Laberinto
David Toscana Un mundo feliz página 2 Francisco Hernández Poesía página 3 Hugo Roca Joglar Tólstoi en la ópera página 11 Argelia Guerrero Deseos y crisis página 11
N.o 626
sábado 13 de junio de 2015
Entrevista con Leonardo Padura
Gustavo Mota Leyva página 8 SHUTTERSTOCK
Ciudad sin memoria Entrevista a Héctor de Mauleón Iván Ríos Gascón páginas 6 y 7
MILENIO
02 b sábado 13 de junio de 2015
MILENIO
antesala DE CULTO
Omar Delgado b yoatecutli@gmail.com ESPECIAL
Ramón Rubín
Un mundo feliz TOSCANADAS ESPECIAL
David Toscana dtoscana@gmail.com
A
hora que el FBI comenzó a rascarle al asunto que ya todos conocíamos sobre la corrupción de la FIFA, tuve una visión futurista. Una visión muy feliz. Blatter convocó a nuevas elecciones, pero muchos de los delegados no se atreverán a presentarse otra vez en Suiza, país que ya en el caso de Polanski había prestado su brazo judicial a Estados Unidos. Veremos más renuncias en el corto plazo y directivos que se mostrarán indispuestos a viajar por fingidos motivos de salud. La visión feliz comienza cuando se desmorona la FIFA. Pierde a sus patrocinadores. Se acaban los mundiales de futbol. Las ligas nacionales se convierten en torneos llaneros. Las televisoras dejan de ganar miles de millones de dólares y los televisores se vuelven aparejos inútiles. Entonces, como aquel pez milenario que asomó su cabeza fuera del agua y se mutó en anfibio, uno de esos futbolfílicos se cansa de ver la pantalla apagada y decide asomar su cabeza en una librería. Luego son hordas las que sufren la misma evolución. No por selección natural, sino por selección libresca, el homo futbolensis se transforma en homo sapiens. De pronto, deja de importar el entrenador de la selección nacional. Importa quién dirige la SEP. Ante la falta de resultados educativos, la gente protesta. Los comentaristas en los medios piden con suma iracundia la cabeza del secretario de Educación. En los bares se discute acaloradamente sobre el último Premio Nobel de Literatura. Cuestionan si John Banville merecía el Princesa de Asturias. Dan sus favoritos para el Premio Cervantes. En las paredes no hay banderines de los equipos sino inscripciones con versos de Paz y Vallejo. En las paredes tampoco hay televisores. La gente conversa. El famoso draft de jugadores ahora se realiza en la Feria del Libro de Guadalajara. Los periódicos tienen encabezados como “Fadanelli firma contrato
con Tusquets” o “Mario Bellatin vestirá los colores de Sexto Piso” o “Echan a Eduardo Antonio Parra de Era por presentarse ebrio a una firma de libros”. Los medios hacen constantes reportes sobre los mexicanos que publican en Europa. Algunos mejor sellers que otros, pero ninguno en la banca. El ideal no es jugar para el Barcelona o el Real Madrid, sino para Gallimard o Feltrinelli. No estamos pendientes de las opiniones de José Ramón Fernández, sino de las de Christopher Domínguez Michael. La revista TV y Novelas pasa a ser Libros y Novelas; en su portada aparecen las siempre bellas escritoras mexicanas en toda su sensualidad. Por pura nostalgia, Jorge Volpi publica En busca de Klinsmann. El dios de Juan Villoro pierde su redondez. Los estadios de México se llenan con los poetas, como sucedió cuando vino Yevgueni Yevtushenko en 1968. Las barras bravas son barras letradas y se agarran a golpes entre los xaviervelazquistas y nachopadillanos. Sin titubear, los presidentes hablan de los treinta libros que más les influyeron. No solo pronuncian Jorge Luis Borges sin dificultad; también declaman alguno de sus poemas. Además, abanderan a la delegación de escritores mexicanos cada vez que parte a una feria del libro. Los desvíos de fondos son para financiar las universidades. La compra de votos se hace con monederos Gandhi. A la primera dama la pillan gastando una fortuna en cierta Barnes & Noble de Nueva York. You may say I’m a dreamer, but I’m not the only one… L
El novelista etnólogo
Q
uienes conocieron a Ramón Rubín (Mazatlán, Sinaloa, 1912–Guadalajara, Jalisco, 1999) cuentan que tenía por costumbre trabajar arduamente en sus fábricas de calzado, durante meses enteros, sin descansar domingos o días festivos, con el fin de ahorrar la mayor cantidad de dinero posible. Cuando consideraba tener los suficientes recursos, armaba su equipaje y se internaba en las comunidades rurales o indígenas que eran de su interés. Rubín pasó largos periodos de su vida conviviendo con coras, tzotziles, rarámuris y miembros de otras etnias, para conocer a profundidad su mentalidad, empaparse de su misticismo y aprender su lengua. Al final, con los datos y vivencias recabados, regresaba a escribir. Ya sea que la anécdota anterior sea verdadera o no, lo cierto es que Rubín era un aventurero nato. Hijo de emigrados españoles, empresario y contrabandista de armas durante la Guerra Civil española, su vigor le impedía estar enclaustrado en un lugar o dedicarse solo a un oficio. Es por eso que, en parte por sus negocios y en parte por placer, recorrió como pocos el territorio nacional, adentrándose en los rincones más ocultos: de las sierras de Chihuahua a las selvas de Chapas, y de las montañas de Nayarit a las playas de Veracruz. En esos viajes, y en los retiros que él mismo se imponía, recabó los datos y vivencias que luego nutrirían sus ficciones. En su extensa obra, que incluye doce novelas y quince compilaciones de relatos, Rubín intentó hacer lo que Fernando Benítez logró con Los indios de México: un registro puntual de las etnias del país. Sin embargo, a diferencia de Benítez, el autor mazatleco utilizó las herramientas que le proporcionaba la narrativa: en lugar de registrar, recreó escenarios; en lugar de teorizar acerca de las creencias de las etnias, imaginó personajes en los que el lector pudiera verlas en acción; en lugar de entrevistar, dio sustancia a la palabra escuchada. Así logró capturar la esencia
EX LIBRIS
ALFILERES
del pensamiento indígena, retratándolo con toda su magia pero también con todas sus atrofias. Rubín mismo dividió su obra en tres grandes bloques: la narrativa indígena, la mestiza y la citadina. Sin embargo, son las obras que tratan a las comunidades indígenas las más logradas, destacándose El callado dolor de los tzotziles y La bruma lo vuelve azul que abordan, respectivamente, a los pueblos de la selva de Chiapas y a los huicholes de Nayarit. Ambas historias tienen como protagonistas a dos hombres que caminan por la vida en busca de su honra e identidad y que se destruyen en el proceso: José Damián es el tzotzil que repudia a su esposa debido a su infertilidad y que, buscando huir de su soledad, se recluta como matancero en una hacienda, oficio sacrílego para su pueblo; Kanayame es el huichol que, repudiado por su padre, es despojado de sus raíces en las escuelas del hombre blanco, convirtiéndose después en bandolero. Ambos están atrapados en la maraña de supersticiones y normas de su pueblo y, peor aún, en el cepo que forman sus propias obsesiones. Para Rubín, la peor tragedia que le puede ocurrir a un indígena es semejarse al hombre blanco, al vecino. Esta acción lo convierte en un proscrito que nunca será aceptado por el mestizo al tiempo que se vuelve un extraño para los suyos. El autor mazatleco escribió sus obras en un lenguaje abigarrado que, sin embargo, logró imágenes cargadas de misticismo al nutrirse con la imaginería de los indios. Por otro lado, su visión acerca de los pueblos autóctonos era equilibrada: no idealizaba a los indios; al contrario, al escenificar sus creencias, puso en evidencia sus contradicciones. Lo mejor de su narrativa fue la construcción de los personajes: hombres frágiles y terribles que jamás dejan de ser entrañables. L Jean-Baptiste de Boyer bEKO
Armando Alanís b alaniscanales@gmail.com
La dama blanca se enamoró del rey negro, quien se la comió sin misericordia.
MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
sábado 13 de junio de 2015 b 03
LABERINTO
antesala
A Leila Guerriero Prueba Un encuentro fugaz puede dejar sensaciones perdurables; un contacto leve, apenas dibujado, producir un relato íntimo de probabilidades infinitas POESÍA
de reflejos
ESCOLIOS ESPECIAL
Francisco Hernández
Ahí estabas, para mi desconcierto, al fondo de la camioneta, sola, con tu abundante cabellera de rizos en cascada, con esa expresión que va de la incomodidad a la sonrisa, y que solo las mujeres más atractivas poseen. Apenas pude hablar. ¿Te diste cuenta? Enumeré tus libros confundiéndolos o repitiéndolos y llegando al hotel no me opuse, como acostumbro, a que nos tomaran fotografías. Estuviste de acuerdo, con ese gesto amable que también significa “ya basta” y que solo tienen las mujeres brillantes. Al abrazarte, me dijiste en voz baja, “sentirás el gran peso de mis 50 kilos”. Desde entonces he sentido el viento Leila en la cara, la temperatura Leila en el termómetro, el sudor Leila en el pecho. La mayor obviedad: con volverte a leer vuelvo a mirarte. La mayor realidad: no sé dónde estarás, en estos días de febriles vuelos retrasados que me hunden.
ESPECIAL
L
a poesía de Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946) tiene destellos de erotismo y humor negro; es un insólito ejercicio de “retratos poéticos”. Autor, entre otras obras, de De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (1988), Moneda de tres caras (1994), Las gastadas palabras de siempre (2000), Óptica de la ilusión (2002), Diario sin fechas de Charles B. Waite (2005), Mi vida con la perra (2006), La isla de las breves ausencias (2009) y Mal de Graves (2013), ha sido acreedor de los premios Carlos Pellicer en 1993, Xavier Villaurrutia en 1994, Jaime Sabines en 2005, Ramón López Velarde en 2008, Mazatlán de Literatura en 2010 y el Sabines–Gatien Lapointe en 2013. Este poema forma parte de Odioso caballo y otros escritos, que Almadía pondrá próximamente en circulación.
