Laberinto No.657 (16/01/16)

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Laberinto

MILENIO

NÚM. 657

sábado 16 de enero de 2016 FOTO: ARCHIVO DAVID BOWIE

XAVIER VELASCO

LOS VAMPIROS álvaro uribe p. 03

ENTREVISTA A RICHARD FORD

carlos rubio rosell p. 08

LA CHICA DANESA

fernando zamora p. 10

FESTIVAL INTERNACIONAL DE MÚSICA DE CARTAGENA hugo roca joglar p. 11


ANTESALA

sábado 16 de enero de 2016

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LABERINTO

DANIEL MACLISE

Sangre y fama AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

E

l gran perdedor de la guerra es el ser humano, como idea, concepto filosófico, la medida de todas las cosas se destroza, la degradación de asesinar al Otro aniquila la razón de existir. La humanidad no aprende de la tragedia, 60 mil muertos y heridos dejó hace 200 años la batalla de Waterloo, colinas de cadáveres de hombres prusianos, ingleses, franceses, polacos, el paisaje de muerte, la atmósfera asfixiante, densa de pólvora, sangre, llantos. ¿Eso es la gloria? ¿A quién vencieron? ¿Qué se conmemora? Robert Graves vio en esos cuerpos hinchados, goteando sangre negra “A certain cure for lust of blood”. Daniel Maclise pintó un mural comisionado por el príncipe Albert para entonces celebrar los 15 años de la batalla, el boceto del mural es un dibujo en papel, mide 13 metros por 3 de altura, fue realizado en su totalidad por Maclise y se exhibe en la Royal Academy. El dibujo recrea el momento en que Wellington y Blücher se dan la mano reconociendo su triunfo sobre Napoleón. Maclise nos impone una visión deprimente, no hay orgullo, la desolación y el dolor han vencido, una vez más la violencia se detuvo cuando estaba ahogada de sí misma. Rompiendo la verdad histórica, el pintor rodea a los generales con una masa de soldados heridos, jóvenes mutilados, cadáveres. El horror de la guerra narrado en la austeridad monocromática del dibujo, la monumentalidad épica, apoteósica, valiente, desacraliza la victoria, es la crudeza interminable de las canciones de guerra, “Blood and Fame” de Graves. El dibujo y la poesía penetran en las entrañas de la guerra, Maclise en Waterloo y Graves en la Primera Guerra Mundial, no hay diferencia entre sus relatos, la venganza es el calor que no se enfría: “Walking through trees to cool my heat and

ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com

El encuentro de Wellington y Blücher (detalle)

pain”. Los soldados se ayudan entre ellos, compadecen su miseria sin gloria, están agotados, desvanecidos, la influencia del neoclasicismo, la composición renacentista, la luz y sombra del dibujo construyen un relieve, podemos sentir la fiebre de esos cuerpos. Es solo dibujo y es solo dolor, miseria, arrogancia aniquiladora, no fueron suficientes 60 mil cadáveres, la victoria sigue pidiendo más. El rostro de Wellington, sombrío de vergüenza y tristeza, no se dirige a Blücher, de reojo ve a los soldados, escucha el himno triunfal de sus lamentos, su caballo Copenhague inclina la cabeza, esa devastación será su historia. Los testimonios históricos afirman que los generales acudieron al encuentro sin compañía, fue decisión de Maclise incluir este dolor, recordar a esos hombres que por hambre, obligación y el engaño del patriotismo dejaron la cordura y la vida en el campo de

batalla. No es un final, es una suspensión, el continuum de la composición anticipa la pesadilla que habitará en los sobrevivientes, en las pérdidas, en las mutilaciones. Los cuerpos entre cañones, fusiles, espadas, caballos, esa masa de energía utilizada, desechada, basura amontonada, uniformes que ya no significan, la Historia recupera dos nombres y el resto, eso que Maclise dibujó, son cenizas, “Blood and Fame”. La obra es heroica, es el llanto de David ante el cadáver de Goliat descrito por Graves, el dibujo es tan detallado, ensimismado, perfeccionista que representa el único homenaje real para esos hombres masacrados, es un réquiem para la humanidad. La guerra es su propia derrota, lo que vemos es el triunfo del dibujo como obra total, su austera y contundente presencia, la belleza que logra, como a Wellington, avergonzarnos de nosotros mismos. L

Era tan generoso que sabía reconocer los fracasos de los demás. ESPECIAL

La crónica AMBOS MUNDOS

T

SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores

al vez el hecho más significativo en el mundo de la escritura el año anterior, con inmensas proyecciones y ramificaciones, fue el impulso de la crónica y su definitiva entrada al mundo de la literatura. Ya he escrito sobre esto, lo sé, pero creo que no del modo que se merece, pues con la concesión del Premio Nobel a la periodista rusa Svetlana Aleksiévich, y la inmediata difusión de algunas de sus obras, los lectores tradicionales de novelas están hoy descubriendo con entusiasmo este extraordinario género que, en el fondo, siempre estuvo ahí, con ilustres antecedentes, pero que fue considerado como una actividad muy en la periferia de la otra escritura, la que podríamos denominar “de literatura ficción”. Haciendo un poco de historia, en América Latina se me ocurre que uno de los padres de este género es el argentino Rodolfo Walsh, asesinado

por la dictadura en 1977, con su libro Operación masacre (1957), en el que narra el fusilamiento de cinco civiles, sospechosos de formar parte de un contra golpe militar, entrevistando a siete sobrevivientes de la misma noche de los fusilados. Una obra maestra del periodismo narrativo que se adelantó nueve años a la célebre A sangre fría, de Truman Capote. Pero Walsh, a diferencia de Capote, escribió su crónica con una intención de denuncia social, y fue precisamente esta tendencia la que repercutió con más fuerza en los cronistas de América Latina: la idea de que esta forma de periodismo era sobre todo un arma para contar la verdad, asumiendo todos los riesgos en primera persona y no bajo la cobertura de un medio de prensa. En Colombia tal vez el más reconocible autor de esta tendencia es Alfredo Molano, cuyas crónicas sobre la violencia traen al lector

Rodolfo Walsh

la voz de los protagonistas del conflicto en libros como Los años del tropel (1985), Siguiendo el corte (1989) o Trochas y fusiles (1994), entre otros. Leyendo hoy a la Nobel rusa Aleksiévich constato que su procedimiento es idéntico al de Alfredo Molano: transcribir exclusivamente la voz del informante sin apenas intervenir, y digo “apenas” porque la intervención del cronista, como es obvio, es invisible y está en la selección del material y en la escritura de esa voz. Algo parecido a lo que hace en México Sergio González Rodríguez con una obra como Huesos en el desierto

(2002), sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y la frontera, o el muy reciente, aunque menos narrativo y más fáctico, Los 43 de Iguala, sobre la masacre de los estudiantes en septiembre de 2014. Y por encima de todo esto, como un legado más de García Márquez, que siempre creyó en el poder de la crónica literaria, está el trabajo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, con sede en Cartagena, que con autores como Jon Lee Anderson, Juan Villoro, Alberto Salcedo Ramos o Martín Caparrós, entre muchos otros, mantiene encendida la antorcha de la crónica y la lleva a toda América Latina y España. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


MILENIO

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sábado 16 de enero de 2016

ANTESALA

ESPECIAL

× VA L E N T I N O

Z E I C H E N ×

Ardor Este poema forma parte de Metafísica de bolsillo (Vaso roto, 2015), que con traducción de Pablo Anadón significa la presentación del autor italiano en español

A

lgunas mujeres me confunden con un fuego de San Telmo,

otras, con uno de paja,

Germán Robles, el conde legendario

Los vampiros

y otras con una lámpara votiva. Algunas me preguntan por cuál de ellas ardo; y nunca sé qué responder. Por una razón más oscura arde mi corazón: por la ausencia de un verdadero fin como llamita inextinguible más apta para el culto de la nada que para la pasión amorosa.

