Laberinto 613 (14/03/15)

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Laberinto

Darío Jaramillo Agudelo Poesía página 3 Álvaro Uribe El amigo informador página 3 Bruce Swansey Calamarí página 4 Heriberto Yépez La foto como policía del arte página 12

N.o 613

sábado 14 de marzo de 2015

Historia de un fracaso

Edith Negrín Página 8 PUENTE DE MAPIMÍ/ ESPECIAL

MILENIO

Mapimí 37

Una novela olvidada Mauricio Magdaleno Páginas 6 y 7


02 b sábado 14 de marzo de 2015

MILENIO

antesala DE CULTO

Ernesto Herrera b ernieherrerag@yahoo.com.mx ESPECIAL

QWERTY

Giuseppe Ungaretti

Un servidor de la tradición

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

L

a bandera de Canadá debe de ser una de las más jóvenes, pues el mes pasado celebró apenas sus cincuenta años. Hasta la década de 1960, muchos canadienses querían retirar de su bandera cierta iconografía imperial y habían expresado su deseo de que la hoja de maple fuera símbolo nacional. Así las cosas, a finales de 1964 eligieron un diseño del historiador George Stanley que daba gusto a casi todos precisamente porque era bastante sencillo. Fue el 15 de febrero del siguiente año cuando por primera vez ondeó el lábaro patrio de la hoja de maple. La bandera mexicana ha sufrido mutaciones leves en su historia, pero desde hace casi dos siglos mantiene la idea de las franjas tricolores y el escudo del águila sobre el nopal devorando una serpiente. Su última versión es de 1968, de modo que cuando yo estaba en la escuela dejaron de funcionar los pesos de plata para calcar el escudo. En aquel entonces, se pintó un lago bajo el nopal y el círculo de encino y laurel se volvió semicírculo. Pero fuera Canadá en 1964 o México en 1968, todavía se estaba a tiempo de que los legisladores trabajaran en diseños y modificaciones. Hoy sentimos que ya todo está grabado en piedra y las cosas son tan inamovibles como el teclado QWERTY. ¿Qué ocurriría si hoy se propusiera cambiar la bandera, así fuera algo sencillo, como agrandarle las garras al águila o poner el rojo a la izquierda y el verde a la derecha? O algo más radical, como acordarse de que no todo México es Tenochtitlán y entonces sustituir el águila por un jaguar o una mazorca o un ajolote. O argumentar que los colores ya se asocian tanto con el PRI que más valdría ensayar algo con rosa mexicano. Cualquier proyecto de ese tipo quedaría sepultado bajo el peso de los medios sociales. La paradoja es que si no tuviésemos bandera y el día de hoy alguien entregara un diseño compuesto de tres franjas verde, blanca y roja, y al centro un águila en pugna con

una serpiente, acabaríamos por rechazarlo y ridiculizarlo. Los límites de los estados de México han cambiado varias veces pero ¿qué pasaría si hoy se propusiera dividir en dos a Veracruz o fusionar a Jalisco con Colima? Los antiguos judíos detestaron a Salomón por construir el templo, pero amaron el templo; luego detestaron aún más a Herodes por construir el segundo templo, pero amaron aún más ese segundo templo. Los segundos pisos de AMLO eran un absurdo y ahora son normalidad. Hay cosas que solo aceptamos como herencia, pero nunca les abriríamos los brazos a sus equivalencias contemporáneas. Los himnos nacionales, aunque suelen ser terribles, los cantamos de todo corazón. Las religiones las aceptamos si vienen de miles de años atrás, pero cualquier profeta contemporáneo se queda sin apóstoles. Nuestro nombre lo sobrellevamos de buen grado, aunque nunca nos hubiésemos nombrado así. Qué bueno que haya presas, pero protestamos si se pretende erigir una nueva. Qué bien que haya aeropuertos, pero pobre del que planee construir otro. Qué bien que haya calles, carreteras, avenidas y túneles, pero maldito del que quiera ampliar una calle. Sin embargo, todo cambia y hasta los dinosaurios se extinguen. Ya veremos qué bandera, himno, país, obras, moneda, lengua, religión y fronteras heredarán los que vengan después de nosotros. Ya veremos a qué tumbas se llevan flores y a cuáles se va a escupir. L

C

omo poeta, el italiano Giuseppe Ungaretti (Alejandría, 1888–Milán, 1970) es par de Ezra Pound, T. S. Eliot, Fernando Pessoa y Guillaume Apollinaire, esa generación renovadora de la tradición poética de principios del siglo XX. Al igual que Apollinaire, fue uno de los poetas de la guerra. Ungaretti se enroló en 1915 y fue en el campo de batalla donde maduró su vocación; de esta experiencia surgió su primer libro, El puerto sepultado (Il porto sepolto, 1916), que prefigura el hermetismo italiano. Como Pound, un dato que no pocos de sus estudiosos expurgan, apoyó al fascismo. Durante el periodo de entreguerras colaboró en elPopolo d’Italia, el periódico de Benito Mussolini, y en la Segunda Guerra renovó su simpatía, por lo que al término del conflicto hubo un clamor para que se le quitara su cátedra en la Universidad de Roma. La alegría (L’allegria, 1919 y 1931) y Sentimiento del tiempo (Sentimento del tempo, 1936) son los títulos que consolidan su genio. “En La alegría”, anota Marco Antonio Campos, uno de sus estudiosos y traductores en México (el otro fue Tomás Segovia, quien tradujo Sentimiento del tiempo), “Ungaretti escribe poemas con versos cortos o cortados y sin puntuación, y, a la manera de Mallarmé y Apollinaire, utiliza esmeradamente los espacios de la página para hacer hablar a los silencios y al blanco”. Ungaretti sintetiza poéticamente su biografía en los siguientes versos de “Los ríos”: “Estos son/ mis ríos/ Este es el Serchio/ del que han sacado agua/ acaso en dos mil años/ mi gente campesina y mi padre y mi madre/ Este es el Nilo/ que me ha visto/ nacer y crecer/ ardiendo de ignorancia/ en las vastas llanuras/ Este es el Sena/ y en su turbiedad/ me he mezclado/ y conocido” (versión de Guillermo Fernández).

EX LIBRIS

ALFILERES

Los aspectos reales pueden consultarse en el texto “Notas del poeta sobre su vida y su poesía”, incluido en el libro Ensayos literarios (UNAM, 2000; selección y traducción de Guillermo Fernández). Nació en Alejandría, Egipto; sus padres eran oriundos de la región de Lucca. Cuando tenía dos años murió su padre, quien trabajaba en la construcción del canal de Suez; su madre se sostiene atendiendo una panadería familiar. Allí conoce lo que es la amistad, se hace lector, descubre a Baudelaire y Mallarmé, y forma parte de lo que podría considerarse un círculo político. En 1912 llega a París; toma clases de filosofía con Henri Bergson y entra en contacto con escritores y pintores vanguardistas: Apollinaire, Picasso, Modigliani, Breton, Artaud, De Chirico, Papini, Marinetti. Carlo Bo, en el prólogo a los Ensayos literarios, observa que Ungaretti como crítico “es un inventor a posteriori; no es un anticipador, ni hace crítica aventurada”. Si considera a Petrarca y Leopardi como dos de los grandes poetas de todos los tiempos, se debe a que depuraron e hicieron que el lenguaje poético avanzara: “El verdadero poeta sabe que en su gesto de hombre está prefigurado el gesto de antepasados desconocidos; que es imposible remontar en la sucesión de los siglos y más allá todavía, en los orígenes oscuros”. L Rubens, Delacroix bEKO

Armando Alanís b alaniscanales@gmail.com

Huyó de la única mujer que le dijo que sí, porque él coleccionaba amores imposibles.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Chavela Vargas, miércoles 31 de marzo de 2004 No otra cosa sino una iluminación produce el abrazo dibujado de la reina de la canción desdichada POESÍA

El amigo informador CARACTERES ESPECIAL

Darío Jaramillo Agudelo

S

obre su pecho un óvalo de plata que arroja destellos en el punto donde yo levito. La chamana nota que estoy encandilado pero en ese instante no lo creo: imposible que la gran bruja se fije en mi quietud entre tanta gente que vino para oír su canto. Somos varios miles los devotos. Solamente lo sé al final, cuando todos la ovacionamos: en el mismo instante en que yo le mando un beso un nuevo destello de plata rebota en mis ojos fijos en ella. Ella lo ve —o siente mi beso—, me acaricia con la mirada y me devuelve mi beso. Enseguida la imito en ese gesto suyo de abrazar abrazándose y la vieja reina de la luz de lo oscuro me retoma desde lejos el abrazo con un calor de cuerpo que contagia mi cuerpo. Me quedo lelo, el tiempo detenido en el plenilunio de unos abismos que otros vivieron por mí, ángeles extraños ángeles buenos que conocen el infierno como la casa del hermano, ángeles buenos que vienen a salvarme con su canto.

ESPECIAL

M

iembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua y uno de los representantes más visibles de la llamada “Generación desencantada”, Darío Jaramillo Agudelo nació en 1947 en Santa Rosa de Osos, Colombia. Es autor, entre otros, de los poemarios Tratado de retórica (Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 1978), Cantar por cantar y Cuadernos de música. A su labor como poeta ha sumado la de novelista, con Cartas cruzadas y El juego del alfiler, a la que se añade Historia de una pasión, relato autobiográfico que explora los mecanismos de la creación. Este poema, que no formaba parte de volumen alguno, pertenece a Basta cerrar los ojos. Antología personal (ERA, México, 2014).

