Laberinto
David Toscana Visa en la cabeza página 2 Lord Bison Poesía página 3 Álvaro Uribe La bebedora página 3 Heriberto Yépez Fin de “Archivo hache” página 12
N.o 639
sábado 12 de septiembre de 2015
La fiesta visual de Martín Luis Guzmán Evodio Escalante páginas 4 y 5 HÉCTOR TÉLLEZ
Enrique Vila-Matas Texto y conversación páginas 6 a 8
MILENIO
02 b sábado 12 de septiembre de 2015
MILENIO
antesala DE CULTO
Juan Manuel Gómez b www.forasterongt.wordpress.com ESPECIAL
Visa en la cabeza
Ogden Nash
El toque de Venus
TOSCANADAS UNICEF
David Toscana dtoscana@gmail.com
T
engo tres amigos sirios: un poeta, un académico y un traductor. Ellos no estaban entre las decenas de miles de desplazados en busca de un tren. Ellos encontraron pronto los atajos para llegar legalmente a un nuevo país junto con sus familias. Y es que la cultura, el arte y la inteligencia se mueven en un nivel distinto del de la gente común. Un escritor podrá ser un muerto de hambre, pero en ciertas circunstancias tiene mayores privilegios que un millonario. Esa pequeña comunidad que ama los libros y la educación, y que puede hallarse en universidades, asociaciones e incluso en ciertas ramas de un gobierno, da siempre la cara para proteger a los suyos, y hasta la Academia Sueca ha sabido tocar con su varita mágica a escritores en peligro. Quizá no puedan hacer nada contra unos brutos que dinamitan algún templo antiguo, pero sí tienden la mano para rescatar a un poeta porque ¿qué será de nosotros sin los versos que todavía le quedan por escribir? Un matemático, un científico, un filósofo tampoco se hallan indefensos ante las fuerzas de la barbarie. No digo que sean inmunes, pues en ciertos países o momentos de la historia es precisamente la clase pensante la que más peligra; pero sin duda tienen un bote salvavidas cuando el grueso de la gente tiene que nadar hasta la playa. Y aprovecho la metáfora para decir que el niño ahogado que conmovió al mundo no se habría ahogado si su padre hubiese sido un hombre de letras.
Pero no hay que irse al otro lado del mundo para encontrar estas historias. En el territorio mexicano mueren decenas de niños migrantes que no parecen conmover a nadie, miles y miles de latinoamericanos tratan de cruzar un terreno hostil, violento hasta la muerte, corrupto hasta el asco, riesgoso como antiguo viaje a los polos, y entre esos cientos de miles de desplazados no hallamos a nadie que haya meditado sobre el teorema de Fermat o el significado de “Primero sueño” o el imperativo categórico de Kant. Ninguno de ellos, mientras por la noche viaja en la Bestia, se pregunta si el universo se está expandiendo o si existe la materia oscura. Me pregunto por qué no vemos a los agentes de migración apalear en las costas de Veracruz a las hordas de finlandeses que desesperadamente tratan de entrar en nuestro país. ¿Cuál fue el último noruego que saltó una valla fronteriza? ¿El último doctor en Derecho torturado en una celda del INM? Millones de seres humanos buscan un mejor modo de vida a través de actos llenos de heroísmo, plagados de riesgos, abundantes en humillaciones, cuando hubiese sido más sencillo meterse en una biblioteca. Y si lo que buscan es mejor vida para sus hijos, entonces no hay pierde: un buen varazo para que se pongan a leer y un martillazo en la pantalla de televisión. “Hijo mío”, diría un buen padre, “la visa, la green card, el pasaporte o el salvoconducto se lleva en la cabeza; aunque suele ocurrir que quien lleva visa en la cabeza, no la necesita”. L
E
ddie, un empleado que prepara para su exhibición la costosa estatua de Venus que acaba de adquirir la tienda en la que trabaja, en un arrebato entre divertido y romántico besa los labios de mármol de la diosa del amor. De pronto, debido a ese contacto brevísimo pero genuino, la estatua cobra vida y se convierte, ¡alabado sea dios!, en Ava Gardner. El desconcertado Eddie trata de esconder a ese prodigio de la divinidad y eso genera una comedia de enredos divertidísima, al estilo del shakespereano Sueño de una noche de verano. Esa es a grandes rasgos la trama del musical de Broadway, dirigido por Elia Kazan, que logró más de 500 representaciones entre 1943 y 1945, One Touch of Venus, y de la subsecuente versión cinematográfica. El guión, basado en la novela The Tinted Venus, de Guthrie, es una retahíla hilarante de expresiones en doble sentido, producto del talante cómico de Ogden Nash. Este poeta humorista que vivió entre 1902 y 1971 es lo más cercano que pueden llegar a tener los estadunidenses de lo que en México valoramos como el doble sentido. Sus creaciones eran minúsculas saetas que volteaban al revés la gramática y la ortografía del idioma inglés para hacer chistes lingüísticos. “Pienso en verso y rimo desde que era un niño”, declaró Ogden Nash a un entrevistador, sin poder evitar esa pulsión suya de hacer juegos de palabras. Era descendiente de Abner Nash, quien fuera gobernador de Carolina del Norte, y a su tío Francis se debe el nombre de la ciudad de Nashville. Entre otros empleos, tras llegar a Nueva York en busca de fortuna, trabajó en la redacción de The New Yorker; eso lo hizo codearse con la elite literaria. De las 500
EX LIBRIS
ALFILERES
miniaturas cómicas que se encuentran compiladas en trece tomos, he de confesar que las rimas de Nash que conozco, que son bastante pocas, me parecen, por decir lo menos, bobas. Son del estilo de: “Para qué nos dio Dios agilidad/ sino para evadir responsabilidad” o “Si te llama una pantera/ no antera” o “¿Quien quiere mi medusa?/ no soy nada envidiosa”. Sin embargo, “Speak Low”, la canción tema del musical A Touch of Venus, es suficiente para hacer que nos pongamos de pie y recordemos a Ogden Nash como un grande. La escuché recientemente en una película, interpretada por una actriz alemana que constituye una de mis mayores debilidades, Nina Hoss, y me estremecí. También la cantan otra Nina, Simone, y Billie Holiday. Dice simplemente: “Speak low when you speak love/ Love is a spark, lost in the dark/ too soon/ Tomorrow is near, tomorrow is here and always too soon/ Time is so old and love is so brief/ Love is pure gold and time is a thief”. L Fortunata y Jacinta bEKO
Armando Alanís b alaniscanales@gmail.com
Era una cabeza vacía: las ideas andaban de viaje.
MILENIO b LABERINTO b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Roberto Pliego, Iván Ríos Gascón Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
sábado 12 de septiembre de 2015 b 03
LABERINTO
antesala
La marea
La bebedora
El acto de la creación aparece aquí despojado de todo halo de grandilocuencia y heroísmo. Es, tan solo, un estallido CARACTERES
POESÍA
HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC
Lord Bison
D
emonios, hasta yo iría por eso Nada sabe a lo que tú crees que sabe Se llena, es fácil de hacer y no se echa a perder Trampas poéticas como aquellas que un vestido ajustado y venenosa Batería de párpados hacen ¿Para quién, para mí? Al mismo tiempo Todos nos tumbamos boca abajo En licor, apuestas de castidad y mentiras Realmente creemos Que las obras maestras están pulidas a pesar Del celo de Da Vinci ¡Bam! Te hice; maldita sea Este tiempo ya se fue Tide Hell, even I’d go for that Nothing tastes like whatever you think it does It’s filling, easy to make and never spoils Poetic traps like the ones a tight dress and venomous Battery of eyelids lay For who, me? At the same time We all sprawl face down In liquor, bets of chastity and lies We really do believe Are masterpieces honed despite Da Vinci’s jealousy Bam! I made you; damn This time left already Traducción al español de Roberto Mendoza Ayala
ARCHIVO PERSONAL
G
raduado del Purchase College’s Conservatory of Theater Arts and Film, Lord Bison es un neoyorquino que practica la actuación y que publicó un álbum de palabra oral en 2014. Este poema pertenece a De Neza York a Nueva York. From Neza York a Nueva York (Cofradía de coyotes, México, 2015), una antología de poesía en versión bilingüe, compilada por Roberto Mendoza Ayala, que reúne a 25 escritores mexicanos y estadunidenses unidos meramente por el azar.
