Laberinto
EL MISTERIOSO AGENTE
armando gonzález torres p. 02
RUBÉN DARÍO: 100 AÑOS
ernesto lumbreras p. 04 y 05
ADIÓS A ETTORE SCOLA
fernando zamora p. 10
MILENIO
NÚM. 658
sábado 23 de enero de 2016 FOTO: CATHERINE GUGELMANN
MICHEL TOURNIER DOS CARTAS
p. 07 y 08
ANTESALA
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LABERINTO
ESPECIAL
El misterioso agente ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
ESCOLIOS
D
urante el auge romántico, la figura del escritor era la única que brillaba como protagonista de la literatura; posteriormente, y con justicia, el editor comenzó a ser visto como una suerte de coautor del canon, al imaginar e impulsar un catálogo. Sin embargo, desde hace algunas décadas otro personaje se mueve entre estos polos de la creación y la materialización literaria: el agente. El agente literario es un profesional que sirve como intermediario entre editores y autores y como un promotor del escritor en el sentido más amplio. El agente literario es una especie de embajador entre la sensibilidad literaria y la lógica mercadotécnica. Sus funciones son indudablemente útiles: resguarda los derechos del autor, lo libera de trámites onerosos y negociaciones tensas e, incluso, de acuerdo a testimonios de algunos escritores, en ocasiones lo orienta en temas de la vida práctica. No es extraño, por eso, que a veces la relación del autor con el agente literario se vuelva estrecha y entrañable. Dentro de la profesión, y pese a la discreción que caracteriza la actividad, se han desarrollado célebres personajes,
ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com
en ocasiones más conocidos que sus autores, como la fallecida pionera Carmen Balcells, recién homenajeada en Barcelona. Cierto, a partir de su carisma y efectividad un agente literario, como la propia Balcells en sus inicios, puede detectar y proyectar talentos literarios, romper barreras nacionales de prejuicios y censura; crear fenómenos editoriales, como el boom, basados en excelente literatura, y ampliar las fronteras de la república mundial de las letras. La existencia y profusión del agente literario es parte natural de la división del trabajo en la industria y mercado editorial. Con todo, una agencia literaria no siempre es un simple representante del escritor o un intermediario aliado, sino una empresa con intereses y dinámicas propias, y con el enorme poder de proyectar famas. Así, dependiendo de su tamaño y vocación, una agencia literaria puede cultivar ese vínculo personal con el autor o convertirse en un consorcio gigantesco e impersonal de relaciones públicas, orientado a colonizar y comercializar espacios literarios al mejor postor. Porque, sin duda, en ocasiones la inexplicable proyección pública de
Andrew Wylie, quien representa a más de 700 escritores
muchas figuras se debe, más que a sus méritos literarios, a la habilidad e influencia de su agencia. Así, si bien muchos agentes son un valioso gestor y un necesario filtro ético y estético entre el universo desbordado de aspirantes y el medio editorial, otros fungen como una instancia de representación de grupos de interés que propicia que el mundo del libro
Del piano en blanco y negro nace una sonata de colores.
El vagabundo inmóvil LOS PAISAJES INVISIBLES
E
se colme ya no de autores, sino de una mescolanza de celebridades (políticos, actores, cantantes, deportistas) que hacen del espacio literario una nueva e indiferenciada farándula. Conviene, pues, tener en cuenta los potenciales y riesgos de este enigmático e influyente eslabón en el mercado y el panteón contemporáneo de la literatura. L
s fácil entender por qué Michel Tournier se recluyó en un antiguo presbiterio de Choisel, en el valle de Chevreuse, en los últimos veinte años de su vida: su espíritu nómada prefería desplazarse a través de la lectura y al momento de escribir, crear, mejor dicho, se desprendía del cuerpo para explorar mundos paralelos aunque sí, en efecto, durante un tiempo fue un peregrino irredento, un apasionado de tierras ignotas. Es fácil discernir por qué se hizo escritor. Decepcionado por el rechazo que obtuvo en su oposición a una cátedra de la Sorbonne, donde fue alumno de Gaston Bachelard y de Jean–Paul Sartre, solo sus compañeros Gilles Deleuze y François Châtelet fueron admitidos. Él, Tournier, y Michel Butor, debieron buscar otras alternativas laborales, que no vocacionales. A saber, la edición, la radio, el periodismo. Butor se le adelantó en la literatura de ficción. Y es que habían de transcurrir casi dos décadas para que Tournier concibiera su primer libro: Viernes o los limbos del
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
pacífico, reinvención de Robinson Crusoe de Daniel Defoe, o había que precisar: fábula refinadamente intelectual de la leyenda de Alexandre Selkirk, el marinero que en 1705 fue abandonado en una isla del Archipiélago Juan Fernández por el navío Cinq Ports. Tournier tenía 42 años cuando publicó Viernes…, obra instigada por las cualidades del mito pues “el héroe mitológico, si se apoya en el corazón de cada individuo modesto y prosaico, al mismo tiempo se alza al nivel de un éxito admirable. Es a la vez paradójicamente el doble fraterno de cada hombre y una estatua sobrehumana que la sitúa al mismo nivel que el Olimpo eterno. De suerte que cada héroe mitológico —y no solamente Robinson, sino Tristán, don Juan, Fausto— nos inicia en un proceso de autohagiografía”, explicó en El viento paráclito. Sin embargo, para esa aventura que representó el rescribir al héroe mitológico, Tournier debió entrenarse arduamente en la traducción del alemán al francés (Erich Maria Remarque fue, quizá, al que traicionó
mejor), sin desdeñar la familiarización con la oralidad que acumuló en la radio en su oficio de locutor. Especialista en la perversidad, El rey de los alisos (Premio Goncourt 1970), en la que se ocupa de expurgar la santidad y la ambigüedad de los instintos, interiorizando el relato en la consumación sagrada que propende la euforia (de eu, que etimológicamente da la idea de bien o alegría tranquila, y de foria, que significa llevar o sostenerse a sí mismo), y que explora, a su vez, el contenido de una sexualidad no genital; Los meteoros, obra maestra de la gemelaridad abortada desde la cúspide biológica hasta la sima de la imitación, de su propio simulacro; Medianoche de amor, libro de cuentos que a la manera de Bocaccio y El decamerón, transpira la tristeza de una colectividad ahogada en sus miserias; La gota de oro y su galería de herejes incapaces de aprehender, siquiera, su propia imagen o “El fetichista”, cuento que ridiculiza a su mediocre personaje a través de la confesión de sus vicios privados que nunca llegan a ser virtudes públicas, componen una soberbia sinfonía de los vacíos irreductibles y de la esclavitud de las urgencias mentales, emocionales, carnales, afectivas. Es fácil comprender por qué no se consideró el Nobel para Michel Tournier. Se me ocurre que fue por su apego a la transgresión (léanse con minucia El rey de los alisos, novela que Volker Schlöndorff adaptó al cine en 1996, o Gilles y Juana, el cruce de una santa, la De Arco, y un demonio, De Rais), y por qué dejó de escribir tan pronto y eligió un catre metafórico. Tournier cita a Arístipes de Cirene en El vagabundo inmóvil: “Antes de abandonar el lecho, pregúntate siete veces si el que tú te levantes es útil a los dioses, al mundo y a ti mismo”. El 18 de enero, el gran Michel tal vez se hizo esa pregunta más de lo posible y decidió quedarse en cama. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