Álvaro Uribe alvuribe@yahoo.com.mx

Y

a lo describió Augusto Monterroso, con su proverbial concisión, en La letra e. Fragmentos de un diario. Nunca falta un lenguaraz que, apenas se sienta contigo a la mesa, te informa sin preámbulos: “Anoche tuve que defenderte a morir”. Y tú te preguntas, acongojado, quién te atacaba tan feo. Por qué, si hasta donde sabes no tienes enemigos. Pero no le trasladas esas interrogaciones al amigo informador, para no darle el gusto de explicarte: “¿Qué más da? Lo que importa es que yo puse los puntos sobre las íes”. A tu amigo Amador el informador le interesa todo de ti. Tanto, que se entera antes que tú de las cosas que te afectan. Y es el primero en comunicarte las peores noticias. El primero en lamentarlas ostentosamente. En asegurarte que está contigo. En las buenas y en las malas. Como aquella vez que ganaste un concurso de cuento y, no sin felicitarte, Amador te informó de que él conocía a los jurados y le habían dicho en confianza que te eligieron a ti porque no lograban ponerse de acuerdo sobre otros dos cuentos mejores que el tuyo. No vaya a creerse, sin embargo, que aquí se trata solo de varones. En el campo de la información no solicitada e indeseable, igual que en muchos más, las hembras no son en modo alguno el sexo débil. Todas las mujeres que se respetan, y la mayoría de las otras, tienen una amiga como Isadora la informadora. Una fémina feroz y franca a ultranza que en cuanto entras en la galería, nerviosa como siempre que inauguras una exposición,

susurra a tu oído mientras te abraza: “El galerista me comentó que le parecen mejores tus cuadros de antes, pero a mí los de ahora me encantan”. En esa misma ocasión o en cualquier otra, pues no desaprovecha una sola oportunidad de informarte, Isadora te cuenta que hace pocos días una amiga común, artista como ustedes, anduvo diciendo horrores de ti. Atónita, permites a la inexorable informadora hacerte un relato pormenorizado de todas esas maledicencias. Y si al final del suplicio cedes a la tentación de preguntarle a tu verduga qué le dijo ella a la maledicente, Isadora te contesta, casi ofendida contigo: “Nada. Ya sabes que detesto el chisme”. Te gustaría decirles a tus amigos informadores que tú tampoco careces de información. Que en prolongadas tertulias con otros machos criticas a Amador sin miramientos: sus libros, su vida ociosa, su manera desenfrenada de beber. Que en comidas de parejas escuchas con deleite lo que otras mujeres opinan de Isadora: sus depresiones, sus fracasos artísticos, su falta crónica de amantes. Pero luego de pensarlo con cuidado te abstienes de informar: no porque no quieras zaherir a quienes te lastiman, ni porque te repugne moralmente rebajarte a ser también un vil informador, sino porque estás seguro, por experiencia tanto propia como ajena, de que tarde o temprano, y más bien lo segundo, uno de tus contertulios o una de tus comensales se encargará con fruición de comunicarles a Amador y a Isadora las crueles verdades que ambos hubieran preferido ignorar. L

MILENIO bLABERINTO b http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: SCLaberinto


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literatura

Calamarí

El puerto amurallado y algunas de sus historias se agolpan en la mirada de una extranjera para la que el continente americano es algo más que un descubrimiento íntimo: es una epifanía RELATO SIN FICCIÓN Bruce Swansey

T

ulio Antonio nunca se adaptó al clima inglés. Incluso con los ancianos boqueando en emergencias, tiritaba y no se desprendía de un suéter que le daba aspecto de carnero. —¡Carajo, baby ! Hasta el culo tengo congelao. Me parecía que exageraba hasta que miré una foto suya de pequeño arropado con bufanda, guantes y gorro de estambre bajo una luminosidad enceguecedora. —¿Dónde es esto? —le pregunté segura de que estaría en los Andes. —¡Cartagena de Indias, sí, señor! Esa fue la primera vez que oí mencionar ese lugar remoto. —¿Como en España? —¡No, baby! Como en Colombia. Por eso Cartagena, nombre de puerto levantino pero de Indias, tal como Cristóbal Colón quiso hermanar la India original con la que no figurara hasta entonces en el mapamundi. Aunque también creyó estar en Sipango, como se referían entonces a Japón. —¡Vámonos a Cartagena! “Las Indias Occidentales”, pensé arrobada después de que hicimos el amor y comimos y volvimos a hacer el amor y a comer otro poco y hacer el amor hasta desvanecernos. ◆◆◆ —¡Todo lo día con el mismo cuento! Nunca había visto tal animación, la ciudad es una pajarera cromática. —¿Ha ido a un abogado? Efervescente, las calles pletóricas y música. —We shein dólar. We shein dólar. En lugar de caminar, se avanza bailando. —¿On tas tú? ¿Ónde ónde? ¿On tas tú? “Esto es una fiesta” —murmuro. —Tuyo hasta el capullo. Escucho las palabras pronunciadas con vocales estereofónicas: “Pase por aquí el caballero. Le pone do bola de manteca. Dios proveerá otros vicios. ¿Y uhté por dónde coge? ¡Papi!” Todo se me echa encima haciéndome palpitar el corazón. Por eso al llegar a la habitación aguardo mientras la brisa me refresca. En la penumbra la luz teje su entramado vegetal. Una hoja se desprende y a media caída desafía la gravedad transformada en lorito verde tierno. Súbitamente la puerta se abre. Es doña Elvia Bustillo, viuda de Hincapié. Carga en los brazos regordetes —en Cartagena se come bien— un hato de sábanas que arroja sobre la cama. —Mihita, venga acá, ayúdeme por favor. Me afano sin saber de qué se trata y armamos un lecho que ocupa el cuarto entero. Para ir al baño habrá que caminar sobre la cama y saltar cerca de la puerta. —¡Pero no ponga esa cara! ◆◆◆ A la mañana siguiente, doña Elvia nos espera sonriente y fresca. —El jugo es de corozo. “¿Un jugo decoroso?” —me pregunto asombrada. —¡Arepas calienticas! Tulio Antonio ataca las frutas jugosas y dulces, las “arepas con mantequilla” como le gustan al caimán, huevos perico y un café que sería ocioso adjetivar.

—¿Qué planes tienen para hoy? Sin quitarme la vista de encima, doña Elvia concluye: —Si les provoca los llevo al Museo de la Inquisición y a comer un sorbete. Aunque dentro de las murallas, el barrio de San Diego es más auténtico. Incluso hay edificios abandonados. Alzo la vista a una serie de balcones descarapelados y manchados por el tiempo. ¿Cuántas vidas transcurrieron allí? —Éstas eran tiendas —señala un edificio abandonado en cuyo patio desciende un tubo de luz cenital. A su alrededor y arriba se distinguen puertas abandonadas que nadie se preocupó por cerrar. Las casas de dos pisos están adornadas por balcones de madera labrada que sobresalen del edificio como avanzadillas de observación cuyas celosías protegen al mirón de ser descubierto. Muy morisco. Vendedores de frutas, cafés, comercios que se desperezan bajo la luz fresca de la mañana. Me detengo a husmear la brisa, que huele a mar. Estoy en Sicilia. Parecidas siluetas mezclan su luz, las cúpulas de iglesias semejantes se recortan en la luminosidad del cielo ¡y las palmeras! En Génova o más tarde en Sevilla, Colón debe haber imaginado América viéndolas. Un vislumbre. La revelación de otro mundo. Hacia el centro las casas lucen impecables. Desde los balcones cuelgan opulentas las buganvilias. Las calles son rectas, bien trazadas, y permiten descubrir tesoros al azar: una torre con ventanas venecianas y al cabo de una calle una escultura de Botero. Las casas son amarillas, beige, rosa, algunas terracota con elementos azules, puertas, ventanas y balcones de un blanco embriagadoramente tropical. Dan ganas de comerse un trozo de pared porque podría estar hecho de melocotón y crema. —Ojalá esté el Prestador de relatos. En la Plaza Bolívar empuja una biblioteca ambulante. No se necesita ser miembro ni dejar ningún depósito ni documento de identidad. Solo hace falta tener el gusto de leer. También hay quienes le regalan sus libros al Prestador de relatos porque se trata de que los mensajes lleguen a sus destinatarios. —Ese pobre murió derrotado, con su sueño hecho pedazos. Doña Elvia señala la estatua ecuestre de Bolívar. —Una vez hace años fuimos a la finca de San Pedro Alejandrino. Había varios retratos del Libertador pero el que más me conmovió fue un ovalito. Allí se le veía como a un ser humano. Chiquitico. A lo mejor se preguntaba qué habría detrás de la puerta. Al otro lado de la plaza se alza el Tribunal del Santo Oficio. Tal como está, es resultado de una remodelación del siglo XVIII. Es un edificio de gran elegancia que hoy aloja el Museo Histórico, el Archivo Histórico de Cartagena de Indias y la Academia de Historia de Cartagena de Indias. —No fue un Tribunal muy activo. Viendo el sitio tan bien equipado resulta difícil creer que semejantes instalaciones se hicieran para mostrárselas a los turistas siglos después, pero es algo que en los países católicos siempre se afirma para aminorar una realidad siniestra: hombre, no fueron tantos. Hoy día el tercer piso dedica sus esfuerzos a proporcionar información sobre los diversos grupos étnicos cuya inmigración literalmente enriqueció al puerto. El sorbete fue de maracuyá.

Cartagena de Indias

◆◆◆ Doña Elvia regresó a casa pero nos animó a pasear por las murallas, donde nos acomodamos para contemplar el ocaso. El sol se hundía incendiando el mar con celeridad de clavadista. —Lo que se ve hasta el malecón debió haber sido playa. —Y aquí un manglar espinoso que protegía el poblado de Calamarí que los españoles bautizaron primero como San Sebastián de Calamar y luego como Cartagena de Indias. El sol desapareció con un último fulgor que rayó el cielo. —El puerto mejor fortificado de América del Sur. —Cuando no quedó más remedio. Apenas diez años después de fundada la ciudad fue atacada por piratas cuya nave capitana guiaba Juan Álvarez, un renegado que no perseguía la riqueza sino la venganza. Entre 1644 y 1692 Cartagena fue atacada 19 veces. El atractivo de esa leyenda está presente en el aura que irradia la muralla, fuertes y bastimentos, torres y torretas, rampas y espesor de muros. ¡Una máquina bélica! —Algunos eran partidarios de asaltar las naves españolas en el canal de Trinidad y Tobago, mientras había quienes favorecían Cuba y otros más, después de cargar en Cartagena. Oro y perlas, esmeraldas y lingotes que bebieron la última gota del ídolo, de la nariguera o del pectoral ceremonial, hacían esa flota irresistible para los “perros del mar” que aligeraban las carracas de Su Cristiana Majestad. Pero los bienes que se concentran en las bodegas no es lo único que los atrae. El río Magdalena desemboca en la bahía. La entrada no es sencilla y es necesario saber navegar con destreza porque el agua es superficial, erizada como está por corales y rocas. Pero salvado el escollo, quien la controle domina la ruta a Antioquía y a Santa Fe de Bogotá y a sitios más remotos. Río caudaloso en ciertas épocas, se sale de quicio y anega grandes extensiones de tierra volviéndose un lago enorme. Entre los piratas también los hubo ingleses: John Hawkins (que viajaba en una nave de 700 toneladas equipada con 20 cañones), Francis Drake (que capturaría el Nuestra Señora de la Concepción cargado de un tesoro fabuloso e invadiría Cartagena en 1586), y aunque irlandés, en 1741 Edward Vernon. Debe haber sido aterrador ver las velas hinchadas de 186 naves en el horizonte aproximándose a la bahía. Vernon no tuvo suerte. Blas de Lezo fue el héroe de esa jornada. Pero la historia nunca es solo pasado y en 2014 el príncipe de Gales y la duquesa de Cornwall visitaron Cartagena de Indias. A alguno


