Laberinto No. 594 (1/11/14)

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Laberinto

Armando González Torres Perderse en el viaje: Basho página 3 Beatriz Espejo Recuerdos de Emmanuel Carballo página 9 Hugo Roca Joglar De nanas, anacondas y el Metro página 10 Heriberto Yépez La teoría y Ayotzinapa página 12

N.o 594

sábado 1 de noviembre de 2014

50 años de La tumba de José Agustín

Carlos Velázquez Página 5

ALTER SILVESTER IN UMÄSCH, 1944/ HANS PETER KLAUSER

y una mirada de Bernardo Esquinca Arturo Vallejo Úrsula Fuentesberain Luisa Iglesias Arvide Ruy Feben Páginas 6 a 8

MILENIO


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MILENIO

antesala DE CULTO

Gabriel Bernal Granados b gabrielbernalg@gmail.com THE TIBOR DE NAGY GALLERY, NUEVA YORK

Tres escenas chilangas

dtoscana@gmail.com

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rimera escena: fui a renovar mi credencial de elector en una lamentable sucursal del IFE en Tlalpan. Las filas salían hasta la calle. El edificio estaba sucio, deteriorado, no respondía a un diseño necesario para hacer cómoda la espera. Ahí sostuve esta conversación con uno de los empleados: —¿Por qué no avanza la fila? — Es que solo tenemos una persona para buscar y entregar las credenciales. —¿Y por qué no ponen otra? — Ahí hay un buzón para que se lo pregunte al IFE. Segunda escena: ya con mi credencial fui a Coyoacán. Estoy comiendo un tamal oaxaqueño en la plaza. Se acerca un joven con una caja de cartón. — Soy estudiante de Ingeniería Química y hago estos jabones para ayudarme con los estudios. Veo los jabones de distintas formas y colores. No compro ninguno. Pero ahí en la banca de la plaza me puse a pensar. Si el empleado del IFE no me hubiese enviado al buzón, y en vez me hubiese dado otra explicación; si hubiese notado desde hace mucho tiempo que el sistema de trabajo es ineficiente; si en vez de excusa hubiese buscado una solución, entonces ese hombre un día sería el jefe de la oficina, otro día sería el jefe de sección, llegaría a ser director de servicios al público del IFE y quizás algo más. Pero no. Dentro de diez años, cuando renueve mi credencial, me lo encontraré en el mismo escritorio dando las mismas excusas en una oficina todavía más deteriorada. También pensé que si el estudiante de Química me hubiese hablado de las bondades de sus productos, de por qué son mucho mejores que una pastilla suave cual crema limpiadora en forma de jabón,

Plasticidad de la escritura

E

TOSCANADAS

David Toscana

Joe Brainard

si me hubiese hablado de su composición e incluso me hubiese contado una mentira como “las mujeres se sienten irresistiblemente atraídas por el aroma”, entonces le habría comprado al menos uno. Concluí lo que ya se sabe: una gran mayoría de mexicanos no tiene ganas de comerse el mundo. Recordé aquel cuento de Chéjov que se titula “Poquita cosa”. Mentira que el país esté para niños Gates. Claro que alguien puede acumular una fortuna mayúscula, pero no a través de la innovación, sino mediante otras mañas; o sea, criamos niños Slim Fast. Tercera escena: me pasé a la librería Educal. Un guardia me dice que deje mi mochila y señala una ventana. —¿No me da la presunción de inocencia? — Yo no sé si vienes a robar libros. — Venía a comprarlos, pero mejor me voy a Gandhi. El guardia, entonces, sale sobrando, pues no vigila sino que controla. En Gandhi sí me dejan entrar con mochila y yo, agradecido, compro un montón de libros. Los defeños entregan en diversos negocios sus mochilas, bolsas y credenciales sin chistar; se extrañan de que yo me indigne y prefiera salir. Ya se acostumbraron a que los traten como ladrones. Tal como los viajeros nos acostumbramos a que nos traten como terroristas. Pero mis escenas chilangas son pequeñeces delante de la escena nacional. Hoy lo relevante es que no hay Estado, no funciona el sistema de justicia, hablamos de 43 muertos aunque quizá sean 150 mil, los políticos ven la tempestad y siguen robando, los partidos quieren su hueso, se promueven reformas para que haya más rapiña y encima se vislumbra una buena crisis económica, de esas que sabe cocinar el PRI. Dios nos coja confesados. L

n 1970, a los veintiocho años, el artista norteamericano Joe Brainard publicó su primer libro, Me acuerdo, que dejaría una huella más profunda que el conjunto de su obra plástica. El libro —a primera vista, una serie de parágrafos eslabonados entre sí por el uso reiterado de la frase “Me acuerdo…”— es una invocación proustiana de la infancia, la adolescencia y la juventud del propio Brainard, primero en Tulsa, Oklahoma, y después en Nueva York. Una invocación proustiana pero sin Proust: una línea basta para retrotraerlo todo al ámbito sensorial de la memoria, como si Brainard hubiera descubierto, sin quererlo y sin hacer por ello grandes aspavientos, un mecanismo que operara en un sentido opuesto al del movimiento expansivo de la recuperación del tiempo que acontece en Proust; como un aguijón que fuera en sí mismo suficiente para revivir y decantar la significación de lo pasado: “Me acuerdo de los gorros tipo Davy Crockett. Y de Davy Crockett por aquí, Davy Crockett por allá. “Me acuerdo de ‘Love Me Tender’ ”. Como ir metiendo recuerdos en una caja. O como irlos sacando. Al azar. No obstante, para sentir empatía con el libro de Brainard hay que seguir la secuencia que el autor propone. Su libro no puede leerse como a uno le dé la gana, de atrás para adelante o desde la parte de en medio. Hay que leerlo de principio a fin, para que a uno lo vaya invadiendo la nostalgia. Es verdad que el libro de Brainard es la autobiografía de una época, centrada en las décadas de 1940 y 1950 en Estados Unidos; pero también es verdad que el suyo es un proyecto —una secuencia, un experimento, una realización en el sentido cabal del término— que no se parece a nada. Lo suyo no es una novela, ni un poema, ni un ensayo, y sin embargo es todo lo anterior: “Me acuerdo de las peleas de almohadas. “Me acuerdo de quedarme sorprendido por lo amarillo y rojo que puede llegar a ser el otoño”. Pero a lo que más asemeja el libro de Brainard es a un poema leído en voz alta, del que no están excluidos

EX LIBRIS

la hilaridad o la ironía, el desenfado o la indiscreción absoluta (que causaría el sonrojo, frente a la imposibilidad de llevar a cabo algo parecido, en uno de nuestros escritores neoconservadores, neocensores y ultraderechistas): “Me acuerdo de las axilas, donde la carne es más blanda y más blanca. “Me acuerdo de cabezas rubias. De dientes blancos. De cuellos gruesos. Y de algunas sonrisas”. Como uno de los cuadros de Twombly, donde lo que prevalece, lo que queda plasmado en la hoja de papel impreso, es el signo: la idea reducida a su expresión mínima, que contiene sin embargo toda la emoción que en otro artista más articulado hubiera requerido la escritura de una novela entera. O de un ensayo de 700 páginas donde no fueran visibles las escisiones y fueran indispensables las comprobaciones. Como si Octavio Paz hubiera escrito El arco y la lira o Las trampas de la fe por medio de aforismos, prescindiendo de su magnetismo retórico (transiciones bellamente elaboradas para simular la continuidad inexistente del pensamiento). Me acuerdo es un libro posbeckettiano que mucho le hubiera gustado a Beckett, o a John Cage, por haberlo producido no un escritor profesional sino un artista plástico, con un entendimiento plástico del espacio literario. En 1978 Georges Perec publicó Je me souviens, que tomó de Brainard y que le dedicó a él. Entre nosotros, Margo Glantz acaba de publicar un libro (Yo también me acuerdo) cuyo título no es sino una reiteración de la idea genial del artista norteamericano. L Hans Christian Andersen bEKO

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Brisa carcomida

Perderse en el viaje: Basho

En el puerto falta una presencia para aliviar la soledad de un trópico amarillo. Así es la ensoñación urdida por el oleaje matinal POESÍA

ESCOLIOS SUGIYAMA SANPU

Antonio Riestra

R

educida ya la pupila ante la amplitud; ante lo rectángulo que puede ser dicha imagen, dicha virtud, busco respirar aliento —quédate así— desde el incomplejo acto de mirar. Escribo entonces los jeroglíficos que tendrán las sombras, escollera del prurito no [realizado, ola matinal comenzada en lo arenoso e ígneo del trópico amarillo pensado con el nombre. Viene después la brisa carcomida y calcárea azulando aquella figura donde se erigen los puertos. He intuido: no he vivido —acaso una respuesta cualquiera, fiel, sin comisura que la selle, que la clausure—, y bebo mi último gorjeo, esquila arriba de la punta de una paloma de madera. Pido a una lámpara —diciendo— que conteste: ha estado apagada allí, el cuarto alicorado, hacía tiempo. Ahora poco a poco arde: rayadura en piel bosteza como el felino sobre un hombro casi limpio (uno, dos, tres, [cuatro lunares hasta el seno derecho) que he inventado para enlazarte a esta probable realidad.

ESPECIAL

A

ntonio Riestra (Ciudad de México, 1984) ha colaborado en periódicos y revistas de circulación nacional. En dos ocasiones participó como jurado del Premio de Poesía Décima Musa, de la Universidad Nacional Autónoma de México, en sus categorías Bachillerato, Licenciatura y Posgrado. Actualmente, sostiene la columna “Tornavoz” en el suplemento Ágora del Diario de Colima, y es uno de los invitados al Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York 2014.

