Laberinto No.622 (16/05/15)

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Laberinto

David Toscana Lector arqueólogo página 2 J.J. Junieles Poesía página 3 Agustín Jiménez Sobre Álvaro Cunqueiro página 4 Avelina Lésper Seguro para oportunistas página 12

N.o 622

sábado 16 de mayo de 2015

Cómo mira Daniel Sada

Adriana Jiménez García página 5 ESPECIAL

Los años del exilio alemán Marco Lagunas Lorel Manzano

páginas 6 a 8

MILENIO


02 b sábado 16 de mayo de 2015

MILENIO

antesala DE CULTO

ESPECIAL

Lector arqueólogo TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

S

i se le preguntara a los arqueólogos cuál es la más importante pieza aún por descubrir, dos respuestas tendrían mayoría: el arca del pacto, con sus tablas de la ley debidamente escritas por el dedo de Dios; y el más antiguo de los manuscritos evangélicos, que tal vez sería el original de ese texto hipotético que se conoce como Q. En la búsqueda de estas dos joyas del pasado, habría un par de curiosidades. La primera es que si se hallara el arca de la alianza, habría mucha gente contenta; en especial los judíos ortodoxos; en cambio, si se hallara el tal evangelio primigenio habría mucha gente nerviosa, en especial las autoridades eclesiásticas. La segunda curiosidad es que la búsqueda del arca está destinada al fracaso, pues ningún dios ha escrito tablas con sus dedos; en cambio, sí hay certeza de que existieron manuscritos más antiguos que los que forman el canon bíblico, de modo que los arqueólogos no se enfrentan a una imposibilidad sino a la improbabilidad de que los textos se hayan conservado. Sea como sea, ambos son ejemplos de escritura. Textos serían los principales hallazgos y textos son las más sentidas pérdidas. Solo los analfabetas prefieren un santo grial a una de las obras perdidas de Sófocles, Esquilo, Aristófanes o Eurípides. Qué maravilla sería encontrar una cueva como la de Nag Hammadi con textos de Aristóteles, Cicerón, Heráclito, Pitágoras y tantos otros. Fernando Báez escribió un libro tristemente inquietante: Historia universal de la destrucción de los libros. En él nos damos cuenta de lo

mucho que hemos perdido por efecto de los accidentes, la naturaleza, la mala voluntad y la estupidez. Entre las estupideces se pueden apuntar religiosos que quemaron manuscritos únicos para poder calentarse las manitas o alguna mujer que carbonizó un antiquísimo evangelio para cocinar un potaje. Al mismo tiempo el libro de Báez es un homenaje al libro, pues si tantos poderes se han empeñado en destruir ciertos títulos, algo muy liberador debe estar contenido en ellos. En el siglo XIX, William Blades publicó un volumen titulado Los enemigos de los libros y detalla muchos de ellos: fuego, humedad, gusanos, polvo, ratas, entre otros. Ahora diré lo obvio: el peor enemigo de un libro es ignorarlo, no leerlo. Qué alegría subjetiva para el mundo hallar una obra perdida de Sófocles; pero al que no ha leído ni una de sus siete tragedias supervivientes, ¿por qué habría de emocionarle que le sumaran una a su ignorancia? Hay que aceptar que muchos tesoros literarios se perdieron para siempre. Sin embargo corre el rumor de que incontables otros están por ahí, en el estante de una librería o en el pasillo de una biblioteca. Podemos ir a una de ellas y, con la paciencia de un arqueólogo, escarbar entre montañas de escombro bestsellero. Seguramente hallaremos un Kafka, un Rulfo, un García Márquez, un Tolstói, un Dostoievski, un Flaubert, un Onetti, un Chéjov, un Stendhal, un Andreiev, un Cervantes, un Lope, un Dumas, un Balzac o un Melville que creíamos perdido para siempre, pero que resultó mejor hallazgo que diez mandamientos con caligrafía divina o que un papiro con las andanzas de un buen galileo que creyó que el día del juicio estaba a la vuelta de la esquina. L

Julieta Gamboa b jugasu@gmail.com

Unica Zürn

La predicción de la muerte

E

n el otoño de 1970, Unica Zürn saltó por la ventana del departamento que compartía con Hans Bellmer en París. Apenas un año antes, había sido publicada en Alemania Primavera sombría, novela que reconstruye sus experiencias infantiles en torno al deseo y que es, simultáneamente, una profecía de su muerte. Relacionada con el grupo surrealista parisino, por el que se acerca a la poesía anagramática, Zürn construye una propuesta narrativa que tiene como centro la reiteración anafórica de un yo desgarrado. En Primavera sombría la imposibilidad de satisfacer el deseo se refuerza en la vida cotidiana, que transcurre en un entorno doméstico hostil. La imagen de una familia con lazos afectivos débiles, marcada por el contexto de la guerra, lleva a la niña protagonista a asumir un espacio de alienación frente a los adultos. Zürn se desmarca del espacio idílico. La infancia no es el territorio apacible que impone el lugar común; en ella se accede al caos de un deseo sexual vedado, no entendido ni satisfecho. El cuerpo infantil expone las marcas que va dejando el exterior, el roce con los otros. La protagonista desarrolla una conciencia exacerbada de su dimensión física y, al mismo tiempo, una relación subversiva con su cuerpo. La sucesión narrativa, sin cambios capitulares, hace del tiempo un flujo sin pausas, como ocurre en la mente infantil que pasa obsesivamente de un pensamiento a otro. La puerta a la sexualidad se abre a partir de la idealización de la figura de un padre ausente y de experiencias reales de violencia; simultáneamente, como un contrapeso ineludible, la mente infantil visita historias de príncipes de Oriente, en quienes ensaya un deseo insatisfecho. Después, ante un hombre real, fuera de las historias de aventuras, la idea de un amor en los límites del absoluto no

cambia, sino que hace más fuerte la visión del príncipe del relato infantil. Los movimientos del personaje van de la rebeldía ante la beligerancia del exterior, en una búsqueda por abrir su deseo, a asumir que es inútil habitar el mundo e imposible decidir el camino del propio cuerpo. El impulso por construir una historia en el espacio adulto tensa lo no consumado y el suicidio es la consecuencia final del rechazo a asumir la pasividad de la víctima. En Primavera sombría la reflexión es medular y el reflejo autobiográfico va más allá del trazo de puentes con la historia personal. El suicidio de Zürn es idéntico al de su protagonista. El acto de saltar al vacío ante los ojos de Bellmer concentra en sí mismo la radicalidad de la visión del cuerpo y del deseo. En la inmolación las fantasías de la niña suicida traslucidas en la novela (“En el cementerio reinará un silencio de muerte ante mi cuerpo”) se materializan en un acto real, previamente concebido desde una postura estética. Los otros verán el cuerpo en su dimensión de objeto, ante el peso de la última decisión que pesa sobre él, fetichizado. En el salto al vacío se hará visible el cuerpo ante los otros; dejará de ser personal y anónimo para quedar expuesto y extraer de la intimidad la experiencia última.L

EX LIBRIS

ALFILERES

Madame Recamier bEKO

Armando Alanís balaniscanales@gmail.com

Era un vampiro nostálgico: añoraba la sangre que ya se había bebido.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


sábado 16 de mayo de 2015 b 03

LABERINTO

antesala

En el jardín de los mártires olvidados

Ecos del combate

Un reclamo tiñe estos versos destinados a un enemigo invisible al que se deben todas las ausencias y males POESÍA

ESCOLIOS Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

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J. J. Junieles

A

lguien me debe una patria. Aquí las camisas de domingo también sirven de mortaja, no alcanzan las paredes para colgar los santos que nuestro miedo demanda. Aquí, en el jardín de los mártires olvidados, los perros muerden primero y luego ladran y si alguien te pide un beso es para morder tus labios. Alguien me debe una patria. Me robaron la risa innumerable, el fútbol bajo la lluvia, las calles donde bailaba, los besos profundos en la azotea a donde llegaban las balas perdidas. Alguien me debe una patria, maldita sea, y no es mi madre.

ESPECIAL

J

. J. Junieles nació en Sincé, Colombia, el 26 de noviembre de 1970. Abogado de profesión por la Universidad de Cartagena, cursa el doctorado en Literatura Hispanoamericana en Houston University. Miembro fundador de la revista Noventaynueve, es autor, entre otros poemarios, de Papeles para iniciar el fuego (1993), Canciones de un barrio en la frontera (2002) y Metafísica de los patios (2008). Este poema pertenece a Espejo de doble filo. Antología binacional de poesía sobre la violencia. México-Colombia (selección y prólogo de Iván Trejo, Atrasalante/ Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2014) y apareció originalmente en Barrio Blues (2012).

ctavio Paz. Semblanzas, territorios y dominios (FIAC, México, 2015) es un esfuerzo colectivo (encabezado, entre otros, por Braulio Peralta y Arturo Saucedo) que se presenta como el catálogo de una exposición sobre el poeta realizada el año pasado en Guadalajara; sin embargo, constituye uno de los mosaicos críticos más ricos y plurales que han aparecido en los años recientes sobre el escritor. El libro está formado con materiales heterogéneos, como homenajes poéticos, extractos de libros sobre Paz, retazos de polémicas, magníficas entrevistas realizadas especialmente para el catálogo y una abundante iconografía. La novedad y el valor del libro radican en la variedad de voces y la voluntad de equilibrio, pues si algo se pudo constatar en las celebraciones del centenario del poeta fue la enorme controversia que Paz sigue provocando y las dificultades para abordar con mayor ecuanimidad a una figura que, al mismo tiempo, encabeza y polariza la cultura del siglo XX hispanoamericano. Con una recopilación de materiales (de Braulio Peralta) hecha con olfato periodístico, apertura intelectual y buen gusto, este libro ofrece una sana diversidad y muestra enfoques tan críticos como admirativos. El catálogo reúne una veintena de colaboraciones, que abarcan distintas etapas y facetas de la vida y la obra de Octavio Paz, desde las evocaciones del joven lector de Antonio Saborit hasta las estampas del trato personal que brinda Elena Poniatowska; desde los análisis de la poética que hace Víctor Manuel Mendiola hasta la rememoración del traductor de Pura López Colomé o el breve retrato de su legado que ofrece Tedi López Mills; desde el revelador ensayo

de Ivonne Grenier sobre la compleja armonización entre el romántico y el liberal hasta las críticas de su concepción de la historia que hacen Héctor Aguilar Camín y Jorge Aguilar Mora; desde la remembranza de Teresa del Conde donde esboza al Paz crítico de arte y mandarín de su tiempo hasta ese retrato indirecto, delicioso y pintoresco, que es una antigua entrevista de Ana Cecilia Terrazas a la esposa de Paz. En especial las entrevistas a figuras como Aguilar Camín, Aguilar Mora y Bartra dan vivacidad y vigencia al libro e iluminan una de las facetas de Paz más lastradas por la mitología, que es la de polemista. Estas entrevistas, ya un tanto lejanas de las circunstancias y pasiones que suscitaron las reyertas, permiten precisar y actualizar argumentos, disipar leyendas y demostrar que, pese a su frecuente visceralidad, la liza intelectual que generó Paz, y que estos autores secundaron con agudeza, fue fecunda y permitió establecer agendas y discernir valores fundamentales de la modernidad hispanoamericana. Vale la pena acercarse a este libro, bello como objeto, con un elenco variado de colaboradores, con un abanico amplio de vetas temáticas y con un loable llamado al aplomo y la ponderación al juzgar la herencia más viva, e inflamable, de nuestra tradición intelectual. L

