Laberinto No.621 (09/05/15)

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Laberinto

Álvaro Uribe El amigo objetor página 3 Hélène Rioux Relato página 5 Santiago Gamboa Ospina, Villa Diodati, Joyce página 9 Heriberto Yépez Paz: homenaje y petrificación página 12

N.o 621

sábado 9 de mayo de 2015

Cuento inédito de Dashiell Hammett

página 4 FELIPE EHRENBERG

MILENIO

Rubem Fonseca

Cumpleaños 90 Marçal Aquino Horacio Castellanos Moya Romeo Tello G.

páginas 6 a 8


02 b sábado 9 de mayo de 2015

MILENIO

antesala DE CULTO

Derecho de lector

ESPECIAL

Alfred Maudslay

El llamado de la selva maya

TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

A

nte los medios cada vez más accesibles para reproducir y compartir una obra literaria, va tomando más importancia el debate sobre el derecho de autor. Durante ferias de libro y otros foros se trata el tema. Sin embargo, por lo general los participantes en dichas discusiones son principalmente editores; y es que aquello que normalmente se llama “derecho de autor” es más bien derecho de editor o de librería o, acaso, derecho de viudez. ¿De qué otra forma se le puede llamar a una ley que protege la comercialización de una obra setenta años después de que el autor se volvió un cadáver? Desde que se firma un contrato, se sabe que al autor le toca entre un siete y un diez por ciento del precio de venta; el otro noventaitantos se lo distribuyen entre editorial y librería. A esta última le corresponde la mayor parte. La gran masa de autores sabe que no se va a enriquecer con sus libros y prefiere tener más lectores que más dinero. Y, en todo caso, esa gran masa de autores sabe que pierde menos dinero por la piratería que por las cuentas chuecas que le hace su propia editorial. Muchas veces, caminando por entre los libros pirata que se venden en las aceras del centro del DF, los escritores buscan ilusionadamente alguno de sus títulos. Pues reza la máxima que solo un autor de éxito tiene el honor de ser pirateado. El escritor de literatura se dedica en cuerpo y alma a su oficio por razones que no obedecen al dinero o la fama, pues de lo contrario se hubiese dedicado a otra cosa. No

Juan Manuel Gómez b jm_gz@hotmail.com

obstante, hay veces que llegan el dinero y la fama. Aun en esos casos, los grandes autores no suelen perseguir a toda costa lo económico con sus libros. Suelen negarse a contratos jugosos con tal de permanecer con el editor que los apoyó cuando eran nadie. Son fieles a sus agentes que también les han sido fieles. Prefieren una portada elegante que una comercial. No solicitan grandes adelantos. Tan verdadero es lo que digo, que el cien por ciento de los editores prefiere tratar con los autores que con sus viudas. Así, el tal derecho de autor está mejor bautizado en inglés, con el nombre de copyright, o sea, el derecho de hacer y vender copias. Y ese derecho hay que hacerlo armonizar con el principal de todos: el derecho de lector, que consiste en que cada quien pueda leer lo que quiera, cuando quiera a un precio módico o gratuitamente. Desde los primeros días de la imprenta de Gutenberg, alguien podía comprar un libro y, luego de leerlo, dárselo a un amigo. La pregunta difícil de responder es: ¿al maximizar nuestra capacidad de compartir un libro, perdemos el derecho de compartirlo? Alguien dirá que en otros tiempos se prestaba el libro; ahora se presta una copia del libro. Es verdad. Pero también puedo decir que quien hoy amanezca con ganas de leer La marcha Radetzky, de Joseph Roth, tiene el derecho de hacerlo, sin importar que las librerías le digan que no la tienen, o sin importar que viva en un sitio sin librerías, sin bibliotecas, y sin importar que no tenga cuatrocientos pesos en la cartera. Ningún editor, ningún abogado, ningún escritor tiene derecho de impedírselo. L

E

l primer europeo en recorrer el río Usumacinta hasta la ciudad maya de Yaxchilán fue Alfred Maudslay (1850–1931). Fue el primero también en establecer ahí un campamento para dedicarse durante meses a describir las ruinas mayas que halló, en mitad de la selva que divide México de Guatemala. Alfred Percival Maudslay no necesitaba nada. Había nacido noble y rico en las cercanías de Londres. Sin embargo, no pudo resistir el llamado de la selva. Una vez egresado del Trinity Hall de Cambridge, se despidió del prominente futuro que su familia había imaginado y se internó en parajes inhóspitos de América en busca de ruinas mayas, donde, expedición tras expedición, dilapidó su herencia. El Museo Británico guarda sus cuadernos de apuntes (con planos detallados y descripciones), negativos fotográficos y una cantidad impresionante de dibujos. También hay en el museo estelas completas originales que él llevó a Inglaterra con sus recursos, y vaciados en yeso (realizados por el artista italiano Lorenzo Giuntini) que fue el primero en encargar, inaugurando con ello técnicas inéditas que dieron pie a la arqueología moderna. Además de los cinco volúmenes de su Biologia Centrali–Americana (en donde descifra el calendario maya) y libros como Una mirada a Guatemala, de 1899, y Life in the Pacific Fifty Years Ago, que se editó poco antes de su muerte, durante una temporada que pasó en la Ciudad de México, en el barrio de San Ángel, entre 1905 y 1912, tradujo al inglés la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, la célebre y pródiga crónica de Bernal Díaz del Castillo. Al final de su vida, en calidad de eminente arqueólogo, presidió asociaciones como la del Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland.

Maudslay fue un tipo con suerte y casi todo lo que emprendió le salió bien durante los doce años que pasó estudiando las arquitecturas de Chichén Itzá, Copán, Tikal, Ixkún y Palenque. Tuvo tanta suerte que le arrebató por cuestión de un par de días la gloria de ser el primero en llegar a Yaxchilán a un gran aventurero, fotógrafo y cronista de viaje francés, Désiré Charnay, cuyas impresiones fotográficas siguen siendo hoy insuperables. El propio Maudslay se obsesionó con el mundo maya al verlas en el libro Voyage au Mexique, 1858–1861; así que no sería exagerado decir que el francés fue maestro del inglés. Tras meses de planear su expedición a Yaxchilán, Charnay cayó enfermo a orillas del Usumacinta, a punto de abordar los cayucos que los llevarían a la ciudad perdida. Desde la ventana de la choza en la que convalecía vio pasar la expedición completa de Maudslay rumbo a Yaxchilán. El alumno había rebasado al maestro. L

EX LIBRIS

ALFILERES

Quixote bEKO

Armando Alanís balaniscanales@gmail.com

Antes de abandonar a su marido, la contorsionista lo dejó hecho nudo en la cama.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

Encanto femenino Dicen que los tipos duros no bailan pero el narrador más rudo de las letras brasileñas incursiona en la poesía para cantar a lo que no puede renunciar POESÍA

El amigo objetor CARACTERES ESPECIAL

Rubem Fonseca

S

igo siendo sensible al encanto femenino. Me siguen gustando los sapos. Pero dentro de casa no tengo Ni mujer ni sapo. Tengo libros. Tengo tenedores y cuchillos. Tengo zapatos. El zapato que uso fue comprado Hace más de 15, quince, repito, quince años. Esto es una poesía, vayan sabiendo. Alguien dijo que poesía es Aquello que se pierde en la traducción. Yo digo que poesía es lo que cada uno cree que es poesía. Encontrar lindas a las mujeres es poesía. He dicho. Traducción de Lourdes Hernández Fuentes

C

ontinuo sensível ao encanto feminino. Continuo gostando de sapos. Mas dentro de casa não tenho Nem mulher nem sapo. Tenho livros. Tenho garfos e facas. Tenho sapatos. O sapato que eu uso foi comprado Há mais de 15, quinze, repito quinze, anos. Isto é uma poesia, fiquem sabendo. Um sujeito disse que poesia é Aquilo que se perde na tradução. Eu digo que poesia e o que cada um acha que é poesia. Achar as mulheres lindas é poesia. Tenho dito.

Álvaro Uribe alvuribe@yahoo.com.mx

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o es que te aborrezca. Ni que desprecie lo que haces. Ni, tampoco, que no lo entienda (aunque esto último no se pueda descartar absolutamente). Nicanor el objetor te quiere de veras y juzga que tus libros no son malos y, por o pese a escribir cosas muy distintas (y añadirías: muy escasas), lee las tuyas, según afirma y acaso cree, con objetividad profesional. El problema, para ti, es que él confunde ser objetivo con tener objeciones. Nunca, en las varias décadas que llevan de ser amigos, ha aprobado un escrito tuyo sin reparos inmediatos. Si el protagonista de una de tus novelas es un varón que trabaja en lo mismo que Nicanor y tiene una vida semejante a la de Nicanor y piensa más o menos como Nicanor, su comentario inicial, después de leerla de un tirón, es que a quién demonios le interesa un personaje así. Cuando publicas, en cambio, una novela histórica, que por razones obvias no guarda ninguna relación ni con él ni con la época que él comparte contigo, te pregunta de golpe si de ahí en adelante vas a ser un anticuario. Y al comprobar que tu siguiente novela, quizá la más personal que hayas escrito hasta entonces, versa sobre una familia parecida a la tuya, el objetor te acusa de crueldad con tus seres queridos. Sus objeciones, en todos los casos, asumen una de estas dos modalidades no excluyentes: o bien elegiste mal el asunto de tu novela, o bien no supiste cómo abordarlo. (Entre paréntesis se sobreentiende

que él lo habría elegido o abordado mejor que tú.) Es cierto que más bien tarde que temprano termina por arrepentirse de haber sido tan intransigente contigo. Que invariablemente relee el libro que objetó y te dice invariablemente que, en el fondo, no es nada desdeñable. Que, incluso, podría ser de lo más interesante (u original o hermoso, según su humor) que has hecho. (Aunque él, huelga aclararlo, no lo hubiera escrito así.) Pero no bien te consideras desagraviado y olvidas los disgustos recurrentes y le das un ejemplar de tu nueva novela, Nicanor el objetor vuelve a las andadas. Esta vez, magnánimo o nada más displicente, no se esmera en rebajar por principio el tema, ni en cuestionar de bulto la ejecución. Esta vez se atiene a devolverte el ejemplar dignificado con tu dedicatoria cariñosa, explicando no sin sonreír que cada uno de los coloridos marcadores que erizan las páginas señala una errata. O dos. La última vez que le diste un libro (y juras, aunque luego puedas perjurar, que ésta sí fue la última), Nicanor condescendió por fin al entusiasmo. “Qué manera de exprimir tus emociones”, exclamó para tu asombro. “Qué pathos”, remachó con tanta pedantería cuanta redundancia. Pero cuando ya sentías estar vindicado, el objetor te preguntó a quemarropa: “y después de vaciarte así, ¿qué vas a escribir ahora?” “Nada”, respondiste con trabajosa bonhomía. Aunque en realidad hubieras querido decirle, y de algún modo le dices: “escribiré una fábula ensayística o un ensayo fabulado como éste, que por ningún motivo pienso darte a leer”. L