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

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l vagabundo Basho es acaso la figura más popular y legendaria de la poesía japonesa. Su relación con el paisaje, su elegante ascetismo, su humorística sapiencia, lo hacen cercano y perdurable. Basho (Matsuo Kinsaku) nace cerca de Kioto en 1644, su padre muere cuando el aun es un niño y el poeta comienza una vida en la que alterna el vagabundeo con asentamientos para estudios y trabajos esporádicos en algunas ciudades. En 1689 realiza el viaje que inspiró su diario más famoso sobre el camino a Oku y muere poco después en 1694. El camino a Oku y otros diarios de viaje (versión de Jesús Aguado, DVD ediciones, Barcelona, 2011) ofrece una nueva versión del viaje a Oku y agrega otros diarios de viaje y escritos sueltos del gran poeta. Al iniciar su primer diario, Basho consigna un suceso: encuentra a un niño menor de dos años abandonado por sus padres y condenado a morir de hambre y frío; el poeta se compadece, le da su escasa comida, acepta el destino del infortunado infante y prosigue su camino. “Los que se compadecen de los monos,/ qué dirían de este niño que llora/ azotado por el viento otoñal”. En su camino, Basho visita amigos, entra a templos, admira paisajes, escribe versos para muchachas que se lo piden, regresa a casa de sus padres, encuentra a sus hermanos macilentos y arrugados y saluda “las heladas canas” de su madre. Sigue la peregrinación, escribe poemas graves y ligeros y se

asombra de su propia capacidad y resistencia al caminar. “Una emoción que me hizo llorar, que me ayudó a olvidarme de los trabajos del viaje y, sobre todo, que hizo que me sintiera vivo, uno de los principales efectos que tiene ser un peregrino”. El viaje es revelador en todos los sentidos: Basho sabe abandonar su cuerpo y fundirse con la naturaleza, explorar ese vacío que habla el lenguaje de todas las religiones, pero también es un excelente sociólogo, observador de las costumbres y lo pintoresco, y un autor que a la vez que escribe poesía reflexiona sobre la poesía. “Desde que empecé a dedicarme a la poesía cada verso que he escrito ha surgido en medio de un mar de dudas de distinta naturaleza”. La escritura de Basho, la prosa con la que consigna sus diarios y la poesía con la que los ilustra, es profunda y, al mismo tiempo, jocosa y bromista. “Ni la nostalgia/ ya no me queda nada/ un pastelillo”. Basho se compadece y se burla de sí mismo, es un vagabundo austero que ama la soledad pero sabe apreciar la vida mundana, cultiva la amistad, se deja agasajar por sus numerosos amigos y conocidos y consuela las inclemencias del viaje con abundante vino. El viaje a Oku lo emprende cuando ya rebasa la madurez y la vida itinerante lo ha debilitado. El camino es difícil y prolongado y se alternan las penalidades y dudas con la dicha y la revelación. El poeta y antropólogo que es Basho se convierte cada vez más en un místico que se descubre a sí mismo en el paisaje. “Hermoso nombre/ El viento junto a ti./ Mueve los tréboles”. L

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literatura

Las diferencias cosechan amistades RESEÑA CUARTOSCURO

Adriana Malvido

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a relectura del pensamiento de un poeta que no pretende ser popular sino fiel a sí mismo y el acercamiento a una inteligencia que mira la realidad con una lucidez que extrañamos aunque lata con vitalidad en sus obras, es posible hoy gracias a la reedición de El poeta en su tierra. Conversaciones con Octavio Paz de Braulio Peralta. El libro reúne las entrevistas que Peralta le hizo al escritor entre 1981 y 1996. Revisado por el poeta, se publicó en 1998 y ahora, reeditado por la Comisión Especial para Conmemorar el Centenario del Natalicio de Octavio Paz, de la Cámara de Diputados, ofrece nuevas lecturas a la luz de nuestros días. Asombra la vigencia de las ideas de Paz: “Si se deja que se acumulen las quejas año tras año —ese fue el gran error del Porfiriato—, las soluciones violentas terminarán por desplazar a las civilizadas y pacíficas”, dice. La Revolución mexicana, afirmará tiempo después, “no fue tanto la expresión de una ideología más o menos utópica, como la explosión de una realidad histórica y psíquica reprimida […], fue un sacudimiento popular que mostró a la luz lo que estaba escondido. Por esto mismo fue, tanto o más que una revolución, una revelación”. Sobre los partidos políticos: “En México, el PRI nació para evitar las dictaduras y las asonadas militares. Eso es un hecho. Pero con los años, la hegemonía del PRI creó una clase política que, además, era una clase burocrática, la que tenía un enorme acceso al poder económico: eso es lo que ha sido difícil de corregir. Eso es lo que produjo la corrupción”. A la izquierda, advierte, le urge modernizarse y hacer autocrítica; al PAN, replantear su postura sobre el control de la natalidad sin excluir la despenalización del aborto. El PRI, dice en otro momento, “debe ir a la escuela de la democracia. También deben matricularse en esa escuela los partidos de la oposición”. La sociedad, a su modo de ver, va adelante del gobierno y de los partidos. El asesinato de

Colosio, advierte en uno de los diálogos, ha desenterrado muchos fantasmas. “Hay que evitar el regreso del pasado. Y la única manera es afirmar los valores democráticos y los métodos pacíficos”. A lo largo de las entrevistas que integran el libro penetramos la historia del pensamiento de Paz y su visión del mundo; su ruptura con el comunismo cuando descubre la existencia de campos de concentración en la URSS; su reflexión acerca de lo valioso del marxismo a rescatar, como su temple crítico y, sobre todo, su legado moral; su crítica al liberalismo porque “no responde a más de la mitad de las cuestiones esenciales que los hombres se hacen […]; nada nos dice sobre la igualdad y la fraternidad”. De ahí su propuesta de elaborar un nuevo pensamiento político que se alimente de los clásicos, de la ciencia y de la visión del hombre contenida en la poesía, la literatura, el arte, que son “expresión de la condición humana”. Le dice a Braulio Peralta: “Las descripciones y retratos más veraces y profundos de la sociedad contemporánea y de sus vicios, deformidades e iniquidades han sido obra de grandes escritores y poetas. Un Kafka, un Eliot, un Proust […]. Para conocer al hombre moderno no hay que leer un tratado de economía sino una novela de Faulkner o un poema de Neruda”. Paz habla de los “los hijos de la televisión”. Y dice: “Podría llevar a una división del mundo en dos grupos sociales: los que leen y los que no leen y ven televisión. Esto implicaría una oligarquía de los letrados, que tendrían las llaves del poder. Una esclavitud tecnológica frente a la que la de los mandarines de la antigua China sería un juego de niños”. En una ocasión Braulio Peralta le comenta que para un grupo de intelectuales Octavio Paz es considerado reaccionario. “Reaccionario —le contesta el poeta— es un adjetivo, no una razón”. Lejos de molestarle la osadía del periodista, da pie a toda una reflexión acerca de su

relación con la izquierda. “Las diferencias no son enemistades”, le escribe al reportero en la dedicatoria de Tiempo nublado. Braulio Peralta pregunta directo y sin tapujos acerca de la aceptación de todos al poeta, pero no de todos al político, o sobre la relación de Paz con el gobierno salinista. Insiste en que le revele la historia de su distanciamiento con Neruda o con Cortázar o el porqué de la ausencia de Francisco Toledo en Los privilegios de la vista. “No, el tema de mi discurso no se lo puedo decir”, le advierte el poeta poco antes de recibir el Nobel de Literatura. “Seguro, don Octavio, que son sus ideas vertidas en letra escrita”, insiste el reportero. “Bueno, sí”. Y sobre todo eso, y mucho más, responde Octavio Paz con amplitud. En la intimidad de su casa, en la casilla donde vota en las elecciones de 1988, en España, en Suecia, en cualquier sitio de encuentro con Braulio Peralta, se teje una relación en donde la palabra y el lenguaje ejercen todos sus derechos para conversar cada vez más a fondo. Desde los grandes temas de la cultura y la historia universal, los amores intelectuales de Paz (así le llama a Camus y a Breton), los escritores de su tiempo, el surrealismo, los poetas, los filósofos (como Jorge Portilla, “un hombre encendido por el amor al pensamiento”), los nacionalismos y los fanatismos, la nueva tiranía tecnológica, el medio ambiente, el mercado del arte y la literatura, la sociedad de consumo, el derecho de los campesinos a sus tierras, los viajes, sus desencuentros y reconciliaciones en los afectos, hasta el erotismo y la atracción pasional, son parte de los diálogos. Y, desde luego, la poesía que atraviesa cada instante del libro. Braulio Peralta se sumerge en la obra del poeta, lo escucha, lo observa, lo sigue. De la entrega del Nobel de Literatura a Octavio Paz en 1990 hace la crónica y de la cena de gala en Estocolmo hace un cuento. Recoge las palabras cuando el premiado alza la copa y brinda: “Estrellas, colinas, nubes, pájaros, grillos, hombres: cada uno en su mundo, cada uno un mundo —y no obstante todos esos mundos se corresponden—. Solo si renace entre nosotros el sentimiento de hermandad con la naturaleza podremos defender la vida. No es imposible: fraternidad es una palabra que pertenece por igual a la tradición liberal y socialista, a la científica y a la religiosa”. Luego de quince años, Peralta y Paz ya se conocen, han dialogado muchas horas, han tomado oporto y jugo de manzana, le han dado la vuelta al mundo externo y al inagotable mundo interno del poeta. Por eso, la última entrevista que da título al libro, realizada en los 80 años del escritor, es reflejo del hondo nivel que han alcanzado sus encuentros. Dice Paz: “Las ideologías nacen y mueren. Son más resistentes las ideas y aún más las creencias. Más abajo, más hondo, están los sentimientos y las emociones”. En ese sentido, Braulio Peralta nos lleva también de las ideas a los sentimientos y a las emociones del poeta; vamos a la raíz del descubrimiento de la poesía en la vida de Paz que sucede, cuando niño, en el jardín de su casa: “espacio de revelación”. Rebelde y subversiva, la poesía “nos ilumina, nos revela rostros secretos de nosotros, puede encantarnos. Y sobre todo: puede volver otro al mundo, puede mostrar la otra cara de la realidad”. Y vamos al juego infantil como la representación que nos enseña a vivir y a morir y del que, asegura Paz, nació su amor por la historia que lo llevó a descubrir a los otros. Le dice a Braulio Peralta: “Los otros son parte de mi destino terrestre. Sin ellos no puedo comprenderme ni existir verdaderamente”. La poesía, continúa, “ha sido la gran ausente del pensamiento político moderno ¡Y así nos ha ido!”. Olvidar que el hombre es un ser de pasiones, sentimientos, sueños, deseos, impulsos conscientes e inconscientes, lleva a la deshumanización, advierte. Leo por ahí que de la obra poética de Paz todo se ha dicho ya. Por el contrario, creo que todo está por decirse, en cada joven lector que empiece a deletrearlo. L