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MILENIO

literatura FAMILIA CUNQUEIRO

El espíritu de un gran fabulador En la obra polivalente del escritor gallego Álvaro Cunqueiro conviven los más extraños saberes con un don para contar historias ENSAYO Agustín Jiménez

E

ra Cunqueiro un gran fabulador que soñó todas las cosas invisibles. Ciudades asolagadas, trasgos, endriagos y mouros; doñas de cuerpos delgados son habituales en sus obras. Poeta, escritor, periodista, novelista, traductor y bon vivant, Cunqueiro fue ante todo un gran soñador que escribió libros fabulosos, papeles que fueron vidas o flores del año mil y pico de ave; textos que juzgan a las sirenas que, indiferentes y perezosas, no pierden a los hombres o a los dioses con sus placeres carnales; libros que no solamente son novelas, sino la reunión de asombros y ensueños de un largo aprendizaje, de ese largo peregrinaje que es el oficio del hombre. Leer a Álvaro Cunqueiro es entrar a un territorio fabuloso donde las sirenas o las leyendas del preste Juan o de san Bredan se dan la mano para crear una obra única en nuestro tiempo y en nuestra lengua literaria. Las hadas le daban los buenos días a Álvaro Cunqueiro en el Camino de Santiago de Compostela o en la selva de Esmelle donde vivió Merlín. Buenas noches, decíanle los fantasmas que despiertan cuando canta la lechuza. Y en Vigo, junto al faro, lo saludaban los peregrinos que iban curiosos a iniciar el camino de la Costa de la Muerte o que, atolondrados de tanto caminar, iban a visitar a sus amigas de regreso de la tumba del señor Santiago. Experto en todo lo que toca al hombre y sus misterios, vio, indiferente, pasar a quienes no se le asemejaban. Y cuando le llegó la hora, estaba jugando dominó y tomando vino gallego y soñando un país donde llovían mariposas azules para despertar al alba en una mañanita de san Juan. Maestro en las artes soasorias, Álvaro Cunqueiro nació el 22 de enero de 1911, en Mondoñedo, hizo el bachillerato en Lugo y después siguió sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago de Compostela, que nunca llegó a terminar. Ejerció el periodismo en varios diarios de Galicia y, más tarde, formó parte de la redacción de conocidos diarios y revistas de Madrid. De regreso a Galicia, fue director del periódico Faro de Vigo y se dedicó fundamentalmente a la literatura. Los últimos años de su vida transcurrieron en Vigo, donde murió el 27 de febrero de 1981. La obra en gallego de Cunqueiro está reunida en cuatro volúmenes publicados por la editorial Galaxia. Algunos libros de su obra en castellano, o traducida al castellano, por él mismo o por otros autores, pueden conseguirse en la editorial Tusquets. Desafortunadamente, como tantos otros grandes escritores, Álvaro Cunqueiro no tuvo la audiencia ni la popularidad que se merecía no solo en México, sino también en España; fue, y es, casi un desconocido. Curioso de todos los saberes enciclopédicos o gastronómicos o de fornicios, su obra es una gran summa donde lo mismo aprendemos sobre cuál es el canto de las hadas, que Cunqueiro aprendió leyendo a Shakespeare, o nos enteramos de los apócrifos que fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, escribió en sus Epístolas familiares; o cuál es el arte de los venenos que los Capuletos empleaban con mayor dulzura y eficacia o cómo Ulises pasó de sus mocedades soñando el secreto profundo del nobilísimo ocio por caminos marinos poco transitados. Pero leer a Cunqueiro no solo es penetrar en un territorio extravagante donde el milagro existe; no, su obra es una muestra de generosidad en la que podemos aprender el difícil arte de la escritura. Viajero irredento como Ulises o Marco Polo, o como Laurence Sterne o Joseph de Maistre; diletante del arte coquinario, sus crónicas de la cocina cristiana de Occidente son una mirada rica e inteligente que nos trae de sus sueños de antaño: recetas olvidadas para enamorar a las damas que Pero Meogo cantó o hechizó indiscretamente para encontrar siempre la flor abierta que uno amó y deseó. Para Cunqueiro, ver Galicia o ver el mundo era un ejercicio natural: la erudición y la imaginación y la leyenda y los aparentes conocimientos inútiles eran lo único que verdaderamente contaba. Toda su obra está creada para gozar cada una de las páginas, para enamorar a una muchacha en la ventana, para asombrar al erudito lector de antigüedades que siempre aprende un nuevo dato o descubre el lado

Leer libros de Cunqueiro es confirmar que la fantasía y la imaginación pueden ir de la mano con la erudición

inédito de una leyenda demasiado conocida o el lado espiritual que nos abre las puertas al paraíso de las damas de antaño, de ésas que cantó Villon o de ésas que aparecen al alba en las crónicas de Harold Godwinson. Buscando un poco entre los estantes de las librerías es posible encontrar Fábulas y leyendas de la mar, Tesoros y otras magias, Viajes reales e imaginarios, Los otros caminos, El pasajero en Galicia y La bella del dragón; o las novelas Las mocedades de Ulises, Las vidas y fugas de Fanto Fantini, Merlín y familia; o ese bello libro de caza y cocina gallega: Viaje por los montes y chimeneas de Galicia, escrito al alimón con otro gran escritor gallego, José María de Castroviejo, donde la erudición se da la mano con la más impresionante fantasía para contarnos historias del arte culinario; o también ese impresionante libro de arte gastronómico intitulado La cocina cristiana de Occidente o sus bellísimas Flores del año mil y pico de ave, cuyo título es un hermoso retrato de lo que nos ofrece, y uno de los más hermosos que libro alguno de nuestros contemporáneos tenga. ¿Cuál es el material narrativo que Cunqueiro utiliza en sus libros? ¿Cuáles son sus fabulaciones y de dónde vienen sus datos eruditos para integrarlos a sus libros? ¿Cuáles son, en síntesis, los libros que Cunqueiro utiliza para crear un maravilloso universo narrativo? Las preguntas son de fácil respuesta. En cada uno de sus artículos o de sus novelas, Cunqueiro declara la fuente literaria o histórica de donde parte su relato o fabulación para crear así una mayor unidad y complicidad entre el lector, el autor citado y el propio Cunqueiro, que, dándonos sus claves, invita a realizar una lectura múltiple por el ancho mundo de las literaturas y de la imaginación adonde su curiosidad lo ha llevado. Y así, en breves páginas, circulan los nombres de fray Antonio de Guevara o de Snorri Sturluson —uno de los más grandes escritores que haya habido nunca— o los nombres de Bechtel y Carriré, célebres autores del Diccionario de la estupidez humana o los libros de Álvaro Cunqueiro, en donde autores más cercanos, como José Moreno Villa, exiliado español que murió

en México, excelente poeta y autor de un sainete titulado Paco o Patricio El seguro, nos cuenta la historia de un garañón infalible, o los sonetos de Rafael Alberti, donde podemos leer este preciso endecasílabo: “¡Oh, piernas como dos celestes ríos!” En las lecturas de Cunqueiro se dan la mano los autores contemporáneos con las lecturas más raras o extravagantes, como los manuales de Literatura y gastronomía yiddish, Las historias de la cocina afrodisiaca de Saladino, la Demonomagia de Horst, los Lapidarios de preste Juan o el libro de Aly Abn Ragel: Libro conplido en los iv dizios de las estrellas. También están presentes los del gran poeta irlandés Páidrac Colum, el Libro de Berial de Jacobus de Reramo, la poesía de John Donne, Dean de san Pablo, La canción satánica de Cobbell, o el siempre hermoso Amadís de Gaula y las riquísimas lecturas de san Basilio, de fray Luis de León, de san Isidoro de Sevilla o de todos esos autores primitivos cristianos incluidos en la Biblioteca de Autores Cristianos y, a su vez, las Vidas por oficio de Caro Baroja, las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, el Paraíso perdido de Milton, el libro secreto de John Webster, The White Devil, la Diosa blanca de Robert Graves, La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, los Mitos hebreos de Robert Graves y Raphael Patai y así, casi hasta el infinito. Leer libros de Cunqueiro es entrar en el espacio de la literatura: los Cancioneros del Vaticano, los Himnos del breviario romano, las historias de Abelardo y Eloísa, de Dante y Beatriz, de Laura y Petrarca, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, Tristán e Isolda o de don Quijote y Dulcinea, donde los textos son citados por el placer de compartir una historia amada desde siempre y no por la pedantería del nuevo culto light. Leer libros de Cunqueiro es confirmar que la fantasía y la imaginación pueden ir de la mano con la erudición y la sabiduría sin menoscabo de la inteligencia y, por supuesto, de una prosa rica, sugerente y de amplios matices. Cunqueiro los utiliza humildemente para contarnos consejos para silbar bien en exorcismos por fornicación o la Historia de san Jorge y los Concursos de belleza, los objetos mágicos y secretos de Virgilio, los tatuajes eróticos en el vientre en el siglo XII, los invencibles paisajes de Tintoretto o, ya en plena festividad, delirio y brutal erudición, la descripción de los nombres de las sesenta hadas de la Isla de San Patricio, o de cuáles son las canciones que las hadas cantaban cuando salían de paseo por la dulce y brumosa Bretaña, que Cunqueiro aprendió leyendo a Shakespeare. Saludo y agradezco las lecturas de Cunqueiro y, sobre todo, su generosidad para compartirlas con nosotros en sus páginas. En cada uno de sus relatos cabe una bota de vino, jugando al dominó, que practicaba todas las tardes allá, en su natal Galicia, donde sus textos, como diría Seamus Heaney, se erigen como la voz del espíritu de su región. L


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LABERINTO

literatura

Cómo mira un artista El temple deslumbrante (Posdata, 2014), que compilaron Adriana Jiménez García y Héctor Iván González, recupera algunos de los textos no–narrativos que Daniel Sada publicó sobre todo en medios periodísticos. Ofrecemos la introducción y un material inédito, el prólogo a El Llano en llamas que lanzará la UNAM

