Laberinto No.628 (27/06/15)

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Laberinto

David Toscana Condenados a la hipocresía página 2 Alfred Corn Poesía página 3 Armando González Torres Rituales creativos página 3 Argelia Guerrero Desaparecer y resurgir página 11

N.o 628

sábado 27 de junio de 2015

Lecturas de Umberto Eco

Jorge Alberto Gudiño Hernández y Víctor Núñez Jaime página 8 ESPECIAL

Porfirio Díaz Luis Barrón Javier Garciadiego Álvaro Matute Alejandro Rosas Pedro Salmerón Carlos Tello Díaz

páginas 4 a 7 MILENIO


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MILENIO

antesala DE CULTO

ESPECIAL

Condenados a la hipocresía TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

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as encíclicas papales suelen ser aburridas. Igual que los ensayos académicos, no van al grano, sino que traen a cuenta mil citas que respalden las ideas que se exponen. La reciente Laudato Si, en la que el papa Francisco se ocupa del respeto al medio ambiente, es especialmente tediosa. Se ve que los padres de la iglesia ya no estudian retórica. En sus primeras páginas dice el papa que asumirá “los mejores frutos de la investigación científica”, pero el texto termina por no recurrir a la ciencia y apenas alcanza el nivel de un texto escolar. Cualquier cita bíblica donde se hable del Sol, la Tierra o algún animalito se transforma en prueba irrefutable de que Dios nos solicita actuar por el bien de nuestro planeta. Por ejemplo, el pontífice asegura que Jesús invita a reconocer la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas, cuando dijo: “¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios”. Pero no aclara que esos cinco pajarillos estaban destinados a que se les torciera el cuello en el templo. Jehová amaba que rociaran su altar con sangre de inocentes animales. Tan solo para inaugurar su templo, Salomón mandó sacrificar veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas. El cataclismo del diluvio, que resultó más destructivo que cualquier calentamiento global, por supuesto no fue capricho de Jehová sino castigo bien ganado por los hombres. Así las cosas, la encíclica llega a su clímax científico con descubrimientos como: “Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y

admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros”. Hace una larga lista de problemas, entre los que evita mencionar la sobrepoblación, tan auspiciada por la iglesia; e incluso miente al apuntar que “el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario”. Sobre todo critica el consumismo y la utilización de combustibles fósiles, sin que se perciba en el Vaticano la intención de predicar con el ejemplo. ¿Ahora el papa usará una modesta túnica de algodón? ¿Qué hay de los zapatitos rojos de su predecesor? ¿Dejarán de traerle churrascos desde la Argentina? ¿Va a pasar frío en invierno y calor en verano? ¿Van a instalar celdas solares sobre la basílica de San Pedro? ¿Seguirá coleccionando todos los regalitos que le traen la multitud de visitantes? ¿Dejarán de promover los viajes a Roma y Tierra Santa porque se consume petróleo? ¿Andará a pie o seguirá usando su papamóvil de ocho cilindros? Poner el ejemplo no es cosa de la Santa Sede. El Vaticano consume más energéticos y genera más basura per cápita que el promedio de los mortales. Por eso la encíclica papal es el gordo aplastado que dice “sería bueno hacer ejercicio”. Es un intento por darle a la Biblia un carácter verde que no tiene. Sus autores estaban interesados en el calentamiento de las gónadas, no en el global. Desde que Pedro murió crucificado patas arriba, todos sus sucesores han estado condenados a la hipocresía; aunque algunos sean más simpáticos que otros. Por eso la mayor mordedura de lengua en Laudato Si se da cuando Francisco dice: “Habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones”. A partir de ahora el papa no solo contradice una fe, también una encíclica. L

Karina Vargas b saccharinne@gmail.com

Nina Hagen

De la ópera al punk

D

e exuberantes e inquietos modos, fácilmente reconocibles en las aparentes interpretaciones de sí misma para cintas como ChaCha o Punk + Glory y que se oponen a la mentalidad pacifista que en realidad posee —vivió de cerca la Segunda Guerra Mundial—, Nina Hagen se encuentra en uno de los puntos cumbre de su vida al percibirse con una espiritualidad directamente proporcional al derroche creativo que impregnó en álbumes como Unbehagen (1979), In Ekstasy (1985), Street (1991), Big Band Explosion (2003) o Volksbeat (2011), por citar algunos. Concebida el 11 de marzo de 1955 en Berlín del Este, Nina rebasó las condiciones ideológicas y fronterizas de su lugar natal, para volverse una extensión del pensamiento disidente por el que su padrastro, el cantautor Wolf Biermann, fue expulsado en la Navidad de 1976 de los estrictos límites de aquel Berlín, migración a la que ella se uniría poco después, dejando cuenta de lo que sería su carrera, al interpretar la pieza icónica “Du hast den Farbfilmvergessen” (Olvidaste el rollo de fotos), de 1972, junto a la banda Automobil. Influida por Janis Joplin, Tina Turner y su madre, la actriz Eva María Hagen, el histrionismo de Nina mutó de ser una cualidad a un estilo existencial, parecido al del surrealista Salvador Dalí, por lograr hacer de todo acto una obra ovacionada por su toque artístico. Defensora de la existencia de vida en otros planetas, consiguió ser conductora de un programa de televisión que trataba únicamente aspectos religiosos y extraterrestres, con lo que estrechó las creencias divinas que se gestaron cuando a los 17 años afirmó haber hablado con el Todopoderoso durante una visión provocada por LSD. Acreditada por la audiencia como la mentora oficial del punk en Alemania —por su apariencia,

sus actos transgresores y ese modo versátil de intercalar géneros musicales tan opuestos que van del rap a la ópera pasando por el jazz, el reggae, el gospel o el pop, en un esfuerzo por explotar las cinco octavas, una nota de su rango vocal—, Catherina Hagen pasó de escandalizar a los televidentes de mediados de 1979 en el plató del programa austriaco Club 2 con una breve actuación onanista, a convertirse en promotora del celibato y la palabra de Dios, ahora que es una mujer de 60 años. Sus colaboraciones musicales y políticas al lado de personajes como Giorgio Moroder, The Slits, Apocalyptica o Pamela Anderson, le han valido una apertura filosófica tan peculiar que al pretender, con su autobiografía Yo soy de Berlín: mi vida física y trascendental (1988), acallar los fanatismos que la encasillan como “una chica escándalo”, se quedó en el intento. El desorden de estas páginas confirmó la diversidad intelectual y el apetito infractor inherentes a la prima Nina, prima ballerina, por la que generaciones pasadas y presentes aún impulsan la frase “Nina Hagen para presidenta”, aunque sea solo por nostalgia. L

EX LIBRIS

ALFILERES

Laura Antonelli bEKO

Armando Alanís b alaniscanales@gmail.com

Nunca le quedó mejor el nudo de la corbata que cuando se ahorcó con ella.

MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Coedición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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LABERINTO

antesala

San Antonio en el desierto

Rituales creativos

Mientras ayuna y dedica su sacrificio a una resplandeciente presencia divina, el santo intenta conjurar los llamados de la tentación POESÍA

ESCOLIOS ESPECIAL

Alfred Corn

E

star lleno del ahuecado vacío que el ermitaño ocupa en una cueva del desierto. El ayuno y la oración mantendrán inquebrantable el aislamiento, su pan de cada día: la palabra que el espíritu dicta. La Quimera menea y alza su lajeada cabeza; un reptil de flácida piel resopla y gesticula; horribles y angustiosas pesadillas resplandecen a lo largo de los días; el sol descoyunta un gong de latón, y no se ocultará. Tenue sombra en las paredes de la cueva, presagiado pesar o presagiado gozo, solo te conocerá aquello que perfilas: el amor mismo puede que corrompa y luego su propósito falsear, oculto en el veneno de un beso. Antonio se arrodilla, se abraza a su fiera morada, y escucha: sosiégate, y sábelo: soy Dios. Traducción: Guillermo Arreola

ESPECIAL

N

acido el 14 de agosto de 1943 en Georgia, Alfred Corn es uno de los poetas más originales de Estados Unidos, digno heredero de las voces de Elizabeth Bishop y James Merrill. Debutó en 1976 con Todos los caminos a la vez, que mereció los elogios de Harold Bloom. Su segundo libro, Una llamada en medio de la multitud (1978), un canto de alabanza a Nueva York, terminó por consolidarlo en el mundo literario. A éste siguieron Luz (1980) y Apuntes de un niño del paraíso (1984). En la década de 1980 se entregó de lleno a denunciar los estragos que causaba el SIDA en la comunidad gay. Colaborador de The New York Times Book Review y The Nation, ha sido profesor en diversas universidades. Es autor de dos novelas, la segunda de las cuales se publicó a fines de 2014, y de numerosos ensayos que no excluyen la crítica de arte. Este poema forma parte del libro Eclipse en un cuarto de hotel que El tucán de Virginia publicará próximamente.

