Laberinto
Diego José Poesía página 3 Santiago Gamboa La sumisión página 9 Braulio Peralta En busca del teatro perdido página 11 Heriberto Yépez Contra toda biografía página 12
N.o 615
sábado 28 de marzo de 2015
El comisario
Álvaro Uribe Página 3 NACHO REYES
Fernando del Paso 80 años
Vicente Quirarte Elizabeth Corral José Luis Martínez S. José de la Colina
Páginas 4 a 8
MILENIO
02 b sábado 28 de marzo de 2015
MILENIO
antesala DE CULTO
ESPECIAL
El libro de la sabiduría
Eugène François Vidocq
El primer detective
TOSCANADAS ESPECIAL
Fotograma de La pasión de Cristo de Mel Gibson
David Toscana dtoscana@gmail.com
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ntre las treintaitantas parábolas que se adjudican a Jesús el Nazareno, hay una que aparece solo en el Evangelio de Lucas. Difícilmente se escucha en las lecturas dominicales, pues es bastante espinosa y resulta complicado hallarle una moraleja edificante. La copio aquí abajo textualmente, de la versión RVA 1960: “Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ‘¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo’. “Entonces el mayordomo dijo para sí: ‘¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas’. “Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’ “Él dijo: ‘Cien barriles de aceite’. “Y le dijo: ‘Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta’. “Después dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ “Y él dijo: ‘Cien medidas de trigo’. “Él le dijo: ‘Toma tu cuenta, y escribe ochenta’. “Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque
César Blanco b blancocesar@hotmail.com
los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. “Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas”. En la traducción sin poesía de la Biblia en Lenguaje Actual, Cristo dice: “Yo les aconsejo que usen el dinero obtenido en forma deshonesta para ganar amigos”. En otra escena bíblica, el profeta Eliseo, favorito de Jehová, mandó despedazar impunemente a cuarentaidós muchachos solo porque se burlaron de su calvicie. En el libro primero de Reyes y segundo de Crónicas, el pueblo de Israel acude a Roboam, su recién estrenado rey. Le solicitan que les baje la carga de impuestos, pues ya su antecesor los empobreció con un exceso de gasto público y todos tuvieron que apretarse el cinturón y trabajar más de la cuenta. ¿Cómo les respondió el rey? “Mi padre hizo pesado vuestro yugo, pero yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo lo haré con escorpiones”. Y no olvidemos que los cuatro evangelios hablan de la costumbre de Poncio Pilato de soltar un preso en la fiesta de la Pascua, de modo que termina abriéndole las rejas a un asesino, un sicario, y condenando a un inocente. Hay políticos que leen poco. Y sin embargo no falta quien confiese que se ha dejado influir por algunos fragmentos de la Biblia. Me pregunto cuáles serán. L
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ugène François Vidocq, el primer detective moderno, nació, según consigna en sus Memoires, el 23 de julio de 1775 en la comuna francesa de Arres, en “la casa vecina donde Robespierre había nacido dieciséis años antes. Era de noche; la lluvia caía torrencialmente; el trueno crujía. Con esos signos, una pariente que hacía las veces de partera y oráculo pronosticó que mi carrera estaría llena de aventuras”. Hijo de un panadero culto y una madre abnegada, Vidocq pasó su adolescencia metiéndose en toda clase de problemas. Soplaban en Francia aires revolucionarios y el país entero era una enorme cloaca repleta de embaucadores, prostitutas, asesinos a sueldo y políticos de moral ambigua; el clima ideal para curtir la piel de un espíritu aventurero. Esgrimista feroz —le apodaban Vautrin (jabalí)—, estafador innato y mujeriego consumado, cuando no estaba preso o prófugo (escapaba de cualquier cárcel) se enrolaba en alguna empresa militar o amorosa (peleó en las batallas de Valmy y Jemappes) solo para ser capturado una vez más. En esos años conoció los callejones de Bruselas y Rotterdam, dominó el arte del disfraz y la falsificación, y tejió amplias redes de contactos por toda Francia. A sus 34 años, cansado de huir de la justicia y tras escapar del infierno sodomita de Toulouse, Vidocq entró por su propio pie en la Prefectura de París y preguntó por monsieur Henry, el jefe del departamento criminal. Le propuso algo que cambiaría su vida para siempre: convertirse en soplón. Pasó semanas encarcelado para conseguir información; recorrió —arropado por ingeniosos velos— salones, burdeles, casas de juego clandestinas, de donde extraía confesiones a espadachines a sueldo, carteristas, fugitivos. En poco tiempo, las crujías rebosaban con delincuentes capturados gracias sus oficios. Su éxito fue tan
EX LIBRIS
ALFILERES
abrumador que el gobierno decidió incorporarlo al cuerpo policial mediante la creación de la Brigade de la Sûreté, una unidad especial de investigación que acabaría siendo el modelo de Scotland Yard y el FBI. Ahí, Vidocq implementó una serie de técnicas (como el estudio de la balística y de la escena del crimen) que al día de hoy son consideradas como el germen de la criminalística moderna. Tras no pocas desavenencias con sus superiores, renunció a la Sûreté y fundó la primera agencia de detectives privados del mundo. Su fama inspiró a Balzac (amigo íntimo que tomó su apodo y biografía para trazar al célebre Vautrin), Victor Hugo (Jean Valjean y Javert son su cara y cruz), Dickens y Melville (aparece en Grandes esperanzas y Moby Dick); pero, sobre todo, es el culpable del nacimiento del género literario más popular de todos los tiempos, el policiaco, ya que su vida y obra sirvieron para la elaboración de los personajes con los que Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle fundaron esta tradición. Retirado, Vidocq murió el 11 de mayo de 1857 a los 81 años. Salvo por el culto que le rinden en Francia, y por la Sociedad Vidocq de Pennsylvania (conformada por ex investigadores que se dedican a investigar casos cerrados), lo cierto es que este antihéroe, fiel a sus costumbres, sigue escondiéndose en los callejones de la historia y la ficción. L Virginia Woolf bEKO
Armando Alanís b alaniscanales@gmail.com
Esta vez el mago no pudo conseguir que su asistente reapareciera. Ella había aprovechado el truco para huir con el trapecista.
MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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LABERINTO
antesala
Cima
El comisario
La contemplación revierte la perspectiva de quien mira y se vuelve una exploración de lo que hay dentro del que implora por el mundo CARACTERES
POESÍA
ESPECIAL
Diego José
¿Qué exiges de mí? ¿Acaso necesito crear el mundo para entenderlo?
Paul Claudel
T
ú no controlas la inmensidad sobre tus hombros, tú no controlas la espina que tu mano advierte, tú no controlas la precipitación oblicua de los vencidos en el juicio detrás del muro; tú no controlas la ensoñación de la matriz, tú no controlas la elipsis vibrante del cosmos, Álvaro Uribe
ni la piedra reiterativa de la barbarie; tú no controlas el doblez de los girasoles, ni la santidad de los helechos vespertinos; no controlas la llaga por donde dios se asoma ni el aletear quebrado del ángel de la historia; tú no controlas nada ni siquiera tus pasos que intentan delinear la trayectoria del sueño; tú prefieres rendirte a la vocación del día, te aferras a la perduración de la violeta como al último apostolado que reconoces; tú no gobiernas las decisiones de la injuria, tú no acompañas a los justos en su tormento, ni entonas para el mártir un salmo de consuelo; resistes en las cuerdas ante tu propia sombra, esgrimiendo puños de rabia contra la niebla; tú no claudicas pero temes a la borrasca, tú anhelas la rosa quemante de los misterios pero gimes ante la incertidumbre gozosa que te devuelve los vestigios de tus plegarias.
ESPECIAL
D
iego José nació en la Ciudad de México en 1973. Su primer libro de poesía, Cantos para esparcir la semilla (2000), le valió ese año el Premio de Poesía Carlos Pellicer para obra publicada. Es también autor de los poemarios Volverás al odio (2003), Los oficios de la transparencia (2007) y Cicatriz del canto (2014); así como de las novelas El camino del té y Un cuerpo (451 editores, 2008), y del volumen de ensayos Nuevos salvajismos: la perversión civilizada (2005, 2014). Su obra ha sido reconocida con el XIV Premio de Poesía Efraín Huerta (2002), el Premio de Literatura Abigael Bohórquez en el género de ensayo (2004) y el XIII Premio de Poesía Enriqueta Ochoa (2006). Este poema forma parte de Cicatriz del canto (Cecultah, 2014), una elegía frente a la ausencia de lo sagrado.