Álvaro Uribe alvuribe@yahoo.com.mx
E
ntre las muchas, muchísimas conductas públicas respecto de las cuales nuestra sociedad patriarcal (por no decir machista) privilegia injustamente a los hombres sobre las mujeres, se encuentra el consumo inmoderado de bebidas alcohólicas. Si no estás de acuerdo con esta observación, consulta a tu amiga Nora. A ella no la molesta demasiado que la llames borracha, siempre que sea en la intimidad y con cariño. Es muy capaz, incluso, de usar por sí misma ese epíteto para definirse. Pero a la gente en general, y a las otras hembras en particular, les tolera apenas, no sin levantar las cejas y dirigirles una mirada amenazante, que la califiquen de bebedora. Uno de los argumentos recurrentes que emplea Nora al sentirse agraviada, y tener por eso un motivo más para tomar sin tregua, puede resumirse así: la respuesta social a las borracheras, según incurra en ellas un hombre o una mujer, es inversamente proporcional a la edad y al sexo del borracho. Y en efecto: a un joven o no tanto se le perdona, y hasta se le festeja, que diga estupideces, que insulte al prójimo, que haga el ridículo y que termine vomitando en un baño ajeno. Mientras que a Nora, por hacer un patético strip–tease en una fiesta organizada para celebrar sus veintitrés años, se la critica desde entonces por borracha. Y, además, por puta. No es que las cosas hayan mejorado mucho con la madurez. A Nacho, cincuentón como
Nora y comparsa ocasional de sus borracheras, se le aplauden o por lo menos respetan las costumbres rígidas, burocráticas, que adopta para regimentar su afición desmedida al alcohol. Nora también puede ser sistemática en el beber y también suele llevar una vida ordenada en la sobriedad, pero nadie al hablar de ella a su espalda la baja de vieja borracha. Desde siempre, las demás mujeres han sido sus peores enemigas. La temían de joven, cuando Nora en su alegre desinhibición etílica se acostaba con todos los hombres, solteros o no. La desprecian a sus cincuenta y pico, cuando ya ningún hombre, ni siquiera el más urgido, el más feo, se anima a acostarse con ella. Es probable que la misma Nora, al repasar en la cruda sus vagos recuerdos de lo que hizo en la víspera, se desprecie. Pero eso no impide, antes bien propicia, que vuelva a beber. Coincidiste con ella hace poco, en una boda. Nora llegó como siempre: bien vestida y maquillada con profusión para disimular los estragos del alcohol. Comió como siempre: a regañadientes. Bebió como siempre: mucho y muy rápido. Bailó como siempre: cada vez peor. Acabó como siempre: con las medias rotas, el rímel corrido y los ojos hinchados de tanto llorar. Es una de tus amigas más antiguas y quisiste darle algún consuelo. Tu acompañante, quizá celosa, te dijo que la dejaras en paz. Que así era cada vez que se emborrachaba y no había nada que hacer. Tú fuiste a abrazarla de cualquier modo y hasta brindaste con ella, porque en tu propia borrachera intuías que Nora la bebedora lloraba menos por el mucho alcohol que por la dura soledad. L
MILENIO bLABERINTO b http://www.milenio.com/cultura/laberinto/Facebook: Laberinto Milenio/Twitter: @SCLaberinto
04 b sábado 12 de septiembre de 2015
artes FOTOS: OMAR MENESES
La patria (Jorge González Camarena)
Autorretrato (Rufino Tamayo)
La fiesta visual de Martín Luis Guzmán El autor de La sombra del caudillo es el protagonista de la exposición La otra fiesta de las balas, que comprende pinturas, grabados y documentos de archivo, y se exhibe en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. A continuación, una mirada a las piezas que configuran nuestra memoria plástica en buena parte del siglo XX RESEÑA Evodio Escalante
A
caso lo que más sorprende en la exposición La otra fiesta de las balas: Martín Luis Guzmán, bajo la curaduría de Marisol Argüelles en el Museo de Arte Moderno, es el ejercicio de síntesis que permite reunir en un solo espacio casi un siglo en la vida de la cultura y la política de este país. La síntesis es posible gracias al prodigioso personaje que la motiva. Miembro de ese grupo iniciático que fue el Ateneo de la Juventud, que da sus primeros pasos a la sombra del porfirismo y que saca provecho de las bendiciones laicas de Justo Sierra; ensayista, periodista y en sus inicios crítico de arte, Martín Luis Guzmán pronto se ve envuelto —como muchos de los ateneístas— en el torbellino de la Revolución, de seguro inesperada para todos ellos. Tomar partido y comprometerse con una de las facciones es también arriesgarse a formar parte de los que se ven obligados a salir del país para no ir a dar a la cárcel o de plano perder la vida. Conspirador empedernido, cercano al villismo en un momento dado, es difícil que otro escritor mexicano haya estado tantas veces en el exilio como Martín Luis Guzmán. Aunque es cierto que regresaba cada vez que la situación lo permitía, al consolidarse el dominio primero de Álvaro Obregón y luego de Plutarco Elías Calles, su exilio en España se prolonga hasta que Cárdenas acaba de un golpe con el Maximato e inicia una nueva etapa en la historia del país. Durante este último lapso escribe algunos de los magníficos libros por los que hoy lo recordamos: El águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929). Es justo considerar que este último, denuncia valiente del carácter criminal del grupo de sonorenses que detentó el poder durante más de quince años, solo podría haberse escrito y publicado en la relativa protección que otorgaba el exilio.
De regreso a México en 1936, y con elcobijo de Lázaro Cárdenas, Guzmán retoma sobre nuevas bases su activismo político: se convierte en funcionario, crea casas editoriales, dirige la revista Tiempo e inicia la publicación de esa obra maestra inconclusa que son las Memorias de Pancho Villa, personaje campesino al que reivindica en un acto de extraña rebeldía motivado acaso por su deseo de comprender y justificar el sangriento proceso de la Revolución en la que de muchos modos había participado. Los enconos quedaron atrás. A su discurso de ingreso en la Academia Mexicana de la Lengua asiste el entonces presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines. En el sexenio que sigue, el de López Mateos, recibe la encomienda de presidir la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg), cuyas labores continúan hasta el día de hoy. Oficialista hasta decir basta, y anticomunista de corazón, el sexenio de Díaz Ordaz encuentra en él uno de sus más convencidos admiradores. La represión de los estudiantes en Tlatelolco estaba más que justificada porque le ponía un dique al caos que provoca la agitación de los comunistas (en su descargo hay que decir que Salvador Novo y Vicente Lombardo Toledano, dos viejos lobos de mar como él, compartieron una postura semejante). La otra fiesta de las balas permite entrever con cuadros y con documentos extraídos de archivos tanto públicos como privados el tejido de relaciones que constituye la argamasa de una vida tan compleja, y a veces tan protagónica, como la de Martín Luis Guzmán. Dividida en cinco grandes secciones, la primera, “El Ateneo”, documenta su vínculo con los artistas plásticos del momento, Ángel Zárraga, Joaquín Clausell, Germán Gedovius, Saturnino Herrán, el Dr. Atl, y con los escritores modernistas que publicaban en la revista Savia moderna; sus vínculos con Reyes, con Henríquez Ureña y con Vasconcelos, por supuesto, quedan incluidos aquí. La segunda sección,
Autorretrato (Juan O'Gorman)
“La bola”, tiene que ver con la vorágine revolucionaria. Las soldaderas de Orozco es quizá la obra más llamativa de esta constelación, pero igual hay cuadros notables de Abraham Ángel, de Jesús Cabrera y el Zapata campesino de Ignacio Aguirre, así como un dibujo de Frida Kahlo y un grabado de Villa por Alberto Beltrán.
sábado 12 de septiembre de 2015 b05
literatura La tercera sección, “El exilio, el regreso y los amigos”, es acaso la más compleja y variada. Encontramos cuadros que retratan a algunos de sus amigos, como Carlos Chávez en la mirada de Siqueiros, como el poeta González Martínez en la visión de Roberto Montenegro, o como Dolores del Río bajo el pincel de Rosa Rolanda. En uno de sus exilios, como se sabe, Guzmán pasa una temporada en París. De esa época son sus ácidos comentarios acerca del Salón de Artistas Independientes, que le disgusta hasta la repugnancia. En un artículo escrito en París en marzo de 1927, “El puerismo en el arte”, en efecto, escribe: “no obstante que mi disposición de ánimo rezumaba simpatía para cuanto iba yo viendo, llegó un instante en que ya no pude soportar la prueba y salí a escape hacia el Museo del Louvre para quitarme allí, en un baño de belleza auténtica, la mugre que acababa de entrarme por los ojos”. Las vanguardias, hasta donde alcanzo a entender, no eran muy bien vistas por los ateneístas, demasiado imbuidos de lo que eran los remanentes espiritualistas de una visión decimonónica de la cultura. Una década antes, Alfonso Reyes escribía en estos términos a su amigo Pedro Henríquez Ureña: “¿Qué haré con Diego Rivera? ¡Figúrese que me llevó a ver sus enredijos futuristas cuando yo acabo de pasarme tres horas en la sala de Rubens…!” Paradójicamente, la joya de la corona de esta sección es el retrato cubista que hizo Diego Rivera de su amigo Guzmán, al que incorpora, para dar el toque mexicanista, un sarape zacatecano. El escritor, que se inicia como prominente ensayista político (de ello son testimonio sus libros La querella de México y A orillas del Hudson, de 1915 y 1920 respectivamente) pero también como crítico de pintura, en su ensayo “Diego Rivera y la filosofía del cubismo” rescata la teoría de los arquetipos de Platón para explicar esta modalidad pictórica: “El cubismo […] es casi un nuevo arte; agrupa la sustancia, el color y la forma para producir, no un ente particular —como lo hacía la vieja pintura—, sino un arquetipo; no se detiene a imitar la impresión visual de una cosa, ni siquiera la impresión total individualizada; corre hasta aprisionar el universal dentro de las formas sensibles de un cuadro” (subrayado de MLG). Para elogiar al amigo, casi se pone ditirámbico: “Aunque entusiasta y admirador de Picasso, Rivera anda su propio camino. No en vano alimentó e hizo fructificar las inquietudes producidas en su alma por la obra del Greco. De un cuadro de Rivera a uno de Picasso hay tanta distancia como de una montaña a un bosque”. Engalanan esta sección un dibujo de Tamayo, y sendos retratos del escritor a cargo de Francisco Corzas y José Luis Cuevas. Si el primero me parece un tanto convencional, por la coloración tricolor que juega como fondo, el magnífico retrato de Cuevas se coloca en el otro extremo. Mejor que de Martín Luis Guzmán, por su atmósfera melancólica, uno piensa que este retrato bien podría corresponder al de algún poeta simbolista como George Trakl o Stephan George. ¿De verdad así lo vio Cuevas? La cuarta sección, “El proyecto educativo”, es