Mark Twain

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

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e dice que la inspiración creativa requiere rituales: atmósferas singulares, inducción de estados de ánimo, horas específicas del día, evocaciones olfativas, determinadas dietas o ciertos fetiches. En su libro Daily Rituals. How Artists Work, Mason Currey hace una sencilla, a ratos desordenada, aunque original recopilación de rituales y rutinas creativas de muy distintos tipos de creadores, desde científicos hasta arquitectos pasando por escritores, pintores, filósofos o músicos. El libro contiene un reparto de creadores de muy diversas épocas y presenta un amplio abanico de excentricidades: desde la necesidad de escribir desnudo y relajado después de la autosatisfacción erótica de Thomas Wolfe hasta la frenética productividad de Patricia Highsmith, estimulada por ginebra, cigarros y la compañía de numerosos gatos y caracoles; desde las delirantes rutinas alcohólicas de John Cheever o Francis Bacon hasta la exaltada mezcla de vida activa y contemplativa de Jean-Paul Sartre (posibilitada por las anfetaminas) quien pasaba el día en el aparador literario y la noche en vela redactando densos tratados. Pese a las excepciones, si se hace un recuento de los testimonios, la mayoría de los creadores tiende a adoptar rutinas que se asemejan más a la regularidad monacal o burocrática que al glamour bohemio. En efecto, más allá del mito de la genialidad, el hábito permite escaparse a la voluble tiranía de

los humores y dar constancia y orden a las efusiones creativas. Así, en el libro se multiplican los recuentos de jornadas ascéticas y horarios metódicos. De hecho, varios creadores, como Joan Miró o Haruki Murakami han practicado deporte y sugieren que la fuerza y la preparación físicas interactúan fecundamente con la sensibilidad creativa. No es extraño tampoco que muchos creadores practiquen la caminata como un método de estímulo creativo y que haya peripatéticos legendarios, como Erik Satie, quien, para inspirarse, caminaba inmensas distancias de su hogar suburbano a París. Un auténtico creador es capaz de sobreponerse incluso a las agendas y horarios menos artísticos y, por ejemplo, William Faulkner podía escribir de día o de noche de acuerdo a los oficios que desempeñara; mientras que T.S. Eliot o Wallace Stevens compaginaron el horario de la burocracia financiera con la elaboración de su obra poética. Uno de los casos más llamativos es el del novelista Henry Green, el rico heredero que no dejó de administrar sus propiedades porque consideraba que lo mundano de la empresa era un contrapunto esencial para su creación. Este divertido catálogo de métodos creativos permite acercarse a la esencia y obra negra de la inspiración. A mí me atraen esos rituales flexibles y austeros, que no exigen ceremonias especiales, que denotan una imperiosa necesidad expresiva y que le permiten a un individuo concentrarse en las circunstancias más adversas y practicar la creación tan espontáneamente como el comer o el respirar. L

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de portada

El legado de ¿Héroe? ¿Legislador fallido? ¿Dictador? ¿Represor? ¿Vendedor de los recursos nacionales o modernizador de México? Ya que el 2 de julio conmemoramos cien años de la muerte de Porfirio Díaz, cinco historiadores desmenuzan sus actos de gobierno, desde una óptica crítica y objetiva, arrojando algo de luz a los avatares políticos y el presente mexicanos. Complementamos estas opiniones con un pasaje del libro Porfirio Díaz, su vida y su tiempo, que próximamente aparecerá con el sello de Debate, y que narra el triunfo del Ejército de Oriente contra el ejército francés el 2 de abril de 1867, fecha que marcó el inicio del fin del Segundo Imperio Héctor González LUIS BARRÓN Porfirio Díaz ha sido víctima de las autojustificaciones de la Revolución. Fue adulado por los intelectuales y políticos de su época, que lo consideraron un estadista y pacificador; en el extranjero se le trató incluso como un héroe por haber estabilizado al país y haberlo puesto en la senda del progreso. Durante la Revolución fue calificado como dictador y represor, un personaje negro de la historia de México. No se hizo un análisis serio de su régimen porque para la Revolución era importante explicar las razones de su origen. La imagen del represor permaneció hasta la década de 1990, cuando comenzó a repensarse aquel periodo. Porfirio Díaz se identificaba con las corrientes liberales que promovían el progreso material y al Estado como entidad que debía sentar las bases para la modernización. Esto trajo consigo un liberalismo autoritario, no solo en México sino en todo Occidente. Porfirio Díaz fue producto de una época de claroscuros, época en la cual las élites en el poder justificaban el “Mátalos en caliente”, las represiones en Río Blanco y Cananea, los despojos a los indígenas. Sin embargo, la segunda gran modernización de México ocurrió durante el Porfiriato. Hubo una producción cultural importante y se privilegió la expansión del telégrafo y el ferrocarril. La forma más fácil de calificar a Porfirio Díaz es llamándolo dictador, pero no era un autócrata. Aunque en ocasiones usó el poder de manera autoritaria, en otras cedió y negoció a muchos de los candidatos a los que apoyó. No es que fuera un demócrata, pero hablamos de una época en la cual los sistemas políticos se basaban en un ejercicio autoritario del poder.

ESPECIAL

Luis Barrón es doctor en Historia de América Latina por la Universidad de Chicago. Autor de Carranza. El último reformista porfiriano.

JAVIER GARCIADIEGO Hay que matizar geográfica, generacional y socialmente el estudio de Porfirio Díaz. Es un personaje importante cuya longevidad explica su participación en varios momentos de la historia nacional. Nació en 1830 y murió en 1915. Vivió 85 años, casi el doble del promedio de vida en buena parte del mundo. Entre la niñez y la juventud, le tocó el periodo santa annista, incluso peleó contra él. Esto explica que cuando asumió el poder fuera tan contrario a los gobiernos breves e irresponsables. Le tocaron la Guerra de los Pasteles y los conflictos con Estados Unidos, y participó activamente contra la intervención francesa. Por eso, al llegar a la presidencia, se ocupó de establecer buenas relaciones diplomáticas: entendió que por no hacerlo se había perdido la mitad del territorio. Otra experiencia capital fue la Guerra de Reforma. Por ese motivo, como presidente no quiso extremar las políticas jacobinas de los liberales; sabía que éstas habían escindido a la sociedad mexicana. A diferencia de Juárez y Lerdo, fue más conciliador con la iglesia católica. Ya con la República Restaurada en 1867, Díaz intentó llegar a la presidencia mediante dos campañas electorales —en 1867 y 1871— pero en ambas perdió con Juárez. Fue diputado y tuvo una mala experiencia parlamentaria. A su llegada al poder en 1877, encontró una situación particular a nivel nacional e internacional. El grupo liberal del que formaba parte estaba acéfalo y asumió el liderazgo. En términos internacionales le tocó un periodo de paz: había terminado la guerra franco-prusiana, Europa entraba en un periodo de calma. Estados Unidos pasaba por un momento de crecimiento, sobre todo al sur, y esto impactó en la economía nacional, generando estabilidad. Hay que dividir su largo gobierno de 1877 a 1911. La primera parte llega hasta 1892, cuando se consolida, controla al ejército y construye un equipo de civiles, “los científicos”. En 1892 comienza la segunda parte, caracterizada por crecimiento económico y estabilidad política, pero que no se tradujo en democracia. La reelección indefinida excluyó a sectores que no tenían cabida en el aparato político. El crecimiento económico solo benefició a algunos grupos y clases sociales. En 1900 empieza el tercer periodo. Díaz tenía 70 años y anunciaba su declive. Enfrentaba problemas políticos de sucesión, ya no funcionaba la reelección indeterminada y debía prever algo. Por eso diseña la restauración de la vicepresidencia. Contaba con dos actores de apoyo: Bernardo Reyes y los científicos. Se decantó por un científico y los reyistas se convirtieron en opositores. De 1898 a 1902 las relaciones internacionales se complicaron. Estados Unidos desplazó a las inversiones europeas en su conjunto y se transformó en una presencia militar importante en el Caribe al dominar Puerto Rico y Cuba, lo que a la larga generó fricciones. Sin embargo, el problema mayúsculo fue que el crecimiento económico generó la aparición de clases sociales modernas, en particular clases medias y proletariado. Porfirio Díaz había sido el típico gobernador del siglo XIX, un hombre que disciplinó a los caciques, combatió a los caudillos, centralizó al país e impuso orden de manera fuerte, pero de pronto se encontró con sectores sociales a los que no entendió. Porfirio Díaz ya no pudo ser un personaje del siglo XX. No entendió las demandas de los trabajadores y los reprimió; Cananea y Río Blanco son los mejores ejemplos. Tampoco entendió al movimiento antireeleccionista de Madero. Intentó mantenerse en el poder como un típico dictador de finales del siglo XIX y esto fue lo que lo llevó a su derrota y al exilio.


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de portada

Porfirio Díaz ANÓNIMO

pesinos fue terrible gracias a que México tenía el segundo lugar en la producción mundial de azúcar. El Porfiriato fue maravilloso para las élites de las grandes ciudades. No hay que limitar la paz porfiriana porque no partía de la aplicación de la ley sino de instrumentos como la ley fuga. A sangre y fuego, el país se pacificó pero eso provocó que no pudiera desarrollarse un sistema de justicia. Díaz mismo reconoció que tuvo que derramar sangre para salvar a la mayor parte del país. Varias de sus prácticas las vemos hoy y conviene preguntarnos si queremos que el gobierno aplique la ley de una manera discrecional en aras de una supuesta paz. Porfirio Díaz es el gran constructor del México moderno, pero a la vez es el gran destructor de sus logros. Como muchos políticos, no supo decir “Basta” ni retirarse a tiempo. En 1908 declaró que el país estaba preparado para la democracia. Pudo retirarse en 1910 después de las fiestas del Bicentenario, pero no supo o no quiso hacerlo. Alejandro Rosas es historiador y escritor. Autor de Mitos de la historia mexicana.

El Hijo del Ahuizote, 17 de marzo de 1901

En busca de legitimidad histórica, el gobierno de México eligió como enemigos a Antonio López de Santa Anna, Maximiliano y Porfirio Díaz, y este último fue visto como el personaje que justificaba la Revolución. Javier Garciadiego es presidente de El Colegio de México. Autor de La Revolución mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios.

ÁLVARO MATUTE Porfirio Díaz es una figura que hay que tener en constante revisión. Se le ha tratado de pintar en blanco y negro, olvidando los tonos grises. Si bien la forma dictatorial siempre resulta reprobable, hay razones contextuales que propiciaron su régimen. Su gobierno trajo estabilidad y esa estabilidad propició que México entrara de lleno en una etapa moderna. Superó todo el caos que vino después de la época colonial, a lo largo del siglo XIX y después de las intervenciones. En el último tercio o cuarto del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX, México conoció otro tipo de vida y el eje fue la garantía de paz que propicia el lema “Poca política y mucha administración”. Durante el gobierno de Porfirio Díaz, México se integró gracias a los 24 mil kilómetros de vías férreas que se construyeron. Muchas ciudades se modernizaron y nacieron nuevos núcleos urbanos. Hubo un cambio notorio en la vida colectiva. Las desigualdades sociales empañaron la gestión de Porfirio Díaz. Algunas venían desde atrás, otras se profundizaron. Ese fue el factor que pesó sobre su gobierno. No había explícitamente una política social, aunque sí se hicieron esfuerzos interesantes en sectores como salud y educación. La justificación básica de la Revolución fue la destrucción del régimen porfiriano. Se suponía que la sociedad sería más justa pero a la larga la promesa no se cumplió. Álvaro Matute es doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Autor de La Revolución mexicana: actores, escenarios y acciones.