alvuribe@yahoo.com.mx
C
on optimismo, la especie del comisario se podría adscribir al género del crítico. Pero en asuntos relativos al vicio o al oficio de la comisaría no conviene para nada ser optimista. Bien o mal, con razón o sin ella, inteligente o estúpidamente, el crítico juzga; vale decir, argumenta. El comisario, en cambio, se complace en calificar y, sobre todo, en descalificar. Lo suyo no son los razonamientos, las apreciaciones, los matices. Lo suyo son las listas, las nóminas, los catálogos: cualquier conjunto de entidades más o menos homologables del que pueda desterrar a seres más o menos anómalos como tú. Semejante en esto y solo en esto a sus víctimas, el comisario no se hace; nace. No se precisa ser demasiado perspicaz para reconocerlo desde pequeño. Es el bravucón que a punta de amenazas les impone su voluntad a los demás; el habilidoso que los envuelve en su verbo; el taimado que los embauca con falsas promesas. A él le corresponde, por derecho reconocido por propios y ajenos, distribuir a los otros niños en equipos para jugar futbol y, si el número de los jugadores resulta ser non, establecer quién va a sobrar. Así era de chico Olegario el comisario. Así era, inexorablemente, contigo. Cuánto disfrutaba marginarte de los juegos colectivos. Cómo se reía de tu torpeza física, que iba aumentando y volviéndose irreversible en la medida misma en que no te dejaba jugar. Y ya en la adolescencia se encargó
de que nunca nadie te invitara a una fiesta ni a una simple reunión. Y de que sus amigos, que eran también los tuyos, te repudiaran por ser tan retraído. Pasados los sesenta, Olegario es una figura pública. Toda una autoridad. Una pluma menos respetada que temida. Un antólogo adulado por los escritores deseosos de figurar aunque sea en una nota a pie de página en sus antologías. Un promotor cultural aplaudido por los literatos ansiosos de participar en los bien remunerados festivales literarios que él organiza. Un censor que dictamina a su antojo cuál texto es de veras poesía, cuál solo narrativa, y cuáles no merecen ser literatura. Tú tienes desde siempre la costumbre de quedar al margen de sus torvas jugadas. Pero pocas cosas en el mundo son más flagrantes que la ausencia, y de tarde en tarde un colega impertinente quiere saber con genuino interés o con auténtica inquina cuántos libros debes publicar, cuántos premios ganar y cuántos lectores tener para que Olegario por fin te antologue, te promueva, te dictamine. A riesgo de pasar por despechado, replicas: “pregúntaselo a él”, aunque estás seguro de que el poder del comisario no reside en lo que crea, sino en lo que destruye. No en incluir, sino en excluir. A no ser, desde luego, que a Olegario le dé por hacer listas. Y que, no conforme con declarar a los cuatro vientos qué novelas y qué volúmenes de ensayos o de relatos o de poemas son los mejores del año, el comisario resuelva denunciar cuál es el peor. Porque en ese caso extremo de la comisaría —piensas con alivio—, bendita sea la exclusión. L
MILENIO bLABERINTO b http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: SCLaberinto
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de portada
La forma más alta del heroísmo
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El 1 de abril, Fernando del Paso celebra 80 años de vida. Autor de tres novelas monumentales, ensayista, pintor, dibujante, se halla ahora entregado a concluir un amplio estudio sobre el Islam y el judaísmo. Nos unimos a la fiesta de cumpleaños con dos textos que exploran sus caminos literarios, una crónica de su cotidianidad en Guadalajara donde vive con su esposa Socorro desde 1992, y una misiva fraternal de cuando recibió el Premio Juan Rulfo en 2007 Vicente Quirarte
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CONACULTA
stamos reunidos para celebrar la concesión a Fernando del Paso del premio que lleva el nombre de José Emilio Pacheco. Todos los presentes hubiéramos querido que el segundo estuviera tangiblemente con nosotros. Único paliativo es que su ausencia, aún dolorosamente asimilable, permite que este premio sea, entre otras cosas, homenaje a quien siempre se mantuvo fiel a su humildad y a su orgullo, en él formas sinónimas y ejemplares de ser y conducirse. El genio de su vida y el talento de su obra son lecciones que nunca dejaremos de agradecer, atesorar y conservar. Existen los escritores leídos, los admirados y los amados. Los tres calificativos pueden aplicarse al premiado y a aquel cuyo nombre recordamos en el premio. Nacidos con cinco años de diferencia, ambos autores pertenecen a la misma generación porque fueron marcados por los mismos hechos en el tiempo y el espacio. En 1958 aparecen los Sonetos de lo diario firmados por un joven Fernando del Paso. En ellos da muestra de su virtuosismo verbal y su capacidad para transformar lo nimio en hiperbólico, lo intrascendente en epifanía. En 1959, el aún más joven José Emilio da a la luz su primera colección de prosas bajo el título La sangre de Medusa. Publicados bajo el sello de Cuadernos del Unicornio, donde la elegancia del papel y la tipografía se unen a la maestría verbal de los autores, en esos breves e intensos libros ya están las principales características que habrán de definir su estilo. Ambos fueron niños de la colonia Roma. José Emilio desde la calle de Guanajuato, Fernando en la de Orizaba. Ambos botaron los mismos barcos, en diferentes tiempos, en la misma fuente Luis Cabrera. Como lo hizo notar Sara Poot Herrera, en diferentes y futuros tiempos ejercerían el oficio de oidor para Juan José Arreola, editor de sus libros y maestro que insistía en que la escritura debe tener la solidez de las artes mayores. Por ese motivo, los libros de Fernando y José Emilio son unánimemente admirados y releídos como verdaderas escuelas de escritura, homenaje y consagración de nuestro idioma. Ambos nos enseñan que la memoria es la mejor arma de la historia, como lo demuestran los Inventarios signados por las célebres iniciales JEP o la monumental investigación Bajo la sombra de la Historia en la que Fernando trabaja con disciplina ejemplar. Si bien el camino recorrido por una creatura de palabras para llegar al dominio de su oficio sigue un esquema común, cada escritor es un ser imprevisible y sorprendente, original y nuevo. Fernando del Paso es el más claro ejemplo de quien al construirse nos construye, al forjarse un lenguaje hace más prestigioso y fuerte el colectivo. De ahí que ésta sea una oportunidad para agradecer y celebrar la victoria de un hombre sobre sí mismo, su labor como arquitecto de vastas y macizas construcciones verbales que han resistido y resistirán el paso del tiempo. Conocemos a Fernando del Paso antes de conocerlo. Ha sido compañero y responsable de nuestra educación sentimental y de varias
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de portada NACHO REYES
Pocos de nuestros escritores, como Fernando del Paso, aman tanto las palabras y pocos como él han sido tan bien correspondidos
Socorro y Fernando del Paso
de nuestras noches claras, desde aquella compacta edición de José Trigo, novela deslumbrante y exasperante, barroca y total que hizo entrar a su autor con paso firme en la narrativa de lengua española, y que constituyó el principio de una carrera determinada por la paciente exigencia, la honestidad intelectual y la espera que es privilegio de los sabios. Si la misión de un escritor es consumar al menos una obra maestra, Fernando del Paso lo ha logrado en cada una de sus tres novelas mayores. En ellas ha llevado a cabo una nueva, heterodoxa, desafiante lectura de nuestra historia: José Trigo o el descenso al México ancestral y profundo; Palinuro o la odisea del hombre enfrentado al enigma del amor y la muerte a través del cuerpo de Estefanía, o de un país que cambia de manera vertiginosa y radical; Carlota de Bélgica o nueva Penélope que teje y desteje su locura y se transforma por voluntad del narrador en ojos omnipotentes de la historia. Pocos de nuestros escritores, como Fernando del Paso, aman tanto las palabras y pocos como él han sido tan bien correspondidos. Publicista, traductor, diplomático ejemplar de México en París —donde desempeñó su cargo con diligencia y siempre tuvo tiempo tanto para el visitante ilustre como para el estudiante pobre—, se ha servido de las palabras para el diario sustento, pero ha desarrollado en las más altas horas el trabajo literario del creador que al domarlas y moldearlas sustenta nuestra imaginación, la exacerba, la transforma en arma para vivir cada minuto con más intensidad. Una de las características de la creación entera de Fernando del Paso es la obsesión, propia del joven, que lo lleva a enfrentar desafíos y llevarlos a sus últimas consecuencias, ya se trate de un soneto que evada la rima fácil, ya de una exposición plástica o de un dibujo que acorte la distancia entre significante y significado, ya de volver a escribir el Quijote al convocar a sus más intensos cofrades y reelaborar su discurso en un viaje fascinante, ya de escribir una novela policiaca que, entre otras cosas, lleve a su autor a recordar las aventuras de don Policarpo escritas por un tío de la familia. Con Linda 67, Fernando del Paso ha otorgado al thriller categoría de arte mayor, y donde los triunfadores son unos cuantos. Como en sus obras anteriores, en ésta se halla presente el narrador omnívoro, el estudioso del espacio de su acción, el lúdico permanente que juega con las palabras y sus personajes. El primer libro de Fernando del Paso fue una colección de poemas. En uno de sus libros más recientes, PoeMar, vuelve a esa vocación jamás abandonada, pues cada una de sus obras está hecha con la tensión y la altura que la poesía demanda. Desde el cuño del título, PoeMar, nos advierte que el suyo es un decir sobre el océano pero también una meditación sobre las diversas formas en que es posible aproximarse a una realidad presente en la Historia y las historias de nuestra especie. Del Paso se atreve a dialogar con una de las criaturas más
