manifestaba a través de libros, de poemas que nunca planee. Escribí, escribí y escribí con una idea, eso tenía que sacarlo como un vislumbro, un vislumbro y un sueño, y la felicidad, que posiblemente nunca sea una felicidad completa, por lo menos alcanzas a verla, aunque es tremendo porque siempre está lejos. Pero así fueron saliendo las cosas, fue saliendo primero el libro Purgatorio y luego Anteparaíso. Nunca me puse límites respecto a los medios (económicos), yo no tenía un cinco, no tenía ni para la guagua y, sin embargo, lo hice: escribí un poema en el cielo. Así fueron armándose mis libros; andaba totalmente desesperado, era un asunto inconsciente, un trabajo con la voluntad y con el querer ir hacia una parte que se me aparecía muy borrosa, pero que presentía y persistí en ella.

El autor de Purgatorio, Canto a su amor desaparecido y Poemas militantes.


en participará en la FIL utobiografía literaria

al recuerdo”

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DE PORTADA

28 DE NOVIEMBRE 2020

La Divina Comedia

Mi madre y mi abuela eran inmigrantes italianas. Mi abuela tenía una enorme nostalgia por su país al que no volvió nunca. Siempre vi que la forma de satisfacer su nostalgia era hablando todo el día de Italia, en el que aparecía a cada rato Dante Alighieri con la Divina Comedia. Cuando éramos niños, nos contaba cuentos con personajes de la Divina Comedia. Cuando empecé a escribir tenía ese libro encima, pero no como una cosa intelectual, sino que me daba la imagen de mi abuela. Por eso fui a Italia cuando ella se murió, para cumplir, por así decirlo, con la deuda de su nostalgia, y por eso tengo siempre presente la Divina Comedia. A eso le puedo agregar ahora otras cosas, son conclusiones tardías: la estructura de la Divina Comedia me parece perfecta, está marcada en el inconsciente: Infierno, Purgatorio y Paraíso, son tres cosas que están insertas en la mente, y por eso a mí me cuesta pensar si no es de tres. Mi libro Zurita, que se publicó en México con mi amigo Gerardo González, está dividido en tres partes. La vida nueva también está divido en tres partes (“Los ríos arrojados”, “Los ríos cruzan el mar” y “Los ríos vuelven al cielo”); es un libro con una herencia dantesca. La Divina Comedia me fascina porque es el colmo de la soledad, es lo más grande que se ha escrito sobre la soledad humana, es un monólogo impresionante, y te das cuenta que toda obra es un monólogo. Una obra puede tener miles de personajes, como Guerra y paz de Tolstói, como Cien años de soledad de Gabriel García Márquez o 2666 de Bolaño; sin embargo, finalmente, toda obra es siempre un monólogo.

alguien que sufrió, es el recuerdo vivo de esa persona y se lo transmitirá a otro. Cuando se mata a un ser humano no se lo mata una vez, se lo mata infinitas veces, se lo mata en cada instante en que no está; se lo mata no en un lugar, sino en todas partes donde él ya no va a estar. Lo principal para el sistema económico (neoliberal) es invisibilizar la muerte; entonces, visibilizar a la muerte es una tarea de sobrevivencia, vida o muerte para el capitalismo. Y pienso que nuestra tarea como creadores es precisamente hacerla presente, no por sadismo, sino porque simple y llanamente cada muerte es atroz y porque somos seres humanos. ¿Qué es ser seres humanos? Ser parte de una humanidad, y esto nos hace responsables, no solo por los crímenes que cometiste tú (que probablemente no has cometido ninguno), sino por los crímenes que han cometido otros, no solo en tu presente sino también de tu pasado. Toda la humanidad debe ser remecida por cada persona muerta en manos de otro hombre, por cada muerte violenta. La Ilíada es el gran recordatorio de los muertos de la Guerra de Troya, y la Odisea, el gran monumento a esa sucesión de muerte. Todo lo que leemos es en cierto sentido un recordatorio de los crímenes que se han cometido, y eso da esperanza. Elogio del olvido (David Rieff) es un libro muy bello porque nos pone en una dimensión de este problema: hay veces que quieres olvidar y no puedes olvidar. Tu alivio sería olvidar, pero no puedes. Entonces, estamos condenados al recuerdo y estamos condenados a la memoria y estamos condenados al presente y a los recuerdos para que un día tengamos el sagrado derecho al olvido.