ALEJANDRO ROSAS Porfirio Díaz es el personaje más importante de México en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Para entenderlo, no podemos apartarnos de ese periodo. Actualmente, muchos se refieren a él como el mejor gobernante que ha tenido el país y extrapolan su figura para entenderlo hoy en día. No hay forma de compararlo con el presente. No hablo de números o de cuestiones económicas sino del régimen. Por más simpático que pueda caernos y por más héroe que haya sido durante la lucha contra la intervención francesa, al final fue un dictador. La estructura política que construyó la recuperó el PRI como partido oficial: un control absoluto del Ejecutivo; una supeditación absoluta de los poderes legislativo y judicial; una simulación democrática. Recordemos que en su época nunca dejó de haber elecciones pero todo era simulado. El progreso material de su régimen no quita que haya sido una dictadura. Su imagen en el sistema educativo es curiosa: al principio era el tirano favorito y ahora es un ejemplo. Ambas visiones son reduccionistas. Su régimen fue de claroscuros. Estuvo en el poder más de treinta años y sus ocho periodos de gobierno corrompieron la moral pública. Participaba en la reelección de diputados, senadores y gobernadores y restringió las libertades. Tampoco podemos negar que con el tren unificó al país, tomó el poder con 800 kilómetros de vías férreas y lo dejó con más de 20 mil kilómetros. Otros logros fueron el impulso a la luz eléctrica y cierta estabilidad. Sin duda, contribuyó al desarrollo económico pero eso tuvo un enorme costo social en ciertas regiones. Los indios yaquis padecieron las políticas económicas porque fueron despojados de sus tierras para dárselas a los inversionistas extranjeros. En Yucatán, los mayas fueron sometidos porque el henequén se convirtió en un producto de exportación y se necesitaba garantizar su producción al margen de la inestabilidad social. Lo mismo sucedió en Morelos: la explotación de los cam-

PEDRO SALMERÓN Díaz es uno de los personajes más complicados y controvertidos de nuestra historia. Gobernó el país durante más de treinta años. Para poder equiparar lo que ocurrió durante el gobierno de Díaz tenemos que hablar de los presidentes de México que van de Lázaro Cárdenas a Echeverría. A pesar de que los resultados de su gobierno son extraordinariamente complejos, lo que más nos gusta es simplificarlo hacia uno u otro lado, decir que fue el mejor presidente que nunca ha tenido México, lo cual es una tontería solemne, o decir que fue un traidor a la patria, lo cual tampoco es cierto. No se le debe encasillar. La época de Díaz corresponde puntualmente con la época del imperialismo clásico. El ferrocarril conecta, rompe ataduras, pero también vincula a México con el mercado mundial y lo convierte en productor de materias primas en beneficio del Imperio. Todas las exportaciones en México —y cuando digo todas quiero decir casi exactamente eso— beneficiaban directamente a las grandes compañías, sobre todo británicas y estadunidenses. En contraste, tenemos el despojo de tierras a las comunidades; el trabajo esclavizado en las plantaciones tropicales, las plantaciones de henequén en Yucatán o las plantaciones de tabaco en Oaxaca. Se promovió el despojo y la explotación de la mano de obra en favor de los latifundistas. Desde los términos del propio Díaz y desde el liberalismo porfirista, esto fue justificable pues eran de un enorme pragmatismo político. La suya fue una de las dictaduras más eficaces de la época. Sin duda, consolidó cierta unidad económica y creció la cultura. Fue un periodo en el que México se unificó como nación a costa de dirigir un gobierno autoritario por encima de las leyes. Para muchos, esto era necesario después de muchos años de inestabilidad política. Hay corrientes historiográficas que aseguran que los daños del Porfiriato son un mito. Eso es mentira; no hubo un solo año en el que no hubiera represión sangrienta del gobierno contra el pueblo. Aunque en el discurso se critique a Díaz, el PRI institucionalizó el Porfiriato: de su gobierno sobreviven la idea de un gobierno elitista, privilegiado, separado del pueblo y el modelo de entrega de los recursos nacionales. Parece ser que el gobierno actual pretende revivir algunas facetas de entonces, incluso en su modelo represivo, de terrorismo de Estado contra la sociedad. L Pedro Salmerón es doctor en Historia por la UNAM. Autor de 1915. México en guerra.


LABERINTO

Verdugo del Segund Carlos Tello Díaz

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a noche del 30 de marzo de 1867, el día del incendio, Porfirio Díaz recibió un parte del general Francisco Leyva, acuartelado en Tlalpan con 2 mil hombres de infantería y caballería, en que le notificaba que el general Leonardo Márquez, procedente del sitio de Querétaro, había llegado a la Ciudad de México, había organizado ahí una columna de alrededor de 4 mil hombres y había emprendido con ella su marcha hasta San Cristóbal Ecatepec. Márquez tenía instrucciones de reunir elementos de guerra en la capital para regresar tras sus pasos a socorrer al emperador Maximiliano en Querétaro, pero en México recibió una comunicación en la que la guarnición de Puebla le solicitaba auxilio. La guarnición tenía órdenes de no capitular; así lo sabía su jefe, el general Manuel Noriega. “Espero del valor de Vuestra Señoría que la plaza se sostendrá a todo trance hasta mi llegada”, le escribió el propio Márquez, quien dirigió sus pasos hacia San Cristóbal Ecatepec. Desde ese punto era posible continuar lo mismo para Querétaro que para Puebla, por lo que Díaz ordenó que le transmitieran informes de sus movimientos hora con hora, por la línea de telégrafo que acababa de tender hasta Tlalpan por la cuesta de Río Frío. El 31 de marzo supo por el telégrafo que Márquez seguía su marcha por los Llanos de Apan, lo cual indicaba que su objetivo era Puebla. “Al principio dudé sobre qué camino debía yo tomar”, confesaría Porfirio en una carta, “si el de levantar el sitio y marchar a encontrar a Márquez, o esperar su llegada, o asaltar inmediatamente la ciudad”. Salir a batir al enemigo implicaba levantar el sitio, lo que provocaría la desmoralización de su fuerza, porque no tenía suficientes tropas para dividirlas —es decir, para rodear la plaza y confrontar, a la vez, al ejército que avanzaba desde México—. Esperar su llegada implicaba quedar atrapado entre dos fuegos, cada uno de ellos superior al suyo. Y asaltar la plaza parecía una locura, pues su fuerza era similar a la del enemigo, que tenía por supuesto la ventaja de combatir atrás de sus trincheras: la ciudad estaba resguardada, en efecto, por una línea de barricadas y baluartes erizados de artillería. Unos pensaban que había que marchar hacia Querétaro, aunque eso supusiera perder el contacto con la Línea de Oriente; otros creían incluso que lo más prudente era emprender la retirada hacia Oaxaca. Entre todas las razones que pesaron en el ánimo del general en jefe, además de las militares, debieron estar las afectivas. Porfirio acababa de recibir la respuesta que esperaba de Delfina. Era un hombre que veía hacia adelante, no hacia atrás. Así, en el curso del 31 de marzo tomó la decisión de asaltar la plaza. Empezó a sacar a los heridos hacia Tehuacán, para ponerlos a salvo en caso de fracasar la ofensiva sobre Puebla. Eso fue interpretado por amigos y enemigos como parte de sus preparativos de retirada. Entre los heridos estaban dos de sus mejores oficiales, con quienes no podría contar para el asalto: el general Manuel González y el coronel Juan Espinosa y Gorostiza. La mañana del 1 de abril, los clarines y los tambores de las reservas formadas al pie del cerro de San Juan hicieron los honores de costumbre al general Díaz, quien luego de recorrer las líneas regresaba a su cuartel rodeado por su Estado Mayor. Fue servido el almuerzo en la casa de Manuel María de Zamacona. Con él estaban Justo Benítez y Juan José Baz, uno de los que argumentaban a favor de marchar hacia Querétaro. Don Manuel María, quien hacía los honores de la mesa, recuerda que Porfirio estaba tan contento en el almuerzo que le dijo al oído que tenía presentimiento de que celebraría el aniversario del 5 de mayo en la Ciudad de México. “El general Díaz se retiró tras esto a su recámara, que era la misma que habitó durante el sitio del 63 el general Forey”, escribió. “Los jefes de la línea fueron llegando sucesivamente, y la tarde se ocupó en un consejo secreto”. Díaz mandó llamar al general Ignacio Alatorre, cuarto maestre del Ejército de Oriente. “Fue el primer jefe a quien comuniqué mi propósito de asaltar a Puebla el 2 de abril”, revelaría más tarde. “Lo comprendió perfectamente bien”. Al anochecer empezaron a llegar los jefes en los que habían pensado para dirigir las columnas de asalto. “El perímetro atrincherado del enemigo tenía una forma elíptica, casi parabólica, cuyo diámetro mayor se extendía de sur a norte”, recordaría en sus Memorias el general Díaz. “En consecuencia, el convento del Carmen era uno de los puntos más distantes de la plaza, y esa circunstancia me sugirió la idea de hacer sobre él un ataque falso que llamara fuertemente la atención del enemigo”. Con ese fin determinó la formación de diecisiete columnas de asalto. Tres iban a ser empleadas en el ataque sobre el Carmen, un convento en ruinas al sur de Puebla; las demás, catorce, en el ataque contra el oeste de la ciudad, frente al cerro de San Juan. La idea era concentrar la atención de los imperialistas en el sur (con el ataque falso al Carmen) para luego detonar la ofensiva en el oeste (con el ataque verdadero sobre Puebla). La junta con los jefes de las columnas tuvo lugar por la noche. Inclinados sobre un mapa de la ciudad, Díaz y Alatorre le señalaron a cada uno de ellos la fuerza que debía llevar y la trinchera que debía tomar el 2 de abril. Algunos eran muy