sorprendentes y más cantadas de la literatura. El mar es una doble tentación. Quien acepta entregarse a él, envolverse en su cuerpo hasta fundirse con esa idea material de lo absoluto, difícilmente puede evitar traducirlo a palabras, convertir los seis sentidos mágicos en objetos verbales que testimonien esa experiencia siempre única. En una nueva etapa de su versátil labor creativa, Fernando del Paso toma el desafío. Fernando del Paso nació el 1 de abril de 1935. Ese mismo día, pero de 1755, vino al mundo Anthelme Brillant–Savarin, el gastrónomo que con el paso de los años, y por su propia cuenta, habría de publicar Fisiología del gusto, Biblia de los enamorados de la alquimia culinaria. Otro primero de abril, pero de 1868, vio la primera luz el poeta y dramaturgo Edmond Rostand, ya para siempre asociado a Cyrano, que hace de la escritura la forma más alta del heroísmo. Nada es obra de la casualidad, y los astros se acomodaron de tal manera que Fernando del Paso está bien acompañado por estos dos autores de otra era. Por un lado, es notable su amor por la cocina, que comparte estrechamente con Socorro, mismo que los llevó a hacer un libro de cocina mexicana, cuyo objetivo es iniciar a los paladares de los paisanos de Brillant–Savarin en los misterios de nuestra gastronomía; por el otro, la admirable rebeldía e independencia de Fernando, su voz que es siempre fiel a lo que piensa, aunque eso signifique el desconcierto de la grey, lo emparientan, afortunadamente, con el señor de Bergerac, cuya espada y cuya pluma se desenvainan exclusivamente en defensa del honor, el débil o del enamorado. En una de las páginas de Palinuro de México, los personajes discuten sobre ese acto que mucho tiene de magia y de máquina del tiempo, consistente en ir a la Hemeroteca Nacional y repasar los sucesos que tuvieron lugar el día del nacimiento de uno. Como testimonio de gratitud a nuestro escritor, que tanto ha hecho por la Historia y obligarnos a reconocernos en su espejo, me permito compartir con ustedes algunos de los sucesos que tuvieron lugar el día de su nacimiento. El 1 de abril de 1935, día del nacimiento de Fernando del Paso, entraba al puerto de Acapulco el crucero alemán Karlsruhe, al mando del comandante Lutjons y el capitán Schomol. Fue recibido con champaña, grandes honores, y la colaboración de autoridades y marinos mexicanos que harían con los visitantes maniobras conjuntas. Del otro lado del mar, Europa entera entraba en un franco periodo de militarización. Francia declaraba que tendría una flota aérea como la alemana y Benito Mussolini afirmaba, mientras comenzaba a apoderarse de Etiopía, que sus aviones podrían oscurecer el cielo de Italia. La noche del día en que la familia Del Paso Morante celebraba el advenimiento de su hijo, la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje declaraba existente el estado de huelga de los trabajadores de los tranvías. La falta de transporte no impidió que una multitud se dirigiera a la
estación de Buenavista a recibir a los primeros contingentes de atletas que regresaban de los Juegos Centroamericanos. La euforia era mayor porque ese día el equipo mexicano de futbol había vencido a Honduras con un marcador de 8–2. El apoderado legal de la Universidad Nacional, con apenas siete años de flamante autonomía, se amparaba contra actos del presidente Lázaro Cárdenas, implícitos en el decreto del 12 de mayo sobre la enseñanza secundaria en relación a la universitaria. En la colonia Guerrero, la familia Fabila se intoxicaba con leche, ante el escándalo y preocupación de todo el barrio, circunstancia aprovechada por la compañía Nestlé para incrementar su publicidad y sus ventas y denunciar la adulteración y la impureza de la leche convencional. El día en que el niño Del Paso ocupaba el aire con su primer llanto, en el Cinema Palacio se presentaba el pianista chileno Claudio Arrau con el espectáculo “Sueño de amor”. En los cines Edén, Monumental y Odeón se exhibía la película Bohemios, con Julián Soler y Amelia de Ilisa; el Principal daba Monja y casada, virgen y mártir, con Consuelito Frank y Joaquín Busquets; en la pantalla del Balmori, Joan Crawford y Clark Gable actuaban en Cuando el diablo asoma, mientras en el Regis podía verse Clive, el conquistador de la India, con Ronald Colman y Loretta Young. Cines humildes y heroicos como el Mundial y el Alarcón ofrecían por 30 centavos funciones triples y maratónicas de películas que habían dejado de estar en la primera línea de combate. Roberto El Panzón Soto anunciaba para el Teatro Lírico el estreno de dos nuevas comedias: Charros al Chaco y Los hijos de Pancho Villa. Colaboraban en las páginas de Excélsior y El Nacional Rubén Salazar Mallén, Eduardo Pallares y Mauricio Magdaleno. Entre la información de gozos y tristezas, logros políticos y crímenes del orden común, se anunciaba el Chevrolet 1935 con “carrocería Fisher, motor de seis cilindros de válvulas en la culata”. Una hermosa diablesa vestida de desnudez —como después habría de serlo Estefanía por Palinuro— anunciaba a 5 centavos la cajetilla de cigarros Diablitos, tipo habano; el bálsamo del doctor Bengué proclamaba sus bondades contra gota, reumatismo y neuralgias, del mismo modo en que las pastillas Lekerol combatían la tos y la ronquera; destacaba asimismo la publicidad de la ropa íntima Caresse, que “se lava, lava y lava, y dura, dura y dura”. Yo soy un hombre de letras, dice orgullosamente uno de los más inolvidables personajes de Noticias del Imperio. Fernando del Paso lo es, de manera literal y literaria, porque desde que empezó a ejercer las palabras y los colores nunca abandonó esa actividad. En alguna entrevista señaló que escribir era como dibujar letras, y su estilo exigente y poderoso da muestra de cómo cada una de sus páginas es un mural y una sinfonía, por su riqueza cromática y metafórica, la variedad de registros y el trazo arquitectónico de la estructura novelística. En contra de las adversidades, con el amor de su familia, para él sustento tan poderoso como su escritura, lucha con entusiasmo adolescente por desfacer los mismos entuertos que Palinuro enfrentaba en su juventud poderosa y desarmada. Gracias demos a Fernando del Paso por su escritura exigente y generosa, por haber descubierto ese elíxir de la eterna juventud consistente en inventar el mundo cada día y compartirlo con nosotros. L *Texto leído en la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán, Mérida, el 7 de marzo de 2015.
LABERINTO
El laboratorio perio Elizabeth Corral
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n París, a finales de julio de 1992, encontré por tercera vez a Fernando del Paso. Fue en su oficina del Consulado General de México donde le entregué la tesis de doctorado sobre Noticias del Imperio que acababa de presentar en la Universidad de Toulouse. Solo lo vi tres ocasiones durante los cuatro años que pasé en Francia, entrevistas breves en las que me dejé ganar por la timidez. Pero en esa última oportunidad sabía que las posibilidades de volver a encontrarlo se reducían al mínimo —yo ya regresaba a México— y no dudé en contarle que en Toulouse había conversado con un profesor de la Universidad, el querido Jacques Gilard, quien aprobaba sin reservas mi proyecto de reunir una obra periodística que entonces yo creía menos extensa. Gilard fue un profesor francés que hablaba en perfecto colombiano, gran conocedor de ese país y las múltiples manifestaciones de su cultura, compilador de la obra periodística de García Márquez y autor del primer estudio exhaustivo sobre ella. Del Paso se entusiasmó con la idea y sentí que de alguna manera empezaba a cumplir el deseo compartido con Holden, el protagonista de El guardián entre el centeno de Salinger, que con su enorme contundencia adolescente asegura que no hay nada como ser amigo del autor de los libros que de veras nos gustan. En París me equivocaba. La familia Del Paso volvió a México pocos meses después y no solo vi a Fernando y a Socorro con frecuencia, sino que entonces inició la estrecha amistad que nos une hasta ahora. Empecé a ir a menudo a su departamento de la Ciudad de México y luego, cuando se instalaron en Guadalajara, me abrieron con generosidad las puertas de su casa. Recuerdo con una mezcla de entusiasmo y emoción los tres días de intenso trabajo en que Fernando me invitó a hurgar en una caja enorme que él apenas había revisado, unos papeles reunidos durante algunos de los 28 años que pasaron en el extranjero. No contenía nada de la obra periodística que yo revisaba, ni era la única caja que había en la casa, pero ameritaba dedicación. Había distintas versiones de capítulos de José Trigo y Palinuro de México, numerosos apuntes para Noticias del Imperio, esbozos y dibujos en papeles reciclados y tres cuentos mecanografiados en papel cebolla y papel calca, uno en las hojas de tamaño casi oficio que usan los europeos. Era un cofre de tesoros. Dos de los cuentos estaban incompletos, a uno le faltaba la primera página y al otro la última, y el tercero apareció en La palabra y el hombre de la Universidad Veracruzana, una cortesía del autor. Brilló por su ausencia, en cambio, “La cama de piedra”, el relato que Fernando buscaba y sigue buscando, uno que publicó en Colombia y del que entonces esperaba encontrar alguna versión mecanografiada o manuscrita. Solo se dedican 20 años de estudio a una obra si ésta tiene materia de sobra, como la de Fernando, a quien celebramos con toda justicia. Además de la asombrosa imaginación verbal que con tanto entusiasmo elogia Pitol y de la “tamaña prolijidad milagrosa” de que habla Montes de Oca, están el talento para fabular, la precisión para describir, la habilidad para yuxtaponer atmósferas, géneros, perspectivas, incluida la delirante, que él arropa con historias entrañables. Está, también, la asombrosa capacidad para contagiar la curiosidad. Entrar a sus mundos literarios significa internarse en selvas exuberantes que muestran su diversidad y riqueza, a laberintos espaciosos y de inmenso vigor donde se condensan naturaleza y vida. Más que síntesis gloriosas de elementos culturales, sus creaciones se pueblan de contrastes, disonancias, trastrocamientos. Mi encuentro inicial con Palinuro de México, la primera novela de Fernando que conocí, unió deslumbramiento y desconcierto. Volver una y otra vez a sus páginas se convirtió en una tarea placentera que me descubría asuntos nuevos o matices inadvertidos. Los creadores de microcosmos no dejan escapar nada, ya se sabe, y las obras de Fernando Del Paso son monumentales: todas las manifestaciones del pensamiento humano, grandes o insignificantes, caben en estas construcciones caleidoscópicas ajenas a cualquier jerarquía. Esta exhaustividad, ya legendaria, convierte a la obra en una especie de universidad paralela que explica la grandeza de artistas imposibles de abandonar y muestra lo que la historia de la humanidad tiene de complejo, rico y contradictorio. Ciencia, historia, literatura, filosofía, política, pintura, historia de las religiones y más, en una extensión geográfica que no se conforma con Occidente, como muestra Bajo la sombra de la Historia. He vuelto una y otra vez, con placer infinito, a los pasajes que encuentro más conmovedores, divertidos, críticos, lúdicos, aleccionadores. De José Trigo a Linda 67, de los artículos periodísticos a los ensayos, de Los sonetos de lo diario a PoeMar, la escritura de Fernando Del Paso apela a los sentidos en general y a la mirada en particular, la cual tiene un lugar privilegiado —no por nada también es pintor—.