Prefiero los escenarios donde se despliegan múltiples personalidades

Lo que la escritura dicta

Cuando empecé Purgatorio apareció una voz femenina. Lo siento como la búsqueda de una identidad desesperada. Ahora, me he dado cuenta de que no soy hombre ni mujer, lo digo bien en serio, yo soy lo que mi escritura dicta que sea, ahí está lo que soy, por así decirlo, en su sentido más completo. Esto tiene que ver con la vida: no hay nada más parecido a una vida que el relato de esa vida, y no hay nada más distinto a una vida que el relato de esa vida. A mí no me gusta la poesía que asume caretas, máscaras. Yo prefiero los escenarios donde se despliegan múltiples personalidades que confluyen. Tampoco las cosas de Pessoa, que era un genio; tenía múltiples heterónimos. Dentro de tu misma voz van emergiendo voces femeninas, masculinas, creo que esa es la forma en que nos relacionamos con el mundo. Uno se sitúa en el mundo de acuerdo con lo que le va pasando, lo que le va sucediendo; en mi caso, lo que va sucediendo en la escritura, lo que va apareciendo.

El olvido

El olvido tiene tantas formas; a veces uno quisiera olvidarse realmente, pero nadie se olvida. Un pariente de

Compromiso y creación

En teoría, la sociedad delega en los escritores, artistas, creadores, toda su libertad. Cada creador tiene la más extrema libertad de tomar una cosa como él sienta que tiene que tomarla. Ahora, a mí lo que me importa es una poesía que esté situada en el mundo, que sea capaz de pararse dentro de las rompientes del Pacífico, si es necesario. Entiendo que haya otras construcciones y que haya otra manera de verlo. La tarea del poeta es el compromiso, pero puedo entender que para otro no sea eso.

La muerte silenciosa

La pandemia es un asunto increíble y la muerte silenciosa va invadiendo por todos lados; son muertes sin despedida, sin un ritual, sin un adiós, y eso nos va a cambiar radicalmente la idea que tenemos de la muerte. Cómo nos imaginamos nuestra muerte, eso es lo importante: ahora sí nos vamos a morir solos. He estado escribiendo algo que venía de antes, me he demorado muchísimo, son más de 150 páginas, estoy terminando ahora. Por fortuna, estoy bien, con mi mujer Paulina, pero no deja uno de sentirse impotente por lo mal que están los que están mal, porque los que están mal están demasiado mal.

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PENSAMIENTO

28 DE NOVIEMBRE 2020

ENSAYO

Revitalizar a Iván Illich En sus libros reconocemos la crítica a la modernidad y una noción totalizadora del prójimo