La batalla de Puebla, 2 de abril de 1867

cercanos a Porfirio. El coronel Luis Mier y Terán, su amigo del alma, debía asaltar la barricada de la calle de Miradores; el coronel Manuel Santibáñez, patricio del Istmo en la Reforma, el convento de San Agustín; el coronel Vicente Acuña, oriundo de Veracruz, la fortificación de Iglesias; el teniente coronel José Guillermo Carbó, amigo de los años en el Instituto, la trinchera del Noviciado; el teniente coronel Genaro Rodríguez, jefe de un batallón de zapadores, el fuerte de Belén; el teniente coronel Francisco Vázquez, que tenía fama de temerario, la manzana de Malpica; el mayor Carlos Pacheco, su compañero desde los tiempos del ataque a Taxco, la calle de la Siempreviva. Varios de ellos estaban destinados a morir en el asalto. Protegidas por la oscuridad, las diecisiete columnas, integradas en promedio por 130 hombres cada una, marcharon en silencio hacia los puntos por donde debían emprender el asalto. El general Díaz partió a su vez hacia la Alameda Vieja. Ahí tenía, a su izquierda, las columnas que debían comenzar el ataque contra las trincheras del oeste y, a su derecha, las columnas que debían dar el embate contra el convento del Carmen, al sur de Puebla. Por falta de municiones había tenido que recoger todos los cartuchos de la caballería, que permaneció formada fuera de la ciudad, alrededor de los fuertes de Loreto y Guadalupe. Díaz le dio instrucciones de permanecer en su lugar, incluso si oía disparos, con el pretexto de impedir que el enemigo tratara de romper el sitio para huir en dirección de Márquez, pues sabía que entre sus jefes había gente de reputación tan mala que podía causar desórdenes en el momento del asalto a Puebla. Contaba para el ataque con 2 mil 300 hombres, más los 700 a caballo que permanecieron inactivos, armados solo con sus sables. Para defender la plaza, el enemigo, a su vez, tenía asimismo unos 3 mil soldados, con más de 60 cañones.

“A las tres menos quince minutos de la mañana del 2 de abril”, escribió el general Díaz, “rompí el fuego en brecha sobre las trincheras del Carmen”. No tenía cañones de sitio, solo de montaña, más ligeros, pero con ellos comenzó a batir al enemigo por el sur. Al ser agotadas las municiones de la artillería, muy pocas, ordenó la carga de la primera columna de ataque, seguida después por la segunda, continuada al último por la tercera, cada una de las cuales avanzó un poco más, todas ellas con pérdidas, pues marchaban al descubierto por un camino que era largo. Una de esas columnas, la que atacó por la calle del Deán, estaba mandada por el general Luis Pérez Figueroa, su compañero de Oaxaca. El general ignoraba que formaba parte de una embestida que era falsa, en el sentido de que tenía por objetivo distraer al enemigo. “Ni él ni los jefes de las otras dos sabían cuál era mi propósito”, diría Porfirio. Así tenía que ser, para que todos embistieran con la convicción de que debían tomar el Carmen. Al ser rechazada la última de sus columnas, que dejó varios cadáveres en el foso del convento, llegó por fin el momento de la verdad. El general Díaz había colocado frente a la casa de Zamacona, en lo alto del cerro de San Juan, a sus espaldas, un bastidor del que colgaban hasta el suelo unas mantas empapadas en espíritu de trementina. Al pie de las mantas aguardaba un jefe, con orden de prenderlas en el momento de escuchar tres puntos agudos de corneta. Díaz veía que el enemigo tenía ya todas sus reservas concentradas en el Carmen. Era lo que quería. Entonces dio la señal a sus clarines, escalonados desde su posición en la Alameda Vieja hasta la cima del cerro de San Juan. Eran las cuatro de la madrugada.


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de portada

do Imperio FOTOS: ESPECIAL

“¡Viva el general!”, gritaron los soldados del Ejército de Oriente, que dispararon sus fusiles al aire, bajo la sombra oscura y alargada de la Catedral

La luz del fuego, pequeña al principio, comenzó a crecer en lo alto del cerro, hasta ser de pronto inmensa. Era la señal. Estallaron los cañones; brillaron en la oscuridad de la noche, como cintas de fuego, los fogonazos de los fusiles que dieron el asalto, entre los clamores de la batalla. Las trincheras de los defensores de la plaza —artilladas, protegidas por una sucesión de fosos— estaban al final de las calles que debían de ser tomadas por las columnas de asalto. Así, los asaltantes tenían que recorrer, antes de llegar a ellas, el canal de fuegos que lanzaban las ventanas, las aspilleras, los balcones y las azoteas de las casas que daban a las calles, y tenían que enfrentar además el fuego de la fusilería que recibían de frente, desde las trincheras. “En algunos casos ese canal de fuegos laterales era hasta de 100 metros de largo”, señaló Díaz. El combate duró en todo su vigor tal vez quince minutos. En ese lapso, las calles de la ciudad quedaron regadas con los cadáveres de los jefes, oficiales y soldados del Ejército de Oriente. Fueron más de ciento cincuenta. Tres jefes de columna perecieron en el ataque: el coronel Vicente Acuña, el teniente coronel Genaro Rodríguez y el teniente coronel Francisco Vázquez, quien penetró por una brecha abierta por la artillería, en la manzana de Malpica. El coronel Acuña, jefe del 6º Batallón de Línea, era manco, había perdido un brazo años atrás en la batalla de Tlapacoyan. Así dirigió una de las columnas más numerosas de asalto, contra la fortificación de Iglesias. Porfirio lo encontró al entrar a caballo a la Plaza de Armas, al amanecer, tirado en el piso sobre un charco de sangre, vivo aún, en una esquina del Portal de Mercaderes. El coronel le alcanzó a decir, los ojos brillantes, que lo habían matado, pero que habían ganado. Una de las muertes más lamentables del asalto fue la de Santiago Pou, teniente del 2º Batallón de Cazadores. Era joven, honrado y valiente. “Un tipo de caballero andante de la Edad Media”, habría de recordar Porfirio. “Su honradez rayaba en quijotismo, y hasta servía de burla a sus compañeros de armas, que no podían comprender, en muchos casos, hasta dónde llega la lealtad y rectitud de un hombre honrado”. Era sobrino de don José de Teresa, banquero de abolengo establecido en Puebla. Trabajaba de cajero en su casa de comercio pero, entusiasmado por la causa de la República, partió en busca del general en las montañas del Sur luego de su fuga de Puebla. “Siendo hombre honrado, antes de dejar su destino, hizo un arqueo de la caja, y puso las llaves en la bolsa de la bata de su tío”. Díaz le dio grado de teniente, lo armó con un mosquete y un machete del Sur, y lo tuvo a su lado en las batallas de Putla, Nochixtlán, Miahuatlán, La Carbonera y Oaxaca. “Peleó como un león en el asalto del 2 de abril”, recordó después en las Memorias que dedicó a sus compañeros de armas, al evocar su imagen, moribundo a consecuencia de sus heridas, echado en el Portal del Cazador. “Si hubiera sobrevivido, habría figurado notablemente, porque tenía todas las condiciones que hacen un buen soldado y un gran ciudadano”. Algunos de los jefes que lideraron el asalto no murieron, pero quedaron mutilados —como el mayor Carlos Pacheco, quien dirigía una columna de 100 cazadores de Oaxaca, con los que tomó la trinchera de la calle de la Siempreviva—. Al dar comienzo el asalto, un casco de granada lo hirió en la pantorrilla (la izquierda), pero continuó hasta el foso de la trinchera, que atravesó con ayuda de los sacos de paja que traían sus soldados para pasar esos fosos; ahí lo hirió un proyectil en la mano (la izquierda), pero siguió de frente. En el momento de reorganizar a su tropa volvió a sufrir una herida a causa de un disparo hecho desde el atrio de la Catedral, que le perforó el fémur de la pierna (la izquierda), por lo que cayó ahí mismo, ya en la Plaza de Armas. Su asistente lo cargó en hombros para tratar de ponerlo a salvo, pero recibió una herida más que le destrozó del todo el brazo (el derecho esta vez). Sufrió cuatro heridas a lo largo del asalto, a la cabeza de una columna en la que sobrevivieron solo 29 soldados. Pacheco sería nombrado teniente coronel por su comportamiento, pero quedó inutilizado para la guerra, por lo que Díaz lo recomendó con Juárez para que lo nombrara administrador de correos en Puebla. Meses más tarde, desde ahí, le escribió a su general para remitirle su retrato, “el que le dará una idea de cómo he quedado”, le dijo. Estaba sostenido por unas muletas, le faltaba la pierna izquierda y el brazo derecho, era de hecho una persona muy diferente a la que había sido. “He recibido su retrato que me ha causado mucha impresión”, le respondió Porfirio, “porque a pesar de saber su estado no me hacía cargo de él, como ahora de bulto he palpado”. No podía sospechar que el hombre que veía en esa fotografía, completamente disminuido, habría de remontar la adversidad para ocupar los puestos más altos en el gobierno de la República. Entre las columnas que atacaron la ciudad, aquella madrugada, había grupos muy pequeños que tenían instrucciones de utilizar las escaleras empleadas por el servicio del alumbrado para subir por los balcones y las azoteas, al pasar sus compañeros, y sembrar el desorden en las casas ocupadas por los imperialistas. Tuvieron éxito: la confusión hizo presa de sus adversarios. Algunos huyeron hacia el norte de la ciudad, en dirección a los fuertes de Loreto y Guadalupe; otros permanecieron dentro de la plaza, replegados en los parapetos del convento de San Agustín y los campanarios de la Catedral. Pero también ellos, al final, huyeron o cayeron prisioneros. El coronel Mier y Terán fue el primero de los asaltantes en llegar a la Plaza de Armas. Hizo repicar ahí las campanas de todas las iglesias. El general Díaz, al frente de las reservas que atacaban el Carmen, el último en sucumbir, entró a la ciudad montado en su caballo por la calle de Cholula. La tropa lo vio al amanecer, en la Plaza de Armas. “¡El general! ¡Viva el general!”, gritaron los soldados del Ejército de Oriente, que dispararon sus fusiles al aire, bajo la sombra oscura y alargada de la Catedral. L