Alfonso Reyes
Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx
E
n una tradición literaria con inclinación a lo estentóreo, cuesta trabajo asimilar un temperamento literario discreto, equilibrado y cordial, como el de Alfonso Reyes. Mucho más difícil se vuelve esta asimilación, cuando se trata de un autor oceánico que cultivó los más distintos géneros y asuntos y cuyas obras completas rebasan los veinticinco tomos (sin contar sus diarios). Cierto, la de Reyes era una existencia adscrita a la letra, con una marcada autoconciencia de su identidad de escritor, que asumía la escritura de una manera tan gozosa y espontánea como la respiración o la comida. Existen muchas antologías de Reyes, pero algunas ya no circulan; otras son demasiado cortas; otras ocupan varios volúmenes y otras más se especializan en algún aspecto de su obra. Un hijo menor de la palabra (FCE, México, 2015) es una nueva selección realizada por el reconocido historiador Javier Garciadiego que ofrece, en un volumen, una visión panorámica de la obra multifacética de Reyes, acompañada de una breve pero reveladora semblanza. A partir de dicha semblanza es posible entender que, si bien Reyes nació en una cuna dorada, su trayectoria estuvo lejos de ser cómoda y su vida contiene momentos de inmensa desazón y desdicha. Bien conocida es la desgracia política que se ceba en la familia Reyes, que baja de su nube al joven Alfonso y que lo obliga a viajar a Europa “a ser pobre y hacerme hombre”. Es
sabido también que Reyes casi nunca fue un escritor de tiempo completo y combinó su carrera literaria con la faena periodística, el desgastante trabajo diplomático o la promoción cultural. De modo que, contra lo que parecería indicar su sobreabundancia, su obra no fue sistemática, sino azarosa, derivada lo mismo de profundas obsesiones y aficiones (Grecia, por ejemplo) que subsidiaria de encargos y compromisos. La selección de Garciadiego se agrupa en once secciones que permiten abarcar lo esencial de cada una de las facetas de Reyes. La antología no solo restituye textos fundamentales, sino que pone a prueba los reflejos del autor, pues enfrenta una escritura, desprovista de su halo canónico, a nuevas circunstancias y prácticas de lectura. En el caso de Reyes, si bien hay algunas páginas marchitas, la elasticidad y actualidad de muchas otras son sorprendentes y van desde el carácter grácil, lúdico y reconstituyente de su verso hasta su prosa crítica afable y gozosa, que comprende su incipiente rescate de la tradición mexicana, sus atisbos sobre la inteligencia americana, los testimonios de su curiosidad universal y su afición a Grecia y, sobre todo, sus ensayos sobre cultura y vida pública que, pese a lo rebasado de las circunstancias, aparecen plenos de sentido común y pertinencia. Si la antología restituye una obra, también restituye un carácter: una sociabilidad del espíritu que se traduce lo mismo en insaciable curiosidad por los demás (seres o culturas), que en ánimo de ponderación, urbanidad y conciliación. L
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04 b sábado 13 de junio de 2015
crónica
Como ninguna otra Guadalajara, Tijuana y Monterrey son el foco de atención de estos paseos en los que se entrecruzan los placeres gastronómicos, la vitalidad a pesar de los recortes de la cultura y los cuerpos todavía sobrios que abarrotan los salones de baile
La Guanatos de mi abuelo Enrique Blanc
M
ediodía. Tomo la decisión de visitar al abuelo. Será a través de su huella imborrable que recorreré Guadalajara. Vislumbro entonces los tres altos obligados que exige mi periplo: el barrio de las nueve esquinas donde nació en 1903, el centro de la ciudad donde descansan sus restos, y la arbolada calle Libertad donde murió en 1951. Si algo tiene la Guadalajara de hoy, se comenta a menudo entre los locales, es su inabarcable oferta gastronómica. Pienso en ello quizá porque ha llegado la hora de la comida y mi apetito ha abierto. Si tuviese que recomendar un par de sitios que me parecen imperdibles, no dudaría en señalar el barrio de Santa Tere, uno de los más populares y vivos de la urbe, donde la gente aún interactúa en total confianza entre sus calles. En éste, las carnes en su jugo de Garibaldi pueden satisfacer el antojo de quien quiera probar un plato típico de la ciudad sin perder tiempo, ya que quienes preparan este manjar se jactan de tener el récord Guiness en rapidez para llevar el platillo a la mesa. Asimismo, si de mariscos se trata, no dudaría en destacar Ponte Trucha Negro, en la esquina de Ignacio Ramírez y Hospital: el laboratorio más experimental sobre recetas preparadas con delicias del mar que entre su abundante menú tiene platillos que intrigan a cualquiera tanto por su preparación como por su nombre. “La gran chingadera” y el “Ponte almeja”, entre otros. Pero el vínculo que mi abuelo guarda con Guadalajara está en principio ligado a la escultura en la que está sentado en una banca, allí sobre las calles Liceo y Colón, en la plazoleta que es el corazón del barrio de las Nueve esquinas, famoso sobre todo porque en los restaurantes aledaños se prepara la mejor birria de la ciudad. Mi abuelo, Francisco Rojas González, el escritor que en vida publicara novelas como Lola Casanova y La Negra Angustias, con la que se hizo merecedor al Premio Nacional de Literatura en 1944, es un narrador con una obra en la que hay una profunda observación de la vida indígena, especialmente en su título más conocido, el libro de relatos El diosero. Es precisamente en la casa donde nació, la cual tiene en su fachada una placa que lo certifica, donde recién ingreso determinado a saciar mi hambre. Se trata de la birriería El compadre, en la que se prepara exclusivamente birria de chivo. Su lema reza: “El auténtico sabor de Jalisco”.
Una vez que he terminado de comer, enfilo mis pasos hacia el centro de la ciudad, directamente a la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, donde Rojas González tiene también una estatua de bronce en la que aparece de cuerpo entero, con la mirada perdida en el horizonte. Y es que el centro de la ciudad continúa siendo aún hoy uno de los atractivos principales de la urbe. Camino unos cuantos metros y llego a la Plaza de la Liberación. Ahora estoy mirando el imponente Teatro Degollado. De allí emprendo una caminata que me conducirá a la Plaza Fundadores y luego me internará por la Plaza Tapatía, hasta llegar al majestuoso Hospicio Cabañas donde podré apreciar tanto las esculturas de Alejandro Colunga que aguardan frente a su puerta, como los inquietantes murales de José Clemente Orozco que decoran el techo de su Capilla Mayor. Un recorrido que sigue
La cantina La Fuente se ha hecho popular entre sus parroquianos por la bicicleta abandonada que descansa sobre uno de sus arcos
ofreciendo varios de los atractivos más representativos de la historia y el arte de la ciudad. Ese paseo debe coronarse en la cantina La Fuente, la misma que se ha hecho popular entre sus parroquianos por la bicicleta abandonada que descansa sobre uno de sus arcos a manera de emblema. Beberse un tequila allí, bajo sus techos altos, entre el bullicio de las conversaciones de la gente que acude a todas horas y su ocasional música de piano, representa un momento obligadamente tapatío. Cae la tarde. Mi última escala es el busto de mi abuelo ubicado en la esquina de Libertad y Enrique Díaz de León, a unos metros del restaurante que en otros años se llamó El café caliente. Fue allí, durante una trágica tarde, mientras se encontraba haciendo campaña para ser gobernador de Jalisco en la presidencia de Ruiz Cortines, donde Rojas González falleció de forma repentina mientras comía, arrancando teorías que van desde una complicación con la carne que tragaba hasta el envenenamiento. Es en esa esquina donde da inicio una de las zonas más activas de noche, la cual se extiende hasta la avenida Américas, e incluso más allá, y en la que se sitúan tanto bares como restaurantes y cafés con distintos conceptos para quien busque aventura nocturna. Una perpendicular formada por Libertad y Chapultepec que sobre todo durante los fines de semana los tapatíos reclaman, para hacer suya una colonia que bien pudiese compararse con la Condesa capitalina. Allí, El grillo, La nacional, El salón del bosque, La estación de Lulio, Gaspar, Romea, la mezcalería Pare de sufrir, entre muchos otros, ofrecen hospitalidad y buen servicio para conversar mientras se bebe una cerveza Minerva, la marca artesanal de la ciudad, o bien un café, en la modalidad que lo desee el cliente. L SHUT
TERS TOCK
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crónica SHUTTERSTOCK
Cinturas mojadas Gerson Gómez
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La pospuesta primavera Daniel Salinas Basave
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resagios e intuiciones flotan sobre Tijuana en esta nublada primavera. En la última semana de mayo, miles de langostinos pintaron de rojo la playa fronteriza. Las olas del Pacífico desparramaban montañas de crustáceos que yacían agonizantes sobre la arena mientras unos cuantos bañistas hacían infructuosos intentos por devolverlas al mar. Pocos días antes, la alarma había cundido entre surfos y nadadores por el exceso de medusas, y durante la Semana Santa al menos dos ballenas y unos cinco lobos marinos fueron a morir sobre el litoral de Rosarito. Efectos del llamado “Mar de fondo”, afirman funcionarios de la Profepa; triste herencia de esos cuatro grados de más que marca el termómetro en las aguas del Pacífico. En el ánimo de algunos tijuanenses con vibra apocalíptica, Señales que precederán al fin del mundo es algo más que el título de una genial novela de Yuri Herrera. El problema es que estas señales no solo brotan del agua marina. También hay siniestros mensajes en la calle, ahí donde arde la ciudad. La aparición en las últimas semanas de cinco cabezas humanas, tres de ellas con sus respectivos narcomensajes, ha revivido pesadillas de un pasado violento que se creía superado. También las ejecuciones de un policía municipal y de un agente del ministerio público, la muerte de dos niños como víctimas colaterales en fuego cruzado y la confirmación de que mayo ha sido el mes más violento en los últimos tres años, dejan claro que la alerta ha dejado de ser amarilla para llegar a un rojo intenso. La semana final de mayo inició de la peor forma: mientras hordas de langostinos morían sobre la arena, un fulminante paro respiratorio acabó con la vida del cronista rockero Octavio Hernández, de 55 años de edad. Conocido entre propios y extraños como Bibliorock e identificable a leguas por su pelo de micrófono a lo Javier Bátiz, Octavio fue padrino e impulsor de mil y un proyectos que iban desde revistas y programas de radio hasta tocadas y festivales de todos los tamaños. Chilango de nacimiento y tijuanense por adopción, Octavio se inició como periodista cultural en unomásuno a principios de los ochenta y su última criatura editorial fue la revista TijuaNeo. La noche del jueves 28 de mayo se celebró un homenaje de cuerpo presente en el vestíbulo de El Cubo, en el Centro Cultural Tijuana. La última velada en que se había respirado semejante atmósfera en El Cubo ocurrió en septiembre de 2013, cuando miles de tijuanenses acudieron a despedir a Rafa Saavedra, el poeta electropop