PRESERVAR LOS ENIGMAS*

PERFIL

Daniel Sada

ESPECIAL

Adriana Jiménez García

L

Q

uizá entienda en la otra vida; en ésta solo imagino”. Tal es el texto completo del cuento más breve de todos los que escribió Daniel Sada. En contraposición, su obra maestra más citada, la ya canónica novela Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, consta de más de 600 páginas: 602, para ser exactos. Dos hexadecasílabos o cuatro octosílabos resumen, tal vez, el carácter paradójico y festivo a la vez de quien es hoy, a poco más de dos años de su muerte, un clásico contemporáneo, un autor de culto, el más depurado de los formalistas del siglo XX mexicano: un escritor inmortal, por más que su profunda inteligencia y su aversión a las fórmulas solemnes lo hubieran hecho sonreír, de haber podido escuchar tantos laudos como se han venido emitiendo sobre su jugosa escritura desde que emprendió su viaje mayor. Entiendo que ese escepticismo que permean tanto el título de su obra maestra como el texto que constituye su cuento más breve pudieran, tal vez, explicar tanto su espléndida exuberancia como su humor: sardónico a veces, a veces colmado de ternura por sus excéntricos personajes. En esa mirada descreída y en esa devoción por el misterio que reside en lo que llamamos “realidad” —palabra que no era su preferida, por cierto— reside, así lo entiendo, la poderosa textura de sus tramas desaforadas, tan gozosas como trágicas, tan burlonas como elocuentes, tan sabias y profundas como lúdicas e inocentes. Para construir una obra de esa magnitud, Daniel Sada se entregó de lleno y con plena conciencia a su pasión por la escritura, sin concesiones ni componendas. No hay que mirar tanto a los lados: esto solía repetir a quienes asistían a sus talleres de narrativa. Desaconsejaba el ejercicio del periodismo y descreía de la escritura por la escritura misma. Consolidar una obra: esa y no otra obligación tenía quien quisiera ser escritor. Escribir bien y cada vez mejor; tal era su divisa. A lo largo de los dieciséis años que vivimos juntos, de 1996 a 2011, el año de su muerte, tuvimos ocasión de hablar mucho sobre este asunto. La literatura era su trabajo, su obsesión, su recreo y su alegría. Mientras estaba en lo suyo, sus ojos revelaban que se había ido —como tanto le gustaba recomendar— a vivir a la novela, o al cuento si era el caso. Cuando escribía poesía no era distinto. Con frecuencia lo escuchábamos reír, regocijado, o mascullar alguna que otra invectiva al tiempo que sus largos y elegantes dedos de pianista tecleaban con gozosa furia: en esos universos paralelos ocurrían cosas interesantísimas, fascinantes rarezas, como sus lectores luego comprobaríamos. No fueron pocas las veces en que le pidieron escribir textos de ocasión: comentarios a acontecimientos literarios o no; reseñas, críticas, artículos de fondo. Siempre prefería trabajar sus propias imaginerías, y no porque quisiera evadirse del mundo real, como irónicamente le gustaba repetir —estaba muy consciente de que el periodismo y sus adláteres son otros tantos géneros de ficción—, sino porque le bullían las historias con tal abundancia que le faltaban manos y tiempo para trasladarlas al papel. Consideraba casi todo lo demás poco menos que una pérdida de tiempo.

Por eso es que solo de vez en cuando escribía textos de no ficción, y nada más una vez condescendió a escribir una columna, “El buscavidas”, en el periódico Reforma. Dudó mucho en emprender ese camino tan socorrido entre sus pares, pero me consta que disfrutó de la escritura de esos textos tanto como de la construcción de sus historias desopilantes, suculentas, con ese fraseo prodigioso que sigue y seguirá sorprendiendo a los enemigos del facilismo. No quería prodigarse en ejercicios más ensayísticos que ficcionales; sentía que todas sus energías debían estar puestas en dejar que los numerosos personajes que habitaban su exuberante paisaje interior penetraran en el mundo. Parte de esos ejercicios no estrictamente literarios está aquí. No todos, porque él nunca quiso ser recordado sino como narrador y poeta, motivo por el cual prefería destruir o arrejolar —como le gustaba decir— todo material no depurado hasta el cansancio. El criterio para integrar este breve muestrario de escritos fue echar un vistazo a los asuntos que a un creador tan insólito como él más le importaban. No es que a partir de esta revisión podamos comprender los mecanismos de su prosa catedralicia, ni que sea posible capturar esencia alguna capaz de explicar su maestría. Se trata nada más que de saber, así sea en forma somera, cómo mira un artista; este artista. Atisbar por las mismas rendijas por las que Daniel Sada se asomó al mundo, con esa mirada absolutamente única, aguda, desde el asombro y la inteligencia. No lo olviden, enfatizaba: no se trata tanto del tema ni de los personajes ni de la anécdota como de la mirada. Ante todo, lo que importa es el punto de vista. Miremos con el artista, entonces, una parte de cuanto le llegó a importar de este mundo, por demás rico y extraño; se trata, como lo dijo muchas veces, no de desentrañar el misterio, sino de preservarlo desde el deseo y el asombro. L

a dimensión universal que al paso del tiempo ha conquistado la obra de Juan Rulfo evidencia que, cuando se afina de raíz el punto de vista, la estructura y el tema adquieren, por contagio, una preponderancia excepcional, más allá de los referentes geográficos y anecdóticos. Fue en la revista Pan donde el autor jalisciense dio a conocer, entre 1945 y 1946, dos cuentos: “Nos han dado la tierra” y “Macario”. Desde entonces empezó a consolidarse ese estilo singular, sin visos de retórica, nada especulativo, pero cargado de un aura de misterio, que solo puede ser discernible por el nivel de sugestión que proyecta. Por esos mismos años, en la revista América de la Ciudad de México, publica “La vida no es muy seria en sus cosas”, y más tarde “Es que somos muy pobres” (agosto, 1947), “La cuesta de las comadres” (febrero, 1948), “Talpa” (enero, 1950), “El Llano en llamas” (diciembre, 1950), y “Diles que no me maten” (junio, 1951). Tales ejecuciones intuitivas, acendradas en una honda visión, asaz específica, de la vida rural del estado de Jalisco, son claros ejemplos de lo que luego será la colección de relatos El Llano en llamas, que fue editada por el Fondo de Cultura Económica en 1953. La grandeza de Rulfo radica en su percepción. Depurar una voz mediante la limpia de fárragos —eludiendo lo accesorio para decantar lo sustantivo— hace más eficaz la penetración en las raíces de ese México profundo, impregnado de enigmas, como pueden ser la soledad, las creencias, la muerte, derivadas de una suerte de allanamiento vital, preeminentemente trágico, que rebasa los meros cuadros de costumbres y hace posible que esas historias tengan opción de ocurrir en cualquier parte del mundo. Así, Rulfo siempre nos es próximo, como les es próximo a innumerables lectores de diferentes culturas. Traducido a casi todas las lenguas de Europa, y a muchas de Asia, el enigma rulfiano sigue creciendo. Es palabra escrita en el tiempo, no supeditada ni a épocas ni modas. Para Rulfo lo importante son los personajes, mucho más que el rejuego de los sucesos. Pareciera que el entorno ha atrapado al hombre: ese ente que no vislumbra escapatorias y que mediante el apego a su circunstancia intenta resolver, así como entrever, el cauce de su destino. En este sentido pervive una convicción de invulnerabilidad. El cambio —si es que pudiera darse— es un atisbo engañoso porque no rebasa las prerrogativas reales del espíritu. Ese hombre “rural” debe aferrarse a las leyes naturales que emanan de su entorno, bajo la esperanza de que la muerte será la que disloque cualesquiera tentativas de alteración y acomodo final. Es ésta una realidad parcial sujeta a una expectativa de vida fuera de nuestros alcances. La muerte será una solución, aun cuando siga ofreciendo las mismas vicisitudes que la vida nos aporta: soledad, creencia, resignación, misterio… Esas constantes hacen que el estilo rulfiano sea cada vez más convincente. Un autor de su magnitud obliga a creerle todo. Son muchos los ángulos de lectura que un libro como El Llano en llamas nos ofrece. En principio, da la impresión de que es una voz campesina la que nos habla al oído, pero es tan supremo el artificio estético que pronto nos percatamos de que la sintonía excede ese registro, en apariencia, tan localizado. Las construcciones dramáticas jamás se repiten y hay un metalenguaje dialógico que significa mucho más de lo evidente. Los relatos de El Llano en llamas postulan un renuevo permanente. Es un libro clásico porque es inagotable: no se prevé desahucio alguno. El humor, concebido como suave ironía, es fruto acedo de ese determinismo existencial, así como la queja o los recovecos de la postración. Huelga decir que un grito, una sombra, el tepetate o el herbaje, así como las estampas de los paisajes desolados, en Rulfo adquieren características humanas y los personajes parecieran acoplarse a esos movimientos. La integración es dramática y categóricamente sorpresiva, porque también es obra de una voluntad superior que se afana, ante todo, en preservar los enigmas. Rulfo es de los autores que invita de continuo a la relectura y siempre ofrecerá atisbos novedosos. Sin duda la fascinación que despiertan estas historias seguirá fortaleciéndose a través de los años. L *Título de la Redacción.