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literatura ROGELIO CUÉLLAR

El escritor guerrerense en una imagen de hace treinta años

I Need a Fix Cause I’m Going Down La tumba, novela emblemática de José Agustín, cumple 50 años y comienza a circular en librerías una edición conmemorativa que se presenta hoy 1 de noviembre en la FIL de Oaxaca. Ofrecemos el prólogo a esta nueva edición, a cargo del autor de La Biblia vaquera ENSAYO Carlos Velázquez

L

a tumba es la primera novela estéreo en México. El salto del sonido mono hacia la vanguardia en la literatura nacional. Nuestras letras, como el país, viven un estado de crisis permanente. José Agustín debutó durante una coyuntura. Solo existían dos caminos para la escritura: refritearse el modelo posrevolucionario o sucumbir ante el pseudocosmopolita. Como le ocurrió a un alto porcentaje de sus contemporáneos. Quizá era previsible. Quizá no. Lo que en definitiva nadie pudo predecir fue que la revitalización de la narrativa surgiría de la mente de un veinteañero. Bob Dylan afirmaba que los cambios sociales se producían después de episodios de agitación. Atenta a esa ecuación, La tumba es hija de la revolución juvenil. Con frecuencia se hace escarnio de que los movimientos arriban tarde a nuestro territorio. A diferencia de otras corrientes, la literatura mexicana no recibió la vanguardia diferida. José Agustín nos conectó con la Era de Acuario. Una virtud emblemática de La tumba reside en su carácter iniciático. Es la asociación delictuosa por excelencia para aquellos que fueron adolescentes en los sesentas (con el tiempo el referente se ampliaría hasta nuestros días). Evidenció que el relevo generacional sí significaba una renovación cultural. La tumba inauguró el relato de iniciación. La tradición había demostrado ser una pandilla de masoquistas infelices. La narrativa había dejado de registrar el discurrir del ser nacional. José Agustín dio carpetazo al discurso imperante al renunciar a la explotación de lo idiosincrático como sello de identidad. Aglutinó en un documento el pulso de su época. La tumba inauguró la novela generacional. A partir de su irrupción emergió una nueva promoción de narradores. Autores que sin su publicación no habrían garantizado su ingreso en el panorama de las letras. O no al menos con la contundencia que lo consiguieron. Todo el crédito corresponde a José Agustín, sin embargo no podemos restarle mérito al ingeniero de sonido de esta obra: Juan José Arreola, quien se dejó despertar la sensibilidad por el genio precoz del autor. La novela fue editada cuando el escritor contaba con apenas dos décadas de existencia, pero está fechada tres años antes, en 1961, la redactó a los dieciséis años. La historia está compuesta por personajes que eligieron el viaje como una manera de autoafirmación. José Agustín es un caso ex-

cepcional. Desafió la fórmula. Primero se consagró a La tumba y después emprendió la travesía. En 1961, meses después de escribir la novela, se casó a escondidas y se embarcó a Cuba para participar en una campaña de alfabetización en la isla. La constante dicta que primero se debe viajar y después verter la experiencia en la página, no a la inversa. José Agustín desobedeció la regla. Y luego salió a observar el mundo. De esta experiencia se desprendió Diario de brigadista, publicado cuarenta y seis años después. La tumba está influida por “La infancia de un jefe”. Una lista de lecturas de la época reveló que José Agustín releía El muro de Sartre con asiduidad. A la novela del mexicano podríamos subtitularla “La infancia de un yupi”. Si bien es cierto que el personaje principal es un escritor, nada indica que se congratulará con el oficio. Como en un delirio davidlyncheano, podría reencarnar en el protagonista de Dos horas de sol, novela concebida por José Agustín treinta años después. Mientras tanto, como el protagónico de Sartre, se dedica a prepararse para el devenir. En la historia del existencialista el personaje ingresará en la clase alta francesa. En la del mexicano, Gabriel se incorporará a la descomposición social producto de un país corrupto. A diferencia de Lucien, Gabriel no coquetea con la ambigüedad sexual. Transgrede con base en un elemento igual de poderoso: el lenguaje. Debraya con que tiene un encendedor por cabeza (anticipación del eraserhead lyncheano) y líquido en lugar de masa encefálica. Permanentemente escucha un clic que lo desquicia. Un clic constante que se convierte en clit. El órgano que le permite acceder a un lenguaje nuevo, dotarlo de una vitalidad inédita. Un tejido semántico que no depende exclusivamente de lo bibliográfico, sino que abreva del rock, las subculturas, la oralidad

callejera desenfrenada y sobre todo la alteración de la realidad. La realidad alterada en la literatura mexicana comienza con José Agustín. La tumba antecede a Less than Zero (1985), también una ópera prima, de Bret Easton Ellis. Sin el glamur que supone una narración ubicada en Hollywood. Ambas obras experimentan un existencialismo americano sin concesiones. Tanto Gabriel como Clay parecen implorar por un subidón que los rescate de la parsimonia de su época: I need a fix cause I’m going down. Por eso tienen que medir sus emociones a base de velocidad y de acostones. Clay también reencarnaría, con el mismo nombre, quince años después en Imperial Bedrooms. Y, oh casualidad, es guionista. Nigro, el antihéroe de Dos horas de sol, se dedica a realizar reportajes para una revista. La tumba posee un final abierto. Aparece un revólver. Toda caída lleva implícita que la felicidad es una pistola caliente. El clic interminable del arma no es otra cosa que el reponerse a la sepultura. Descubrí a José Agustín a los dieciséis, la edad en la que conformó La tumba, en 1994. El país atravesaba por una de sus épocas más convulsas. El levantamiento en armas por parte del EZLN, el asesinato del candidato priista a la presidencia Luis Donaldo Colosio, la devaluación y el suicidio de Kurt Cobain marcaron mi adolescencia. Mi primer acercamiento sucedió a través de Dos horas de sol. El libreto perfecto para el soundtrack al que era adicto aquellos días: Nevermind de Nirvana. Dos horas de sol es una de las obras menos populares de José Agustín. Sin embargo, es una de mis novelas favoritas. Le guardo un cariño especial porque me introdujo al universo joseagustinesco. Semanas después conseguí La tumba. No puedo rememorar mi contacto con la primera novela de José Agustín sin evocar un pasaje de la película Almost Famous de Cameron Crowe. Es una secuencia hermosa. Anita, hermana de William Miller, se enrola como aeromoza para escapar del yugo de su controladora madre. Antes de partir le hereda a su bróder una pequeña colección de viniles. Mientras el prepuberto los admira, encuentra una nota en el interior de un disco de The Who. “Escucha Tommy con una vela encendida y atisbarás todo tu futuro”. La misma sensación me invadió a mí cuando leí La tumba. Vislumbré en lo que se convertiría mi vida en aquellas páginas. No consigo recordar quién me lo proveyó. Pero recuerdo que me aproximé ceremonioso al libro, con una reverencia que tenía reservada exclusivamente para la música. La tumba cumple cincuenta años de vida. Algunos de nosotros, treinta de convertirnos en sus lectores. Otros están ahí desde el inicio. En estas tres décadas que he acompañado la producción joseagustiniana he observado que su principal preocupación ha sido configurar un lenguaje en estado de gracia. Lo podemos atestiguar en los títulos subsecuentes: De perfil, Inventando que sueño, Se está haciendo tarde (final en laguna), El rey se acerca a su templo, Cerca del fuego, por mencionar algunos. Existe un equívoco en torno a la obra de José Agustín. Se asume por default que le concierne el debate entre alta cultura y cultura popular. Sus intereses se centran más allá de esta estrecha concepción crítica. Es la lengua como divinidad la que ha sido una de sus obsesiones primordiales. Y en esta ambición La tumba fue el disparo de salida. Un inmejorable arranque. Como mencioné, modulado por el Phil Spector de las letras, Juan José Arreola. Uno de los halagos más elevados a los que un escritor mexicano podía aspirar. No olvidemos que fue el mismo Arreola quien balanceó Pedro Páramo. Conforme uno se consagra como lector va cosechando autores e influencias. Lo mismo sucede con los consumidores de rock. A algunas obras regresamos por nostalgia, otras las olvidamos. O quedan sepultadas bajo la ingratitud del tiempo. Sin embargo, existen aquellas que resisten el paso del tiempo. Que nunca envejecen. La tumba pertenece a esta denominación. No importa cuánta cultura musical atesoremos durante nuestra existencia, nunca dejaremos de escuchar a los Beatles. Lo mismo sucede con José Agustín, su obra siempre ocupará un lugar insobornable en nuestro corazón. L

Tres Marías, Morelos, julio de 2014


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Literatura de terror o de lo extraño, Weird Fiction para los conocedores, este género poco explorado pero ampliamente sugestivo se abre paso en la narrativa mexicana con propuestas singulares, híbridos de la tradición y la cultura pop. Presentamos una breve muestra reunida por el mayor especialista del tema, autor de obras esenciales como Los niños de paja, Demonia y Mar negro Bernardo Esquinca