francamente apoteósica. Cuadros “nacionalistas” que el propio escritor solicitó a Siqueiros, Alfredo Zalce, Roberto Montenegro y Jorge González Camarena para engalanar las portadas de los libros de texto, atrapan la atención en la medida en que han devenido icónicos. Quizá Camarena no es un gran pintor, pero el cuadro que aquí lo representa es ya parte —si puedo expresarlo así— de nuestra identidad colectiva. La quinta y última sección, “El imaginario permanente”, que podría equivaler al legado actual del escritor, permite descubrir otro grabado de Villa, realizado por Jesús Castruita, así como un magnífico Homenaje a Cuauhtémoc redivivo del vigoroso Siqueiros. También destaca un cuadro del primer Tamayo con el rostro de Juárez, gran impulsor del movimiento de Reforma que Guzmán siempre reivindicó como un periodo imprescindible de nuestra historia, y no podía faltar, para redondear el recorrido, la proyección en un pequeño salón adjunto de la versión cinematográfica de La sombra del caudillo, película que rodara Julio Bracho en 1960 y que por razones de censura permaneció enlatada durante tres decenios. ¡Un récord! El crítico implacable de los desmanes del poder político, el gran conocedor de las entretelas oscuras del mexicano que llegó a ser Guzmán en sus grandes textos narrativos, aquel que acertó al escribir, implacable, que “la política de México […] solo conjuga un verbo: madrugar”, está representado en esta sección por otro estupendo cuadro de Orozco, El tirano (1947), una rabiosa crítica de la desnudez ominosa con que en México puede llegar a ejercerse el poder. Este es el cuadro, para mi gusto, con que culmina la exposición, y el que le da sentido perdurable. Una reflexión final me queda rondando en la cabeza. Que la brillante y muy consentida generación del Ateneo, fundamento cultural de todo lo que pudimos hacer como mexicanos en el pasado siglo XX, que dio a filósofos de la talla de Antonio Caso y José Vasconcelos, a dos maestros del ensayo como Julio Torri y Alfonso Reyes, y que encontró en Martín Luis Guzmán al más consumado y consistente de sus narradores, padeció empero un trauma terrible que no lograron superar: que a ninguno de ellos le tocó en suerte escribir ni la mejor novela ni la mejor poesía con que contamos en este país. Ese privilegio pertenecería a dos intelectuales exógenos, por así decirlo, que no se habían formado dentro de los muros de la Universidad Nacional y que no tenían nada que ver ni con sus filias ni con sus fobias: Mariano Azuela y Ramón López Velarde. L
La cocina de García Márquez RESEÑA Ignacio Trejo Fuentes
L
as grandes obras literarias resisten inagotables posibilidades de análisis, su riqueza es tal que están plagadas de ideas y reflexiones acerca de los temas más plurales y disímiles: en ellas puede buscarse, únicamente, el amor, la muerte, el sueño (los Grandes Asuntos de la literatura de ficción), y otros como la justicia, el desprecio, los celos, la maldad en cualquiera de sus manifestaciones, la risa, el olvido, la suerte, la desdicha, etcétera, etcétera. Las obras monumentales del arte literario son, entonces, auténticos tratados sobre todas las cosas. Pensé en ello al leer Gabo contesta, que acaba de ser publicado por El Tiempo Casa Editora, en Colombia. Se trata de la recuperación de una columna sui generis que Gabriel García Márquez sostuvo por algún tiempo en las páginas de la revista Cambio: se ocupaba de responder preguntas de lectores acerca de asuntos literarios. Uno le pregunta: “¿Qué son para usted los cuentos? Unas veces uno piensa que en su caso son un tiempo de refresco entre una novela y la siguiente. O, como ocurre en algunos escritores, un género de práctica para el género mayor, que es la novela. No escondo más la verdadera pregunta: ¿sus lectores podemos esperar un nuevo libro de cuentos?” El Premio Nobel contesta la pregunta dando una verdadera cátedra al respecto. Y así, responde más interrogantes, y exhibe su sabiduría literaria, técnica y hasta filosófica. Por ejemplo, confiesa que un suceso ocurrido en su infancia lo marcó para siempre y se volvió obsesión literaria: la muerte de El Belga, un extranjero avecindado en Colombia y amigo del papá de Gabo: el chico vio el cadáver de quien se había suicidado con veneno, cuyo olor asoció con el de las almendras amargas. Y ese fue el detonante de La hojarasca y reaparece en otras obras suyas, sobre todo en El amor en los tiempos del cólera. García Márquez sostiene que en esta última la muerte de El Belga, a quien puso un nombre fantástico y por supuesto inventado, no es algo primordial, pero quería registrarla: por eso, tras su suicidio, el personaje desaparece también de la novela. En otro capítulo, García Márquez explica por qué El conde de Montecristo, de Dumas, es uno de sus libros favoritos. Señala que le resulta formidable la resolución a algo que parecía imposible: la suplantación de un cadáver. En otros apartados, el colombiano se refiere a la elaboración de Crónica de una muerte anunciada, que se basa en hechos reales y que debe y consigue involucrar a los lectores desde el inicio: ¿por qué siguen la trama cuando desde el principio conocen el desenlace? Por la curiosidad, el morbo. Asimismo habla de las fugas de ciertos personajes hacia otros libros: él ha incorporado en los suyos gente que conoció en obras ajenas. A propósito de los géneros literarios, esgrime la cercanía que tienen con los periodísticos, con excepción de la entrevista, porque “siempre la he tenido aparte, como esos floreros de las abuelas que cuestan una fortuna y son el lujo de la casa, pero nunca se sabe dónde ponerlos. Sin embargo, es imposible no reconocer que la entrevista —no como género sino como método— es el hada madrina de la que se nutren todos. Pero no me
A propósito de los géneros literarios, esgrime la cercanía que tienen con los periodísticos, con excepción de la entrevista
parece un género en sí misma, como no me parece tampoco que lo sea el guión en relación con el cine”. Lo anterior le sirve para enmarcar la ejecución de Relato de un náufrago. En relación con la música advierte que “un relato literario es un instrumento hipnótico, como lo es la música, y que cualquier tropiezo del ritmo puede malograr el hechizo. De esto me cuido hasta el punto de que no mando un texto a la imprenta mientras no lo lea en voz alta para estar seguro de su fluidez. Las comas son esenciales, porque imponen un ritmo a la respiración del lector y manejan sus estados de ánimo. Es lo que llamamos las comas respiratorias que pueden permitirnos inclusive trastornar la gramática a cambio de preservar el acto hipnótico de la lectura. No solo El coronel sino hasta el menos significante de mis párrafos está sometido a ese rigor armónico. Solo que a los escritores intuitivos no nos conviene explorar demasiado estos misterios técnicos, pues en este oficio de ciegos no hay nada más peligroso que perder la inocencia”. No ignoro que muchas de las ideas del autor expuestas en Gabo contesta han sido vertidas con anterioridad en entrevistas y en libros biográficos y analíticos de su obra, pero siempre parecen conceptos nuevos. Y como dije, uno puede entrar a la obra de García Márquez con propósitos definidos de búsqueda de ciertos temas, y téngase por seguro que siempre, indefectiblemente, habrá respuestas. Cierro este artículo con una remembranza. Hace años, acudí con Emmanuel Carballo, Beatriz Espejo y Rosa Beltrán a la Fundación para las Letras Mexicanas como jueces literarios. Al terminar nos enteramos que don Gabriel haría una lectura ante los jóvenes becarios, y nos colamos impunemente. Gabo leyó un capítulo de Memoria de mis putas tristes, hasta entonces inédito, y me alarmó escuchar a uno de los chicos decir a otro: “¿Para qué me obligan a oír a este ruquito?” Pensé: “Imbécil, no sabes que en cualquier lugar del mundo pagarían por estar en tu lugar”. Más adelante, en la sesión de preguntas y respuestas, don Gabriel dio cátedra, contestó las interrogantes con indiscutible categoría, con todas las tablas del mundo. Rosa pidió la palabra, y aunque no tenía vela en el entierro por ser uno de los intrusos, recibió la anuencia de aquél y dijo: “Maestro, esto no es una pregunta, sino una observación: Cien años de soledad es un libro que cambió mi vida”. En respuesta, el Nobel solo dijo: “La mía también”. L
LABERINTO
ESPECIAL
Enrique Vila–Matas
“La literatura rescata del olvido tanta inhumanidad” Con autorización de Nórdica, publicamos el primer capítulo del próximo libro, que comenzará a circular en México en estos días, del ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, y este texto que decanta una serie de conversaciones que iniciaron en 1997, tras la publicación de Extraña forma de vida, y llegan hasta el presente Carlos Rubio Rosell | Madrid
E
l sábado pasado, Enrique Vila–Matas debía ir a Ginebra a un encuentro literario. “Pero la horrible compañía Vueling nos impuso en el aeropuerto de Barcelona un nunca explicado retraso de ocho horas, así, por huevos, como ha ido haciendo todo este verano con muchos otros vuelos”, comenta vía telefónica desde su ciudad natal. El retraso le hizo volver a casa, donde recibió una llamada de la directora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, para comunicarle que le habían concedido el galardón del encuentro librero de Guadalajara. “Me quedé muy impresionado con la noticia”, dice el escritor, quien considera que se trata de un reconocimiento que, en su caso, tiene mucho sentido, porque la misma Feria Internacional del Libro de Guadalajara forma parte de su biografía así como de su imaginario narrativo. “A la FIL —recuerda— llegué por primera vez en 1992, sin dormir, en compañía de escritores de diversas nacionalidades. Llegué en un tren que bautizamos como el Tequila Express y que cruzó México en una noche tempestuosa. Nos llevaron directamente al acto inaugural de la Feria cuando ésta aún no movilizaba a los editores de mi país —recuerdo que cuando volví a mi tierra me miraban como extrañados cuando les decía que venía de la Feria de
Guadalajara—. El discurso inaugural lo dio el entonces director de la Feria de Frankfurt, quien confesó que jamás había confiado en que llegara a ponerse en pie en Jalisco aquella manifestación cultural y comercial, y estaba asombrado viendo el trabajo que los organizadores habían realizado”. ◆◆◆ En febrero de 1997, cuando conversé con él por vez primera en la cafetería de la Casa de América de Madrid, Enrique Vila–Matas (Barcelona, 1948) dijo que en la novela que acababa de publicar, Extraña forma de vida, se notaba bastante que había elegido “un camino individual y único, con todos los peligros que tiene ese camino; a saber: que la obra sea demasiado singular y acabe interesando a un público muy reducido y concreto”. Pero eso no le preocupaba y Vila–Matas, autor ya por entonces de una amplia bibliografía entre la que se contaban Impostura, Una casa para siempre, Hijos sin hijos, Suicidios ejemplares y El viajero más lento, hablaba con claridad sobre algunos de sus principios escriturales. “Todo escritor es un voyerista, de alguna forma espía a los demás, roba vidas ajenas para apoderarse de ellas, ya que no tiene suficiente con la suya propia”. En abril de 1999 volví a encontrarme con Vila–Matas en Madrid, esta vez para hablar de su libro El viaje vertical, y sostuvo que