Rodeado de sus obras pictóricas
Las descripciones minuciosas construyen texturas, agregan colores, crean volúmenes; los verbos de la visión aparecen y se repiten, igual que las menciones a la luz; se habla de artistas y de escuelas de plástica al tiempo que la escritura se metamorfosea y adopta los rasgos de la estética a la que alude: el escritor mira con detenimiento el mundo que luego pinta, buscando anular la diferencia entre literatura y pintura. En Francia me sumergí en Noticias del Imperio siguiendo el hilo de la historia, pero en realidad desde entonces, sin darme cuenta, intentaba descifrar la magia que transforma la lengua en literatura. La lectura que hice de muchas de las fuentes históricas que sirvieron a la elaboración de la novela descansaba en mi afán por entender cómo habían ingresado a ella, cómo mantenían o cambiaban de condición en el mundo novelesco. Luego hice lo mismo con algunos cuadros y fotografías de la época. Dice Susan Sontag que las fotografías invitan a la deducción y a la fantasía, y a mí me resulta tentador pensar que algunas de las tramas de Noticias del Imperio habían nacido de la observación de fotos de la época; pensar, por ejemplo, que la idea de “Con el corazón atravesado por una flecha”, la tortura de un chinaco a manos del jefe de la contraguerrilla francesa, surgió de las fotografías del coronel Du Pin donde aparece con sombrero y dormán llenos de adornos y prendedores. Este pasaje de la novela se desarrolla en una barcaza, y por las asociaciones que la memoria realiza casi sin intervención de quien recuerda la relectura de la sección me remitió a junio de 2001, cuando Fernando y Socorro, luego de asistir en Xalapa a unas mesas organizadas por la Universidad Veracruzana, decidieron viajar por la región para conocer algunos lugares y regresar a otros. Los acompañé durante la primera etapa de su trayecto, así que recorrimos juntos el camino exuberante y caluroso que conduce a Tlacotalpan, el pueblo en las márgenes del Papaloapan que se ha vuelto famoso por su celebración de la Candelaria. Fernando quería conocerlo desde hacía tiempo y me pregunto cuál hubiera sido su impresión si, en vez de junio, la visita hubiera coincidido con el 2 de febrero, el día que los fieles pasean a la virgen por las calles y por el río. Hablé antes de mi proyecto relacionado con la obra periodística. Durante muchos meses pasé largas y felices horas en la Hemeroteca Nacional, revisando con detenimiento los periódicos y las revistas
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odístico L
“A LOS 80, ME SIENTO COMO SI TUVIERA 200”
José Luis Martínez S.
NACHO REYES
en las que aparecían artículos, entrevistas, crónicas, ensayos. Son escritos que deparan muchas sorpresas. Está, como ejemplo excepcional, la serie de artículos y entrevistas que elaboró en 1982 como corresponsal de Proceso en el Mundial de Futbol en España. Aceptó la tarea sin ser alguien particularmente afecto a los deportes (el soccer, además, parece ser uno de los que menos le atraen), porque era una oportunidad para dejar por unas semanas una Inglaterra que lo tenía cada vez más desencantado, para disfrutar del español a todas horas del día, y, sobre todo, para dedicarse a observar, además de los futbolísticos, otro tipo de enfrentamientos, esta vez sociales y políticos, de los que siempre se ha ocupado. Pero salvo en ocasiones como ésta, en que trabajó por pedido expreso, la labor periodística le ofreció la libertad que necesitaba para investigar, reflexionar y divertirse escribiendo según lo guiaran su curiosidad e intereses. Por eso, al lado del valor intrínseco de esos textos que ofrecen un panorama de sucesos puntuales de la historia política y artística de Gran Bretaña e Hispanoamérica, se añade la posibilidad, invaluable, de establecer lazos y correspondencias entre ellos y la obra de creación en que trabajaba en ese momento o trabajaría más adelante. Su periodismo, entonces, también puede considerarse como una suerte de laboratorio donde descubrió vetas inesperadas, trazó los primeros esbozos de personajes, situaciones y acciones, practicó opciones estéticas y resolvió problemas de composición. Tengo la idea de que el artista conserva, intocado e intocable, un núcleo de infancia, de la primera infancia, la de los mayores asombros y la más profunda felicidad. Muchos pasajes de la obra de Fernando me afirman en esta convicción y algunos de sus títulos, los menos atendidos por los adultos, son la representación más cristalina de esto. En la dedicatoria de mi ejemplar de ¡Hay naranjas y hay limones! Pregones, refranes y adivinanzas en verso escribió: “Para que te acuerdes de cuando eras chiquita”. Y hace unos días, a la salida de la ceremonia en la que le entregaron un premio, pude verle una expresión radiante, unos ojos sorprendentemente chispeantes, mientras contaba a Socorro algo que a todas luces lo hacía feliz. Quizás ahí esté el verdadero sentido de todo. L
legamos a la casa de Fernando del Paso en la colonia La Calma, en Guadalajara, un sábado a mediodía. Su esposa Socorro leía los periódicos junto a un ventanal, frente al jardín. Fernando del Paso vestía traje azul marino a rayas, camisa celeste y corbata azul con lunares de colores; llevaba mancuernillas, zapatos negros y el pelo, blanco y un poco largo, impecablemente peinado. Nos tendió la mano y enseguida, tocándose la garganta con el índice y el pulgar, dijo que le costaba esfuerzo hablar. En realidad, solo queríamos tomarle unas fotografías. La sesión comenzó en la recámara, continuó en el cubo de la escalera —convertido en una auténtica galería con sus pinturas y dibujos— y luego en el estudio, donde, sobre el escritorio, se apilaba el borrador del tercer tomo de Bajo la sombra de la Historia. Ensayos sobre el Islam y el judaísmo —más de 500 páginas y sigue creciendo. —Siempre estarán saliendo cosas nuevas y el libro no quedará terminado mientras Fernando no se siente y decida ponerle punto final —dice Socorro—. Así sucedió con Noticias del Imperio. Un día dijo “Ya”. El embajador en Bélgica iba a enviarle unas cartas de Carlota pero si las hubiera incluido la novela habría seguido creciendo. Me gusta la primera frase de La sombra de la Historia en la que dices que escribes el libro no para enseñar… —agrega Socorro. Don Fernando la interrumpe y completa la idea: —El contenido del libro no es lo que quiero enseñar; es lo que quería aprender. —Si uno observa sus libros —continúa Socorro—, descubre que todos son él. Cada uno le ha costado mucho trabajo, y al escribirlos ha hecho lo que siempre ha querido: aprender. Antes de empezar con La sombra de la Historia planeaba hacer otra cosa. Sin embargo, salió la Biblia y vio que ahí había toda una historia. Es un libro sobre el Holocausto, sobre los musulmanes, sobre la vida religiosa. Prendí la grabadora y le hice unas pocas preguntas sobre sus otras pasiones, además de la literatura: la pintura, la cocina y la música. Fueron respuestas breves. Días antes me había respondido un cuestionario que le envié a través de su hija Paulina; unas pocas palabras sobre sus libros y su oficio de escritor. Fernando del Paso dice que Las mil y una noches fue el primer libro voluminoso que leyó “gracias a que me lo regalaron mis padres. Siento que tuvo una enorme influencia sobre mí”. Acerca de sus primeros pasos en la escritura, recuerda que a los diez años escribió un poema a su madre, “de una cursilería sublime”. Tenía poco más de veinte años cuando se inició en el oficio de escritor: —Mis mejores amigos y maestros en esa época fueron el escritor mexicano–español José de la Colina y el colombiano Antonio Montaña. Fueron mis mentores y guías en los mundos mágicos de James Joyce, Marcel Proust, Franz Kafka, Italo Calvino, William Faulkner y muchos otros grandes escritores, de los que aprendí a escribir. También fui amigo de José Emilio Pacheco, de Juan Rulfo y Juan José Arreola. Con Antonio Montaña y José de la Colina me reunía los sábados a escribir, cada quien con su Olivetti portátil, en una calle muy rara que se llama Isabel Lozano, cerca de la calle de Eugenia, en la Narvarte. Ya es una costumbre referirse a Fernando del Paso como el autor de tres novelas que son también tres catedrales. Hay que preguntarse, sin embargo, a qué motivo respondió cada una de ellas. —José Trigo partió de la duda existencial más profunda; Palinuro de México de la certeza de mi propia existencia y de la existencia de mis seres queridos: es un himno a la vida; Noticias del Imperio surgió de una enorme