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literatura

Cualquiera mata con un cuchillo En 1931, Dashiell Hammett se vio obligado a escribir por dinero pese al éxito de libros como El halcón maltés. Una manera rápida de obtenerlo eran los cuentos. El que aquí presentamos proviene de ese periodo y es el único que, protagonizado por el detective Sam Spade y otros personajes recurrentes en la obra de Hammett, no fue publicado. Lo ofrecemos por primera vez en español, luego de que fue recogido en The Hunter and Other Stories (The Mysterious Press, 2013) Dashiell Hammett

C

uando Samuel Spade tocó la puerta, ésta se abrió lo suficiente para que pudiera ver la cara muerta y mutilada de una mujer. Yacía de espaldas sobre el suelo en un charco de sangre; junto a ella, manchado de rojo, había un cuchillo de cacería cuya navaja medía seis pulgadas. La mujer era alta y delgada, de cabello oscuro, vestido verde. Su rostro y cuerpo habían sido violentados de tal modo que esto era todo lo que se podía decir sobre ella. Spade resopló bruscamente una vez y su rostro se endureció aunque sus ojos verde–amarillos siguieron alerta. Con la mano extendida, empujó un poco más la puerta. Los dedos de su mano derecha, separados un poco de su costado, estaban curvados como si sujetaran una pelota. Miró rápidamente a derecha e izquierda, arriba y abajo del vestíbulo en el que se encontraba, y luego lo que se podía ver del cuarto. Era una recámara amplia. Con las puertas abiertas, formaba con el cuarto contiguo una gran habitación. Gris y negro eran los colores predominantes y el mobiliario, de diseño moderno, era obviamente nuevo. Spade entró rodeando a la mujer muerta, evitando pisar la sangre en el piso; en el otro cuarto vio un teléfono gris claro. Llamó al Departamento de Policía de San Francisco y preguntó por el teniente Dundy de Homicidios. Dijo: “Hola, Dundy, Sam Spade… Estoy en el 1950 de Green Street. Hay una mujer que ha sido asesinada”. Aguardó. “No es broma. Alguien la dejó hecha picadillo. Correcto”. Colgó el auricular y lio un cigarro. ◆◆◆ El teniente Dundy volvió su corta y fornida espalda al cadáver y se dirigió a Spade: —¿Entonces? Dos de los hombres —uno era pequeño, el otro muy grande— que habían venido con Dundy inclinaban sus cuerpos sobre la mujer muerta. Un policía uniformado vigilaba cerca de una de las ventanas frontales. Spade dijo: —A ver, el cónsul argentino me contrató para encontrar a una tal Teresa Moncada, de parte de su familia o algo así —señaló con la cabeza a la mujer muerta—. Parece que ya la encontré. —¿Es ella? Spade movió un poco sus hombros anchos y caídos. —Lo que puedes ver de ella concuerda con la foto y descripción que me dieron. Hay un tipo en el consulado que la conoce. Lo llamé para que viniera. Tendría que… —dejó de hablar cuando los dos hombres que habían estado examinando al cadáver se incorporaron. El hombre pequeño —tenía una cara magra, oscura y perspicaz— se limpió las manos cuidadosamente con un pañuelo bordado de color azul y dijo:

—Yo diría que lleva una hora muerta. Fue con ese cuchillo, claro. Dundy asintió. —¿Tú la encontraste? —le preguntó a Spade. —Sí. La puerta de la calle estaba abierta. Como nadie respondía al timbre, entré y empujé esa otra, y ahí estaba. No había nadie más. Parece que no hay nadie en esta casa. Toqué ambas campanas de servicio, pero sin suerte. Otra cosa: no hay ropa aquí, solo su sombrero y su abrigo en la silla; en su bolso hay veinte dólares, un bilé, polvo para maquillar y ese tipo de cosas. Es lo que tenemos. Los labios de Dundy se comprimieron bajo su raso bigote entrecano. Estaba por hablar cuando un hombre de cara grisácea con sombrero negro de ala ancha asomó su cabeza por la puerta y dijo: —Hay un sujeto que dice llamarse Sánchez Cornejo, quiere ver a Spade. —Es el tipo del consulado —le dijo Spade a Dundy. —Hazlo pasar. El hombre de la puerta se hizo a un lado y dijo “Pase” a alguien detrás de él. Por el umbral entró un joven muy alto y muy delgado. Su brillante cabello negro, peinado de raya en medio, estaba bien alisado sobre su cabeza algo delgada. Su cara era larga y sombría, sus ojos grandes y negros. Vestía ropas oscuras y llevaba un bombín negro y un bastón oscuro en sus manos. Dejó caer el bastón cuando vio a la mujer en el suelo. Sus ojos se abrieron revelando la blancura alrededor de sus iris, y el rubor de su rostro se desvaneció dando lugar a un amarillo sucio. “¡Virgen santísima!”1 Se hincó sobre una rodilla al lado de la mujer. Luego balbuceó algo para sí mismo y se levantó. El color comenzó a volver a su rostro. Se inclinó un poco para recoger el bastón. Dundy, frunciendo suspicazmente el ceño hacia él, preguntó —¿Usted es Sánchez Cornejo? Cornejo hizo un gesto de dolor, como si fuera debido a que el teniente enunciara su nombre, y dijo: —Sí, señor. —¿Conoce a Teresa Moncada? Cornejo empezó a temblar. Abrió la boca pero no emitió sonido alguno. Asintió para responder. —¿Es ella? Cornejo dejó caer el bastón de nuevo y se sobresaltó cuando éste golpeó el suelo. Sus ojos oscuros estaban llenos de desconcierto. —Sí… sí, señor. Por supuesto. —¿Seguro? El joven había recuperado de pronto la compostura. —Sí, señor, estoy seguro —dijo con convicción. —Muy bien. Venga conmigo. Dundy encabezó el camino hacia la otra habitación. Con su mano rolliza señaló una silla de metal y el joven se sentó. —A ver, dígame lo que sabe. Cornejo contempló al detective. —No entiendo. Spade se sentó en la esquina de una mesa cerca de Cornejo.

Spade entró rodeando a la mujer muerta, evitando pisar la sangre en el piso; en el otro cuarto vio un teléfono gris claro

—Lo que sabe de ella —se explicó—. Soy Sam Spade, detective privado. Su cónsul, el señor Navarrete, me contrató para encontrarla y me dijo que usted la conocía. Así fue como me topé con esto y lo llamé. El joven asintió varias veces. —Entiendo. El señor Navarrete tuvo la gentileza de decirme —sonrió a Dundy—. Por favor, discúlpeme por no entender. Le diré todo lo que sé. —Muy bien —la cara y la voz de Dundy no correspondieron en modo alguno a la sonrisa del joven—. Hágame el favor. Cornejo se humedeció los labios y miró incómodamente al teniente. Los modales de Spade eran más amistosos. —¿Desde cuándo la conoce? —Tres años. Es decir, la conocí hace tres años en la casa de su tío y tutor, el doctor Félix Haya de la Torre, en Buenos Aires, pero hace año y medio que no la veía —tragó saliva—. Hasta hoy. —¿Una huérfana? —Sí, y supuestamente la segunda mujer más rica en nuestro país —frunció el ceño con seriedad—. Por eso su tío tenía mucho miedo, estaba ansioso por encontrarla. Mire, ella no quería a su tío, le molestaba su tutoría tal vez demasiado cuidadosa, y entonces cuando, en su cumpleaños veintiuno el pasado agosto, pudo tomar posesión de su herencia y ser su propia ama, se fue de la casa. —¿Y vino a América? —preguntó Dundy. —¿A Estados Unidos? No, no inmediatamente, pero su tío la creía muy joven e inexperta, y muy rica para estar segura si andaba sola, y consideró su deber seguir cuidándola a pesar de sus objeciones —Cornejo se encogió de hombros—. Como le digo, ella resintió eso, y el mes pasado, con una prima lejana, una cierta Camila Cerro, desaparecieron, se supone que para venir aquí, asumiendo nombres falsos. Spade asintió. —Este piso fue rentado bajo el nombre de Thelma Magnin. —¿Ah sí? —dijo Dundy—. Bueno, Cornejo, o como se llame usted, ¿quién la mató? La voz y los ojos del joven no se alteraron. —No lo sé. —¿Quién tendría motivo para hacerlo? —No lo sé. —¿Quién se quedaría con la plata? —¿Cómo dice? —¿Sus herederos? —recalcó Spade. —¡Oh! No lo sé. Su tío y sus hijos Federico y Víctor son sus parientes más cercanos, pero seguro ella tendrá un testamento, claro. Dundy frunció el entrecejo en dirección de Spade. —¿Qué opinas? —Nada todavía.


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literatura ESPECIAL

Miércoles en la noche, en el Fin del Mundo Con autorización de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM, presentamos un extracto de la laureada novela de la escritora y traductora canadiense que acaba de aparecer en español FICCIÓN ESPECIAL

Hélène Rioux …el fin del mundo nos llama.