Con la conclusión de Exploradores del abismo, en 2007 Vila–Matas afirmó que al fin había podido dar con lo que eran sus códigos
“vivir es un viaje que va de la vida a la muerte y es imaginario. Y ahí, en el hecho de que es imaginario, reside toda la fuerza”. En ese momento, el autor se preguntaba si se podía escribir algo que no estuviera escrito: “Yo pienso que sí”, respondió enseguida, basándose en algo que había escrito Primo Levi en La tregua. “Levi recuerda que todas las personas que estaban con él, que no eran escritores, querían salir de allí no solo por instinto de supervivencia, sino también para poder contar lo que habían visto y lo que había ocurrido allí. Y un poco la literatura sería la necesidad de que no se olviden ese tipo de cosas, que sirviera para que no caigan en el olvido una serie de vidas de personas que tienen ganas de
contarlas y de que existan en el universo. Ese sería el sentido que tendría en primer lugar, antes que ninguno, la literatura: rescatar del olvido tanta inhumanidad, tanta injusticia y las cosas más elementales que la literatura puede denunciar. Así que estamos hablando un poco también de una literatura de compromiso, pero compromiso no exactamente político, sino con la vida de los demás; intentar narrarlas y rescatarlas del olvido si es posible”. A mediados de 2001, Vila–Matas fue galardonado con el Premio Rómulo Gallegos por El viaje vertical. Me dijo entonces que se sentía, en el plano literario, como los cangrejos, hacia atrás, hacia el “No” y el silencio después de haber escrito esa novela y la que era sin duda una de sus obras cumbres: Bartleby y compañía. Pero estaba escribiendo ya El mal de Montano, que en 2002 obtuvo el Premio Herralde de Novela. “En El mal de Montano mezclo ensayo y ficción”, me contó más tarde. “Participa de Bartleby y compañía y es un intento por salir del callejón sin salida al que me había conducido esa novela. Se trata de una reflexión novelesca sobre los diarios íntimos de los escritores. Los diarios que más me han impresionado vertebran la historia que cuento, que es al mismo tiempo el diario personal del narrador”. Con la conclusión de su siguiente novela, Exploradores del abismo, y tras más de diez años de preparación, en 2007 Vila–Matas
sábado 12 de septiembre de 2015 b07
de portada afirmó que al fin había podido dar con lo que eran sus códigos, claves y equilibrios correctos: “Ahora mejor que antes puedo entrar y salir libremente de los distintos temas de mi obra”. Era cierto, admitía, que gracias a lo que se había dado en llamar su Trilogía de la Catedral Metaliteraria, compuesta por Bartleby y compañia, El mal de Montano y Doctor Pasavento, se había sentido cada vez más cómodo con una escritura que, en esta ocasión, había vuelto a dar un giro inesperado. “Tenía la sensación de que me había situado en una casa para siempre, y ahí fue donde sonó la alarma y creí comprender que no podía cometer el error de instalarme en la comodidad de mi propio invento”. Así fue como empezó a plantearse, como un explorador, una nueva partida en busca de otros procedimientos literarios. “Decidí hacer la aventura de regresar al cuento para ver qué pasaba”. Estaba dispuesto a jugársela y a arriesgar, aseguró, lo que significa que se podía equivocar. “Me hace gracia cuando se critican equivocaciones posibles en mi caso, pero es que todos nos equivocamos. Lo que ocurre es que yo no voy sobre seguro ni repito fórmulas, y me arriesgo a mejores y peores resultados. Pero al menos me he divertido de esta forma. Nada me aburre más que la repetición de las fórmulas ya conocidas, ni saber lo que escribiré antes de escribirlo ni por dónde irá todo. De alguna manera esa exploración por la exploración me recuerda una frase de Kafka que preside todo el libro porque es mi autor preferido, aunque no me parezca a él: ‘Se fue lejos para quedarse aquí’”. En 2010, con la publicación de Dublinesca, Vila– Matas presentó un sutil diagnóstico de la literatura actual, el cual, puntualizaba, era a la vez una crítica y una parodia del fin de la edición literaria tomada con carácter festivo. “De lo contrario habría tenido que escribir un funeral lineal, trágico y sin registros”, dijo, “de modo que al igual que cuando la República de Venecia se hundía todo eran fiestas, en mi novela se establece un festivo y paródico fin del mundo, pues desde Virgilio y la Biblia está la idea de que se acaba una etapa. O sea que la famosa crisis siempre ha estado ahí y los hombres, por pura angustia existencial, creen que es el final. Pero aquí me río de eso porque todo mundo es muy pretencioso y cree que es testigo del final de algo”. En ese paródico funeral por la era Gutenberg, Vila– Matas también rindió homenaje a la obra del escritor irlandés James Joyce, del Ulises al Finnegans Wake, pasando por Dublineses, y observaba que también se invocaba el paso de la era de la imprenta a la era de Google. “Desde hace diez años trabajo con computadora y cada vez me apasiona más ese mundo al que me había resistido diciendo que jamás tendría una computadora. He vivido esa transición sin ningún drama, sin ninguna ruptura. Por lo tanto, para mí hay una continuidad entre una época y la otra, y no existe una ruptura radical. Esa ruptura existiría si desapareciera el poder de las narraciones o el lenguaje, aquello con lo que nos comunicamos verbalmente. Pero mientras no desaparezca esto, no hay nada. Y no sé qué mentes agoreras intentan hacernos creer que ahora vamos hacia un vacío colosal”. Antes de despedirnos, salimos a la calle para hacer unas fotos y Vila–Matas me adelantó que el mes siguiente publicaría un ensayo de 30 cuartillas titulado Perder teorías, nacido del interior de Dublinesca que a su vez había surgido de un viaje que realizó a Lyon. “Se trata de la teoría general de la novela que escribe el personaje–editor Samuel Riba cuando lo dejan, como me ocurrió en realidad a mí cuando nadie me recibió y me encerré en una habitación de hotel a escribir esa teoría, escapando más tarde de forma muy cómica para que no me vieran a la hora del desayuno y poder contar la historia de que no había visto a nadie en mi viaje”. Dicha teoría se resumía en cinco elementos esenciales: 1) intertextualidad; 2) conexiones con la alta poesía; 3) conciencia de un paisaje moral en ruinas; 4) ligera superioridad del estilo sobre la trama, y 5) la escritura vista como un reloj que avanza. El método Vila–Matas. Como había dicho el escritor argentino Ricardo Piglia, la literatura de Enrique Vila–Matas se iba conformando, pues, como una obra única en la que se narra, desde distintos ángulos, la historia imaginaria de la literatura contemporánea. Y era desde uno de esos ángulos que el autor contaba su siguiente novela, Aire de Dylan, una obra en la que rendía homenaje al teatro y hacía una divertida e implacable crítica de
la posmodernidad, contada a través de la relación de un padre y un hijo que personalizaban el contraste entre la cultura del esfuerzo y el creativo arte de encogerse de hombros y no hacer nada. “Mis novelas son una reconstrucción sarcástica y apasionada de las guerras, los furores, los lugares, los sueños, las obsesiones de los escritores, los lectores, los traductores, los libreros, los editores y los críticos”, decía Vila–Matas en marzo de 2012, cuando conversamos a propósito del lanzamiento editorial de esa novela, poco antes de participar en la XIII exposición de arte Documenta de la ciudad alemana de Kassel, donde el escritor concibió, en un restaurante chino donde debía escribir ante el público e intercambiar algunas palabras, su siguiente y hasta ahora más reciente novela, Kassel no invita a la lógica, que se publicó en marzo de 2014 y en la que narra su viaje al corazón del arte de vanguardia en pleno siglo XXI. En aquella ocasión, Vila–Matas me expuso que el hecho de escribir para entretener, aunque la literatura sea de las cosas más entretenidas, no era su objetivo, así como tampoco contar historias, aunque la literatura estuviera llena de historias geniales. “Se escribe para atrapar al lector, como digo en la novela citando una frase maravillosa de Kafka cuando empezó las cartas con Felice Bauer, su novia. Pero la cuestión, en todo caso, es que yo no llego a conclusiones, porque en el próximo libro es posible que piense una cosa distinta”. ◆◆◆ Hoy, cuando el motor de su invención se ha ido definiendo cada vez con mayor claridad con cada libro, Vila–Matas afirma que al hacer un repaso de cuáles han sido las motivaciones más profundas de su quehacer literario se da cuenta de que las ha ido encontrando en el camino. “Pero el motor inicial fue escribir para hallar escrituras que nos interrogaran desde la estricta contemporaneidad y no se limitaran a reproducir modelos que ya estaban obsoletos hace cien años”, sostiene. De esta forma, Vila–Matas asegura que en una sociedad que parece alejarse de los libros “a veces se escribe para defender algo, o para seducir a alguien. Se escribe para combatir a los monstruos, o para protestar. Se puede escribir por fidelidad (es lo que uno siempre ha hecho en la vida) o por un patético intento de parar el tiempo. Se escribe también para enviar al infierno a aquellos que te miraban con una suficiencia que nunca vino a cuento. Otras veces se escribe para destruir a los tiranos o para parar una guerra o para acabar con el mal. Se escribe para pasar el tiempo, para distraerse uno, para descubrir el centro del mundo, para poner orden en nuestra vida, para poner desorden. Se escribe para ser feliz. También esta última es una posibilidad”. Le muestro a Vila–Matas el mínimo recuento que he hecho de sus preocupaciones literarias a través de nuestras charlas durante casi veinte años. Asiente, medita, sonríe. Le pido entonces una reflexión sobre Sergio Pitol, a quien siempre ha mencionado como una especie de mentor. “Le dedico el Premio