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ANTESALA
GEORGI Y VLADIMIR STENBERG, 1928
Carta a José Emilio Pacheco El 26 de enero se cumplen dos años de la muerte del poeta, novelista, ensayista, traductor… En su memoria, publicamos estas palabras que le hizo llegar un niño de siete años en diciembre de 2010 y que expresan una cristalina admiración
Seis chicas en busca de un refugio
Vanguardia rusa GUÍA VISUAL
MAGALI TERCERO @magalitercero
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×EKO×EX LIBRIS×DIANA Y SU NINFA×
o hay revolución sin arte”. Esta frase sencilla, y en cierto modo demagógica, está en el centro de la exposición Vanguardia rusa. El vértigo del futuro, inaugurada en octubre de 2015 en Bellas Artes. Pero la diferencia entre lo que han hecho innumerables artistas panfletarios, me vienen varios a la memoria, y lo que hicieron los rusos a principios del siglo XX es enorme. En esta muestra —podrá verse hasta el 7 de febrero— están Sergei Eisenstein con sus dibujos irónica y regocijadamente eróticos; Vasili Kandinski, el suprematista obsesionado con “la respuesta del alma desde el color y la abstracción”; Kazimir Malévich con su emblemático Cuadrado negro (1915), la primera obra suprematista (de supremo) que, dijo él, “me llevó a descubrir cosas fuera del conocimiento”; Aleksandr Ródchenko, quien puso su genio al servicio de la Revolución; o Vladimir Tatlin, pintor y escultor constructivista, escenógrafo, arquitecto e incluso diseñador del primer aparato volador individual, sin motor, hecho para que los soviéticos se transportaran sin contaminar. Vanguardia rusa. El vértigo del futuro es una de las exposiciones más importantes que hemos tenido en México. Despliega una época de efervescencia casi mística en torno a la creación de una nueva Rusia. Todo era importante y todo se hacía bien: las vajillas geométricas de uso cotidiano (Ródchenko y Tatlin dirigieron juntos la primera escuela de Diseño anterior a la Segunda Guerra), los bocetos de vestuario del nuevo teatro soviético (parecen obras de arte en muchos casos), y no digamos la música (podemos oír algunas piezas), la pintura, la fotografía y otras expresiones. La exposición alienta una idea amplia de lo que fue el siglo XX en Rusia. Este proyecto de Sergio Raúl Arroyo, quien nombró a Jorge Juanes como asesor, es extraordinario. Incluye alrededor de 500 obras a veces dispuestas, hay que decirlo, desde una mirada museográfica un tanto abarrotada, como sucedió con En esto ver aquello, la exposición sobre Octavio Paz y el arte en 2014. Es de lamentar, por ejemplo, que el Cuadrado negro esté colgado como hace cien años, en el ángulo formado por dos esquinas del techo. Gran parte del público no ha visto fotos de la “Exposición futurista de Petrogrado” de 1915, y a estas alturas parece un error de museografía. Grandes aciertos son la sección de carteles políticos y la de videos de cine y teatro de esa Rusia tan idealista en la que es inevitable pensar cuando se leen los testimonios obtenidos por la Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich, para escribir El fin del Homo sovieticus: “Creímos que en la calle nos esperaban los autobuses que nos conducirían a la democracia. Que íbamos a vivir en lindos apartamentos y abandonaríamos los grises edificios que levantó Jruschov. Nadie buscaba argumentos racionales para justificar esas ilusiones”. En cambio, la sala de la planta baja dedicada a los magníficos dibujos eróticos de Eisenstein no tiene desperdicio. Todo, en impecable orden temático, nos habla de una etapa transgresora y fecunda. La vanguardia artística de Rusia se expresó en todas las artes. Aquí es posible sentir el aire de tiempos muy lejanos (y emocionarse con un arte formidable). L
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LABERINTO
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Rubén Darío: cien años después Errante, marcado por la pobreza y un sinfín de adversidades, el poeta nicaragüense (18 de enero de 1867-6 de febrero de 1916) inspiró adhesiones y desafectos, admiración y desestima. Su obra, sin embargo, forma parte medular del canon literario del siglo XX iberoamericano KARINA VARGAS
ENSAYO ERNESTO LUMBRERAS
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as diversas biografías de Rubén Darío (1867–1916) retratan a un personaje chaplinesco, siempre con apremios económicos y emocionales que nunca logrará revertir en detrimento de su salud; a veces, con esfuerzos e ingenios mesiánicos —y con el apoyo de un efrit milyunanochesco— gozará brevemente de la fortuna y del buen vivir, para luego despertarse, si no en harapos y en una calle maloliente, sí en la contingencia angustiosa de solventar sus cuentas corrientes de latinoamericano en París. Pero también, abusando de los caracteres cinematográficos, la vida del autor de Prosas profanas (1896, 1901) recuerda la de Zelig, ese personaje creado por Woody Allen, ser desprotegido anímicamente y con deseos de pertenencia social; el periplo vital de Darío, incluso desde la creación de su genial seudónimo, se distingue por una necesidad imperiosa no solo de ser aceptado sino reconocido por sus semejantes y, sobre todo, por los aedas de la tribu. Para alcanzar tal propósito, su capacidad de “mimetizarse” fue prodigiosa e insuperable; con enorme facilidad se tornaba un poeta romántico, neoclásico, parnasiano, maldito, prerrafaelita, modernista, simbolista, postmodernista, incluso logró tonos y pasajes futuristas y creacionistas antes de Marinetti y de Huidobro. Con su pasaporte lírico pudo cruzar las fronteras como poeta americano —José Enrique Rodó lo vindicó como el máximo cantor del continente—, pero también, dado el conocimiento y dominio de sus lenguas y sus literaturas respectivas, se presentó como francés, español —con el aval de Juan Valera—, inglés —con el favor de Poe y Whitman—, italiano o