El virus y su antídoto

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ivimos una epidemia de realidad. Los medios masivos de comunicación, empeñados en vender, no hacen más que someternos a sobredosis de noticias, atosigándonos con coberturas en vivo, resúmenes y análisis de lo que ocurre en el país, y en otros rincones del mundo antes inaccesibles. Habría que discutir si eso es, en efecto, la realidad, tergiversada a los intereses propios en muchos casos, pero nos desviaríamos del tema principal de este texto. La literatura no es ajena a esta tendencia. Basta revisar los principales premios que se otorgan en el mundo para constatar que la mayoría de los libros que se galardonan son de corte realista, y hasta periodístico. Los escritores mexicanos son un caso especial: históricamente, han tenido una particular debilidad por la realidad. De la llamada Novela de la Revolución a nuestros días, la literatura dominante en el país es la realista y la histórica. Tanto así, que incluso los autores más reconocidos dentro y fuera

del territorio nacional son aquellos que abordan dichos géneros. Por fortuna, hay un grupo de escritores en México —pequeño, pero que crece rápidamente— que reniega del realismo, y que busca mediante la estrategia de la imaginación otras maneras de narrar el mundo en que vivimos. De entre todos los géneros literarios, quizás el que ofrece el mayor reto para un autor es el terror. No solo porque está plagado de clichés, a los que se necesita dar la vuelta: también porque tiene poco prestigio entre críticos y académicos. La buena noticia es que cuenta con numerosos lectores. Un dato interesante: México es el país de Hispanoamérica donde Stephen King vende más libros. Los editores están comprendiendo este arrastre, e incluso un sello tradicional y conservador como Porrúa tiene ahora sus colecciones de cuentos de vampiros, zombis, y dos volúmenes bien anotados sobre la obra de Lovecraft. Resulta tan sorprendente como paradójico que en el país en el que se festeja a la muerte

de una manera tan peculiar, y donde la relación con la superstición y lo sobrenatural es parte importante de la idiosincrasia de sus habitantes, se haya escrito poca literatura de terror. Principalmente, se han hecho cuentos de fantasmas, desde que el Conde de la Cortina pasó a papel, a mediados del siglo XIX, la famosa leyenda de Don Juan Manuel. Pero el terror cósmico, la weird fiction y el slasher, que poblaron la literatura anglosajona del siglo XX, han tenido que esperar hasta el XXI para empezar a inyectar ese urgente antídoto a nuestras anquilosadas letras. Son las nuevas generaciones, que crecieron empapadas de la cultura pop, donde los libros ejercen igual influencia que el cine, la televisión y los cómics, quienes se apuntaron a abrir nuevos caminos. Porque si esperáramos que una de nuestras grandes luminarias se ensuciara las manos, pasaría otro siglo. O más. Hubo algunos que no tuvieron miedo, y es necesario mencionarlos. Fuentes y Pacheco coquetearon con espectros, pero los pioneros de la literatura de lo

extraño en México fueron Francisco Tario, Guadalupe Dueñas y, sobre todo, Amparo Dávila. Ellos tendieron un puente que permaneció décadas a la espera de nuevos caminantes. Un vacío que intentó paliar la obra macheniana y, desgraciadamente aislada, de Emiliano González. Decir los nombres de los que ahora se atreven sería injusto, porque siempre hay omisiones. Lo importante es que la literatura mexicana se está liberando de prejuicios. Que hay autores nacidos en los setenta, ya reconocidos, que apuestan por los mal llamados “subgéneros” (terror, ciencia ficción, fantasía), renovándolos sin complejos. Y que viene nueva sangre, fluyendo fuerte, para mantener la continuidad. A mi juicio, las plumas convocadas en esta pequeña muestra son cuatro interesantes ejemplos de lo que los más jóvenes están haciendo con la Weird Fiction y el terror en México. Algo imprescindible en nuestros días, pues como señaló el estadunidense Thomas Ligotti: “Solo podríamos escondernos del horror en las profundidades del horror”. L


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de portada FOTOS: ESPECIAL

JUEGOS DE ROL

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Arturo Vallejo

altan ocho estaciones, piensa Mau. Lalo está junto a él, Lupe y Vladimiro quedaron al otro lado del vagón. Yo siempre soy el vampiro, dice Lalo, Lupe es una bruja y Vladi es un demonio. Qué chistoso, contesta Mau, lo lógico es que Vladi fuera el vampiro. No, responde Lalo con cara de pocos amigos, el vampiro soy yo. Pues yo vengo preparado, contesta y saca una cajita de plástico de su chamarra. Observa que Lupe saca un libro y se pone a discutir algo con Vladi. No hace caso y sigue pensando en la trama, los obstáculos y los monstruos que tiene preparados. Dados en forma de hexaedro, octaedro, dodecaedro, icosaedro y de pirámide, o sea tetraedro. El autor pone las bases y esos poliedros regulares deciden el resultado. Alguna vez intentó escribir un cuento de terror, no pasó de la segunda línea y lo mandó al diablo. Puso todo su esfuerzo en crear partidas. Mau piensa, y con razón, que es bueno planeando esquemas de historias para que otros las rellenen con sus personajes. ◆◆◆ La partida es un desastre desde el comienzo. Mau hubiera querido plantear la situación, el escenario inicial, y que los otros comenzaran a jugar. Parece imposible. Sentados en la cocina de Mau, Lupe, Lalo y Vladi se ponen a discutir. No se ponen de acuerdo y además entienden todo mal. Mau piensa que en su sistema de juego no existen demonios como el que quiere ser Vladi, por lo menos no para los jugadores; la bruja de Lupe tiene poderes que no tienen lógica y el vampiro de Lalo es la clase incorrecta de vampiro. Lo peor es que parece que ellos y él están hablando de dos tipos de historia diferentes. Hablan como si Mau no estuviera ahí. Mau ve que Lupe saca de nuevo el libro y se fija, ahora sí, en el título. Teoría y práctica de la magia, de Aleister Crowley. A partir de entonces las cosas comienzan a ir de verdad mal para él. ¿En dónde guardan los cuchillos?, pregunta Lupe y él sin saber por qué le señala el cajón. Los cuatro llevan días pensando en esta noche como LA CONSAGRACIÓN DE MAURICIO, solo que él había pensado que sería su consagración como Narrador y los otros tres tienen una definición muy diferente de esa palabra. ◆◆◆ Mau está amarrado sobre la mesa de la cocina, está seguro de que sangra por varias heridas aunque no podría decir por dónde. ZHOU–GUAT–ZHOU–GUILT–CHAL– BI–ZHE–JOL–OF–ZHE–LOU, no puede entender bien las palabras porque Vladi se ha bifurcado la lengua con el cuchillo de la cocina para parecer un demonio de verdad. Sangra horrible. Lalo levanta un caballito lleno de sangre de Mau y lo bebe. Lupe invoca unas palabras del libro que les permitirán a los tres completar la transformación. THERE IS NO MORE POTENT MEANS THAN ART OF CALLING FORTH TRUE GODS TO VISIBLE APPEARANCE. Y mientras recita estornuda un par de veces, arruinando el efecto. Los dados quedan sobre la mesa, tristes y solos; Lalo y Vladi se echan a llorar. El teléfono de alguno de ellos comienza a sonar, pero ninguno de los cuatro escucha la música. L Arturo Vallejo es autor de la novela No tengo tiempo. Trabaja en el Museo Interactivo de Economía.

ABRE GRANDE Úrsula Fuentesberain

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i tienes dientes perfectos”. Así cierra el perfil de dr_smiles en la página de citas por la que navegas. Es demasiado bueno para ser verdad. Después de seis meses de hacer online dating sabes que los doctores ricos, guapos y cosmopolitas que dicen amar el cine de Won Kar Wai y los libros de Ursula K. Le Guin no existen. En especial si lo único que buscan es “una mujer entre 20 y 29 años que no se sienta ofendida por un hombre que adora abrirle la puerta a sus parejas e invitar la cena”. Y mucho menos los que, en la sección La cosa más privada que estás dispuesto a confesar, contestan: “Me encanta complacer en la cama. Llámalo una ventaja profesional, pero soy de los pocos hombres que saben exactamente qué hacer con el Punto G femenino”. Terminas de leer esto y sueltas una carcajada. En la sección que dice Mándame mensaje si: él escribió: “Si eres aventurera en la cama. Si tienes dientes perfectos”. Y aunque eso de los dientes te saca de onda y todo lo demás te suena a las cosas que los hombres dicen para bajarles los calzones a las mujeres, le das Me gusta a su perfil. Cuando vuelves a entrar a tu cuenta tienes un mensaje de él: “Deseando amar es mi película favorita, la encuentro extremadamente hermosa, me encanta la yuxtaposición de belleza y ominosidad para capturar lo sublime. Y la música es genial. He escuchado ese disco de Nat King Cole hasta el cansancio. Déjame invitarte a cenar. ¿Has probado la carne kobe? Conozco el mejor lugar. P.D. Qué sexy sonrisa tienes”. Te carcajeas y borras su mensaje. La siguiente vez que te conectas tienes tres mensajes nuevos de él. Leyó tu perfil con cuidado. Confiésalo, te encanta la atención. “¿Dónde está ese mítico restaurante donde sirven vacas sagradas?”, le escribes. ¿Cómo pasaste de femme fatale a corderito en tres copas? Llegaste con actitud indolente y ahora estás sonrojada y risueña. ¿Y por qué te está dando de comer en la boca? “Abre grande”, dice él y te acerca un pedazo de carne. La masticas, está casi cruda, sus jugos te escurren en la lengua. “Tienes unos dientes hermosísimos. Quiero que me muerdas con ellos”, te dice antes de besarte. Su departamento te recuerda al capítulo blanco de Moby Dick: muebles blancos sobre piso de mármol, esculturas de marfil y