FIL de Guadalajara”, puntualiza. “Todo habría sido muy distinto sin su providencial intervención en mi vida en 1973, en Varsovia. Recuerdo como si fuera ahora cuando me dijo que debía seguir escribiendo, que escribiera y no hiciera nada más. Les decía a todos sus amigos polacos que yo era su hijo. La cara de estupor de los demás era un poema”. Le pregunto si cree que vivimos un tiempo de cultura de baja intensidad, donde prevalece lo superficial y los valores de las humanidades se pierden en aras de la fría tecnología. “No sé muy bien”, responde. “Hay avances y retrocesos. La humanidad viaja sin freno en un caos eterno. Quiero decir que siempre han ido muy mal las cosas. Me gustaría arreglarlas, pero no es fácil, ¿no? Me gusta mucho un fragmento del diario de Alejandro Rossi en el que dice: “¡Qué escritor Céline! Es el humorismo de la rabia y de la destrucción. Me gusta mucho, pero después de leerlo, ¿qué hemos de hacer?, ¿tiramos bombas, nos pegamos un tiro? ¿O seguimos orinándonos en las paredes hasta el día de la muerte”. “¡Qué escritor Rossi, por cierto!”, exclama. ◆◆◆ Vila–Matas lleva escrita más de una treintena de libros, pero sugiere, al reflexionar sobre cuál podría ser su obra más acabada, en la que haya logrado expresar aquello que se había propuesto, acercarse a ella en su conjunto. “Creo que es la mejor forma de comprenderla. A mí me gustan una serie de libros o textos breves que tienen menos fama que Bartleby y compañía. Me gusta Porque ella no lo pidió, Perder teorías, Chet Baker piensa en su arte, y Marienbad eléctrico”. Precisamente, Marienbad eléctrico es el próximo libro que Vila– Matas publicará este otoño y que aparece, de forma casi simultánea, en México (Almadía), Argentina (Cajanegra) y París (Christian Bourgois). Se trata, explica, de una obra que sirve de comentario y acompañamiento a la gran exposición retrospectiva de la artista francesa Dominique Gonzalez–Foerster (Estrasburgo, 1965), que abrirá sus puertas el próximo 23 de septiembre en el Centre Pompidou y que reunirá todos los temas, motivos y obsesiones (a menudo literarias) de esta artista que, en más de una ocasión, ha confesado sentirse una “escritora frustrada”. ◆◆◆ —Por último, quisiera pedirte un comentario sobre el narcotráfico en la sociedad mexicana: ¿crees que sería mejor legalizar las drogas para acabar de una vez con los cárteles y las mafias que parecen gobernar las vidas de miles de mexicanos? —Si conociera la solución te la daría. Pero con nuestros impuestos pagamos a nuestros políticos para que busquen soluciones. Deberían buscarlas ellos, ¿no? L
Se puede escribir por fidelidad (es lo que uno siempre ha hecho en la vida) o por un patético intento de parar el tiempo
CLAUDIA GUADARRAMA
08 b sábado 12 de septiembre de 2015
MILENIO
de portada
El día señalado I Enrique Vila-Matas
sabelle Dumarchey tenía diez años cuando una gitana le pronosticó que moriría sedienta y de pie, tal vez bailando, en un día de invierno muy lluvioso, de un año imposible de determinar. Sus padres no le dieron mayor importancia a esas palabras. Morir de pie, sedienta, un baile en invierno, la lluvia… Todo era estrambótico, tirando a absurdo y, por otra parte, bastante impreciso. Pero la niña Isabelle quedó impresionada, y cuando pocas semanas después llegaron los días invernales y lluviosos, se la vio de pie en muchos sitios, siempre sufriendo o balanceándose extrañamente, riendo nerviosa, con una botella de agua mineral, como si temiera ponerse a bailar y quisiera ir a sentarse lo más pronto posible. Al año siguiente, todo pasó al olvido. La cambiaron de colegio y además, al entrar en la adolescencia, Isabelle pasó a preocuparse de cosas muy distintas a los vagos oráculos de una gitana de feria. Lo olvidó todo hasta que, un día, cuando tenía ya veinte años, tuvo un extraño sueño en el que ella era Calpurnia Pisonis, la mujer del emperador Julio César, la misma que tuvo un presagio terrible mientras dormía y le predijo a su marido que moriría en “los Idus de marzo”. Isabelle, en su extraño sueño, dejaba de ser de pronto Calpurnia para convertirse en la propia Isabelle y tenía una revelación en la que se le predecía que moriría vestida con una blusa o tal vez una falda negra, bailando, sedienta, un 2 de febrero en el que llovería. Al despertar, comprobó que se había quedado, como en los viejos tiempos, aterrada. Los presagios de la gitana habían reaparecido y ahora, además, con el añadido de una ropa negra y una fecha señalada, el 2 de febrero. Tras largas reflexiones, decidió no darle excesiva importancia a todo aquello, pues pensó, con buen juicio, que no podía pasarse la vida, cada 2 de febrero, pendiente de si llevaba una blusa o una falda negra y llovía, y, en el caso de que lloviera, de si bailaba o andaba sedienta. Pero dos años después, mientras caía la tarde de un frío 2 de febrero, esa voz incontrolable que a veces nos habla en nuestro interior le recordó, en forma de parco mensaje, el viejo augurio, añadiendo la novedad de que su muerte estaría relacionada con la película El Álamo que dirigiera John Wayne en 1960. Un extraño añadido al viejo vaticinio. Para
entonces Isabelle, que había vivido de niña en Clermont–Ferrand, ya tenía un apartamento en París, un novio que era teólogo y bastante aburrido, se divertía aprendiendo el arte de la esgrima y estaba a punto de terminar sus estudios de Periodismo. Aquel día no llovía ni iba vestida con ropa negra alguna, por lo que se quedó tranquila, pero un tanto inquieta por el extraño añadido que le había caído al viejo augurio. Recordó que había visto la película El Álamo cuando era niña, más o menos por los días en los que la gitana le predijo su muerte de pie, tal vez bailando, sedienta, en un lluvioso día de invierno. En El Álamo se narraba la verdadera y legendaria historia de un grupo de soldados que sacrificaron sus vidas en un combate desesperado contra el ejército mexicano. Pensó que tampoco era para preocuparse tanto, pero no se atrevió a contárselo a nadie, ni a su novio. Mantendría a raya a la muerte, se dijo Isabelle, siempre y cuando no volviera a ver esa película de Wayne ni viajara a Texas, en Estados Unidos, ni se le ocurriera visitar las ruinas de El Álamo. Tampoco era tan difícil evitar cruzarse con aquella película de la que John Ford había dicho que era la más grande de la historia del cine, pero de la que en realidad apenas ya se hablaba. No le pareció a Isabelle que El Álamo pudiera entrometerse mucho en su camino, ni la película, ni las ruinas tejanas. Y de nuevo decidió no concederle demasiada importancia a la predicción, aunque en los días siguientes continuó dándole algunas vueltas a todo aquello, y una noche, al irse a dormir, quizá porque estaba baja de moral, se preguntó si en realidad el presagio no habría querido indicarle que moriría simplemente junto a un álamo, un álamo cualquiera. Eso la dejó, por unos minutos, trastornada. Llegó a preguntarse angustiada si no moriría bailando, sedienta, vestida de negro en un 2 de febrero lluvioso, cerca de un álamo cualquiera. Debía empezar a tomarse más en serio todo aquello, pensó Isabelle. Y aunque superó los momentos más álgidos de su terror, el asunto permaneció obsesivo en su recuerdo y se le complicó en los días siguientes cuando se enteró, por ejemplo, de que había una población llamada El Álamo cerca de Madrid. Y también otra en Nuevo León, México. Y dio por hecho que seguramente el mundo estaba lleno de pueblos que se llamaban El Álamo, y ya no digamos parajes llenos de álamos.
Mantendría a raya a la muerte, se dijo Isabelle, siempre y cuando no volviera a ver esa película de Wayne ni viajara a Texas
Un día, decidió cortar con todo aquello, decir basta. Dispuso con toda la razón del mundo que, como era imposible tomar muchas precauciones para aquel peligro en forma de Álamo, tenía que olvidarse de la amenaza, del mismo modo que para cualquier persona normal —por normal entendía Isabelle sin augurios como los suyos— no era conveniente temer a la muerte, temer a una cosa tan breve durante tanto tiempo. Lo mejor era desterrar el presagio a un cuarto trastero, a una especie de desván olvidado. No podía una pasarse la vida pensando en el día de su muerte. Esa decisión le facilitó estabilidad en la vida cotidiana. Se casó con su novio teólogo, avanzó en sus prácticas de esgrima, le prometió a su marido muchos hijos, encontró un buen trabajo como redactora en un interesante canal de la televisión privada. El viejo augurio se le aparecía solo de vez en cuando y jamás de un modo que pudiera considerarse inquietante. Hubo, eso sí, algún 2 de febrero en el que Isabelle se acordó perfectamente de la fecha y vio alterados un poco sus nervios al percibir que llovía. Pero la cosa no pasaba de ahí. Llovía y estaba de pie en la redacción de la televisión privada, pero ni tenía sed ni ganas de bailar ni había álamo alguno acechando allá afuera. Llegó un 2 de febrero que resultó ser algo distinto a los anteriores en relación con el presagio. Llovía con fuerza casi desmesu-
rada. Isabelle estaba de pie en la redacción hojeando las memorias de Winston Churchill, el político sobre el que tenía que escribir algo para los informativos de la una de la tarde. De pronto, dio con un fragmento que, por darse la coincidencia de que ella tenía en aquel momento cierta sed, la sobresaltó ligeramente: —¿Tiene usted sed a menudo? —le preguntaron a Fields. —Nunca permito que las cosas lleguen tan lejos. Fue casi corriendo a buscar una botella de agua a la máquina expendedora del pasillo de la cuarta planta y, mientras se dirigía hacia allí, se dijo que si encima Churchill hubiera llegado a escribir que Fields se hallaba descansando a la sombra de un álamo, ella podía haber tenido allí mismo un colapso. Pero Churchill no había llegado tan lejos. Isabelle pasó un buen rato del resto de la jornada sentada junto a una ventana, donde hacia las seis de la tarde constató con gran alivio que había escampado y ya no había peligro de lluvia alguno, y entonces suspiró y rio y hasta contagió su misteriosa alegría a toda la redacción. ◆◆◆ Ignoraba Isabelle, aquel día, que le esperaba para el año siguiente un 2 de febrero que no olvidaría. En diciembre hubo modificaciones en la dirección de la empresa y se pensó inmediatamente en ella para ascenderla y nombrarla corresponsal en México. Eso significaba un cambio importante en su vida, pues a partir de entonces dejaría el anonimato de la redacción y aparecería en pantalla y su rostro podía hasta llegar a hacerse popular. La oferta de traslado le hizo mucha ilusión. Había un pequeño inconveniente y era que a su marido teólogo no parecía alegrarle el cambio de país y de domicilio. En realidad lo que menos le convencía era México y hasta parecía que, en lugar de ese país, le hubieran dicho Tanzania. Su marido no solo era poco viajero —en claro contraste con Dios, su constante objeto de estudio y una figura claramente cosmopolita—, sino que, además, aunque bien escondidos, tenía severos prejuicios raciales. —México —decía a modo de lamento todas las noches antes de apagar la luz del dormitorio conyugal. —¿Cómo? —México —repetía, y parecía que estuviera rabioso o llorando. El marido teólogo fue volviéndose un inconveniente para Isabelle, que deseaba escalar en su profesión y veía en la corresponsalía una oportunidad única de darse a conocer a los telespectadores de aquella interesante cadena y subir peldaños en su carrera. L
ESPECIAL
sábado 12 de septiembre de 2015 b09
LABERINTO
en librerías El jugador
El círculo negro Fiódor Dostoievski Sexto piso España, 2015 195 pp.