de la noche fronteriza, padrino del fanzine y el movimiento bloguero en Baja California. Solo la muerte es capaz de reunir en pleno a las diferentes cofradías contraculturales. Con el sol exiliado allende La Rumorosa, el gremio artístico celebró el Rosarito Art Fest, que contra viento y marea empieza a transformarse en una tradición asociada al fin de semana largo del Memorial Day estadunidense. La obra de artistas como Francisco Cabello, Lucille de Hoyos, Rocío Hoffman, Benito del Águila y Miguel Nájera, entre otros, pintó de intensos colores el bulevar rosaritense. Después de un largo invierno de vacas escuálidas producto de la inseguridad y la recesión, el turismo empieza poco a poco a volver a Rosarito y hay quienes aparte de cerveza y langosta con frijoles también compran algún cuadro hecho en Baja California. Quienes hacen esfuerzos por superar los escollos del pasado son los organizadores de la Feria del Libro de Tijuana que arrancará el próximo 19 de junio en el Cecut con un severo recorte presupuestal. La gran fiesta de los lectores, puesta en marcha en 1980 gracias al impulso de Alfonso López al frente de la Unión de Libreros, ha sido una suerte de salmón nadando contra corrientes hostiles a lo largo de 35 años. Beatriz Espejo será la escritora homenajeada en esta edición y se tienen confirmadas presentaciones de Enrique Serna, Benito Taibo, Efraín Bartolomé, José Reveles, entre otros. En el Centro Cultural Tijuana la sala principal ha sido bautizada con el nombre de Federico Campbell, aunque todavía no queda claro cuál será el destino de la biblioteca personal del autor de Padre y memoria que originalmente, se dijo, sería donada al Cecut. Otra víctima del recorte es el Festival Ópera en la Calle que este verano celebrará su doceava edición. La falta de apoyo del gobierno del estado, que ha reorientado sus recursos a un centro Teletón, no ha inhibido a esta ya tradicional fiesta en la que bellas voces inundan cada mes de julio las calles de la añeja colonia Libertad. Impulsada por la maestra Teresa Riqué y por una cofradía de enamorados del canto, Ópera en la Calle sigue adelante gracias al apoyo del público y de patrocinadores particulares. Si bien el sol se ha pasado de tímido, la gente toma la calle y abarrota los foodtrucks que son el nuevo furor gastronómico urbano o llena sus tarros de caseras extravagancias en el Festival de la Cerveza Artesanal y, aunque la primavera 2015 parece tener más de una esquina rota, la noche tijuanense sigue teniendo complejo de eternidad. L
a emoción es monumental, alentada por el destrampe etílico. El mundanal asombro certifica la velada ante sus propios ojos: el Tropical Montserrat ameniza la actitud depredadora de los asistentes emperifollados en los Salones del Prado de la calzada Madero, del padrote de barrio con sus deslumbrantes cadenas de oro, departiendo con la dama alegre de la cadera suelta. A su lado, el trailero de quinta rueda está a punto de convencer a la vendedora de fayuca aficionada a la música sabrosa. Las mesas de ocho personas donde nos refugiamos son el domicilio conocido adonde los meseros entregan la correspondencia de nuestras bebidas. La bestia humana de mi inteligencia se difumina con la ingesta. En cada trago, contengo la fascinación de ser víctima cabal de las ambiciones dancísticas. Mi cerebro se fisura en este jolgorio musical. Privilegiado de las percepciones, degusto con actitud desdeñosa la franca incapacidad por el baile. El acto exhibicionista de contener la mirada baja para no perder el ritmo o el movimiento. Palero con nociones de defensa personal social. Puedo distinguir a los embaucadores licenciosos en la era del caos sonoro. Con imaginarios golpes de karate vacío la lata de cerveza. Cada melodía suma el éxtasis del tumulto y la aglomeración. Las parejas acompasadas, obra plástica de la casualidad, se relacionan en la posibilidad de la mirada deslizante. La mano al talle de la cintura depura los tabúes irracionales y predice el optimismo horizontal, posterior al encuentro, en el after dancístico, en cualquiera de los moteles del rumbo. A los Salones del Prado no se viene a catequizar sino a reiterar el fervor solidario de los cuerpos con sus efluvios, con sus infinitas variables, al momento de lazar a los bailadores. El Tropical Montserrat dirige la experiencia en el compadrazgo. Cada pieza instrumentada descorre con alevosía la cortina del pudor. La red de relaciones instantáneas gesticula en el agasajo marinero, el beso furtivo y la caricia cachonda a medio olvidar. En la ecuación, percibir la puerta abierta de los cuerpos es hallazgo decimonónico de transfusión de sudores y saliva. Los escotes de las bailadoras permiten místicas miradas a las historias de vida: los tatuajes, pluralidad de cientos de gotas de tinta sobre la piel. Las imágenes de claveles y rosas tienen el nombre calcado del amante y auguran el intercambio de mariposas suprasensibles en la parte baja del territorio siempre virgen de la espalda. Las aventuras postreras de las representaciones de la fe (la Santa Muerte, san Judas Tadeo y la mismísima Virgen de Guadalupe), la ubicuidad de las fechas históricas (los descendentes rostros de los hijos, los ascendentes de los padres ya finados como forma de lápida y homenaje permanente, en el cuerpo que tarde o temprano se han de comer los gusanos) y las leyendas asimiladas contra la interpretación: la lujuria es discurso escrito con multimedia en los Salones del Prado. El impacto fenotípico conmina al acto contemplativo sin daños a terceros. No te claves, lo pintoresco resulta amenazador si eres descubierto en la maroma por el caballero–acompañante–espadachín del honor nunca antes mancillado pero siempre presto para gozar las dotes del sexo ocasional. El desfile de clientela ofrece opciones reconstituyentes de optimismo. Mi cuenta se va ensanchando como resultado de la sed impía. Mientras la barriga de billetes en la cartera no mengüe y la vehemente garganta no decaiga... Me rodeo del sarcasmo que es aura parapsicológica. La vehemencia entrecruzada: el Tropical Montserrat–los danzantes–el consumidor etílico. Quien se duerme pierde la canción que es predica de las convicciones heredadas. El acto proselitista sentimental, la dedicatoria de las melodías. Quienes las solicitan están obligados a la representación emotiva de tabla gimnástica en la pista: el baile. Regocijados fervorosos en cuatro interminables minutos. El centro de atención certifica lo insólito al sellar la terapia con una caricia. El protocolo incluye barra libre de hidrogenación alcohólica para no quedar desplazado en el frenético ritmo del carnaval musical. Soy turista alcohólico con parámetros aleccionados. De actitud de oriental: ojos en vez de cámaras fotográficas y oídos en ocasión de grabadora de sonido. Memorizo el embotellamiento, permanezco alerta. Superviso a las parejas. El ritual mantiene conversación con la acompañante ocasional. Nosotros somos los indefensos, ellos los triunfadores, los reyes de la colina. Antes de tragarme, la profunda noche, con su niebla estilo londinense, requiero de aire libre de tabaco, sudor y feromonas. Saldo la babélica cuenta con el vigilante mesero, quien me otorga el pase de salida. Vigorizo mis contrechas piernas entumecidas por la estadía y el alcohol. Los salones de baile funcionan como centros de detención: su población fluctuante son los presidarios danzantes que permanecen por propia voluntad. Rehabilitados rehacen sus experiencias, a media luz del intelecto, en el after erótico. Encuentro el auto estacionado sin novedad alguna. Atrás queda aún sonando la sempiterna cumbia tropical del Montserrat. Por dentro, en el alma, llevo la fiesta a casa. L
LABERINTO
Héctor de Mauleón
“La Ciudad de Méxic como un cofre de sec El periodista, cuentista y novelista nacido en Santa María la Ribera acaba de publicar su cuarto libro de crónicas, La ciudad que nos inventa (Cal y Arena), un viaje por más de 500 años de historia de la que alguna vez fue “la región más transparente del aire”. En esta conversación recorre sus calles y barrios más entrañables, lamenta la desmemoria de los gobernantes y descifra las claves para recuperar los lugares donde aún respira el pasado Iván Ríos Gascón
H
éctor de Mauleón es un cronista esencial de la Ciudad de México. Novelista, cuentista y periodista, de su bibliografía, entre la que se cuentan La perfecta espiral, Como nada en el mundo y El secreto de la Noche Triste (narrativa), destacan sus volúmenes de crónica El tiempo repentino, Marca de sangre. Los años de la delincuencia organizada, El derrumbe de los ídolos, y una vasta antología de la obra de Ángel de Campo, Micrós. Conductor del programa El Foco, de Canal 40, transmisión dedicada al redescubrimiento de los rincones emblemáticos de la ciudad más grande del mundo, De Mauleón es un flâneur que en cada expedición va reuniendo el tiempo recobrado. La ciudad que nos inventa (Cal y Arena, 2015), su más reciente libro, comienza con la metrópoli de 1509 y concluye, de manera provisional, en 2014, como un itinerario en el que los fantasmas y sus reinos adquieren un soplo de vida, quizá porque la memoria es algo similar, un espectro que aparece de improviso para volver a desvanecerse.