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ván Illich es conocido por su crítica a la escuela, al automóvil, a la técnica médica y a otras “instituciones modernas”. Su crítica, intensa y radical, confronta y asusta a los más tradicionalistas. Varios le han leído mal y, por lo tanto, le han entendido poco. Es incómodo e irritante, fascinante y odioso. Sus ideas, siempre provocadoras, impiden al lector obstinado —aquel con muchas respuestas y pocas preguntas— reconocer la imperante sensatez de sus argumentos. Illich escribió sus obras más conocidas entre 1971 y 1976: La sociedad desescolarizada, La convivencialidad, Energía y equidad, Alternativas y Némesis médica. Su actividad intelectual no se detiene ahí. En los años ochenta publicó El género vernáculo, Ecofilosofías, El H2O y las aguas del olvido. En 1993 apareció En el viñedo del texto, un espléndido ensayo sobre la etología de la lectura a partir de un comentario a Hugo de san Víctor. Illich murió en 2002. En 2005 se publicó The Rivers North of the Future. The Testament of Ivan Illich, una serie de conversaciones con David Cayley, con un prólogo del filósofo canadiense Charles Taylor. Se retoma en este libro la crítica históricofilosófica illicheana a la modernidad. Sin embargo, Illich lo hace bajo una premisa teológica resumida por el propio Taylor: “la Modernidad no es ni el cumplimiento ni la antítesis del cristianismo, sino su perversión”. El análisis de la modernidad exige, en pocas palabras, la comprensión del cristianismo y su destino. En la reciente traducción al castellano de Los ríos al norte del futuro, publicada por una joven editorial independiente (Alios Ventos), Jean Robert, un gran illicheano recién fallecido en octubre, retoma y discute en el prólogo una tesis planteada por Giorgio Agamben en otro prólogo a otro volumen publicado en 2018, The Powerless of the Church, en donde se reúnen escritos tempranos de Iván Illich. La tesis plantea la posible continuidad entre el pensamiento teológico de monseñor Illich y el pensamiento crítico de Iván Illich. Muchos lectores desconocen el pasado de Iván Illich como un teólogo prominente, admirado por Pablo VI. Tal parece que en sus obras de la década de 1970, una vez que Illich había renunciado al sacerdocio, no se percibe influencia alguna de sus ideas teológicas. Agamben sostiene, no obstante, que existe continuidad

LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT FOTOGRAFÍA AGENDA ROJA VALENCIA

El filósofo vienés (19262002), autor de Juicio a la escuela.

entre las ideas teológicas concebidas al interior de la iglesia y las ideas críticas formuladas fuera de la iglesia (o cuando menos en los márgenes: hasta su muerte la iglesia reconoció el rango de Iván Illich como monseñor). ¿Existe o no un continuum entre esos dos momentos? Agamben sostiene que sí. Jean Robert nos dice que en cierta forma sí y en cierta forma no. En el Post Scriptum de la edición en castellano, Gustavo Esteva apunta que una discusión de este tipo conduciría a un debate altamente técnico “poco pertinente” dadas las circunstancias por las que atraviesa el mundo. Algo de razón podría tener: ¿cómo revitalizar, reinsertar, recolocar, sin anacronismos, el pensamiento de Iván Illich? ¿Cómo revivir sus “alternativas” en estos momentos en donde al parecer el desencanto ante el progreso y la civilización se agudiza cada vez más? ¿Cómo reavivar la imagen del otro —los otros— como mi prójimo en un entorno egoísta y violento, tendiente a tecnologizarlo absolutamente todo, en donde los demás —migrantes, pobres, infectados de covid-19— son vistos como una amenaza?

Muchos lectores desconocen el pasado de Iván Illich como un teólogo prominente

Los ríos al norte del futuro revisita varias de las reflexiones críticas bien conocidas de Iván Illich. Su espíritu hondamente cristiano es evidente. Se trata de un cristianismo desde el cual se reconoce como una verdad esencial que todo ser humano es nuestro prójimo. Pero el amor al prójimo —amor que es un don— “se corrompe al definirse como algo susceptible de ser institucionalizado, como algo que las instituciones caritativas pueden hacer mucho mejor que un montón de individuos cristianos”. Es esa “ley subjetiva”, el núcleo de las enseñanzas de Cristo, la que se ha corrompido. Se ha desdibujado al interior del propio cristianismo, se ha transformado en mero moralismo o heroicidad narcisista, se ha vuelto incluso una consigna política. El amor al prójimo es ahora un precepto banal. Triunfó esa horrenda tendencia a legislar, normar, administrar el amor. La parábola del samaritano se pervirtió. El “buen samaritano” se malentiende, alega Illich, como el auxilio al “amigo en la necesidad”. Ese no es su sentido correcto. La mejor forma de entender la esencia de esa parábola es imaginando a un palestino sirviendo a un judío herido. El amor a los otros excede nuestras preferencias étnicas, políticas, sociales, religiosas, sexuales, etcétera. Todos son el