portugués —con la venia de Eugenio de Castro. Sin tener un espíritu beligerante como el de Vicente Huidobro ni el tacto político de un Pablo Neruda, el nicaragüense soportó denuestos y burlas de varios popes de la vida cultural de la España de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El chiste racista de Miguel de Unamuno que se repitió en círculos bohemios de la península, lo pasó por alto en la expectativa —lograda con creces— de granjearse la estima del escritor vasco; y si debajo del bombín galo se veían las plumas de quetzal, por ahí iba la broma unamunesca, Rubén Darío exploró como pocos escritores los túneles y socavones de nuestra lengua, en especial los de aquellos minerales donde prosistas y poetas del siglo XVI al XVII otorgaron al castellano un momento irrepetible en su aventura lingüística. Si tuvo admiradores de primera, segunda y tercera categorías, la lírica escrita por los españoles de este periodo fue cauta y recelosa, pero también hipócrita, superficial y acomodaticia respecto de los hallazgos y planteamientos darianos. El primer Juan Ramón Jiménez, en una carta enviada al poeta de Azul (1888, 1890), rogaría unas líneas a manera de prólogo a su libro Ninfeas (1900), petición cumplida con un soneto que comienza con estos versos: “¿Tienes, joven amigo, ceñida la coraza/ para empezar, valiente, la divina pelea?”. Por otra parte, para los hermanos Machado y para Ramón del Valle Inclán tuvo la gentileza de dedicarles poemas de complicidad y homenaje, no obstante que uno de ellos, Antonio Machado, había marcado su distancia al publicar, en 1912, estas líneas reunidas en su “Retrato” de Campos de Castilla: “mas no amo los afeites de la actual cosmética/ ni soy un ave de esas del nuevo gay–trinar”. Entre la fascinación bobalicona y la admiración parcial y crítica, siete años después de su fallecimiento, en 1923, se instaló una junta de notables con el propósito de levantar en Madrid un monumento en honor a la figura central del Modernismo; tras polémica dirimida en el diario España de Manuel Azaña, la iniciativa tuvo dos
contradictorios opositores, entusiastas del primer día del gran vate centroamericano: Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. No todos los artistas que marcaron una época padecen, después de su muerte, un purgatorio. La popularidad que Rubén Darío tuvo en vida no fue eclipsada por las nuevas tendencias y gustos poéticos. Por lo menos, una docena de sus poemas reúne los atributos sentimentales —y sobre todo, prosódicos— para figurar en cualquier edición del Declamador sin maestro. Sin embargo, su obra poética ha ocultado las audacias y sutilezas narrativas de su prosa, en especial las de sus artículos periodísticos y las de sus crónicas de viaje. Las pretendidas obras completas que nunca lo fueron, no han logrado siquiera “fijar”, cien años después, varios de sus
textos de mayor mérito artístico; siendo un escritor trotamundos —viajero de primera clase lo mismo que polizón—, desperdigó su talento sin distingo alguno, ya fuera en las páginas de La Nación de Buenos Aires o el Mercure de France de París o en las de una gaceta de San Pedro de Sula o de Xalapa. Realizó giras como un auténtico rock star, a su natal Nicaragua en 1907 y en el tour de la revista Mundial Magazine por España, Portugal, Brasil, Uruguay y Argentina en 1912, con auditorios a tope, primeras planas en la sección de sociales y grandes recepciones. Lector curioso y atento de las actualidades literarias, tuvo buen tino —casi siempre— para descubrir y estimular talentos en toda Hispanoamérica y España; además, reunidos en el volumen Los raros (1896, 1905), publicaría en La Nación una
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LITERATURA
FOTOS: ESPECIAL
serie de retratos literarios, en especial de autores franceses, muchos de ellos olvidados, con toda justicia, al lado de otros que resultaron en su momento verdaderas revelaciones como fue el caso del Conde de Lautréamont. Por satisfacer las debilidades de la carne y del vino en varios episodios de su vida, alquiló su musa. El diario bonaerense pagó 10 mil francos por el poema “Canto a la Argentina”, pieza grandilocuente y oficiosa —la más extensa del opus dariano—, complaciente del encargo celebratorio de la independencia del país sudamericano pero que, entre gastadas solemnidades marciales, se permitió pasajes de inédita intimidad cívica que anteceden, por ejemplo, la proeza lópezvelardiana de “La suave patria” cuando el nicaragüense hace el elogio de Buenos Aires: “Para dar las gracias a Dios/ guarda la ciudad liberal/ las naves de su catedral”. Desde sus años en la capital Argentina, Rubén Darío sostuvo una relación cercana con el general José Santos Zelaya —dictador liberal, antimperialista y progresista, equivalente de Porfirio Díaz en Nicaragua—; relación de beneficios mutuos, aunque inconstante y avara para el peculio del poeta, no obstante que le permitiría viajar en misiones y encargos gozando el glamour de la diplomacia. Esta alianza se sostuvo, en las buenas y en las muy malas, una vez que el militar fue botado de la presidencia por un complot yanqui y vivió el exilio en Bruselas y Barcelona; la pluma y las relaciones internacionales del poeta se pusieron entonces al servicio de la causa de Zelaya, perdida irremediablemente, para la cual colaboró en la redacción del panfleto Refutación Los funerales a las afirmaciones del presidente Taft (1911), además de traducirlo al francés, y que sería distribuido ampliamente en Europa y en América con la finalidad de reivindicar al depuesto mandatario. En 1959 Luis Cernuda publicó el ensayo “Experimento en Rubén Darío”, con toda certeza, la lectura más demoledora realizada contra la obra del poeta de Cantos de vida y esperanza (1905); con el apoyo del crítico inglés C.M. Bowra, autor también de un artículo sobre Darío, agudo y nada complaciente, el poeta español desenmascara las imposturas, trucos y préstamos de la poesía del nicaragüense. En tan demeritado contexto y revisión juzga que “el ejemplo de Darío continúa pareciéndome, a pesar de todo, inadecuado para seguirlo, para incorporarlo a nuestra tradición poética”. El asombro del cantor de Versalles y del Parnaso, de los oropeles y zafiros de Oriente, de los lujos salomónicos y de los ensueños de princesas de Hada, se parece tanto, según el juicio de Cernuda, al de “sus antepasados remotos ante los primeros españoles” pues también Darío “estaba presto a entregar su oro nativo a cambio de cualquier baratija brillante que le enseñaran”. En otra sintonía, el ensayo “El caracol y la sirena” (1964) de Octavio Paz, sin ocultar esa región de bisutería cultural en la obra del capitán del modernismo, subraya el lugar central