E

Dundy, pensativo, miró a Cornejo, lo inspeccionó deliberadamente de pies a cabeza, y se volvió de nuevo hacia Spade. —Supongo que podemos decir que fue un hispano. Ellos prefieren los cuchillos. El rostro de Cornejo se ruborizó. Dijo con rigidez: —Cualquiera mata con un cuchillo, me parece. Ese cuchillo no es… Spade, sonriendo astutamente, interrumpió al joven. —¿Cómo sabe que la mataron con ese cuchillo? Cornejo miró con rostro circunspecto a Spade. Dundy gruñó: —Muy bien. ¿Cómo es la otra chica, la tal Camila Cerro? Spade, aún sonriendo, dijo suavemente: —Apuesto a que se parece más a esa chica tirada en el piso que la propia Teresa Moncada. Dundy dijo: —¿Qué? Cornejo abrió la boca como si estuviera tratando de decir algo, pero no salió ningún sonido. Su rostro estaba pálido de miedo. Spade dijo: —Deben parecerse o él no habría tratado de hacer pasar a una por la otra cuando descubrió que nos habíamos equivocado. El joven ya podía hablar y lo hizo, muy rápidamente, de modo que su acento, apenas notorio antes, se hizo más pronunciado. —Es verdad. Es verdad que se parecen; quiero decir, que tal vez me equivoqué al identificarla. Puede que sea Camila Cerro y no la señorita Moncada quien fue asesinada. No las había visto desde hace año y medio y… Spade dijo “Tshh, tshh, tshh” de manera reprobadora y preguntó: —¿Cómo supone que encontré este lugar? —No lo sé. —Siguiéndolo a usted. El joven bajó su cabeza y miró el suelo de forma miserable. El sargento detective Polhaus —un hombre fornido, rubicundo y mal afeitado— apareció en el vano de la puerta. —Listo con el cuerpo. ¿Todavía lo necesitan? La atención de Dundy no se despegó de Cornejo. Solo una esquina de su boca se movió perceptiblemente. —No. Polhaus desapareció de la puerta y su voz animada llegó desde la otra habitación. —Muy bien, muchachos, a empacar. L 1En español en el original. Traducción del inglés de José Abdón Flores.

l Fin del Mundo está abierto las veinticuatro horas, todos los días del año, incluso en Navidad. Uno oye el nombre, uno lo repite en su cabeza, uno cierra los ojos un instante. Si nieva hoy, si llueve a cántaros, ¡qué importa! El fin del mundo existe en otra parte con otros climas. Desfilan, pues, detrás de los párpados una playa de arena fina, palmeras que se mecen frente a un mar esmeralda, una isla perezosa en el horizonte, una aldea en la sabana, salpicada de chozas maltrechas. Surgen recuerdos de postales, centellean en la memoria cuadros de Gauguin, de Matisse. Murmullos de alas, de brillantes pájaros que alzan su vuelo, planean sobre un lago, el Victoria, digamos. Un sendero estrecho sube por la montaña, bordeado por zarzas, cactus, arbustos secos; una mula pesadamente cargada de melones avanza por él a pasitos precavidos, ¿es Creta? ¿O acaso algún pueblo perdido en la sierra andaluza, lejos del mar, de callejuelas tan estrechas que ningún coche de turistas puede entrar nunca en ellas? Jalando el lazo que lleva al cuello, una cabra muy flaca pasta la hierba amarilla al pie de una acacia. Las imágenes se suceden, algunas se retrasan más que otras. Elefantes, tal vez, monos graciosos suspendidos de lianas, jirafas o camellos que se arrodillan. Sus siluetas o sus sombras, con indolencia entran y salen del paisaje. El golpeteo de los tam–tam retumba en la selva cercana, y el corazón late al unísono, por más confinado que esté en el pecho. Un oasis con jardines se hace presente después, datileros y chorros de agua inesperados en medio del desierto. Sí, el Fin del Mundo nos llama. Uno piensa en un Bagdad mítico, en esplendores que hace mucho tiempo uno leyó en libros de cuentos, las melopeas cantadas con una voz gutural, los violines y los laúdes que la acompañan. Bochorno de la noche. El agua cloquea en la pila en medio del jardín, una jovencita sirve el té humeante en una mesa redonda de superficie tallada a mano, la seda de un diáfano pantalón roza una pierna. Uno ve brillar cúpulas de oro: es Moscú en julio, bajo el sol. Uno ve Sevilla somnolienta atravesada por el río Guadalquivir, uno ve el puerto en donde, cargados de oro y plata, navíos regresan de América. Uno ve los templos que los emperadores aztecas construyeron cuando la Ciudad de México se llamaba Tenochtitlán, uno ve las escaleras por donde ruedan los cuerpos de los inmolados, las grandes vasijas en las que aún palpitan los corazones arrancados. Uno ve frescos sobre muros de piedra. Uno se acuerda de un pasaje de La invitación al viaje, uno se convierte en ese niño, esa amada hermana, uno fantasea con el dulzor de ir allá… Uno oye a niños pelearse en una lengua inverosímil, uno ve aproximarse en fila india sinuosas caderas, senos desnudos, cabellos flotantes, mujeres de Tahití adornadas con flores; perfumes fuertes remontan hasta nuestras narices, uno recuerda el sabor un poco asqueante del coco y del ponche de ron ambarino. Es verano, el hermoso verano. Un cheslón abandonado, un viejo balón de colores desteñidos rueda para después detenerse en la línea de las olas. El Fin del Mundo. O bien es el Norte, enceguecedoras extensiones de blancura y de inmovilidad, huellas que la osa y sus oseznos polares dejaron en la nieve, es la cima de una montaña, tan alta que uno cree poder al-

HÉLÈNE RIOUX nació el 12 de enero de 1949, en Montreal. Escritora y traductora literaria proveniente del mundo francófono y amante de las letras rusas, entre otras peculiaridades, publicó su primera novela, Une histoire gitane, en 1982, confirmando posteriormente su talento en el universo de las letras canadienses con una colección de nouvelles titulada L´homme de Hong Kong, que ganó el tercer lugar del Deuxième Concours de Nouvelles de Radio Canadá. Después escribiría Les miroirs d´Éleonore, finalista del Prix du Gouverneur général en 1990. Luego de un considerable tiempo de batallas libradas, la calidad indiscutible de su pluma le ha valido ya varios reconocimientos de prestigio, tanto en Canadá como en Europa, como el Premio Ringuet, de la Académie des lettres de Québec, y el Premio France– Québec, otorgado a lo mejor de la literatura francófona de Canadá en Francia, precisamente por su obra Mercredi soir au bout de monde, que he tenido el honor de traducir bajo el título Miércoles en la noche, en el Fin del Mundo, publicada ahora en la colección Ultramar (2014). Roberto Rueda Monreal canzar las estrellas tan solo extendiendo el brazo, es una costa escarpada salvajemente golpeada por el océano. Más lejos, una ciudad emerge de un pantano, San Petersburgo aparece entre la bruma, ventana que se abre hacia el Occidente. La luna brilla, rojiza en la noche blanca; lugar del almirantazgo, el caballero de bronce en su caballo encabritado apunta con el dedo hacia el Neva. La noche cae sobre el bosque; un río corre y cae en cascada entre sus riberas congeladas, se lleva con él el rumor del mundo y la nieve que se funde en cuanto toca su dorso. El silencio se instala, impresionante silencio. Después, el alba. Un ave, negra y sola, cuervo, corneja, lanza su grito, uno la distingue posada sobre la rama de un pino. Negra y sola, pasa de pronto frente a lo que queda de la luna en el pálido cielo. Galope de caballos locos, aullido de viento loco. ¿Quién se abalanza así, qué se desencadena, qué es ese grito que congela la noche? ¿Es ese viento que aúlla hacia Cumbres Borrascosas? ¿Es Heathcliff el salvaje que regresa para vengarse? ¿El espectro de Hamlet que vocifera en Elsinor? Crujir de ramas bajo la violencia del asalto. Un encino cae, fulminado, en la landa. El Fin del Mundo con sus misterios. L Traducción de Roberto Rueda Monreal.


LABERINTO

Rubem Fonseca

Un maestro de la narrativa corta

Fue en 1963 cuando publicó su primer libro y desde entonces ha dominado la escena literaria brasileña. Para celebrar su cumpleaños 90 (11 de mayo de 1925, Minas Gerais), elegimos tres textos de otros tantos amigos suyos, escritores de primera línea, que provienen de la iniciativa editorial que coordinó Lourdes Hernández Fuentes Marçal Aquino

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ESPECIAL

an pronto como comenzó, en 1963, con Los prisioneros, un impecable conjunto de cuentos, Rubem Fonseca ya fincaba los marcos de su gran arte: la escritura de filo preciso y concisión absoluta, el gusto obsesivo por el detalle, el flirt sutil con lo grotesco, los toques de deliciosa erudición, el humor refinadamente negro y, sobre todo, la capacidad de observar y traducir la realidad en ebullición a su alrededor. Brasil, y en particular Río, habían encontrado un intérprete original que sintetizaba en su prosa contundente las contradicciones de un país al filo de una explosión urbana y de un ciclo de grandes transformaciones. El segundo libro, El collar del perro, salió dos años después y consolidó la posición de Rubem Fonseca como un renovador del lenguaje, en la medida en que sus creaciones establecían las facciones del moderno cuento urbano brasileño. Uno de los destaques de ese extraordinario conjunto de narrativas es “La fuerza humana”, una inmersión punzante en el universo de los perdedores; un texto con la potencia de un puñetazo, que no tardó en ser reverenciado como un clásico contemporáneo. El cuento que da título al libro también tiene su leyenda: fue la primera incursión del escritor por el terreno de la ficción policial, que vendría a ser una importante línea de fuerza en su obra posterior. La década de 1970, que fue una época de oro para el cuento en Brasil, con el surgimiento de nuevas voces y grandes libros, también fue un tiempo de excepción y sombras. Y tal vez ningún otro escritor haya asumido un carácter tan emblemático para ese periodo como Fonseca. Al contrario de los que recurrían a la alegoría para dar cuenta del país sitiado por el oscurantismo de una dictadura militar, publica Feliz año nuevo, en 1975, y lanceta el nervio expuesto sin anestesia. En los cuentos de este libro, que se volvió el símbolo del artista contra el autoritarismo, desfila un Brasil pobre, feo, cínico y violento. Son verdaderas actas policiales de la realidad, que flagran el instante exacto en que la brutalidad se convierte en moneda de cambio. Quedan pocos dientes en la boca del hombre cordial y, en su pecho, pulsa un deseo todavía vago y borroso de promover un ajuste de cuentas. Feliz año nuevo fue prohibido por la censura, arbitrariedad que el escritor impugnó, dando origen a una batalla judicial que se arrastró durante la década siguiente y terminó con la liberación del libro y la condena a la Unión. Aparte de la reconocida maestría literaria de su autor, Feliz año nuevo continúa fascinando e impresionando por la fuerza y urgencia de sus narrativas, pero también, hoy se sabe, por su terrible sesgo anticipatorio. Es el libro que no se cansa de actualizar todos los días la realidad brasileña. Es la obra de un artista visionario, parece haber sido escrita la semana pasada, alertándonos de que la barbarie, al final, triunfó —noticia que puede ser confirmada en cualquier programa policial vespertino de la televisión. (Gran Rubem Fonseca: ante la prohibición del libro, la mejor revirada fue escribir otro, el no le toques ya más, que así es El cobrador, de 1979, que penetró todavía más en las incisiones y expuso sin temor las vísceras de lo real, que el Estado tanto odiaba ver mencionadas.) A partir de la década siguiente, Rubem Fonseca inició un ciclo de novelas de corte policial, dando una preciosa contribución a la tesis de si practicado por un escritor talentoso, cualquier género puede ser elevado a condición de alta literatura. Sin embargo nunca abandonó el cuento. Lanza periódicamente nuevas colecciones, que reafirman su indiscutible condición de grande de la narrativa corta. Por lo tanto, hablamos de una obra todavía en progreso. Pero, por su grado de excelencia, ya es posible vislumbrar su permanencia y un lugar destacado para Rubem Fonseca entre los mayores creadores de la literatura brasileña de todos los tiempos. L