E
scrita en 28 días, en los años en que Dostoievski apenas tenía en que caerse muerto y padecía la impaciencia de su editor, esta novela tiene muchísimo de autobiográfica: la compulsión por el juego, motor de la trama, alcanzó a Dostoievski al grado que llegó a empeñar las joyas y vestidos de su esposa; también fue suya la pasión amorosa que se enfila al despeñadero. Aunque breve, El jugador no es una obra menor. Contiene el germen de esas catedrales que son Los hermanos Karamazov y El idiota. Hay tanta desmesura como en las ilustraciones de Efealcuadrado, agobiantes y oscuras.
El espejo en el espejo
Antonio Velasco Piña Debolsillo México, 2105 152 pp.
A
punto de morir, una importante figura de la política manda llamar al escritor para hacerle una serie de revelaciones relacionadas con el régimen priista. Lo único que le pide es que su identidad se mantenga en secreto. Si el PRI se mantuvo en el poder durante décadas, se debió a que estuvo controlado por una sociedad secreta a la que alude el título de esta novela. Las revelaciones se vuelven lecciones de historia del país. Para el político, el hecho que transformó la vida política del país fue el nacimiento del Partido Nacional Revolucionario, antecedente del PRI, por Plutarco Elías Calles.
E
Poeta con paisaje
Sueños de la razón
s posible que esta comedia se haya representado por vez primera en 1604, durante el reinado de Jacobo I de Inglaterra. Lo que no deja asomo de duda es su fortuna para representar los mecanismos de la venganza y la náusea que provocan los convidados al poder. Y la venganza y la náusea no se conciben sin la intervención del sexo, que hace y deshace entuertos. Uno de los atractivos de esta edición bilingüe es la introducción a cargo de Manuel Ángel Conejero y Tomás Dionís-Bayer, que ofrecen pistas al espectador. Lástima, sin embargo, por la traducción, que solo atiende al español de España.
Guillermo Sheridan Era México, 2015 569 pp. nsayos sobre la vida de Octavio Paz 1 es el subtítulo de esta entrega en la que Sheridan aborda la historia personal del Nobel mexicano sobre su infancia en Mixcoac hasta su renuncia a la embajada de la India en 1968. Sheridan anota que Paz, como el México moderno, fue hijo de un revolucionario zapatista y nieto de un liberal porfiriano, para quien la experiencia de la España republicana de los años treinta, o el diálogo que estableció con André Breton y Benjamin Peret en el París de la posguerra, fueron elementos fundamentales en su transformación existencial, literaria e intelectual.
Los fundamentos racionales y sociológicos de la música
Jorge Aguilar Mora Era México, 2015 278 pp.
1
799–1800: la transición del siglo XVIII al XIX es tema de esta reflexión del ensayista y cronista cultural mexicano, que explora la manera de percibir y expresar el mundo a través de la ciencia, la filosofía, el arte y la poesía, a través de las figuras clave de esos tiempos dorados de la razón: Goethe, Schelling, Humboldt, Haydn o Madame de Staël, son algunas de las piezas de la pirámide en la que el mundo se despoja del paisaje de apariencias, de símbolos y esencias, para repercutir en la imaginación que se desborda, como los sueños, para llevar al ser a las fronteras de la razón.
La invención del paraíso
Max Weber Tecnos España, 2015 186 pp.
C
ien años cumple este clásico de la filosofía que Weber dejó inconcluso y que apenas ha tenido resonancias entre el público de habla española. No solo presume de erudición; también de un conocimiento profundo de las bases técnicas de la música occidental. Muestra de ello son los capítulos dedicados a la armonía, la polifonía y la tonalidad. Weber parte de la sospecha de que debajo de un sistema racional late una irracionalidad más allá de toda consideración estética, para concluir que existe una relación directa entre la esfera musical y la social.
ESPECIAL
William Shakespeare Cátedra España, 2015 337 pp.
unque aparecieron en 1984, muchos de los 30 relatos que conforman este volumen fueron escritos años atrás, atendiendo siempre a la necesidad de rebelarse contra el pensamiento racional. Son hijos de la imaginación, la fantasía pura y el sueño, y se inclinan por las tramas en las que una realidad se confronta con otra, como en un juego de espejos. Atraen acertijos, paradojas, bailarines, duendes, escenarios con una innegable naturaleza plástica. El estudio introductorio de Ana Belén Ramos captura orgullosamente la estética levantisca del creador de Momo y La historia interminable.
E
AMBOS MUNDOS
Medida por medida
Michael Ende Cátedra España, 2014 314 pp.
A
Los oficios inútiles
Carlos Granés Taurus México, 2015 272 pp.
F
undado en 1947 por Judith Malina y Julian Beck, el Living Theatre es una de las propuestas más radicales que ha habido en las artes escénicas. Fue en los años sesenta cuando su fama alcanzó su punto más alto. El investigador colombiano Carlos Granés anota: “¿Puede el arte curar? ¿Puede alterar la conciencia? ¿Puede generar cambios políticos? ¿Puede transformar la sociedad? Si el Living Theatre no logró cumplir ninguno de estos propósitos, entonces nunca nadie lo ha logrado ni lo logrará”. El libro es un viaje a esos años en los que la gente creía que todo podía ser mejor.
El novelista colombiano Daniel Ferreira
Santiago Gamboa Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores
E
l escritor Daniel Ferreira, nacido en San Vicente de Chucurí, Santander, en 1981, es uno de los jóvenes novelistas más talentosos de América Latina. Lo confirma por estos días con su novela Rebelión de los oficios inútiles, recién publicada en Alfaguara. A pesar de su juventud, Rebelión resulta ser su tercer libro y forma parte de un ciclo sobre la violencia en Colombia que se inicia con La balada de los bandoleros baladíes, Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2010, continúa con Viaje al interior de una gota de sangre, que recibió el Premio Alba de Narrativa en Cuba, en 2011, y sigue con este tercer libro, que añade al palmarés del joven autor nada menos que el Premio Clarín de Novela de 2014, uno de los más codiciados del continente. Pero todo este currículum no significaría nada, sería apenas una anécdota (como en tantos otros), si Ferreira no fuera desde ya un verdadero peso pesado de la narrativa. Lo conocí fugazmente en La Habana, a principios de este año, y a pesar de que no pudimos cruzar casi ni media palabra tuvo la gentileza de regalarme su primera novela, La balada…, que leí de inmediato, en el avión de regreso, sin poder separar los ojos del papel un solo segundo. Qué extraña perspectiva adopta, y qué original y preciso su modo contundente de narrar a través de breves capítulos que saltan de un lado a otro de la historia y la asedian desde varios ángulos; qué humor, qué cinismo y qué despiadado a la hora de contar, con palabras sencillas, las cosas
más atroces, las vidas más solitarias, las tragedias más inhumanas. Me encantó la rapidez con la que entra en materia y el modo en que mantiene la tensión, a pesar de estar cambiando de voz y de perspectiva cada tres páginas. No me extraña que haya recibido tantos premios. He sido jurado muchas veces, por eso supongo que los manuscritos de Ferreira deben volar alto en comparación con la mayoría, del mismo modo que La rebelión de los oficios inútiles, su primera publicación en una editorial grande y comercial, destaca de inmediato. Es un libro ambicioso que narra una invasión y la historia de un hombre en bancarrota y otros acontecimientos. Hay una mujer pobre que carga en una bolsa los huesos de su marido y los va mostrando. En un momento dice: “Este es el tobillo dislocado del hombre que no requería para vivir más que de un libro, un río y un plato de comida”. La rebelión habla de campesinos desesperados y dignos, listos para morir repeliendo al ejército, pero también de un hombre solitario que se cruzó con Cesare Pavese en la recepción del hotel Roma, en Turín, el mismo día en que Pavese se suicidó, y se pregunta qué habría pasado si les hubieran intercambiado los cuartos. La temperatura y cohesión de la prosa de La rebelión… es tan fina y medida como la de La balada…, lo que demuestra que Ferreira no viene con una pistola de juguete, sino que es un francotirador poderosamente armado y preciso. Y que ya empezó a disparar. L
10 b sábado 12 de septiembre de 2015
MILENIO
cine ESPECIAL
interna y eso es una falta de respeto. En lo que me ha tocado ver, se suele creer que son decisiones de adultos y a los niños solo se les informa. El personaje de la niña es muy contenido: no llora, no se enoja… Sí, porque absorbe las frustraciones de la madre y el padrastro, incluso del padre, que ni está. Hay cierto tipo de niño que a partir de un divorcio se vuelve casi un adulto. Las circunstancias lo obligan a vivir emociones y adversidades que no le tendrían que tocar; por ejemplo, se ocupa de proteger a la madre. Mi personaje entra en este rango. Desde fuera se le puede ver como ejemplo de madurez, pero para mí es un ser al que se le arrebata la niñez.
Michael Rowe
“Me interesa el cine reflexivo” Manto acuífero explora las emociones de una niña que, tras el divorcio de sus padres, crea un universo personal a la medida de sus frustraciones y carencias ENTREVISTA Héctor González gonzalezjordan@gmail.com
D
espués de haber ganado la Cámara de Oro en Cannes por Año bisiesto, su ópera prima, el realizador Michael Rowe vuelve con Manto acuífero, un manifiesto inspirado en un relato del australiano Tim Winton acerca de la soledad y el proceso emocional que vive Caro (Sofía Macías), una niña cuyo universo familiar se desmorona ante el divorcio de sus padres. ¿Qué vio en el cuento de Tim Winton para adaptarlo al cine? Es uno de mis escritores preferidos. Leí el relato en un aeropuerto y me hizo llorar al menos por media hora. Se trata de una niña a la que su madre lleva a vivir con su nueva pareja, quien intenta suplir la figura paterna. Pasaba por una situación parecida y por eso el relato me tocó profundamente.