prójimo. Jesús destruye la “decencia ordinaria”: también hay que auxiliar al “enemigo”. Imposible hacer a un lado el trasfondo teológico de los planteamientos de Iván Illich: nuestro mundo, sostiene, solo puede entenderse cabalmente como una perversión del Nuevo Testamento, no vivimos en un mundo poscristiano sino en un mundo apocalíptico. El exceso de institucionalidad, el control sistémico, los abusos tecnológicos, representan un desafío para el futuro de la humanidad. ¿No es cierto que el papel de las instituciones educativas tendrá que replantearse? La tecnología se ha vuelto un artículo de primera necesidad. Sostiene Illich que lo propio de una herramienta es que es algo separado de nosotros mismos: podemos usarla o no usarla, tomarla o dejarla. ¿Son realmente herramientas nuestros teléfonos y computadoras? ¿Qué nos ha revelado esta pandemia sobre los servicios de salud? ¿Está desahuciado el Estado? ¿Habrá que transformar el modelo económico? No se trata de dar la razón a Iván Illich, sino de plantear alternativas para enfrentar nuestras tremendas circunstancias. Tal vez sea posible revertir la era apocalíptica. Buscar alternativas genera “ansiedades que amenazan la paz del sueño”.

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EN LIBRERÍAS

28 DE NOVIEMBRE 2020

NARRATIVA, ENSAYO La Casa Holandesa

El inocente

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POESÍA EN SEGUNDOS Las hojas. Sobre poesía

Joe Biden y Louise Glück VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

E Ann Patchett Alianza de Novelas México, 2020 389 páginas

Marco Franzoso Seix Barral México, 2020 197 páginas

David Huerta Cataria México, 2020 264 páginas

Una familia acaudalada que sufre los reveses de la fortuna es el eje sobre el cual gira esta novela de gran aliento. También lo es la casa que habita a las afueras de Filadelfia, un espejo de la bonanza económica y más tarde símbolo de los buenos tiempos que se fueron. Antes que nostalgia, los personajes sienten una irremediable sensación de pérdida que se acentúa con la muerte del patriarca. Patchett ha conseguido lo inaudito: traducir el paso del tiempo.

El protagonista de esta novela, un huérfano cuyo padre le enseñó el valor de “medir, cavar y luego olvidar”, se muestra condenado a dejar atrás los lamentos, sobre todo después de que debe responder ante la policía y encima someterse a tratamiento psicológico después de padecer las caricias de un sacerdote. Franzoso procede con refinada delicadeza para dar cuenta de la vida interior de un niño para el cual los recuerdos se presentan siempre como una amenaza.

Este libro de ensayos de uno de nuestros poetas más renovadores de los tiempos recientes puede verse como una “clase maestra”, como señalan los editores, en la que habla de las primeras traducciones españolas de la Comedia de Dante, de la oposición que hubo en contra de la dificultad de los poetas barrocos (cuando todavía no se aplicaba el adjetivo) o curiosidades como las lunas de Saint-John Perse. Poetas como Mallarmé, Borges o Lezama Lima también se hacen presentes.

El tiempo regalado

El ocaso de la aristocracia rusa

Historia visual de la Segunda Guerra Mundial

Andrea Köhler Libros del Asteroide España, 2020 160 páginas

Douglas Smith Paidós México, 2020 511 páginas

Jean Lopez (director) Crítica México, 2020 192 páginas

Un ensayo sobre la espera es el subtítulo de este volumen por el cual discurren los tiempos ambiguos de la ausencia y la presencia. Aunque parezcan poco asequibles, los momentos y espacios de lentitud en nuestros días forman parte de la cotidianidad. Ahí están el embarazo, la pubertad, las vacaciones en la playa, los parques, los monumentos; y, como signos del pasado, la espera por la llegada del Mesías y por un mundo que ha de vencer al sufrimiento y a la desigualdad social.