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de portada LOURDES HERNÁNDEZ FUENTES

En su casa de Río de Janeiro

¿Y una vez que uno llega a él…? LA VIRTUD DEL RESENTIMIENTO Horacio Castellanos Moya

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ue en mayo de 2012, porque Rubem Fonseca cumplía setenta y siete años. Lo recuerdo con claridad. También recuerdo el ambiente de espera del agasajado en ese lujoso apartamento frente a la playa de Botafogo, desde cuyo balcón se tenía la impresión de que el Pan de Azúcar y los otros morros de la bahía estaban al alcance de la mano. Éramos pocos: sus tres hijos con sus respectivas parejas, una media docena de sus amigos y un par de infiltrados, entre los que yo me contaba. Dicen que la impresión que causa un hombre no es lo importante, sino lo que se esconde detrás de esa impresión. Vaya uno a saber. Pero Fonseca entró como cualquier parroquiano, en jeans y camiseta, bajo su cachucha de beisbolista, sin ínfulas, como uno de sus personajes, me gustaría decir, pero no llevaba cuchillos y ya no fumaba puros. Yo lo admiraba desde que leí los cuentos de El cobrador, en aquella edición de Bruguera que pronto se desencuadernaba, un libro que me marcó para siempre, y mi admiración creció a medida que fui leyendo sus demás libros. Por eso esa tarde, en esa íntima celebración de su cumpleaños, temí que se me cayera, porque no es bueno conocer a los escritores que uno admira: casi siempre en persona decepcionan, el hedor del ego es más fuerte que la obra. Pero no sucedió así con Fonseca. Y cada vez que vuelvo a sus libros agradezco que el recuerdo del autor no se me interponga. Y cada vez que me harto de leer las flojedades que ahora tanto se publican, regreso a El cobrador, al resentimiento profundo que solo descubrí dentro de mí mismo cuando leí ese cuento. Porque, ¿qué es la literatura que algunos escribimos, si no un ajuste de cuentas, la labor despiadada de un cobrador? L

Romeo Tello G.

para tener todos los volúmenes de las que en ese momento eran las obras completas de Fonseca, y ese libro llegó a i encuentro con la obra de Rubem Fonseca mis manos (a las manos del grupo de amigos) de manera provocó un cambio en mi manera de leer, extraña: luego de unas vacaciones uno de ellos volvió de aprendí que había otra forma de entender Aguascalientes con un ejemplar de la única novela escrita los mecanismos que ponen en marcha por Fonseca hasta entonces: El caso Morel; si no recuerdo una historia y la sostienen discurriendo mal, nos contó que nadie en la casa de sus tíos sabía cómo con la ligereza y la velocidad necesarias para que nada ni cuándo había llegado ese libro ahí, no sabían si valía la en el mundo exterior nos distraiga de los escenarios de pena o no leerlo y nadie podía decirle algún dato sobre el sus cuentos, en los que la humanidad se reencuentra con escritor porque ahí nadie había oído hablar de él. aspectos tan elementales como la brutalidad o la pasión, Para entonces solo conocía una foto de Rubem, la que tan humanos como el mal y el placer, tan modernos como aparecía en la contraportada de El cobrador, y los únicos la ambigüedad de todos los lenguajes y la crítica de todos datos que me permitían echar luz sobre esa personalidad los discursos. Leer a Fonseca me llevó a desarrollar nuevas vacía de biografía eran los que estaban impresos en las maneras de acercarme a otros escritores, inclusive a los ya solapas de los libros traducidos, pero ninguna otra cosa. conocidos; me vi obligado también a aprender su lengua Armado con ese desconocimiento del autor y guiado y hasta a reorientar mis estudios literarios. por la lectura reveladora de cinco libros de cuentos y Me gustaría recordar con precisión el día y la hora en una novela, presenté mi proyecto de tesis de maestría a que leí por primera vez “El cobrador”, pero por desgracia la maestra Valquiria Wey. Valquiria no me enseñó a leer no conservo el dato preciso de ese mejor a Fonseca, porque nunca comomento inicial —o quizá sea mentamos juntos un cuento de más preciso decir, de ese momenRubem Fonseca. ¡Feliz cumpleaños Rubem, pero sí me enseñó a leer to iniciático—. Sí recuerdo, sin noventa! (Desliz Ediciones/ Biombo bien a Machado de Assis, a Graciembargo, que fue un buen amigo, Negro) reúne a un grupo de amigos liano Ramos, Carlos Drummond Tex, quien me prestó un ejemplar cercanos al narrador brasileño, además de Andrade, João Guimarães Rosa, de Sábado, el suplemento cultural de a su hija Bia Fonseca Corrêa do Lago Clarice Lispector, Dalton Trevisan, del periódico unomásuno, en el que y a Felipe Ehrenberg, quien realizó los Raduan Nasar, Nélida Piñón, Nelse presentaba una pequeña antolodibujos que acompañan los textos. Es son Rodrigues, Antonio Cândido gía titulada Panorama de la nueva una edición más que limitada, pues y Davi Arrigucci Jr., por citar a los literatura brasileña, seleccionada y consta de 25 ejemplares, concebida por que más he disfrutado; me obligó presentada por Eric Nepomuceno. Lourdes Hernández Fuentes y bajo el también —o quizá debería decir, Entre los cuentos presentados, a Tex cuidado de Rosina Conde. me sedujo— para que aprendiera le había llamado la atención uno: portugués y leyera a Fonseca en su “El cobrador” de Rubem Fonseca. lengua y, como si fuera poco, me guio Ese descubrimiento ocurrió en 1980 (el suplemento en mis primeros pasos como traductor, imponiéndome mencionado es del 30 de mayo de ese año). Estábamos el celo, el rigor y el placer con que hacía que se acercaran cerca de terminar nuestros cursos de licenciatura. Yo me las dos lenguas. Decía que Valquiria no me enseñó a leer había propuesto concentrarme en el estudio de textos mejor a Fonseca, porque nunca comentamos juntos un poéticos, y dedicar mi tesis a esa cima mayor de nuestra cuento de Rubem, pero sí me enseñó a entenderlo mejor, poesía que es Muerte sin fin. Leí y escribí durante tres insertado en una tradición cultural prodigiosa, rica en años sobre poesía y poética, y la mayor distracción de esos pensamiento creativo y crítico. estudios la provocaba la lectura y relectura de los cuentos En el primer proyecto de tesis que presenté, propuse el de Fonseca. Cuando por fin terminé ese trabajo, ya sabía estudio de cinco libros de Fonseca; sin embargo, antes de que mi nuevo proyecto habría de dedicarlo a la obra de terminar la tesis tuve que ajustar el proyecto tres veces, Rubem Fonseca, y en este caso aludir a la obra resulta una pues Fonseca escribía más rápido que yo. Cuando la tesis precisión absoluta, pues conocía poco, casi nada sobre ese estuvo terminada habían aparecido ya las novelas A grande autor fascinante, mientras que, por otra parte, me sabía casi arte (cuyo ejemplar atesoro, pues Tex me lo trajo de Espade memoria los cuentos de Feliz año nuevo (publicados ña, sacando dinero no sé de dónde para comprarlo), Bufo por Alfaguara) y los de El cobrador (Editorial Bruguera), & Spallanzani, (titulada en la versión española de Seix a fuerza de tanto leerlos en voz alta para mí y para mis Barral Pasado negro) y Vastas emoções e pensamentos alumnos. Además había conseguido una traducción al imperfeitos (la primera que tradujo y publicó en México argentino de El collar del perro, de Ediciones de la Flor, y la editorial Cal y Arena, con lo que iniciaba una labor de los libros de cuentos Los prisioneros y Lucía McCartney difusión de la obra de Rubem Fonseca que dura hasta publicados por Júcar; solo me faltaba conseguir un libro nuestros días).