PROYECTO 40
Parece que habitamos una ciudad sin memoria. Cuando pienso en todos esos inmuebles que se tiran para levantar multifamiliares u oficinas, me convenzo de que no hay una voluntad por preservar los recuerdos de la urbe. Esa es una de las grandes maldiciones de estos tiempos. No haber preservado la memoria. De hecho, combatir la memoria parece ser el sino. Yo siempre cito una frase de Artemio de Valle Arizpe, que dice que la verdadera maldición de la ciudad es tirar lo único para levantar lo que se encuentra en cualquier parte. Y él lo decía a propósito del Hospital de Terceros, que demolieron para hacer lo que a Artemio le parecía un edificio loco. Es decir, tiras un convento para hacer un estacionamiento, ¿por qué precisamente ahí? Hay muchas razones: razones políticas, estéticas o modas, que han atentado contra la memoria. Juárez quiso borrar el mundo colonial y mandó tirar los conventos y los templos para entregar los predios a la gente y hacerlos vecindades, pero muchos otros simplemente los demolió. Cuando le preguntaron, ¿te das cuenta que estás socavando tres siglos de pasado?, contestó: “Mi compromiso es con el futuro y no con el pasado. Procedan”, le ordenó a Gabino Barreda. Entonces, por borrar el pasado español se atentó contra la memoria. Como si las piedras fueran responsables de lo que iba sucediendo. Luego, el porfiriato odió también lo que hizo Juárez y por imponer un modelo europeo o por traer París a México, levantó edificios afrancesados. Después la Revolución: mira lo que le hizo a la colonia Juárez: destruyó lo más que pudo para demoler el porfiriato. Cada sexenio se empeña en tirar lo que hizo el anterior. En esa carrera, la ciudad ha pagado un precio exorbitante.
La ciudad también se le entregó al automóvil. El automóvil llegó a México en 1895, 1896, y, a partir de ese momento, todo el diseño urbano se hizo en función de abrirle paso a su majestad, el auto. Ahí comienza el tiradero. La primera gran destrucción fue para abrir 20 de Noviembre. Arrasaron ocho manzanas de caserones coloniales, todo lo que era la parte sur de la ciudad en ese tiempo. Ocho manzanas para que 20 de Noviembre corriera de Tlaxcoaque al Zócalo. Y después vinieron los ejes viales y todo lo demás. Manuel Payno decía que si te ibas de México diez años, al volver te parecía que estabas en otra ciudad, por todo lo que había cambiado. Arrasar y construir. La impronta de quienes gobiernan la ciudad. Sí, es una constante, pero hay que recordar que la revaloración del pasado solo estuvo en manos de unos cuantos. Nunca fue compartida por el poder, ni siquiera por la sociedad. Lo antiguo se consideraba viejo. Se demolía en aras de lo moderno. Era, también, una postura. La revaloración comenzó muy tarde. La declaratoria de monumentos históricos en la Ciudad de México se llevó a cabo en 1933, cuando ya llevaban 110 años destruyendo. Por su parte, el rescate del Centro Histórico comienza casi 60 años después, a finales de los años ochenta y principios de los noventa. Para entonces, lo que se había perdido era tremendo. Hay un libro fundamental sobre este asunto: Crónica del patrimonio perdido, de Guillermo Tovar de Teresa, un repaso de lo que ya no existe, de lo que queda solo en fotografías y documentos. Generalmente sentimos más fascinación por las ciudades ajenas. Los mexicanos regresan encantados por lo que vieron en París, se asombran de la arquitectura de Londres; por ejemplo, esas placas que adornan ciertas casonas y que dan cuenta de quienes las habitaron, escritores, ministros o artistas, detalles que son escasos en este país. La mirada en otro lado. Eso viene del trauma o del complejo de inferioridad colonial. No obstante, creo que ahora, en este momento, las cosas han cambiado. Hay una curiosidad entre los jóvenes, que antes solo era asunto de ancianos, que están ávidos de entender, de conocer y descifrar la ciudad. Eso no pasaba antes: se está cobrando conciencia de que esta ciudad va a cumplir cinco siglos, en 2021, de haber sido fundada por Cortés. Y 700 años de haber sido creada por los mexicas. Pero aún existen ciertos lugares emblemáticos. Por supuesto. Lo que hoy conocemos como el Centro de la ciudad, en realidad es una urbe de finales del siglo XVIII. De los últimos tercios de ese siglo. Del siglo XVI no hay nada, del siglo XVII queda poquísimo, y la idea que tenemos del Centro proviene de una moda arquitectónica de 1760, 1770 y 1780. Son arcos, patios, portones y cantera. La ciudad barroca es lo que nos quedó y lo anterior se borró. No tenemos ni idea de cómo pudo haber sido la ciudad en 1600 o 1700. Curiosamente sobrevive lo que está abajo. La ciudad es como un palimpsesto. Quizá no hay nada del siglo XVI o XVII, pero abajo sí está la época prehispánica. Lo que Cortés no sabía es que estaban construyendo una pirámide encima de otra. Eso fue lo que nos dio tanta información del Templo Mayor pues, aunque arrasaron, abajo se quedaron otros templos. Estaban los restos de una construcción encerrada dentro
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de portada BENJAMIN W. KILBURN
co es cretos” de lo que aplastó Cortés, y eso, precisamente, es lo que ha arrojado más información sobre la ciudad mexica. Ahora bien, imagínate todo lo que destruyeron al introducir el Metro por Tacuba: le da la vuelta al Zócalo, pasa frente a la Catedral y Palacio Nacional y se va por la vieja Calzada Iztapalapa, que hoy es Tlalpan. La excavación atraviesa el alma del recinto ceremonial azteca. Eso sucede en tiempos de Díaz Ordaz, y nunca nos enteraremos de lo que demolieron. Tuvieron que entrar desbaratando muros y calles de una ciudad que estaba abajo, porque todo está erigido sobre algo. Uno de los hallazgos más relevantes que he obtenido tratando de entender las calles es que el Centro está ondulado. Las calles son onduladas porque donde está la ondulación hay una construcción prehispánica. Un edificio se halla sobre eso y el resto se hunde en el subsuelo, pero éste sobresale porque está encima de una edificación de piedra. Cuando vas por esas calles del Centro y se ve ondulado es por eso. Debajo hay un basamento prehispánico, mexica. Cuando hicieron el Metro yo vivía cerca de la calzada México–Tacuba, en la calle Amado Nervo, y con la excavación empezó a salir todo lo que se perdió en la Noche Triste: pedazos de armaduras, lanzas, un tejo de oro, y luego, en las obras del Metro en la calle de Tacuba, en el zócalo, comenzaron a emerger los templos. Debajo de nosotros hay otra ciudad. Donde toques hay un secreto. Hay un tesoro perdido bajo tus pies, donde la gente camina, donde pasan los coches. La ciudad es como un cofre, un tesoro que hay que recuperar. Con los espacios físicos también se pierden los recuerdos personales, las leyendas, los rumores. Una casona pudo ser la referencia de algo que sucedió. Esa es otra cualidad. La calle de La Joya, por ejemplo. Ahí está la plaquita que la nombra (en 5 de Febrero) y ninguno de los cronistas sabe por qué le pusieron así, La Joya. Es algo que se perdió, que no tiene memoria. Marroquí cuenta que le intrigaba aquel nombre y por más que le buscaba no hallaba una explicación. Marroquí hizo la memoria de casi todos los nombres de las calles. Por qué se llamaba, por ejemplo, la calle Montevilla. Sin embargo, con La Joya era imposible, y una vez leyó en un periódico un artículo de Vicente Riva Palacio, que explicaba el nombre. El texto contaba un drama pasional: un hombre pescó a su mujer recibiendo una joya de otro individuo y mató a los dos. El asesino clavó la joya en la puerta de su casa para que la gente viera cómo se cuida la honra. Marroquí narra que salió a buscar a Riva Palacio y le dijo: “Oiga, de dónde sacó este documento, esta historia”. Riva Palacio contestó: “No la saqué de ningún lado, la inventé”. Ese es un ejemplo de cómo se pueden ir perdiendo los significados, las esencias. Algo que también suele perturbarnos es que cada edificio que tenga 200 o 300 años se haya ido. Hubo gente que se enamoró, que se murió o que sufrió en esos edificios, hubo gente que ahí aprendió a hablar, es decir, en esas casas en ruinas pasaron cosas y de repente se va el edificio y se lleva la memoria. Buen punto. Los nombres y el pasado… Lo de los nombres es otra decisión política. La Revolución convirtió las calles en pizarrones, en clases de historia. Zapata, Constitución de 1917,
Acequia de Roldán. Vista desde la Puerta Falsa de La Merced (hoy República de Uruguay), 1872
El libro se presenta el 16 de junio a las 19 horas en el Museo de la Ciudad de México
20 de Noviembre, 5 de Febrero, Hidalgo… Eso lo empezaron Juárez y sus secuaces, los liberales: ponerle a una calle Leandro Valle y quitarle los Sepulcros de Santo Domingo. Desde ahí comienza el exterminio de la memoria, porque al principio cada rincón de la ciudad recibía los nombres de algo que había pasado o de alguien que ahí vivió. Había calles que se nombraban con los apellidos de los vecinos más relevantes, como Ortega. O si un hospital se situaba en una calle, ésta era la de San Andrés por el hospital u otras veces por algún suceso: la calle de Las Carreras, donde ocurrió la corretiza; la calle de La Amargura, donde mataron a un montón de españoles en la toma de Tenochtitlan y donde, por tanto, sufrieron mucho. Obregón, para agradecer a los países latinoamericanos que reconocieron su gobierno, rompe tres siglos de memoria y nombra calles como República de Brasil, de Colombia, de Chile, de Guatemala y Argentina. Lo bueno es que se le acabó América Latina, y todavía tenemos las calles de Plateros y Madero. Isabel La Católica, Bolívar y luego 20 de Noviembre se vuelven un discurso político a costa de la memoria. Eso es parte de lo que se pierde. La decisión siempre viene de arriba. Con los cambios y el vértigo de estos días en la ciudad, parece que el pasado fue un sitio mejor. Para nada. Hay una crónica sobre los excusados públicos que cuenta cómo la gente defecaba en el atrio de la Catedral, por dentro y por fuera, y con una pala se levantaba el excremento una vez por semana. El cronista narra que salía humo, el olor era insoportable. Esa ciudad no la resistiríamos ni un solo día. ¿Cuál fue el gran siglo de las transformaciones urbanas? Yo creo que la Ilustración. La Ilustración clausura mil años de la Edad Media, abre muchas cosas, la habitación privada, por ejemplo. Empieza el diario, la correspondencia, el romanticismo, la idea de la libre circulación de las cosas. No debe haber estancamientos, el agua debe circular, debe haber luz, esa sí fue una renovación tremenda. Se cerraron los últimos canales; por ejemplo, el