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MILENIO

en librerías ESPECIAL

Umberto Eco

Quién dice la verdad ENSAYO Jorge Alberto Gudiño Hernández

E

s un narrador poco frecuente. Lo ha sido durante los treinta y cinco años que lleva como novelista. Antes de adentrarse en los terrenos de la ficción, ya era una celebridad en el complejo mundo de la academia. Razones no han faltado: es un pensador profundo, un estudioso dedicado, un polemista serio y un divulgador por demás efectivo. Esta última característica ha permitido que sus libros teóricos y sus ensayos se vendan por millares en todo el mundo. Algo que es muy difícil de conseguir. Sobre todo, si se considera que no trata temas simples. Una de sus mayores virtudes como ensayista es su claridad. Sus ejemplos son contundentes, al alcance de los no iniciados en sus campos de conocimiento. Tal vez por eso es que el periodismo de opinión supo acogerlo tan bien. A lo largo de varias décadas ha escrito artículos y columnas en las que lo mismo habla de un dato críptico sobre algún personaje de la Edad Media, que de superhéroes y caricaturas. Tal es la versatilidad de su pensamiento. Tal el alcance de sus palabras. Sus novelas, por otra parte, tienen el encanto de lo complicado. Baste hacer un breve repaso de ellas. El nombre de la rosa exigía al lector por ser una novela de varios niveles oculta bajo una trama policiaca. En ella era fácil toparse con discusiones teológicas en torno a la sonrisa de Cristo o con las pulsiones carnales de un joven seminarista. En El péndulo de Foucault las cosas eran aún más complejas. Era fácil perderse en la petulancia de sus protagonistas, quienes buscaban descubrir oscuros secretos de los Templarios mientras dirigían una editorial. La isla del día de antes no solo partía de un problema conceptual demasiado abstracto, sino que se regocijaba en un lenguaje marinero casi inasible. Baudolino fue la prodigiosa novela medie-

val publicada en el siglo XXI en donde sumó todo lo aprendido en sus novelas anteriores. Luego vinieron dos entregas menos poderosas. La misteriosa llama de la reina Loana hablaba más de sus obsesiones y hasta podía leerse como una novela de despedida. En El cementerio de Praga ya no se sentía el poder pleno de su capacidad fabuladora. En todas, sin embargo, hay elementos comunes que las hermanan. El más importante de todos es, quizá, esa habilidad que tiene de encontrar huecos históricos. Rendijas por las cuales colar una anécdota que navegará entre una verdad posible y una ficción real. Y todas, por supuesto, tienen un alto grado de complejidad. De ahí que, incluso, se pueda afirmar que sus ensayos y sus textos periodísticos son más accesibles que sus novelas. Al menos hasta ahora. Número Cero es una novela diferente. Se nota con solo verla: su grosor es mínimo comparado con las demás. En ella, Colonna, un viejo periodista, recibe una doble encomienda: será el jefe de redacción de un periódico inexistente, comandado por Simei, y escribirá un libro alrededor de ese ejercicio. El periódico no será del todo inexistente. Estará formado por doce “números cero”. Es decir, por doce bocetos que nunca serán publicados. Las razones son claras: con ellos, el dueño del diario podrá chantajear a importantes empresarios y políticos hasta acceder a la cúpula del poder. El libro, por su parte, le servirá a Simei para chantajear al propio chantajista y así garantizar una cuantiosa jubilación. Así de simple es el planteamiento. Así de simple será su desarrollo. A lo largo de la novela seremos testigos de una de las obsesiones de Umberto Eco: el propio periodismo. Tanto en sus artículos como en entrevistas y conferencias, se ha dedicado a cuestionarlo. Más ahora, que los medios digitales han invadido el espectro. Número Cero bien podría ser leída como un tratado sobre periodismo. En la novela se muestran

El autor de Baudolino

las estrategias para construir esa verdad a modo que conviene a los jefes del periódico. No solo consiste en falsear las noticias porque eso sería demasiado burdo. El trabajo debe ser tan sutil como la elección del orden de las notas, la jerarquía de las noticias, el manejo de los supuestos, el alcance de las palabras dentro de un encabezado. Mientras la clase de periodismo discurre, Colonna se da el tiempo de enamorarse de Fresia, una joven periodista salida de las revistas de espectáculos. También (de lo contrario Eco dejaría de serlo) de enterarse de una historia de intrigas. Braggadocio, un colaborador, toma al protagonista como confidente al hacerlo partícipe de una retorcida trama que busca dejar en claro que Mussolini no murió como se ha asumido todos estos años. Como siempre, la capacidad del autor de sembrar dudas alrededor de un hecho histórico es de un nivel superior. Umberto Eco entrega Número Cero como si fuera el escritor incipiente que publica su primera novela. Es, sin duda, la más sencilla de todas las que ha escrito. Tanto, que se puede leer de una sentada sin problemas. Eso sí, oculta en esa aparente simpleza hay todo un tratado alrededor de la verdad. Algo que, al parecer, debería preocuparnos cada vez menos. L

RESEÑA

Vicios del periodismo Víctor Núñez Jaime

E

n la Italia de 1992 las cloacas de la corrupción se abren para airearse. Un cambio sociopolítico parece estar a punto de llegar y en los medios de información la palabra más repetida es regeneración: que los estafadores de la patria paguen con la cárcel sus fechorías y que se limpien las instituciones. La influencia de los diarios y revistas sigue siendo considerable, pero la “sociedad del espectáculo” tiene, como nunca antes, a la televisión como principal punto de interés. Hay, además, un magnate de la comunicación que prepara con sigilo un descarado ascenso al poder. Al final, sin embargo, todo quedará en un mero gatopardismo (“que todo cambie para que todo siga igual”) y la pobre Italia verá esfumados sus anhelos de cambio. En ese contexto real, Il professore Umberto Eco (Alessandria, 1932) ha insertado su más reciente ficción, Número Cero (Lumen), para describir la “maquinaria mediática del fango.” En más de 200 páginas, la novela cuenta cómo un empresario decide fundar un periódico para intimidar a sus rivales, desacreditar a sus enemigos e influir en la clase política. En realidad, no pretende publicar algún ejemplar del diario pues está seguro de que, con la mera amenaza de hacerlo, logrará sus objetivos. No obstante, contrata a un puñado de reporteros para realizar doce números cero (para luego enseñárselos a algunos poderosos) y les encarga una misión: anticiparse, con insinuaciones y especulaciones, a las consecuencias de las noticias cacareadas por la televisión. Es

decir: no repetir lo que en ella ya se dijo, sino lo que sucederá mañana. Y si no sucede, da igual. A lo largo de los últimos años, Umbero Eco, afamado ensayista, referente obligado en varias universidades del mundo y viejo columnista de la prensa escrita, parece haber tomado nota de los vicios de sus colegas periodistas, les ha agregado un poco de levadura y ahora ha lanzado una crítica ácida a la dinámica informativa. Número Cero ha sido recibida con elogios por buena parte del mundillo cultural y periodístico de Italia y, conforme se ha ido a traduciendo a otras lenguas, sus bondades parecen crecer. En una profesión donde no es común la autocrítica (“perro no come perro”), el libro cobra importancia por el debate que suscita. Saca a relucir una serie de premisas sobre las que se elabora (en mayor o en menor medida) la información: subestimar al público, disfrazar las opiniones de hechos, imponer los temas de la conversación, aplastar los desmentidos, no aclarar la ambigüedad de las fuentes, insinuar que nadie es cien por ciento íntegro, tener (o simular tener) información delicada para intimidar a políticos y empresarios. Pero narrativamente, este libro no tiene la solidez de El nombre de la rosa o de El péndulo de Foucault, las dos primeras novelas del semiólogo. Los personajes, inspirados en personas reales, se difuminan entre citas y alusiones a acontecimientos contemporáneos. Salvo por el cinismo periodístico presente a lo largo del libro, las escenas son inconexas y carentes de

escenarios específicos. Las escasas tramas secundarias no refuerzan a la principal. Si quería describir y demostrar los vicios del periodismo actual, ¿por qué mejor el autor no elaboró un ensayo al estilo de su célebre Apocalípticos e integrados, incluyendo, por ejemplo, los aspectos abordados en la polémica que mantuvo en los años setenta con su compatriota y reputado periodista Piero Ottone sobre la (im) posibilidad de separar información y opinión, o una disertación acerca de la repercusión de Internet en el ejercicio informativo? De esto último, quizás a manera de complemento, sí se ha ocupado en las numerosas entrevistas que ha concedido para promocionar Número Cero. “Con Internet ocurre que te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Hay que pensar tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o que se invente historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio. […] Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía como si la Red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan de la Red”, le contó a El País. También ha ahondado en la intromisión en las vidas privadas para hundir a los adversarios. “En Estados Unidos, cuando vivía John Fitzgerald Kennedy, jamás se publicó que se acostaba con Marilyn Monroe. Richard Nixon fue acusado por motivos políticos, no por hechos privados. El giro se produjo con Bill Clinton, cuando fue acusado de actos privados realizados dentro de su despacho de la Casa Blanca”, le dijo al Corriere della Sera. EnNúmero Cero, Umberto Eco retoma la idea del complot, desarrollada con anterioridad en sus novelas El péndulo de Foucault y El cementerio de Praga. Pero se queda lejos la intensidad del thriller filosófico–policiaco que nos ofreció en ellas. A sus 83 años, Il Professore no deja de escribir en su casa de Milán, donde tampoco deja de estar pendiente de la actualidad de su país y del mundo. Dice que no está cansado y que sigue tan lúcido como siempre. Así que tal vez, dentro de poco, vuelva a teorizar en lugar de narrar. L


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LABERINTO

en librerías La facultad de las cosas inútiles

Arab jazz

Yuri Dombrovski Sexto piso España, 2015 678 pp.

S

iguen llegando hasta nosotros las novelas escritas durante las décadas oscuras del totalitarismo soviético. La facultad de las cosas inútiles es una de ellas. Fue escrita entre 1964 y 1975, los años finales de Dombrovski, quien pasó buena parte de su vida en los campos de trabajo de Stalin, escapando de la censura, antes de morir tundido a golpes por la policía del pensamiento. El estalinismo se ofrece no como una “excepción” histórica sino como un episodio más de la crónica de chacales y tiranías. Los hechos, hay que decir, se inspiran en el aun celebrado triunfo de lo inhumano.