LABERINTO

Los años del exilio alemán

A raíz del 70 aniversario de la capitulación del régimen nazi, evocamos los tiempos en que un gran número de científicos, artistas e intelectuales abandonaron Alemania con la esperanza de conjurar el horror. Dos textos dan cuenta de esa amarga experiencia. El primero traza el rumbo que siguieron escritores como Armin T. Wegner y Theodor Kramer; el segundo desanda los pasos de quienes eligieron tierras mexicanas como destino o lugar de tránsito Marco Lagunas

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Quién puede resistirse al fuego de una buena hoguera? ¿Y si es una hecha de libros? Quemar libros es una cuestión de la literatura. El tema aparece en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, en El nombre de la rosa de Umberto Eco, en Auto de fe de Elias Canetti… Va acompañado de locura, fanatismo, ansias de poder, sadismo, inmolación. En su texto “La muralla y los libros”, Jorge Luis Borges se refiere al emperador Shih Huang Ti, quien ordenó la edificación de la Muralla china, y también quemar todos los libros anteriores a él. Y el relato se pierde en las conjeturas del “acaso”: “Acaso Shih Huang Ti pensó”... “en un nuevo comienzo de la historia”. Pero la quema de libros incitada por los nazis el 10 de mayo de 1933, en la llamada “Acción contra el espíritu alemán”, no fue únicamente una cuestión literaria sino también política, pues se desarrolló como parte de las amenazas a los “elementos extraños” al nuevo orden; una forma de imponer a los ciudadanos una moral más adecuada. Sus ejecutantes fueron en especial estudiantes y profesores de la mayoría de las universidades alemanas. Basándose en “La lista negra” elaborada por los criterios de un bibliotecario nazi, sacaron de las escuelas las obras de los autores considerados “degenerados”, las amontonaron en los patios y las plazas, y las echaron después a las hogueras. Manos furiosas e indignadas arrojaron uno por uno los libros con el deseo de mantener vivo el fuego de “la nueva patria”; manos que pronto se acostumbraron a las armas y a los asesinatos. Y, a pesar de todo, no era una historia nueva. Adolf Hitler, recién elegido canciller de Alemania, ya había demostrado que tenía algo de pirómano. La noche del 27 de febrero, Berlín se había visto repentinamente iluminada por el incendio que consumía el edificio del Reichstag,

sede del parlamento alemán. Marinus van der Lubbe, un joven comunista holandés, fue capturado cerca del lugar del atentado y, por medio de la tortura, se obtuvo de él la confesión con la cual después fue condenado a muerte. Para desentrañar y castigar el “complot comunista”, Hitler consiguió que el presidente Paul von Hindenburg autorizara un decreto para abolir las libertades civiles. El decreto sirvió también para consolidar a los nazis en el poder. Se puede decir que las llamas del Reichstag abrieron la Caja de Pandora. Las llamas se volvieron un símbolo del gobierno de Hitler, que el aparato de propaganda se encargó de difundir a lo largo y ancho de Alemania. Iluminaron los rostros de los oficiales de la Gestapo al realizar los asesinatos políticos en la Noche de los Cuchillos Largos, y también el camino de los participantes en las manifestaciones y congresos de los nacionalsocialistas (sobre todo el de Núremberg en 1934), filmados por la cineasta Leni Riefenstahl para su película El triunfo de la voluntad. Miles y miles de antorchas inflamaron el espíritu patriótico de los ciudadanos que acompañaban a los orgullosos deportistas “arios” durante los Juegos Olímpicos de 1936. Otras más alumbraron las ciudades de Austria después de ser anunciada su anexión a Alemania en 1938, el año en que con total descaro los nazis comenzaron a volcar su furia racista contra los ciudadanos de origen judío y sus negocios en la Noche de los Cristales Rotos. Y el incendio se extendió por todos lados al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Las bombas cayeron sobre las ciudades invadidas por el ejército nazi. Millones de personas murieron en campos de exterminio y sus cuerpos fueron reducidos a nada en gigantescos hornos de cremación. Las cifras de muertos llenan de espanto. Alemania se había convertido en el “maestro de la muerte”, como bien lo define Paul Celan en su poema “Fuga de la muerte”.

La sociedad que había desarrollado la imprenta de tipos móviles (Gutenberg, alrededor de 1450), y así la producción en serie del libro, su difusión y desarrollo artístico, le permitía al nazismo reducir a cenizas la parte más crítica de la cultura en lengua alemana. Heinrich Heine, uno de los autores simbólicamente condenados a las llamas por su origen judío (considerado por la censura prusiana como un “antinacionalista”, “un comunista” muy peculiar a causa de sus gustos “sibaritas”), lo había afirmado más de 100 años antes en su tragedia Almansor: “Ahí donde queman libros, terminan también por quemar humanos”. Heine pasó casi la mitad de su vida en el exilio; se volvió enemigo del autoritarismo prusiano, que finalmente devoró a los


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de portada FOTOS: ESPECIAL

Los libros de cualquier especie siempre dan un buen fuego. Y de los libros de la literatura del exilio emana un fuego cálido y abrasador

pequeños principados alemanes. Heine representó la otra cara de la cultura germana en el siglo XIX, la que favorecía la discusión, la crítica, la reflexión. En su poema “En el extranjero” escribe: “Me besó en alemán,/ me habló en alemán/ (Apenas se puede creer/ lo bien que suena) decir: ‘¡Te amo!’/ Fue un sueño”. El exilio afiló su lengua, pero también su amor a la patria. Su literatura abrigaba esperanzas, daba consuelo y se permitía un humor sin miramientos. Lo que le ocurrió a Heine en el siglo XIX se replicó a gran escala en el XX. Miles de europeos de muchas nacionalidades, condiciones sociales, creencias religiosas (en particular judíos) y convicciones políticas (no solo comunistas) tuvieron que exiliarse para escapar de las llamas del nazismo. La quema de libros difundía un mensaje muy claro para los cientos de autores vivos (sobre todo alemanes) que se encontraban en la “Lista negra”: huir de inmediato o atenerse a las consecuencias. Algunos se decidieron por el exilio interior (Erich Kästner, Ricarda Huch, Hans Carossa) y sufrieron constantes interrogatorios, torturas, censura o simplemente aislamiento. La mayoría, sin embargo, abandonó su país, y no fue nada fácil hacerlo. Primero, escapar; no todos lo lograron. Luego, refugiarse y sobrevivir en las ciudades de los países vecinos: París, Bruselas, Praga, Zúrich, y conforme el nazismo ganaba terreno: Londres, Moscú, Helsinki; y fuera de Europa: Los Ángeles,

Nueva York, Ciudad de México, Buenos Aires, Santo Domingo. Hilde Domin se exilió en República Dominicana, en donde vivió hasta 1961, y del nombre de este país tomó su apellido. En este sentido, su poesía tiene algo de latinoamericano y, por lo tanto, algo de extraño para sus lectores en lengua alemana. En sus poemarios Narcisos de otoño, ¿Dónde está nuestro almendro?, Solo una rosa como apoyo, Retorno de los barcos parece decir: si en verdad fuimos expulsados del paraíso, no debemos olvidar nuestra condición de exiliados y extranjeros. En las novelas El volcán (1939), de Klaus Mann, y Tránsito (1944), de Anna Segehrs, se retrata muy de cerca la difícil vida de los exiliados (entre ellos los artistas), con los problemas propios de quienes se encuentran al borde de la desesperación. Algunos prefirieron el suicidio antes de caer en las manos de los nazis (Walter Benjamin); otros, ya en el exilio, se suicidaron porque el nazismo terminó por destrozarles los nervios (Ernst Toller, Stefan Zweig). También están quienes fueron asesinados en su intento de huida; y los que, increíblemente, apenas lograron evadirse cada vez que sus captores los tenían ya cercados. Sobre escritores exiliados como Thomas Mann, Heinrich Mann, Hermann Hesse, Alfred Döblin, Lion Feuchtwanger, Bertolt Brecht, Elias Canetti, Joseph Roth, Nelly Sachs se sabe bastante; pero la gran mayoría ha caído en el olvido. En su “Carta” abierta (2011) a la canciller alemana Angela Merkel, con el fin de abogar por “un Museo de los exiliados para Alemania”, la Premio Nobel de Literatura Herta Müller habló en especial de Konrad Merz, quien se escondió durante toda la guerra en el armario de unos amigos en Ámsterdam y escribió una de las mejores novela sobre este tema: Una persona expulsada de Alemania. En Los poetas incendiarios, Jürgen Serke rescata varias de estas figuras, y sus historias parecen sacadas de novelas de detectives. Nos cuenta sobre el destino de Armin T. Wegner, muy famoso entonces por sus relatos de viaje y el único escritor que en 1933 escribió una carta de protesta a Hitler por el trato que ya entonces se les daba a los judíos. A las pocas semanas de entregar la carta, fue arrestado y torturado durante meses. Cuando lo soltaron, vagó por Europa hasta que logró refugiarse en un pequeño pueblo de Italia. Como lo dieron por muerto, después de la guerra se erigió una lápida para recordarlo. Murió años después, en 1971. En la antología de poetas austriacos exiliados por causa del nazismo ¿En qué idioma sueña?, los editores y prologuistas Miguel Herz–Kestranek, Konstantin Kaiser y Daniela Strigl recogieron poemas representativos de 278 poetas exiliados, la mayoría de ellos casi desconocidos. Poemas que nacieron en celdas y campos de concentración, en los barcos durante la huida, en la soledad de los países extranjeros, o ya de nuevo en la patria, en una que se les había vuelto

algo extraña. Poemas de todo tipo: “El dolor de la despedida y la nostalgia por la patria están junto a estrofas combativas o elegías; y junto al luto por lo perdido, la conquista poética de los nuevos lugares para vivir. De las formas libres se pasa a los versos medidos, los cuales se convierten precisamente por la limitación en un refugio minúsculo para la libertad. Las novedades audaces de la forma se encuentran frente a las creaciones convencionales. Se trafica con poemas por medio de mensajes secretos desde las cárceles, son aprendidos de memoria por compañeros de prisión o publicados en revistas sobre el exilio o guardados por amigos y parientes sobrevivientes”. Para muchos exiliados las artes, en especial la literatura, la poesía, fueron un refugio invaluable. Ruth Klüger afirma al respecto en “Seguir viviendo. Una juventud” (1992): “los versos son sobre todo (al dividir el tiempo, en un sentido literal) un ahuyentador del tiempo. Si el tiempo es malo, entonces no se puede hacer nada mejor que ahuyentarlo, y cada poema se vuelve un conjuro”. Uno de los más interesantes poetas exiliados sigue siendo Theodor Kramer, quien se refugió en Inglaterra entre 1938 y 1957, unos meses antes de su muerte. “Experimentó el exilio —cuenta Christine Hüttinger— como una maldición tanto para su vida como para su obra. Reescribió muchos de los poemas que se habían quedado en Austria, recuperándolos, en un acto prodigioso de la memoria”. Antes de la guerra, Kramer había explorado como pocos los sentimientos de la gente sencilla. Poemas como “Hija adoptiva”, “El último lecho”, “La sirvienta”, “El nuevo aprendiz”, parecen historias contadas con la delicada cámara de Krzysztof Kieslowski en El Decálogo. Y cuando tuvo que exiliarse todo ese mundo se volvió una experiencia personal: “Navidad en el Soho”, “Quien es pobre no ahorra cuando es tiempo de festejar”, “Del desechar”. Los libros de cualquier especie siempre dan un buen fuego. Y de los libros de la literatura del exilio emana un fuego cálido y abrasador. Antes de que las radios de todo el mundo anunciaran a principios de mayo de 1945 el fin de la guerra en Europa, Alemania estaba en llamas. Los bombardeos habían destruido gran parte de las ciudades; también alcanzaron a las bibliotecas. Las manos que antes quemaban libros y personas, ahora procuraban deshacerse de los testigos y las evidencias. Como buen fanático pirómano, Hitler dio órdenes expresas para que incineraran su cuerpo y el de su esposa Eva Braun. Entonces, algunos exiliados decidieron volver a la patria y reconstruir sobre las cenizas. No para escribir de nuevo la historia, sino para continuarla. En sus maletas traían guardados los libros salvados por las llamas; los propios, los de los amigos, los de maestros como Heine. Se habían gastado la vida huyendo, y les esperaban nuevos sinsabores. ¿Puede haber una mejor manera de decir “¡Te amo!” que con las palabras de tu propio idioma? L