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08 b sábado 9 de mayo de 2015

MILENIO

de portada LOURDES HERNÁNDEZ FUENTES

Señales del norte RESEÑA Gerardo Ochoa Sandy

I Terminé ese trabajo de investigación a fines de 1992. El 22 de mayo de 1993 por fin pude conocer en persona a Rubem Fonseca en un homenaje a Juan Rulfo que organizó el INBA. Valquiria Wey me presentó con él afuera de la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, y Julieta —mi esposa— ofreció a Rubem un salvoconducto para ponerse a salvo de los periodistas de los que huía nervioso, al tiempo que abría la puerta para el inicio de una amistad que dura hasta la fecha: en un arranque de amor (¿a Rubem?, ¿a mí?, ¿a ambos?) le dijo después de la plática sobre Rulfo: “Mi esposo escribió esa tesis que trae usted, hoy es su cumpleaños y creo que el mejor regalo que usted podría darle sería ir a comer con nosotros”. Fonseca la vio con asombro y obviamente la mandó en el acto a que fuera a buscarme para huir juntos de ahí. En unos minutos estábamos instalados en la cantina La Ópera, Rubem, Valquiria, Tex, Allan Mallard, Julieta y yo. A los dos días comió con nosotros en casa, comió exclusivamente sopa de verduras y descubrió con regocijo el sabor del mamey; en algún momento de esa tarde, Irene — mi hija que entonces tenía 7 años— lo tomó de la mano y lo invitó a su cuarto para que conociera a su hámster, yo sentí una emoción ambigua, pues me provocaba una gran felicidad ver a Irene de la mano de uno de los escritores que más admiro, al mismo tiempo que en mi conciencia se prendía una alerta que me recordaba que ese hombre cariñoso escribía historias sobre crímenes horrendos, escritores decepcionados de la literatura y pedófilos que despreciaban a todos porque antes habían aprendido a despreciarse a sí mismos. A partir de esa tarde surgió una amistad entrañable entre Rubem y mi familia que, si bien no se caracteriza por la frecuencia de sus encuentros, sí es cálida y amorosa en los escasos momentos en que intercambiamos correos, sin contar los gozosos encuentros que hemos tenido con él en Guadalajara o en Río de Janeiro (en unas vacaciones en que tuvimos el placer de ser recibidos por Lourdes Hernández y Felipe Ehrenberg en su deliciosa casa de São Paulo —juntos vimos por TV la ceremonia de toma de posesión del presidente Lula—. ¡Qué lejos ese año 2000!). A principios de 1997 le escribí una carta a Rubem, en la que le hablaba, entre otras cosas, de la colección de cuentos completos o antologías de cuentos que desde hacía unos años estaba publicando la editorial Alfaguara. Le dije que entre los escritores publicados estaban Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro, Juan Carlos Onetti, José Luis González, Scott Fitzgerald, Nabokov, Paul Bowles y Clarice Lispector. Le comenté, por último, que iba a tratar de conseguir algún contacto para proponerles la edición de un volumen de sus cuentos. Los meses siguientes estuve trabajando con Valquiria Wey en la traducción de un par de antologías de narradores brasileños que publicamos en la UNAM. Una de ellas reproducía en su título el de un cuento de Fonseca: El arte de caminar por las calles de Río y otras novelas cortas. Cuando nos entregaron los ejemplares recién editados, envié uno a Fonseca y entonces

contestó con una carta que me sorprendió, y de la cual reproduzco algunos fragmentos: Querido Romeo: Recibí tu carta, con la adenda de nuestra adorable Julieta, y también la cartita de mi querida Irene y el cuento del joven Romeo […]. Agradezco también el libro El arte de caminar… con tu bella traducción. En cuanto al proyecto de Alfaguara, Eric Nepomuceno, del Ministerio de Cultura, me ha hablado sobre ello, pidiéndome que hiciera una selección de mis cuentos para reunir aproximadamente 300 páginas […]. El ministerio de Cultura daría una colaboración para la edición de la antología de Alfaguara. Sin embargo, al encontrarme con Eric, el último domingo, me dijo que Alfaguara le había dicho que pasarían el proyecto para el próximo año […]. Sería bueno que tú, de una forma u otra, pudieras intervenir en esa materia ayudando a la realización del proyecto. La relación de cuentos que hago a continuación, no se la he entregado a Eric, quien, por lo tanto, aún no la conoce. Es muy desagradable para el autor seleccionar entre sus cuentos los que encuentra mejores, pero con mucho sacrificio, y tomando en cuenta la odiosa limitación de espacio, escogí títulos que no rebasaran un límite aceptable (400 páginas) […]. Aquí va la relación, con el nombre de cada libro y los títulos seleccionados. Como ves, dejé fuera, por ser muy extensos, algunos cuentos de mi particular agrado, como “Romance negro”, “Carpe Diem”, “O Buraco na parede”, “O caso de F. A.”, entre otros.

La lista estaba formada por 36 cuentos; posteriormente agregó dos más por sugerencia mía y de esta manera quedó formada la antología Los mejores relatos de Rubem Fonseca. Logramos que aceptaran publicar un volumen de 532 páginas (¡casi el doble de lo que se había programado originalmente!), y la calidad de los cuentos provocó que la edición se agotara por completo, lo que en su momento constituyó una extraordinaria noticia y, con el paso de los años, la desoladora certeza de que no había (y hasta donde sé, no hay) planes para reeditarla. Solo he tenido la oportunidad de platicar con él en persona en tres ocasiones: en el mencionado homenaje a Juan Rulfo en Bellas Artes; unos años después en Río de Janeiro y en Guadalajara, cuando vino a recibir el Premio Juan Rulfo de la FIL. A pesar de esa rala frecuencia de los encuentros, siento por él una amistad que solo se compara con el enorme disfrute que me suscita la lectura de sus textos. En 1980, cuando Tex me dio a leer por primera vez “El cobrador”, seguramente no sabía que ese gesto habría de ser el inicio de una orientación nueva, no solo en mis gustos de lector, sino en mi vida entera, es decir, que afectaría circunstancias tan particulares como la organización de los libreros de mi casa, los viajes familiares, el nombre de los hamsteres de mi hija, mi futuro —y entonces impredecible— trabajo como traductor del portugués, la afición de mi hijo por el Vasco da Gama; inclusive la invitación a escribir este texto tiene sentido gracias a aquel momento iniciático. L

niciada en 2002 y con alrededor de 111 títulos publicados a la fecha, la Colección Editorial del Centro Cultural Tijuana es un registro de las preocupaciones de autores de distintas generaciones oriundos o residentes en Baja California y una referencia solvente para los lectores de ambos lados de la frontera y de México. El lanzamiento de ocho títulos en 2014 —literatura, dramaturgia y divulgación cultural— valida esta percepción. Un vistazo. El poeta y ensayista mexicalense Jorge Ortega (1972) ofrece en El ancla y el arado. Apuntes sobre poesía iberoamericana y otras afinidades un muestrario más de su devoción por las letras en lengua española. En esta ocasión se ocupa de asuntos relativos a literatura mexicana, tales como los estridentistas, José Gorostiza, Ramón Xirau, “Simbad el varado” de Gilberto Owen y “Piedra de sol” de Octavio Paz, y de Latinoamérica y la península: Lezama Lima, Góngora, Fray Luis de León y la presencia de la poesía española contemporánea en Vuelta. La andanza hace pausas en las encrucijadas entre lectura y escritura, poesía y mercadotecnia, poemas y poéticas y el humanismo y sus variantes. El ancla y el arado requiere, por parte de la crítica especializada, la bienvenida que amerita. Alfredo González Reynoso (Tijuana, 1986) organiza La escena del crimen. Escritos sobre cine, como una investigación ministerial: denuncia, indicios, balística, análisis clínico, examen forense y testimonios. Se ocupa del cine nacional —Bajo California, Se presume culpable, Colosio: el asesinato— y de otras latitudes —Kurosawa, Kubrick, Lars Von Trier, Fellini, los zombis—, y acude para su análisis a Foucault, Deleuze y Lacan, entre otros. El oficio que muestra en sus textos ameritaría un medio de difusión nacional. En tanto, Arturo Fierros Hernández (Tijuana, 1988), en Historia de la salud pública en el Distrito Norte de la Baja California 1888–1923, repasa los desafíos de la salud pública en la zona, con sencillez y cuidado documental, alerta de las vicisitudes políticas de la época con una actitud ponderada y crítica. Es previsible, así, que a esta obra le sigan otras contribuciones a la historia de la entidad. El CECUT apuesta por la dramaturgia, difundida en México básicamente por editoriales especializadas. Daniel Serrano (Magdalena de Kino, 1968), fundador del Festival Universitario de Teatro de la Universidad Autónoma de Baja California, ofrece dos obras. En Los herederos del imperio, un diplomático cubano y un político, un sacerdote y un periodista mexicanos, cuarteto de sinvergüenzas, negocian cómo beneficiarse de los asesinatos en los que están implicados. Mientras, en El amor del fondo se ocupa de una pareja en vías de divorcio en una circunstancia geográfica y alegóricamente sin escapatoria. Serrano es brillante en la construcción de los diálogos, paradójicos e irónicos, cáusticos y delirantes, según lo amerite, que definen los caracteres desde el inicio y sin titubeos. Por su parte, Bárbara Colio (Mexicali) congrega en Teatro bárbaro cuatro obras. En Casi Transilvania, la de más aliento, que se estrena en Lima este 2015, dirigida por Alberto Isola y producida por Escena Contemporánea, explora, a través de la relación entre un cineasta, su cónyuge y su amante, los lazos entre el cine, el teatro y la vida cotidiana. La obra para público infantil Aeropuertático, de Jorge David Muñoz Luisillo (Ciudad de México, 1983), dividida en ocho escenas, es un monólogo sobre la muerte de la abuela, la promesa de reencuentro en el cielo, las desilusiones del esfuerzo, y la perseverancia en la palabra empeñada. La obra ameritaría un pulido adicional, pero la historia es conmovedora y, de los tres autores, es quien puntualiza más sobre los aspectos del montaje. En narrativa, una búsqueda experimental: Kanji, de Javier Hernández Quezada (Tijuana, 1973), a la vez novela y colección de relatos, algunos de buena factura formal que en ocasiones logran integrarse en el plano referencial, se asoma en clave al submundo de las sectas y sus ritos de violencia en México, apoyado en un ideograma chino. Por su lado, Josué Camacho, en Habitar en vano, registra la historia de una madre soltera de Tijuana y sus siete descendientes, en ocho capítulos que comparten una estructura común: el sueño de cada protagonista, su versión y las de otros, más las codas del narrador, lo que vincula los sucesos con afán contrapuntístico. En ocasiones las voces de los protagonistas tienen ecos unas de las otras pero Camacho, en su meritoria primera novela, tiene la cualidad de asomarse al drama con sobriedad, a la búsqueda de una discreta expiación. Vale una mención al cuidado editorial de DDO Producciones y las portadas de Ruth Ramírez, ejecutadas con elegancia y oficio, apoyada en obra de Ramón Gaya, Nuria Bac, Alejandro Martínez Peña, César Vázquez, David Silva Herrera, Mario Martínez, Claudia Ramírez Martínez y Gualberto Gaitán, en un logrado diálogo con los libros. L


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LABERINTO

en librerías La pequeña comunista que no sonreía nunca

Reparar a los vivos

Lola Lafon Anagrama España, 2015 278 pp.