lámparas de alabastro. En esta luz, todo tiene un aspecto níveo. Cuando te arroja sobre la cama, sonríe y sus dientes relucen. Tienes su cabeza entre las piernas cuando te pide que te pongas la venda. Lo haces y escuchas un chasquido y luego algo metálico. Cuando sientes la esposa aprisionarte la muñeca le dices que no quieres, que te suelte, pero sus dedos dentro de ti convierten tus súplicas en otro tipo de súplicas. Todo en ti está palpitando cuando te das cuenta de que te tiene amarrada a la cama. “Muérdelo”, te ordena y lo sientes rozar tu mejilla. Niegas con la cabeza y aprietas los labios, pero algo que te mete y que comienza a vibrarte dentro te arranca un gemido que él aprovecha para entrar en tu boca. Él incrementa la vibración hasta que lo muerdes con furia. “Buena chica. Dientes perfectos”, dice y su voz suena rara, seseante. Se derrama en tu boca, sus jugos te corroen la garganta. “Ten, bebe esto”, dice y te acerca un vaso. El líquido está helado y te refresca, pero no es agua, tiene un sabor amargo. “Es un antiséptico. Y esto es anestesia”, lo escuchas decir, arrastra las eses como si tuviera una lengua bífida. Sientes un piquete en la encía y luego en la lengua. Todo empieza a correr en cámara rápida: la estructura metálica que te inmoviliza la cabeza, la mandíbula y la lengua; las pinzas; el taladro; los golpes del martillo; los crujidos; la sangre que te inunda la boca y se desliza por tu garganta; tus intentos por cerrar la boca; tus gemidos sordos; su voz serpenteante que dice: “Abre grande”, “Buena chica”, “Dientes hermosos”. ¿Cuánto tiempo ha pasado cuando te quita la venda y el aparato metálico con el que te inmovilizó la cara? No tienes ni idea de si son horas o días los que llevas aquí, flotando en esta pesadilla lechosa. Tanta luz te ciega y tienes que parpadear varias veces para reconocer ese hermosísimo rostro pálido que te mira dócilmente y se acerca a tu boca. Estás a punto de convencerte de que lo soñaste todo cuando sientes sus encías chocar contra las tuyas. Su lengua recorre el paisaje socavado que es tu boca, explora delicadamente las hendiduras aún sangrantes. Se aparta de ti y te lanza una sonrisa desdentada. Gritas y tu voz ya no es la tuya. “Hermosísimos. ¿Cuánto quieres por ellos?”, dice y te enseña tus dientes, los tiene en un frasco. Gritas más fuerte, lloras, pides ayuda. “No, no, no. Nada de eso. Sé una buena chica, vamos. Abre grande”, dice y te acerca una dentadura postiza blanquísima, reluciente. L

Úrsula Fuentesberain es autora del libro de cuentos Esa membrana finísima. Actualmente cursa la maestría en Escritura Creativa en el Sarah Lawrence College, en Nueva York.


08 b sábado 1 de noviembre de 2014

MILENIO

de portada BETTY BETÚN Luisa Iglesias Arvide

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ienso tanto en Betty que la imagino de niña, luego de adulta y entristezco cuando muere de vieja. El otro día la regañé por escarbar túneles en el jardín. Le dije: ¿sabes cuánto trabajo me costó sembrar esos tulipanes? Ya sé que estás chiquita, Betty, pero tienes que respetar las cosas de los demás. Le sacudí la tierra de los cachetes y la hice reír. Su sonrisa aún pulsa en mi herida.Cuando me doy cuenta de que estoy hablando sola me aflijo. Me pican las costuras, la cirugía en el vientre. Tengo una carretera del ombligo al sexo. Trato de levantarme. Solo consigo retorcerme en el colchón del hospital. Entonces orino uno y otro chorrito bajo las sábanas. Quizá sea la frustración. La doctora dijo que no fue una intervención sencilla.Algo sobre muerte fetal y ruptura uterina. Dijo que me quitaron todo. Ovarios. Trompas. Matriz. Pero a Betty todavía la siento conmigo; se lo expliqué. Es difícil, respondió. Betty Betún. La imagino crecer. Ya le dije diez veces que lo piense

antes de casarse con ese bueno para nada. Tu papá nos dejó, Betty, y ese tipo lo hará también. No me escucha. No puedo detenerla, ni siquiera puedo levantarme de la camilla. Pero así es esto. Una gran comezón y un hueco en mis entrañas. El primer día en el hospital todo mundo salió con su no te preocupes, te vamos a venir a cuidar. ¿Cuántas visitas desde entonces? Ni siquiera mi hermana. Betty se hizo vieja. Me acongoja porque olvida las cosas y sus nietas la regañan; me hace pensar que no debí sermonearla mientras crecía. Me duele cuando no se toma sus medicamentos y pasa la noche viendo televisión. Ahí se queda, solita en su cuarto. Quisiera que alguien le hiciera piojito al dormir. Pero Betty murió sola. Quizá yo muera sola también. La otra noche abrí el cajón metálico de las enfermeras. Solo encontré paquetes vacíos de Ketorolaco. Me dolía tanto que pensé en arrancarme los hilos de la panza. Estaba convencida de que al abrir las costuras me sentiría mejor. Jalé el primer nudo, suavecito. Un

cólico me transitó la carretera, me destapó las orejas. No pude seguir. El problema no es la sutura. Lo que me pica es el hueco bajo la herida. La nada que me quedó en las tripas. Quisiera rascarme desde adentro. Pienso en Betty. Esta mañana la comezón me rechinó hasta los dientes. No quise jalar los hilos otra vez. Me quité la bata. Me retorcí desnuda en la camilla. Tardé un rato en encontrar la posición adecuada. Me revolví los vendajes y el sexo con las uñas. Luego empujé mi mano entera. Adentro. Sentí la carne viva. Avancé un poco más. Quise alcanzar el hueco y rasguñarlo. Quise romperlo. Escarbar la carne hasta abrirme la carretera. Sacarme todo de una vez. Quebrarme del sexo al ombligo. Testificar la nada. Avancé más. Mis dedos se humedecieron. Sentí entonces el roce de una mano tibia y arrugada. Era una mano vieja. Nuestros dedos se entrelazaron. Me detuve. La mano me acarició por dentro. Áspera. Betty Betún, la doctora dice que es difícil, pero yo sé que estás aquí conmigo. L

Luisa Iglesias Arvide publicó en la antología Ciudad fantasma. Relato fantástico de la Ciudad de México, y realiza producciones escalofriantes para Radio UNAM.

ROSÁCEO

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espertó a la mitad de la noche por la sensación de que alguien lo estaba mirando. O eso creyó, porque al mismo tiempo una comezón se me clavó en la nuca como dentera y ya no supo bien a qué atribuirle el repentino salto de la cama. Como suele pasar en estos casos, recordó lo que había soñado, que providencialmente era una pesadilla: en el útero materno, docenas de siameses pequeñísimos, idénticos a él, hacinados en su cuerpo, le reclamaban la vida en un líquido rosáceo. Pero se tranquilizó cuando vio que la noche era una de ésas en las que en jardines idílicos abren flores de colores invisibles, sin luna ni nubes; pensó que una noche así, tan habitual, tan ligera, es poco propicia para que las pesadillas se reproduzcan.

Ruy Feben Estaba a punto de dormir otra vez cuando escuchó nítidamente una voz susurrando su nombre. Sin pensar, con la cara sumida en la almohada, jadeó: “¿Quién anda allí?”; su vocecita sonó como el zumbido de una colmena a lo lejos. Despacio alcé la cabeza, apenas con la fuerza de un pétalo desplegándose; miró en la oscuridad los muros, las puertas, los puntos rojos que parpadeaban como ojos pero que eran dos foquitos de un aparato conectado a la electricidad, nada más. Tras la ventana la noche era habitual, ligera, y no parecía haber nada qué temer. Respiró aliviado; se concentró en el aire entrando y saliendo por su nariz para provocarse una paz como solo hay entre las volutas secuenciadas de las nubes o entre los cráteres de la luna.

Por fin sereno, prefirió omitir que tendido sobre las sábanas sentía los brazos chuecos, las rodillas en una posición extraña; prefirió omitir que de nuevo oyó un susurro diciéndole que no se preocupara, que todo estaba bien. Pero en el caudal de su respiración se cruzó otra, una corriente ajena que dentro de su propio pecho sonaba más bien como un río ensordecedor. Trató de callarla, pero al rugido de aquel inhalar ajeno se sumó el temblor de un corazón que no retumbaba como el suyo. Quiso levantarse, correr al baño, mojarse la cara, pero no pudo: el cuerpo no reaccionaba a sus órdenes, como atrapado en un alud. Con todas sus fuerzas intentó mover un dedo, y ni eso pudo. Se echó a llorar en silencio, convencido de que cualquier cosa po-

Ruy Feben es autor del libro de cuentos Vórtices viles y editor de GQ México y Latinoamérica.

dría desarrollarse, de que todo había terminado. Fue tal su derrumbe, que cedí: los pasos se sucedieron con el cosquilleo de un hormiguero excitado, los pies se movieron como si no fueran suyos, dirigiéndose a donde él quería pero sin hacerle caso a él. La luz del baño lo obligó a cerrar los ojos: el mundo detrás de los párpados se le volvió rosáceo. Creyó que estaba soñando de nuevo. Hice con mis manos un valle y mojé mi nuca. Sentí el agua bajando por su rostro, deforme y aún asustado, como una multitud de pétalos transparentes cubriendo el cielo. Acaricié entre mis vértebras su barbilla, y antes de que balbuceara palabras que no necesitaba pronunciar para que yo entendiera, lo interrumpí: “Tranquilo, solo estamos tú y yo. Solo quedamos tú y yo. Todavía”. L


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LABERINTO

en librerías MEMORIA

RECUERDOS DE EMMANUEL CARBALLO FSM/ CONACULTA

Beatriz Espejo

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esulta muy difícil hablar de un hombre con el que se ha vivido cuarenta años en un matrimonio estable y cuya muerte fue tan contundente como su misma prosa. Sin lugar a réplicas. Varias veces estuvo antes al borde de la muerte y varias veces logramos salvarlo; pero no cuando sonó la hora terrible del silencio. En el corto tiempo transcurrido he tratado de juntar la memoria de nuestra unión, casi siempre feliz. Ya he contado cómo lo conocí y cómo dejamos de vernos años. Nuestro encuentro definitivo ocurrió casualmente, así suceden los acontecimientos importantes. Yo era Jefe de Acción Educativa del Departamento Central y una tarde Enriqueta Ochoa me llamó para decirme que acababa de escribir un largo poema y necesitaba mi opinión. Fuimos al restorán cercano y quedé sorprendida. Se trataba de “El retorno de Electra” que posteriormente dio nombre a un libro. No siempre se llegan a esas alturas. Al día siguiente volvió a buscarme con la parte final, tan buena como la primera. Ahora en mi casa. Mi mamá nos invitó a merendar y, en la sobremesa, Enriqueta dijo que Emmanuel estaba hospitalizado por una úlcera reventada y que debía llamarlo porque siempre me había querido mucho. Dudé. Hablé a la oficina y me contestó con su voz de locutor que esa enfermedad había sido falsa alarma engordada por los periódicos. Me invitó a cenar, a comer, a desayunar. Por fin acepté tomar té. A partir de entonces nos vimos frecuentemente. El día de su cumpleaños,

Medidas extremas Norma Lazo Cal y arena México, 2014 127 pp.