de Darío en la tradición lírica castellana no obstante que declara “que es el menos actual de los modernistas”. Antes de su aparición, la poesía escrita en España, dice Paz, “tenía La casa donde nació en León los músculos envarados a fuerza de solemnidad y patetismo; con Rubén Darío el idioma se echó a andar”. En las antípodas Entre los simpatizantes y los detractores, la del dictamen lapidario de Cernuda, el mexicano no escatima herencia de Rubén Darío escapa a la alabanza los méritos de su obra y de su lugar en la historia de la poesía: emotiva y a la condena visceral; la aduana “Darío no es únicamente el más amplio y rico de los poetas temporal, con sus modas y caprichos siempre modernistas; es uno de nuestros grandes poetas modernos. Es reemplazables, ha permitido paso libre a una el origen. A ratos hace pensar en Poe; en otros, en Whitman”. colección dariana de piezas en prosa y en verQuizá sorprende y desconcierta la polarización de ambas lecso que permanecerán causando estragos a la turas, la de Cernuda y la de Paz, por tan abismales diferencias realidad —es decir, cubriéndola de inéditos valorativas; en cambio, la simpatía declarada por Darío de y peligrosos significados— mientras exista la Federico García Lorca y Pablo Neruda abren la discusión en lengua castellana. Un ejemplo para ratificar la torno a una obra que tuvo relevos y apropiaciones de voces excelencia de su prosa son las crónicas París tan diferenciadas —en ese tenor 1900 (Almadía/ Conaculta, 2014), con prólogo hay que sumar la ramificación en de Álvaro Enrigue; en el ámbito de su lírica, César Vallejo— que corroboran El último capítulo qué crítico o generación de poetas —además su elemento activo y fértil en la biográfico del poeta es un del autor de La realidad y el deseo— puede tradición. resumen de su sino vital. desdeñar o considerar antigüedades de la Bella Con motivo del centenario de Con serios problemas Época poemas como “Estival”, “Coloquio de su nacimiento, Enrique Lihn de salud a causa de su los centauros”, “Sinfonía en gris mayor”, “Los escribió el poema “Varadero de dipsomanía, escucha los nocturnos”, “Lo fatal”, “Yo persigo una forma”, Rubén Darío” (1967) publicado en tambores de guerra “Alaba los negros ojos de Julia”, “Yo soy aquel su libro Escrito en Cuba (1969). que ayer nomás decía”, “Caracol”, “Las ánforas El poema lo leería en un conde Epicuro”, “Allá lejos”, “Momotombo”, “Epístola greso dedicado al escritor centroamericano, justamente a la señora de Leopoldo Lugones” o “El poema en la localidad de Varadero, vocablo que el poeta chileno de otoño”, entre otras obras que, marcadas por utiliza en su acepción marítima, es decir, “el lugar donde se una corriente literaria y un gusto estético de otro varan las embarcaciones para resguardarlas o carenarlas” tiempo, perduran en el presente como objetos (Moliner dixit). Una vez fijada la valoración, “Rubén Darío verbales que tornan el mundo más visible y fue un poeta de segundo orden”, el texto de Lihn apremia paradójico, más intenso y enigmático. a desmitificarlo como única maniobra válida para ponerlo El último capítulo biográfico del poeta es un otra vez en circulación; se pueden perdonar, incluso, su resumen de su sino vital. Con serios problemas candidez política y su falta de congruencia y rigor en la de salud a causa de su dipsomanía, escucha los arena pública del momento histórico que le tocó vivir pero, tambores de guerra del káiser y abandona su dirá sin concesión alguna: “si se trata de poesía/ no acepto querido París. Instalado en Barcelona, con las por razones difíciles y aburridas de explicar/ que hagamos finanzas en estado crítico, se deja embaucar por un mito de Darío menos en una época/ que necesita urun supuesto empresario cultural nicaragüense; gentemente echar por/ tierra el 100 ciento de sus mitos”. con el plan de realizar una gira por toda América
con el tema de la paz, se despide de Europa en noviembre de 1914 —dejando a su fiel Francisco Sánchez y a su Rubencito—en un viaje sin regreso. El invierno de Nueva York los recibe con hostilidad y solo hará una sola presentación, quedándose varados en la gran urbe por cinco meses con una deuda de hotel y de otros gastos que crecen sin control. El empresario un día desaparece y abandona al poeta a su suerte. Amigos guatemaltecos proponen una salida a la encrucijada: aceptar la invitación del presidente Miguel Estrada Cabrera, archienemigo de su protector Santos Zelaya, para viajar a Guatemala. Con la piel gruesa y una moral flexible, Darío desembarca en Puerto Barrios el 20 de abril de 1915 para instalarse, al día siguiente, en el Hotel Imperial de la capital del país donde tiene una cuenta abierta, incluida la del bar. Esa cortesía será cobrada muy pronto. La pluma del poeta, una vez más, sirve para otros fines nada metafísicos: apoyar la tercera reelección de Estrada Cabrera. Pasados sietes meses en su cárcel de oro, Rosario Murillo —la esposa de la que nunca pudo divorciarse— lo rescata y lleva prácticamente a morir a su tierra natal a finales de noviembre. En casa prestada de su amigo, el doctor Luis H. Debayle, en la ciudad de León, Rubén Darío recuerda su infancia y combate a los seres monstruosos que habitan su fiebre, apretando contra su pecho el Cristo de marfil obsequiado por Amado Nervo. A las diez de la noche, con 18 minutos, del día 6 de febrero de 19l6, muere a la edad de 49 años el poeta de “el verso azul y la canción profana/ en cuya noche un ruiseñor había/ que era alondra de luz por la mañana”. L
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Prosperidad de los mitos
Presentamos una lectura antológica a la obra del gran escritor francés (19 de diciembre de 1924–18 de enero de 2016), a quien la Academia Sueca desdeñó sin miramientos, y dos momentos de las Cartas habladas a mi amigo alemán Hellmut Waller, 1967–1998 (Gallimard, 2015), su último libro, cuyo título anuncia su forma: la de un alhajero epistolar, aunque con una disposición improbable: una serie de cintas grabadas que dan curso a la espontaneidad MELINA BALCÁZAR MORENO/ PARÍS
E
n su libro en torno a la fotografía, Llaves y cerraduras, Michel Tournier escribe, 37 años antes de su muerte, su propia necrología:
Nació en el centro de París e inmediatamente comprendió que se trataba de la ciudad más inhóspita del mundo, en particular con los jóvenes. Por lo que vivió toda su vida en el presbiterio de un pequeño pueblo del valle de Chevreuse, cuando no se encontraba viajando a través del mundo, con una predilección por Alemania y el Magreb. Sus cenizas se han depositado en su jardín, al interior de una tumba esculpida, que representa un personaje yacente cuyo rostro oculta un libro abierto y que llevan seis colegiales.