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literatura ESPECIAL

por la libertad, los atracadores para ganarse la vida, quienes han decidido defenderse, el vecino de mi comadre, usted y yo. —Y más, doctor: ¡no solo arrasan con lo que se han propuesto como “cuota” sino también con lo que hay alrededor! —Y considere el petróleo, doctor. Eso ya estalló. Sin petróleo no hay sueldo. —Si ni siquiera el abandono de Cuba cambia la situación en Venezuela, donde a Maduro ya no le chifla el pajarito: prefiere destruir el país antes que retirarse. —¿Crees que para poder dormir tendremos que emborracharnos cada noche? Tulio Antonio no responde. El guayabo es una marea baja que lo aparta de la realidad. Es un ostión horneándose bajo Febo en el jugo de Baco. ◆◆◆ Doña Elvia es más celosa de lo que creí. Ni siquiera me permite pasarle los platos al objeto de su ansiosa vigilancia. Para no interferir me he aficionado a la Alianza Francesa, a donde voy a beber una Club Colombia y a cabecear. El árbol es enorme, grande como un edificio grande, con un tronco que ni siquiera 50 hombres podrían abrazar. El árbol se eleva. Flota. Las raíces semejan los tentáculos de una medusa cósmica. Es tan frondoso que ocupa la noche entera y si se escucha atentamente, conforme asciende se distinguen voces y más allá los tambores políglotas. Waynu, Arabaco, Kagüi, Wiwa, Kankuano, Mokaná, Etto Enaka, Embera Katío, Tule, Zení, Raizal, Palenquero. Rinden culto a Odumare, que hizo a los hombres. Su palabra todo lo liga y desata, a su espíritu en la tierra, a la luz creadora, al hombre inmortal que alienta bajo la tierra, a Aganyú y Yemayá, al primer varón y a los Orichas. El árbol habla con voz grave y suenan los tambores que acompañan a los danzantes dedicados a imitar la sinuosidad del agua. “¡Magara!” —exclaman los danzantes—. El dios de la centella, Babalú–Ayé, el de las plantas mágicas, agita la fronda desatando un viento muy fuerte y las hojas se encienden y arden juntas en una súbita combustión. Su incandescencia llena el cielo transformando la noche en una vasta hoguera deslumbrante. El árbol sigue ascendiendo en medio del crepitar de las ramas y del estruendo de los tambores. “¡Escucha!” —grito persiguiendo el árbol que se me pierde en el cielo—. “¡Espera!” —imploro sin poder moverme.

se le ocurrió que para darles la bienvenida había que colocar una placa para conmemorar el ataque de Vernon, lo cual era descortés porque recordaba una derrota inglesa, y antipatriótico a los ojos de varios ciudadanos que acudieron furiosos a destruir la placa. El alcalde Dionisio Pérez Trujillo recibió un aluvión de críticas. —En lugar de las naves que ostentan un trapo negro con dos huesos cruzados y una calavera, actualmente llega a Cartagena un promedio anual de 250 cruceros. La belleza del crepúsculo en el Caribe me inquietó. Apareció el enorme catre de campaña que nos aguardaba y el corazón se me encogió. —Vamos a tomar un trago. Empezamos por un pequeño bar esquinero donde un señor danza poniéndole candela. No me puedo estar quieta en la silla. Tulio Antonio tampoco. Varios bailes después caminamos hacia la muralla y cerca de la Torre del Reloj escuchamos los sones intoxicantes de una vitrola a todo dar. Es La Perla, donde la música retumba y llama. Adentro varias parejas gozan su destreza. Da alegría ver su dominio de la sinuosidad, su ritmo, la gracia con la que evitan colisiones que segundos antes parecían inminentes. Montada sobre sí misma, una mujer bota neumática sobre el turgente orbe de sus nalgas. Esa noche regresamos ebrios. Es difícil contener la risa. Cosas tontas, imaginar que tropezamos y caemos encima de doña Elvia. Al cabo de unas horas despertamos a la cruda realidad del guayabo que antecede el Año Nuevo. Doña Elvia dejó una canastilla con almojábanas y una nota. “Salí a comprar uvas para la noche”. —¿Uvas? —Sí, claro. Pa’ comer una con cada campanada que anuncia el Año Nuevo.

Entre 1644 y 1692 Cartagena fue atacada 19 veces. El atractivo de esa leyenda está presente en el aura que irradia la muralla, fuertes y bastimentos, torres y torretas, rampas y espesor de muros

◆◆◆ Bajo el sol que pica deambulamos sedientos hasta desplomarnos en una terraza en el espejismo de la Plaza Central. A mi lado, unos señores hablan un castellano que da gusto oír. —Pues claro, doctor: aunque los uribistas se resistan todo esfuerzo vale la pena. —Es comprensible que la gente se rebele cuando carece de esperanza y nada tiene qué perder. —Pero aceptar un Estado dentro del Estado es inadmisible. No cuestiona la legitimidad de la democracia como la conocemos pero sí la dificulta y a veces la obstruye. Desde el Bogotazo, “en este pueblo nadie ha muerto de muerte natural” —creo que la frase aparece en El coronel... —Y lo único que nos faltaba, doctor, porque ya sabemos que la ilegalidad de las drogas es un negocio pingüe. El gobierno necesita armas para luchar contra los cárteles, la guerrilla para luchar

◆◆◆ El mesero trajina infatigable. En otros tiempos, en el extremo opuesto de la ciudad amurallada se vendían seres humanos raptados en las costas de África. La infame “venta de madera de ébano” se estableció desde 1540 y duró hasta 1870. Diez millones fueron esclavizados en el Caribe y en el Nuevo Mundo, y me pregunto si es posible hablar en pasado. Cartagena fue una especie de “Golden Gate” para la distribución de mano de obra en Nueva Granada y Portobello, en Venezuela y Quito y en el lejano Perú. Sus factorías contenían seres humanos destinados al trabajo en el servicio, en las fincas, en la construcción y en el constante reforzamiento de la muralla y la fortaleza. Mientras los ilustrados del siglo XVII se solazan con utopías, en Cartagena se vive el temor de las huidas al monte, el establecimiento de palenques, las revueltas de cimarrones y los levantamientos en masa de los esclavos. Es algo común en toda el área donde el nombre de Jean Christophe se hizo célebre: por cada vecino hay que contar seis esclavos. Los dueños de las fincas vecinas mantienen una casa dentro de los muros, porque la vida señorial también tiene sus sobresaltos. La mayoría vino de Angola y Guinea, aunque también de Senegambia y Cabo Verde, de la Costa de la Pimienta y los Golfos de Benin y de Biafra y de la Costa del Oro y África Central. Lucumios y carabalíes, congos y mandingas. En Inglaterra, Falconbridge explicó al Parlamento que el espacio que un negro ocupaba en sus embarcaciones era del tamaño de un ataúd. La pérdida de vidas debido al congestionamiento, la mala alimentación y las enfermedades se compensaba con una carga mayor. Cada “pieza de Indias” debía tener entre 17 y 30 años de edad y medir por lo menos siete palmos de altura. Oro y plata en barras pero también dinero o intercambio por Palo Brasil, aceite de María, y esteras de Mompox eran aceptables a cambio de un esclavo que costaba entre 130 y 300 pesos. Un enorme cansancio se apodera de mí. Miro a mi alrededor. Hoy como ayer, los morenos cargan las sillas doradas, las butacas curvilíneas, los vastos sillones ondulantes como matronas, y los bargueños tísicos. El aroma de las flores nocturnas me sofoca. ◆◆◆ Apenas pone la cabeza en la almohada, la respiración pedregosa de doña Elvia retumba en la habitación y si calla unos instantes es solo para renovar su horrible estrépito. Las noches sin dormir se me agolpan en la cabeza con resentimiento ponzoñoso. —Óigame, ¿está brava? Niego con la cabeza mientras empaco. Le explico que por lo menos es ridículo dormir con su madre en medio. Eso lo descompone. ¿Pero no tengo razón? —Y además ronca. L


LABERINTO

Una novela olvidada

Mapimí 37 Publicada en edición rústica en 1927, significó no solo el debut del escritor mexicano sino una de las primeras visiones desencantadas de la industrialización. Transcurre en un poblado de la comarca lagunera que parece mostrar nuevos signos de vida después de la lucha revolucionaria. La recuperación, sin embargo, tiene la consistencia de un espejismo: el descubrimiento de un manto petrolífero trae consigo la usura, la devastación natural y la ruina de los pobladores. Seleccionamos dos fragmentos en los que el petróleo, más que un recurso deseado, toma la forma de una amenaza. Ofrecemos además un ensayo que indaga en la génesis y el significado de esta obra que, a casi noventa años de haber sido escrita, conserva una desconcertante contemporaneidad Mauricio Magdaleno