de Revillagigedo, un canal que pasaba frente al Gobierno del Distrito Federal, que venía de La Merced y llegaba hasta San Juan de Letrán, lo que hoy es 16 de Septiembre. Era una calle de tierra con un canal en medio. Estos canalitos atravesaban el centro y, secos, se llenaban de basura. La gente echaba ahí los excrementos y si se moría un perro, ahí quedaba. ¿Cuál es tu sitio preferido de la ciudad? La parte trasera de Palacio Nacional. Toda esa vía que va hacia La Merced. Me enloquece porque tiene un aire de descuido, de suciedad, totalmente distinta a Madero, que ahora, más que calle, parece un centro comercial. El sitio del que te hablo tiene un hálito misterioso, una pátina que vuelve milagrosa y atractiva a la ciudad. Es el único espacio que, por su naturaleza, desde el principio fue un sitio miserable. En otros tiempos se hallaba un lago. Y había mosquitos que propagaban enfermedades. Ahí quedaron los pobres. Las familias ricas se fueron al poniente y los pobres al oriente. Eso marcó el destino de la ciudad. Aquella era la zona de entrada del comercio y era una locura de gritos, de malos olores, de borrachos, de gente comprando. Un auténtico hormiguero. Hasta la fecha, este sitio conserva esa tradición. Entras y encuentras palacios abandonados, vecindades como las del siglo XIX, con el baño, de uso común, bajo las escaleras. Un baño con unos lavaderos y macetas, y hasta con un gato corriendo de un lado a otro. En esas zonas se ha detenido el tiempo, son espacios donde sigue siendo 1612. En la Ciudad de México aún hay rinconcitos donde no ha pasado nada. Quizá porque el tiempo no llega parejo. Mucha gente que vive ahí tiene llagas en las manos, en los pies —como en 1612—, y cuenta con los mismos recursos de esa época, varada en sus rincones. A ellos no los tocó la ciudad. En La Merced, uno de los detalles más asombrosos que encontré, fueron las escaleras que llevaban al canal. En la parte trasera de una casa, en el patio, hay unas escalinatas que se pierden en la nada. Y es que todas las casas tenían una salida para la canoa, pues la mitad del centro eran caminos de agua y la otra mitad de tierra. Así, la entrada trasera se usaba para almacenar la mercadería y la del frente para ir a la calle. Le llamaban Puerta Falsa. L
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MILENIO
literatura ARCHIVO FNPI
La mayoría de los que se van, no se van del todo, siempre queda una relación con aquello a lo que has pertenecido, algo muy fuerte y difícil de romper
viajar, pero en general, desde hace dos años, todos los cubanos pueden tener un pasaporte y viajar. ¿Lleva muchos lastres en la espalda? Sobre todo incomprensiones. Muchas ortodoxias, muchas presiones, entre las que hemos tenido que vivir. Cuba es todavía un país donde hay personas que creen que pueden decidir qué es lo que debes leer, qué es lo que puedes ver en el cine, qué es lo que debes decir, y eso me ha provocado muchos problemas en mi vida. El intelectual pensante que no tenga problemas con la ideología es que no lo es. ¿Desde dónde se sitúa al escribir? Hay que tener la capacidad de observación sin creer en verdades absolutas. Mi literatura es una interrogación, es una mirada que interroga la realidad cubana, y trato de establecer un diálogo con ella a partir de esa interrogación. Literariamente, ¿qué respuestas no ha encontrado a las preguntas que se ha hecho? No sé, creo que todas las que me he hecho he tratado de responderlas, y las preguntas que no me he hecho son posiblemente las novelas que no se me han ocurrido.
Leonardo Padura
“Chico, no me creo nada de lo que me ha pasado” El autor de El hombre que amaba a los perros y del ciclo de novelas policiacas protagonizadas por el detective Mario Conde ganó en días pasados el prestigioso Premio Princesa de Asturias de las Letras. En esta charla expone los motivos por los que no quiere abandonar Cuba y abunda en sus relaciones siempre desconfiadas con la política ENTREVISTA Gustavo Mota Leyva/ Madrid
L
eonardo Padura, el más internacional de los escritores cubanos en la actualidad, fue reconocido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, porque su obra constituye “una soberbia aventura del diálogo y la libertad”. Según refleja el acta del jurado hecha pública en Oviedo, “Padura es un autor arraigado en su tradición y decididamente contemporáneo; un indagador de lo culto y lo popular; un intelectual independiente, de firme temperamento ético”. Leonardo Padura es un hombre que defiende su derecho a quedarse en Cuba, un escritor que interroga a su sociedad, y un ser humano que observa como si todo a su alrededor le fuera cercano. Posee una calma que no se ve alterada por nada ni por nadie y responde sin solemnidad. ¿Por qué no se ha ido de Cuba? Vivo en La Habana, en un barrio que se llama Mantilla, y no me he ido de ahí porque tengo un arraigo muy fuerte a ese mundo en el que he vivido siempre. La casa donde nací y vivo desde hace 60 años la construyó mi padre en 1954. Yo nací en 1955. Ese es el territorio de mi infancia, una infancia muy feliz. A los cuatro años yo ya estaba en la esquina de mi casa jugando beisbol, es mi lugar natural.
¿Qué preguntas son las que más le hacen y que aquí no va a contestar? Son las que tienen que ver con la situación política, económica y social, y de verdad quisiera que no me las hicieras porque siempre tengo que decir lo mismo, y de manera muy limitada, pues no soy ni economista ni politólogo ni sociólogo; soy escritor. ¿Cómo vive la política? Trato de vivirla con toda la distancia posible pero Cuba es un país donde es muy difícil alejarte de la política. Cada acontecimiento está relacionado con la política. Si en la panadería hay pan es una cuestión económica pero también una cuestión política. Nunca he sido militante de ningún partido, trato de ser un ciudadano con conciencia, un escritor que escribe sobre su sociedad. ¿De qué privilegios goza a diferencia de otros cubanos? Mi obra me ha traído el enorme privilegio de ser un escritor que vive de su trabajo. Usted tiene más libertad de viajar que los neurocirujanos. ¿Por qué? Afortunadamente, esa situación cambió. Puede ser que haya alguna persona que necesite un permiso especial para
Con relación a la película Regreso a Ítaca, de la cual es usted guionista, puede contestarnos ¿qué es lo que permite la duración de una amistad? La tolerancia. Cuba es un país que ha vivido muchos procesos de intolerancia respecto a las creencias religiosas o a las preferencias sexuales. Creo que lo principal para ser un verdadero amigo es la capacidad para soportar lo que uno a veces no soportaría de sí mismo. Creo que soy una persona que nunca le ha hecho daño a nadie, por lo menos conscientemente. ¿Ha llegado a pensar que irse de Cuba significa no enfrentar la realidad? No puedo juzgar la decisión de otros. Creo que cada cual tiene sus razones y debe tener la suficiente libertad para poner en práctica esas razones. ¿El que se va, se va del todo, y el que regresa, regresa del todo? Creo que los cubanos, la mayoría de los que se van, no se van del todo, siempre queda una relación con aquello a lo que has pertenecido, algo muy fuerte y difícil de romper. ¿Por qué sus novelas son cada vez más ensayísticas? Quizá porque cada vez me hago más preguntas. Esto del ensayo tiene que ver con la mirada a la historia. Y busco en la historia razones que me expliquen el presente, por eso acudo tanto a esa visión, a esa indagación de pasados históricos que me permiten explicar mi propia realidad e incluso mi propia vida. De todo lo que tiene y ha sido, ¿qué no cambiaría? Creo que mi niñez, y a mi mujer, Lucía, que es algo que me pasó en la vida, como un premio grande que me gané. ¿Le importa parecer inteligente? No, me encantaría ser muy inteligente. Chico, no me creo nada de lo que me ha pasado. Si hablo mucho es porque soy hijo de mi madre, que es una persona que tienes que amordazar para que se calle la boca. Soy una persona que ha tratado de focalizarse en las cosas que son importantes, pero sin dejar de hacer las cosas que son aparentemente insignificantes, como sentarme una noche con mis amigos en La Habana a tomarme una buena botella de ron. L
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LABERINTO
en librerías Clarice Lispector. Fotobiografía
Del dolor y la razón
Nádia Batella Gotlib S/ Conaculta México, 2015 634 pp.
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ás que acucioso y revelador es el resultado obtenido por este libro. Cientos de imágenes provenientes de archivos históricos y familiares, de hemerotecas y bibliotecas crean un oleaje narrativo que arranca en Odesa, a fines del siglo XIX, y concluye en 1977, en Río de Janeiro. A la belleza asiática de Clarice Lispector se suman los escenarios íntimos y naturales donde transcurrieron su vida y su escritura. La iconografía incluye la reproducción de carteles, facsímiles, portadas de libros, hojas manuscritas, documentos y hasta registros de inmigración. Ahora queremos aún más a Clarice.
Los pasos de Jorge
Joseph Brodsky Siruela España, 2015 383 pp.
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ublicada en 1995, un año antes de que el poeta ruso muriera en Nueva York, esta rica colección de ensayos se instala en el territorio dúctil de la memoria personal, hecha por igual de experiencias y libros. Hay, por ejemplo, un cuadro de Stalingrado durante los meses del asedio alemán, una disertación sobre la “condición a la que llamamos exilio”, la crónica de un desventurado viaje a Brasil y una sorprendente reconstrucción de los juegos de espías que protagonizaron Estados Unidos y la Unión Soviética. Hay lugar asimismo para Marco Aurelio y Robert Frost y, claro, para la poesía.
La maestra y el Nobel
Vicente Leñero Seix Barral México, 2015 118 pp.
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ublicado originalmente en 1989, este ensayo biográfico, que roza la crónica periodística, el registro memorioso y la confidencia, va en busca del Ibargüengoitia dramaturgo, el mismo que empezó su carrera con Susana y los jóvenes y dejó los escenarios en 1964, luego del fuego que desde las páginas de la Revista de la Universidad de México encendió Carlos Monsiváis. El mundillo teatral de las décadas de 1950 y 1960 revive con todas sus frivolidades y miserias y a la vez con la pujanza que hasta hace unos cuantos años se echaba en falta.