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la manera de un relato novelesco, quizá de una recreación biográfica, este libro arriesga una mirada agridulce a las hazañas gimnásticas de Nadia Comaneci, el prodigio rumano que maravilló al mundo durante las Olimpiadas de 1976. Lafon interroga a la misma Nadia y a sus compañeras de equipo, rescata momentos periodísticos e interroga a la historia, pero también recurre a la ficción. De esta manera obtiene un descarnado híbrido en el cual el esfuerzo deportivo no es sino una proyección de la geopolítica. Nadia fue una superdotada... y también una marioneta de los poderosos.

El enigma de Rania Roberts

Maylis de Kerangal Anagrama España, 2015 243 pp.

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riunda de Toulon, Maylis de Kerangal ha publicado varias novelas que giran en torno de los pequeños detalles de la vida, cuestiones de poca importancia solo en apariencia. Veamos la historia de Reparar a los vivos. De vuelta de un movido fin de semana de surf, Simon Limbres estrella su camioneta contra un árbol. De su cuerpo destruido el corazón queda indemne, y aquí comienza el auténtico relato: Thomas Remige, especialista en trasplantes, invertirá toda su energía en convencer a la familia para que Simon done ese órgano a alguien que todavía tenga alguna esperanza.

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El arte de morir Peter y Elizabeth Fenwick Atalanta España, 2015 368 pp.

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n este libro, que sus autores han subtitulado Un viaje a otra parte, los lectores encontrarán diversas experiencias en torno a la muerte. Seguramente coincidirán con algunas de las experiencias que se presentan. Por ejemplo: sentir que la persona que ha muerto viene a despedirse de nosotros o la luz que ven quienes han estado cercanos a la muerte. Pero más allá de los aspectos curiosos, está el hecho concreto, como señalan los autores, de que en el siglo XXI, con todo y los avances médicos, “no nos han enseñado nada acerca de cómo morir”. Por ello es necesario un libro como éste.

AMBOS MUNDOS ESPECIAL

Mapuche

Javier Bernal Suma México, 2015 636 pp. ste es un thriller internacional con elementos financieros, políticos y religiosos, en el que aparece Wall Street, el Mossad y otros servicios secretos, los medios de comunicación, los grupos más siniestros de poder. Todo gira en torno de Rania, una joven humilde de padre palestino y madre estadunidense, que vive en Jericó y está enamorada de un buen hombre llamado Abdul. Corre el año de 2010 y esas vidas apacibles serán sacudidas por David Ackermann, capitán del ejército israelí, que tras un incidente bélico llegará a la ciudad para arrasar con todo y sembrar el terror y la violencia.

William Ospina, Villa Diodati, Joyce

Caryl Férey Océano España, 2014 425 pp.

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os editores aclaran que Caryl Férey, quien goza de buen prestigio en el género policial de las letras francesas (Haka fue aclamada por la crítica y el público y Zulu obtuvo diez premios literarios), ha tenido que viajar constantemente para entrar a tono y diseñar esas astutas tramas en las que el homicidio, las circunstancias siempre oscuras, tenebrosas, y los personajes que habitan en submundos truculentos, constituyen la columna vertebral de lecturas que dejan el aliento en vilo. Ubicada en Buenos Aires, Mapuche no defraudará a los seguidores y entusiastas de Férey.

And then... Andenes. Crónicas Adriana González Mateos Difusión Cultural/ Dirección de Literatura/ UNAM México, 2015 132 pp.

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n doctorado condujo a González Mateos a Nueva York. Como periodista, no podía desperdiciar la oportunidad de trazar algunas estampas de su gente, sus escenarios, sus más escurridizos secretos. Este volumen reúne un puñado de esos trazos que mezclan con sabiduría el humor y la curiosidad, el arrobo y la suspicacia. No es la Nueva York glamorosa sino la que viaja en metro, se oculta de la migra, lava platos en restaurantes del Bronx o sale a las calles a protestar contra la voracidad de los banqueros. Por momentos, es irresistible pensar que se trata de la capital del Tercer Mundo.

El autor de El año del verano que nunca llegó

Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores

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cabo de leer, de un tirón, El año del verano que nunca llegó, el nuevo libro de William Ospina, un texto extraordinario que es a la vez un ensayo, una novela y un libro de viajes, centrado en la magnética historia de Villa Diodati, esa casa legendaria a las afueras de Ginebra, frente al lago Lemán, en la que una noche de junio de 1816 se reunieron Lord Byron, el poeta Percy Shelley y su esposa Mary, el joven médico John Polidori y Claire Clermont. Por transtornos climáticos ese año no hubo verano y la noche de los poetas duró tres días, entre borrascas y aguaceros. Tiempo suficiente para que se retaran a escribir la más aterradora historia de miedo y que nacieran los dos grandes símbolos del espíritu romántico: el Frankenstein, de Mary Shelley, y El vampiro, de Polidori. La hipnótica prosa de William Ospina va explicando quién era cada uno y por qué estaba ahí, cuál era su personalidad y cuáles sus temores, pero narra también su propio viaje para encontrar los elementos del mosaico, desde Buenos Aires hasta París o Ginebra, de Roma a las montañas del Tolima. Una celebración del modo en que las historias se van revelando al escritor, poco a poco y a través de extrañas señales, y por eso descifrarlas es un modo de entenderse más a sí mismo y de comprender el universo. Mientras leía yo mismo fui encontrando algo que el propio Ospina menciona y que tiene que ver con la fecha del encuentro en Villa Diodati: el 16 de junio. De pronto creí encontrar respuesta a una

pregunta que llevaba años haciéndome. ¿Por qué Joyce eligió la fecha del 16 de junio para su novela Ulysses? A pesar de que su biógrafo, Richard Ellmann, afirma que no hay un motivo específico para que eligiera ese día, y que otros dicen que habría querido rememorar la primera cita con su esposa, la verdad es que, tras leer el libro de William, no me cabe ninguna duda: Joyce eligió el día en que nacieron Frankenstein y el vampiro para crear su propio mito del héroe contemporáneo, el Ulises del siglo XX. Quiso dialogar con los conjurados de Villa Diodati y presentar su propio monstruo: el dócil y temeroso ciudadano común, alejado del fulgor de los héroes de Homero. ¡Por eso el 16 de junio! Recordemos que Stephen Dedalus en Retrato del artista adolescente admiraba a Byron y lo consideraba el mejor poeta inglés, motivo por el cual sus compañeros de la escuela católica le propinan una severa paliza, pues Byron tenía la reputación de ser hereje e inmoral. Lo mismo que Joyce, quien debió refugiarse en Suiza escapando de Irlanda, también acusado de hereje e inmoral. Si a esto le sumamos sus juegos de palabras con el nombre de Shelley, cuesta creer que Joyce no haya ido un día, como William Ospina, a mirar a través de las rejas de la Villa Diodati mientras soñaba con su propia creación, mostrando en ello, una vez más, cómo la literatura y la vida se mezclan en ese mismo inquietante “bosque de símbolos” del que habló Baudelaire en su poesía. L


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MILENIO

cine ESPECIAL

los personajes y para eso fue necesario trazarlos muy bien. Les hice unas biografías y un cuestionario sobre sus miedos y demonios para que tuvieran armas. Incluso les creamos anécdotas relacionadas con su propia vida. Usé mucha literatura. A Juan Pablo, que da vida a un escritor, le di libros de Bukowski, le enseñé música. No hubo ensayos; mis protagonistas se conocieron hasta el rodaje porque quería jugar con el secretismo de la primera cita. ¿No era demasiado riesgo basar su ópera prima en la improvisación? Fue una propuesta que vino del productor Renato Ornelas. Me encargó filmar algo sin guión, en quince días y con cien mil pesos. Me atrajo la idea porque fue un gran reto. Tal vez no fue lo ideal pero aprendí mucho. No tenía guión pero sí la estructura porque la narrativa no es lineal. Sí, la escaleta tenía treinta páginas. No había diálogos pero sí claridad sobre ciertas escenas; otras se inventaron sobre la marcha.

Katina Medina Mora

“La dramaturgia me ayudó a enfocarme en los actores y a comunicarme con ellos” Sin guión de por medio, sin ensayos y con una producción de bajo costo, LuTo explora las relaciones de pareja y los conflictos generacionales ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

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espués de dirigir teatro, Katina Medina Mora regresó al origen de su preparación: el cine. Por iniciativa del productor Renato Ornelas, aceptó diseñar una historia de bajo presupuesto y filmada sin guión. El resultado es LuTo, cinta donde Tomás (Juan Pablo Campa) y Luisa (Patricia Garza) se plantean si el amor es una razón suficiente para permanecer juntos.