N

acha está echando las tortillas de cuclillas, frente al metate. En la canasta humean, todavía esponjadas, olorosas. De vez en cuando alarga una mano y remueve los leños de la chimenea, donde se calienta el comal, mientras con la otra acaba unas gotas de agua con los dedos. Silvestre devora una gorda con chile y frijoles, con el apetito de quien se ha andado cinco horas detrás de las vacas. Después de la comida viene el excelente champurrado, especialidad de Cande, y se encienden los cigarros de hoja. Los pichones rumorean en el corral, picando el maíz —cúcuru cu, cucurucú—. Se apetece toda el agua de las tinajas para el calor, que pega la camisa al pellejo. Roque no muestra gran interés por lo que va a contar Toncho. Lo mira entornando los ojillos grises, leales. —Pos ai tiene usté, que en Torreón comencé a oír hablar de eso, cuando iba pa la feria de San Marcos, en Aguascalientes. Solo que entonces ni cuenta me di casi pos no sé cómo se me jue pa-

sando y se me jue pasando. Pero ora que volvía de Mapimí volví a oírlo por dos veces, y esta vez sí paré bien la oreja, y no se me olvidó por nada del mundo. El viejo no sabe adónde irá a parar Toncho. “¡Este Toncho ya que se pone a contar sus historias!” —No, no, don Roque. De verdá de Dios que no le digo más que lo que oí. Hablaban dos rotos, como d’esos que andan en automóvil, porque traiban unos guantotes retegrandes. “Todo el Bolsón de Mapimí tiene petrólio...”, decía uno. “Sí, pero lo que nos interesa es la parte de Tlahualila. El Güizache, La Soledá, La Lomita y El Carretón”. Mentaban un nombre muy raro, como de un gringo... —Sí, ya han venido hasta acá con esos chismes —contesta secamente Roque dándose palmaditas en las rodillas—. Ansina es de que habla de algo más nuevo, Toncho. Toncho se le queda mirando como resentido. —Don Roque, no lo tome tan a la ligera, ora verá. En El Güizache volví a oír hablar d’eso. Eran otros tipos que no me gustaron nadita, facetos y habladores. ¡Se creiban que naiden les iba a entender, los desgraciados! “Magnífico golpe —decía uno—, esto es puro oro negro”. “Sí, y se los quitaremos, cueste lo que cueste” —contestaba otro—. Los otros bebían y miraban pa todas partes con ojos de gusto. El viejo se queda callado, pero se conoce que no cree mucho todas esas cosas. Sin embargo, abraza con la mirada la milpa, casi en sazón: la casa, los barbechos arenosos, sin brizna de yerba, como si ya le estuvieran arrebatando aquella fajita de tierra tan suya. —Ta güeno, Toncho. Muchas gracias, de todos modos. —¡No, no, don Roque, no lo tome con esa cara! Hay que vigilar, yo sé lo que le digo, y no quero que después se acuerde de mí, cuando ya no sea tiempo. Queren robarnos las tierras del desierto. Han sacado que tienen mucho petrólio, y no descansarán. Hay que vigilar desde ora. Se viene la creciente de todas esas gentes que no conocemos, terribles y sin conciencia. No sabemos lo que harán, y estamos solos. Yo espero los periódicos de Torreón, pa estar sabiendo: no han de tardar en llegar, ya lo verá. La respuesta de Roque es breve, seca: —El Carretón lo defenderé hasta con mi sangre. —¡Chóquela, don Roque! Se aprietan las manos en silencio, como si hubieran sellado un pacto.


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de portada otros les prometía. Y a los más carrascalosos los echaban, de plano, con la ayuda de los soldados y de los jueces, que siempre tenían sus muy sólidas razones para probar que aquellas tierras eran mal habidas, y que debían volver a sus legítimos propietarios. En este caso a la Mapimí Oil Company. Esta vez Roque Galván se para en seco. Le pone la mano en el hombro, y le dice, con su voz grave, tal vez algo triste: —Don Higinio, vamos a hablar como hombres. ¿Qu’es lo que ustedes queren? —Pero ¿quiénes, Roque? ¿Quiénes? —¡No sé haga guaje! ¿Cómo quere que le diga quénes meros, si no los conozco! Esos gringos de Torreón. —¡No, no Roque! ¡Usted ve visiones! Un consejo, y nada más… Pero, ahora que anda esa compañía de explotaciones modernas, resultaría una ganga deshacerse de El Carretón, que no le deja nada. —El petrólio, ¿verdá? —Sí, el petróleo, para hablar como usted quiere. Nosotros no podemos explotar eso. Y luego, que las tierras petrolíferas se vuelven estériles para la labor. ¡Ya usté ve! ¡En ninguna parte quieren producir nada! —Pero ¿d’ónde han sacado esas loqueras, don Higinio, dígame usté? ¿Dónde han sacado quesque las tierras éstas tienen petróleo? —Por aquí han venido muchos peritos que de veras conocen de eso. En Torreón se han hecho experimentos, y todo indica la existencia de grandes mantos petrolíferos en el subsuelo. —Mantos pet… petrol, ¿qué?... Oiga, don Higinio, ya le dije que no me hable en plata. No me ande con rodeos. A mí dígame, se trata de esto, Roque; se trata de que venda El Carretón por aquello otro, y ansina sí lo entiendo. —Bueno, Roque, ahora verá. Se saca de la bolsa interior de la chaqueta una bolsa de papeles. De entre ellos agarra un periódico y lo desenvuelve. —Mire, es la prensa de México. ¡Ya verá usted si estarán enterados allá! Mire, aquí está la noticia, con todas sus letras. Léala usted, si quiere. El viejo se pone las antiparras, y lee. ¡De veras que allí venía todo! Y muy claro, esto es, y esto es. Vuelve a leer el primer párrafo, con voz temblorosa: “Es un hecho que existen yacimientos de petróleo en el seno del famoso Bolsón de Mapimí, que sin duda alguna convertirán a Torreón en la principal ciudad del norte del país, en breve tiempo. El rico negociante americano, señor James Allen, informó a los periodistas que ha quedado instalada en la ciudad lagunera la Mapimí Oil Company, que dentro de pocos días dará comienzo a la exploración de doce mil hectáreas de terrenos”. Higinio Méndez salta triunfante: —¿Ya vio? ¿Ya vio? Ahora, Roque está anonadado. Tendría ganas de agarrar a El Carretón entre sus manos, y hacerlo pedacitos por traicionero también. Higinio Méndez prosigue: —En El Carretón hay petróleo. —¡Petrólio! ¡Petrólio! Ora nos lleva a todos... el demonio, pa’ no decir otra cosa. Ya estoy reteaburrido de oír eso. ¡Petrólio! ¡Petrólio! ¡Ay, carambas! —¿Quiere que se lo enseñe? —¡Sí! Ahora quero verlo todo. Quero conocer al enemigo, al maldito enemigo metido en sus propias tierritas, el que acabará con su pequeña tranquilidad. L

MAPIMÍ/ ESPE CIAL

El presidente municipal de Mapimí se queda sin saber qué decir. Conocía de puntilloso al viejo Galván, por algunos negocitos que tuvieron hace años. Pero de veras no creía que tomara las cosas tan a pecho. Con estas gentes de ideas atrasadas no puede entenderse un hombre práctico. ¡Después de todo —piensa—, le va a ir de la caramba! No es más que un infeliz, mediero de los hacendados, puede decirse, y ahora salir con estos gestos. Y sin embargo, tal vez todo sea porque no sabe con quiénes se las tiene que haber. ¡Con estas compañías gringas no se juega! También él, al principio, quiso respingar. Qué era eso de entregarles a los malditos americanos nuestras tierras, para que luego las exprimieran, con sus máquinas diabólicas, hasta la última migaja de riqueza. Eso era una traición, una cobardía. Claro que él había hecho en la vida muchas sinvergüenzadas, pero él es mexicano, también como los indios que despojó. Ahora era diferente. Puede que hasta ocasionara todo eso muy serias dificultades al gobierno con los gringos. Puede que hasta mandaran éstos otra “expedición punitiva,” como la que los estuvo fregando hacía años cuando Pancho Villa. Puede que hasta quisieran apropiarse luego de todos aquellos pueblitos… No, no, eso no debía de ser. Pero la verdad es que él, Higinio Méndez, no era más que un presidentito municipal de un pueblo de cuatro mil almas y siempre quedaban arriba los visitadores de Hacienda, y tantos enviados especiales, y el gobernador. Le hablaron. El gobernador hasta estuvo brindando con él, en Torreón, con otros personajes de veras grandes, más de media docena de copitas de un Martell capaz de convencer al más remiso. Luego los americanos. Entre palmadita y palmadita acabaron de quitarle los últimos resquemores. Y después de todo, no decían más que el puro evangelio. Por eso del otro lado son grandes, son fuertes, son ricos. Tú ocúpate de ti mismo, y deja que ruede el mundo. El era un pobre, y no había que desperdiciar aquello. Tenía también hijos, ¡qué caray! Creciditos ya todos. Tres varones y una mujercita. Y esos necesitan colegio, necesitan un demonial de cosas. Claro que no iban a quedarse entre aquella manada de indios, a pasarse toda la vida en el Bolsón de Mapimí. Esos iban a ser señorones en la ciudad, o puede que en México. Serían letrados, una cosa grande. Le ofrecieron una casita y veinte mil pesos para luego. Todavía se hizo del rogar, pero eso ya de pura fórmula. Y se cerró el trato. La casa se la estaban construyendo en Torreón, apenas hace cuatro días la vio. Linda que estaba quedando. No muy grande, como se usan ahora, sin patio, pero con unas piececitas que era una gloria verlas: luz eléctrica, baño con agua fría y tibia, como se quisiera, teléfono y un mundo de elegancias como las que usan los que de veras las pueden. Tenía pensado irse a vivir allí, en cuanto pasaran estos quebraderos de cabeza. Tendría piano, de esos que se tocan solos, tendría un ajuar de dos mil pesos, todo a la última moda, tendría…. Interrumpe sus divagaciones la tos del viejo que viene de aquí para allá, por todo el cuarto. ¡Maldito viejo terco! ¡Se le quería poner frente a su dicha, pero él también decía: ¡ahora verás! Le habían salido ya algunos pequeños propietarios iguales de ladinos. No querían y no querían. A unos les daba, entre berrinches. A