La revolución bolchevique trajo no solo la promesa del triunfo del proletariado sino la caída de una clase privilegiada que ostentaba un poder al margen de los derechos políticos más elementales. El historiador estadunidense retrata esa caída a través de los infortunados destinos de dos familias rusas: los Sheremétev y los Golitsin, víctimas del terror impuesto por la policía secreta y modelos de la represión que Lenin y Stalin impondrían contra los disidentes.

Con la colaboración de los especialistas Nicolas Aubin y Vincent Bernard y particularmente la del diseñador Nicolas Guillerat, este nuevo libro sobre el conflicto bélico medular del siglo XX busca alejarse de las visiones convencionales. Como escribe Lopez, se han lanzado “a la aventura como si fuéramos geólogos que descienden a una mina inagotable de datos” de la que extraerán muestras “diminutas pero pertinentes”. Se privilegian detalles poco atendidos.

s casi seguro que uno de los criterios esenciales para otorgarle el Premio Nobel de Literatura a la poeta Louise Glück haya sido la lucha política por la presidencia de Estados Unidos que todavía libran Joe Biden y Donald Trump y que el próximo 8 de diciembre los delegados electorales consumarán de manera legal en favor del primero, si el populista y antidemocrático presidente republicano no inventa una nueva treta. Así, la otrora prestigiosa institución del Nobel, en un gesto de recuperación de su rigor estético —también político—, volvió a poner los ojos en la literatura norteamericana, con más fortuna y pertinencia que en 2016, cuando premió a Bob Dylan. En una primera consideración podríamos pensar que, dejando de lado el peso de la “oportunidad”, hay otros poetas mucho más interesantes y vitales y con todos los reconocimientos necesarios para recibir la distinción de la Academia Sueca. Por ejemplo, Carol Ann Duffy (poeta laureada del Reino Unido en 2009), que además de ser una escritora original y sofisticada, goza de un vasto público lector no literario por sus poemas feministas no obvios ni dogmáticos. También podríamos pensar en Ida Vitale o en el poeta francés Jacques Darras o en el chileno Raúl Zurita. La poesía de Glück (gracias a Pre-Textos tenemos en español una buena parte de su obra), no obstante, en una segunda consideración, nos sorprende por la honda intimidad que caracteriza a varios de sus mejores poemas. Desde luego sobresale “Para mi madre” que tradujo, ni más ni menos, la gran traductora y poeta Ulalume González de León. En este texto, la norteamericana crea algo muy difícil de lograr: un recuerdo prenatal en la caverna de ecos y sombras del seno materno donde no solo resuena la voz de la madre sino también la del padre. En unas líneas suaves, pero grávidas, de esa pieza escuchamos: “Luego llegó la primavera/ y despojó a mi ser/ del absoluto/ saber de quien aún no ha nacido”. En otro poema, “Primer recuerdo”, nos hace pensar en la significación efectiva que abre el dolor, ya que este nos puede revelar el acto fatal y válido de amar sin ser amados. En la poesía de Glück, que parece tenue y quebradiza, surge un texto confesional que por su pureza se transforma en una conciencia del enorme espacio pequeño de la intimidad con su teatro de pérdidas dolorosas y hechos insoslayables. Así, pues, al percatarnos de esta interioridad y conocimiento que necesariamente entraña la dignidad del dolor y al observar las actuales circunstancias de Estados Unidos, comprendemos por qué era importante darle, en términos humanos y estéticos, el Nobel a Glück. En un país donde ha gobernado un presidente insensible, mendaz, que vive del pleito permanente, que nunca se equivoca, en una palabra, el fantasma del déspota o del caudillo orgulloso de sí mismo, destacar la poesía de Glück era apoyar una visión humanista y defender el sentimiento de la verdad sin el cual no hay paz verdadera ni poesía.