×EKO×EX LIBRIS×LA VENUS DE LAS PIELES×

CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

D

esde que el irlandés Bram Stoker publicó su icónica novela en 1897, no han dejado de escribirse artículos y ensayos y libros enteros para especular sobre el origen del Conde Drácula. Algunos estudiosos del tema proponen que, al construir su monstruo, Stoker se inspiró en la condesa húngara Erzsébet Báthory (1560–1614), sospechosa de sacrificar mujeres siempre jóvenes en cuya sangre se bañaba o incluso la bebía con el propósito nunca logrado de conservar su menguante juventud. Otros (Carlos Fuentes entre ellos) postulan que el personaje novelístico se basa en el tremendo príncipe valaquio Vlad Tepes “El Empalador” (1431–1476) quien, según sugiere su apodo, despachaba a sus enemigos de la manera más sangrienta. La virtud de estas interpretaciones historicistas de la leyenda vampírica es que le atribuyen al vampirismo (metáfora del deseo paradójico y soberanamente egoísta de alcanzar la inmortalidad a expensas de la vida, tanto propia como ajena) un sustento firme en la experiencia. Su defecto, común a tantas hipótesis científicas, es que resultan demasiado literales. No se trata aquí de poner en tela de juicio la existencia de un subgénero de seres originalmente humanos que parasitan a otros seres humanos. Pero mientras no se pruebe sin lugar a dudas, no hay razón para creer que esos aborrecibles parásitos de su misma especie se alimentan solo de hemoglobina. Te vampiriza el marido (o la esposa) que, en una comida con otras personas, te interrumpe cuando te adentrabas en lo más exquisito de un razonamiento muy tuyo que él (o ella) conoce de sobra porque te lo ha escuchado un montón de veces y lo termina como si a él (o a ella) se le hubiera ocurrido antes y mejor que a ti. Te vampiriza el hermano (o la hermana) que, en una tediosa reunión de familia, se apropia de una anécdota de tu infancia que le contaste hace mucho y la cuenta como si él (o ella), y no tú, la hubiera experimentado en carne propia. Te vampiriza el amigo inmisericorde que, como Ramiro, es consciente de que tienes prisa y te nota contrariado y, aunque ya te despediste y miras sin disimulo tu reloj, sigue hablando de un asunto de su trabajo que no entiendes ni podría interesarte menos. Te vampiriza la amiga inclemente que, como Yadira, solo te pregunta por tu salud o por cualquier otra cosa íntima para asentir distraídamente mientras le contestas con unas cuantas frases breves y pasar en el acto a informarte sin omitir un solo detalle de sus muchos males ciertos o imaginarios o de su propia intimidad. Con la posible excepción de tu marido (o de tu esposa), a últimas fechas intentas evitar todo contacto con estas personas. Y cuando por mala suerte o buena educación no te queda otro remedio que verlas, te precaves igual que si tuvieran colmillos largos y filudos y huecos para hincarlos en tu cuello. Pues aunque Ramiro el vampiro y Yadira la vampira no te chupen literalmente la sangre, te chupan algo aún más valioso y difícil de recuperar. Te chupan el tiempo. Te chupan el alma. L

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LABERINTO

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Con tres artículos rendimos tributo a una de las estrellas más brillantes en el firmamento musical de las últimas cuatro décadas, un hombre siempre igual a sí mismo que sin embargo adoptó infinidad de apariencias y que murió el 10 de enero, un par de días después de cumplir 69 años

“Los jóvenes no saben lo que significa la muerte” ANDREA RIVERA

hermosos perdedores teniendo una muerte prematura. Visto desde hoy, me parece una completa tontería porque los jóvenes que nunca han visto a nadie morir no saben lo que significa la muerte, no tienen idea, carecen de profundidad y experiencia”. A esos episodios de ansiedad lo acompañaban otros problemas personales que Bowie logró resolver a través de los años: Nunca me sentí cómodo en la sociedad. Tenía la sensación de no saber cómo comportarme ni cómo interactuar socialmente. Siempre tuve miedo y me sentí muy inseguro en las relaciones amorosas. La única forma de sentirme seguro era estando completamente solo o sobre un escenario. Nunca he escuchado a nadie, pero ahora, en este momento de mi vida, me siento mucho mejor. Poco a poco voy sintiendo que me gusta estar aquí y empiezo a disfrutar esta etapa de búsqueda. A veces me digo: ¡Estoy en un gran lugar! Estoy bien en este mundo. Ahora puedo establecer conexiones con otros seres. También por eso es que a estas alturas me molesta la fi nitud de la vida, me ahoga. Ahora que por fi n he logrado entenderme, a mí y a otros, debo morir. ¡Qué tipo de mierda es este juego! ¿No hay nadie con quien se puedan volver a revisar las reglas del juego? Me gustaría cumplir 200 o 300 años, pero si no hay más remedio… Cuando la muerte te sonríe, ¿qué más puedes hacer excepto devolverle la sonrisa?

M

uchas veces renegó de la etiqueta de intelectual: “Soy cantante pop, por el amor de Dios. Soy bastante sencillo”. La naturaleza fi nita de la existencia humana comenzó a resonar hace catorce años con las canciones de su disco Heathen. Algo ocurrió con David Bowie. Había cumplido 55 años y no estaba enfermo; sin embargo, un golpe de conciencia lo hizo percatarse del transcurrir de la vida: “Lamento tanto ver pasar el tiempo frente a mí”. Se encontraba en un momento de aceptación. Durante varios años, Bowie sufrió de ansiedad severa. “Este es el motivo principal de mi trabajo y de mi búsqueda interior. No dejo de darle vueltas al asunto ni de pensar cómo a varios artistas que admiro les sucede lo mismo: vuelven una y otra vez a este tema, lo llevan a cuestas”, reconoció en una entrevista concedida a Der Spiegel en 2002 tras el lanzamiento de Heathen, cuya portada —donde aparece con rostro lúgubre y ojos en blanco— es un homenaje al surrealismo de los años treinta, al trabajo de Man Ray, a Dalí, a Un perro andaluz, de Luis Buñuel. El tema homónimo es interpretado por Bowie con una tristeza que parece provenir de su dolorosa experiencia de vida, la cual, al mismo tiempo, lo sumerge en un estado de éxtasis, casi de felicidad. “Me encanta la vida, pero esta vez he enfocado mi trabajo en el lado sombrío de la existencia, donde se concentran el miedo, la duda, la depresión, la pérdida, la decepción. Me encuentro enganchado en aquellos aspectos que engendran la condición de miseria humana”. Bowie dejó de ser el cantante que alguna vez celebró el lado divertido de la vida con canciones como “Rebel Rebel”, lo que tampoco significó que se sintiera avergonzado de haberla escrito. “Vamos a ponerlo de esta manera: con 55 años, me resulta un poco problemático cantar algo que describe el sentir de un adolescente de 18. Por lo menos, es difícil cantarla sin cierto estilo”. En la década de 1970, su manera de vivir lo llevó a jugar literalmente con la muerte. Se mantuvo fiel al lema del rock: morir joven y dejar atrás un cadáver bien parecido. La muerte no le importaba: “Ese juego con la muerte no era más que una idea romántica de heroísmo con la que coqueteábamos todos los jóvenes. Era la continuación de los poemas de Byron y Shelley que lees en la primera juventud. Entusiasmados, nos imaginábamos en calidad de

Bowie también solía decir: “A medida que envejezco, las preguntas se reducen a dos o tres: ¿por cuánto tiempo y qué hago con el tiempo que me queda?”. Como todos los artistas que van a morir, y lo saben, Bowie preparó con sumo cuidado la última de sus sorpresas: la producción del disco Blackstar, al que desprendió de todo impulso nostálgico. En él va inscrita la clave de sus pensamientos: “No soy una estrella pop, no soy una estrella de cine, no soy una estrella porno, no soy un gánster, no soy una estrella errante. Soy una estrella negra”. Bowie manejó el concepto de universo como eje de su temática musical e influyó en varias de sus personificaciones. No resulta extraño que decidiera concluir el espectáculo de su vida convertido en una estrella negra, un astro al que los astrónomos muy raras veces detectan, dadas sus características de invisibilidad. Bowie se consideraba único, el eterno intangible. Desde esa perspectiva concibió una elaborada analogía que lo mantendrá gravitando por siempre en el paisaje cósmico. Desde su retorno en 2013 con el álbum The Next Day, no volvió a conceder entrevistas; permaneció oculto los últimos años. La única manera de comunicarse con sus fans fue a través de su obra. De acuerdo con las reseñas de los medios alemanes, la música de su último disco sigue manteniendo el espíritu de un hombre exigente, obstinado y extravagante. Tal como lo recordaremos. L