EL BOLSÓN DE

◆◆◆ Es Higinio Méndez, el presidente municipal de Mapimí. Trae pantaloneras nuevecitas, de cuero, y capa dragona, con forro de terciopelo azul y amarillo. Donde viene seis leguas con este tiempo, de algo importante se ha de tratar. Roque quiere esculcar en sus ojos los motivos, pero el presidente municipal tiene una cara de esfinge, un poco sonriente, que no dice nada. —Conque sí, señor don Higinio, ¿por qué no se dio una vueltecita por acá la Nochebuena? No se hubiera fastidiado, se lo garantizo. —Me lo contó el padre Ramírez, Roque. Ustedes saben divertirse. —¡Es el único acontecimiento en la vida de El Carretón, la navidá. Luego, la costumbre. Aunque, la mera verdá, por este año ya casi nos rajábamos! —¡Pucha! Este frío de veras. A mí me agarró la cola de la nieve saliendo de Mapimí. Y así está toda La Laguna. Yo acabo de andar por un demonial de pueblos y ranchos. ¡Malditas tierras! Solo lo malo nos toca. No disfrutamos de las lluvias pero sí de lo mero bueno de los fríos. —¡Todo sea como Dios lo quera! —dice el viejo, como en tono de rezo. Ya se extraña de la actitud de Higinio Méndez. ¿Qué lo traerá? Claro que no se ha echado estas tres leguas nada más para tener el gusto de platicar con él de la navidad y de los fríos. Algo trae este indio mañoso, llegado a funcionario de su tierra por obra de la política. Hay que estar preparados. Pero el presidente municipal de Mapimí no lleva prisa, por lo visto. Saca tabaco y lían los cigarrillos de hoja, que ponen flexibles con saliva. Luego se ponen a fumar despaciosamente, echando la cabeza hacia atrás del equipal, como si le cayeran muy en gracia las volutas azules del humo del tabaco. Se conoce que piensa alargar lo más que sea posible la conversación. Cande se ha asomado por el patio, de espaldas a Higinio Méndez, y se vuelve. A poco se oye el ruido de las planchas, en la mesa. —¿Qué tal las siembras, las cosechas, Roque? —Cada vez más mal. ¡Ya ve usté! Año por año merma el garbanzo, y el maicito, pos ese solo abajo del Mirador. Faltan juerzas ya, la vida se nos va. —¡Eh, Roque! Usted solo vale por diez; palabra! —No se crea, señor don Higinio. Esas no son más que palabras. Todavía antes, cuando tenía mis muchachos… Güeno, ¡aquello era otra cosa! —Pero si las tierritas de El Carretón siempre han tenido fama de buenas… —Eso era antes, don Higinio. Eso era antes. Ora están saladas. —No se llore, Roque, no se llore… —¿Llorarme? —refunfuña éste, que ya empieza a aburrirse—. No son lloros, es la verdá —Bueno, entonces, ¿por qué no vende El Carretón? ¡Ah, maldito, ahora te descubres! Con que nada más vienes a proponerme que venda El Carretón. Lo mandan los otros. Sí, eso es claro. Lo mandan los desgraciados de que le habló Chon Huertas, los que por tener dinero a montones han llegado a creer que pueden comprarlo todo, incluso el honor y la dignidad. Pero ahora verán con él. Se levanta, irguiendo el busto, todavía macizo, y se agarra nerviosamente la piocha, toda remedada de blanco. La voz le tiembla, pero es segura, firme: —¡Don Higinio, no siga por ese camino!


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MILENIO

en librerías ARCHIVO FAMILIA MAGDALENO

Si en Los de abajo la Revolución se comparaba con “una piedra” que “ya no se para”, en Mapimí 37 se le equipara con un río

Mauricio Magdaleno, segundo de izquierda a derecha, junto a un grupo de amigos

Historia de un fracaso ENSAYO Edith Negrín

T

al vez Mauricio Magdaleno consideró que Mapimí 37, su primera novela aparecida en 1927, era poco importante, pues al parecer no hizo ningún intento por reeditarla. Se trata de una obra casi olvidada tanto por el escritor como por la crítica. Magdaleno prefirió más bien reelaborar el mismo material en una obra de teatro, Pánuco 137, estrenada en Buenos Aires en 1932 y publicada un año después. La temática del petróleo y su impacto en los pequeños pueblos mexicanos que anima a ambas obras es retomada por Magdaleno cuando, ya como un intelectual consolidado, escribió el guión de Gran Casino, la primera de las 32 películas que Luis Buñuel iba a filmar en México. En mi opinión, Mapimí 37 es un texto de gran interés, no solo como una de las novelas pioneras sobre el petróleo escritas por un mexicano sino por ser la ópera prima de Magdaleno, no carente de calidad literaria. Hacia 1920, el joven Mauricio, todavía estudiante de bachillerato con pocos recursos, había intentado conocer Tampico en unas vacaciones, pero no pudo hacerlo a causa de un intenso ciclón. Luego, como militante en la campaña vasconcelista, visitó el puerto una vez más. En Las palabras perdidas describe ese segundo viaje a la Huasteca, pletórico de intensas emociones. Unos dieciséis años después de su malograda primera expedición, realizó una tercera visita y esta vez, ya no como estudiante con limitaciones económicas ni como activista político, pudo disfrutar de una placentera estancia en la región. En su recreación de este viaje en un texto de 1937 se muestra convencido de que, como le dijo un hombre mayor que atendía un changarro: “Haga usté de cuenta un ciclón. Así se acabó Tampico”. El ciclón pasa a ser una metáfora de la fiebre del mineral y Magdaleno se convence de que ésta había llegado a su fin: “Una vez que se apagó la locura, la Huasteca volvió a ser el paraíso de los ríos, las barras y los platanares”. El optimismo de Magdaleno en su tercer viaje a Tampico es un poco extraño en un momento en que aún no se había llevado a cabo la nacionalización del petróleo, aunque ya estaba relativamente cercana. Sin embargo, al inicio de su crónica ofrece una excelente reseña del puerto en su etapa de industrialización.

La novela corta Mapimí 37 fue gestada precisamente entre la conclusión del bachillerato del autor (1924) y su activa participación en la campaña de Vasconcelos (1929). Para escribirla —y publicarla cuando tenía veintiún años—, contaba con sus vivencias infantiles en Aguascalientes, en una familia encabezada por un padre liberal y revolucionario; contaba asimismo con su inmersión preparatoriana en la cultura y la política en la capital del país. Había iniciado una prometedora práctica periodística y debe haber tenido una buena relación con el medio, pues la novela fue publicada en edición rústica por Revista de Revistas. Mapimí 37 tiene en la portadilla la acotación “Novela mexicana por Mauricio Magdaleno”. Está ilustrada con las siluetas de la torre de un pozo petrolero y un trabajador; al fondo se insinúa apenas una población —no se da crédito al autor—. Debajo, un recuadro hace constar: “Obsequio de Revista de Revistas”. La guarda está ocupada por una advertencia en grandes letras: “MATE LA MOSCA/ CAMPAÑA HIGIÉNICA/ LEA USTED “EXCELSIOR”/ EDICIÓN DE LA TARDE”. Mapimí 37 está protagonizada por campesinos pobres. El núcleo de la red de personajes es la familia Galván —Roque y su esposa Cande—, que habita la pequeña finca El Carretón. El rancho se sitúa a cinco leguas de Mapimí, estado de Durango, en las proximidades del río Nazas, en la Comarca Lagunera. En el presente de la historia, que se ubica más o menos una década después del cese de la lucha armada, ambos son viejos. Hay una breve referencia a la primera conflagración mundial, dentro del relato de una leyenda, en voz de un personaje: “acababa de pasar una guerra espantosa, de todos los hombres del mundo. En ella murieron millones y millones de hombres. Se asesinaban con demencia”. En términos generales, la situación histórica de la anécdota coincide con la fecha de publicación de la novela: 1927. A lo largo de la narración hay dos voces: la dominante de un narrador omnisciente, en contrapunto con los diálogos de los propios hombres y mujeres que se van imbricando como la voz genérica de un ente colectivo. Pero en tanto que el narrador hace gala siempre de un español culto, el habla de los campesinos exhibe giros regionales, a veces incorrecciones, acordes con su caracterización. Así, por

ejemplo, el personaje Silvestre dice en esta escena inicial: “Güenas noches, don Roque. Güenas noches, niña Cande. Ya dejé amarradas las vacas. Ya no las puede llevar uno ni abajito del Mirador. Nomás sale agua puerca, quesque… “Se interrumpe y se va, viendo ocupados a ambos viejos”. Aun cuando no hay cortes explícitos, la historia de El Carretón muestra tres fases sucesivas en relación con la posibilidad de la existencia de petróleo en la zona. En la primera fase se presentan separadas la vida de la comunidad de El Carretón, junto con los ranchos vecinos, y el asunto del petróleo. En la tranquila cotidianidad de los ranchitos, tanto los yacimientos del mineral como las posibles exploraciones son apenas el lejano rumor de una amenaza que viene de fuera. Ellos se dedican al trabajo, la vida familiar, los pequeños placeres de una comunidad solidaria pese a su pobreza y a las pérdidas humanas padecidas en la guerra civil. La relación de los pobladores con la tierra es fundamental. “La tierra nos hace nacer, pero un día también, compadecida, nos llama a su seno”, piensa Roque. Este intenso apego campesino a la tierra es un tema que recorre la obra posterior de Magdaleno. Una de sus novelas más acabadas se titula La tierra grande (1945). La historia de los Galván se ofrece a través de los recuerdos de don Roque. Rememora a sus dos hijos, fallecidos en “La Bola”. La tragedia familiar incluye asimismo a una hija, que huye a Torreón con un capitán que pidió albergue en el rancho. En la segunda etapa, los chismes se vuelven realidad: las labores en busca del mineral son inminentes y el gobernante local apoya a un empresario norteamericano para que se apodere de las tierras del pueblo. La tercera fase describe en pleno lo que el narrador llama “la calentura del petróleo”, desatada durante las búsquedas y aumentada después del brote del primer pozo. Se va arrasando El Carretón, y en especial a los rancheros que se oponen a vender sus propiedades. En su lugar va surgiendo un campamento que se convertirá en un pueblo diferente. En el proceso participa la soldadesca que, una vez derrotada la resistencia, se dedica a cantar, jugar baraja y beber. Inician las cantinas, los prostíbulos y la violencia. La aniquilación de la comunidad corre paralela a la de la naturaleza. Si en Los de abajo la Revolución se comparaba con “una piedra” que “ya no se para”, en Mapimí 37 se le equipara con un río: “¿quién detiene al Nazas cuando se viene, inundando campos y pueblos, y se sale de madre y destruye cuanto encuentra a su paso?”. Un personaje expresa los sentimientos del pueblo sobre la Revolución: “¿Qu’hemos ganado con todas estas bolas? ¿Qué? Nomás hemos vuelto a lo mesmo, pior tantito”. El anciano Roque intenta echar de su casa a los compradores y un gringo le responde: “¡Desde este momento se acabó El Carretón y todo lo demás! ¡Esto no es más que el pozo número 37 de la Mapimí Oil Company!”. Mapimí 37 es la historia de un fracaso: el de los pobladores de El Carretón y las regiones vecinas para resistir la penetración extranjera. La comunidad lagunera puede verse como una metáfora del país. Una historia que será relatada una vez y otra en las novelas del petróleo como, en términos generales, en los diversos tipos de novela antiimperialista. L


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LABERINTO

en librerías Anno domini y otras parábolas

Hombres sin mujeres

George Steiner Fondo de Cultura Económica México, 2014 312 pp.