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ara los protagonistas de los diez cuentos de este volumen no hay punto medio. Todo se resuelve (o no) en el sitio opuesto al del punto de partida, las historias se convierten en un territorio devastado por las extravagantes, curiosas o terminales peripecias: un hombre decididamente espiritual se arroga la tarea de exterminar a los infieles, dos amigos habrán de dirimir sus diferencias después de la traición. La autora traza una parábola que pone en vilo al lector frente a lo irreversible.

No entiendo a las mujeres

LOS PAISAJES INVISIBLES Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com

E 2 de julio, llegué con una botella de champán sobrante de mi primera boda. Él tenía otra abierta enfriándose. Me propuso matrimonio y volvió a insistir hasta que pidió mi mano con mi madre como si yo fuera aún una niña que sale a casarse. El lujo de la ceremonia era mi traje azul de Givenchi. Ambos habíamos dejado partidos excelentes y no teníamos un centavo. Su talento y mi trabajo nos ayudaron. Ya había fincado su Editorial Diógenes y mi interés era comprar casa lejos de la ciudad para vivir en paz sin alumnos y admiradores que lo hostigaban sin parar. Ambos conseguimos nuestros propósitos. Escribimos libros, casi nunca nos leíamos entre sí, ganamos premios, recibí un doctorado y asistimos a numerosas fiestas y celebraciones. Leí su último libro cuando ya no estaba en este mundo. Me pareció excelente, casi perfecto. Debí decírselo de viva voz. Hoy se lo digo con el alma. L

Historia de las feminazis en América Sidharta Ochoa Editorial Piedra de Cuervo México, 2013 109 pp.

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o crea el lector que se trata de un libro de ensayos dedicado a ese improbable injerto entre unas hijas de Camille Paglia y otras de Adolfo Hitler. Se trata más bien de una colección de cuentos al servicio de la extravagancia y el absurdo. Extravagante es, por ejemplo, el personaje de “Abandonaré la tierra o un primer lamento”, una anciana que apenas atina a reconocerse en sus recuerdos. Ochoa consigue establecer relaciones firmes entre la ficción y el pensamiento reflexivo.

Barbarismos

Gina Zabludovsy Kuper Tinta nueva México, 2014 165 pp.

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ste libro abre con una puntada de los editores: incluir una “nota aclaratoria” y dos “prólogos”. La nota explica que la empresa solicitó el prefacio a un profesor español de literatura y misticismo quien, contrario a la misión de los textos por encargo, se ocupó de destruir el libro, a pesar de los jugosos euros que le depositaron. De cualquier modo, y a manera de escarmiento, decidieron incluir el texto de marras y una “respuesta” a cargo de Sofia G. Buzali que hace todo lo contrario: elogiar los cuentos de Zabludovsky.

Amor, cerveza y sueño n una carta a Pamela Hansford Johnson fechada en 1933, refirió su vocación con ese típico sentido del humor de pueblerino culto y turbulento: “La Poesía (Amiga de las Solteronas) se me develó cuando tenía seis o siete años, todavía sigue a mi lado aunque a veces su cara se agrieta como un plato viejo”. Aún no cumplía veinte pero ya había publicado en la sección Rincón de los Poetas del Sunday Referee y su correspondencia con esa chica londinense, colega de las mismas páginas, consolidó una amistad basada, fundamentalmente, en las preocupaciones estéticas de ambos: se enviaban sus trabajos y más que veredictos se sugerían modificaciones radicales, casi no se desgranaban en elogios sino al contrario, se criticaron ferozmente. La confianza entre Dylan y Pamela creció conforme se leían, a él le gustaba un juego en particular: ensamblaba las misivas con notas dispersas que garrapateaba en papelillos y dejaba en la mesa de trabajo, los cogía al azar y así surgían cartas de prosa impecable y contenido sugestivo, la verdad es que el literato principiante de Swansea, Gales, poseía una intuitiva perspicacia para deletrear los oscuros recovecos entre la racionalidad de afuera y lo místico de adentro. Dylan se mostraba categórico en sus apreciaciones, quizá porque su deporte favorito era agitar las aguas del criterio convencional. Por ejemplo, sobre Wordsworth: “¿Por qué citar a esa decadencia? A Shelley puedo soportarlo pero el viejo Father William era una chiva humana con obsesiones panteístas. No tenía ni chispa de misticismo. ¿Cómo podía ser un metafísico? La metafísica es meramente la estructura de la lógica, el intelecto y una suposición sobre base mística. Y el misticismo es ilógico, antiintelectual y dogmático. Cita a Shelley, sí. Pero Wordsworth era un pesado

Andrés Neuman Páginas de espuma Madrid, 2014 130 pp.

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ás en deuda con el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce que con el que patrocina la Real Academia Española, este llamado a volver a bautizar las cosas participa, en un solo golpe de mano, del aforismo, la sentencia, la máxima y aun la microficción. Tiene el orden alfabético y la capacidad resolutiva de un diccionario, lo que no significa que renuncie a los consejos de la imaginación literaria. Obesidad es, por ejemplo, “Silueta de Occidente”. Para qué acumular perlas. Que el lector se barbarice por sí mismo.

Dylan Thomas

a la hora del té, el gran Merengue de la literatura, el reportero verboso, falto de humor y aburrido de la Naturaleza en sus aspectos más fastidiosos”. Otro ejemplo, contra el puritanismo, la virginidad como institución y la institución del casamiento: “La mujer lleva consigo la libreta matrimonial como una puta podría llevar consigo el testimonio de su calentura liberada”. Uno más, acerca de las cofradías del esnobismo y la impostura: “Dios ayude al Círculo de Artes Creativas. Espero que tú no. Allí escucharás un montón de lindas cosas sobre el Arte y montones de gente linda leerá tus poemas y dirá cosas lindísimas y volverás a tu casa y vomitarás sobre el tapete. “Pero como le dijo una vez Ruskin a Carlyle: Por favor, no te hagas el estirado conmigo. ‘¿Sabe exactamente algún hombre o mujer qué significa el sexo hasta que la vida le aporta esa gran experiencia?’ Sí, tú escribiste eso y vas a tener que explicarte en las puertas del Cielo donde el falo es tomado como un hecho y no como una percha donde se cuelgan las propias trivialidades”. El Dylan que le escribía a Pamela era el mismo que años más tarde iba a concebir los fastuosos instructivos de supervivencia “Y la muerte no tendrá señorío” y “No entres dócilmente en la noche callada”, el que haría un retrato perdurable del temperamento inglés en los versos de “En el muslo del Gigante Blanco”. Ese Dylan Thomas que se explicó a sí mismo a través de lo que dice (se dice) Samuel Bennet, el héroe de su novela Con distinta piel, cuando llega a Londres: “Soy ignorante, haragán, deshonesto y sentimental, y no conozco a nadie”. Aunque mentía. El poeta conocía perfectamente las reglas de la vida: “toda la gente está loca en este mundo. No saben adónde van, no saben por qué están, dónde están, lo único que quieren es amor, cerveza y sueño”. L ESPECIAL


10 b sábado 1 de noviembre de 2014

MILENIO

varia

De nanas, anacondas y el Metro Del 6 al 23 de noviembre se celebrará Instrumenta Oaxaca, el festival de música contemporánea más importante de México. Aquí un acercamiento a una programación llena de sorpresas VIBRACIONES ESPECIAL

Ecos del Festival que dirige Ignacio Toscano

Hugo Roca Joglar hrjoglar@gmail.com

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etro Chabacano de Javier Álvarez.En la estación Chabacano confluyen tres líneas del Metro; por eso el ritmo de la obra es incontenible (muchedumbres yendo y viniendo). Sobre el caos hay lirismo, como si la música buscara individualizar a la gente: contar su historia (¿hacia dónde va esa viejita, ese hombre preocupado de dónde viene?). Poco antes del final, el pulso se detiene, duda, y recurre al silencio antes de extinguirse. Lullaby de George Gershwin. Entre el musical La La Lucille y los primeros bosquejos de su ópera