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MILENIO

de portada

A México por Marsella ESPECIAL

Lorel Manzano

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espués de atravesar a pie tierras destruidas y pueblos abandonados, a veces en tren, otras en carros remolcados por vacas, una corriente humana de refugiados se agolpó en el puerto de Marsella con la esperanza de seguir su cauce hacia el mar. Los caminos en tierra se habían cerrado: las tropas de Hitler, Franco y Mussolini marchaban sobre Europa conquistando, quemando puentes y salidas. Los refugiados estaban encapsulados en la Francia de Vichy, la zona francesa no ocupada, y aguardaban el momento de subir a un barco, de ser acogidos en algún país al otro lado del océano. Muchos se marcharon en “barcos que se prefirió dejar arder en alta mar antes que permitirles echar el ancla solo porque los documentos de los pasajeros habían expirado unos días antes”, apunta Anna Seghers en su novela Tránsito. La historia gira en torno a un joven alemán que ha huido de un campo de concentración y de pronto se encuentra con un maletín cuyo contenido es una novela inconclusa, cartas de amor y abandono, un documento del consulado mexicano. En Tránsito, Seghers retrata la vida en el puerto de Marsella con el objetivo de exhibir la red que entrampaba a los refugiados en una guerra de papeles: permisos para salir de Francia, o quedarse, o transitar por distintos países antes de llegar a su destino. El pasaporte vencía cuando el perseguido obtenía su tránsito, el tránsito expiraba una vez que se obtenía la anhelada visa. Muchos caían en manos de los regímenes fascistas, a otros los arrojaban a los campos de concentración franceses como el de Le Vernet. Como la mayoría de los refugiados, Seghers se vio en la trampa del juego político de la guerra. Algunos países de América Latina aceptaban recibir exiliados, pero de manera selectiva, y el gobierno de Estados Unidos cerró escandalizado sus puertas, hasta las del mar, a todos aquellos involucrados con el comunismo. La corriente humana recorría el puerto de Marsella y finalmente, guiada por un rumor, se agolpó en los castillos La Reynarde y Montgrand, entonces territorio diplomático de México: ese país con “petróleo, cactus y gigantescos sombreros de paja”, llevaba barcos para salvar al mayor número de refugiados sin hacer distinción de credo ni convicciones políticas ni nacionalidades. Gilberto Bosques, cónsul general de Lázaro Cárdenas en Francia, albergaba a un gran número de refugiados en ambos castillos. Continuaba en Marsella la labor que había comenzado en París desde 1939: otorgaba visas, emprendía negociaciones para llevar barcos, proporcionaba atención médica y alimentaria, y, en 1940, firmó un acuerdo para sacar de Europa a los republicanos españoles que el gobierno de Vichy había prometido entregar a Franco. El compromiso diplomático incluía a los combatientes de las Brigadas Internacionales, entre ellos muchos comunistas checos, alemanes y austriacos. Con un visado de México viajaron los escritores de lengua alemana Anna Seghers, Bodo Uhse, Ludwig Renn, Gustav Regler, Egon Erwin Kisch y Lenka Reinerova; el investigador mexicanista Alfons Goldschmidt, los fotógrafos Hans Gutmann y Walter Reuter, los arquitectos Hannes Meyer y Max Cetto. Cuando las tropas nazis ocuparon el puerto de Marsella, detuvieron a Bosques con su familia y la legación mexicana. Los llevaron a Amélie Les Bains, después a Mont D’Or y finalmente a Bad Godesberg, Alemania, donde permanecieron alrededor de un año, hasta 1944, como prisioneros de guerra de la Gestapo, en compañía de las legaciones diplomáticas de otros países latinoamericanos. Al parecer, el gobierno mexicano consiguió liberarlos al negociar un intercambio de prisioneros de guerra recluidos en el Fuerte de Perote. Gustav Regler y su esposa, la pintora Marie Louise Vogeler, vieron el puerto de Veracruz una noche de 1940. Los días en el campo de concentración Le Vernet, donde “dejaban morir de hambre y frío” a la resistencia antifascista, estaban al otro lado del océano. Frente a ellos se abría el paisaje mexicano con sus palmeras, el Pico de Orizaba y el Popocatépetl. La primera imagen que vieron en el periódico fue la fotografía de León Trotsky asesinado. En sus dos libros dedicados a México, Regler describió el carácter contradictorio de un país hechizado. En su prólogo a País volcánico apunta que los puertos mexicanos “atraen al visitante con el canto pleno de las noches tropicales hacia los helados estremecimientos de la malaria. Sus platillos culinarios son la delicia del paladar y la ruina de las vísceras. Es un país que obsequia riquezas y por las noches las arrebata a través de revoluciones imprevisibles… Su población es sedentaria, como si se tratara de un pueblo insular, pero en sus fiestas parece que fueran gitanos en constantes ebulliciones de alegría”.

La novelista alemana Anna Seghers

Como Regler, muchos exiliados de lengua alemana tocaron tierra en el puerto de Veracruz. Algunos llevaban en la maleta el Bauhaus y las cimas de los Alpes, su Guillermo Tell y el rumor de los cafés vieneses. Otros, quienes alcanzaron el puerto jarocho sin maleta, llevaban el Rin y el Danubio en remolinos que nacían en las barbas y los cabellos: todo lo que tenían, lo llevaban consigo. Pronto se organizaron para fundar el Club Heinrich Heine y continuar la resistencia. La idea de combatir el fascismo con el arte marcó el ritmo de sus actividades: veladas literarias, conciertos, funciones de cine, representaciones teatrales, conferencias sobre ciencia, eventos culturales. El pueblo mexicano respondió con una alegre asistencia que por lo general excedía la capacidad de las instalaciones. Editaron la revista Alemania libre, escrita en alemán, para informar sobre el avance de la guerra gracias a las colaboraciones provenientes de los más diversos lugares. Publicaron ensayos, cuentos, poemas, artículos de opinión, fragmentos de las obras de Marx, Goethe, Kant, Fichte, Heine. Su siguiente proyecto fue la editorial Libro Libre, que se encargaría de dar a conocer las obras escritas en México, en alemán. Artistas e intelectuales mexicanos se sumaron a la corriente del Movimiento Alemania Libre: Xavier Guerrero diseñó el escenario para la presentación de La ópera de los tres centavos, de Bertolt Brecht, y el Taller de Gráfica Popular, por encargo de la Liga Pro–Cultura Alemana, llenó la Ciudad de México con carteles que anunciaban un ciclo de conferencias sobre el nazismo en el Palacio de Bellas Artes. De pronto, la gente se encontraba en una calle cualquiera el cartel “El hombre en la sociedad nazi” de Pablo O’Higgins, o “Propaganda y espionaje nazis” de Leopoldo Méndez, o “El tercer y el cuarto Reich” de Raúl Anguiano; incluso, muchos vieron al propio artista colocando su cartel en algún poste o alguna esquina: como estaban faltos de dinero, ellos mismos se dieron a la tarea de hacerlo todo. Más adelante, los exiliados alemanes publicaron El libro negro del terror nazi en Europa con la finalidad de informar en Latinoamérica sobre la verdadera dimensión del régimen nazi. Colaboraron escritores de 27 países, fotógrafos, caricaturistas y artistas plásticos; entre ellos el grupo del Taller de Gráfica Popular. Gracias a la participación de intelectuales de Latinoamérica, El libro

negro del terror nazi en Europa fue llevado a casi todo el continente y cada presentación estuvo acompañada de discursos, ensayos y artículos periodísticos. Descubrimientos en México apareció en 1945. Su autor fue el escritor checo Egon Erwin Kisch, conocido como el “Reportero Veloz”. Ahí recogió una serie de textos, algunos publicados en la revista Alemania libre, sobre sus viajes a Michoacán, Oaxaca, Yucatán, Tamaulipas. Kisch presenta estos reportajes, que son al mismo tiempo crónica personalísima, ensayo, memorias de viaje, guiado por el deseo de comprender una cultura que no puede medirse con teorías europeas. El Reportero Veloz entrevista a las pirámides de Teotihuacán, escribe sobre el chicle, sobre el peyote, recrea la historia del maíz a partir de las tortillerías: “esos locales sin puertas ni escaparates que son como una gruta abierta en plena calle”, donde “la pella, a fuerza de palmotear sobre ella, va convirtiéndose en un delgado disco de pasta que la operaria redondea y adelgaza haciéndolo volar como una exhalación de una a otra mano”. Pensando en un lector de lengua alemana, describe ese pan que no es un pan y se come con todo; además, funciona como plato, cuchara y tenedor. Kisch platica con la gente en los mercados, pregunta sin incomodar, se interna en la Biblioteca Nacional de México y hace traquetear la máquina de escribir, a veces entre carcajadas, otras con el ceño fruncido. Así lo encontraba Pablo Neruda, así lo imagina el lector, invariablemente contagiado por su ánimo de escritura. Libros sobre México en alemán, estudios, biografías, traducciones y catálogos de exposiciones se acumulan en un instituto fundado por las profesoras de la Universidad Cecilia Tercero Vasconcelos y Renata von Hanffstengel, quienes desde 1987 se han esforzado por salvar del olvido las historias de esos hombres y mujeres que una vez atravesaron a pie tierras destruidas y pueblos abandonados con la esperanza de atravesar el océano. Cuando algunos de los exiliados hicieron el viaje de regreso caminaron entre los escombros, respiraron en el aire el humo que aún exhalaban las chimeneas de los hornos de exterminio. Estaban vivos: llevaban la sierra oaxaqueña y a la diosa Xochiquetzalli entre los botones de las blusas y en los cuellos de las camisas; los murales de Rivera, Siqueiros y Clemente Orozco hechos bola en la maleta; se llevaron el Paricutín con su temblor de tierra y su trajinar de piedras ardientes. L


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LABERINTO

en librerías Memorias de una suegra

Emma Jane Austen Debolsillo México, 2015 498 pp.

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o debemos esperar tragedias ni heroísmos en las novelas de Jean Austen, la escritora más perfecta entre las escritoras inglesas. Debemos esperar, eso sí, algunos bailes de salón, la rutina palaciega de los grandes señores, las preocupaciones de las mujeres casaderas. Parece poco y, sin embargo, tras esa aparente monotonía bullen unas pasiones que son calibradas con virtuosa elegancia. Es el caso de esta novela psicológica en la que una bella, inteligente y rica joven se echa a cuestas la tarea de enredar y desenredar entuertos amorosos, como si el mundo no conociera de otra cosa.