La canción de la bolsa para el mareo
Beatriz Parga SUMA México, 2015 205 pp.
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Acaso Rosa Fergusson y sus tempranas enseñanzas tuvieron un importante papel para estimular la imaginación y el amor al estudio de su famoso alumno?”, leemos a mitad de esta biografía novelada que entre otros episodios captura los primeros ocho años de vida de García Márquez en Aracataca. Rosa Fergusson es el nombre de la maestra, una joven tocada por el don de la espontaneidad, enfermera de profesión y seguidora del método Montessori. La novela nació en la hora en que García Márquez le dijo a Parga que debía conocer a la maestra que le enseñó a escribir.
Miguel Ángel. Una vida épica
Nick Cave Sexto piso España, 2015 174 pp.
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ick Cave escribe: “Cuando Brian Ferry cantó la antigua y desoladora balada inglesa ‘The Butcher Boy’ esa tarde en el South Bank Centre, en Londres, lo hizo solo al piano y transmitía, con sus susurros, una sensación de abandono tal que ni mi mujer ni yo pudimos contener las lágrimas. ¿Fue por la interpretación sobrenatural de la canción? ¿O por su desoladora letra? […]. Brian Ferry se convirtió en un auténtico dios que concedía destinos peligrosamente con la voz más hermosa del mundo”. Vale la pena leer esta especie de diario, ensayo, reflexión y filosofía del gran líder de The Bad Seeds.
Las cartas del Beagle
Martin Gayford Taurus México, 2014 704 pp.
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oy un escritor, principalmente de arte y jazz”: de esta manera se presenta en su página el inglés Martin Gayford. Lo voluminoso de su biografía del artista italiano apenas está a tono con la vida épica que trata. Para Gayford, Miguel Ángel fue el “artista más célebre que nunca hubiera habido hasta ese momento, y es más, de acuerdo con muchos parámetros, el más famoso de todos los tiempos”. Mientras aún vivía, se escribieron dos biografías sobre él, siendo la más famosa la de Vasari. Detalles como el que no se asumiera como artista y su amistad con varios papas están en estas páginas.
La caída del telepresidente
Charles Darwin Fondo de Cultura Económica México, 2014 536 pp.
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unto con los viajes de Cristóbal Colón y de Fernando de Magallanes, el realizado por Charles Darwin en el Beagle es uno de los grandes periplos que ha realizado el ser humano. Como es sabido, este viaje le permitió desarrollar las ideas que quedaron plasmadas en su libro El origen de las especies, que aún en nuestros días sigue generando polémicas. El viaje duró cinco años: de diciembre de 1831 a octubre de 1836. Este volumen, como señala Janet Brown en la introducción, bien puede leerse como una novela epistolar. Las cuestiones científicas y las familiares adquieren la misma importancia.
Jenaro Villamil Grijalbo México, 2015 277 pp.
E
l politólogo y periodista especializado en el análisis de los medios de comunicación tiene la certeza de que, al cabo de dos años y medio, el gobierno de Enrique Peña Nieto “no demuestra fortaleza sino vulnerabilidad”. Este libro tiene el propósito de demostrarlo, siguiendo el hilo que lleva de las “reformas estructurales” al despido de Carmen Aristegui, pasando por Televisa y Ayotzinapa. Los términos “porfirista” y “bonapartista” son más que enarbolados por Villamil, quien augura crisis y desencanto social después de las elecciones del 7 de junio. El prólogo corre a cargo de Elena Poniatowska.
El síndrome de Harry Block LOS PAISAJES INVISIBLES Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com
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oody Allen se burló del tema en Deconstructing Harry (1997): un escritor hace de su vida el elemento narrativo y lo que compone es una obra virulenta, mucho más horripilante que cualquier ficción. Al poner a hablar sin ambages ni eufemismos a su rencoroso yo, Harry Block usa ese libro como una especie de terapia de autoayuda pero termina escribiendo un análisis feroz del elenco y las circunstancias que hicieron de su ego un monstruo henchido de desdén. Padre, madre, ex esposa, hermana, cuñada y amigos conforman una caricatura sobrada de amargura pero llena de ironía, en la que el único corazón sencillo es ese Harry que mira al mundo como un niño que o se inventaba su propio Freud o terminaba ahorcando putas y rabinos (las primeras eran su mayor debilidad, los segundos sus adversarios más recalcitrantes). Sin embargo, Harry no tenía propósitos exhibicionistas sino intenciones redentoras, y aunque en su libro ocultó a los allegados con máscaras y claves, además de disimular los hechos con trama novelesca, para su infortunio todos se descubrieron. Harry se pasa la película escuchando reproches y mentadas de los títeres sin cabeza que inmortalizó. Hoy el relato autobiográfico se perfila hacia esa especie de confesionario crudo e implacable, maldoso y destructivo como el de Harry Block, solo que ya casi no disfraza nada. Ahí está el éxito del sexteto Mi lucha, del noruego Karl Ove Knausgård, retratos de una familia patética y disfuncional, que satisface a sus lectores con la impúdica exposición de la peculiaridad y el desdoro de su tribu escandinava, modernos vikingos cuyo porvenir inexorable es el caos emocional. Los libros de Knausgård también le han acarreado problemas familiares, pero él se defiende argumentando que su búsqueda únicamente consiste en recuperar la infancia perdida, ese pedazo de edén luminiscente que
eleva o aniquila. La escritura, entonces, es un método para huir o conjurar el determinismo. Otro fenómeno parecido al de Knausgård es el del francés Édouard Louis. Para acabar con Eddy Bellegueule (en español por Salamandra), una novela sobre el supuesto bullying sin límites ni pausas, en realidad es una crónica desternillante y visceral de los usos y costumbres de un pueblucho al norte de Francia, villorrio en el que beber hasta necesitar una camilla, pelear hasta perder la dentadura, abandonar al cuerpo a la obesidad y el desaseo o inmolar hasta la última neurona con maratones televisivos, lo orillaron a huir desaforadamente para evitar un destino manifiesto —la tortura física, psicológica y emocional—, pues Eddy Bellegueule, a la sazón el mismo Édouard Louis, era el ser más políticamente incorrecto de ese pueblo: renegado de la casta proletaria, adorador de la lectura, aspirante a estudios universitarios y al ascenso social y, para colmo, homosexual. Comparando a estos autores, lo que abruma en Knausgård pero en Louis funciona, es la forma de mirar. Mientras el noruego se arranca hasta el último cabello con rudeza, el francés conmueve, irrita o asquea a través de una prosa fotográfica, un carrusel de imágenes en el que no hay enjuiciamientos ni encono o victimismos. El síndrome de Harry Block se extiende lenta, progresivamente. Hay quienes incluso afirman que es la nueva tendencia literaria y hacen cartografías de títulos y autores que, hipotéticamente, son los más destacados discípulos de Proust. Yo pienso lo contrario. Si la imaginación se acaba, siempre se podrá echar mano de un raudal de recuerdos malos y, de paso, aporrear al padre o la madre o el hermano por los traumas recibidos aunque, pensándolo bien, eso es una impostura. El escritor pone mucho de sí en cada personaje, tanto que cuando sus creaciones son grandiosas surgen mitos, como esa romántica falacia que afirma que Flaubert dijo o escribió “Madame Bovary c’est moi”. L
10 b sábado 13 de junio de 2015
MILENIO
cine ESPECIAL
Nicolás Echevarría
“La región de Wirikuta está amenazada” Eco de la montaña es un peregrinaje físico y simbólico por los elementos de la cultura huichol, plasmados en el mural de Santos de la Torre para la estación del metro parisino Palais Royal ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com
F
iel a su vocación por indagar en la cosmogonía indígena, el cineasta Nicolás Echevarría se propuso seguir a Santos de la Torre en la realización de un mural huichol. Juntos emprendieron un peregrinaje físico y simbólico por los elementos sagrados de su cultura. El resultado de su expedición dio origen a Eco de la montaña, documental que después de un largo periplo por festivales se estrena en México. ¿Cómo se encuentra con la historia de Santos? La idea de la película se la debo a Michael Fitzgerald, productor de las últimas películas de John Houston. Me sugirió trabajar con Santos de la Torre, quien hizo un mural huichol para la estación del metro Palais Royal–Musée de Louvre. No fue invitado a la inauguración y además tardaron años en pagarle. A mí me interesó la historia del mural como punto de partida, porque el mundo religioso y ritual siempre me ha llamado la atención. Para efectos de la película, el mural termina por ser una metáfora de la cosmovisión de los huicholes. Exacto. Se trata de lo que está detrás del mural, de toda la cosmovisión y de todo lo que un artesano, en este caso artista, tiene que saber y entender. Quería mostrar el significado de las figuras que diseña. Hubiera sido imposible abordarlo todo, por eso nos centramos en lo más importante: cómo nace la vida, el sol, el fuego; cómo se crean los seres humanos, de dónde vienen. Digamos que es un pequeño códice. Al final lanza una alerta sobre los peligros que enfrenta este grupo. Es un tema que no podemos evitar. La región de Wirikuta está amenazada y hay que tomarlo en cuenta; es el territorio más sagrado de
los huicholes. Haber sido concesionado a los mineros canadienses lo puso en verdadero peligro. Hay gente tratando de parar esto pero no nos sorprenda que en un descuido empiecen a escarbar. Al margen de que sea una falta de respeto a un lugar sagrado, es un crimen ecológico. En su cine es constante el interés por la parte mística y religiosa, ¿por qué? Porque se me hace increíble que en México exista ese otro mundo. A pesar de su cercanía con nosotros, mucha gente no lo ve. Me gusta pensar que aún se puede rescatar algo. Los huicholes no tienen catedrales ni monumentos, lo único que tienen es su riqueza cultural. Parte de la intención, no solo de hacer esta película sino de mis cuarenta años de trabajar con indígenas, tiene que ver con la toma de conciencia de que México tiene un maravilloso mundo paralelo a punto de desaparecer. ¿Ha cambiado su forma de construir la narrativa visual? Nunca me ha interesado hacer antropología. Lo mío es contar historias. Gracias a eso puedo decir que soy un pionero. María Sabina fue de los primeros
documentales en exhibirse en salas comerciales en nuestro país, poco después de uno sobre Rigo Tovar. Y desde entonces ha cambiado mucho la situación del documental. El documental se ha convertido en el instrumento favorito de los jóvenes cineastas. Hay dos o tres generaciones de documentalistas muy interesantes en nuestro país. Me atrevo a decir que es más interesante lo que se hace en este género que en la ficción. Usted ha sido, consciente o inconscientemente, un testigo de los últimos 30 años de esta parte del México indígena y rural. De sus inicios a ahora ¿cómo lo ve? Yo creo que ha cambiado mucho y esa es una de las razones por las cuales genera interés entre los cineastas. Pero no solo está cambiando, está desapareciendo. ¿Es un deber del documentalista dejar este testimonio visual? Para mí lo es. Para mí ha sido algo muy importante en mi carrera: dejar testimonio de varios grupos indígenas: mazatlecos, huicholes, yaquis. L
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Cuatro genios Fernando Zamora @fernandovzamora
A
batidos, muchos mexicanos sin documentos viven en Estados Unidos como esclavos, fuera de la ley, sin papeles ni derechos. No tienen futuro. En Spare Parts, un personaje comenta: “al menos tres veces cada hora, estos mexicanos de dieciséis, diecisiete años reciben este mensaje: no sirves para nada”. Spare Parts tiene miel y tiene hiel. Es un melodrama bien hecho, de modo que aunque hay risas y llanto uno sabe en el fondo que todo saldrá bien. O en todo caso mejor de lo que en la vida real sucede con cuatro muchachos ilegales, cuatro estudiantes de High School que se han dado a la tarea de entrar en competencia con los hombres y mujeres más preparados del mundo en un concurso que consiste en armar un robot subacuático. ¿Competir con Duke, con Cornell, con el MIT? Esta película “basada en un hecho real” resulta muy emotiva. Pero, a decir verdad, Spare Parts trasciende la función puramente emotiva para dar testimonio de lo que sucede con quienes nadie mira (esa adolescencia invisible); la miseria que persigue a los más desprotegidos por esta razón: tienen la cara inadecuada y el color de piel inadecuado en uno de los lugares más racistas del mundo: Arizona. Lo importante en todo caso es que un pequeño criminal, un adolescente con fama de tonto y sobrepeso, un indocumentado que quiere servir en el ejército de Estados Unidos (al que considera, con justicia, su país) y un genio en matemáticas, se unen al típico profesor de ciencias que guarda un secreto con la intención de algo más que construir un robot subacuático. Lo que estos cinco quieren es ser reconocidos, quieren futuro y, a caballo entre dos mundos, lo que necesitan se llama ciudadanía.