Y la hace acompañar de una enigmática fotografía que muestra una corona de flores, marchita, con la inscripción “Para Michel Tournier”. En este breve texto, figura también el epitafio que deseaba se grabara en su tumba, “Te adoré y me lo devolviste con creces. ¡Gracias, vida!”, y que, como nos lo dejan constatar sus últimas entrevistas, conservó en mente hasta el fi nal. Su vida desde el inicio estuvo marcada por el espectro de la muerte violenta, que su padre tenía marcada en el rostro, al haber sido mutilado durante la Gran Guerra, y que lo llevó a abandonar la lengua alemana de la que era especialista. Sería su madre quien lo educaría en un ambiente de germanística y le transmitiría su pasión por esa cultura. Así, el estudio del alemán le permitió ser un testigo privilegiado del ascenso del nazismo, gracias a sus numerosas estancias con su familia en Alemania a finales de la década de 1930 y, posteriormente, de la amplitud de la catástrofe alemana, cuando en 1946 se instala en Tubinga para realizar una parte de sus estudios de filosofía.
Pero en Tournier nada de esto se convirtió en rencor o rechazo hacia el otro, visto como un enemigo o una amenaza. Era fundamental comprender lo ocurrido y poder trascenderlo mediante el pensamiento y la ficción, que su concepción del relato hacía indisociables. De ahí surgen esos libros que desconciertan por el clasicismo de su forma —que Tournier siempre cultivó y reivindicó— y la novedad de su perspectiva, llena de “pequeñas herejías” que alientan al lector a cuestionar su manera de entender el mundo. Más que literaria, su ambición fue ante todo fi losófica, por lo que se mantuvo alejado de toda exploración narrativa que dominaba la escritura de sus contemporáneos. Su objetivo era hacer que el lector, sin que lo percibiera, se adentrara en la fi losofía y, para ello, buscaba una lengua sencilla, nítida, y sin embargo capaz de significar lo complejo y equívoco de las narraciones tradicionales e históricas. Así, su primera novela —escrita a sus 42 años de edad—, Viernes o los limbos del Pacífico, consigue lo que a sus ojos es un éxito: poder ser leída por dos lectores “extremos”, el niño y el metafísico (en referencia al fi lósofo Gilles Deleuze que escribió el postfacio de la novela). La fi losofía le permitía acceder a la transformación de lo que aliena, de lo que envilece, a la que apuntan la mayoría de sus relatos y ensayos. De este deseo de sublimación nace también ese libro sorprendente y oscuro —para algunos, como Jean Améry o Italo Calvino, incluso ambiguo con respecto a la ideología nazi— que es El rey de los alisos. Tal vez era esa manera suya de leer a contrapelo la historia, creando asociaciones inesperadas, la que hizo tan memorable y, al mismo tiempo, tan polémica esta novela. En el personaje del ogro Abel Tiffauges, el escritor hace que coincidan la gran tradición de la poesía alemana (con el poema de Goethe que abre el libro) y la historia de ese santo que era tan importante para él, Cristóbal (Christophoros) y que, según su interpretación de la etimología, significa “quien llevaba a cuestas a Cristo”. Y es precisamente este llevar a cuestas al otro, incluso en detrimento de uno mismo, lo que permite al fi nal de la novela la reconciliación de los opuestos, mediante la figura que forman el antiguo ogro al servicio de Goering y el niño judío que lleva en sus hombros. El marchar obstinado de Tiffauges en el agua pantanosa para salvarlo hace posible la transfiguración del niño en esa estrella que ilumina la historia. Con la muerte de Michel Tournier muere tal vez el humanismo que representaba —el de Viernes y Tiffauges—, un humanismo que confiaba aún en la razón, contra la barbarie, y en la posibilidad de transformar al hombre y su entorno mediante una transmisión pedagógica, amorosa, de las ideas. De ahí su incansable trabajo en las escuelas y la reescritura constante de sus textos para sus jóvenes lectores. Pues su aspiración era escribir “libros tan buenos que pudieran ser leídos por los niños”. A la fealdad del mundo, al horror en que nos sumerge, e incluso ante el riesgo actual de la desintegración de Europa y sus valores, Tournier opuso el poder del cuento, cuya fuente es su origen oral y que le permitía transmitir ese sentido oculto y tan valioso que encierran los mitos: ese resto de oralidad que contiene la posibilidad de hacer renacer una comunidad entre los hombres y que acaso con Tournier tristemente ha desaparecido. L
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sábado 23 de enero de 2016
DE PORTADA
ESPECIAL
Egipto y otras inquietudes
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MICHEL TOURNIER
Lunes 20 de diciembre, 1976
M