Pese a sus estudios de cine, empezó dirigiendo teatro. Los proyectos de teatro se dieron de manera fortuita. Surgieron mientras hacía mis películas. La dramaturgia me ayudó a enfocarme en los actores y a descubrir la forma de comunicarme con ellos. Cada actor se dirige por separado. Precisamente, LuTo se sostiene en dos personajes y su psique. Desde el principio planteamos la película sin guión, solo teníamos una escaleta. Quería improvisar con

Entre tanto margen de espontaneidad, ¿cómo hizo la puesta en escena? No tenía demasiado tiempo para cubrirme. Definí los movimientos de cámara desde antes. Casi no hay close up, primero por falta de tiempo y segundo porque quería que ambos estuviesen a cuadro casi siempre. Hay un plano secuencia y listo. Para que te des una idea, solo dejé una escena fuera, todo lo usamos. La propuesta de la película tenía fecha de caducidad, por eso son dos personajes y hay pocas locaciones. Al final me fui por algo que conocía y que no me resultara externo, no digo que sea autobiográfico pero quién no tiene experiencia en el amor y las relaciones. ¿Se puede decir algo sobre el amor que no se haya filmado? Todo está contado o hecho, de lo que se trata es de ser honesto con el relato. Aunque el tema sea el amor y el desgaste en las relaciones, Luisa y Tomás no existen en ninguna otra película, por más que ya vimos la misma historia. Dos personajes bien trabajados lo hacen diferente. ¿La proyección personal o la experiencia personal particularizan la historia? Es una mezcla de lo personal y de la experiencia de conocidos. La historia está llena de realidad y ficción. Uno de los vicios del cine mexicano es la repetición de personajes, abundan los protagonistas de clase media que se dedican a las artes, el diseño, la publicidad. Su película no escapa de esto. Tomás es escritor y Luisa publirrelacionista. Entiendo la crítica pero poner a Tomás de escritor no es por una cuestión hipster sino porque necesitaba que fuera alguien introvertido; ella tenía que ser lo contrario, más extrovertida, por eso la ubiqué como publirrelacionista. Sé que no toda la clase media tiene estos trabajos pero quería hacer una película sobre el medio que conozco, sobre todo si se trata de mi ópera prima. Una vez terminada la película y después del ejercicio de improvisación, ¿qué tan cercano quedó el resultado final de lo esperado? Uno ve los errores después. Hoy sé que pude haber hecho ciertas cosas diferentes pero aun así LuTo está teniendo un camino más largo del que pensaba. Nunca imaginé que llegaríamos a los cines. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Un diamante del tamaño de la Luna Fernando Zamora @fernandovzamora

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a era hora de que Jarmusch hiciera cine de vampiros. Había comenzado a tomarse demasiado en serio. Hacer cine vampírico tiene su chiste. Es verdad que siempre llegará (como el cine gay) a un público cautivo; también es cierto que hacer cine de vampiros lo enfrenta con una tradición larga, llena de sus propios códigos y referencias. Jarmusch consigue salir librado del reto con elegancia un poco pomposa. Only Lovers Left Alive tiene de Jarmusch lo escueto y reflexivo. De la tradición vampírica el romance, un discreto sentido del humor y la grandilocuencia de las imágenes: “hay en el cielo un diamante del tamaño de la Luna. Vibra y en la inmensidad del espacio emite el sonido de un gong”. Esto lo dice ella, la vampira de pelos rubios y mal peinados. Ella es Eva. Intuimos que lo conoce a él desde el principio de los tiempos. Él es Adán, vive en Detroit (la ciudad más violenta y pobre de Estados Unidos). Colecciona guitarras eléctricas que le consigue un muchachito bobo. Él, vampiro al fin, desprecia a los zombis, a nosotros, los humanos. Ella en Tánger es amiga de Christopher Marlowe. Con él se droga bebiendo sangre fina. Por las noches se pierde contemplando el mar y releyendo a Cervantes y a Proust.

Durante la secuencia en que los amantes están a punto de reunirse (la más hermosa, excluido el final), ella empaca y él hace música. Acaricia primero una guitarra eléctrica y luego un violín. Ella roza sus libros de hojas amarillentas y abre la maleta. ¿Qué necesita un vampiro para viajar? Ataúdes no. “¡Sería tan siglo XV!” Necesita poesía: en chino, italiano; en árabe y español. La secuencia culmina cuando ella se encuentra en uno de estos libros un grabado de las puertas del paraíso de Ghiberti. ¿Acaso se reconoce? ¿Adán y Eva se han vuelto vampiros? Si fuese así, nos llaman a nosotros, sus hijos, diciéndonos zombis. Ya reunidos, él y ella pasean por Detroit que es en efecto la ciudad de un vampiro. Estuvo aquí hace mucho tiempo el taller de Henry Ford. Luego en este predio se levantó una fastuosa sala de conciertos que devino cine y luego estacionamiento. A Adán le horrorizan dos cosas de los zombis: lo que hacemos con la naturaleza y lo que hacemos con las cosas hermosas de otros vampiros como él. Durante una secuencia, la cámara recorre con parsimonia la pared del vampiro. En ella cuelgan retratos de Bach, de Poe, de Wilde; de Keaton, de Birdie, de Marlowe. No hay fotos de Shakespeare quien es, según dirá el vampiro Marlowe: “un plagiario analfabeta y arrogante”. Un zombi.

Only Lovers Left Alive (Solo los amantes sobreviven). Dirección: Jim Jarmusch. Guión: Jim Jarmusch. Fotografía: Yorick Le Saux. Con Tilda Swinton, Tom Hiddleston y Mia Wasikowska. Gran Bretaña, Alemania, Francia, Grecia, Chipre, 2015. El encanto de esta película radica en una paradoja. A menudo es pedante como el mismo Jarmusch, pero a los vampiros ser pedantes les va bien. A éste que es sin duda uno de los cineastas más pedantes de todos los tiempos le caen los vampiros como anillo al dedo porque demuestran que en el fondo no se toma tan en serio y él, el vampiro cineasta, puede hacer chistes sobre sí mismo en espera de los amantes árabes a quienes vale la pena otorgar el don de la inmortalidad. L


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LABERINTO

escenarios VIVIANA CANGIALOSI

La iluminación es La mujer justa MERDE! Braulio Peralta

Es La mujer justa, de Sándor Márai, que nos mira gracias a las luces de Zapatero, dirigidas en claroscuros sepias para n la historia del teatro acentuar la voz, la mirada, el pocas veces los críticos ritmo de la palabra actuada. Haz nos ocupamos de la de cuenta que se potencializó escenografía y su compañera, el aparato respiratorio en los la iluminación. Robert Wilson intérpretes para hacernos sentir es impensable sin luces, no existiría su estilo. El espectáculo muy de cerca el existencialismo pesimista de un ambiente Flowers, de Lindsay Kemp opresivo. Las clases pudientes —que vimos en un Festival tienen permiso de respirar en Internacional Cervantino—, nos dejó perplejos. Julio Castillo este montaje único por todo lo que brinda. y Héctor Mendoza cuidaban la El texto de Sándor Márai es iluminación y la escenografía el sonido de un clásico —que como la niña de sus ojos. El maestro en el ramo sigue siendo lo fue en su momento, que desapareció de las letras después Alejandro Luna, seguido por de las guerras europeas, el la solvencia de Kleomenes Stamatiades (fallecido en 1991), fascismo y el estalinismo, hasta que de repente la justicia Gabriel Pascal y últimamente literaria lo rescató del olvido—. Víctor Ballina, pero no son los A eso agregamos la adaptación únicos. que de la novela La mujer justa La iluminación teatral es fundamental en un montaje. Sin hicieron Hugo Urquijo y Graciela Dufau: monólogos teatrales buena luz y escenario vestido no hay teatro calificado. Fracasa concatenados en una catarata de ideas para la deconstrucción. el intento actoral, salvo cuando Y bueno, las interpretaciones se apuesta por un escenario —de todos y todas—, pero desnudo, desprovisto de luces, destaco la de Marina de Tavira, otro estilo de teatro, no muy quizá porque es la más pródiga eficaz. Recuerdo a botepronto en brindarnos su rabia, sus dos montajes donde la luz es ambiciones frustradas, su pesar la mano del director para su por no ser, no pertenecer a las concepto: Psicosis 4:48, de Sara Kane, dirigida por Ignacio Ortiz, clases altas de las que roba y aprovecha lo que puede para con escenografía e iluminación de Auda Caraza y Atenea Chávez; ser, oh paradoja, infeliz (muy y ahora, en la Sala Villaurrutia, el Chéjov). Enrique Singer hace rato que portentoso proyecto del director dirige —y dirige muy bien (¿se escénico Enrique Singer con La mujer justa, de Sándor Márai, en acuerdan de Feliz nuevo siglo, Dr. Freud, de Sabina Berman?)—. iluminación de Víctor Zapatero Ojalá pudiera entregarse de (¡Bravo!). cuerpo completo a la dirección Las miradas arden en la luz. y darnos más montajes como Los ojos se clavan en los ojos de Los baños, de Paul Walker, o los espectadores. Los rostros Réquiem, de Hanok Lévine. Y son nosotros. Caras donde no desde luego, como La mujer hay curiosidad sino hartazgo. justa, que nadie debe dejar de La sonrisa aparece como ironía ver. Yo, hasta la voy a repetir. L disfrazada de inteligencia. juanamoza@gmail.com

E

La obra escrita y dirigida por Daniele Finzi Pasca se presenta de jueves a domingo en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris

Olvidemos la ley de gravedad La veritá mezcla el lenguaje del clown y el virtuosismo acrobático, encadenando acciones de un añejo sabor circense TEATRO Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com

D

aniele Finzi Pasca escribe y dirige un espectáculo en el que tienen lugar el vuelo, el sueño, la danza, la música, el canto y la acrobacia, todo vistosamente articulado con vestuario, iluminación y multimedia, asido a una partícula de realidad por la que se escurre, matizada de humor ligero, una gota de melancolía. Los actores de su compañía, cuyo nombre integra sus dos apellidos, ostentan un dominio corporal, rítmico, musical y vocal excepcionales del que hacen gala con gran naturalidad, ya sea que se encuentren a nivel de piso, sobre una tabla roja, pendientes de dos largas correas, adheridos a un inmenso tubo, sobre estructuras metálicas que recuerdan la cadena de DNA, encima de un piano, en muletas, o dentro de una esfera constituida por tres arcos dobles que gira con acróbatas en movimiento del interior al exterior y viceversa. Finzi, quien ha presentado diversos montajes en México desde la década de 1980, cuando le bastaba un reducido escenario para estremecer al espectador, ha expandido su reino onírico al grado de haber diseñado y dirigido espectáculos como los de la clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín en 2006 y los de Sochi en 2013. La veritá es un montaje que hace un recorrido por diversas situaciones en lenguaje de clown, que paralelamente esboza la historia de una fundación que subastará el telón diseñado por Salvador Dalí para el estreno del ballet Tristán e Isolda en 1944, en Nueva York, anécdota que mezcla realidad y ficción y parte de la propuesta real de un coleccionista europeo, poseedor de esta obra, que planteó a Finzi utilizar el lienzo en alguno de sus espectáculos. Así es como la desasosegante imagen de los dos torsos asidos a la tierra, custodiados por una fina sombra entre cielo y desierto con cipreses, muletas y carreta en su entorno, e imposibilitados para acercarse, sube y baja cada vez que una actriz y un actor con traje a rayas salen a anunciar la venta y comentan que el dinero recaudado se donará a una asociación para actores decrépitos.