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LABERINTO

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S. EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO ARTE Y DISEÑO: SALVADOR VÁZQUEZ

28 DE NOVIEMBRE 2020

http:// www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter:@SCLaberinto/Instagram: milenio_laberinto

HUSOS Y COSTUMBRES

Leer ANA GARCÍA BERGUA

L

ciedad donde la cultura es prestigiosa, que tan bien refleja un director francés como Chabrol y quizá en la novela inglesa se circunscribe a un tema de corte religioso. La cultura de aquella familia de fabricantes de sardinas de apellido Lelievre (las hermanas Papin, en las que se inspiran libro y película mataron y colgaron como liebres a sus patronas en 1933) irrita más a las dos jóvenes outsiders y, sí, perturbadas: el padre escucha música clásica, tienen una gran biblioteca, la hija es marxista-caviar y al descubrir el secreto de Sophie le resta importancia y le ofrece enseñarle a leer, cosa que la irrita más y la impulsa a amenazarla. La cultura como agresión de clase en lugar de anhelo humanizador: cuántas resonancias le provoca esta imagen en nuestros días, cuando pareciera que la llamada alta cultura irrita: se critica el Premio Princesa de Asturias a la FIL, se acaba con las editoriales pequeñas, la política

a novela en que se basa la película que vio —La ceremonia de Claude Chabrol— tiene un comienzo fantástico: “Eunice Parchman mató a la familia Coverdale porque no sabía leer ni escribir”. Se trata de Un juicio de piedra, de la autora policiaca inglesa Ruth Rendell, y no la ha podido conseguir en español. La trama es dura y sobrecogedora: una criada —en la película se llama Sophie Bonhomme— entra a trabajar a una mansión muy grande, hermosa, a las afueras de un pueblo, y con toda clase de argucias disimula que es analfabeta. Hay en esa carencia una vergüenza y a la vez un misterio de rencor, pues nunca busca solventarla. Une este resentimiento al de su amiga Jeanne, que trabaja en el correo, y esta la manipula hacia el desenlace. El espectador siente su júbilo por destruir y el horror, todo junto: la pared que representa aquel analfabetismo en una so-

editorial del Estado tiene un tufo a venganza, todo en nombre de algo en apariencia superior. Sin ser, claro, analfabetas o un poco psicópatas como Sophie y Jeanne. Su amiga querida V. le cuenta sobre el dios Odín que para leer las runas se colgó nueve noches de un árbol y le dio su ojo izquierdo al gigante Mimir a cambio de sus secretos. Como Prometeo el fuego, se sacrificó por darle el saber a los hombres. Y la lectura. A ella le cuesta entender: solo piensa que, si el destino le hubiera deparado ser la criada en una casa con gran biblioteca, haría muy mal su trabajo. Limpiaría muy a la rápida, usaría una olla exprés, escondería el polvo bajo la alfombra tan solo para terminar lo antes posible y encerrarse a leer los libros que habría robado con toda la astucia posible. Sophie, a quien ese mundo excluye y agrede, es meticulosa y perfecta, limpia y cocina de maravilla.