¿Por qué le dedica la película a Vicente Leñero? Leñero me enseñó todo lo que sé. Estuve once años en su taller permanente. Desgraciadamente, no le alcanzó la vida para ver la película. Fue un gran maestro no solo de literatura, también de vida. Me enseñó a escribir de tal manera que, sin ser el director, pudiera sugerir la posición de la cámara. Gracias a esto, mi transición de guionista a realizador fue más fácil. En mi trabajo es fundamental concebir los emplazamientos de cámara desde el guión. En Manto acuífero todo se cuenta desde el punto de vista de la niña. ¿Qué tan importante es definir la perspectiva narrativa en una película? Es básico. En los divorcios los menos escuchados son los niños; la pareja no hace caso de su voluntad. Con la película quería darle voz a la menor y otorgarle su debido peso; mostrar cómo vivía esta situación. Los adultos no solemos pensar en su vida
¿Cómo trabajó la dirección de la menor? Mucho fue casting. Sofía es una niña muy responsable, una gran actriz. No creo en los ensayos, así que usé un par de trucos. A Arnoldo, quien hace el personaje del padrastro, le pedí que dentro y fuera del rodaje se comportara seco con ella. Al final ya le caía gordo. A la actriz que escenifica a la madre, no la dejé que conviviera con la niña antes de la filmación porque quería un distanciamiento. No sé de dónde saqué este procedimiento pero funcionó. Los niños no saben actuar y es mejor ponerlos en situaciones emocionales acordes al comportamiento que necesitas. Trabaja con cámara fija. ¿Esto obedece a una inclinación por la plástica, la pintura quizá? Es por rigor y por reducir los elementos a lo más básico. Una buena película necesita de un gran guión y notables actuaciones, lo demás es paja. No uso música ni hago emplazamientos de cámara porque creo que son formas de manipulación emocional. Soy muy riguroso para estas cosas. Sobre la plástica, la realidad es que me cuesta trabajo ser visual. Tengo nociones básicas de composición y con eso la voy llevando. ¿No le gusta el cine de género? Lo veo como diversión. Hay dos tipos de cine: el de espectáculo y el reflexivo. A mí me interesa el segundo. Lo otro es válido pero es una forma de escapismo que no me interesa. Una película de ciencia ficción es como ir a Six Flags. En su caso, ¿la edición se supedita al guión? En mi caso sí, a lo mejor me permite cambiar el ritmo pero nada más. Soy escritor ante todo, la parte creativa más importante de una película es el guión. Nada se compara con parir una historia de la nada. A nivel social, la figura del director está sobrevalorada. L
HOMBRE DE CELULOIDE ESPECIAL
Austria o la muerte de Dios Fernando Zamora @fernandovzamora
E
l asunto es así: uno va a ver una película austriaca y sabe que será truculenta. Ich seh, Ich seh es una de esas obras cien por ciento vienesas: crueldad pura. Que es gran cine, nadie lo duda, pero si uno no se siente atraído por los enfermos del alma, lo mejor será que pase de esta película. Ich seh, Ich seh fue producida por Ulrich Siedl, director y guionista de un tríptico que, igualmente austriaco, se solazaba en la ausencia de Dios: Paraíso fe, Paraíso esperanza y Paraíso amor son obras monumentales de una nación que desde los años en que Hitler pavimentaba su camino al poder no ha encontrado su consuelo. Al menos eso parece decir un cine tan influido por Elfriede Jelinek (la ganadora del Nobel de Literatura) que no puede salir de los mismos temas: el asesinato, el incesto y el otro como medio, no como fin. Resulta paradójico: aquella Austria que dio origen a Mozart y al strudel de manzana es también la patria del nazismo y un mal de vivre que desde la caída del imperio austro–habsbúrgico vive al garete: a pesar de sus altísimos niveles económicos la nueva Austria se nos presenta triste como estos gemelitos que en Ich seh, Ich seh dudan que la mujer que ha decidido operarse la cara sea en verdad su mamá.
Hace algunos años en Cannes, durante la proyección de la película Michael de Markus Schleinzer, un periodista gritó: “¡Están locos estos austriacos!” Lo hizo, me parece, durante una escena en que se sugería abiertamente la humillación sexual a un niño de ocho años. Ich seh, Ich seh tiene también su dosis de pedofilia: dos gemelitos pasean por la campiña, los gemelitos se desnudan y se meten a bañar, los gemelitos solo quieren ser amados por mamá. Como es de suponer, detrás de estas imágenes se esconden perversiones. Primero están las de la madre, una mujer que nos parece frívola y sádica. La cosa se pone buena cuando descubrimos que los gemelitos son dignos de aquel otro perverso vienés que se llamaba Sigmund Freud. Y es que, en efecto, los niños se encuentran al final de la latencia sexual y con el Edipo vuelto loco mezclan al Internet con cierto accidente y al dios crucificado, en un complot para asegurarse que mamá nunca los abandone. Lo estoy diciendo, claro, en clave simbólica: la trama de una película como ésta ha sido hecha para ser analizada y vale la pena, después de verla, un café para charlar de lo que no está bien en la mente de los tres protagonistas. En un nivel más superficial, Ich seh, Ich seh es un magnífico filme de suspenso en que la tensión entre dos niños y su madre va creciendo hasta
Ich seh, Ich seh (Dulces sueños, mamá). Dirección: Severin Fiala y Veronika Franz. Guión: Severin Fiala y Veronika Franz. Fotografía: Martin Gschlacht. Con Susanne Wuest, Elias Schwarz y Lukas Schwarz. Austria, 2014. niveles que, no por esperados, son menos inquietantes. El terror psicológico de estos gemelos parece el de un mundo que se encontró tristemente con la máxima nietzscheana de la muerte de Dios. Tal vez por eso el gemelito que atormenta a mamá reza tanto. Sufre lo que el loco de la Gaya Ciencia, sufre lo que Austria desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Parece decir: ¡también los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! L
sábado 12 de septiembre de 2015 b 11
LABERINTO
escenarios ESPECIAL
Estacionarse en el Bosque MERDE! PIM SCHALKWIJK
Antón Araiza y Arcelia Ramírez en la obra dirigida por Hugo Arrevillaga El teatro Julio Castillo
Ya no somos nosotros Con Clausura del amor asistimos al derrumbe de una pareja que utiliza las palabras como arma de doble filo TEATRO Alegría Martínez alegriamtz@gmail.com
L
os añicos de una relación que termina el día en que sus integrantes se lanzan palabras transformadas en proyectiles teledirigidos a corta distancia alcanzan al espectador de Clausura del amor, testigo silente de una ruptura. Un director de teatro y una actriz que han mantenido su relación de pareja por años y han procreado tres hijos se enfrentan al último episodio de su vida juntos. La sorpresa que genera en ella una decisión unilateral, la densa carga de lo que el desertor libera en su huida, su argumentación iracunda, la forma en que ensucia recuerdos, imágenes y acciones, abren heridas que se ensanchan y se deforman, como las palabras que cada uno profiere. Sobre un pasillo blanco al centro del escenario, delimitado por dos bloques de escaleras colocados en los laterales, cual cuadrilátero de alargadas dimensiones, los personajes reciben sin cesar el impacto verbal repleto de antecedentes de quien fuera la persona amada. Dan unos pasos, suben, se detienen, resisten, bajan, desfallecen, se recomponen o retroceden sin cuerdas ni poste que los contenga. Estrenada en el Festival de Avignon en 2011 y montada posteriormente en Estados Unidos, Italia, Rusia, Alemania y Japón, la obra del dramaturgo, director de teatro y coreógrafo francés Pascal Rambert, inicia una tercera y corta temporada en México bajo la dirección de Hugo Arrevillaga Serrano. Los personajes de Arcelia Ramírez y Antón Araiza llevan su nombre y hacen teatro, con lo que la ficción adquiere otra magnitud en los momentos en que aluden a su trabajo escénico, como si el autor transgrediera secretos actorales para exponer sin clemencia a sus personajes —profesionales del ejercicio emotivo— por todos los flancos posibles. El asesinato de John Lennon, traído al presente en la ficción de la obra como parte de los acontecimientos dolorosos vividos por la pareja, toma
el color de la traición al volverse metáfora de la despedida, signo inequívoco de muerte alevosa, de disparos, de guerra. Clausura del amor es un trabajo de excepción en el que los actores desnudan a sus personajes sin quitarse una sola prenda. Al centro de la escena, ante filas de espectadores que observan, acongojados, tanto sobre el escenario como desde el patio de butacas, Arcelia Ramírez y Antón Araiza despliegan, cada uno a su tiempo, una artillería verbal en la que cada palabra contiene su propio explosivo, con la diferencia de que el personaje femenino protege, vencido, el valor de los hechos que los mantuvo unidos. Arcelia soporta y escucha. Su rostro y su cuerpo responden sin pronunciar palabra, como si recibiera golpes, cortes, latigazos. Antón aborda los temas de una recapitulación de vida. Incluye hijos, sexo, profesión, objetos. Ataja reacciones, miradas, intenciones, hechos que pronostica de ella sin que sucedan. El conocimiento que se tiene del otro se vuelve arma en manos del oponente para que sea cruelmente tratado, sin que importe si es por ataque o defensa. Antón aguanta menos la contraofensiva mediante la respuesta sobre cada capítulo de vida rasgado que en voz de ella lo enfrenta, lo cuestiona por encima de su silencio. El bumerán lo vulnera en su nueva trayectoria, lo hiere inesperadamente. Los personajes sudan, lloran estoicos, sin gemidos, sin rendición externa. Con traducción al español de Humberto Pérez Mortera, espacio escénico de Auda Caraza y Atenea Chávez, iluminación de Roberto Paredes, vestuario de Lissete Barrios, musicalización de Ariel Cavalieri y Arrevillaga, dirección de arte de Lila Avilés, asesoría en movimiento escénico de Vivian Cruz y asistencia de dirección de Édgar Valadez y Avilés, con Arrevillaga, Ramírez y Araiza como parte integral de este equipo artístico, asistimos a una experiencia que deja la certeza de haber probado lo que todos quisiéramos evitar: el momento en que uno de los dos deja de conformar el nosotros. L
Braulio Peralta juanamoza@gmail.com
L