DISCOGRAFÍA

David Bowie, 1967

Space Oddity, 1969

The Man Who Sold the World, 1970

Hunky Dory, 1971

The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, 1972

Aladdin Sane, 1973


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sábado 16 de enero de 2016

DE PORTADA

FOTOS: ESPECIAL

En busca del Mayor Tom CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

C

omo Christiane F, la chica heroinómana de Los niños de la estación del zoo, que ve cumplido su sueño de ver en vivo a David Bowie, en el verano de 1996 conduje un pequeño Renault 5 por las carreteras españolas hasta los Pirineos catalanes con el único fin de ver sobre el escenario al músico y compositor cuyas canciones habían formado parte fundamental de la banda sonora de mi adolescencia y juventud. Bowie acababa de publicar su decimonoveno álbum, Outside, el cual representaba el regreso de Brian Eno como mancuerna en la producción e instrumentación, y mostraba a un enjundioso y renovado Bowie, quien daba una nueva lección de cómo debía reinventarse un artista a partir de la búsqueda, el riesgo y la experimentación. En aquel paraje idílico rodeado de montañas, Lord Bowie apareció tras una jornada en la que habían desfi lado por las tablas gente como un jovencísimo Moby, los duros Sepultura o Suede, precedido por los acordes de un guitarrazo que irrumpió en la campiña y los golpes de un bajo ejecutado por una negra de ébano que le abría el camino a su voz, mientras con sus largos dedos sujetaba un cigarrillo que deleitaba como si aspirara las estrellas de la noche.

Pin Ups, 1973

Con una levita salpicada de lentejuelas que estampaban la Union Flag británica, el cabello rubio escrupulosamente bien peinado y los ojos bicolores atrapando las miles de miradas que lo seguían hechizadas, aquella noche memorable Bowie repartió su nueva música con el aplomo de un maestro bien curtido en el oficio. Llevaba poco más de una década metido en una deriva creativa un tanto comercial, desde que su disco Let’s Dance (1983) lo había aupado al número uno de las listas de más vendidos. Sus siguientes obras, Tonight (1984), Never Let Me Down (1987) y Black Tie White Noise (1993) no lograron calar en el gusto de sus fans de toda la vida, esos que rendían pleitesía a The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, Aladdin Sane, Diamond Dogs, Station to Station, Low, Heroes, Lodger o Scary Monsters. Sin embargo, aquella noche no pretendía otra cosa que atender a mi nostalgia y ver al mito, sentir su música de cerca, en vivo, aunque tuviera que chutarme una dosis de rítmicas bailables. Pero no fue así, y en cambio recibí una sobredosis de puro rock en vena, trepidante, eléctrica, casi inesperada, que me permitió comprender que estaba ante uno de esos raros ejemplos de músicos que van y vienen por el mainstream

Diamond Dogs, 1974

Young Americans, 1975

CUANDO UN TRABAJO ES VIBRANTE, SIENTO QUE HE ALCANZADO ESE TIPO DE ÉXITO QUE ME PARECE EL ÚNICO POR EL CUAL VALE LA PENA LUCHAR DAVID BOWIE

Station to Station, 1976

sin perder el rumbo, simplemente porque les apetece darle un giro a su trabajo y prueban y prueban y prueban sin que su talento se resienta. Y no contento con dejar alucinado al personal con su nueva música, y tras reventar la tierra con temazos como “Hallo Spaceboy” o “I’m Deranged”, Bowie trajo al presente una serie de deslumbrantes versiones de “Five Years”, “Ashes to Ashes”, “Space Oddity” y “Heroes”, ese himno que canto y escucho desde finales de los años setenta y que no me cansaré de cantar y escuchar mientras viva. Aunque no hubiera hecho falta, esa noche en los Pirineos catalanes Bowie me reconquistó para siempre, inyectándome su música en el flujo sanguíneo como una droga que te devora y te hace subir y subir hasta alcanzar el cielo, y sabes que nunca podrás dejarla. Dice William Burroughs que un adicto nunca deja de crecer. Con Bowie, con mi adicción a la música de Bowie, no he dejado de crecer. Earthling, Hours, pero sobre todo Heathen, Reality, The Next Day y ahora mismo Blackstar, siguen dándome qué pensar sobre cómo entendía la música este hombre nacido en Londres en 1947 y que dos días después de su cumpleaños 69 emprendió el viaje defi nitivo en busca del mayor Tom. Bowie dijo en cierta ocasión: “El verdadero éxito viene cuando alcanzo una cierta plenitud en la composición e interpretación de un trabajo. Cuando un trabajo es artísticamente vibrante, siento que he alcanzado ese tipo de éxito que me parece el único por el cual vale la pena luchar. Cualquier éxito material es algo secundario o, supongo, una especie de bono de reconocimiento. El éxito real es artístico y espiritual”. L

Low, 1976

"Heroes", 1977


LABERINTO

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RALPH GATTI

El corruptor de estilo XAVIER VELASCO

S

i no recuerdo mal, el primer día que me topé con Bowie venía huyendo de los Bee Gees. Y del colegio. Y de la casa. Y de mi propia sombra, que por entonces me parecía ridícula, como mi vida toda y casi el mundo entero. Alumno problemático, gamberro adolescente, pornógrafo amateur, llegué a la casa con un nuevo disco cuya sola portada provocó que no solo mis padres, sino hasta mis amigos elevaran el grito a las alturas. ¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba corrompiendo? ¿No me daba vergüenza, asco además, traer tamaña imagen bajo el brazo? ¿Se daban ellos cuenta, a todo esto, del placer que me daba escandalizarlos? No había ni escuchado la primera canción de Aladdin Sane y ya empezaba a ver a mi pandilla como a unas solteronas persignadas. Tantas eran mis ansias que empecé a corromperme por el lado B. Un piano socarrón, de aires cabareteros y un pelito siniestros, antecede al fraseo pasional y escabroso de una voz que se arrastra del susurro al jadeo, camino de un aullido seminal que llegará cual clímax arcangélico a premiar las cosquillas que con gran impaciencia le precedieron. ¿Y cómo no pasmarse a medio drama, una vez que la música se esfuma y de la voz cantante queda solo un resuello bestial, febril, obsceno, suplantado de golpe por la guitarra tétrica y la vuelta gloriosa de esa pieza teatral vestida de canción, tras cuyo arribo nada fue ya igual?

Lodger, 1979

“Yo no maté a los años sesenta, solo llegué a barrer con los cadáveres”, confesaría el propio David Bowie, muchos años después del cataclismo que a algunos nos partió la vida en dos. Pensaba por entonces que éramos unos cuantos los extraviados (y no existía un Twitter para desmentirme), pero esa sensación de mirarte extranjero, anómalo animal, ajeno entre los propios y raro entre los raros, implicaba de pronto la soberbia insolente de quien le ha visto al hoy la cara de anteayer y se le acabó el tiempo para mirar atrás. Las lecciones del nuevo profesor, plagadas de histrionismo licencioso, no tenían que ver, como habrían temido mis mayores, con aprender a usar delineador y rímel, sino con el más ambicioso empeño de jugar a inventarse desde cero. Por antojo o capricho o mero morbo. Si los antecesores del divo transformista clamaban nada más que por ser libres, él prefería ser otro, y otro, y otro, nunca con el objeto de asimilarse al paisaje vigente, siempre con la intención de tomar su estrambótica distancia y resistirse al yugo de lo usual. Justamente lo opuesto al mimetismo: los “camaleones” somos sus seguidores. Peregriné, a lo largo de unas cuantas semanas, por la discografía del amo del estilo como se va de viaje entre planetas. De poco o nada me alcanzaba un álbum para hallar mi camino en el otro, si poco les faltaba para