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CAFÉ MADRID

Mito y enigma de un dandy

D

urante toda su vida aprendió a cobijarse en las diferentes capas de un personaje inventado para enfrentarse al mundo. Melena, gafas de pasta, abrigo y bufanda, voz engolada y la fuerza de un estilo propio forjado en la Olivetti fueron algunas de sus armas. Su nombre era Francisco Alejandro Pérez Martínez, demasiado común y corriente para un personaje como él y por eso se hacía llamar Paco Umbral. Gracias a sus columnas, primero en la prensa provinciana y luego en El País y El Mundo, Francisco Umbral (1932-2007) fue uno de los escritores más populares de España. Bueno, por sus columnas y por sus numerosos libros y por sus excéntricas apariciones televisivas y por su barroco y desenfadado estilo literario (y de vida) y por asistir y dar cuenta de todos los saraos de alta alcurnia y populacheros y por sus premios y por opinar de todo y contra todos, incluido él mismo. Por eso, cuando en 2017 se cumplió una década de su muerte, Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, un par de cineastas que ya habían hecho un documental sobre el poeta granadino Luis García Montero, echaron de menos algún acto conmemorativo por parte de las autoridades culturales o algún reportaje especial en los medios de información. Quién sabe por qué, Umbral, el acaparador de los mass media, el escritor-espectáculo, pero con una obra literaria bien cimentada, había sido relegado a un discreto olvido. Así que ambos se propusieron reivindicar su figura como genio literario y descifrar los enigmas ensombrecidos por el personaje creado por él.

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA TELEVISIÓN ESPAÑOLA

Casi tres años después, su documental, Anatomía de un dandy (título, por cierto, tomado del libro que Umbral escribió sobre uno de sus ídolos, Mariano José de Larra), ha llegado estos días pandémicos a varios cines de España. Y uno ha de ir a verlo porque hay que volver a los cines para ir retomando la antigua normalidad (con tapabocas y manteniendo distancia entre butacas, eso sí) y porque si la peli trata sobre

Muchos de los sitios que frecuentaba Umbral han cerrado o subsisten a duras penas

Umbral, sentarse frente a la pantalla grande es todo un acto de justicia. Es una hora y media de metraje emocionante y amargo al mismo tiempo que, por fortuna, huye de la hagiografía servil. La clave está en que cuenta con diferentes voces que formaron parte de la vida del protagonista (desde su viuda, María España, pasando por Perdo J. Ramírez, Rosa Montero o Raúl del Pozo, hasta Manuel Vicent) y con el acceso total al archivo del escritor del que han sacado fotos inéditas, cintas de casete, manuscritos, cartas… Igual que los arqueólogos llevan a cabo una labor fundamental para conocer los atisbos de un pasado desconocido, en este filme los cineastas han rescatado el legado oculto de un personaje único.

Una escena del documental Anatomía de un dandy, que retrata al escritor Francisco Umbral.

Pero la cinta también es un ajuste de cuentas con una España que en 2020 ya ha olvidado de dónde venía. Tan solo el Madrid de hoy es muy distinto al Madrid de Umbral. La mayoría de los lugares que frecuentaba el escritor o bien han cerrado o subsisten a duras penas. Como bastión repleto de nostalgia queda en pie el mítico Café Gijón, meca de escritores y artistas de su época y “parque temático de la España inmortal”, en palabras del periodista Raúl del Pozo. De hecho, el Gijón es hoy un lugar tranquilo que resiste las embestidas de los nuevos lugares de moda de la capital y de los desafíos del siglo XXI. Todo lo demás solo queda en el recuerdo. Decía Umbral que él únicamente sabía escribir memorias. No obstante, detrás de ese personaje que se confeccionó como le dio la gana se encontraba una vida llena de incógnitas que quedaron sin responder tras su muerte. Los más de 10 mil artículos y casi 200 libros escritos, que siempre tomaron como referencia sus propias experiencias personales, no hicieron otra cosa que fomentar el mito y el enigma del dandy. Esta radiografía audiovisual, sin embargo, nos revela que fue una persona herida desde su más tierna infancia. La primera de esas heridas fue ser hijo de madre soltera en una sociedad muy diferente de la de hoy. La segunda herida fue la muerte de su madre, cuando él era un veinteañero. Y la tercera, la experiencia más ruda que tuvo, fue la muerte de su único hijo, algo que le marcó toda su existencia, le agrió el carácter y cambió su actitud ante la vida por completo. Mientras el documental llega a México, ustedes pónganse a leer algún libro de Umbral. Mortal y rosa, por ejemplo.

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