Blue Monday, Gershwin (era 1919 y tenía 21) escribió este cuarteto de expresión delicada. Al principio se expone la melodía de una nana que adquiere nuevas apariencias, cada vez más sutiles, conforme la obra avanza, como si el bebé siguiera despierto y su madre suavizara la canción de cuna hasta por fin provocarle sueño. In C de Terry Riley. Una certeza: 53 células melódicas numeradas que deben tocarse tal como están escritas. Lo demás es mucho espacio para improvisar: cada músico comienza con la célula que decida y puede tocarla tan rápido o tan lento como quiera, no necesariamente en orden. También la duración es abierta (10 minutos o tres horas). Música que nunca tiene el mismo aspecto: es una obra diferente cada vez que suena. Sus posibilidades expresivas son inagotables. La elegía de la anaconda de Francisco Zumaqué. Partitura de protesta y muerte. El tono de la elegía puede ser entendida como de

indignación o réquiem. “Es una obra que escribí como respuesta a la impresión que me causa el exterminio o el desplazamiento de los indígenas y el maltrato a la naturaleza para apropiarse de la riqueza del Amazonas”, dice el compositor colombiano. Esta elegía es un homenaje a las culturas “que están siendo ahogadas por la civilización, lo que incluye un lenguaje que busca la subordinación”. La metamorfosis de Herbert Vázquez. Despertar la curiosidad en la mente del oyente es una de las principales preocupaciones del compositor uruguayo–mexicano Herbert Vázquez (1963). En La metamorfosis para guitarra sola parte del concepto de la transformación: algo (en el alma, en el cuerpo, en la ciudad, en el universo) que está cambiando hacia una forma desconocida. Tal vez sea algo horrible, tal vez algo bello. La obra explora la insoportable angustia de no poder saberlo. Tres poemas de Octavio Paz de Santiago Gutiérrez Bolio. Cuando el compositor mexicano Santiago Gutiérrez Bolio (1978) crea música a partir de Octavio Paz, no solo se trata de musicalizar los versos, sino de cantar un poema y hacer que las imágenes existan en una dimensión musical. Tres poemas: “Hermandad”, “Bajo tu clara sombra” y “Silencio”. Una misma dotación: flauta, violín, mezzosoprano y guitarra. Y la fascinación de escuchar cómo las palabras adquieren otra vida en los sonidos; sin dejar de ser las mismas, conforman en música una poética distinta. Hacia el comienzo de Mario Lavista. No es únicamente el encuentro definitivo entre Mario Lavista y Octavio Paz; se trata de algo más: un extraordinario capítulo en la historia de la música vocal mexicana en el que sonidos y poesía palpitan en hermandad vigorosa y creadora. Mientras el poeta explora el vaivén entre la vacuidad y la unidad que determina la esencia vital de la India, el compositor se deja guiar por ciertos ambientes (por ejemplo: el erotismo como eficaz vehículo para acercar el alma humana hacia lo divino o el deseo de descubrir el orden subterráneo de la vida cotidiana). Una clave esencial para acercarse a estos sonidos que parten de la poesía es un relato que Paz escribió (en Vislumbres de la India) sobre su primera aproximación a la música de la India: “La escuché en noches memorables de concierto en los jardines de Delhi, confundida con el rumor del viento en los follajes; otras veces, la oí deslizarse en mi cuarto, como un río sinuoso […]. Lo que aprendí en la música […] fue algo que también encontré en la poesía y en el pensamiento: ‘la tensión de la unidad y la vacuidad, el continuo ir y venir entre ambas’ ”. (http://www. revistadelauniversidad.unam.mx/9011/hernandez/ nota/nota12.gif) L

DANZA ESPECIAL

El tesón de Gloria Contreras Argelia Guerrero makarova81@yahoo.com.mx

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l viernes 24 de octubre se realizó en el Museo de Culturas Populares un homenaje al maestro Guillermo Arriaga quien falleció el pasado mes de enero. Por otro lado, el domingo 16 de noviembre, en la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario, habrá una función especial por el 80 aniversario de la coreógrafa Gloria Contreras. Ambas personalidades son figuras relevantes por su aportación artística al arte de la danza y, sobre todo, por el compromiso con el México de su tiempo. La obra de Arriaga estuvo vinculada con la construcción de una identidad progresista del México posrevolucionario; la de Gloria Contreras ha mantenido una estrecha relación con el pulso de un acontecer mundial y nacional. Hoy más que en cualquier otro momento se hace necesaria la voz de artistas comprometidos con la temperatura de su entorno. Tal vez no se trate ya de momentos relacionados con caudillos icónicos como Emiliano Zapata, que el maestro Arriaga reflejó en su magistral obra acompañada de Tierra de

temporal, de José Pablo Moncayo, pero hoy como nunca necesitamos piezas vinculadas con las pulsiones del México de abajo, que parece no haber cambiado mucho desde aquellos años en que el caudillo gritó que la tierra es de quien la trabaja. En días aciagos como los que hoy vivimos, la comunidad artística podría mirar los ejemplos creativos de Guillermo Arriaga o Gloria Contreras, quien en su diario plasmó una especie de poética de su danza: “Necesito ser yo y vivir intensamente; aprendiendo a crear, no con libros, técnicas y en estudios cerrados, sino mirando hacia el mundo exterior, con sus miserias y calamidades… Me atemoriza convertirme en una presunta artista que habla mucho y no dice nada”. Cómo hacen falta obras con la intensidad y pasión de Sensemayá, que Gloria Contreras compuso para reflejar el drama del racismo y la irracionalidad frente a lo diferente; Solo para un ángel contemporáneo, que dedicó al Che Guevara, o Danza para mujeres, que en épocas muy tempranas reivindicó el derecho de la mujer a ser y existir desde su condición femenina: “Esa mujer participa en la vida, su lugar no es solo su hogar; es también lo que está afuera”.

Integrantes del Taller Coreográfico de la UNAM

¿Por qué no indignarse hoy a través de una obra como Integrales, que Gloria Contreras creó al saber de la masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, sobre la música de Varèse? Tal vez el mejor homenaje sea recapitular sus obras y reivindicar los discursos revolucionarios que subyacen en cada una de ellas. Un gran homenaje será mirar su ejemplo de empatía con los dolores de abajo. Hoy es digna de festejar una vida dedicada no solo a la danza, sino entregada al arte para los demás. Coincido con la maestra cuando plantea que “El arte no tiene valor cuando es

producido para uno mismo. Mi trabajo es para otros”. Gracias a este empeño, su Compañía cumple 92 temporadas ininterrumpidas, con público aficionado a la danza, música de variados estilos y formación de bailarines e intérpretes. Ojalá Gloria Contreras sume su voz a la indignación que hoy recorre el país de la mejor manera que sabe hacerlo: a través de su creación dancística. A pesar de todo, en estos días podemos festejar el 80 aniversario de una mujer que se definiera a sí misma de la siguiente manera: “¡Yo soy solo una bailarina con tesón, con voluntad y energía!”. Feliz cumpleaños, maestra. L


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LABERINTO

cine Diana Cardozo

En México pasa algo semejante a partir de 2007. Me interesaba reflexionar sobre lo que vendrá cuando concluya la guerra. Se trata de un hecho que se quedará con nosotros por muchos años.

“Las mujeres cargan y transmiten la historia”

Huyendo de la guerra, una abuela y su nieta deben lidiar con sus demonios interiores en un país adoptivo tan complejo como el mismo que abandonaron ESPECIAL

Hay también una reflexión acerca de la identidad. Pienso en el peso que tienen el idioma y la comida. La verosimilitud tiene que ver con la comida. Ya soy mexicana pero aun así escucho la palabra “asado” y pienso en historia. Uso la comida como un punto de encuentro. Usted escribió el guión de La vida precoz y breve de Sabina Rivas y, como entonces, vuelve a centrar la historia en una mujer. Sí. Incluso una película anterior, Siete instantes, se refiere también a mujeres que toman decisiones en situaciones límite. La realidad es que así me han salido las historias. Son cuestiones que me preocupan y cuando dejas de perseguirlas, ellas te persiguen a ti, como sucede con El perseguidor, el cuento de Cortázar. Me tocó vivir la dictadura, de modo que vivo obsesionada con las historias sobre la violencia.

Mima Vikovic y Karina Gidi

ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

M

anuela (Karina Gidi) llegó a México gracias a su abuela (Mima Vikovic). Ambas llevan consigo una estela de miedos que despiertan sentimientos de amor, venganza y pérdida. En La guerra de Manuela Jankovic, Diana Cardozo se vale de los conflictos en Los Balcanes para reflexionar sobre el efecto psicológico de la violencia en México. ¿Cómo nace la historia? De una preocupación: descubro que la violencia que vivimos en México es algo muy parecido

a una guerra civil no declarada. Quería trabajar alrededor de la naturalización de la violencia y sobre cómo no se detiene cuando terminan los balazos. Las heridas y el miedo se trasladan de generación en generación. Sin embargo, su película alude a la guerra de Los Balcanes. Me alejo de México para facilitar la lectura. Me centré en la última guerra del siglo XX y, en concreto, en una pequeña comunidad de yugoslavos que radica entre nosotros. ¿Por qué es posible tender un puente entre lo que sucedió en Los Balcanes y lo que pasa en México? Vivimos una balcanización: hay lugares donde el Estado no manda. Cuando surgió la guerra en Los Balcanes nos horrorizaban los aspectos escatológicos de la violencia, la denigración de los cadáveres.

En paralelo a esta violencia de origen político, La guerra de Manuela Jankovic refleja asimismo la violencia a la que es sometida la mujer a causa de la frustración masculina. Creo que las mujeres cargan y transmiten la historia, aun cuando no están involucradas en las tomas de decisiones. Los personajes femeninos cargan amor y dolor. La abuela huye de la Segunda Guerra Mundial y carga a su nieta hasta México, donde se involucra con una comunidad de yugoslavos. Mi idea es hablar con el espectador sobre qué nos está pasando pero sin mencionar a los narcos. Quiero hablar sobre la herida interna y sobre su impacto en dos o tres generaciones. ¿Pudo trascender la coyuntura gracias a este tipo de interés? Una obligación a la hora de hablar de este tipo de problemas es no ser tan literales. Hay a quien le gusta ese estilo y lo hace muy bien, pero no a todos nos interesa este aspecto. Hay algo más allá de la narración concreta donde podemos escarbar para que aparezca el mundo psíquico de los personajes, las heridas más profundas. Acabo de presentar la película en Río de Janeiro y me dijeron que hablaba de Brasil. Cuando te alejas de la literalidad consigues ampliar el horizonte. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Volver es morir Fernando Zamora @fernandovzamora

A

lguna vez escuché que hay dos tipos de historias en Occidente: la del héroe que abandona su casa (como Moisés) y la del héroe que vuelve a casa (como Ulises). Puede que sea una simplificación pero la idea funciona, sobre todo cuando se usa como molde para escribir un filme que parece artesanal, pero termina por ser totalmente hollywoodense. The Judge cuenta la trillada historia de un hombre que vuelve a casa para enfrentar a su familia disfuncional. El primer disfuncional es, sin embargo, Robert Downey Jr. (el hombre que vuelve). Quién sabe qué habrá pasado con él. Comenzó su carrera con una interpretación sorprendente. No debe haber sido fácil ser Chaplin en la película de Attenborough, pero a partir de entonces, aun en sus mejores momentos (en The Soloist, por ejemplo), parece drogado. No será ni el primero ni el último, claro, pero actores como Seymour Hoffman tienen el buen gusto de actuar como si estuvieran sobrios a pesar de encontrarse a la mitad de un viaje. En fin, que en The Judge otra vez Downey Jr. sale de tono. Tengo incluso la impresión de que el director no pudo controlarlo. Durante la función