La maldición de Hill House

Karim Miské Adriana Hidalgo Argentina, 2014 376 pp.

N

ovela premiada con el Grand Prix de Littérature Policière 2012, esta trepidante historia comienza con el cadáver de una azafata en el distrito 19 de París. Las pesquisas de los agentes Jean Hamelot y Rachel Kupferstein llegan hasta una secta religiosa involucrada en el comercio de drogas sintéticas y el tráfico de otros tipos, negocios que alcanzan a las altas esferas de la policía francesa. Plagada de personajes extravagantes, de sordidez, situaciones truculentas y tensión sexual, esta novela de Miské es una magnífica opción de fin de semana o de viaje en autobús, avión o tren.

La piedra de fuego

Shirley Jackson Debolsillo México, 2015 232 pp.

S

hirley Jackson, a quien se llegó a acusar de brujería, logró un clásico del género de horror con esta novela. Gente como Stephen King ha seguido su huella. “Una casa arrogante y odiosa, que nunca baja la guardia, solo puede ser mala”: así describe a la mansión hechizada donde ocurrirán los hechos. El doctor en filosofía John Montague, interesado en fenómenos paranormales, la encontró a fin de realizar una investigación. Para ello buscó a gente que le ayudara a registrar lo que sucediera. Eleonor Vance, Theodora y Luke Sanderson se unieron a su llamado.

También Berlín se olvida Fabio Morábito Sexto piso México, 2015 95 pp.

P

ublicado originalmente en 2004, este libro redactado en un momento de parálisis escritural durante una estadía en Berlín es un pizarrón de ideas de lectura rápida: “Como se sabe, el día después de la caída del Muro de Berlín en todas las escuelas y colegios de enseñanza media de la ciudad los maestros permitieron a sus alumnos que escribieran por una vez sus trabajos sin poner ningún signo de puntuación. Querían de ese modo que sintieran en carne propia el aliento de libertad de la nueva época que comenzaba”. Interesante idea, aunque Morábito debió escribirla sin signos de puntuación.

La dama de oro

Glenn Cooper Grijalbo México, 2015 432 pp.

C

omo un “maestro del thriller histórico” ha sido catalogado el autor de esta novela, en la que el Santo Grial resulta el motivo que pone a girar la narración. En este caso, el material con el que fue hecho el objeto sagrado tiene sus antecedentes en un fragmento que llegó del espacio y cayó en Egipto. Nehor, un alquimista, creó el Grial y le encomendó la misión de entregárselo a Jesús, para cumplir su destino, a Judas. Un heredero del autor artúrico Thomas Malory va en su busca junto a sus amigos pero un grupo de malosos se interpone en su camino.

La guía del teatro de Shakespeare Kenneth McLeish y Stephen Unwin Adriana Hidalgo Argentina, 2014 448 pp.

D

os de los mayores especialistas literarios de Gran Bretaña se ocupan de las obras completas de William Shakespeare en esta guía para críticos, estudiantes, lectores o simples asiduos de los escenarios. Incluye las principales representaciones y adaptaciones shakespeareanas del siglo XVI a la actualidad, y no solo abarca teatro sino óperas, películas y producciones televisivas. Ideal por su información (notas, descripciones, análisis de personajes, sinopsis, citas, ejemplos y bibliografía), este prontuario es básico para complementar cualquier biblioteca.

Riplay Jorge Carrión y Reinaldo Laddaga (coord.) Adriana Hidalgo Argentina, 2014 207 pp.

Anne–Marie O’Connor Vaso Roto España, 2015 522 pp.

E

l Retrato de Adele Bloch–Bauer, de Gustav Klimt, la célebre pintura dorada que cautivó a Viena, es el centro de esta historia inspirada, precisamente, en la protagonista del cuadro, mujer rebelde, intelectual, mecenas y amante de Klimt, pero también en el destino que cumplió antes de que en enero de 2006 fuera restituida a la familia Bloch–Bauer, legítima heredera. Este es un relato de sesenta años que sacudieron al mundo del arte y de la especulación en los que cada miembro de la familia luchó por recuperar el patrimonio que Austria le despojó a los judíos en el exilio.

E

n 1929, el periodista y dibujante Robert Ripley publicó Aunque usted no lo crea, un compendio de maravillas y rarezas. Los coordinadores de este libro invitaron a 45 dibujantes, pintores y escritores con el fin de que “participaran en la recomposición colectiva” de ese compendio, sin más requisito que el de la libertad creativa. Cristina Rivera Garza, Carlos Velázquez, Alan Pauls son algunos de los invitados. Un bebé con dos penes, un tucán que ataca al público de un circo, una artista del performance que abrazó y besó a desconocidos durante 700 horas son algunas de las rarezas recargadas.

El éxtasis profano LOS PAISAJES INVISIBLES ESPECIAL

Iván Ríos Gascón ivanriosgascon.wordpress.com

E

n 1961, Georges Bataille culminó la redacción de Las lágrimas de Eros, en el que no solo condensaba sus ideas filosóficas plasmadas en El erotismo sino las búsquedas estéticas de su poética y su narrativa porque en ese breve ensayo, Bataille decidió respaldar sus tesis con una iconografía que revelaba los atributos plañideros del orgasmo. Si en El erotismo las imágenes sueltas de Nicolás Manuel Deutsch y Francisco de Goya, los detalles de la escultura de Bernini y los fotogramas de Pierre Verger eran como el barómetro de cada capítulo en que el francés desentrañaba la coincidencia entre placer y pesadumbre, en Las lágrimas de Eros demostró que aquellas emociones ya no hacían intersección sino que se transformaban en un solo sentimiento. Las lágrimas de Eros confirmaba el aserto de Paul Valéry, el poeta que dijo que por muy ambiciosa que fuera la descripción de un escritor, sus esfuerzos jamás prevalecerán sobre la verdad de las imágenes, la palabra escrita siempre será una falsedad ante la realidad de los objetos: Georges Bataille ilustró todo su libro con la obra de Hans Baldung Grien, Tiziano, Goya, Tintoretto, Vermeer de Delft, Rubens, Boucher, Gericault, Cézanne, Tolousse–Lautrec, Renoir y la Escuela de Fontainbleu, entre otros prodigios de la plástica. Sin embargo, la imagen más cruel, terrible e impactante —y quizás el sincretismo porque no era una pintura— era la de El suplicio chino, un insólito cliché captado en 1905 y publicado por vez primera en el libro Pékin quis’en va de Louis Carpeaux. El suplicio chino, quizás el último fenómeno sacrificial del siglo XX que obnubiló a Bataille porque contradecía al progreso y la civilización, consistía en que tras el decreto de muerte emitido por el emperador, los condenados eran atados a un poste y se les descuartizaba en cien trozos. Probablemente, las víctimas estaban narcotizadas pues permanecían conscientes hasta el último aliento de una agonía inefable.

Georges Bataille

El suplicio chino ocupa un sitio capital en Las lágrimas de Eros. Aquella imagen de un hombre mutilado, sin piernas ni tetillas, casi sin brazos pero con un extraño gesto de placer, guio a Bataille en el análisis de la relación víctima–verdugo y viceversa, donde el descuartizamiento es análogo, o casi idéntico, a los gestos voluptuosos de Judith y Holofernes de Tintoretto —en el que la cabeza extirpada del cuerpo de Holofernes parece inconmovible en su pasividad, en su sonrisa— o El amor y la muerte de Goya, donde la agonía es la extrapolación de los gemidos, ocaso y renacimiento son la misma cosa: la inmovilidad eterna de un suspiro. “El torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo”, señala Bataille en su breve ensayo y es por eso que, precisamente, Historia del ojo, su novela más famosa, constituye una apología de los impulsos animales, los ostracismos del ego y la conciencia en el libertinaje; un orgiástico carnaval que comienza por el anhelo desesperado de poseer al objeto del deseo y culmina en su total engullimiento. Los personajes de Historia del ojo, Marcela y Simona, dos pupilas honoris causa de la Madame Delbene de Juliette de Sade, abrazan la eternidad desde las resonancias carnales, anímicas, emocionales. Eternidad que clausura la inconsciencia pero abre al ser al encantamiento del orgasmo y la violencia, la subrepticia inmolación del éxtasis profano. L


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MILENIO

cine ESPECIAL

de las víctimas. Hablamos con seres vivos, no con personajes. Recientemente se estrenó Un día en Ayotzinapa, de Rafael Rangel, otro documental sobre el mismo tema. En menos de un año, dos documentales refieren el impacto de esos hechos. A medida que fuimos elaborando el documental y recabando testimonios, la indignación se transformó en la comprensión de que vivimos bajo una política criminal que se practica desde hace muchos años; podría remontarme a la época de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.

Xavier Robles

“El cine militante deja de lado la cuestión estética” Varias voces confluyen en la reconstrucción de los hechos de Ayotzinapa, un episodio que ha dejado una herida abierta en un país política y democráticamente rezagado ENTREVISTA Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

L

a indignación es el punto de partida de Ayotzinapa. Crónica de un crimen de Estado, documental en el que Xavier Robles expone y analiza lo sucedido el 26 de septiembre de 2014 en la Escuela Normal Rural de Ayotiznapa. Para el guionista de los filmes Las poquianchis y Rojo amanecer, su trabajo se erige como una crónica de hechos. A través de testimonios de las víctimas, analistas de opinión y periodistas, construye un largometraje que, sostiene, no tiene nada que ver con el cine militante. ¿Qué lo lleva a hacer un documental sobre Ayotzinapa? Nos movió la indignación y la necesidad de hacer algo por este país que atraviesa por una triste y dolorosa realidad.