Spare Parts (Los inventores). Dirección: Sean McNamara. Guión: Elissa Matsueda basada en un artículo periodístico de Joshua Davis. Fotografía: Richard Wong. Con George López, Marisa Tomei, Jamie Lee Curtis y Carlos Penavega. Estados Unidos, 2015. Tal vez dentro de algún tiempo volvamos a ver películas como Spare Parts y nos horrorice lo que sucede hoy con esta juventud mexicano-estadunidense. Veremos consternados el racismo, la vida real de quien hoy tiene que vivir escondiéndose de la policía, con el miedo de que en cualquier momento aparezca un hombre con placa y acabe con su vida. En forma metafórica, pero a veces textual. Spare Parts parece decir (y lo triste es que tiene razón) que en México estos chicos no tienen ningún futuro. En el mejor de los casos serán mecánicos mal pagados… de este lado. En un país del primer mundo podrían aspirar al Nobel.
Hay que decir que Spare Parts tiene el gusto de evitar al público las partes más humillantes de la vida de los indocumentados en Arizona. Al contrario, este pequeño universo está poblado de personajes adorables: una directora con buen sentido del humor, una maestra de matemáticas feminista y amigable y un padre que en el fondo (tal vez muy en el fondo) sabe amar. Spare Parts importa en tanto documento, en tanto prueba de que hubo muchachos sin recursos que fueron capaces de emprender la labor de vencer a los mejores y a los más brillantes para hacerse de un país y un futuro. Spare Parts documenta un periodo que se parece tristemente a los primeros años del nazismo. L
sábado 13 de junio de 2015 b 11
LABERINTO
escenarios ESPECIAL
Rostova se pierde Para celebrar los 150 años de que Tólstoi terminó de escribir Guerra y paz, ofrecemos esta recreación de la noche de ópera que la condesita Natasha Rostova vive en la octava parte VIBRACIONES Hugo Roca Joglar hrjoglar@gmail.com
Para Aldo ACTO 1 —¡Mira quién está ahí, en ese palco al lado de la princesa Helene Besujova! —¿El conde Rostov?, ¿qué hace en Moscú? —Está aquí para arreglar la boda de su hija con el príncipe viudo Andrey Bolkonsky. —¿Su hija es esa muchacha a su lado? —Se llama Natasha, Natasha Rostova. —¡Es hermosa!, ¿y dónde está su prometido? —Se rumora que se ha complicado la boda. ACTO 2 Hacia fines de 1811, el ejército de Napoleón cruza la frontera rusa. El emperador Alejandro I le manda decir: “no me reconciliaré mientras quede un solo enemigo armado en mis tierras”. En Moscú, la guerra luce demasiado lejana como para que los nobles se la tomen en serio. Condes y condesas, príncipes y princesas, se entregan al pacífico divertimento de salones y fiestas. Hoy es noche de ópera, la primera de 1812. Enero. El teatro está lleno. Las mujeres se deshacen de sus abrigos invernales. Quedan con poca ropa; pieles desnudas en antebrazos y escote que adornan con joyas. La princesa Helene resplandece como ninguna. Para algunos, es el encanto más brillante de la nación; para otros, la más grande serpiente. La presencia de Natasha Rostova ha causado revuelo en el teatro y Helene, para evitar sentirse opacada, opta por el halago. Durante el descanso tras el segundo acto, le dice: “Natasha, ¡querida!, ven a mi lado; quiero conocerte mejor. Veamos juntas el resto de la ópera”. ACTO 3 —¿Qué tipo de complicaciones? —El padre de Andrey, el viejo príncipe Bolkonsky, puso una condición morbosa: únicamente daría su anuencia para la boda si su hijo vivía un año sin ver a su prometida. —¿Y qué hizo Andrey? —Se enlistó en el ejército y ya cumplió el año en la guerra. Regresará a Moscú en cualquier momento —Y la Rostova está aquí para recibirlo…
Vista de Moscú a finales del siglo XIX
—Sí, la boda sigue en pie… aunque Natasha corre peligro… —¿? —¡Mírala, ya está enredada en la tela de esa negra araña de la Besujova! INTERMEDIO A los personajes de Tólstoi no les importa la ópera; es su pretexto para esparcir veneno. Nadie (ni siquiera el omnipresente narrador) menciona el título ni al compositor. Resulta imposible saber de qué ópera se trata (¿se canta en francés o en ruso?, ¿existe o el autor se la inventó?). Las certezas son demasiado escasas: que tiene cuatro actos; que la protagonizan una mujer de vestido blanco y un hombre con penacho, puñal y calzones de seda; que el coro canta una oración fuera de escena; que participa el Diablo; que el tenor se apellida Duport y la soprano Semionovna. Aunque el arte lírico carece de importancia por sí mismo, para la historia de la música (arte que abreva constantemente de la literatura) es una interesante anécdota que la Rostova, esa entrañable heroína tolstoiana, se haya perdido —a causa de una intriga creada por la princesa Helene— durante una misteriosa función de ópera. ACTO 4 A Natasha la enloquece estar cerca de Helene. Desea inclinarse hacia ella y hacerle cosquillas. Hace dos horas, cuando empezó la ópera, añoraba al príncipe Andrey. El mero recuerdo de su prometido la estre-
mecía de anhelo y la dejaba al borde de las lágrimas. Ahora, bajo el encanto de la Besujova, esos sentimientos le son ajenos y ridículos, como si los hubiera sentido en una vida distinta. De pronto, le parece tan natural este mundo galante de atrevimiento y coquetería. Le brillan los ojos; su corazón late con fuerza. Helene le dice: “Natasha, te presento a mi hermano: Anatol Kuraguin”. Y Natasha le tiende la mano a ese alto joven rubio para que él se la bese con los ojos risueños fijos en su cuello desnudo. Anatol es uno de los más cínicos canallas de Rusia. De no ser hijo de príncipe, estaría encerrado en Siberia pagando sus tropelías. Esas tropelías que ya son leyenda, como cuando ató a un policía a la espalda de un oso. Pero Natasha se enamora de Anatol a primera vista, sin preguntar nada. Siente con horror y deseo cómo en su intimidad desaparece esa barrera de pudor que siempre ha sentido entre sí misma y otros hombres. Cuando la ópera termina, Anatol la ayuda a instalarse en su coche y le aprieta el brazo por encima del codo. EPÍLOGO Tras su noche en la ópera, Natasha rompe su compromiso matrimonial con el príncipe Andrey y planea fugarse con Anatol al extranjero. Sofía, la hermanastra, descubre el plan, alerta a la condesa Rostova y encierran a Natasha en su cuarto. Días después, Natasha ingiere arsénico cuando se entera por Pierre —el marido de Helene— de que Anatol es casado. L
DANZA ESPECIAL
Deseos y crisis Argelia Guerrero makarova81@yahoo.com.mx
L
a semana pasada se realizó en el centro cultural Los Talleres la presentación de la pieza Deseos mórbidos, del coreógrafo Miguel Ángel Palmeros, como parte de la temporada Danza por la Libre 2015. Esta pieza explora el placer y la fascinación que pueden brindar la creación y la destrucción, aborda y explora a fondo inquietantes emociones y conductas humanas. Con la obra de Palmeros se vive una aproximación a un lenguaje simbólico que, a través de los diseños corporales, construidos con los bailarines, establece analogías muy interesantes que se recrean en imágenes estremecedoras. Con todo este lenguaje simbólico el coreógrafo plantea “provocar interés en la forma, el movimiento y el contenido”, en una relación estrecha con la que desdibuja la frontera entre horror, sensualidad, violencia y erotismo. Como dice el propio Miguel Ángel Palmeros, con su pieza coreográfica propone al público “una exploración en torno al erotismo inmerso en caos y muerte”. Se trata de un planteamiento estético que se inserta en una realidad nacional compleja como la nuestra, y que acierta al enlazar dos dimensiones que ocupan a los creadores del México convulso
El coreógrafo Miguel Ángel Palmeros
de hoy: la dimensión de lo bello, presentada a través de la propia estética de los cuerpos; y la dimensión del horror que representan las guerras, la violencia y la hostilidad entre el género humano. El coreógrafo decide al mismo tiempo distanciar su visión de estas inquietudes temáticas al inspirarse en imágenes, fotografías y documentales de la Primera y Segunda Guerra Mundial, Vietnam y Corea, así como obras del artista austriaco Egon Schiele, “cuyas pinturas son eróticas y mórbidas al mismo tiempo”. El distanciamiento hacia estas líneas temáticas tan estremecedoras despierta un sentido reflexivo más profundo. Es la perspectiva la que nos acerca al horror sin el deseo de evitarlo. La propuesta de Deseos mórbidos es la unión de dos categorías estéticas que se asumen antagónicas, pero que tienen puntos de
contacto: lo bello y lo grotesco. Ahí observamos y hacemos conciencia de la extraña fascinación que generan imágenes grotescas que se equiparan con la belleza del erotismo. La coreografía de Palmeros evidencia el natural gusto por ellas, en muchos sentidos las desmitifica y libera al espectador de la sensación de culpa. Una virtud de este trabajo coreográfico es la visión plástica del cuerpo en la composición espacial, a la que imprime una serie de matices que lo mismo aceleran el pulso que permiten asimilar lo visto mediante pausas orgánicas. Mirando esta pieza podemos confirmar el potencial analítico y reflexivo, más allá del nivel ornamental que posee la danza. En un momento histórico que Lipovetsky llama “la era del vacío”, es el arte el que se llena de forma y contenido. Cuando parece que lo que menos importa es el discurso o el planteamiento de una idea, artes como la danza se atreven a fusionar la forma coreográfica con un discurso en el que confluyen temas profundamente humanos. De muchos momentos de crisis ha abrevado el arte para que la humanidad canalice sus dolores y preocupaciones, pero también en donde refleje sus múltiples utopías y esperanzas. En los momentos de crisis el arte ha proporcionado rutas y ha lanzado luces para reflexionar, denunciar e imaginar. La danza ha proporcionado a intérpretes y público la posibilidad de asumirse como seres creativos, generadores de vida y transformadores de la propia realidad. La danza otorga la posibilidad no solo de describir el mundo, sino de transformarlo. L
12 b sábado 13 de junio de 2015
MILENIO
varia ESPECIAL
UBUWEB.COM
El triunfo de Dionisos en India
El grado Ubu de la Poesía Inc.