i querido Hellmut, hoy es 20 de diciembre de 1976, es casi la una de la tarde, 20 de diciembre, un día después del 19, o sea de mi cumpleaños. Ayer cumplí 52 años, algunos amigos vinieron a comer, escritores sobre todo, y también una amiga tunecina que es decoradora de la boutique Hermès en París, Leila Menchari, a quien “exploté” un poco en Los meteoros bajo el nombre de Hamida, pues es la hija adoptiva de Henson. El jueves pasado regresé de Egipto luego de un viaje admirable pero agotador. Antes que nada, hay que saber que para ir a los países africanos, sobre todo al interior, ésta es la mejor temporada, es decir, diciembre, enero, febrero. El tiempo es seco, el cielo completamente azul; entre las diez de la mañana y las tres de la tarde, hace un calor como en Francia o Alemania en el mes de junio. Lo único que nos recuerda que es invierno es que los días son cortos, un poco menos cortos que en nuestros países, pero en fin, a partir de las seis y media cae la noche. Fue mi primer viaje a Egipto. Tú sabes cómo me gustan los países árabes. Había sido solicitado hasta ahora por Túnez, el Sahara y Marruecos. No me había ocupado de Egipto, lo que es inexcusable, antes que nada porque es quizá el país árabe más interesante y el más importante y después porque, como sabrás, la prima política de mi madre fue la mujer del escritor egipcio, y por lo tanto árabe, más importante del siglo XX, Taha Hussein, y esta Suzanne Taha Hussein tuvo dos hijos que son primos políticos con quienes siempre he mantenido amistad. En fin, te describo mi viaje rápidamente. Llegué a El Cairo en plena noche. El Cairo es una ciudad que da miedo, tiene siete millones de habitantes amontonados de una manera espantosa. La ciudad es muy sucia, vetusta. Los hoteles son muy malos excepto los grandes hoteles americanos, tipo Sheraton, y la circulación es terrible, sobre todo en el centro,
cerca de la estación, pues hay un tráfico aún más importante que en nuestras ciudades grandes pero con la siguiente diferencia: los vehículos funcionan casi todos con aceite combustible y por eso huele muy mal. Tienen semáforos como nosotros, sentidos únicos, sentidos contrarios, líneas amarillas o blancas que separan la avenida en dos partes pero todo eso es facultativo. Basta sonar el claxon para hacer lo que sea, pasarse el alto o meterse en sentido contrario; todo el mundo lo hace. Hay un ruido absolutamente infernal y el tráfico es espantoso. Uno se muere de miedo en el auto. No se puede cruzar las calles cuando uno es peatón. En fin, es terrible. De cualquier modo, no me quedé mucho tiempo en El Cairo. Me fui casi de inmediato para Alejandría. En Alejandría debía dar dos conferencias, o más exactamente una conferencia en el Instituto Francés y una especie de coloquio —un encuentro con estudiantes de la universidad sobre el tema: “La vida de un escritor”—. Me fue muy bien. Alejandría es una ciudad bonita al borde del mar lo que, evidentemente, le da una buena atmósfera y calma. El mar tiene un efecto calmante sobre las ciudades y sobre todo cuando se está en un hotel con las ventanas hacia el mar. Es una ciudad que, desde el punto de vista arquitectónico, no es muy interesante. Es célebre por sus catacumbas y parece que toda la ciudad, de algún modo, fue construida sobre varias ciudades subterráneas que no han sido exploradas. La primer cosa que se le cuenta a un recién llegado es la aventura que padeció una pareja, no muy joven, hace dos años. Salían de una fiesta. La mujer era muy corpulenta. Parece que pesaba cien kilos y había llovido, lo que es muy raro en estos países y, como siempre que llueve en estos lugares donde normalmente no llueve, las calles estaban inundadas y los desagües desbordados, lo que hacía difícil ir de una banqueta a la otra. La pareja debía atravesar una calle y se encontraron frente a un desagüe que tenía al menos metro y medio de agua. La mujer le dijo al marido: “¿Qué opinas? No estoy tan gorda ni soy tan torpe como creen. Vas a ver. Voy a saltar. Voy a dar un buen brinco”. Entonces
EL CAIRO ES UNA CIUDAD QUE DA MIEDO, TIENE SIETE MILLONES DE HABITANTES AMONTONADOS DE UNA MANERA ESPANTOSA
salta por encima del desagüe y cae, naturalmente, sobre el asfalto y en ese momento el suelo se hunde y ella desaparece. Su marido, asustado, notifica a la policía, a los bomberos. Realizan una búsqueda, pero al parecer no encuentran ni el cadáver, nada. Es la historia que te cuentan al llegar a Alejandría, una ciudad muy interesante por sus monumentos, sobre todo si se la compara con el resto de Egipto. Permanecí dos días y medio en Alejandría. Recepciones, cocteles, etcétera, y encontré al fin y al cabo —algo muy conmovedor para nosotros los franceses— a los sobrevivientes del Egipto francés, pues, antes de la guerra, Egipto no era inglés como se piensa. Políticamente era inglés pero culturalmente, así como la lengua que se hablaba, era francés. Todo eso fue en el pasado. Pero aún queda una retaguardia de personas no precisamente jóvenes que son los francófonos de Egipto. Conocí también a un profesor de Ciencias Políticas cuyo padre y abuelo eran terratenientes que debieron haber tenido una fortuna colosal bajo el antiguo régimen; me invitó a su casa, un verdadero palacio con un jardín en plena ciudad. Es extraordinario porque destruyeron todas las otras moradas de este tipo para construir enormes barracas más o menos populares. Solo queda este pequeño palacio en medio de los edificios como una supervivencia, y nos dijo —es un hombre muy joven, 40 años— que deseaba lanzarse a la política. Se presentó en las últimas elecciones. Y perdió. Hay cinco sirvientes en este mini palacio. Como profesor de Economía Política gana 62 libras egipcias al mes, más o menos 620 francos o 300 marcos alemanes. Está en una situación paradójica pero, desafortunadamente, característica de la situación de los intelectuales, de las profesiones liberales en Egipto, donde se asiste a la desaparición de todo lo que tiene una cierta cultura, pues hoy en día un médico, un ingeniero, un arquitecto, un profesor, prácticamente no pueden vivir en condiciones normales, y se nos dijo que el país necesita médicos. En la provincia egipcia no hay y sin embargo tan solo en Inglaterra hay 7 mil médicos egipcios.