E

ste volumen reúne dos obras capitales del ensayista, crítico literario y filósofo parisino que también es narrador. Anno domini condensa la irónica “vuelta a la normalidad” de la Europa de la posguerra: relaciones que cojean por las heridas del pasado, celebraciones insípidas entre escombros no solo urbanos sino morales, fugas existenciales sin destino fijo. La segunda parte del libro, “Otras parábolas”, incluye la noveleta Pruebas, sobre un corrector de estilo que al terminar la guerra vuelve a su antigua madriguera, más tres relatos sencillos pero profundos, magistrales.

What Became of Pampa Hash

Haruki Murakami Tusquets México, 2015 267 pp.

M

urakami vuelve a las mesas de novedades con un septeto narrativo que, como indica el título, gira en torno de un puñado de personajes caídos en una profunda soledad: los hombres de este libro amaron y fueron amados una vez, después perdieron la compañía y se quedaron aislados para siempre, heridos de por vida y ocasionalmente decididos a no volver a involucrarse, sea por la nostalgia que les dejó la última mujer con la que se liaron, sea por escepticismo o desconfianza, o porque sus intenciones no fueron correspondidas.

e trata de uno de los once cuentos que se dan cita en La ley de Herodes: un desmesurado homenaje a las pantaletas de una gorda, origen y asidero de un amor que nace junto a una lata de sardinas. Pampa Hash es el nombre de la dueña de esas pantaletas a la que conocemos gracias a la indiscreción del narrador, un patán a quien halaga vivir de gorra pero llena de vergüenza ver que su novia canta “Cielito lindo” en plena Avenida Juárez. El cuento fue ilustrado por Alejandro Magallanes y está precedido por un breve ensayo de Jorge F. Hernández, seguidor confeso de Ibargüengoitia.

Justo después del miedo

na fotografía capta el momento en que un sujeto ataviado con una bata o un kimono blande una catana: está listo para dar el golpe definitivo. Un cuadro ilustra una mano grande asiendo por la muñeca a otra más pequeña. Son imágenes que prefiguran un acto de violencia extrema o de sometimiento. Con estas cartas, Gudiño urde una novela en la que el arte se vuelve símbolo del deseo de control absoluto sobre la materia inerme y los seres humanos, además de recipiente que contiene nuestros más antiguos temores. La resequedad de su estilo expresa la orfandad espiritual de los protagonistas.

Paisaje caprichoso de la literatura rusa

C

omo saben los seguidores de Isaac Asimov, la saga de la Fundación, compuesta por siete volúmenes que publicará la editorial Debolsillo, no apareció en un orden cronológico. Como lo explica el autor en la nota introductoria, Preludio a la Fundación fue el último en aparecer, pero en cuanto a la secuencia es el primero. Cuenta la historia del matemático Hari Seldon, quien en el año 12020 participa en un congreso en Trantor donde expone una teoría para predecir matemáticamente el futuro. Su teoría lo vuelve una figura codiciada para el emperador Cleón I y su enemigo el alcalde de Wye.

Más allá del Golfo de México Aldous Huxley Fondo de Cultura Económica México, 2015 326 pp.

E

n 1934, Aldous Huxley emprendió un viaje por barco, y luego por tierra, al Caribe, Guatemala y México. Este diario registra sus pasos con puntualidad aunque no con satisfacción. Parece que Huxley salió de casa más por cumplir una penitencia que por satisfacer una genuina curiosidad. A menudo despotrica contra cualquier presencia o expresión de lo desconocido. De ahí proviene su encanto: de su incapacidad para comprender las geografías ajenas. No era Twain y por eso no tenía empacho en anotar: “estos buenos católicos de México quieren solamente divertirse un poco con los petardos”.

Andar. Una filosofía

Selma Ancira (selección, traducción y notas) Fondo de Cultura Económica México, 2015, 384 pp.

R

eedición en la Biblioteca Universitaria de Bolsillo de una antología necesaria para entrar a una de las literaturas más fascinantes del mundo. Se sabe que en México José Revueltas tenía a Dostoievski como numen tutelar, pero el espectro se abrió tiempo después con los ensayos, traducciones y colecciones de Sergio Pitol. La presente antología no solo se centra en la ficción; también le otorga un lugar preponderante al ensayo. Pushkin, Gógol, Tolstoi, Dostoievski, Goncharov, Chéjov, Bulgákov, Bunin, Berbérova, Tsvietáieva, Pasternak, Blok, Gumilov y Mandelstam conforman la nómina.

EFE

Isaac Asimov Debolsillo México, 2015 464 pp.

Jorge Alberto Gudiño Hernández Alfaguara México, 2015 210 pp.

U

AMBOS MUNDOS

Preludio a la Fundación

Jorge Ibargüengoitia Conaculta/ La caja de cerillos México, 2014 s./ p.

S

García Márquez: sus 88 años sin él

Fréderic Gros Taurus México, 2014 248 pp.

D

istingamos: en el DF se han abierto algunas calles para que la gente camine, pero no entran en la categoría a la que hace referencia el filósofo francés Fréderic Gros, quien explica: “Es cierto que [en las ciudades] se crean espacios de callejeo obligado, pero subordinados al mandato de comprar”. Andar es otra cosa: “Caminando, solo una hazaña importa: la intensidad del cielo, la belleza de los paisajes. Andar no es un deporte”. Su filosofía de la marcha queda representada por siete practicantes de alto nivel: Nietzsche, Rimbaud, Rousseau, Thoreau, Nerval, Kant y Gandhi.

Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores

L

a semana pasada, el 6 de marzo, se celebró el primer cumpleaños de García Márquez sin estar él presente. En Ciudad de México un grupo de personas se reunió en la calle Fuego 144, frente a su casa, y cantó a todo pulmón Las mañanitas. Es la suerte de los mexicanos: tener un lugar donde recordarlo y homenajearlo, donde recogerse un momento en silencio, para pensar en él y en sus libros. Lo que tenemos acá en Colombia, su casa de Cartagena e incluso un apartamento en Bogotá, en el Parque de las Flores, no tiene ese halo de casa habitada y vivida por él que sí se respira en la del DF. La casa de Bogotá, desde que la abandonó a principios de los años ochenta, cuando se exilió para evitar un peligroso arresto en épocas de Turbay Ayala, fue después una residencia muy ocasional, casi de paso. Y la de Cartagena es muy posterior. Nos queda la de Aracataca, claro, pero aun estando en el origen de su obra el propio García Márquez la fue dejando atrás y, salvo en un par de ocasiones especiales, todos dicen que no iba nunca. Yo lo comprendo. Debía de ser difícil enfrentarse con la realidad de su más poderoso fantasma literario. Tampoco Bolaño quiso nunca regresar a México, a pesar de que fue invitado una y otra vez. Siempre decía: “El día que vuelva a México ya no tendré de qué escribir”. Es raro un mundo sin García Márquez. A pesar de que fue fundamental para mí y de que me ayudó en muchas ocasiones (por un empeño suyo fui diplomático), no podría considerarme su amigo del

modo en que lo fueron otros. Pero lo quise mucho y la verdad es que no me acostumbro a su ausencia. Ya sé que llevaba varios años retirado, pero al estar vivo, aun sumergido en la desmemoria, seguía diciendo cosas extraordinarias. Se hará famoso eso que le dijo a Roberto Pombo: “Sé que te quiero mucho, pero no sé por qué”. O lo que le dijo a Héctor Abad, refiriéndose a su casa cartagenera: “No sé de quién sea, pero nosotros sembramos árboles y nos quedamos”. Uno de los momentos que más me intriga de su vida es su periodo de formación. El enorme carisma que debía tener. Increíble que siendo tan pobre y de un pueblo insignificante como Aracataca haya seducido a la crema de la burguesía de Barranquilla. Algo parecido le pasó en México una década más tarde. Al poco de llegar se hizo amigo íntimo nada menos que de Carlos Fuentes. Yo que he sido inmigrante y viví las dificultades de esa situación, he pensado siempre en la irresistible atracción que debía emanar de García Márquez para que las puertas se le abrieran de ese modo, teniendo en principio tanto en contra. Esa fuerza estaba en su pluma, claro. Lo aceptaban porque lo habían leído, y sabían que era solo cuestión de tiempo antes de que ese joven humilde pasara al comando del pelotón. La suya es una historia humana emocionante y por eso lo sigo extrañando. Ahora todo concluyó y nos queda el mundo sin él pero con sus libros. Un mundo que, por ellos, es mejor del que él encontró al llegar. L


10 b sábado 14 de marzo de 2015

MILENIO

cine ESPECIAL

Escena de My Joy

Sergei Loznitsa

“Hay que tener claro lo que quieres contar” De visita en México a propósito de la retrospectiva organizada por el FICUNAM, el cineasta ucraniano reflexiona sobre el oficio cinematográfico ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

L

a historia contemporánea de Ucrania se filtra a través de la mirada de Sergei Loznitsa. Más de quince documentales y unas cuantas ficciones construyen la filmografía de este hombre que un buen día dejó las matemáticas para dedicarse a rodar películas como My Joy, In the Fog o Maïdan, esta última sobre la actual revolución de su país. El cineasta fue parte del

cartel de invitados del FICUNAM y aprovechó para presentar una retrospectiva de su trabajo en la Cineteca Nacional. ¿Por qué cambió las matemáticas por el cine? Quizá nunca fui buen matemático. Cuando me convencí de ello cambié al cine. La realidad es que siempre me ha preocupado la parte humanística, de modo que por lo general he estado cerca del arte y la cultura. De pronto sentí que mi cerebro reclamaba mayor actividad de este lado.