Los dominios de Venus

George R. Sims Siruela España, 2015 224 pp.

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ims fue uno de los escritores satíricos más populares de Inglaterra. Amigo de Ambrose Bierce y W.S. Gilbert, su obra ponía en la mira las figuras más emblemáticas de la sociedad inglesa como la institución del matrimonio y los efectos colaterales de esas relaciones peligrosas. Quizás es por eso que Jane Tressidor, la protagonista de Memorias de una suegra, es una especie de mártir hiperactiva (madre de nueve hijos, custodia de un irresponsable marido, ama de casa y celadora de las vidas nupciales de siete de sus vástagos), que se propone reivindicar al tan desacreditado estereotipo de la suegra.

Lancha rápida

Varios autores Siruela España, 2015 798 pp.

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sta Antología de novelas eróticas (siglos XVIII–XIX) ha sido destinada a quienes siguen llamándose devotos de los padres franceses e ingleses del libertinaje. Convoca ocho novelas, entre las cuales destaca El portero de los cartujos, publicada de manera anónima en 1740–1741: el faro que alumbra las obscenidades ambientadas en los conventos católicos. Igualmente asombrosa es Gamiani, dos noches de pasión, de Alfred de Musset, que explora los placeres lésbicos aderezados con una pizca de monstruosidad espiritual. No cabe duda: la pornografía ha dado al traste con el erotismo y sus oficiantes.

Luis Mario Schneider y la literatura mexicana

Renata Adler Sexto piso México, 2015 213 pp.

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uentan que Renata Adler (1938), periodista de larga, larguísima trayectoria, fue la inspiración de escritores esenciales como Joan Didion, Bret Easton Ellis, Elizabeth Hardwick y David Foster Wallace. Cuentan que Lancha rápida, la primera novela de la crítica decana de The New Yorker, se volvió un libro de culto por la diversidad de registros, planos narrativos y estructuras sintácticas que maneja (estructuras que, dicen muchos, anticipan la escritura Twitter). Cuentan que esta novela se mueve a sus anchas en diversos géneros, pero que no le cuenten más. He aquí la reedición en español.

¿En qué creen los que no creen? Umberto Eco y Carlo María Martini Taurus México, 2014 120 pp.

Alejandro García Difusión Cultural UNAM México, 2014 90 pp.

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adicado en México desde inicios de la década de 1960 y formado bajo los buenos auspicios de María del Carmen Millán, debemos a Luis Mario Schneider un primer acercamiento a los estridentistas y una valoración at large, sin exclusiones, de Contemporáneos. Alejandro García destaca estas dos virtudes, que no se explican sin la disciplina mayor de la consulta metódica y sistemática de acervos y bibliotecas. Altamirano, Vicente Riva Palacio, Gutiérrez Nájera, López Velarde, ocuparon un sitio privilegiado en su mesa de trabajo, que también disponía para el oficio de editor.

En el invierno eclesial

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ublicado originalmente en apocalípticos tiempos por petición de la revista Liberal, este diálogo entre el laico Umberto Eco y el clérigo Carlo María Martini generó, digámoslo así, alguna conmoción en su momento. Tras superar los tiempos tempestuosos (no se acabó el mundo y el ser humano continúa vivito y pecando), el diálogo aún mantiene su vigencia por ciertos asuntos que tocan como el aborto. El tema principal, el “terreno ético común para laicos y católicos”, para usar la expresión de la traductora y escritora del prólogo Esther Cohen, ya ha dado origen a otros volúmenes.

A mí no me va a pasar

Camilo Maccise Debate México, 2015 472 pp.

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l lector decidirá cuál de los dos subtítulos que pone la editorial define mejor al libro de Maccise: Memorias de un carmelita profeta o Luces y sombras de una experiencia. Estas memorias o experiencias de las que habla el autor abarcan, explica, “los doce años (1991-2003) durante los cuales tuve el servicio de ser superior general de los carmelitas descalzos”. Los anticlericales fundamentalistas se decepcionarán de que no todos los sacerdotes sean pederastas y que haya quienes vean por los pobres (Maccise fue un actor importante de la Teología de la Liberación latinoamericana).

Varios autores Comisión Especial de Lucha Contra la Trata de Personas México, 2015, 232 pp.

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unque la esclavitud se supone que fue abolida hace ya largo tiempo, el hecho de que en broma alguien diga que lo tratan como esclavo sugeriría su vigencia. El prólogo de A mí no me va a pasar es tajante: “La esclavitud y la explotación de seres humanos nunca han dejado de ser una realidad”. El libro está conformado por 18 historias reales escritas por diez periodistas, entre los que se cuentan África Barrales, Humberto Padget, Lydiette Carrión, Moisés Castillo y Tanya Guerrero; la más célebre es la de Mamá Rosa. El libro puede bajarse gratuitamente en la página de la Comisión.

Creadores y chapulines LOS PAISAJES INVISIBLES Iván Ríos Gascón

haiga sido; eminencias de talento inflado, impulsado por el personalísimo criterio de quienes ostentan la autoridad n México se odia a la política y se detesta a los de la emisión en turno. Basta políticos pero en la praxis con revisar año por año los nos aferramos a la inercia. Las resultados del Sistema Nacional de Creadores de Arte (http:// redes se colman de opiniones foncaenlinea.conaculta.gob. viperinas sobre tal o cual personaje o partido aunque se mx/resultados/resultados. acude a las urnas dócilmente y php), para advertir que un no se defiende el voto ni se exige buen número de personajes brincan ininterrumpidamente una legalidad inquebrantable, de la comisión consultiva a la somos condescendientes con distinción de becario y viceversa. el sospechoso proceder de Algunos nombres se repiten tanto las instituciones onerosas e que las listas parecen inserción inservibles de la “democracia” pagada por el PRI o el Partido nacional: ¿qué se piensa en Verde, así se distribuyen los realidad de esos barriles sin fondo de dinero público que son beneficios, mejor dicho, los estímulos al arte en el país. el INE y el TRIFE, les creemos, les tenemos una confianza ciega Y si a esa morbosa revisión a pesar de las malas cuentas que le agregamos afinidades electivas, se puede deducir qué nos rinden? En cada periodo grupos o camarillas designan terminamos furiosos con las a las lumbreras de las letras, transas electorales, haigan la plástica o la dramaturgia sido como haigan sido, mas nacional. como en el final de El gran La transparencia es otra gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, simulación, no obstante sea “así vamos adelante, botes que posible impugnar o pedir la reman contra la corriente, revisión de los dictámenes: el incesantemente arrastrados fallo es rigurosamente inapelable, hacia el pasado”. hay casos de creadores excluidos De los diversos fenómenos que el régimen ha engendrado, que son un verdadero escándalo, incluso como perlas del absurdo: el del político chapulín es de los más nefastos. Profesionales la obra de X inspira el proyecto de Y. Y obtiene la beca pero X de la grilla (aunque lo mejor sería abandonar el eufemismo es descalificado. Por supuesto, Y formó parte de una comisión y pensarlos como lo que son: consultiva, luego fue becario, parásitos, vividores, abusadores vuelve a la comisión y así, ad de la curul, la comisión, la infinitum. Corolario: la obra legislatura, ya que no nos y su trascendencia son lo que representan porque son un importa menos, hay un camino rebaño de alza dedos cuya bien delineado para vivir eterna misión es cumplir la voluntad y cómodamente del erario. Y si de los líderes de bancadas o a esto se le añade la posibilidad de otros líderes de oscuras de ocupar un puesto en la ambiciones, lo que alienta al burocracia cultural, pues resulta político chapulín es la carrera una ecuación pasmosamente personal, las relaciones de surrealista en un país corrupto interés, el abuso del poder, su pequeño latifundio). En México, hasta los huesos, de ínfimo crecimiento económico, ese tipo de figuras encarnan las taras de un sistema totalmente desempleo, sistema educativo hecho pedazos donde no hay regresivo pero, ¿no son parte universidades para todos pero sí de nuestra cultura, identidad, una abultada nómina de genios. del ADN? ¿No simbolizan un Los creadores chapulines son comportamiento que penetró como el moho en el instinto de de filias y fobias diversas (y en el gremio vaya que imperan las supervivencia, conservación y fobias). Los hay oficialistas, los autopromoción a la mexicana? hay acríticos (apolíticos, prefieren Execramos a los chapulines autodenominarse algunos), y, no obstante, son una plaga en todos los ámbitos institucionales, los hay hasta de izquierda. Sin embargo, todos comulgan con la cultura no es la excepción, los el vacío reglamentario que ha frankensteins de Carlos Salinas hecho del Fonca una alberquita de Gortari, el Conaculta y el Fonca, perdieron el rumbo de las con trampolín de club privado, ese lema ético del México reglas y se volvieron un espacio posrevolucionario que jamás idóneo para el chapulinazo: se honró cabalmente: sufragio trayectorias que se inventan, efectivo no reelección. L también, haiga sido como ivanriosgascon.wordpress.com

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MILENIO

cine RAFAEL RANGEL

Rafael Rangel

“Nada existe en estado puro ni en absoluta quietud” Atento a las condiciones de vida en Guerrero, el documental Un día en Ayotzinapa 43 propone una versión distinta a la de los medios ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

A

seis meses de la desaparición de 43 jóvenes de la normal de Ayotzinapa, el realizador Rafael Rangel ya tenía un documental sobre los sucesos. Más allá de buscar profundidad sobre la historia difundida en los medios, se dedicó a indagar en el carácter histórico de quienes asisten a la escuela guerrerense. El resultado es Un día en Ayotzinapa 43, realizado a contrarreloj y que se exhibe en la Cineteca Nacional. ¿Cómo definió el enfoque de la película pensando en que toca un tema tan vigente? Muy sencillo: fue un enfoque inexistente en los medios informativos; es decir, el lado humano. Usted retoma parte de la historia de la normal de Ayotzinapa. ¿Qué tipo de lugar encontró y cuál es la carga histórica de la zona? Nunca imagine las características del lugar: más de 500 alumnos y trabajadores con sus familias viviendo en una normal, enclavada en una extensión de varias hectáreas atravesada por un río, con una vegetación casi paradisiaca, un marco privilegiado y contradictorio por la miseria padecida a causa de la falta de apoyo gubernamental. La carga histórica nos remite al respaldo que tuvieron las normales rurales durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. José Vasconcelos se ocupó de hacer de cada maestro rural un apóstol de la educación. La lucha de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, quien durante su estadía en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa se hizo líder estudiantil e ingresó a las Juventudes del Partido Comunista en favor de los más desfavorecidos, continúa hasta hoy en cada generación de alumnos de Ayotzinapa. Usted fue a filmar cuando la situación todavía estaba tensa. ¿Enfrentó algún tipo de inconvenientes, sobre todo en términos de seguridad? Durante nuestra estancia fueron asesinadas tres personas. El temor,

la incertidumbre y la paranoia por nuestra integridad física nos acompañaron de principio a fin.