documentación sobre el episodio de nuestra historia del cual fueron víctimas sus propios perpetradores. —Él ha amado siempre Palinuro, porque es un poco su vida —interviene Socorro—, ¿no es así? —Yo no soy Palinuro pero Palinuro es yo porque digo lo que me hubiera gustado ser y quién pude haber sido —responde Fernando del Paso. —Vaya uno para donde vaya —agrega Socorro—, siempre es lo mismo con los libros de Fernando. José Trigo es la historia de nuestro pueblo. Por eso Tlatelolco es tan importante. En un aniversario del 2 de octubre, armó para la revista Siempre! un artículo con fragmentos de la novela. Parecía que todo sucedía en ese momento, que no venía del pasado. Es mi libro favorito. Por entonces, mientras trabajaba en la novela, sufrió el primer cáncer. No sé si sea un invento mío, pero después de la primera radiación lo vi con más ganas de escribir. En ese tiempo pasó una cosa curiosa, que ahora me causa risa: al pasar el principio de la novela a máquina no pude transcribir nada que tuviera una carga sexual. Me equivocaba o me comía renglones. Cuando Fernando leía lo que había hecho, me lo regresaba para que volviera a pasarlo a máquina. Fernando del Paso también es pintor, un pintor autodidacta que comenzó a dibujar en la niñez, aunque al paso del tiempo prevaleció la literatura. —El dibujo y la pintura —dice— representan una segunda vocación y en cierto modo un refugio. Además de la música (Mozart y los barrocos), que escucha mientras escribe o dibuja, Fernando del Paso es un apasionado de la cocina. Junto a Socorro, escribió el libro La cocina mexicana: los textos descriptivos son suyos, las recetas de Socorro. —Cuando trabajé en publicidad, mi jefe, Francisco Fernández, era gourmet y conocía muy buenos restaurantes en la Ciudad de México. Yo lo acompañaba con frecuencia y así fue naciendo mi afición. Después conocí a Socorro, me casé con ella y resultó una extraordinaria cocinera. Luego nos fuimos a vivir a Estados Unidos, donde aprendimos a preparar platillos de distintos países. En Francia, donde estuvimos siete años, disfrutamos de la mejor cocina. —Gustavo Sáinz (quien daba clases en la Universidad de Nuevo México) le ofreció a Fernando una beca —dice Socorro—, pero no pudimos irnos porque se descubrió su cáncer y no sabíamos qué hacer. Después, cuando volvieron a ofrecerle ir a Estados Unidos (a la Universidad Iowa City, en 1969), creímos que debía aceptar. “Esto no pasa más que una vez —pensé— y tiene derecho a irse”. —De ahí nos fuimos a Londres (1971), donde estuvimos catorce años, y luego siete en París —dice Del Paso. Fernando del Paso regresó a México en 1992 para dirigir la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara. En marzo de 2013 sufrió varios infartos cerebrales que afectaron la motricidad y el habla. Se recupera y continúa escribiendo, pero a un ritmo más lento. —A los ochenta años me siento como si tuviera doscientos —dice. Socorro recuerda estos problemas de salud y otros más lejanos: —Cuando tuvo el primer cáncer, lo desahuciaron, pero aquí sigue, trabajando todos los días. A veces ya no quiero ni ver los periódicos, porque del año pasado para acá, cada mañana que despertaba ya se había muerto otro escritor. Pero nosotros no perdemos la fe y aunque ya tenemos el boleto, mientras no tengamos el número del asiento, aquí seguiremos. El comentario hace reír a don Fernando. Es un chiste privado para burlarse de la muerte: todos tenemos el pasaje para irnos de este mundo, solo falta que nos asignen el lugar —el día y la hora— que nos corresponde. L
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MILENIO
de portada
José de la Colina Querido Fernando:
C
elebro con alegría que el espíritu de Rulfo (quiéranlo o no los herederos, que al parecer se proponen registrar a Juan como mera propiedad privada cuando ya es patrimonio universal) haya soplado a través del jurado del premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y que tal areópago te haya otorgado el muy merecido, desde hace mucho, galardón estelar: el más importante, creo, de todos los de tal suerte instituidos en la América de habla española, y te hago saber que desde que supe la noticia quise, a modo de homenaje, de ovación individual e íntima, releer algo tuyo, algo del tiempo en que nos conocimos, como si se tratara de volver a esa época fundacional de una amistad que si la memoria no me hace trampa comenzó hacia 1957 en esta Ciudad de México (que aún no era Esmógico City) en la casa temporal de nuestro común amigo colombiano y también escritor Antonio Montaña, que, lo sabes, no es un seudónimo o heterónimo mío sino alguien de carne y hueso (“y un pedazo de pescuezo”, según decía un folclor colegial), a la cual casa en la avenida Sonora casi esquina con avenida Chapultepec llegaste allá por 1956 o 1957 cuando sentados Antonio y yo frente a frente, con mesa, papelerío y máquinas de escribir de por medio, tecleábamos nuestros presuntuosos largos párrafos narrativos dizque conradianos, dizque proustianos, dizque faulknerianos, que de cuando en cuando nos leíamos en voz alta el uno al otro pues competíamos en escribir, a fuerza de gerundios y conjunciones, de incisos y paréntesis, de estirones de la sintaxis, las oraciones más largas (en ocasiones de más de una cuartilla y aún más), y en una pausa del furioso y gozoso tecleo nos dijiste que acababas de escribir unos cuantos sonetos “algo barrocos” que nos leíste ya con la buena voz de locutor en español de la BBC que un día serías en Londres, sonetos en los que ya entonces advertimos tu loco amor por las palabras (pero había método en tu locura, diría el William paradigmático), esa serena furia que, aun en cuartetos y tercetos, y desde los canónicos catorce versos de once sílabas con acento en la sexta de todo soneto leal al género, ejercía un bien llevado delirio verbal, una escritura automática moldeada por la imperiosa rima, más alguna leve intrusión de un neovocablo, como ocurre en ese padre paraguas muy de recomendar a los dolidos de cotidiana música demasiado amorosa, a los aquejados de mañana gris y lloviznosa, a los heroicos cursis extraviados en la ciudad, esos lectores de nubes malignas y de tiernamente chantajistas miradas de perro transeúnte, y aquí va el poema en la totalidad de sus minúsculas: “mi corazón mojado solicita/ ser hijo de un paraguas cotidiano,/ y graduado en sus alas, tan temprano/ enjuagar las escuelas de visita.// en la lluvia, cerrado, se habilita/ un paraguas alférez en lo ufano,/ y a su cuello de alambre, por lluviano,/ adjudico pañuelos en la cuita.// esqueleto de barco giratorio/ que lo enjuago a lo diario y que lo tiendo/ luego de consabido lavatorio,// escurrido de estrellas lo desciendo/ y cobijo le doy en mi jolgorio,/ y a dios componedor se lo encomiendo”, pieza número siete de los nueve Sonetos de lo diario que en cuatrocientos magros y esbeltos ejemplares, con tipos Bodoni de 12/ 14 puntos, con viñeta de unicornio dibujado a partir de la espiral por Héctor Xavier, e impresos en noviembre de 1958 en el taller de los maestros
tipógrafos Salido Hermanos (Medellín 36) de México, D.F., componían el número 21 de los Cuadernos del Unicornio editados por Juan José Arreola, ese extraordinario escritor y generoso suscitador de entonces jóvenes escritores como tú y yo, y que a mí en 1955 me había publicado en la colección Los Presentes un librito que a él le pareció bueno (“entre Charles Louis Philipe y Saroyan”, me dijo) pero del que prefiero callar el título, y busqué esa plaquette que, descuidado, me dedicaste “Para Pepe con todo cariño”, así, a Pepe a secas, ¡vaya: con tantos Pepes que hay por el mundo, de modo que yo no puedo fehacientemente presumir de amigo de medio siglo con el ahora premiado por el espíritu de Rulfo!, y la leí como acostumbro leer por las noches: paseando de un extremo a otro y vuelta a empezar por el breve pasillo de mi casa, leyendo en voz alta pero susurrada cuando son versos, y a veces también si es prosa, y esta vez, ay, sin que Polvorilla, mi gata inmortal ya fallecida, haya venido suavemente a morderme los tobillos, como hacía en tales ocasiones porque no me reconocía la voz lectora: era que le parecía la voz de otro, la de un impostor (aunque yo no impostaba), y recordé que entonces, es decir hace cincuenta años (“¡Ay, tiempo ingrato, qué has hecho!”, me susurra Guillén de Castro por el hotmail de la sociedad de los poetas del pasado), Antonio y yo estábamos convencidos de que tú ibas para poeta y luego, años después, nos extrañó que derivases hacia la novela, hacia las grandes novelas de chorrocientas páginas: José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio, pero qué digo, Fernando, si en realidad lo tuyo, aparte de que hayas escrito otros poemas, es hacerle a la poesía a través de la novela, poéticamente violar el género novela, y allí están, por ejemplo, en Noticias del Imperio para no ir más atrás, esos poemas en prosa que son los monólogos de Carlota, momentos de lírico delirio en los que la emperatriz de la íntima, la oscura y desvariada voz, se desangra y se mea y humea y fluye como un alborotado río de palabras, como una sucesión de arias de la locura en perpetuo fluir oscuro y relampagueante entre trozos y trozos de una documentadísima crónica que viola la Historia y la asesina para revivirla en el tiempo-espacio de la superrealidad, y habría mucho más que decir, pero qué más decir, Fernando, pero ahora solo: ¡un abrazo, compañero del alma, compañero! (decía Miguel Hernandez, ¿te acuerdas?) (desde Río Mixcoac, a las 3 A. M. del 6 de septiembre de 2007, en ocasión de haber recibido Fernando el premio —que debía y debe seguir llamándose Juan Rulfo— de la Feria Internacional del Libro, de Guadalajara). L
RICARDO REYES
Mil palabras de paso a Fernando del Paso
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LABERINTO
en librerías Marco Aurelio
El general maldito
Frank McLynn La esfera de los libros España, 2011 785 pp.
A
lgunos lo han llamado el más grande emperador romano, en vista de sus dotes para la guerra y su temple de filósofo. Es cierto que prefería la vida contemplativa pero eso no impidió que fuera un hombre de acción. Esa es la imagen que traza esta biografía que presta singular atención a su doctrina moral que prescribía una ética sin dios. El telón de fondo sobre el cual transcurre la vida de Marco Aurelio es un imperio en constante zozobra y cada vez más amenazado por los cristianos. Se diría que el suyo fue el tiempo del último esplendor de Roma, antes de que cayera víctima de sus desmesuras.
La piel acerba
Javier Arias Artacho La esfera de los libros España, 2014 366 pp.