Fuera de las intervenciones mencionadas, las escenas de acróbatas y bailarines ataviados con trajes de mujer y de hombre, independientemente de su sexo, como aquellos que usan tutú rojo, traje de can–cán, pantalón corto y tocado de plumas blancas o sombrero de Napoleón plateado, surgen como si fueran parte de un efecto dominó. Cabezas de rinoceronte, de toro con carretilla, corchos, aros, pelotas, diábolos plásticos, dientes de león a escala mayor, varas y catalejos, son algunos de los objetos que cruzan el escenario, rebotan, llueven y son utilizados en la creación de escenas fantásticas. Un títere femenino de tamaño natural, manipulado por tres actores vestidos de negro que la oscuridad engulle, comparte una escena de amor fracturado con un contorsionista. La posibilidad de desarticular su cuerpo los une pero hay algo que los separa. Trece actores comprueban que casi toda acrobacia es posible, desde la creación plástica con el cuerpo prácticamente suspendido, hasta patinar en círculo mientras una chica gira del cuello del hombre, sujeta de su cabello recogido en cola de caballo. El vestuario es ligero, con brillos, holanes o lisos y con humor en los tocados, en los colores brillantes que contrastan con los blancos, los beiges, los trajes masculinos con chaleco, las faldas de las chicas y los chicos, los trajes de can–cán, los bikinis que recuerdan la década de 1960. El ámbito sonoro fluye incesante, a veces mediante las nítidas voces femeninas, las notas del acordeón, del piano, de las copas de cristal, el violín, el clarinete o la pista que reproduce diversas y reconocidas obras e intensas percusiones que acompañan proyecciones y diseños de iluminación atmosférica como fondo para esculturas coreográficas. La veritá es un espectáculo con humor chiquito en el que predomina el virtuosismo acrobático arropado por una gran parafernalia escénica. Resulta asombroso presenciar la capacidad física del ser humano, la compleja sutileza de la fuerza. Brillantez que arrebata aplausos, pero esta vez no llega a conmover. L

ESPECIAL

Juan Carlos Colombo y Marina de Tavira


12 b sábado 9 de mayo de 2015

MILENIO

varia MARINA ABRAMOVIC

ESPECIAL

Desnudo en esqueleto

Paz: homenaje y petrificación

Marina Abramovic: ¿por qué bajo la lluvia?

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

R

icardo Cayuela, director de Publicaciones en Conaculta y ex editor de Letras Libres, aceptó que el gobierno y los paceanos están arruinando a Octavio Paz. Estas declaraciones las hizo Cayuela a Yanet Aguilar Sosa de El Universal el 27 y 28 de abril. Según Cayuela, los homenajes del 2014 y 2015 convirtieron a Paz en un “monolito horripilante”. Dijo que se dejó llevar por la “inercia” y “al final del año del Centenario me miro en el espejo y no me reconozco”. Cayuela no se refirió a un evento aislado sino a toda la serie de homenajes desde Ciudad de México hasta Madrid. “Ninguno había leído a Paz… simplemente eran campanadas del poder puestas en un engranaje que ya no se detenía”, dijo refiriéndose al foro de Buenos Aires. Pero al día siguiente de esas declaraciones, Cayuela otra vez no quiso reconocerse en el espejo y buscó desdecirse. Ahora decía: “fue un evento muy exitoso… Esa sería mi postura razonada y sensata y lo que realmente creo”. Obviamente, Cayuela en la primera entrevista habló confesándose y en la segunda quiso borrarlo debido a la gravedad de verlo publicado. Lo dicho por Cayuela no es desconocido. Ya lo habíamos dicho otros: Paz ya fue oficializado de un modo que él mismo (voluntariamente oficial) juzgaría contraproducente. La admisión de Cayuela, como funcionario paceano, confirma lo que también ya hemos dicho: el grupo paceano está en grave crisis de credibilidad, incluso ante sí mismo.

¿Qué será del pacentrismo en el siglo XXI? 1. La creciente oficialización de Paz generó una última generación (nacidos entre los sesenta y los setenta) que para insertarse en la República de las Letras debían ser (oportunistas) paceanos. Y apenas murió Paz, declinó su aura y Letras Libres se volvió cada vez más laxa, se fueron desmarcando para no hundirse con el barco. Algunos regresarán al pacentrismo cuando haya cheque o spotlight. Pero hasta ahí. 2. Los últimos paceanos morirán con Letras Libres. El grupo que trabajó con él será la última línea de defensa paceana. Su propio prestigio depende de mantener a Paz en un altar institucional o, al menos, en un pedestal biográfico. Ese grupo no tiene escapatoria: si lo siguen idolatrando, lo oficializarán aún más; y si revisan su valoración, facilitarán el desplome. 3. La obra de Paz retendrá su función de referencia cultural nacional. Pero tanto en Sudamérica, México y Estados Unidos, Paz terminará identificado como la Poética Perfecta del PRI. 4. Al ser ya su oficialización irreversible, la obra de Paz en el siglo XXI ha dejado de ser atractiva para más de un tipo de lector. Los más reactivos la desecharán sin haberla siquiera leído; y los más críticos no la tendrán como referencia central. Paz se quedará para lectores mediocres. Sin crítica genuina, se fosilizará. En el siglo XX, Paz fue un cacique intelectual petrificante; en el XXI, un escritor petrificado por el espejo de su propia dictablanda. L

Magali Tercero @magalitercero

¿

Por qué esperar bajo la lluvia bonaerense, más de tres horas, a Marina Abramovic, la gran rockstar del performance del siglo XXI? ¿Solo para formar parte de una acción multitudinaria? ¿Solo para conocer su famoso Método Abramovic impartido en Nueva York y ahora en Buenos Aires? A Lorena, una rubia de unos treinta, le atrajo “esta instancia de que el artista esté frente al espectador y de que el espectador sea partícipe”. Así que ahí estamos todos bajo la lluvia, frente al Centro Cultural de Experimentación de la Universidad Nacional de San Martín, aguantando el frío porque el otoño entró este 29 de abril con todo rigor. MARINA SUBACUÁTICA Algunos vienen porque aquí está “Marina subacuática”; otros para vivir una experiencia inédita. Jennifer, estudiante de cine, quiere “saber cómo maneja la artista los espacios”. Ensor, estudiante de comunicación, cree que “plantea la línea muy fina entre observador y observado”. Marina Abramovic impone mucho respeto y en performance es la mejor, piensan muchos aquí. Cuando uno ingresa a este workshop o taller gratuito, de solo dos días, ve una gran coreografía como de ciencia ficción. En el galerón de 800 metros cuadrados se mueven con estudiada lentitud los 300 participantes que caben en ese momento y 48 “facilitadores” o guías, entrenados por Abramovic (al final del día sumarán casi 2 mil 500 participantes entre el 28 y el 29). Nos piden guardar celulares, ipads y bolsas en lockers, ir al baño pues el que sale no regresa, colocarnos unos audífonos que nos sumergen en el silencio —aquí nadie puede hablar— y hacer los seis ejercicios diseñados por la artista: una visita a la tarima donde todos cerraremos los ojos; una caminata en cámara lenta; mirar los cartones en colores primarios; sentarnos en el suelo; recostarnos en los catres con mantas de fieltro y separar y contar semillas de arroz y lentejas. Hay 48 montículos de semillas sobre dos mesas largas para el mismo número de personas. Es difícil no observar a los demás. Es difícil sustraerse a la acción propuesta. Uno mira por encima de las cabezas y se topa con hermosos dibujos realizados por los participantes: torres, flores gigantes, mandalas en blanco y marrón. Se ven un poco new age.

LADY GAGA Y MARINA Lady Gaga ya adoptó como gurú a Marina Abramovic. ¿Esto es una mala señal? La artista quiere ayudar a los demás a conocerse. También ha pedido al director Lars von Trier que la invite a trabajar porque toca los límites del cuerpo y de la mente. ¿Oportunismo? Me interesa mucho la obra de Marina Abramovic, pero esto suscita dudas. Lo de Nueva York tampoco me atrajo. Pero unos minutos de inmovilidad en la tarima me hicieron sentir muy alegre. Quise bailar como derviche pero no había espacio. Me fui, también, a la esquina donde estaban los 40 catres de guerra (¿homenaje a Joseph Beuys?). Allí apareció de nuevo mi yo irónico. “Qué reverenda mamada”, me dije. Pero reingresé sin problema a este espacio de sumisión creativa, por llamarlo así, y decidí tenderme sobre un catre. A mi lado, unos estiraban los miembros debajo del fieltro; otros se acurrucaban en posición fetal. Un catre quedó libre y una facilitadora me condujo con suavidad, me tapó y cruzó mis brazos arriba del pecho. Así arropada me invadió el sueño. Bostecé, me estiré, me oxigené. Todo ello oculta bajo la manta de fieltro. Luego me incorporé repentinamente: “esto es como estar muerta. Mejor me levanto. Queda muy poco tiempo para hacer cosas”. Muy cerca de mí aparecieron dos ojos saltones: era un muchachito asomado sobre mi catre. Con su cabeza rapada y sus enormes auriculares se veía casi ridículo. ¿Formaba parte del show? De pronto vi a la mismísima Abramovic junto a mi catre. Como si pisara huevos, toda de negro con su larga trenza a la espalda, se aproximó al usurpador de “mi” catre y lo cobijó. Un guardia de seguridad les sonreía. Como la artista me ignoraba, pobre ego mío, me fui a separar semillas. Hice con ellas algunas flores blancas con pistilos marrón. Lo disfruté y no me di cuenta del paso del tiempo. A la salida vi un letrero: todos los participantes aceptábamos el uso de nuestra imagen. Por lo menos había cinco camarógrafos en la estancia, y otros más en el segundo piso. Me sentí mal otra vez. ¿Cuántos miles costará la pieza? ¿Quién la irá a comprar? Lo más importante, de cualquier modo, fue: ¿por qué pensé en la muerte y en hacer cosas? No he dejado de pensar en ello desde la semana pasada. L


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