Además, el porcentaje correspondiente a la película será donado a los alumnos de la normal.

La película apuesta por el enfoque humano. ¿Cómo hacerlo sin caer en el maniqueísmo o la compasión? Teniendo claro que se logra más sin manipulaciones. Establecimos una relación de igual a igual, de tú a tú, sin condescendencias con los involucrados. La perspectiva no tiene que ser desde la compasión pero la convivencia con ellos sí. La compasión —en ese sentido— es una pasión compartida y, luego, debemos asumir la inteligencia y sensibilidad del futuro espectador, dejando que cada persona llegue a sus propias conclusiones.

¿Cómo darle una narrativa cinematográfica a un episodio que se escribe día a día? En las fábulas judeocristianas, el primer asesinato de la humanidad es el que Caín comete contra su hermano Abel. La historia de la humanidad es esa: el bien y el mal inherentes en cada uno de nosotros. En el taoísmo están el yin y el yang, la dualidad de todo lo existente, las dos fuerzas opuestas y complementarias. Según esta idea, cada ser, objeto o pensamiento posee un complemento del que depende para su existencia y que a su vez existe dentro de él mismo. De esto se deduce que nada existe en estado puro ni tampoco en absoluta quietud, sino en continua transformación. La masacre de Ayotzinapa aún no es historia: por desgracia, los hechos continúan y siguen vigentes. La narrativa cinematográfica debe adaptarse a lo retratado.

¿Pretende conseguir algún tipo de incidencia social? Esto pensando en que trabajó muy rápido. Ese siempre fue mi objetivo. Hubo quienes no estaban de acuerdo en proyectar el documental comercialmente antes de enviarlo a festivales, pero mi prioridad era hacer llegar la película a la mayor cantidad de personas lo antes posible. El recorrido en festivales significaba esperar un año como mínimo. Ningún festival del mundo podrá darme lo que me dieron los padres de los 43 alumnos desaparecidos cuando decidieron ir a la Cineteca Nacional a ver la película. Para unos padres fue un bálsamo, para otros una catarsis; haber podido ofrecer esos momentos a quienes más lo necesitan es invaluable.

Más allá de la denuncia, ¿cómo se mueve un director para no terminar haciendo un filme que pueda ser usado con tintes políticos? Es imposible. Cuando llega a las salas, el filme cobra vida y camina por sus propios senderos, pero confío en que al haber abordado la tragedia desde el humanismo, al político que desee usarlo para su beneficio le saldrá el tiro por la culata. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

Un sueño dentro de un sueño Fernando Zamora @fernandovzamora

¿

Es aburrida Jauja? Lo es si uno es incapaz de perderse en el onirismo húmedo de la pampa argentina, en estos diálogos que no parecen llevar a ninguna parte y que sin embargo nos mueven hacia un final de reflexiones tiernas. Jauja es aburrida, muy aburrida si uno es incapaz de permitir al argentino Lisandro Alonso que nos muestre el sueño de una adolescente. Jauja es un sueño. Y la onironauta está a punto de despertar. La sexualidad ha comenzado a enmascararse: el hombre se masturba, muere un soldadito y ella se recuesta en el regazo del padre. Toda la primera parte de la historia es la reconstrucción de una narrativa que comienza a contaminarse de vigilia, de súper-yo. Lisandro Alonso, director de Jauja, es uno de los más furibundos defensores del cine que no se ve a sí mismo como producto de intercambio comercial. En este sentido la película exige del espectador, a cambio de belleza, energía intelectual. Si lo que espera uno de Jauja es una historia con principio, parte media y desenlace que propone la tradición aristotélica, corre el riesgo de dormirse o de salir del cine a exigir que le devuelvan los boletos. Sin embargo, si uno ha sido tocado por el cine de

Herzog (pienso muy particularmente en Aguirre, la ira de Dios), volverá a encontrar en Jauja esta historia propia de tragedia griega; de un tabú: el padre enamorado de la hija en la película alemana da lugar aquí a la hija enamorada del padre; un padre que (sueño al fin) a veces se transforma en soldado cobarde, en soldado victorioso. O traidor. ¿Quién es esta niña de alta aristocracia que nos permite entrar en su sueño de narrativa ya casi lógica (uno de esos que tenemos cuando estamos a punto de despertar)? Creo que uno de los grandes aciertos de Lisandro Alonso es que las escenas culminantes hacia el final de la película tampoco arrojan luces suficientes para saberlo. Esta hermosa muchachita tuvo un sueño extraño. Ahora pasea por el jardín de un palacete. Hay perros y un soldadito de madera perdido en la espesura del pasto. Todo aquello que hemos visto adquiere entonces una suerte de razón de ser: los mastines, el sirviente, los espejos y aun el agua parecen dar al todo, por fin, la razón de la vigilia. Pero la reflexión estética no para. La sexualidad o, mejor, la sensualidad de esta muchacha rubia tiene el encanto y la profundidad de aquel poema de Edgar Allan Poe. Hay el deseo de un beso y el caminar hasta un lago con el empeño de que los granos de arena se mantengan en la palma un poco más. Hay la juventud que se va y sobre todo

Jauja. Dirección: Lisandro Alonso. Guión: Lisandro Alonso y Fabián Casas. Fotografía: Timo Salminen. Con Viggo Mortensen, Ghita Nørby. Argentina, Dinamarca, Francia, México, Estados Unidos, Alemania, Brasil, Alemania y Holanda, 2015. el sueño, ese sueño que parece adquirir sentido en la vigilia: toda aquella historia de la pampa no era más que el instante previo a despertar y sin embargo dice Poe: ¿aun nuestro último empeño es un sueño dentro de un sueño? Lisandro Alonso parece decir que sí. Por eso, aunque parezca más lógica la vida de la protagonista en la vigilia, se mantiene el misterio de la frágil sustancia de la que fuimos hechos: la sustancia de los sueños. L


sábado 16 de mayo de 2015 b 11

LABERINTO

escenarios DANIEL KRAMER

Intercambio sobre el tablero El 24 de mayo Bob Dylan cumple 74 años. Es la razón por la cual el autor recuerda la partida de ajedrez que sostuvo con él en Kalamazoo, Michigan, el 20 de abril de 2013 VIBRACIONES Hugo Roca Joglar hrjoglar@gmail.com

C

on blancas me enfrento en ajedrez contra Bob Dylan. El juego comienza bajo dinámica de espejo: peón cuatro dama, peón cuatro dama. Parpadeo, parpadea. Son pequeños y rápidos sus ojos. Saco el caballo del rey; saca el caballo del rey. Son delgados y precisos sus dedos. Nos cruzamos de piernas al mismo tiempo, y las suyas, enfundadas en estrechos pantalones de tela blanca, izquierda sobre derecha, lucen esbeltas y frágiles; fragilidad acentuada por pesadas botas vaqueras de piel negra con escamas y puntas de plata que de pronto se quita. Entonces todo cambia. La dinámica adquiere gestos disonantes. Adelanto un escaque el peón del rey. Saca él otro caballo. Bebo cerveza. Ordena café. Sus palabras son secas e incompletas. Pongo el alfil blanco frente a la dama. Avanza el peón para amenazar a mi alfil, que hago retroceder. Prende un cigarro. No pregunta si me importa. Casi mediodía. Miro por la ventana. Lluvia y nieve. El humo avanza entre luz blanca. Bob Dylan huele a tabaco y está descalzo. Adelanto el peón del rey. Si se lo come, desencadenará una matanza que lo pondría contra las cuerdas. Bob Dylan fuma, espera un poco y recula. Empuja las piezas lentamente, como si pesaran mucho. Sus manos están lastimadas. Cicatrices en la palma. Los meñiques chuecos. Hundidos los nudillos. Sigue boxeando. Aun ahora que es un viejo. Cabellos plata equilibran en el gris su famoso cabello chino que alguna vez fue negro. No oculta sus canas, como tampoco oculta las arrugas que le atraviesan la cara. La aceptación absoluta de su edad lo hace honorable, libre, descarado y brutal. Este viejo Bob Dylan que boxea escribe las canciones más sucias y violentas de toda su carrera. Por ejemplo, en “Narrow Ways” (Tempest, de 2012, su disco más reciente de canciones originales), le declara abiertamente a una mujer (cosa rara en él, tan propenso en el pasado a abordar la sexualidad con sutil ambigüedad) que desea “enterrar entre tus senos mi cabeza”. Nos enrocamos. Abro espacio para sacar la dama. Bob Dylan protege escaques del centro con los alfiles. A primera vista, se está defendiendo. Es un engaño. Modestos peones son sus piezas

más adelantadas y sin embargo, detrás de una compacta construcción protectora, todo es acecho, provocación y amenaza. Los caballos tienen espacio y apoyo para realizar brincos atrevidos. El alfil de su derecha le propone a la reina cruzar el tablero con destrucción a través de las negras. Es violencia que surge de reflexión profunda. Dura y cruel; implacable y fría. La violencia forma parte de su alma. Nació siete meses antes de que Estados Unidos entrara a la Segunda Guerra Mundial. Creció entre la Guerra Fría y la Cortina de Hierro. Sus maestros le enseñaron a odiar (“nos decían que los comunistas estaban en todas partes, y con sed de sangre”). Avanzo ambos caballos. Bob Dylan se deja atacar; incluso lo promueve. Parece decir: “ven, te tengo miedo; adelanta piezas”. Aunque no logro verla, sé que ya ha trazado una tela de araña. Y de pronto he caído en la trampa. Mis armas de vanguardia han quedado atrapadas. Ya no hay manera de regresarlas a casa. Tengo que comer:

caballo por alfil y caballo por caballo. Me ha ganado los escaques del centro; mi formación perdió equilibrio y se tambalea. La de él es sólida y ordenada. Una solidez fantasmagórica de lóbrego orden. Esta arquitectura ajedrecística misteriosa y llena de peligros resulta tan parecida a ese pueblo que describe en su nueva canción “Scarlet Town” (de Tempest), sobre una ciudad donde hay hiedra, espinas de plata, calles de nombre impronunciable, mendigos, una mujer con piernas hermosas y formas humanas que parecen haber sido glorificadas. Bob Dylan intercambia damas. Lo quiso evitar durante tres turnos. Insistí hasta provocar que fuese inevitable. Ahora intenta un ataque desesperado que resulta inofensivo sin su reina. Intercambiamos torres y ya no hay nada por hacer. Lleva un bigote diminuto impecablemente recortado. Ni una sonrisa suya en todo el partido. “¿Empate?”, pregunto. Bob Dylan asiente y comienza a calzarse las botas. L