H
acia el año 70 d. C., Vespasiano llega al trono de Roma y comisiona a su hijo Tito para finalizar la guerra de Judea y destruir Jerusalén. Sin embargo, uno de sus generales, Marco Grato, que se encuentra al frente de la duodécima legión, desaparece en el desierto tras una emboscada en la que aniquilan a sus hombres. Todos creen muerto a Marco Grato hasta que un buen día reaparece sin saber quién es, qué le sucedió ni dónde estuvo. Su retorno a Roma es no menos inquietante. La gente comienza a sospechar que quien habita el cuerpo de Marco Grato no es otro que su fantasma.
l exitoso abogado fiscalista Alfredo Galván llega una tarde a su oficina. Comienza a beber profusamente, no deja de pensar en el suicidio. Su mujer murió hace unas horas durante la labor de parto, y Galván decide entonces que su única redención sería a través de un cambio absoluto, por lo que decide emprender una cruzada contra su padre, un político prominente, y su camarilla, una horda despreciable de corruptos. En la aventura, Galván se involucrará con Susana Dracoulis, una irresistible vampiresa, y con otra horda no menos pintoresca de granujas y villanos. La edición incluye e–book.
Jesús Malverde
urante muchos años, la existencia de Jesús Malverde, el forajido sinaloense que hizo padecer al gobernador porfirista Francisco Cañedo, ha sido refutada por cronistas e historiadores. Sus presuntos tratos con los comerciantes de opio, su defensa de los mineros y campesinos, su complicidad con parias y sublevados han dado en robustecer una leyenda aderezada con altas dosis de milagrería. En esta historia que se presenta como un relato sin ficción, Manuel Esquivel asegura ofrecer pruebas de la existencia de Malverde, muerto, según cantan los corridos, el 3 de mayo de 1909 para renacer unos días más tarde.
Una selva tan infinita Gustavo Jiménez Aguirre (coord.) Difusión Cultural/ UNAM México, 2014 513 pp.
C
on esta entrega, la tercera, se completa el estudio dedicado a la novela corta en México entre 1891 y 2014. Comparecen poco más de veinte académicos, ensayistas y narradores con el propósito de asir a esa criatura huidiza que es la novela corta, ya cultivada por Federico Gamboa, Justo Sierra y Amado Nervo. La atención se concentra en clásicos como Aura, Las batallas en el desierto y El apando, pero no pierde de vista a ciertos autores y modelos que la incomprensión ha condenado a un sitio de segunda categoría. Enorme trabajo de convocatoria y revaloración.
THE INDEPENDENT
Chloe Aridjis Fondo de Cultura Económica México, 2015 192 pp.
L
a protagonista de esta novela, Marie, trabaja como vigilante de un museo. Pero habría que aclarar que se trata de un tipo especial de vigilante: aparte de conocimientos sobre pintura, también debe saber algo de psicología del público. “En el trabajo”, explica Marie, “nos habían enseñado a ser buenos conocedores del carácter, programados para percibir las más mínimas señales de intranquilidad, para leer rostros y calibrar sus intenciones”. A pesar de todo, el trabajo termina por cansarla. Un viaje a París con un amigo la hace consciente de que solo está viendo pasar el tiempo.
México en la Cultura (1949–1961)
Manuel Esquivel JUS México, 2015 146 pp.
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AMBOS MUNDOS
Desgarrado
Felipe Cuevas Ruiz Jus México, 2015 365 pp.
E
La sumisión
Víctor Manuel Camposeco Conaculta México, 2015 395 pp.
E
l domingo 6 de febrero de 1949, mientras el alemanismo anunciaba una época de bonanza, nació México en la Cultura, suplemento de Novedades. En casi doce años, y bajo la conducción de Fernando Benítez, sentó las bases de nuestro periodismo cultural. Hospedó a la crítica literaria y cinematográfica, promovió a jóvenes talentos, trajo el mundo a sus páginas. Camposeco procede a la manera de un arqueólogo: estudia las capas exteriores con la finalidad de comprender las más profundas. El resultado es una suerte de biografía que se trunca en su hora de mayor esplendor.
El largo descubrimiento del Opera medicinalia... Rodrigo Martínez Baracs Fondo de Cultura Económica/ Conaculta México, 2014, 308 pp.
C
omo una especie de investigación policiaca hay que tomar este volumen de Martínez Baracs. Desde el primer capítulo, apropiadamente titulado “Enigmáticas fechas”, el historiador da cuenta de la dificultad de precisar la aparición de la joya bibliográfica a la que se hace referencia. Nuestro bibliófilo Joaquín García Izcabalceta, el poseedor del libro James Lenox y los investigadores “desinteresados”, para ubicarlos de algún modo, Henry Harrise y Carl Hermann Berendt, son los personajes principales de esta historia.
Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores
S
umisión es el título de la última novela del escritor francés Michel Houellebecq, probablemente el más excéntrico y extraño de los escritores vivos de la actualidad; también el más repudiado y puede incluso que odiado por el modo frío en que aborda temas durísimos, golpeando a la sociedad biempensante de su país que en el fondo es la misma de Europa y buena parte del mundo. Yo creo, pero esto es muy personal, que es el mejor novelista de hoy, al lado del español Javier Marías, aun si son como el día y la noche. Como suele ocurrir con los libros de Houellebecq, Sumisión da en el clavo del gran tema actual de Occidente: el fracaso de los proyectos racionales de bienestar social (políticos e incluso tecnológicos) hace casi inevitable que en un futuro cercano la sociedad mire hacia atrás y reconsidere la conversión religiosa. Que tienda hacia una voz que responda a sus plegarias y acabe con el vacío de sentido que mantiene al ser humano en la soledad, el híper individualismo y la decepción. Como argumenta el filósofo Gilles Lipovetsky, la alegría material es la mayor fuente de placer, pero la felicidad del consumo pronto se agotará y ya no habrá más remedio que mirar hacia atrás. En este contexto, la conversión al Islam de una parte de Europa, empezando por Francia, no es para nada ciencia ficción, y menos del modo en que Houellebecq lo presenta: por la vía de la entrega política, a través de un pacto entre la Hermandad
Musulmana de Francia y el Partido Socialista, para enfrentar en las urnas a la ultraderecha católica del Frente Nacional. Los islamogauchistes, como los llama Houellebecq, abrirán una puerta hace tiempo clausurada en Francia por el laicismo y la concepción republicana del Estado. Lo que observa Houellebecq es que ese hombre perdido y solitario de inicios del siglo XXI sí tiene a dónde acudir y no está solo, pero primero debe convertirse. Como en las guerras del pasado, la derrota no solo supone la pérdida del territorio, sino la conversión a nuevos dioses. En este caso es la derrota de un sistema. El hombre moderno, enfrentado a una soledad esencial y a un enorme vacío, inmerso en un narcisismo hedonista y material, busca consuelo en viejos dogmas pero antes debe entregar su alma y puede incluso que su destino. A cambio accede a algo que había perdido y es la experiencia colectiva del amor y la tranquilidad de saber que en el fondo su vida sí tenía sentido. Es lo que hace el personaje de Houellebecq, un solitario profesor de la Sorbona especialista en Huysmans, quien después de verse derrotado por la vida se convierte al Islam y encuentra alivio, un sentido a su existencia que es a la vez intelectual y erótico. Todo a cambio de la sumisión. Porque lo curioso, observa Houellebecq, es que para sobreponerse al tedio de la modernidad o a la “melancolía del saber”, el pobre ser humano, solo frente al universo, vuelve a las mismas preguntas que hace dos o tres mil años, y la respuesta está por fuera de él. L
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MILENIO
cine ESPECIAL
Eliezer Arias
“Cada quien procesa la realidad de manera diferente” El silencio de las moscas indaga en las elevadas tasas de suicidio en las zonas rurales de Venezuela y su impacto en las familias ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com
E
l silencio y las moscas están en todas partes y nadie habla de ellos, advierte Eliezer Arias, director del documental El silencio de las moscas. Tras un proceso de cinco años y de cierta formación en las ciencias sociales, se adentró en los páramos andinos de Venezuela para indagar sobre la práctica del suicidio en la región, cuya
incidencia es diez veces mayor que el promedio nacional. Su relato se sostiene en los testimonios de Mercedes y Marcelina, dos madres de jóvenes que se quitaron la vida por voluntad propia. Su película me remitió a un libro de la periodista argentina Leila Guerriero, Suicidas del fin del mundo. ¿Lo conoce? El libro de Guerriero fue muy inspirador; me ayudó a entender que mi historia no era única
en América Latina. En sus inicios, el proyecto iba a centrarse en cinco comunidades con realidades similares, en términos de altas tasas de suicidio en zonas rurales. Los otros cuatro casos están en el norte del Valle del Cauca en Colombia, Los Andes en Venezuela, una comunidad en Cuba y otra en el estado de Chiapas. La directora argentina Lucrecia Martel me sugirió enfocarme solo en el caso venezolano, que era más familiar para mí. Es bueno hacer notar que México presenta mayores tasas de suicidio en las zonas rurales en comparación con las urbanas. Al tratar un tema como el suicidio, ¿cómo consiguió desprenderse de su propia opinión al respecto? El aprendizaje fue impresionante y me hizo repensar mis puntos de vista. El estoicismo con que varios familiares sobrellevan la muerte me hizo pensar en nuestros prejuicios acerca de la vida en ciertas comunidades rurales así como en lo mal preparados que estamos para enfrentar sentimientos como el deceso de los seres queridos. El tener dos historias principales (la de Mercedes con un origen urbano, y la de Marcelina, quien ha vivido toda su vida en una comunidad rural) me hizo confrontar dos maneras de convivir con el suicidio. La pobreza de los páramos de Mérida, en Venezuela, ¿es el origen de los suicidios? No directamente. Las comunidades estudiadas han gozado de una relativa alta productividad agrícola. Lo que sí he conjeturado son las consecuencias de unas expectativas no cumplidas. Es lo que denomino la “promesa rota” del modelo modernizador. El efecto ha sido mayor en los hombres jóvenes, entre los cuales las tasas de suicidio son cada vez más elevadas. La fotografía y la estética de la película sugieren una atmósfera un tanto onírica, por no decir fantasmal. ¿Por qué la trabajó de esta manera? ¿Se dio de modo consciente? Leyendo a Primo Levi y sus zonas grises me imaginaba intercalando imágenes oníricas pero a su vez grisáceas para plasmar cómo los seres humanos podemos callar algo que podría prevenirse. Vi una película muy personal de François Truffaut, La habitación verde, basada en El altar de los muertos, de Henry James, donde el personaje de Julien Davenne honra a sus muertos colocando sus objetos y fotografías en un altar en un bosque. No puedo negar que tratar de revivir lo que pudieron pasar tanto los ausentes como los que los sobrevivieron se hizo obsesivo para mí, y en cierta manera creé mi propia habitación verde en medio de una zona rural andina. ¿Hasta qué punto se debe o puede hacer explícito el punto de vista de un director en un documental? Yo soy de esa corriente del cine de no–ficción que opina que el resultado final será el punto de vista que un autor tenga de una realidad en particular. Cada quien procesa la realidad de manera diferente, que a su vez puede estar relacionado con sus creencias religiosas, su ideología, su sexo, edad, mil variables que nos hacen únicos. L
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Entre la miel y la hiel Fernando Zamora @fernandovzamora
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Cuánto vale la vida de un mesero cuarentón? Il capitale umano (película italiana que inaugura la 58 Muestra Internacional de Cine) aclara el punto con una dosis de miel y otra de hiel. ¿Puede haber comedia en algo tan sórdido como la muerte de un hombre que vuelve a casa después de una dura jornada de trabajo? Esta película parece decir que sí. Solo el gran cine edifica con cosas así. La crisis del capitalismo en esta segunda década es el tema de una Muestra que tiene, como en los buenos tiempos, una auténtica visión de curador. La crisis italiana se desarrolla aquí en cuatro partes que se entrelazan a la manera de Tarantino. Paolo Virzì, director de Il capitale umano, usa a favor de su historia estereotipos de la sociedad europea para mostrar que toda vida tiene su precio. Y estamos hablando de un precio real. Tiene precio el pequeño empresario que, como sucede con los avaros, quiere más. Tiene precio el rico dueño de un palacete como los que vimos en La Grande Belleza, tienen precio el muchachito que se droga y la mujer idealista que siempre quiso ser actriz pero que entre arte, amor y dinero prefiere, como tantos, el dinero.