Scary Monsters (and Super Creeps), 1980

Let's Dance, 1983

Blackstar, 2016

Tonight, 1984

ser antípodas. ¿Mas qué era ese despiste deslumbrado sino la meta misma de la travesía? La única certeza que dejaba saltar de las aristas lúgubres de “All The Madmen” a la caricia lúbrica de “Sweet Th ing”, y de ahí al contoneo tenaz de “Fascination” (por citar solo tres de sus ch–ch–ch–changes), la sola garantía vigente y fidedigna, estaba en la inminencia del próximo viraje. Nadie tuvo tanto éxito dando la espalda a su éxito. El corruptor de Brixton se afi rma a fuerza de anularse, dice y se contradice por una suerte de lujuria estética que es en sí misma el fi n y los medios, ahí donde lo ambiguo es lo único exacto y el salto vale igual que el resbalón. Va adelante de todos, asume que el azar es parte de sus planes, se diría que juega a la ruleta rusa con el mentado espíritu de la época, en condiciones francamente arbitrarias. Como tantos genuinos, es maestro en saqueo e impostura. Nadie mejor que Bowie conoció las ventajas de la audacia para marcar los dados, o en su caso las balas escondidas. Lo suyo era hacer trampa, con el móvil del arte, la coartada del pop y el agravante de la impunidad. Si quisiera abundar en torno al tema Bowie, terminaría contando mi vida, toda vez que su influencia ha sido lo bastante persistente para llamarme vástago de Ziggy Stardust. Bowieano al fin, no obstante, aborrezco el chantaje de la nostalgia. Si ahora mismo escucho una versión en vivo de “Time” y me retuerzo como rata con rabia, es porque estos sonidos insisten en hablarme del mañana y arrastrarme hacia él, pecaminosamente. Y si a continuación el aparato salta cien años adelante hasta “Warszawa”, miraré una vez más hacia el presente como a una edad de piedra que se ignora. Es poco y relativo lo que creo saber de David Robert Jones, acaso porque Bowie solía esmerarse mintiendo al respecto. De él aprendí que no hay más grande subversión que aquella que se emprende en contra de la propia identidad. “Yo es otro”, descubrió Rimbaud, y Bowie llevó el juego hasta el último exceso. Ya entrados en extremos, ¿qué otra cosa es Blackstar, su álbum–epitafio, sino el más alto intento de fundir vida y obra narrando su agonía? ¿Cuántos artistas son tan poderosos para encontrarle un sentido a su muerte? ¿Quién osaría decir que el Th in White Duke se fue sin despedirse? “Hey, David!”, solté como si nada y lo tomé del hombro, cual si lo conociera de toda la vida. ¿Y no era así, por cierto? Hacía media hora que había terminado el concierto y me había yo colado al aftershow, decidido a cruzar con la leyenda unas pocas palabras quizás insustanciales —small talk , que le llaman— y no obstante, a su modo, decisivas para un Scary Monster honorario. Le saqué un par de risas, en todo caso, antes de que otros veinte como yo nos cayeran encima para llevárselo. Corría el 97, era la cuarta vez que lo veía encima de un escenario, creía por entonces que ya vendría la quinta. Daba también por hecho —wishful thinking , le dicen— que algún día tendría que volver a

Never Let Me Down, 1987

Black Tie White Noise, 1993


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sábado 16 de enero de 2016

DE PORTADA

JIMMY KING

Un genio que cayó en la tierra IVÁN RÍOS GASCÓN

A

encontrarme con ese David simple, afable y risueño que hace unos pocos días tomó el mismo camino del Mayor Tom. Suele decirse, en momentos como éstos, que el más grande homenaje al hoy ausente consiste en acercarse a su trabajo, pero ya el transformista se me adelantó. Su despedida

Outside, 1995

Earthling, 1997

ha sido el lanzamiento de su última apuesta, y él lo ha sabido desde el primer instante. Aun en el otro mundo, David Bowie nos tiene sometidos a su juego de espejos, ficciones y antifaces. Es decir que no tengo más palabras: solo me queda subir el volumen. Y otra vez: gracias, David. L

Hours..., 1999

Heathen, 2002

poca gente le causó extrañeza que David Bowie rechazara los títulos de Caballero Comendador y Caballero de la Orden del Imperio Británico en 2000 y 2003, respectivamente, ya que, para ser honestos, no era fácil imaginarlo compartiendo la cepa nobiliaria con personajes reconciliados con la (alta) sociedad, digamos Elton John, Paul McCartney o Sir Mick Jagger. Los genuinos fans del alter ego de Ziggy Stardust sabían que le importaban un comino las credenciales de ralea y que su sentido de la vida se cifraba, esencialmente, en la exaltación de las más sutiles coordenadas del espíritu: “Nunca aceptaré algo así. Realmente no sé para qué sirve. No es por lo que me he pasado la vida trabajando”, de este modo explicó a la prensa tan escandalosa decisión. Declinar sendos honores le confi rió una saludable sensatez, como la de ciertos artistas para los que la Orden del Imperio no significó absolutamente nada (Aldous Huxley, Graham Greene, Alfred Hitchcock y Francis Bacon, por ejemplo) y, por supuesto, la ratificación pública de su elegancia proclive a la ironía. Y es que a pesar de las apariencias, David Bowie fue un ser que quiso recorrer los dédalos del estrellato sin urdir mayores aspavientos (su peor desliz fue la publicidad que ganó al declararse bisexual cuando siempre prefirió los deleites femeninos), y su tentación por el glamour quedó sepultada en la tierra baldía de la inspiración; su apego por estremecer a las almas puras a través de la androginia se desvaneció lenta, irremisiblemente, y dejó de interesarse en el abigarramiento de las vanguardias: su concepto musical cruzó un serio proceso de depuración que aterrizó en el punto medio de los gustos transgeneracionales y la partitura se convirtió en el espacio de las probabilidades infinitas. Quizás esto se deba a una súbita comprensión de que el tiempo es implacable y como en ese videoclip de su rola “Thursday’s Child” (el sencillo del álbum Hours…, de 1999), en el que Bowie se enfrenta a su pasado y su presente a través de un espejo defectuoso porque contrario al lienzo de Dorian Gray, en su reflejo sí se vuelve viejo, la convicción por producir álbumes rotundos, materiales deslumbrantes y piezas meritorias para alcanzar la trascendencia, desplazó al nocivo deporte del impudor y la liviandad que perjudica a cualquier músico, pintor, escritor o cineasta que pretenda enloquecer al mundo con su propia vacuidad y nulidad. Heathen (2002), Reality (2003), The Next Day (2013) y Blackstar (2016), sus últimas producciones, muestran matices que lo alejan y/o aproximan a sus mejores hits como “Space Oddity” o “Young Americans” o “Ashes to Ashes” o “Blue Jeans” o … la lista es bastante larga. Demonio de los desvelos de Lou Reed, cazador del Santo Grial (embebido por el pensamiento de Albert Speer, las paradojas del nazismo y una crisis existencial producida por su adicción a la cocaína, en la década de los setenta decidió lanzarse a la azarosa aventura de encontrar el cáliz donde Cristo bebió e instauró la eucaristía), héroe paradigmático de la diversidad y esteta de la metamorfosis, entre muchísimas andanzas que circunscriben el brillante itinerario de un metafórico inmortal, Bowie ahora ha perpetuado al Mayor Tom al perderse en el espacio y solo nos queda el recuerdo de que a diferencia de otros músicos y, sobre todo, del infortunado astronauta de su mítica canción, David Bowie fue simplemente un genio que cayó en la tierra. L

Reality, 2003

The Next Day, 2013


LITERATURA

sábado 16 de enero de 2016

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Richard Ford

“Toda obra valiente y maravillosa estimula”

El autor de El día de la Independencia nos habla de lo que define como aspiraciones, pesares, anhelos y fracasos de un país entrampado en sus espejismos culturales, a propósito de la aparición de Francamente, Frank, tetralogía compuesta de cuatro nouvelles cuyo eje gira en torno a la sociedad estadunidense del siglo XXI ENTREVISTA CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

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aymond Carver no tuvo reparo en afirmar que Richard Ford era el mejor escritor vivo de Estados Unidos, algo que refrendó la crítica cuando en 1996 obtuvo los premios Faulkner y Pulitzer por su novela El día de la Independencia, convirtiéndolo en el único autor en haber ganado ambos premios por un mismo libro. Pero a Ford, autor de obras como Incendios, Rock Springs, De mujeres con hombres, Pecados sin cuento, Flores en las grietas o Canadá, y merecedor de otros premios como el Pen/ Malamud o el Femina Extranjero, y cuya novela El periodista deportivo fue seleccionada por la revista Time como una de las mejores cien de la historia desde 1923, la crítica le inspira indiferencia. “Cuando es mala me rompe el corazón, y si es buena no me aporta nada”, afirma, y añade que los críticos literarios no pasan por su mejor momento por dos motivos centrales: “Porque no les pagan bien y deben buscarse la vida, y porque no están bien preparados: una es consecuencia de la otra. La mayoría de ellos no tiene criterio”. En su trilogía protagonizada por Frank Bascombe —El periodista deportivo, El día de la Independencia y Acción de gracias—, que ha sido infeliz en el pasado e intenta ser feliz en el presente, Ford ha iluminado el espíritu de toda una generación de ciudadanos estadunidenses, mostrando con ironía, sabiduría y humor, su lado más políticamente incorrecto con un estilo que en más de una ocasión ha llevado a sus lectores a situarle como uno de los baluartes del llamado “realismo sucio”, algo que Ford rechaza rotundamente.