TheJudge (El Juez). Dirección: David Dobkin. Guión: Nick Schenk, Bill Dubuque. Fotografía: Janusz Kaminski. Música: Thomas Newman. Con Robert Downey Jr., Robert Duvall, Vera Farmiga. Francia, 2009. de prensa la gente reía a carcajadas. Y hacerlo no está mal, pero el guión parece buscar más bien el llanto del melodrama. La historia trata de cuestionarse la buena salud de la familia americana: Hank (Downey Jr.) se entera que su madre ha muerto y vuelve a su pueblo en Indiana. Aquí reencuentra a sus hermanos idiotas y al clásico padre castrante (el juez del título). En efecto, la cinta se ha promocionado mal y uno puede creer que verá un

thriller de esos que ha escrito John Grisham, pero no. Esto es cine acartonado y dulzón. Lo único bueno es el padre de Hank, interpretado por Robert Duvall. Duvall comenzó su carrera, como Downey Jr., con una extraordinaria actuación. El primer papel de Duvall, sin embargo, fue pequeño y a diferencia de Downey Jr. sus artes crecen cada día más. Robert Duvall tenía ya 30 años cuando hizo a Boo Radley en un extraordinario thriller de juzgado; en 1962 fue el extraño ex convicto que aterroriza la imaginación de los niños en To Kill a Mockingbird, de Robert Mulligan, y hoy era el actor perfecto para interpretar al juez en esta película de familiares que siempre se llevaron mal. Por desgracia, Duvall no tuvo mucho espacio para lucirse con este guión, así que a pesar de su extraordinaria actuación el filme no sale a flote pues difícilmente una obra de éstas puede ser rescatada por un solo actor. Vale la pena comparar The Judge con August: Osage County, protagonizada por Meryl Streep y Julia Roberts. Osage County es un filme de familias conflictivas en el que también está presente el enfrentamiento histriónico entre un “clásico” (Streep) y una actriz “comercial” (Roberts). La diferencia radica en que Roberts ofrece a Streep una extraordinaria pelea pero Downey Jr., entre Iron Man y Chaplin, no se ajusta al tono de una obra que hubiese podido ser profunda si, como Osage County, hubiese podido retratar las profundidades de aquel “volver a casa” que implica madurar y aprender a morir. L


12 b sábado 1 de noviembre de 2014

MILENIO

varia EGON SCHIELE

ESPECIAL

Autorretrato (1910)

La teoría y Ayotzinapa

Egon Schiele: el niño de sí mismo

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

S

ucesos como los de Ayotzinapa ponen a prueba nuestros conceptos. Las élites comentaristas de los territorios dominados usan ideas de las ciencias sociales y humanidades de una época previa. Este desfase ha sido evidente en el caso de Ayotzinapa. Enunciaré tres entendidos que la teoría hoy juzga ya obsoletos. Pero que rigen la interpretación de Ayotzinapa. No es necesario Foucault o Snowden para saber que no existe nada llamado “vida personal”. Pero se insiste en que Ayotzinapa fue pérdida de vidas “personales” de “jóvenes”. Ayotzinapa fue un atentado contra un grupo micropolítico, compuesto de decenas de mexicanos de los que existen millones, un perfil que nada tiene de “individual”. Caras, deseos, descontentos, sus vidas eran iguales a las de millones de cuerpos aquí y allá. Ayotzinapa no pertenece al orden de lo biográfico sino al de lo biopolítico. Una segunda falacia de los comentaristas indica que el gobierno mexicano es el sujeto agresor. Es consenso teórico que vivimos un orden global. Pero los comentaristas se aferran a la existencia de gobiernos autónomos, identificables y “nacionales”. Parecen no conocer Nafta. No saber que somos parte de América del Norte. Todo lo que sucede aquí es check list de poderes económicos, militares y políticos que administran esta zona transnacional. Solo ilusos o desesperados pueden creer en lo “nacional” y ante un evento así reclamar a su clase política edecán.

De Ayotzinapa a Ferguson, toda represión de esta zona sigue una misma geopolítica. Por eso un tercer viejo entendido (invocado hasta el cansancio estas semanas) resulta el más risible: lamentar que en “México” no exista el “Estado de derecho”, la “ley” y, en cambio, impere la “barbarie” o la “corrupción”; como si vivieran en un siglo que nunca existió y no supieran que la “civilización” y la “ley” operan aquí a la perfección y, por ende, imponen la violencia y la desigualdad. Ayotzinapa fue violencia civilizatoria, no muy distinta a la practicada en la Nueva España para “civilizar” indígenas y negros y muy similar a la rápida y furiosa violencia civilizatoria norteamericana. Ayotzinapa fue un acto policiaco más para imponer “civilidad” hoy en la región trasnacional de América del Norte. Nada tiene de especialmente mexicano. Aún más que el 68, Ayotzinapa es una medida protectora de intereses económicos diversos. Nunca sabremos cuál dio la primera y la última autorización para proteger tales intereses, ya siempre glocales. Si tú crees que el tonto es el presidente, el tonto eres tú. Los gobiernos nacionales no existen. Esto lo sabe la teoría de lo global desde hace mucho. No pensemos que la lúcida teoría nos ayudará. Ella es solo la técnica confesión del crimen civilizatorio. Comentaristas y víctimas comunes van y vienen sin sospechar siquiera la diagnóstica risa de la alta teoría, ella, siempre vecina de los genocidas. L

Avelina Lésper www.avelinalesper.com

A

los 22 años fue encarcelado por dibujar “material indecente”, los retratos de las adolescentes que invitaba a su estudio, y murió a los 28 años con un lenguaje artístico consumado. Egon Schiele dibujaba traspasando la figura humana, la hacía transformarse con su neurosis, el tejido muscular de su obra está plagado de venas, su cuerpo es un mapa de la histeria, de la psique del modelo, es la fisiología de la obsesión, descubrió cómo el cuerpo se adhiere a la información sensorial y cómo exuda lo que percibe. Los dibujos eróticos que le costaron 24 días de prisión no son poses, son respuestas, son el cuerpo rendido a sus propias reacciones. Egon, el terrible, renuente a someterse a los dictados de la Academia; outsider, conquistó el dibujo formal para romperlo, para reinventarlo, lo tragó y lo vomitó para hacerlo suyo, creó un trazo que disecciona la corporeidad, el sexo se hace patológico, hipersensible. La Neue Gallery de Nueva York expone sus retratos y autorretratos en una museografía exhaustiva, con obras icónicas, que requería más espacio. Los muros están saturados de dibujos, piezas que lucirían mejor con más aire. Este exceso de obra parece un statement en una época en la que exhiben en una sala de cien metros un readymade infra inteligente, obra de algún artista de cuarenta años que aún se presenta como emergente y rebelde. Egon ególatra tenía un espejo de cuerpo entero y se observaba en él desnudo, llorando, amenazando, no se veía como persona, se tenía a sí mismo como objeto artístico, educó a su cuerpo para ser el modelo más accesible y obediente a sus deseos. Después de ser encarcelado por dibujar niñas, Egon se convertía en su niño pervertido y en su pervertidor. Egon se entregaba al Egon artista, le dejaba ponerle las nalgas rojas y verdes como si lo hubieran azotado por malcriado. Egon fue dibujante, su trabajo desarrolló la línea de un nervio largo que se retuerce, se enreda, estira, estalla crispado en un contorno palpitante. Los retratos de amigos son intuitivos y cumplen con un parecido que manifiesta el estilo del artista, pero Egon es Egon con la obra erótica. Las

prostitutas, las adolescentes tocándose, sus autorretratos rompen el estereotipo de la sensualidad, son los estertores nerviosos del deseo, las ramificaciones ansiosas de un cuerpo completamente trastornado con lo que vive. El dibujo de Egon trata de ir dentro del cuerpo del modelo y captarlo con esa mirada particular que distorsiona la imagen del espejo. La figura y sus poses no eran inertes, eran un punto de partida, el dibujo no se detiene ahí, lo que Egon transmite es la consecuencia de los cambios que el organismo padece, el frío, el calor, la enfermedad, los fluidos, ese paisaje impredecible de trasformación incesante. El cuerpo va más allá de la presencia para demostrar conciencia de su existencia y de su percepción de sí mismo, podemos ver cómo los modelos —y Egon modelo— habitaban sus cuerpos. Las manos son parte esencial del retrato, tienen autonomía, los dedos se tensan, hacen señales, se alargan, expresan un lenguaje coreográfico, son herramientas cómplices que tocan y dibujan. Esta observación es neurótica, somatizada, los retratos de mujeres jóvenes en ropa interior, mostrando genitales o él mismo masturbándose, lejos de idealizar la vida la diseccionan, vivir es un constante desgaste, el cuerpo no se recupera de la experiencia de ser, el cuerpo se autoexplota, se consume. La distorsión de los rostros azules, verdes, anaranjados, manchas térmicas, manifiestan la distancia que Egon tenía con lo que sus ojos le informaban. La realidad no forma parte de la obra de Egon, el autorretrato y el retrato no son una visión, son una experiencia. Egon no le creía a su vista, no dibujaba lo que sus ojos captaban, se concentraba en entender, en inventar. Egon se extinguió en plena juventud, la muerte inmortalizó su existencia, como si presintiera que su vida sería corta, rechazó a la realidad que lo arrancaría del arte. La gripa española, la fiebre que tantas veces dibujó, el estado alterado del cuerpo, la coloración azul sintomática de los enfermos y de sus dibujos, le devoraron el cuerpo, dejando su obra como la única realidad de su vida. L


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