Blanco
ARCHIVO HACHE
CASTA DIVA
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
D
e Buenos Aires a Toronto, la poesía norteamericana ha colonizado a muchísima poesía reciente del continente. Pero decirlo es un tabú. Se calla para aprovechar la cresta de la ola: subirse a la aplanadora conceptualista o, sencillamente, conocer la poesía latinoamericana vía su apropiación en Estados Unidos. El conocimiento de la poesía norteamericana en la mayoría de los poetas establecidos fue escaso. La poesía norteamericana de los años setenta y ochenta (la Language Poetry, por ejemplo) no recibió la atención debida al momento de su aparición. Fue después de Internet que muchos lectores y escritores comenzaron a asimilar (y asimilarse) a la poesía norteamericana experimental. El proceso continúa. Pero esto sucedió a la vez que el propio experimentalismo norteamericano comenzó a despolitizarse y volverse un claro instrumento de norte– americanización derechista. Así los poetas latinoamericanos pasaron de la fatiga del neobarroco, Paz, Parra y la izquierda al experimentalismo norteamericano… justo cuando se desplomaba. Y muchos otros, en realidad, van a saber lo que sucedió en la poesía gringa solo ahora que se autodestruye. Pero en todo caso, la poesía norteamericana ya permeó, directa o indirectamente, a toda América. Lleguemos a otro tema tabú asociado: ubu.com que, desde 1996, es el sitio ya canónico de materiales (textos, videos, audios, etcétera) de los vanguardismos y posmodernismos del siglo XX y
XXI. Muchas universidades lo usan como material didáctico. Todo tipo de internautas se educan ahí sobre qué es la poesía innovadora. Globalmente, Ubu es el almacén oficial–hipster de poesía y arte cool. La selección de ubu.com es tan amplia como tendenciosa. He ahí su gran truco. Su fundador y curador fue Kenneth Goldsmith, el escritor norteamericano que este 2015 decidió informar al mundo que su proyecto es supremacista blanco. ¿Cómo se hizo Goldsmith de poder? Por el apoyo de la red experimentalista y por la popularidad de ubu.com, su web. Sería fácil decir que una cosa es Goldsmith y otra su apropiación de la historia electrónica de la poesía moderna y posmoderna. Desde apropiarse de la técnica de apropiación (para neutralizarla como técnica de resistencia) hasta su apropiación de la autopsia de Michael Brown (para neutralizar el descontento anti–racista desde la poesía), toda la obra de Goldsmith es una obra de apropiación ultra–capitalista. ubu.com es la apropiación del cuerpo de la vanguardia. Ahora que el capitalismo racista de Goldsmith explotó en sus propias manos, sin embargo, decir que ubu.com es parte de su geopolítica de neutralización contra la poesía como resistencia es un planteamiento para el que muchos todavía no están listos. O siquiera enterados. Pero es necesario decirlo: ubu.com es la mayor obra de apropiación, co–optación, neutralización e incorporación de Kenneth Goldsmith. Bienvenidos al siglo XXI. L
Avelina Lésper www.avelinalesper.com
E
l color blanco plantea un inicio, la página, el lienzo, el territorio en donde algo va a comenzar. La creación hace del blanco símbolo, herramienta, metáfora, tema, objetivo, espacio. Su presencia señala un vacío que crece hasta el vértigo, es una invitación que no promete, intimida hasta que esa interrogante se transtorna con un gesto. Entonces el espacio cede a la invasión y deja de existir, se vuelve contenedor que recibe el todo, en el que cualquier cosa es posible. Blanco de materialidad mineral o trampa de los elementos, efecto y anomalía de la naturaleza, entra en una obra con una pureza pervertible, basta una gota ínfima de otro tono y deja de existir o nos miente aparentando más fuerza, ente dispuesto a la metamorfosis y al engaño. Cuando la pintura expresa el blanco nunca es blanco, es gris, rojo, amarillo, ocre, azul, es una idea, una imagen. Cresta de la ola de Hokusai, muralla azul que se levanta y avanza para fragmentarse en espuma. La escultura en blanco es abstracta antes que barroca o minimalista, reduce, sintetiza, el volumen es forma, la textura es color. Arquitectura que aloja para destacar, el cubo blanco puede ser tan impactante que denuncia a la obra insignificante, el lugar que ocupe es un obstáculo injustificable. Sonido, silencio, el blanco está en la pausa que acentúa o que amarga, angustia que no puede romperse. Fotografía en blanco y negro, oposición que describe sin la consistencia de la realidad, dramatiza y mitifica. El paño que cubre la desnudez de un dios, austeridad intocada, advertencia del ultraje. Idealización de una nación, el caballo de Zapata, alcatraces, ropa de manta, Diego Rivera y la pintura histórica exaltada. Nos obliga a estar alertas, es vulnerable, cuidar de su integridad protege al que lo viste, armadura sensible que expone, distingue, alardea. Meditar en blanco, aislamiento inconquistable, la mente no tiene espacio, hay que inventarlo, experimentar la inmutabilidad, la sabiduría crece en la vacuidad inalterable. El blanco enfría la obra y la hace cerebral, establece puntos de atención, estados de concentración. Papel, limbo generoso para
la penetración, la línea de dibujo invade, caligrafía de la forma, huella del trazo ensimismado. Leonardo dibuja la luz del rostro con blanco sobre blanco. Manifestaciones contradictorias: transparencia, impenetrabilidad, sutileza, masa, luminosidad, opacidad. El sol se refleja, se recarga y se engrandece deslumbrante en los vestidos blancos de Sorolla agitados por el viento. Dalí es un caballo, un cisne, un huevo, nube, retrato de Gala, todo en falso blanco. El impresionismo vistió a las mujeres de blanco, incómodas estorban en el paisaje sin contraste, estatuas de telas arrugadas. El renuente cuadro blanco de Malevich, reiterativo se funde con el reto que le vence, ángulo táctil e invisible. Velázquez pinta un caballo ensillado, sin jinete, libre del dictado de un necio, la penumbra barroca es un páramo ocre, la libertad es color. La inocencia desilusionada del Pierrot de Watteau, su traje lo condena a ser el blanco de los astutos. La Virgen, de Jean Fouquet, irreal y voluptuosa ofrece el pezón rosado de su seno, enmarcada con elementos duros y tersos, un manto de armiño impecable, níveo, rodeada de perlas redondas. Esencia sacra de las religiones naturalistas, la montaña nevada es una deidad más sabia que nosotros, templo impenetrable. Los colores inciden en el subconsciente, forman parte de nuestras ideas y sensaciones, un reflejo visual del temperamento artístico. Sea and Fog , paisaje de Peder Balke, la nieve es un estado mental, el mar gris y negro se mete en el carácter, su desolación nos lleva a la creación misma, al fenómeno de inventar, al frío que emana la soledad de estar con la obra, la cúspide que espera cubierta de neblina, fantasma flotante, inalcanzable, potente y eterna, el trayecto que se escala cada día, geografía que con las nevadas y los deshielos cambia en una narración delirante de un enfermo de aislamiento. El entorno helado de Balke hace énfasis en el control, en la estadía irrenunciable, aprender de ese lugar, de su adversidad, sostenerse ante la obra, resistir las embestidas del blanco, del vacío. L