¿Cómo darle un tratamiento cinematográfico a un hecho de coyuntura? La diferencia entre un documental y una película de ficción es que el primero se hace sobre la marcha y no sabemos cómo terminará. Para Ayotzinapa usamos las técnicas del documental, es decir, queríamos reflejar la realidad pero asumimos que el guión se iría escribiendo solo. Éste es el género más cercano al periodismo porque lo veo como una crónica. Comenzamos con testimonios y hechos concretos pero la película se va transformando en una obra artística; al menos así lo intentamos. ¿Esta aspiración radica en el perfil doloroso de los sucesos? Sin duda, aunque en términos de discurso nos interesaba analizar lo sucedido. Por eso incluimos las reflexiones de periodistas y analistas, así como las de los padres

¿Podríamos decir que su película se inscribe dentro del cine militante? No es cine militante. La diferencia entre el cine militante y el independiente radica en que el primero toma partido por una causa política, y no es el caso. Nosotros mostramos objetivamente los hechos y los analizamos. Prefiero ubicarla en la línea del cine independiente, nada más que con todos los medios profesionales del cine industrial; es decir, tenemos cámaras de buena calidad, hubo corrección de color y sonido. Es cine independiente bien hecho; el cine militante deja de lado la cuestión estética. No todo el cine militante está mal hecho. No quise decir eso. Me refiero a que no es muy puntilloso en su búsqueda estética. Nosotros sí lo hicimos. ¿Cómo se genera una estética en un entorno sombrío? El cine brinda demasiados recursos narrativos. Uno de ellos es la música. Recurrimos a los coros de la UNAM y del Conservatorio Nacional, que ayudaron a crear una atmósfera menos sombría. Al mismo tiempo, incluimos poemas de José Revueltas sobre el 68 y “Los enemigos” de Pablo Neruda. Es verdad que son temas dolorosos y crudos pero una de las virtudes del arte es que nos permite embellecer la realidad, aun cuando los sucesos sean dolorosos. ¿Qué criterio usó para terminar la película, pensando en que los hechos aún se están escribiendo? Queríamos reflejar la realidad, no competir con ella. Un documental se compone de hallazgos. Si tienes plena conciencia de esto, el sentido orgánico y natural del filme te indica dónde debes terminar. Al menos así es en mi caso. L

HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL

El cielo bajo París Fernando Zamora @fernandovzamora

E

n 1995 había comenzado a decaer el arte del videoclip. Por aquellos años, Jake Scott filmó uno con base en “Everybody Hurts” de R.E.M. Bird People comienza con una secuencia muy similar a este video: en el metro atiborrado, los espectadores escuchamos pensamientos de hombres, mujeres y niños perdidos en el mundo moderno. Lo mismo sucedía en Las alas del deseo aunque la referencia era mucho más discreta y original. Bird People participó en el prestigioso premio de Cannes Un Certain Regard. No ganó a pesar de que la historia, si uno la mira bien, tiene cierto encanto que, por otra parte, se pierde a veces: la obra dura demasiado tiempo y no consigue pegar en una sola dos historias de distintos protagonistas. Él es un ejecutivo estadunidense, millonario al que estamos acostumbrados en las películas que se refieren a París. La diferencia está en que el hombre, deprimido tal vez luego de haber visto en la carretera un accidente, decide dejar toda su vida atrás. Tal cual. El tipo planta a su mujer, a sus hijas y a sus empleadores; simplemente decide no subirse al avión que tendría que llevarlo a cerrar un jugoso contrato en Dubai. Fin.

Ella, la protagonista, es recamarera. Desde la primera secuencia que tanto recuerda al videoclip de R.E.M., sabemos que tiene una relación particular con los pájaros. En efecto, Bird People debió llamarse Bird Woman porque la heroína, por razones que solo pueden atribuirse al realismo fantástico, un día se convierte en uno de esos gorriones que suelen meterse en broncas con los gatos y los humanos por igual. Algunas preguntas interesantes emergen luego de dos horas metidos en esta ficción. ¿Por qué un hombre exitoso decide dejar todo su mundo atrás? Sabemos, por una charla que sostiene con el taxista del hotel, que no se trata de que, como ha sucedido ya con otros personajes muy vistos en el cine, se haya enamorado de París. Al contrario. Su viaje no pasa del hotel del aeropuerto, con su comida mala y su decoración “internacional”. A más de uno le gustará Bird People justamente porque en la sociedad que vivimos muchos quisieran (yo no) abandonarlo todo un día. Dejarlo todo sin darle a nadie una explicación: ni al jefe ni a la esposa ni al público que está mirando la película. Para el protagonista de Bird People, vivir se ha convertido en un estado de guerra, un “permanente estado de guerra” que lo tiene sometido en forma existencial. Pasadas las dos horas, Pascale Ferran, el director, decide dar a toda la película una dosis de buen hu-

Bird People (Alas de libertad). Dirección: Pascale Ferran. Guión: Guillaume Bréaud y Pascale Ferran. Fotografía: Julien Hirsch. Con Josh Charles, Anaïs Demoustier, Francia, 2014. mor. Hay entonces incluso una alegría que emana de esta hermosa camarera francesa que se ha convertido en un pichón. La vemos volar y entrar indiscretamente en la vida de los otros. Si no fuera porque hemos visto secuencias semejantes en programas de Animal Planet, la cosa parecería muy original. Bird People no es una mala película aunque es demasiado larga y no termina por conseguir mezclar una historia digna de Disney con un videoclip existencial para ofrecer al público lo que promete: una inesperada historia de amor. L


sábado 27 de junio de 2015 b 11

LABERINTO

escenarios ALEX LAKE

mecánicas. Apareció de pronto una montaña y un pueblo pequeño a sus faldas. Casas de madera, calles de tierra. Ni un rastro humano. ¿Y si nosotros tres, en este tren, fuéramos las últimas almas sobre la tierra? Grabé los ruidos del vagón: voz aguda de muchacha rusa, respiración agitada de viejo, vino rojo que baja por mi garganta, viento contra el vidrio de un tren en movimiento, motor de silla de ruedas ultramoderna, sonsonete de teléfono recibiendo mensajes, chillido del manubrio al dar la vuelta. Metí todos esos sonidos en mi computadora. Los convertí en materia. Cambié su morfología. Achiqué y extendí. Aceleré y deformé. Metalicé y combiné (la palabra “demon” persiguiéndose a sí misma a manera de canon). Les di aspecto trágico. Esculpí en color negro una masa electroacústica que se convirtió inmediatamente en una metáfora de mi realidad: solitud y angustia en una China desolada. Canté en voz baja sobre estos sonidos: “¿somos las últimas almas sobre la tierra?”. Canté la pregunta con voz monótona (en mi registro medio, sin adornos) varias veces, cada una con una ligerísima variación en las dos últimas palabras.

Los días del demonio Demon Days (2005), de la banda de rock virtual Gorillaz, es uno de los álbumes más propositivos del siglo. Este testimonio ficticio nos acerca a las ideas apocalípticas y robóticas que inspiraron a su líder Damon Albarn VIBRACIONES Hugo Roca Joglar hrjoglar@gmail.com

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e voy a contar sobre mi nueva música. La compuse cuando atravesé árboles caídos en desiertos de arena oscura durante tres días (noviembre) en un tren que cruzaba el centro de China. Faltaba la luz en un cielo gris– marrón y vacío a punto de desmoronarse. Y abajo únicamente ausencias: de colores, de movimiento, de certezas. En el vagón iba solo. Llevaba conmigo una botellita de vino rojo. Los sonidos me hipnotizaron. Electricidad y acero cortando el viento con su imparable ritmo de máquina. Un viento helado que se

revolcaba con la arena negra en misteriosas guerras secretas. El tren se detuvo. Se abrió la puerta del vagón. Entraron un viejo y una muchacha. Él en una silla de ruedas motorizada; ella estaba pegada a un teléfono. Su voz aguda resonaba. Hablaba inglés con acento ruso. Se quejó de todo: familia, novio, trabajo, suerte, dinero y clima: “I Hate these Demon Days” (¡odio estos días del demonio!). Pronunció raro “demon” (demonio) y sonó como mi nombre: Damon. Sus palabras se clavaron en mi alma. Mis nervios estaban en desorden. Ni un cambio en el panorama: árboles caídos sobre arena negra. La silla de ruedas tenía luces, teclado y pantalla en el manubrio. La rusa apretaba botones que sonaban a tañidos de campanitas

LOS ROBOTS Cuando descendí del tren, tenía este raro y extenso relato sobre el cielo detenido y las últimas tres almas vivas que cruzan en tren la noche apocalíptica, sobre el fin de los humanos y el inicio de una nueva era en el mundo: el reino de los robots, que ya no necesitan del sol. Llevo meses trabajando en musicalizar todo. Está casi listo. Es un proyecto que combina rock, rap, animación y electroacústica, todo bajo una estética apegada a las estructuras acumulativas del minimalismo. Literariamente, desecha la idea de violencia: los robots no aniquilan a los humanos. Es una transición pacífica. Y la música sucede en el tramo final del proceso, cuando el último compositor humano (yo) incorpora a los robots (tren, computadora, teléfono, silla de ruedas motorizada) en su creación y descubre que los robots están componiendo al mismo tiempo su propia música. Y es música llena de nostalgia humana. Son robots que extrañan a los dueños que alguna vez tuvieron. La silla de ruedas llora el movimiento que le imponía el viejo. El teléfono se aferra al hip–hop que a la rusa le encanta bailar. Y mi computadora sumerge sus búsquedas sonoras en las cartas apasionadas que nunca me atreví a mandar. Música que habla de un pasado que se extingue para irse por siempre. Cosas que algún día desaparecerán sin dejar rastro. Personas que nunca tendrán el tiempo suficiente para terminar su historia. Resulta que mi divertida ficción robótica suena profundamente triste. L —Damon Albarn