ESPECIAL

“¡Olviden de una vez el realismo sucio! Nunca significó nada. ¡Solo fue una estrategia de ventas de la revista Granta!”. Ahora, después de casi una década, Bascombe ha vuelto con toda su batería de blasfemias, emotividad e ironía, para sumergir al lector en un libro que reúne cuatro nouvelles bajo el título de Francamente, Frank, en las cuales aborda las aspiraciones, pesares, anhelos y fracasos de la sociedad estadunidense en los albores del siglo XXI. En entrevista exclusiva con Laberinto, Ford puntualiza que, si bien Bascombe ha regresado más viejo, el tiempo solo parece haberlo cambiado en la medida en que lo ha hecho su creador, “haciéndolo pensar y hablar acerca de hacerse mayor. Pero personalmente no sé qué cambios, a un nivel profundo, ocurran en nuestros puntos de vista solo porque somos más viejos. Los cambios psicológicos tienen lugar, no hay duda, pero hasta donde yo sé, solo hasta cierto punto”. Así como para él “la tragedia y la comedia son dos caras de la misma moneda”, el pasado y la memoria, admite Ford, “son básicos para un escritor y forman parte de su instrumental a la hora de escribir”. Sin embargo, subraya que en esta consideración del pasado hay matices importantes. “Estoy seguro de que el pasado alimenta mi trabajo actual, pero de una manera tan específica como lo hizo hace años. En ese sentido, tengo la certeza de

LABERINTO

haber consumido mucho de mi pasado, y lo que queda parece hoy muy difícil de desenterrar. Además, no estoy tan seguro de que el pasado sea tan significativo para un escritor como lo son las noticias corrientes”. En Francamente, Frank son varios los paisajes morales que Ford hace desfilar: los efectos humanos que provocó la devastación del huracán Sandy que asoló las costas de Nueva Jersey y Nueva York en 2012; el desplome del mercado inmobiliario; la creciente pérdida de la fe y el racismo. Al respecto, Ford se niega a generalizar acerca de la moral de la sociedad estadunidense. “Soy un novelista. Lidio con particularidades, con excepciones. De los asuntos en general, usted quizá sepa lo mismo que yo. Aun así, diré esto para tratar de contrarrestar lo que parece ser, tanto en Europa como en cualquier otro lugar fuera de Estados Unidos, una idea equivocada acerca de los asuntos raciales en Estados Unidos. A pesar de los sorprendentes, increíbles y pésimos acontecimientos de los meses recientes, las relaciones raciales en Estados Unidos son mucho mejores que cuando yo era joven, y mejoran todo el tiempo. La influencia del presidente Obama ha sido crucial”. Precisamente, señala Ford, “no puede culparse a Obama de asuntos como la burbuja económica o la violencia. Hay otras instancias que realmente dirigen a los países. Lo mismo ocurre con el terrorismo, que no tiene nada qué ver con la religión, sino con las oligarquías, con las enormes diferencias que existen entre unos sectores de la población mundial y otros. Cuando en un país como el mío hay un loco, un inmoral como Donald Trump intentando convertirse en presidente, lo único que puedo pensar es que hemos llegado a un estado tal de cosas que resulta absolutamente absurdo”. Por eso, agrega el escritor, “quiero insistir una y otra vez en que lo más triste, y lo peor, es ver cómo desciende la información cultural en los medios de comunicación, y cómo, por el contrario, se tratan de disfrazar de cultura muchas estupideces”. Por último, le preguntamos a Ford sobre su relación con la literatura latinoamericana, en especial con la mexicana, sobre qué libros y experiencias le han marcado. “Soy de la generación de personas que descubrieron la literatura latinoamericana a finales de los años sesenta. Me refiero a Juan Rulfo y Carlos Fuentes, pero también el panteón entero: Carpentier, Vargas Llosa, García Márquez, Borges, José Donoso, Octavio Paz. Podría seguir y seguir. Leímos y saboreamos a esos escritores. ¿Cuánto me influyeron? No lo sé. Toda obra valiente y maravillosa estimula. ¿Podría pensar que lo que he escrito ha tenido o tiene algún componente latinoamericano? Probablemente no, pero sobre todo porque no hay un solo componente, y he leído al mismo tiempo a los autores de Europa del Este. En todo caso, creo que basta con decir que los he leído mucho y admirado inmensamente”. L


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× A

LA CHICA DANESA DAVID EBERSHOFF Anagrama España, 2015 347 pp. La primera novela del escritor californiano, publicada originalmente en el año 2000, recrea libremente la vida insólita del pintor Einar Wegener, quien en 1937 conquistó la fama amarillista después de anunciar su cambio de sexo, y de su esposa Lili Elbe, cómplice de esa transformación. No se trata, pues, de una biografía sino de una auténtica pieza de ficción. La identidad sexual se muestra como una conquista que no solo se enfrenta al repudio social sino al avance silencioso de la enfermedad, con el ascenso del nazismo irguiéndose como telón de fondo.

EL FIN DEL “HOMO SOVIETICUS” SVETLANA ALEKSIÉVICH Acantilado España, 2015 642 pp. El más reciente libro de la Premio Nobel de Literatura sigue el curso de sus exploraciones anteriores: reúne los testimonios de aquellos hombres y mujeres sin más voz que la de su indignación o desesperanza. Contra lo que pudiera sospecharse, esos testimonios evaden la política. Discurren sobre el amor, la familia, el trajín diario, la camaradería. En su aparente falta de “compromiso”, van develando el entramado de ideas y dogmas que hizo posible la construcción de un nuevo Adán, y de una sociedad enamorada de la guerra, demasiado confiados en torcerle el cuello a la Historia.

LA CABELLERA ANDANTE MARGO GLANTZ Alfaguara México, 2015 202 pp. Sobre este ensayo publicado originalmente en 1984 bajo el título de De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos, y en el que aparecen Hemingway, King Kong, Casanova, Sansón, Robinson Crusoe, algunos hippies y otros no menos insignes greñudos, el difunto Carlos Monsiváis escribió: “En La cabellera andante Margo persigue la obsesión cultural que hace de la cabellera una zona de fuerza e indefensión, de opresiones y liberaciones. Mientras se puede, el peine es el escudo del aspecto, y el pelo la declaración de obediencia y disidencia”.

POR QUÉ IMPORTA SINATRA PETE HAMILL Pértiga México, 2015 190 pp. Dice el narrador y periodista que, más allá de la leyenda que pinta a Sinatra como amigo de mafiosos, importan las mil 309 grabaciones en estudio entre 1939 y 1995, sus conciertos, sus películas. Es decir, que nada debe tener más peso en su biografía que la pasión con la cual vivió la música. En Sinatra encarna el mito de la inmigración, toma aliento la soledad como destino de sus baladas, se materializa la voz estadunidense de raíces urbanas, cobra vigencia la idea de que un cantante sobrevive por la voluntad de sus admiradoras y, sobre todo, de sus admiradores.