a escena siempre es la misma. La entrada en auto al estacionamiento de los teatros del Centro Cultural del Bosque para tener acceso a los edificios de El Granero, Julio Castillo, Orientación o Villaurrutia: primero demuestras que tienes boleto de entrada y entonces podrás ingresar, pero solo si hay lugar. Como es un servicio gratuito, las condiciones las ponen las autoridades. Si no hay lugar, no entras y te pierdes la función. El Auditorio Nacional es diferente: con boleto de estacionamiento pagado entras al mar de autos, de gente que va al concierto en turno. Y los que no entran buscan por donde… Es por el Auditorio que los teatros del Bosque se han visto afectados, ni la duda cabe. La ley: el que paga, manda. Eso, cuando los dos servicios pertenecen al Instituto Nacional de Bellas Artes. Realidad de dos filos. Las quejas de quienes van al teatro en auto se han multiplicado porque son personas que no han podido entrar al estacionamiento gratuito porque “está lleno”, no por gente que va al teatro sino por automóviles de las autoridades y el sindicato que controla el área. Al crítico de teatro le ha pasado tres veces: ha tenido que dar vuelta atrás en el desempeño de un oficio. ¿Quién se hace responsable de esta situación? Una obra, El funcionario bueno, de Alberto Lomnitz, realiza una ácida crítica a las dificultades de hacer teatro patrocinado por el Estado y escenificarlo en esos escenarios que son un paraíso de la cartelera teatral comercial, sean o no dignos de
un resultado estético aceptable pero cuyas intenciones son que la esencia del teatro para pensar no muera. También aborda el problema del estacionamiento. Eso, por si alguien duda de lo escrito. La atención al Auditorio Nacional —¿prioridad por su potencial comercial?— demeritó la que tendría que darse a espaldas del mismo. Auditorio es “espectáculo”, lo que teatro es “cultura” —dicen, no estoy seguro—. No es fortuito el tema ahora que van a crear la Secretaría de Cultura. No tendrían que esperar su ejecución para lograr que los espectadores de uno y otro rango tengan seguridad de llegar a su concierto o pieza escénica. El INBA sabe que hay un grupo —sindical o burocrático, de la mano— que controla esos estacionamientos. No lo debe permitir. La crítica de teatro no es solo lo que pasa en el escenario sino los modos en que las autoridades han dado por imposible la solución al problema. Hay que enfrentar las presiones y disminuir concesiones que han dado a gente de la administración, en favor de un público que debería estar por encima de la burocracia. Ir al teatro no debería convertirse en un conflicto al llegar. ¿Qué impide que en el Bosque se busque una solución? Sí, también se puede ir a pie, desde luego, pero esa no es una respuesta correcta de las autoridades. No, si la zona detrás del Auditorio tiene mala iluminación y se considera insegura. El espacio del estacionamiento lo ocupan las autoridades y el sindicato. Son ellos los que deben encontrar el camino para lograr que un teatrero tenga acceso al lugar. El funcionario bueno, en serio. Punto. L
12 b sábado 12 de septiembre de 2015
MILENIO
varia SOFÍA TÁBOAS
TUMBONA EDICIONES
Heriberto Yépez
La piel dorada
Fin de “Archivo hache”
Sofía Táboas: poética del azar
ARCHIVO HACHE
GUÍA VISUAL
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
H
ace una semana me notificaron que esta sería mi última columna. En un principio quise despedirme de los lectores con mayor extensión. Pero caí en cuenta que sería un error cerrar de un modo diferente al que con cada semana unos pocos lectores me concedían dos minutos. Periodismo es buscar la verdad detrás de las mentiras que otros periodistas llaman noticias. Todo lo demás es mercadotecnia. Durante los años que duró esta columna, semana a semana busqué diseccionar un sistema cultural regido por la corrupción y la farsa. Describir todo tipo de mecanismos de la Alta Transa Cultural (sus usos y costumbres) fue el tema principal de “Archivo hache”. Soy el primer sorprendido en haber durado tantos años señalando a dicha pseudo–mafia. Por ser escritor literario, quise que cada columna fuese un micro–ensayo aforístico (y pistolero, como mi abuelo). Ser crítico me ganó enemigos. Casi todo ellos escritores y funcionarios. También me ganó algunos lectores. Desde mediados de 2012, abrimos un espacio para re–publicar las columnas (www. archivohache.blogspot.com). Al momento de escribir estas líneas, el blog tenía 230 mil 927 visitas suyas e igual número de agradecimientos míos. En 1997 comencé a colaborar en un semanario de Baja California y desde entonces he escrito periodismo cultural sin parar. La siguiente semana, por primera vez en casi dos décadas, no tendré la obligación
de sentarme a escribir mi pieza semanal para algún medio. Escucharé las mismas canciones pero esta vez no tendré que teclear nada. Será una tarde rara en Tijuana. Combinar periodismo y literatura es combinar hoy activismo y performance. Hacer de la estética una ética, es decir, desear que la belleza verbal baile con la verdad analítica, sin que tengamos más mérito que poner una parte de la música, y saber que, como estamos en México, no debe extrañarnos que el baile incluya balazos. Tratándose del fin de una serie, quiero consignar que en la fecha de cierre de este fallido archivo, México estaba en una narcofosa, cavada, de nuevo, por el Partido Revolucionario Institucional, aliado con el cártel de las transnacionales. Y cuyo aparato cultural (instituciones gubernamentales y empresas afiliadas) quería retomar el control remoto de opiniones y redes, teclados y pantallas, porque, en la realidad, el presidente mismo era un selfie en crisis dentro de un informercial lleno de acarreados. Atravesamos un tenebroso túnel cultural. El control norteamericano–mexicano y la sociedad del espectáculo han jodido los tejidos de la imaginación crítica, y diseñan artistas y escritores encargados de dar una imagen de “civilidad”, “tradición” y “novedad”, y de ningunear, silenciar y atacar disidentes (y cambiar de tema). Fui crítico hacia todas las direcciones. Si a alguien no critiqué, le pido disculpas por el descuido. “Archivo hache” se ha cerrado. Cambio y fuera. L
*
Magali Tercero @magalitercero
L
a obra de Sofía Táboas, artista mexicana consolidada en México y en el extranjero, habitualmente centrada en la instalación y en la escultura, proviene de una formación pictórica, lo que ella considera su ojo pictórico forjado en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP). En los años noventa fundó Temístocles 44, importante espacio alternativo centrado en aspectos etnológicos de la contemporaneidad, según José Springer, con Eduardo Abaroa, Franco Aceves, Rosario García Crespo, José Miguel Casanova, Daniel Guzmán, Luis Felipe Ortega, Ulises Ponce de León y Pablo Vargas Lugo, entre otros. Como otros espacios, anunció la transformación de lo que ahora conocemos como prácticas artísticas.
UN JARDÍN EN EX TERESA
Sus primeros trabajos fueron escultóricos. Se aproximaba a los objetos en forma espontánea, irreverente. Adquiría objetos de consumo producidos en serie. El paso de lo natural a lo artificial, dice, se dio solo. Luego se interesó en el trabajo en un sitio específico y la reflexión espacial: cómo se piensa, percibe, siente o se recuerda un espacio es esencial para detonar la obra. Uno de sus primeros jardines, tema constante, fue el de Ex Teresa Arte Actual, recinto del Centro Histórico de la Ciudad de México dedicado a la instalación, el video y la experimentación sonora. El jardín de la iglesia de Santa Teresa la Antigua se usaba como bodega, y ella quiso devolverle su condición de jardín: acomodó sobre una retícula decenas de hortensias, cada una dentro de una bolsa. Por tratarse de un edificio histórico, no pudo sembrar las flores, solo colocarlas en las pocas áreas con pasto. Con ello puso en marcha procesos biológicos diversos. La flor se transforma con el tiempo y su ojo pictórico le permite modificar el espacio como si utilizara una paleta de pintor.
CINCO JARDINES FLOTANTES PARA CINCO PIEDRAS
Esta pieza de 2009 es una instalación especialmente interesante porque ubicó los jardines en un área del lago que pertenece al Jardín Botánico de Chapultepec, frente a la Casa del Lago. Palmas, helechos, lirios africanos y listones fueron parte de la flora sembrada por
Táboas, 450 plantas en total. Al principio, el azar jugó su papel pues para inaugurar la pieza arrojó, desde una pequeña balsa, cinco piedras al lago. Cada vez que una piedra hendía el agua, un equipo de cuatro buzos anclaba el respectivo jardín flotante, una plataforma circular de madera, dotada con plantas diversas, cuyo diámetro podía medir entre metro y medio y tres metros y medio, que quedaría a la vista desde la terraza de la Casa del Lago. Hacer estos jardines fue como volver a la época en que recuperó el jardín abandonado de Ex Teresa. Así las plantas se convirtieron en algo distinto al ser desplazadas de un territorio a otro. Jardines flotantes pero también efímeros porque la artista debió devolver las plantas al Jardín Botánico menos de un mes después. Mientras, el sol interactuó con la pieza y ésta se modificó día a día: al proyectarse el sol se formaba un dibujo que seguiría transformándose con el tiempo.
¿CREAR VIDA DENTRO DE LA VIDA?
El hecho es que el arte produce percepciones profundas de la experiencia, como sostenía Joseph Beuys. “La flor o la planta fue un material idóneo para dar una pauta a obra que era concluida por la propia planta”. La autora juega para responder a espacios específicos. La obra presentada en Registro 04, colectiva inaugurada el 4 de septiembre en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO), es una pieza escultórica realizada desde la instalación. Últimamente, Táboas trabaja con esquemas para detonar volúmenes y espacios. La pieza realizada para este museo se basa en un instructivo de tejido para construir volúmenes. Así entrega un signo cifrado y no importa si el público domina o no el lenguaje del tejido convertido en un enorme tapete con al menos tres materiales, con dibujos relacionados con los célebres, inquietantes y enigmáticos dibujos de los campos de trigo de Inglaterra. El público puede leer, incluso, insinuaciones rituales relacionadas con dioses o demonios. Recientemente, Táboas construyó una pieza similar, a base de esquemas, en La Coruña. L *Versión resumida del texto publicado en el catálogo de Registro 04, exposición inaugurada el 4 de septiembre en el MARCO de Monterrey.