Desde la primera toma de Il capitale umano es notable que Virzì coloca la cámara no solo en el lugar más eficiente, también en el más bello. Y si uno es de esos que piensa que la belleza es relativa debería de ver Il capitale umano. En el capitalismo todos valemos dinero contante y sonante, esto es real. Tanto como que la belleza existe. Ambos puntos quedan claros viendo a Virzì. Con respecto a la crítica al capitalismo y a la denuncia de la crisis de Europa, Virzì esgrime otros valores casi tan interesantes como el ojo para elegir el lugar de la cámara. A saber, la falta de moralismo. En efecto, esta historia pudiese haber caído del lado del cinismo si al director se le hubiesen pasado las cucharadas de miel, pero pudo haber caído en la moralina si se le hubiese pasado la hiel. El resultado es perfecto, sazonado con la simplicidad y elegancia de un platillo italiano. En el medio justo de los grandes artistas que además hacen también de filósofos, Virzì cuenta tres historias de avaros y una historia de amor. Es en ésta, en la historia de amor, en la que todo el tema del valor económico de un mesero muerto adquiere profundidad. Porque, sin caer en cursilerías, el autor de Il capitale umano usa como pretexto un thriller en que la pregunta “¿quién mató al mesero?” mantiene al público al borde
Il capitale umano (El capital humano). Dirección: Paolo Virzì. Guión: Paolo Virzì, Francesco Bruni y Francesco Piccolo basados en la novela homónima de Stephen Amidon. Fotografía: Jérôme Alméras. Con Fabrizio Bentivoglio, Valeria Golino, Valeria Bruni y Fabrizio Gifuni. Italia, 2013. del asiento para deslizar la historia de la niña bien y el niño mal que enternece con el esquema de La Dama y El Vagabundo. Decía Nietzsche que no porque haya tanta mierda en el mundo, el mundo es merdoso. Debe ser cierto. En torno a la desgracia de un obrero, Virzì ha dirigido una comedia agridulce. A la altura de la gran tradición del cine italiano. No es poco. Fellini, Pasolini, los hermanos Taviani y aun Paolo Sorrentino son aquí fantasmas, influencias y homenajes que viven entre la miel y la hiel. L
sábado 28 de marzo de 2015 b 11
LABERINTO
escenarios JOSÉ JORGE CARREÓN
En busca del teatro perdido MERDE! THE GUARDIAN
Braulio Peralta juanamoza@gmail.com
E
La obra dirigida por Raúl Quintanilla se presenta de miércoles a domingo en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón
La fatalidad llama a la puerta El último encuentro nace de una novela de Sándor Márai, una cauda de rencores largamente acumulados TEATRO Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com
D
os hombres dejan salir su dolor mediante las preguntas y el silencio, carga que han llevado consigo a lo largo de 41 años. Los trozos de su amistad quedan al descubierto a través de palabras que aluden a un secreto que guarda recuerdos suspendidos por la traición y la ausencia, enganchados a la fuga y la venganza. La soledad poética de Sándor Márai se abre desde el escenario, en un viejo castillo europeo cortado por la mitad, herido de pasado y abierto a un espacio que puede ocultar, engullir, descomponer o liberar lo que se quedó atrapado en el corazón de dos hombres que se reúnen para hablar cuando está cerca el final de su vida. El espectador se encuentra en un inmueble de abolengo por el que ha pasado la guerra y el tiempo, donde las puertas, los cuadros, las ventanas, conservan su parte superior y su parte inferior, pero el centro no existe, por lo que la imagen principal de las pinturas está ausente y solo se aprecia el marco que las delimita, aunque en el caso del retrato sobre la chimenea la ausencia de la mujer se debe a otros motivos. Sándor Márai escribió la novela Las velas se consumen hasta el final. Christopher Hampton —autor del libreto y el guión de Amistades peligrosas, traductor de Arte y Un dios salvaje de Yasmina Reza— la adaptó para el teatro bajo el título de Brasas. Hoy, esta obra titulada El último encuentro es dirigida por Raúl Quintanilla, con escenografía e iluminación de Philippe Amand. La puesta en escena de Quintanilla abre paso a la palabra que impulsa el torrente de emociones arrinconadas durante años por Henrik, general de la guardia imperial (interpretado por Sergio Klainer), quien desborda su opresión sobre Konrad (papel a cargo de Julián Pastor), compañero de la academia militar y amigo de una época que dejó un pesado lastre para ambos.
La adaptación dramatúrgica de Hampton–Quintanilla invita al espectador a escuchar confesiones de estos dos hombres sostenidas por el temor, las sospechas, los rencores, los malos entendidos y la amargura para ponderar la urgente necesidad por parte de Henrik de escuchar en voz del otro los hechos que determinaron el destino de los tres involucrados: Henrik, Konrad y Kristina —esposa del primero—, con lo que el diálogo de un inicio se transforma a ratos en un monólogo que retoma acciones del pasado y realiza dos preguntas a las que responde el silencio. Márai, autor de más de 40 títulos, escribió: “La fatalidad entra por la puerta que nosotros mismos hemos abierto, invitándola a pasar”, como les sucedió a sus dos personajes unidos por un tercero femenino, central y ausente, vértice de un duelo verbal del que ambos sobreviven sin amor, desterrados de la amistad que para Henrik equivale al honor. El encuentro de quienes fueron amigos por encima de las diferencias sociales dura lo que tarda un diario en arder y la llama de las velas en apagarse. El dolor persiste, cruza el tiempo que deja marcas en los muros del castillo y en sus cuerpos cansados de una vida golpeada por la traición y la contención. La propuesta escénica de Quintanilla invita a ver el trabajo de dos actores de larga trayectoria, quienes nutren a sus personajes de esa carga de vida que arrastran desde que dejaron entrar a la fatalidad hasta la transgresión de lo que parecía una unión inquebrantable. El cuestionamiento de quien no ha encontrado paz se estrella con un mutismo que abre el sendero hacia el interior de ambos personajes y revela rasgos de la mujer presente en el recuerdo de cada uno. Nani, por su parte, interpretada por Martha Matiella, de hermosa presencia aunque débil proyección escénica, de inicio aporta combustible emotivo a una ávida hoguera y soba la gran herida con un maternal beso que enfatiza la fragilidad humana. L
n el Día Internacional del Teatro invitamos a leer Utopías aplazadas. Últimas teatralidades del siglo XX, de Rodolfo Obregón, libro que apunta hacia las principales corrientes teatrales que hicieron vanguardia en el siglo XX. Refrescará la memoria de lo que el teatro ha aportado al mundo, de Tadeusz Kantor a Peter Brook, o de Robert Wilson a Pina Bausch. Tendencias que hicieron historia. Es bueno recordarlas ante tanta omisión donde pareciera que la teoría y la historia del teatro nada aportan a las artes. Un libro para acercarnos a las generalidades que persisten sobre el teatro contemporáneo (ojalá consigan la obra porque Conaculta tiene pésima distribución). Otra lectura podría ser El espacio vacío, de Peter Brook, como para entender las teorías del escenario con las que se han montado los mejores espectáculos a nivel mundial. Brook está vivo—este año cumple 90 años—; un rebelde, más que muchos jóvenes. He podido ver en Nueva York y la Ciudad de México varios de sus montajes y a las claras muestra que lo que escribe, lo practica. Si de verdad creen que basta con que un hombre cruce un espacio vacío y otro lo observe para que se realice el acto teatral, mejor lean El espacio vacío y descubrirán a directores que no tienen idea de la forma intuitiva, por un lado, y la preparación del escenario, por el otro, y entonces Peter Brook seguirá siendo un adelantado en este teatro del mundo. Tampoco estaría de más echarse a la letra el libro de Eric Bentley La vida del drama, y así aprenden un poco de géneros teatrales, sea la tragedia o la comedia, o de los elementos estructurales de una obra dramática, aunque hoy no parece importar el género sino ganar una beca para hacer un montaje, o escribir una obra y representarla sin mayores conocimientos, teóricos y prácticos. (Quizá por eso dicen por ahí que su servidor escribe como crítico del siglo XX. Igual sí, uno nunca sabe. Mejor seguir leyendo.) Al buen teatro el tiempo lo tiene sin cuidado, sea dramaturgia, montaje,
Peter Brook