NO APAGUES LA LUZ BERNARD MINIER Salamandra España, 2015 576 pp. “Todavía observaba la trampa cuando sonó aquel alarido que lo traspasó como la hoja de un arma oxidada. No recordaba haber oído nunca un grito semejante, tan lleno de terror, de dolor, de un sufrimiento casi inhumano. De hecho, ningún ser humano habría podido emitir un sonido como aquél. Provenía de la espesura del bosque, más adelante”. No son las palabras inaugurales pero sí agoreras con las que arranca este thriller policiaco, de atmósfera gélida, cuyo primer capítulo, por cortesía de Salamandra, está a disposición de los lectores en nuestra edición digital (milenio.com/laberinto).

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

CARNE DE DIOS

Homero Aridjis Alfaguara México, 2015

El hongo es una entidad consciente ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

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odría alegarse que la divinidad, en cualquiera de sus manifestaciones, habla mediante los hongos alucinógenos a quienes los mazatecos llaman “angelitos” o “niños santos”. Podría incluso aducirse que existen ciertos misterios que solo podemos descifrar cuando la conciencia deja de traducir racionalmente el mundo. Pero qué hay de la aseveración de que “María Sabina fue la mejor poeta visionaria del siglo XX en las Américas”. Suena a mantra pronunciado bajo los efectos del hongo. Al amparo de estas revelaciones, Homero Aridjis emprende una novela acerca del influjo extático de los “niños santos” en un grupo de beats que se instala en Huautla de Jiménez en 1957. Importa el año pues marca el momento en que María Sabina dejó de ser solo una médium para convertirse además en una atracción turística luego de que Robert Gordon Wasson publicara una crónica de sus experiencias con los hongos divinos en la revista Life. También importa porque Homero Aridjis necesita que los personajes —un bardo chileno, un harapiento de San Francisco, un lector de novelas policiacas nacido en Brooklyn, una estudiante de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, una descendiente de chinos y mexicanos— se comuniquen en lenguaje poético: quiénes más a modo que un atado de alucinados a las puertas de la resurrección espiritual para establecer correspondencias entre el éxtasis religioso y el Conocimiento de las Cosas Más Profundas. Así que el poeta Aridjis prevalece sobre el narrador con tan malos resultados que desdeña un argumento y opta en cambio por engarzar iluminación tras iluminación con el elevado propósito de recetarnos un surtido indigesto de filosofemas. En hongo las 24 horas del día, esos personajes no paran de llenarse la boca de poesía: “Engañada por las ilusiones de Tezcatlipoca habrá decidido perderse en los bosques de la irrealidad”, “Cuando salga de ti, como un rayo iré por el mundo echando aguaceros y vientos”, “Me gustaría ver en mi mente la danza de un girasol”, “Soy creyente del Vientre de la Nueva Visión y vicepresidente del Club de la Memoria Negra que Precede a la Pirámide de la Nueva Conciencia”. Después de 208 páginas en esta tesitura, uno aspira tan solo a unas raciones de prosa llana al estilo de Keynes o de los anuncios clasificados. La intervención de algunas figuras artísticas —Ginsberg, Burroughs, Rulfo, Gerhart Münch— refuerza con creces la atmósfera insustancial de la que no tardamos en sentirnos prisioneros. El infierno, estoy seguro, debe tener la estructura de un ritual en el que hordas de hipsters intercambian versos chamánicos hasta la náusea. Si el hongo es una entidad consciente, como aseguran los hijos pródigos de Huautla, podríamos esperar que en ocasiones depare un mal viaje. No es otra la sensación que deja Carne de Dios con su idealización de los cultos prehispánicos, su desconfianza en la palabra escrita y su disposición a expresar el lenguaje de la sabiduría con la sintaxis del maestro Yoda: “Rostro íntimo solo saberlo Seres Principales”. L


CINE

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LABERINTO

ESPECIAL

Ezequiel Acuña

“En una película puedo mezclar todas las artes” El eje de La vida de alguien es la amistad, complementada por un vigoroso soundtrack que subraya los estados de ánimo ENTREVISTA

HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

C

on apenas cuatro filmes, el realizador argentino Ezequiel Acuña ha sido objeto de varias retrospectivas. La más reciente fue en la Cineteca Nacional, donde aún se exhibe La vida de alguien, su cinta más reciente. Sin reparo alguno, el director reconoce su pulsión por temáticas adolescentes, el rock y la amistad. “Me cuesta salir de mi esquema pero ¿no era Borges quien decía que uno escribe el mismo libro?”. A pesar de ser muy joven, le han dedicado varias retrospectivas. ¿Podríamos hablar de que ya tiene un estilo o lenguaje fílmico?

Es verdad que mis cuatro películas tienen relación entre sí. Intencionalmente, La vida de alguien es una síntesis de las anteriores. No sé hasta dónde puede seguir. Conocí a mis actores cuanto teníamos veinte años y seguimos trabajando juntos a los treinta y pico. Quizá sigamos filmando cuando seamos cuarentones. Hay elementos constantes: temáticas adolescentes, rock, soledad.

Me gusta mucho la música. No sabría decir si en mi etapa de rockero fui bueno pero a veces pienso que era más talentoso que como cineasta. Si decidí dedicarme al cine es porque en una película puedo mezclar todas las artes. Me niego a soltar del todo la música, por eso hago este tipo de películas. ¿Qué tanto se deja influir por algún ritmo musical al editar?

Cuando hice un par de videoclips, los músicos pensaron mucho en los contrastes del sonido con la imagen. Es interesante poder jugar con ambas cosas aunque también

Santiago Pedrero y Ailin Salas protagonizan el filme de Acuña

puede ser obsesivo. Es una cuestión sensorial y de intuición. Al momento de editar me convierto en un compositor clásico y prefiero los ritmos suaves. ¿Cómo equilibrar la música con la historia?

En mi caso, la idea es que las canciones ayuden en las narraciones de la película, que vayan en paralelo sin que una tape a la otra. La canción ayuda porque te transporta a otro lugar, al no usar música puedo conectar fácilmente con la gente. Trabaja casi siempre con los mismos actores, incluso ha dicho que los ve como amigos. ¿Esto no limita su posición como director?

Quizá. Me dirijo a los actores en términos de amigo. Una vez me sucedió que uno de ellos, no diré el nombre, no me daba el ritmo. No pude despedirlo porque es mi amigo desde los cinco años. Aun así, me gusta basar nuestra relación en la confianza. En alguna ocasión Alberto Fuguet, quien me ha producido algunas cosas, me cuestionó por esto. Por eso la amistad es otro de sus temas.

Sobre todo entre los hombres. Es un tema que me interesa mucho. Fui a un colegio de hom-

HOMBRE DE CELULOIDE

bres, privado, católico, y de aquella época no me queda ningún amigo. Procuro no mostrar vivencias específicas en mis películas, pero tampoco niego que me emociona generar situaciones de camaradería. ¿El cine le ha cambiado su forma de entender a los amigos?

Sé que hay mucho del pasado jugando en mis películas. Hay etapas en las que te distancias de los amigos por cuestiones de estudio o de trabajo, y algunos lo entienden pero otros te ven raro. Con las mujeres creo que es diferente porque hay una cuestión idílica que las lleva a fantasear con situaciones inexistentes. ¿A qué suena La vida de alguien?

Si Nadar solo, mi primer filme, sonaba a Nirvana o a Sonic Youth, en La vida de alguien hay ecos de The Cure y tal vez de un pop más elegante, tranquilo y coherente. ¿Será que estoy envejeciendo? No sé, tal vez en un futuro me inspire en boleros. Me encanta Armando Manzanero. No hace mucho lo vi en Buenos Aires y más allá de lo cursi que puede sonar, tiene una cosa muy de dolor y pérdida que me engancha. L FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

En la mente de una mujer

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amoso por la película El discurso del rey, Tom Hooper vuelve a cartelera con otro filme biográfico. The Danish Girl cuenta la historia de una de las pioneras en la operación de reasignación sexual. Lo primero digno de notar es el actor. Eddie Redmayne ya mostró el poder de su sonrisa agridulce en My Week with Marilyn, obra en que resultaba verosímil que un aniñado asistente de producción enamorase a la mujer más hermosa del mundo. Con este mismo candor Redmayne seduce ahora al público. Lo hace desde el interior de una mujer atrapada en el cuerpo del pintor Einar Wegener. Independientemente de la pertinencia del retrato de un atribulado transexual, The Danish Girl cautiva por la imagen. Copenhague es una ciudad de luz dorada que baña el estudio donde Wegener comienza a vestirse de mujer. Se lo ha pedido su esposa quien está buscando su propio lenguaje pictórico. En las facciones de su marido encuentra el rostro de quien tiene un pasado. Así, con los gestos de Redmayne aprehendemos la historia de un hombre que de niño aprendió de sí algo imposible de decir. La reflexión es que en las pinturas de su mujer, Einar dice lo que de niño no pudo. Su femineidad aparece en el arte.