Hay un sentido geométrico en su composición de imágenes. ¿Será este un rasgo de las matemáticas? No sabría explicarlo. Tengo un fotógrafo de cabecera y hemos alcanzado un enorme grado de complicidad. Lo más importante en una película es la imagen y yo en verdad trato de cuidarla a detalle. Durante el rodaje, el contexto me marca un encuadre, es algo intuitivo y a la vez orgánico. Me gustaría racionalizar el proceso pero de hacerlo terminaría por escribir un libro como En busca del tiempo perdido de Proust. Supongo que, como dice, tiene relación con mi formación científica. ¿Ha desarrollado alguna teoría sobre la forma en que hace cine? Mi teoría es mi proceso creativo. Lo primero que hago es un balance sobre qué puedo o no hacer. Ese es mi punto de partida y, créeme, en verdad facilita todo: ya que tengo delimitado el campo de acción, me dedico a aprovecharlo al máximo. ¿Es analítico y poco instintivo? Los realizadores prefieren filmar y luego pensar en lo que harán con el material. No es mi caso. Yo pienso mucho en la delimitación del espacio. ¿Cambia la forma de afrontar una ficción que un documental? No cambia en la forma de aproximarme a mi trabajo pero es más complicado hacer ficción por la cantidad de gente que necesitas en el set. Algo esencial, al menos para mí, es escoger al equipo al que voy a delegar responsabilidades y ponerlo en la misma onda de trabajo. En la organización radica la posibilidad de conseguir un buen resultado. Solo después de esto me pongo a rodar, para entonces todo fluye muy bien. Me suele pasar que cuando todo está tan bien organizado, la gente puede hacer la película sin mí. A veces mi trabajo se limita a decir sí o no. A través de su cine se filtra una reflexión social, casi siempre a partir de lo cotidiano. Incluso ya ha filmado sobre la situación política de Ucrania. ¿De qué manera impacta la coyuntura en su trabajo? Es responsabilidad del artista y, en mi caso, del realizador, hablar y comunicar sobre lo que sucede. No obstante, no se trata de duplicar las situaciones, sino de buscar abordarlas de manera artística. Lo más fácil es exponer tácitamente lo que se ve todos los días pero eso no me interesa. ¿Cómo conseguir esta diferenciación? En México se hacen películas que tienen como tema la violencia que padecemos y se les critica justo porque se quedan en duplicar la realidad. Algunos dicen que es una cuestión de perspectiva temporal. No es mi caso, no creo que sea una cuestión de tiempo. La clave es el lenguaje que vas a usar para contar la historia, tomar en cuenta los encuadres, el sonido. Antes de empezar a rodar hay que tener claro lo que quieres contar, cómo vas a construir la historia y cuál es el tema al que te referirás. Una vez que los tienes, puedes alcanzar la dimensión artística que se necesita. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Sexo, amor y física nuclear Fernando Zamora @fernandovzamora

U

ne Rencontre cuenta la historia (vieja como el mundo) de una pareja que encuentra las delicias del sexo y el amor en el adulterio. Él está casado y tiene un hijo. Ella está divorciada y tiene dos. Luego del encuentro, nuestros héroes sacan juventud de su pasado y dan a su vida lo único que falta: un affaire. Cuando uno era adolescente y esperaba el primer orgasmo como quien espera la Navidad, se entretenía mirando filmes de amor quinceañero. The Breakfast Club o St. Elmo’s Fire son memorables. Hay otros olvidables. Never Been Kissed, por ejemplo. Todos ellos exaltan el amor erótico y adolescente: el viejo Boy Meets Girl que ha hecho la delicia de tantos desde antes que Shakespeare escribiera Romeo y Julieta. Une Rencontre trata de amores adolescentes pero con algunos cambios que vale la pena notar y otros elementos que, por consistentes, también vale la pena notar. En el primer rubro está la edad de los amantes. No por cuarentones dejan de estar atentos al teléfono, emocionados por el amor, rozagantes. Parecen muchachitos. El elemento que no varía es éste: la banda sonora. Todo adolescente sabe que la música es esencial en el amor. Parece que también los cuarentones, sobre todo cuando son adúlteros, se interesan en tararear la canción de moda… en los ochenta.

Hay grandes películas de adulterio. The Bridges of Madison County, dirigida en 1995 por Clint Eastwood, me parece la mejor. Luz silenciosa, de Reygadas, tampoco está mal. Pero éstas son películas que descubren lo humano en la ruptura de una promesa matrimonial. En Une Rencontre uno adivina la frivolidad de la palabra “amor” en estos tiempos. Ninguno de los protagonistas se toma en serio la promesa que tradicionalmente implica el matrimonio. Una cosa es ser madame Bovary en el siglo XIX y otra ser la escritora divorciada convencida de que la sociedad ha superado la etapa del amor incondicional. Tal vez por todo lo anterior la directora usa artificios para dar interés a una película que de suyo no lo tiene. El primer artificio es la música ochentera y no hay aquí ya nada que decir. El segundo es un poco más tramposo aunque ha ganado sesudas reflexiones por parte de la crítica. Y es que como la historia de dos adúlteros que en el fondo no se juegan nada carece de interés, la directora dio un giro extraño al final de la película. Estoy convencido de que contar el final de una película es un acto de mal gusto que todo libro de modales debiera reprobar, pero invito al público a llegar hasta las últimas consecuencias de este affaire para adentrarse en una disquisición más propia del cine de vuelos filosóficos o de una película de ciencia ficción. A pesar de que es en este giro que Une Rencontre ha encontrado aceptación de la crítica en

Une Rencontre (Un encuentro). Dirección: Lisa Azuelos. Guión: Lisa Azuelos. Fotografía: Alain Duplantier. Con Sophie Marceau, François Cluzet y Lisa Azuelos. Francia, 2014. Europa, yo me quedo con la impresión de que Lisa Azuelos no tenía ni idea de qué iba a suceder con sus amantes y tuvo que inventarse un final así: aparentemente intelectual, ocioso. En todo caso hay algo cierto. La historia amorosa y musical de estos adolescentes cuarentones termina tan abruptamente como empezó. L


sábado 14 de marzo de 2015 b 11

LABERINTO

escenarios ESPECIAL

La era del sida MERDE! Braulio Peralta

del movimiento de liberación sexual de esa época, gracias al hippismo, el feminismo y el incipiente movimiento gay. arry Kramer (Estados Si hoy leyéramos la novela Unidos, 1935) fue un seguramente tendríamos una exitoso guionista de lectura menos prejuiciada cine al que nunca le interesó el que entonces porque teatro, hasta que en 1985, tras Kramer escribía de los la aparición del sida, decidió gays —los retrataba en sus escribir Un corazón normal. orgías, reventones, drogas Ya era un activista de los y una vida sin condón—, derechos humanos de los gays pero nada diferente del y lesbianas. Fue cofundador de Gay Men’s Healt Crisis (GMHC), mundo sexual de mujeres y hombres heterosexuales, más que desde los años ochenta hipócritas en su permisividad. apoya a personas con VIH. La Desde su estreno, Un corazón burocracia de la asociación lo normal ha sido un éxito en decepcionó y lo orilló a fundar, todas las capitales del mundo. en 1987, ACT UP, que después se internacionalizó para luchar Constantemente se monta en contra la crisis del sida. Importa diferentes países. No es el tema del sida lo que llama la atención contar la historia de Kramer en la pieza. No. Es la rebeldía para comprender mejor una con la que el hombre lucha para pieza teatral clave en un tema lograr que la sociedad —la que que no ha dejado de ser de se dice civilizada— entienda una interés público. nueva forma de ser y preservar Cuando la obra se estrenó en Nueva York, The New York Times sus vidas como cualquier ser humano. Un alegato escribió: “Acusa al gobierno, rabioso para ser atendido por a los poderes médicos y a la conservadores. prensa de arrastrar los pies en el El montaje en México es combate contra la enfermedad, especialmente en los primeros meritorio. Vale que vaya a verla si se dice civilizado. Se estrenó días de su aparición, cuando el año pasado en el Teatro transcurre gran parte de la Helénico y regresa ahora por obra, y es incluso más dura apenas cuatro semanas, en con los líderes homosexuales el Teatro Milán. Bien por el que, en su opinión, o eran demasiado cobardes o estaban valor de Hernán Mendoza en deslumbrados por la ideología de interpretar al irreverente héroe civil, Ned Weeks. El reparto, la liberación sexual para hablar equilibrado, bien dirigido por públicamente del problema”. Antes, en 1978, Kramer había Ricardo Ramírez Carnero. No son mariconerías al estilo escrito una novela, Faggots de Los chicos de la banda, de (Maricones), con una mirada Mart Crowley, rebasada en el nada complaciente hacia los homosexuales por su fácil forma tiempo. Un corazón normal es el testimonio vivo más directo de sucumbir al sexo. No le gustó a los gays, a los heterosexuales, a de una época en que el sida los críticos literarios, a nadie. Pero convulsionó a la humanidad entera y por primera vez se no deja de ser un referente para volteó hacia los homosexuales entender el comportamiento, como seres humanos, no como no de todos, pero sí de una bichos raros. generación de gays que habían Allá usted si se la pierde. L vivido el sexo a tope, producto juanamoza@gmail.com

L La obra escrita por Yukio Mishima se presenta los jueves a las 20:00 horas en La Gruta, Avenida Revolución 1500

El vicio es virtud La marquesa de Sade confronta dos facetas de la conducta femenina: el abierto rechazo y la devoción sin miramientos TEATRO Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

E

normes pelucas blancas y ensortijadas, cintas, encajes, brocados, amplias faldas y joyería visten a la marquesa de Sade, su madre, su hermana, una condesa y una baronesa, damas convocadas por la lujuriosa conducta del marqués que provoca reprobación, bochorno y escándalo en el París prerrevolucionario. El director chileno Juan José Olavarrieta Gómez convoca a seis actrices mexicanas para su propuesta escénica de este texto de Yukio Mishima, traducido del japonés por Kenyo Hara, en el que la palabra y el vestuario adquieren un lugar preponderante. La forma, el maquillaje, la pose de la presidenta Montreuil, de la baronesa De Simianne y la condesa De Saint–Fond, aunque ésta última quiere emular al propio marqués de Sade, contrastan con el universo de exceso en que se desenvuelve este personaje masculino al que ellas se sienten atadas aún en su ausencia. Escrito en 1969, el texto de Mishima retoma las acciones de la suegra de Sade, la presidenta Montreuil, para mantenerlo en la cárcel: casado con su hija Reneé, mancha con su inmoralidad el buen nombre y el honor de la familia, que guarda buena relación con la corte. La marquesa de Sade, por su parte, erigida en un monumento vivo de devoción a su marido mientras se encuentra cautivo, enfrenta el infortunio y la incomprensión de su madre, quien finge apoyarla y solicita ayuda de la condesa De Saint–Fond, abiertamente libre en el terreno sexual, y de madame De Simianne, que representa la religión atacada por la crueldad y la lujuria del autor de Los 120 días de Sodoma. La joven hermana de la marquesa, Anne, quien peca de juventud, de desbordante apetito sexual y desapego moral, aporta su carga al escándalo que envuelve a su familia, acompañada de una doncella que presencia la batalla librada por las mujeres de la casa y la injerencia de las damas convocadas.