DANZA ESPECIAL

Pensarnos libres Argelia Guerrero makarova81@yahoo.com.mx

E

ste 15 de mayo celebramos el día del maestro, profesión muy afectada por una campaña de ataque y descrédito en los últimos años, campaña que oculta el valor de los docentes para el desarrollo de una comunidad, bastante más allá de la transmisión de datos y “competencias” A propósito de profesores, reflexionemos respecto de la labor que los maestros de danza llevan a cabo, así como de la profunda incidencia que pueden tener en una sociedad. Generalmente se concibe a la educación artística como aquella destinada a formar especialistas o ejecutantes de arte o con una percepción meramente ornamental de la misma, es decir que se anula su potencial dialéctico, filosófico y crítico mientras se reduce a la frivolidad de amenizar o entretener. Muchas tendencias de la filosofía y muchos pensadores desde la época clásica del pensamiento han planteado la relación entre ética y estética. No abundaremos en estos postulados, pero sí valdrá la pena resaltar que las acciones de los seres humanos obedecen a fundamentos éticos, de principios, y ellos se relacionan con la propia estética de los hombres por lo que, en términos muy generales, podemos deducir que no ejecutamos acciones grotescas o antiestéticas pues

se consideran antiéticas. Tal vez podamos explicar la terrible realidad nacional a partir del paulatino abandono de la educación artística y moral en los diferentes niveles educativos del país. Hace unos días fui invitada a una función de danza de alumnos de primaria, no específicamente futuros bailarines profesionales, aunque más de uno posee el potencial para serlo, y quedé conmovida por más de un detalle: los niños desarrollan un nivel de solidaridad poco usual en los jóvenes de hoy en día. Puedo mencionar también la capacidad de concentración y disciplina igualmente contrastante con la generalidad de esta generación. Algo que salta a la vista es el goce con el que los niños se desenvuelven en el tiempo y el espacio. Esto no es una cuestión menor o meramente anecdótica, sino que nos lleva a pensar, por un lado, en la capacidad didáctica que la danza tiene principalmente entre los niños, capacidad que coadyuva a los procesos de enseñanza–aprendizaje de la danza, pero también del resto de disciplinas. Por otro lado, en el desarrollo integral que esta actividad genera en quien la practica —desarrollo psicomotor, coordinación y sensibilidad a las emociones humanas—, así como en los problemas que le aquejan. En términos generales, la danza recuerda a quienes la ejecutan, en la modalidad que sea, que son seres humanos y les devuelve la empatía, la posibilidad

de conmoverse en el sentido más literal del término: el de moverse con el otro, explorar las emociones con los otros. Aun a temprana edad, la danza proporciona una abstracción que permite a los bailarines reflexionar sobre la naturaleza propia y la de su entorno y, sin necesidad de teorizar, proporciona la profundidad necesaria para pensarse en términos personales y colectivos. De un modo casi intuitivo los lleva a pensarse en su tiempo, su espacio y su estar con otros; situación que pueden transpolar hacia el resto de su realidad, es decir, más allá del foro o del salón de danza. La danza no hace peores o mejores personas; pero sí proporciona la conciencia de decidir, desde la estética, el tipo de humanos que elegimos ser. La danza devuelve el ser en comunidad sin desprendernos de la esencia individual. Por eso, reconozcamos la labor de maestros y maestras de danza que nos desdoblan las alas para pensarnos libres. L


12 b sábado 16 de mayo de 2015

MILENIO

varia SOL LEWITT

ESPECIAL

Variaciones de incompletos cubos abiertos

Poetas gringos, Seguro Mongrels y México para oportunistas ARCHIVO HACHE Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

E

ste 2015 apareció una nueva corriente de poesía experimental norteamericana, un surgimiento que recuerda a “Flarf” de principios de siglo. El movimiento se autodenomina The Mongrel Coalition Against Gringpo (TMCAG) y, aunque es anónimo, se le asocia con poetas emergentes como Lucas de Lima. “Mongrel” en inglés se usa para los perros sin pedigrí o como burla contra alguien híbrido. “Gringpo” alude a poesía gringa dominante como el conceptualismo de Kenneth Goldsmith, su blanco favorito. La Coalición Mongrel Contra Gringpo lanza comunicados vía gringpo.com, redes sociales y webs. Dice buscar “decolonizar el canon”, que quizá significa tocar su puerta. Y la puerta ya se abrió en la escena experimental, donde ya tiene apoyo (culpígena) entre much@s protagonist@s blanc@s. El estilo de los Mongrels es violento. Y aunque sus objetivos favoritos son los conceptualistas blancos, recientemente atacaron (con caricaturización neocolonial) a un grupo de escritores mexicanos y españoles. A principios de mayo el escritor Jorge Carrión (asociado a Generación Nocilla) publicó “Escrituras conceptuales: un panorama”. Goldsmith celebró la aparición del link (por extender su poder justo cuando se le señala por su apropiación racista del informe forense de un afroamericano muerto por la policía). Los Mongrels identificaron el texto de Jorge Carrión como un intento de construir una genealogía hispánica pre y pro– conceptualista que cree una

CASTA DIVA alianza transnacional entre el conceptualismo hegemónico (Goldsmith) y obras como las de Nocilla o Cristina Rivera Garza, que ya buscó esa alfombra roja en Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación (2013). “En términos nacionales, seguramente sea en la literatura mexicana donde encontremos los ejemplos de poesía documental política más intensos de los últimos años”, escribió Jorge Carrión. Esto y el aplauso virtual de Goldsmith (más agua conceptual para su molino imperial) merecieron réplica de los Mongrels. Escribieron “The Ultimate Conceptualist Anthology” satirizando lo mexicano como un recurso que se ofrenda a Goldsmith. “MEXICO: YO TE OFREZCO COMO VOLUNTARIO. “¿NO TENEMOS ACASO UN TRATADO DE LIBRE COMERCIO? HECHO. “PORQUE ERES MI VECINO. DE ESTE MODO TÚ ME PUEDES LEER POEMAS DESDE TU VENTANA Y PODEMOS CONCEPTUALIZAR JUNTOS. “CUÁL RACISMO? HEMOS ELEGIDO A MEXICO COMO TRIBUTO. HECHO”. Parodian a Goldsmith y también muestran cómo los propios Mongrels abusan de lo mexicano y lo sacrifican dentro de su búsqueda de risas fáciles. Concuerdo con los Mongrels en su crítica contra el intento de entregar y anexar experimentalismos del sur global al retro–conceptualismo de Goldsmith; de hecho, aquí ya señalé eso hace años. Pero, Señor@s Mongrels, México es una palabra sagrada. No la abusen en sus peleas gringas. Si lo vuelven a hacer, los muertos vamos a ajusticiar a los Mongrels. L

Avelina Lésper www.avelinalesper.com

D

esde que un pedazo de papel es el único documento que esencialmente le da valor a un trabajo de arte conceptual hemos buscado la forma de proteger las inversiones de nuestros clientes, en el caso de que le suceda algo a ese certificado”, afirma Jonathan Crystal, vicepresidente de Crystal & Co., asesor de pólizas de seguros que ha diseñado con AIG Private Client Service un producto que cubre la pérdida del documento que acredita la designación como arte de un objeto cualquiera. Hace algunos años aseguraron la exposición de cuartos vacíos del Museo Georges Pompidou, las pólizas “protegieron” los certificados que decían qué significaba cada cuarto vacío. Tenía que ser una aseguradora y su criterio, completamente realista y anti retórico, la que definiera qué son estas obras: una factura de compra. La galería no vende un objeto, vende un certificado que describe una obra, afirma que es “auténtica”, quién es el autor y da el instructivo para rehacer esa ocurrencia. Esta descripción acompañada de la factura es la legitimación como arte de las obras del estilo contemporáneo VIP, porque dan fe del precio, y lo más importante, que alguien pagó por eso. Lo vendieron como arte, entonces es arte. En una ocasión en una feria de arte, el galerista Luis Adelantado vendía un montón de ramas que exponía recargadas en una pared, le pregunté qué era lo que le entregaba al comprador, me respondió que un certificado que describía las medidas aproximadas del montón de ramas, y que el precio variaba, si eran más ramas era más caro. El ingenuo coleccionista tenía que ir a una tienda, comprar las ramas y colocarlas. La diferencia con el certificado de una obra de arte real —una pintura, escultura o grabado— es que el documento únicamente avala la autoría, fecha de realización y técnica, obviamente no proporciona las instrucciones de cómo rehacerla porque esto es literalmente imposible. Existe aquí una flagrante contradicción que traiciona el aparato retórico de las obras del estilo VIP: han pugnado por acabar con los conceptos de unicidad,

trabajo artístico autoral, propiedad intelectual y originalidad con objetos sin factura como el ready–made o tan deficientes y facilones que los puede hacer cualquiera, la “apropiación” es el canon que solapa la violación de los derechos de autor, buscan que las obras sean enunciados aplicables de la forma que mejor les convenga, mandan a hacer las obras, es incongruente que generen el papeleo que los legitime como artistas, que autentifique su autoría y que haga “original” su obra. Este documento demuestra que estas obras no son una propuesta intelectual, son a tricky business. Hagamos un ejemplo: “La obra Autodestrucción 2 es original de Abraham Cruzvillegas, para realizarla tiene que comprar desechos de una demolición, escombros, piedras, tablas, etc., y distribuirlos en un área de 3 metros cuadrados”. Estas instrucciones garantizan que un montón de basura tiene un autor y se convierte en arte si alguien compra ese certificado. Cualquier otra reunión de basura, aunque sea igual, no es una obra de arte “auténtica” porque no tiene ese papel que vende el galerista. Si el museo o el coleccionista pierde ese certificado la obra desaparece, el papel es la obra, no las reproducciones que se puedan hacer de ella. Un coleccionista perdió el certificado de autenticidad de una obra de Sol LeWitt y éste le negó una copia, le dijo que la obra de arte era el papel con las instrucciones para hacer el dibujo, no la ejecución de esas instrucciones. Lo mismo sucede con los estudiantes de arte, los certificados escolares los acreditan como “artistas”, no su trabajo, resultados o sus obras. Son artistas sin saber qué es el arte. El primer certificado de este tipo lo hizo Marcel Duchamp en 1944, cuando ante un notario inscribió su L.H.O.O.Q como un ready–made “original”, en ese momento se desplomó su retórica y demostró que era un pequeñoburgués que recurrió a un trámite burocrático para legalizarse como artista y autor de un objeto sin autoría. Las eruditas compañías aseguradoras podrían vender una póliza que cubriera a los artistas VIP por los daños y perjuicios de carecer de talento y tener que vivir del oportunismo académico. L


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