DE PORTADA
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LABERINTO
AFP
Después de dos días y medio en Alejandría, tomé de nuevo el tren. Es un tren muy hermoso por cierto, un tren húngaro, creo, que no sigue el Nilo sino un canal del Nilo, un canal muy bello surcado por falucas y al borde del cual hay toda una vida campesina que puede apreciarse desde la ventana del tren —un canal que parte del Nilo y que provee de agua dulce a Alejandría—. En ese tren volví a El Cairo, no por mucho tiempo, pues de inmediato tomé un avión para ir a Luxor. Luxor se encuentra a orillas del Nilo. Es quizá el sitio arqueológico más bello del mundo. No me puedo imaginar que pueda superarse esto porque dos kilómetros más allá de Luxor está Karnak, que no es un templo sino una ciudad sagrada. Atravesamos el Nilo. En la orilla izquierda está el valle de los Reyes, el valle de las Reinas, es decir toda una región horadada por tumbas. Para entrar en estos valles, pasamos entre dos colosos que deben tener algo así como 30 metros de altura, colosos que están sentados y que observan a quien pasa. Uno se hunde en los flancos de la montaña, en ocasiones profundamente, para descubrir bóvedas funerarias cuyas paredes están cubiertas por dibujos e inscripciones que datan de 5 mil años. Es de una belleza abrumadora y a eso se añade la belleza natural del paisaje.
22 de diciembre, 14 h. Creo que en mi última grabación te conté mi viaje a Egipto. Ahora aprovecho los días que paso aquí para enviar a la imprenta, defi nitivamente, mi manuscrito cuyo título cambió. Luego de muchas reflexiones, pensé que Mutación, que era un maravilloso título cuando lo veía escrito, se volvía uno muy malo cuando intentaba pronunciarlo. Y que cada vez había que explicarse ampliamente para comprender de lo que se trataba. Preguntar en una librería por Mutación de Michel Tournier, decir en la radio Mutación de Michel Tournier, todo eso no queda bien. Y además, en Gallimard me hicieron ver que no hay buen título sin la letra “r”. Jamás lo hubiese pensado pero el hecho es que una palabra perfectamente inteligible lleva casi siempre la letra “r” y en mis dos libros precedentes —Viernes, El rey de los alisos y Los meteoros— la “r” ocupa un lugar importante. Luego de varias reflexiones, decidí retomar el título que había descartado para Los meteoros y que era El viento paráclito. Quería titularlo El viento paráclito porque quería hacer de este libro una suerte de resacralización de los fenómenos meteorológicos, es decir, restituir al sol, al viento, a la lluvia, a la nieve, su valor sagrado. Lo hice un poco pero, en fi n, a mi entender no lo suficiente para que la novela pudiera llamarse El viento paráclito. Así es que el título estaba disponible y, dado que en mi nuevo libro se aborda mucho la creación literaria, la inspiración, los problemas de la escritura, pienso que llamar a eso El viento paráclito y suponer que, antes de trabajar, suplico al Espíritu Santo que aliente mi vida, la llene de inteligencia y la fecunde con ideas nuevas, entonces podía justificarse. De modo que no hay más Mutación. Ahora es El viento paráclito. Y El viento paráclito será publicado en febrero. Ayer fui a la Maison de la Radio para ver una película cuyo guión escribí. Es la historia de dos choferes foráneos que viajan en un enorme tráiler de cuarenta toneladas entre París y Lyon. Le había dado un resumen a la televisión y me olvidé del asunto hasta que un día me pidieron escribir el guión. Lo hice sin mucho entusiasmo. Eso me demostró, justamente, que no me gustaba hacer guiones, lo cual ignoraba; y no solamente no me gusta hacer guiones sino que tampoco me gusta que otra persona los haga. Como no soy director de cine, me presentaron a uno. Me dijo: “Me mostraron su texto, me gusta, lo encuentro interesante y quiero llevarlo a la pantalla”. Yo le dije: “Pues mire, hay dos personajes, dos choferes en este camión. Uno de ellos es viejo, frágil, pequeño y citadino —es un hombre de
El autor de El viento paráclito en la década de 1970
París— y luego, el otro, es un joven grande, un bruto de campo, un muchacho frustrado que tiene problemas, que es complejo”. Entonces me dijo: “Sé qué actores podrían hacer los papeles. Volvamos a vernos en quince días y se los presento”. Y me presentó, al cabo de quince días, a un viejo que era un coloso y que no tenía absolutamente nada de parisino, y a un joven que era un don nadie y que era típicamente parisino. Entonces le dije: “Escúcheme, no quiero inmiscuirme en su trabajo. Yo hice el guión. Yo le di ese guión. Usted ha decidido realizarlo. Pues adelante. No es lo mío, no tengo intención alguna de hacerlo. Usted es un adulto. Cumpla sus responsabilidades. Sea infiel si así lo desea. Lo esencial es que la película sea buena”. Y abandoné todo con la casi certitud de que sería un fiasco. Pues ayer vi la película. Mala no era. Eso no podía ser malo. Más bien mediocre. Queda alrededor de un tercio de lo que yo escribí, y digamos que soy generoso. Sería más bien la cuarta parte. Podría ser muy buena sin apegarse tanto al guión. Cuando Antoine Vitez hizo un espectáculo en el Palais de Chaillot para los niños Hay otra cosa más basado en Viernes, no en mi pequeña vida se apegó para nada al literaria. Claude libro y el resultado fue Gallimard me pidió excelente. En este caso formar parte del comité que se apegaron más de lectura de Gallimard —yo esperaba que fuera un desastre— resultó algo ordinario. Pasará inadvertida. Me da igual. ¿Sabes?, lo que hay de maravilloso en un oficio como el mío es que uno nunca pierde el tiempo. Haga lo que haga, no hay desperdicio. Hago el guión y eso me hará ganar algo de dinero, no tanto pues la televisión paga mal. Ya he ganado 12 mil francos y ganaré otro tanto. Pero sobre todo tuve entre manos un trabajo considerable con el que hice un cuento que, para mí, tiene algo de extraordinario, de inhabitual, hay muchos diálogos (debido a que está hecho a partir de un guión de película) y, por lo tanto, para mi próximo libro de cuentos tendré un texto que se llamará “A6 en televisión”. A6 es el nombre de la autopista París–Lyon pero en el libro le cambiaré el título. Mejor hacerlo, si no tendría problemas con la televisión. Firmé un contrato de exclusividad, de modo que lo llamaré “L’Aire du muguet”, con la palabra aire escrita a i r e; en francés los “aires” son las zonas de descanso en las carreteras, en alemán corresponde a “Rastplatz”. Y llevado por el ímpetu, retomé otro proyecto que había hecho para la televisión pero que, en esta ocasión, no se concretó en un guión y sin embargo había escrito cantidad de diálogos. Y escribí algunos cuentos, muy largos —digo,