escenografía o actuaciones. Libros sobre el actor hay centenas, para especialistas. Libros de dramaturgia, igual. Pero libros para que espectadores sensibles entiendan el teatro, no muchos. Estas obras que recomiendo son para lectores que van al teatro, al encuentro con la magia de la representación, y a la comprensión de la dramaturgia. Si no quiere leer, aventúrese en Youtube a ver, por ejemplo, El príncipe constante, de Jerzy Grotowsky: la vitalidad de la puesta en escena es actual. O Einstein on the Beach, dirección de Robert Wilson: una chulada minimalista de antropología teatral (es de 1976). Ecos de Meyerhold y la supermarioneta del actor. Montajes en los que uso y abuso del tiempo son fundamentales para compenetrarse en el súmmum del arte escénico. Hay innumerables obras memorables en Youtube. Sin un ojo curado, ningún libro le ayudará a asimilar el buen teatro de las mentiras del teatro. Del mensaje del director polaco Krzysztof Warlikowski —en el Día Internacional del Teatro—, me quedo con lo siguiente: “Día tras día me encuentro pensando en los escritores que hace casi cien años describen profética, serenamente, el declive de los dioses europeos, el crepúsculo que sumió a nuestra civilización en una oscuridad que aún no se ilumina. Estoy pensando en Franz Kafka, Thomas Mann y Marcel Proust. Hoy me gustaría también contar con John Maxwell Coetzee entre ese grupo de profetas”. ¡Mucha mierda! L
12 b sábado 28 de marzo de 2015
MILENIO
varia ESPECIAL
ESPECIAL
Artistas en estado de gravedad cero
Contra toda biografía
Gravedad cero: Laboratorio Arte Alameda
ARCHIVO HACHE
GUÍA VISUAL
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
V
iktor Shklovski sabía que el arte es una técnica para desautomatizar la percepción, re–presentar algo de un modo no familiar: enrarecer el mundo, hacer extraña a la realidad. Hoy vivimos la renuncia de este principio. Los propios artistas, al identificarse con la lógica familiarizadora del mercado y las redes sociales, debilitan al arte. Los artistas ya no legan sus obras sino ofrecen sus personas como mercancías de consumo inmediato. En la era del Facebook, el artista se reproduce para ser reconocible, familiar. Hay mucho de fascismo en el uso de la fotografía en Internet. La selfieficación de todo sujeto. El selfie suicida la distancia crítica y hace triunfar al Yo, el hambre de popularidad, aprobación, normalidad y auto–venta. Todo un mundo no conoce más que la publicidad. Otro medio por el que la sociedad asesina a sus sujetos disensuales es mediante la biografía. La biografía ya es un género estable y convencional, que hace creer que vida y chisme son idénticos. Todas las biografías giran en torno al morbo sobre la familia, el amor, el sexo, las relaciones públicas y la opinión. La obra de Heidegger, por ejemplo, es muy compleja. Pero sus biógrafos, en cambio, convierten a “Heidegger” en algo estándar: desechable. Las biografías son venganzas que la sociedad comete contra los seres humanos extra–ordinarios; volviéndolos una biografía, la sociedad se tranquiliza haciéndose creer que son bastante parecidos al resto; e incluso, mediante el chisme, moralmente inferiores.
La biografía es el odio de los mediocres contra los sujetos no–estándar. Las biografías reducen a artistas, escritores o filósofos a una serie de anécdotas o relaciones “personales”, en donde lo esencial (la obra) queda aniquilado por lo “privado”. La biografía busca probar que el escritor o artista es un “ser como nosotros”, busca reducir el problema del creador a un asunto personal. ¿Cuál es el verdadero problema del creador? No su “vida” sino el lenguaje. Como nuestra época ha consolidado una relación instrumental con el lenguaje, lo ignora como problema o misterio, y para no entender la literatura mejor retrata, graba, entrevista, palomea o cataloga escritoras y escritores. Al identificar la literatura con la persona de los escritores, nuestra época la ha sepultado como escritura allende lo “individual”. Del sujeto disensual, lo biográfico hace un ser cotidiano, anecdótico, reducible a lo “personal”. Y eliminan al verdadero agente: el lenguaje. Si combinamos la falacia de la biografía y la autopublicidad de las redes sociales tenemos una máquina que destruye aceleradamente al arte y al pensamiento. Lo más interesante que tiene el arte o la filosofía es aquello que tiene de impersonal, colectivo y, finalmente, de inhumano. Uno de los grandes errores políticos, éticos y estéticos de esta época es solapar el gran engaño que fundamenta toda biografía. L
Magali Tercero @magalitercero
E
sta cronista quiere decir que siempre soñó con viajar a la Luna. Que cuando el primer ser humano, el astronauta Neil Armstrong, pisó la Luna, ella, niña aún, se quedó muda frente al televisor Philips de la familia que le dio el azar. Hoy artistas y científicos se han encargado de transmitir su experiencia de la “gravedad cero”. ¿Qué es eso? Puede saberlo gracias al Laboratorio de Arte Alameda, el Centro Multimedia y el Centro de Cultura Digital, instituciones mexicanas que llevaron a nueve artistas y un científico mexicano al Centro Gagarin de Entrenamiento de Cosmonautas de Rusia. Nahum, Marcela Armas, Arcángel Constantini, Tania Candiani, Gilberto Esparza, Ale Puente, Iván Puig, Juan José Díaz Infante, Fabiola Torres–Alzaga y el científico Miguel Alcubierre, director del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM. MARIONETA DE LA GRAVEDAD Llegué al Laboratorio Arte Alameda gracias a una charla casi misteriosa con Fabiola Torres–Alzaga (1978), cuya obra está atrayendo el interés de propios y extraños desde hace varios años. A Torres–Alzaga la apasionan el cine, las paradojas del ser y no ser, y la escritura. Su participación en “La gravedad…” no solo incluye la representación de una esfera, dibujada por ella, en estado de flotación. También permite conocer su pensamiento sobre los minutos en que su cuerpo fue una especie de marioneta de la gravedad. La foto de arriba la muestra en pleno estado de gravedad cero (extrema derecha, arriba y abajo). L: ¿Qué recuerdas del avión que los lanzó a la ingravidez? FTA: Me acuerdo sobre todo del ruido. El ruido del motor era tan intenso como el frío que sentía. Era de mañana y recuerdo la humedad del clima. Había llovido. Pero eso era afuera, no adentro. (…) Nos colgaron un pesado paracaídas para el despegue. Ahí me quedé inmóvil, parada sobre los colchones que se extendían a lo largo del avión. Mis pies se hundían en ellos. Caminar pesaba, todo pesaba. Me pesaba estar nerviosa y no poder moverme más. L: ¿Dirías que fue una experiencia espiritual?
FTA: Mmh… Fue muy física. Yo tuve una experiencia de la temporalidad y espacio muy distinta de la que quedó registrada en el video. Fue como si el cerebro avanzara más rápido para identificar lo que estábamos haciendo. La gravedad sí afecta el tiempo– espacio. Al terminar todos teníamos un recuerdo muy personal y teníamos que hacer una pieza artística con ello. OTRO TIEMPO, OTRO ESPACIO Torres–Alzaga cuenta que luego compartieron experiencias. ¡Resultó que cada uno había vivido algo muy distinto! Lo detalló todo en su diario. Después, a lo largo de pláticas con sus compañeros comprobó que el recuerdo se había modificado. Esa originalidad de la experiencia ya no existía: “Habíamos construido un recuerdo general que se convirtió en algo colectivo”. Como dice en su diario, luego convertido en guión cinematográfico por Sheerly Avni y en parlamento de teatro por Ana Francis Mor: “Todos estábamos muy pálidos. Yo pensaba en su miedo por la palidez, pero podía ser también la luz blanca. Podía ser mi miedo. Había un constante ruido del motor […] ahí estábamos esperando vivir las siguientes dos horas. Sería un recuerdo. […] Lo que hoy recuerdo o lo que he olvidado. […] El avión no tenía ventanas pero nos sabíamos volando. Minutos después una voz que no entendía sonó por las bocinas, y unas luces que habían estado apagadas se encendieron dando paso a la escena. Por un momento, el tiempo bajó su ritmo en un espacio distinto. El espacio circular… o calidoscópico. No, más bien circular. Mis pies se elevaron y se anuló el peso de mi cuerpo pudiendo habitar el espacio infinito. […] Lejos de los otros que ya no existían. Yo estaba ahí. Sola. En medio del espacio. Tocando el piso. Pisando el techo. Parada en la pared. […] No, no había horizonte, tampoco ventanas. Estábamos adentro y el espacio cerrado del avión se había extendido al infinito. […] Lo conocido en lo desconocido. El tiempo fue más rápido en un periodo más corto. Era lento y era rápido. El espacio estaba cerrado pero se había extendido. Era el mismo pero otro”. (Información:https://www.youtube.com/ watch?v=ECcXQtzEPLw) L