The Danish Girl documenta una transformación alquímica. Al principio, claro, la mujer nos resulta un poco tosca. Camina incómoda en los tacones de su esposa. Poco a poco, sin embargo, la sensualidad de las telas, el maquillaje, el corte de cabello y sobre todo los gestos del actor, nos convencen de que hay en él una mujer atrapada. El talento de Hooper estriba en que más allá del fetichismo hace una reflexión en torno al sentido del arte. Como en El discurso del rey, su protagónico encuentra que hay fuerza en lo que otros ven como debilidad. Einar Wegener se volvió icono del movimiento LGBT porque fue pionero en probar sobre sí mismo una operación muy dolorosa. La búsqueda de la identidad de este pintor puede consternar al público tanto como al verdadero hombre danés que se encontró con que era una mujer. Hay en esta historia algo de ternura y Hooper sabe transmitir serenidad a un asunto que hubiese podido ser morboso. En una secuencia, el actor Eddie Redmayne toca la tela de los vestidos y luego se mira al espejo. Es un hombre lampiño y pecoso. Se esconde los genitales. La imagen pudiera ser bizarra pero la luz, las texturas y sobre todo el gesto en la comisura de los labios, estremecen. Seduce tal vez. Porque el actor no abusa con amaneramientos. Lo que

The Danish Girl (La chica danesa). dirección: Tom Hooper. guión: Lucinda Coxon y Harald Rosenløw Eeg, basados en la novela de David Ebershoff. con Eddie Redmayne, Alicia Vikander, Amber Heard, Ben Whishaw. Gran Bretaña, 2015.

hace es sutil: permite que la cámara de Danny Cohen retrate la historia que ha esculpido su rostro. Se trata de un logro similar al de esta pintora que muchos años atrás, en Copenhague, fue cómplice de su marido en el encuentro de la persona que lo estaba habitando. La angustia de percibirse en un cuerpo que no le pertenece es algo que no puede ser dicho más que así, en la pintura, en el arte. Introducirnos en la mente de un ser tan atribulado como esta chica danesa es algo que muy pocos directores pueden lograr. L


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ESCENARIOS

Barroco e indeterminación en el Caribe El 8 de enero se inauguró el Festival Internacional de Música de Cartagena, Hacia tierra firme, dedicado al encuentro de dos mundos. Aquí una crónica sobre ese día HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

VIBRACIONES

ESPECIAL

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artagena cubierta de música antigua. El Caribe colombiano invadido por orquestas renacentistas. Y un laudista está muy preocupado: —Este húmedo calor infernal ya le reventó una cuerda a mi instrumento; ahora me pregunto si no corren riesgo también el arco, la madera, ¡mi laúd es de 1589!, o mis propios dedos. Su compañera toca un instrumento aún más delicado —el cornetto— pero ella, de naturaleza etérea, enfoca el problema de manera poética: —Nunca he tocado tan cerca del mar; me pregunto a qué sonaré tan cerca del agua tropical. Una idea rara: si el personaje de Cortázar (en su cuento “Manuscrito hallado junto a una mano”) puede arruinar la interpretación de los mejores violinistas del mundo cuando piensa en su tía mientras los observa, ¿qué pasará en el concierto de esta noche si yo pienso en agua tropical cuando salga Jordi Savall? ¿Se romperá la batuta, un siamés saldrá de su viola da gamba, le dará un ataque de risa? ◆◆◆ Teatro Adolfo Mejía. Desde mi asiento, situado en palco lateral, una bocina me tapa al narrador, a la orquesta barroca (Hespérion XXI) y al conjunto vocal (La Capella Reial de Catalunya). También a Jordi Savall (director). Al no verlo, es inútil que piense en agua tropical. Por lo tanto, cierro los ojos (tal vez así sea mejor: sin la intervención visual, el oído recurre a la fantasía para llenar el vacío de imágenes) y me concentro en el espectáculo.

Cristóbal Colón es el protagonista. A través de fragmentos tanto literarios (crónicas de Andrés Bernáldez; lamentos sefardíes; diarios de almirantes; edictos reales; poemas de Juan del Enzina, Ibn Zamrak y de un artista náhualtl anónimo que escribió sobre la fugacidad universal) como musicales (villancicos, romances, canciones, himnos, danzas y oraciones de compositores barrocos) se narra su gloria y tragedia. Contada con música, esta biografía se desprende de sucesos y descripciones; juicios y fechas. El significado abandona las palabras para existir en los sonidos. Y ahí, en un mundo musical expuesto en perfecto estilo barroco (Savall y su

orquesta respetan instrumentos y formas), la historia cambia: Colón parece más un pirata que un navegante. Su Gloria no es el descubrimiento, sino el sueño (en su cuaderno de viaje, de manera premonitoria, copió el “Coro” de la Medea de Séneca en donde se anuncia la existencia de un mundo nuevo). El descubrimiento, en realidad, es su tragedia: ¿qué le queda a un hombre, sino morir, cuando su sueño se hace tangible y por lo tanto ya no le pertenece? ◆◆◆ Resulta imposible seguir pensando en el concierto. Un húmedo calor nocturno calcina las ideas e invita

DANZA

a otro tipo de música; una música donde lo cerebral sobre y se reciba con el instinto en estado puro. De pronto, afuera del teatro, acontece un curioso suceso sonoro: (¡1!) entre nueve campanadas, (¡2!) un caballo que arrastra (¡3!) una carroza frena en la esquina (¡4!) formada por las calles (¡5!) Treinta y ocho y Cinco; una mujer (¡6!) de tacones rojos desciende (¡7!) y comienza a caminar (¡8!) con dirección al mar (¡9!). Ahora ella es la protagonista de un mapa sonoro (Cartagena) abierto hacia la indeterminación y el azar. Música meramente rítmica, producida por tacones. Cuatro pasos cortos y rápidos/ salto peligroso para librar un charco/ inmovilidad y silencio ante luz roja del semáforo/ paso larguísimo que un agujero en la banqueta/ 24 pasos cortos y rápidos, con ligeras variaciones en la velocidad y la frecuencia. Entonces surge una duda: ¿cuál es la intención de esta música?, ¿hacia dónde se dirige la mujer de tacones rojos?, ¿cuáles son sus emociones?, ¿tiene sueño y quiere dormir?, ¿desea olvidar su semana laboral entregándose a frenética rumba?, ¿la sed la lleva al bar?, ¿necesita ternura y va hacia su amante? La música no tiene por qué significar algo concreto. Los pasos de la mujer se pierden al final de una calle y yo absorbo el sentido del mapa: en silencio lo llevo hasta el mar y ahí lo dejo, apoyado en la muralla de Cartagena, atento al sonido de los pocos barcos nocturnos que en el Caribe navegan y naufragan. L