A manera de acercamiento a estas mujeres —ricamente ataviadas, incluida la doncella de servicio, que porta joyas aunque su traje, maquillaje y peinado sean un poco menos ostentosos que los que usan las damas de alcurnia—, el director ubica a los personajes al centro de la caja negra del Foro La Gruta, donde el único mobiliario es un breve tocador de madera blanca, dos pequeños espejos de pedestal y algún candelabro. Su vestimenta es su hábitat, el referente de su entorno, la forma que oculta el fondo más allá de los hombros o el escote. El complejo, dialéctico, extenso y profundo texto de Mishima, en el que vicio y virtud se equiparan en un discurso que empuja a la transgresión de las normas sociales, la religión, la falsedad y la corrupción, es dicho por las actrices a ratos atropelladamente y otros con ritmo, a veces veloz y luego pausadamente, como si desearan que las palabras se abrieran al ser pronunciadas. Disciplinadas, entregadas y cumplidas, Pilar Couto, Verónica Contreras, Paula Comadurán, Karla Reyes, Marcela Rigoletti y Luz Vallmen llevan a cabo el trazo, la figura, el trayecto, la reacción, e interpretan escenas que, además de evocar lo que el marqués ha transformado de la vida de los personajes, regalan una mirada, un arrepentimiento, una osadía, aunque da la impresión de que la dirección se concentró exclusivamente en la forma y la palabra dejando en último término el fondo, y ahí todo un universo. Si bien es cierto que pocas veces las producciones dedican tal cuidado al vestuario de época —bien diseñado por Lilia Camacho—, como en esta ocasión, también lo es que las actrices saben conducirse con éste sobre el escenario y ejecutan el marcaje que solicita alguna caricia o gesto que pueda acercarse a lo erótico o a lo sugerente, pero no deja de convertirse en una fría pose que se desvanece por falta de sustento en la forma. La marquesa de Sade es un montaje que semeja un cuadro francés en movimiento: los personajes adquieren alternadamente mayor preponderancia y la palabra solicita con urgencia ser encarnada. L

ESPECIAL

Un corazón normal se escenifica en el Teatro Milán


12 b sábado 14 de marzo de 2015

MILENIO

varia LUZ MARÍA SÁNCHEZ

ESPECIAL

V.F(I)N_1

La foto como policía del arte

Los sonidos de Luz María Sánchez

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

a relación entre el escritor y la fotografía solía ser retrospectiva; conocíamos a un escritor consagrado o muerto por sus viejas fotografías; Internet modificó drásticamente esa relación y hoy conocemos antes las fotografías y luego (quizá) la obra literaria de los escritores. Grave problema: la fotografía es la Gran Normalizadora, y la fotogenia es la prueba de que todo está OK: amas, gozas, trabajas, consumes, descansas, existes, luces, vendes obedeciendo cada cláusula del contrato social. Un retrato es siempre la certificación de una obediencia al control, la policía incrustada en la retina. El cambio de la relación entre literatura y fotografía ha resultado en otro factor más de la normalización del escritor, que caracteriza a esta época de las artes verbales. Nótese, por ejemplo, la función de la foto en el experimentalismo: la escritura puede querer no ser comunicativa, eludir el realismo y la lectura–pasiva; pero la persona que escribe experimentalmente, en cambio, desea ser reconocible, real, transparente, presente, comunicable, familiar gracias a sus fotos. Esta es la gran incongruencia del experimentalismo y toda literatura actual. Su adicción a la fotografía muestra su entrega al capital. La fotografía ha hecho más comercial a la literatura comercial y más aceptable a la literatura experimental. Hoy ser escritor es aparecer en fotografías. Si hay un anuncio de una lectura, libro o evento veremos una fotografía

del escritor. Participar en lo literario es aparecer en una fotografía. El libro importa menos; los géneros centrales son álbum y pic. La fotografía es el arte más reaccionario de nuestro tiempo; está, por lo menos, 100 años detrás del arte contemporáneo. Sin embargo, el arte contemporáneo depende del padrinazgo del retrato. El escritor mediante la foto se vuelve una “personalidad”; el texto es apenas el producto vendido por la “celebridad”. Si bien el libro está en crisis, la figura del escritor aumentó en relevancia. No es azar que tengamos ya escritores que no escriben y sean célebres en el espectáculo de las Humanidades. Hemos llegado al momento en que ninguna innovación radical de la forma artística sucederá si no hay una crítica radical del espectáculo. La falta de radicalidad del presente momento literario, teórico y artístico en general es evidenciada por la naturalización de la foto como carta de presentación del autor. La fotografía es el pilar del espectáculo. Pero mediante su uso del retrato, el escritor merma la distancia, el extrañamiento del arte. La foto es la firma del escritor con las clases en el poder y el gusto consumidor. El retrato expresa su afinidad con los dominadores y su atractivo y accesibilidad para el consumo. Si el escritor se niega a romper el contrato fotográfico, la escritura, sin embargo, romperá su contrato con el escritor. L

Magali Tercero @magalitercero

¿

Cuáles son las apuestas reales del arte contemporáneo, sus relaciones con la sociedad, con la historia, con la cultura?”, se pregunta el teórico y curador francés Nicolas Bourriaud en el prólogo a Estética relacional (1988), libro en el que bautiza una parte del arte llamado contemporáneo como “relacional”. Hacer que el público viva una experiencia en forma activa es, entre otras cosas, una característica importante del llamado arte contemporáneo. Por ejemplo, en la obra de la artista tapatía Luz María Sánchez, V.F(I)N_1 —ganadora del primer lugar de la primera Bienal de las Fronteras para artistas emergentes y curadores, realizada en Matamoros, Tamaulipas—, el espectador debe tomar una pistola, llevársela a la oreja y escuchar, mientras parece apuntar contra sí mismo, una balacera grabada con celular por algún civil. En entrevista, Sánchez explica que esta obra es parcialmente relacional. Es decir, lo es porque “definitivamente los contenidos los generan los mismos civiles, y la obra tiene que ser activada por civiles que han pasado por esas mismas experiencias o que pueden relacionarse a nivel personal con las mismas. Parcialmente, [mi obra] podría ser [relacional]”. Más allá de etiquetas, el trabajo de la artista nacida en 1971 es parte de la práctica artística contemporánea en el sentido de que surge de la investigación. En este caso, de la investigación sobre las balaceras grabadas con celular por ciudadanos comunes y corrientes. Las 74 pistolas reunidas por Sánchez en un mueble con estantes, construido especialmente para esta instalación, son en realidad juguetes para niños que incluyen un reproductor de sonido.

¿QUÉ ESCUCHAN LOS NIÑOS EN SU PISTOLA DE JUGUETE? ¿Graban música? ¿Graban sonidos de su cotidianidad o programas de TV?, se pregunta esta cronista. No hay respuesta pero, tal como dijo la autora a una estación televisiva, se trata de acercar al espectador a la realidad nacional en forma lúdica. En sus propias palabras, “V.F(I)N_1 es una instalación–escultura sonora multicanal que aborda el tema de la violencia en el México Post–Nacional, desde la perspectiva ciudadana, y utiliza el sonido como material de significación. Setenta y cuatro reproductores de

audio en forma de pistola conforman V.F(I) N_1, objetos que debido a su fuerza plástica construyen un entramado escultórico de gran formato, que crea una textura sonora integrada por el mismo número de registros acústicos: balaceras grabadas por ciudadanos atrapados en combates entre fuerzas del orden y el crimen organizado en territorio mexicano”.

“MAMÁ, VAMOS A AGACHARNOS” En uno de los audios tomados de YouTube por Sánchez, se escucha la voz de una niña angustiada. El 12 de septiembre de 2014 ella dijo: “Y por qué están disparando? Mamá, vamos a agacharnos. Mami, vamos a hacernos para allá”. La madre respondía que no podían pararse. Otra mujer alcanzó a sorprenderse: “¡Pasó por aquí! Están arriba del puente o abajo del puente”. Yo vi el video, y cualquiera puede hacerlo porque hay una lista de todo el material incluido, pero la fuerza de la instalación está en el sonido. El espectador puede escuchar un solo reproductor, varios a la vez, o bien todos los audios juntos. En lo personal, y pese a estar habituada al tema debido a mis investigaciones periodísticas, resulta muy impactante. El día de la inauguración en el Museo de Arte Contemporáneo de Tamaulipas (MACT), construido por Mario Pani, muchos se decidieron a abordar a la autora después de rondar y rondar la pieza. Esa tarde hubo una balacera, ignoro si cerca o lejos del Museo, pero llegaron aproximadamente cien personas a la premiación. Normalmente las calles están vacías y la gente se encierra temprano, pero ese día, tal es la avidez de arte, los espectadores estuvieron entre 7 y 8 y pico de la noche. Uno de ellos contó a Sánchez que había estado en uno de los tiroteos. Otro más le dijo que los traficantes los obligan a cruzar la frontera para recoger cuernos de chivo y traerlos a México. Tienen que hacerlo porque si no los matan. Normalmente, el acercamiento se inicia con una pregunta: “¿Tienes visa?”. (Más información sobre el jurado internacional y los premiados de la Bienal de las Fronteras, convocada por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes y Conaculta, bajo el tema “Bordes”, y en la que participaron obras procedentes de 22 países, en http:// www.bienaldelasfronteras.org ). L


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