DANZA ESPECIAL

Desaparecer y resurgir Argelia Guerrero makarova81@yahoo.com.mx

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l pasado 18 de junio falleció el coreógrafo y bailarín japonés Ko Murobushi, reconocido heredero de la danza butoh desarrollada por el maestro Hijikata. La muerte de Murobushi supone una paradójica reflexión sobre la trascendencia del ser y la filosofía de la muerte, pues sostenía que la danza butoh es “magia y muerte, un instrumento para desaparecer y luego resurgir”. Quienes hayan tenido la oportunidad de verlo danzar reconocerán sin duda que en cada una de sus interpretaciones trascendía diversos planos de conciencia emotiva y corporal. La danza de Murobushi consistía en un habitar pleno del cuerpo y un recorrido por la conciencia. Recuerdo a Valentina Castro hablando de la danza butoh, del reto interpretativo y corporal que significaba. Explicaba la madurez emocional y física que requería ese proceso creativo que implicaba un viaje simultáneo a la sensibilidad y a los límites corporales del bailarín. Para nosotros, jóvenes estudiantes de danza que suelen reducirla al virtuosismo acrobático o a los retos coreográficos rebuscados, nos resultaba poco atractiva una danza casi ritual que no centraba su atención en elevar las piernas o moverse a gran

velocidad y precisión. Recuerdo que valoramos poco lo que Valentina explicaba del butoh y de Murobushi, hasta que llegó acompañada del maestro a ofrecernos, “por el puro gusto de compartirnos”, una pieza coreográfica en uno de los salones de clase. Lo que vimos no pudo sino maravillarnos. La lentitud y precisión de sus movimientos se sostenían de un evidente control físico que trascendía una técnica específica y obedecía a impulsos de los intérpretes. Mirábamos a ambos bailarines paseando por sus emociones; parecían inmóviles. Pero lo que sucedía era una colaboración del cuerpo con la profundidad para salir e irradiar su entorno, para expresarse, para comunicarse. Los rostros concentrados y en armonía con su energía corporal se modificaban casi de modo imperceptible, pero siempre con claridad. Aprendimos mucho de la interpretación más allá de las muecas prefabricadas y estereotipadas, pero tan recurrentes entre los artistas escénicos con tradición en Occidente. En fin, en una pequeña pieza aprendimos de danza meditada, de honestidad interpretativa y del enorme reto energético que implica la danza butoh. Gracias a Ko Murobushi y a Valentina Castro por aquella lección. Comprendimos de qué hablaba Murobushi cuando decía: “el cuerpo debe atacar la eternidad, puede concentrar la eternidad en un solo momento. Entonces el cuerpo se vuelve eterno y atestiguar eso es fuerte.

Ko Murobushi

Dicho efecto no depende de la técnica. No es necesaria la belleza. Es una cosa más profunda, ininteligible”. Poco se conoce en México del butoh y se explica en gran medida por la distancia cultural que la sociedad moderna tiene con un estilo artístico más cercano a la ritualidad de comunidades premodernas con mayor equilibrio entre emoción y razón. Sin embargo, el butoh tiene mucho que aportar a los hombres y mujeres cuya preocupación es la existencia del ser en el mundo, no solo en un plano espiritual o emocional, sino llevado al nivel corporal, traído a este mundo para volverse a fugar. Recomiendo asomarse al texto Es la eternidad un instante editado por Fluir. “Tengo que cambiar, quiero dejar de bailar, pero debo seguir, es una contradicción. La vida es complicada”. La eternidad abre sus puertas al maestro Murobushi.L


12 b sábado 27 de junio de 2015

MILENIO

varia ALEKSEI GERMAN

ESPECIAL

Vanessa Place

Hard To Be God

La Conferencia de Poesía en Berkeley

Qué difícil es vivir sin belleza

ARCHIVO HACHE

CASTA DIVA

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

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ste año la poesía experimental norteamericana vive una crisis sin precedentes y la semana pasada ocurrió un giro histórico. Entre el 15 y el 19 de junio se celebraría la Conferencia de Poesía de Berkeley, que reuniría poetas innovadores (a mitad de carrera) para conmemorar los 50 años (1965) de la congregación de escritores como Charles Olson, Robert Duncan, Allen Ginsberg, Gary Snyder, Jack Spicer, entre otros. La conferencia de 1965 fue definitoria e histórica. Y la nueva conferencia de Berkeley también aseguraba volverse un punto de referencia. Entre los participantes estaban (por mencionar cinco) Claudia Rankine, Cathy Park Hong, Juliana Spahr, Fred Moten y Vanessa Place, es decir, representantes de lo mejor de la poesía norteamericana actual. Pero antes de la conferencia, estalló el escándalo contra las obras racistas de Vanessa Place. Se discutía el retiro de la invitación a Place, quien seguramente aprovecharía el evento para realizar algún performance racista o polémico. Los organizadores, sin embargo, reiteraron la invitación a Place. Y en cuestión de días, tres cuartas partes de los invitados cancelamos. La conferencia se derrumbó. El solo hecho de este boicot marcaba ya un momento histórico, un símbolo de los nuevos tiempos poéticos, de la crisis sociopolítica y la explosividad de este periodo literario. Pero los organizadores realizaron una contra–jugada magistral: aceptaron cancelar la conferencia original pero

en su lugar organizaron otra: “Conversación, Color, Composición: Una conferencia en Berkeley”. Junto a poetas que no habían cancelado y nuevos poetas de color (no–blancos), ahora se reunía a CA Conrad, Hugo García Manríquez, Judith Goldman, Craig Santos Perez, Ronaldo Wilson, entre otros. La conferencia se realizó, y las expectativas, la destreza técnica en las lecturas y paneles de discusión la hicieron memorable. La discusión posterior, por supuesto, seguirá por mucho tiempo. Pero la clave es que todo lo ocurrido, desde la memoria de aquella conferencia de 1965 hasta el derrumbe de la conferencia original de 2015 y la celebración de la nueva establecieron un nuevo momento de la poesía norteamericana y, debido a su peso, de la poesía mundial. Todo esto ocurre en medio de la crisis de violencia policiaca (desde Ferguson hasta Ayotzinapa); la nueva conferencia justo ocurrió en la misma semana que la matanza de Charleston y el discurso racista de Donald Trump. Las consecuencias de todo lo ocurrido en la poesía norteamericana y el evento para celebrar el cincuentenario dejaron sellados dos hechos ya incontestables: este 2015 se cerró oficialmente un ciclo de la poesía norteamericana y la nueva poesía norteamericana será crecientemente dominada por poetas no–blancos. Será la lucha entre la supremacía blanca literaria (matriarco–patriarcal) y las poéticas de las minorías la que determinará el rumbo de la poesía de este nuevo siglo. L

Avelina Lésper www.avelinalesper.com

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n este planeta no existía la belleza”, dice el narrador de la película rusa Qué difícil es ser un dios del director Aleksei German. La historia sucede en un agobiante ambiente parecido a una Edad Media de suciedad, enfermedad, superstición, violencia, hacinamiento. En su notable ausencia entendemos que la belleza es un concepto que va más lejos de la apariencia, es filosofía, es conducta. La distorsión de este concepto, la increíble ignorancia que lo remite al aspecto racial o físico, a la oferta de la publicidad y la sociedad de consumo, ha convertido a la belleza en algo prescindible, y lo más grave, incomprensible. Aleksei German literalmente nos tortura con su película, es un trabajo soportarla, este efecto es el que nos hace conscientes de la degradación humana que implica vivir sin belleza. La híper simplificación del arte comenzó con el rechazo a la creación de obras que fueran capaces de sublimar la realidad y llevarla a un plano intelectual y estético que rompiera con la promiscuidad del pensamiento inmediato. La existencia de la obra tenía que reducirse a lo más fácil para que una falsa intelectualización, contraria a la percepción real, la presentara como arte. La primera dificultad a vencer fue la belleza y la expulsaron del arte, esa representación capaz de sublimar hasta la más terrible manifestación se cambió por la literalidad y la inmediatez. La inteligencia que deja de crear la belleza ya no es capaz de apreciarla. Las obras del estilo VIP no son así porque denuncien a nuestra sociedad banalizada y violenta, son así porque son un producto de esa sociedad. No son reflejo del problema, son parte del problema. ¿Qué queda del resto de la sociedad? No podemos disfrazar con retórica a la consecuencia de esta involución, la sociedad se está brutalizando. Y no se trata de buscar lo bonito que la sociedad de consumo vende y que es la estética del estilo VIP. El arte es una síntesis y representación de lo bello que, sin embargo, puede ser una visión, una narración atroz, la película de German tiene una iluminación preciosista y el tema es casi intolerable.

La belleza es una abstracción, el primer contacto que tenemos con ella es la naturaleza que definimos como bella al separar o abstraer sus elementos: color, equilibrio, luz, sonidos, formas. La inteligencia con esa abstracción comprende, replantea y representa esos elementos: crea arte. Este proceso de armonía y equilibrio se prolonga a la existencia, podemos abstraer el sonido del agua y meditar con él, podemos abstraer el silencio y estar en ese equilibrio al que entendemos como belleza. Entonces la belleza tiene en el arte solo una de sus manifestaciones, la belleza es conducta, lenguaje, sentimiento, vacío, orden, todo eso que buscamos, justamente para poder asimilar y vivir la realidad. Al expulsar a la belleza del arte por la ignorante facilidad que supone una falsa libertad para crear, caímos en una trampa existencial, perdimos uno de los avances más valiosos de nuestro pensamiento abstracto, porque la belleza como abstracción logra la trascendencia. Al ser una idea que nos permite transformar la realidad y tener otra relación con ella, la trascendemos. El ambiente de la película de German es abyecto, no hay un instante de reposo, cuando estamos en la realidad, que es como esa película, y escuchamos música, vemos una escultura, nos abstraernos de la realidad, la trascendemos, somos más que ella. No hay fuga, hay noción de nuestro ser, nos encontramos fuera de lo que nos traga, porque nos integramos a esa belleza, la experimentamos, la hacemos nuestra: el espacio de equilibrio al escuchar a Bach está dentro de nosotros. Esa experiencia se pierde si vamos a un museo y hay un montón de escombros, un letrero con una obviedad escrita, unos focos, presenciamos algo más bajo que la realidad porque carece de su circunstancia, aun con la tesis curatorial no puede proporcionar la experiencia de trascender. Sin la belleza únicamente nos queda asumirnos como tragadores de comida, depredadores del ambiente, como un estorbo en el planeta. Nuestra razón de ser, para estar aquí en el presente, es mantener esa capacidad para habitar, sentir, vivir y crear belleza. L


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