ARGELIA GUERRERO

makarova81yahoo.com.mx ALBERT MARIN

Sortear la crisis

E

n la entrega pasada mencioné el encendido debate que la reciente edición del Premio Nacional de Coreografía Guillermo Arriaga desató al declararse desierto. Más allá de las opiniones sobre lo que el jurado debió o no debió hacer en términos procedimentales, el centro de atención debe situarse en la aparente crisis creativa que, a decir de muchos, existe entre los coreógrafos nacionales. Múltiples voces concuerdan con una valoración negativa que diagnostica carencias, crisis y debilidades en el grueso de quienes hacen coreografía. Otras opiniones apuntan en un sentido no necesariamente contrario sino menos pesimista, al no hablar de crisis como tal y señalar solamente deficiencias. Ambas reflexiones debieran abordar la historia de la creación coreográfica en México para detectar los factores, buenos y malos, que han intervenido para conducir la danza mexicana a su estado actual. Podemos hablar, por ejemplo, del aislamiento —generalmente voluntario—, al que se someten muchos creadores: pocos ven el trabajo de otros colegas, pocos también se dan a la tarea de conocer una historia general de las creaciones coreográficas anteriores. Por

regla general, se encierran en sus espacios de creación y no interactúan con bailarines, públicos, otras disciplinas, hasta llegado el momento de presentar las obras en foros, teatros y plazas. Esto empobrece la creación y es una realidad que se observa en múltiples coreógrafos, renombrados y no. Tal proceso podría explicar por qué el estilo clásico ha logrado volver a colocarse (con todas las salvedades y obstáculos) en la cartelera cultural, creciendo, renovando sus temas y estilos, pero conservando una dialéctica profunda con su historia y sus contemporáneos para lograr conexión con un público interesado en la danza. Este sábado 16 de enero, el Colegio de Coreógrafos de México realizará la VI Jornada de Reflexión y Análisis en el Teatro de la Danza, con una función especial de las escuelas profesionales de formación dancística y un merecido homenaje a Cora Flores, Alejandro Schwartz y Pilar Urreta. El ejercicio de memoria será esencial para construir una ruta sólida para la danza contemporánea en el país. Es fundamental que las generaciones de creadores, bailarines y público conozcan y valoren las distintas personalidades que han construido y forjado la danza nacional. Es necesario, asimismo, un

Cora Flores

diálogo intergeneracional y crítico entre los coreógrafos para sortear, de manera colectiva, las múltiples debilidades que puede tener la danza contemporánea. El director nacional de danza ha declarado que, a pesar de lo acontecido el año pasado, este 2016 sí se convocará el Premio Nacional de Coreografía. Esperemos que se cumpla y contribuyamos desde los espacios que nos corresponden al impulso de la creación coreográfica mexicana. Que las jornadas de reflexión lo sean verdaderamente y lleven la danza contemporánea en México a un estado más creativo y propositivo. L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

Carita mata todo TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

A

mediados de Cien años de soledad, Amaranta le dice a Fernanda: “Tú eres de las que confunden el culo con las témporas”. Es lenguaje figurativo, por supuesto, pues quizá nadie haya literalmente caído en tal confusión, mucho menos cuando poca gente sabe lo que son las témporas; pero la frase vale para hablar de quien no distingue entre dos cosas muy distintas, como la gimnasia y la magnesia, como la fama y la grandeza. En cierta ocasión que cenaba en un restaurante con escritores, llegó a la mesa un actor famoso y comenzó a decir simplezas con la suficiencia de un Arquímedes resucitado. Pronto se acercó un grupo de jóvenes a pedirle un autógrafo. “¿Qué están haciendo?”, los amonesté. “Él es solo una cara bonita. En cambio aquí hay un puñado de genios que serán recordados por la posteridad”. Fui señalando a mis compañeros al tiempo que mencionaba sus nombres. Los fans del actor hicieron gestos de desinterés; y el actor, muy en su papel de estrella, firmó los autógrafos. Ninguno de los escritores en la mesa era lo que hoy se llama “celebridad”, pues aunque hayan publicado excelentes libros y sepan hablar interesantísimamente sobre historia, política, filosofía, literatura y ciencia, no sabrían chacotear en cadena nacional sobre su último romance con la escritora fulana ni se armaría una polémica porque subieron diez kilos. Esos mismos actores borrachos de admiración se sienten más atraídos por la fama que por la grandeza y llegan a realizar absurdos viajes para sacarle tres monosílabos a un famoso con poco qué decir. Y el generoso público se deja seducir por la vacuidad.

Hace algunas décadas Winston Churchill se erigió como el líder del mundo libre haciendo uso de su elocuencia, al punto de que ganó el Premio Nobel de Literatura “por su dominio de la descripción histórica y biográfica así como por su brillante oratoria al defender los más exaltados valores humanos”. Sus discursos se siguen estudiando por quienes se interesan en las artes retóricas. Pero resulta que ya no son el modelo a seguir. “No”, dicen los asesores en las campañas políticas, “ahora el liderazgo no se aprecia en un ser superior, sino en alguien que sea o se finja más bajo; no se aprecia en un discurso inteligente, sino en un lenguaje banal y dicharachero”.

CAFÉ MADRID

La otrora admirada inteligencia hoy le asusta al ciudadano común. Por eso gente con la cabeza semivacía llega a ocupar la jefatura de Estado en muchos países. Con un exceso de gastos de campaña se gana esa fama que la gente confunde con grandeza. Me preocupa que el asunto del culo y las témporas también se dé entre los escritores. Luego de que el famoso actorzuelo firmó los autógrafos, le pregunté si le gustaba más la primera o la segunda parte del Quijote. Ante su mirada cuadrada, una colega me regañó, me dijo que era un impertinente. Y entonces dejamos que ese hombre de pocas luces monopolizara la conversación, pues aunque en mis años mozos se decía que verbo mata carita, hoy parece que carita mata todo. L

VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

Historia del Señor Lectura ESPECIAL

T

odas las mañanas, justo antes de desayunar, Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) lee un fragmento de la Divina Comedia. Para este escritor, traductor y editor de barba blanca y finos lentes redondos, el libro de Dante “es perfecto porque lo tiene todo”. Enseguida, apunta en una libreta alguna idea o reflexión provocada por esa lectura y, solo entonces, comienza el resto de sus actividades diarias. La principal, claro, es leer. Vive en la colina de un pequeño pueblo francés llamado Le Pesbytere, una especie de granja medieval, donde encontró suficiente espacio para acomodar los miles de libros que posee. Los tiene separados por la lengua original en la que fueron escritos y por secciones como teología, mitología, cocina… Manguel tenía 15 años cuando lo contrataron para trabajar durante el verano en la librería Pygmalión, ubicada en la calle Corrientes de la capital argentina. Hacía poco que el chico había llegado de Israel (país en el que su padre fue embajador) hipnotizado por los libros y los idiomas, elementos que le permitían aprender con gusto y sin dificultad.

Alberto Manguel

Un día entró a la librería un señor de 66 años, andar pausado y ojos nublados. Dijo que necesitaba alguien que le leyera libros porque su debilidad visual le impedía hacerlo. A Manguel le hizo ilusión la propuesta de aquel hombre que entonces era director de la Biblioteca Nacional y, al terminar su turno en la librería, acudía tres veces por semana a la casa de Jorge Luis Borges.

Gracias a los ojos y a la voz del joven aspirante a escritor, el autor de El Aleph pudo revivir las historias de gente como Webster, Stevenson, Kipling… A veces, esas lecturas despertaban la creatividad del argentino al que le negaron el Nobel y le dictaba algún poema a Manguel. Al terminar, le pedía que lo leyera cuatro o cinco veces, “por si había alguna palabra mal empleada o el ritmo no

periodismovictor@yahoo.com.mx

era lo suficientemente bueno”. Aquel muchacho de rostro colorado fue uno de los lectores (“fuimos muchos”) y hasta amanuense de Borges durante casi un lustro. Dejó de serlo porque se fue a Europa con el firme propósito de escribir novelas. Los primeros meses de su estancia en el Viejo Continente los dividía entre Londres y París, donde colaboraba con algunas editoriales. Pero no tardó en decidir instalarse en la capital francesa. Ahí comenzó a escribir. Primero cuentos y luego novelas. Con todo lo que leía, pronto empezó a colaborar en diarios y revistas haciendo críticas literarias y, en 1982, se fue a vivir a Toronto, desde donde escribía artículos para importantes periódicos en inglés y se dedicó a enseñar literatura en algunas universidades. Muchos de sus alumnos le dicen el Señor Lectura y, cada tanto, este señor les dice a ellos (y, por extensión, a los que lo escuchamos y lo leemos) que en esta vida no se trata de leer más, sino de leer mejor. No solo para conocer, sino para desarrollar la imaginación que nos permita resolver problemas concretos. “Como seres humanos”, especificó el pasado Día de las Librerías en Madrid, “podemos ser definidos porque somos los únicos que poseemos el don de la imaginación y a través de ésta podemos tener la experiencia del mundo antes de tenerla de manera material”. L


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