para mí—. Mis cuentos son por lo regular de quince hojas. Escribí dos que tienen 45 hojas cada uno, lo que para mí es mucho. Este otro cuento que escribí, creo que ya te había hablado al respecto. Es una historia en la línea de “El fetichista”. Es un personaje conmovedor y anticuado y ocurre también en Alençon que, para mí, encarna el pueblo retrógrada, timorato y además militar porque ahí había durante la guerra un regimiento de caballería. Se va a llamar “El urogallo”, porque es así, afectuosamente, y con cierta burla, como llaman al héroe de esta historia quien es un coronel retirado, de 60 años, que tiene una esposa muy bella, noble, muy digna, pero que no está hecha para el amor. Entonces él la engaña. La engaña demasiado, hasta que un día va demasiado lejos: instala en un departamento de soltero en Alençon a una de sus queridas, y naturalmente todo mundo lo sabe. Un día, vuelve a casa; vuelve y se da cuenta que su mujer, a quien ve por la ventana, está leyendo y, rápido, cierra el libro, lo esconde en su cesta de labores y se levanta. Él entra a la casa, esculca en la cesta para ver lo que leía su mujer y encuentra… ¿qué? Un alfabeto Braille, un alfabeto para ciegos. Entonces va donde su mujer. Le dice: “¿Qué es esto?”. Ella empieza a llorar y le responde: “Yo no quería decírtelo. Desgraciadamente es una certeza. Me estoy quedando ciega”. Él está conmocionado. Es un hombre sencillo y un hombre de honor. A una mujer ciega no se la engaña. Promete quedarse con ella, terminar sus amoríos con su amante. Y se convierte en el mejor marido del mundo. Al cabo de algunas semanas, su mujer recupera la vista. Él se enfurece, tiene la impresión de que lo han engañado. Y ése es el inicio del cuento. Hay otra cosa más en mi pequeña vida literaria. Claude Gallimard me pidió formar parte del comité de lectura de Gallimard. Evidentemente, habría debido decir no. Son inquietudes extra que entorpecen mi vida. Ninguna necesidad tengo de ello. Pero no sé decir no. Y además, pese a todo, con la Academia Goncourt formo parte del jurado literario más importante. Pero bueno, ahora formaré parte del comité de lectura más importante de Francia. Esto significa que todos los martes, a las cinco, teóricamente, debo ir a Gallimard y participar en una conferencia que reúne a cinco o seis personas que deciden lo que se publica y lo que no. Pues esas son mis novedades literarias. No necesito decirte que Los reyes magos avanzan poco pero avanzan. He pensado mucho en Egipto. Naturalmente la visita a las tumbas y a las pirámides me impresionó por el problema de la escritura. Sin duda, Los reyes magos será para mí, como ya lo había sido en parte Los meteoros, una reflexión sobre la palabra y la escritura. L *Título de la Redacción. Traducción de José Abdón Flores.
MILENIO
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× A
LOS BÁRBAROS JACQUES ABEILLE Sexto piso España, 2015 558 pp. También conocido como Léo Berthe, Abeille nació en 1942 y quizá debido a su trabajo como profesor de Arte su obra es difícil de clasificar. Su saga Cycle des contrées, ubicada en países imaginarios, a menudo es relacionada con la estética de Tolkien y con la literatura de Julien Gracq. Ganador del premio Wepler por Los jardines estatuarios, en esta novela Abeille, comenta el crítico Jean–Didier Wagneur, “describe un universo que desaparece con la sedentarización de los bárbaros, con un lenguaje que podría ser el de un autor latino tardío, de un anticuario o de un poeta”.
PEQUEÑAS DOCTRINAS DE LA SOLEDAD MIGUEL MOREY Sexto piso España, 2015 443 pp. La grandiosa soledad, la que no interpela a Dios sino a la propia conciencia, tiene una historia remota, y a ella se entrega el filósofo catalán, aunque limitando su zona de acción a los tiempos que siguieron a Nietzsche y a unos ejemplos privilegiados de la literatura. Penetra así en la lengua silenciosa de Artaud, llama a cuentas a los emisarios infernales de W. S. Burroughs, descifra las invitaciones a la lectura de Walter Benjamin, mira de frente la prosa de los supervivientes de la Segunda Guerra. En sus manos, la filosofía se vuelve otro género literario.
PAPEL ES TRAZA GUSTAVO MARCOVICH Ficticia México, 2015 116 pp. Premio Bellas Artes de Testimonio Carlos Montemayor 2014, este libro le da voz a un personaje singular, quien trabaja en una actividad tan singular como ella. Así se presenta: “Soy mujer, soy mexicana, tengo cuarenta años, trabajo en la cosecha de mariguana en California y no creo acabar presa”. La protagonista se dedicaba a la danza pero, ya que apenas tenía dinero, huyó para hacer este trabajo “ilegal”. Dentro de lo picaresco que pueda parecer lo que le sucede, aparecen datos esclarecedores sobre las diferencias entre México y Estados Unidos a propósito de la mariguana.
METAGENEALOGÍA ALEJANDRO JODOROWSKY Y MARIANNE COSTA Debolsillo México, 2015 704 pp. Jodorowsky define la metagenealogía como “el estudio del árbol genealógico bajo sus aspectos simultáneos y complementarios, tesoro y trampa”. La trampa le impone al individuo imitar y no crear. Comenzada desde el arte, considera que la sanación significa “ayudarlo a convertirse en lo que en verdad es”. Para ello, debe hacerse consciente de que es “el fruto de al menos cuatro generaciones”. Costa precisa que el libro es un relato de una doble iniciación: la ya realizada por el autor y la que debe hacer el lector para conquistar “su verdadera identidad”.
TRÓPICOS I. ANTOLOGÍA PERSONAL EDUARDO CERECEDO FOEM México, 2015 280 pp. Poemas de doce volúmenes son los que selecciona el poeta mexicano en esta edición. Oriundo de Tecolutla, Veracruz, en su poesía Cerecedo tiene como fundamento la naturaleza. Sus editores consideran que su obra realiza una defensa de ella, pero no se trata de un “poeta ecológico”. Como anota Armando Oviedo en el prólogo, el poeta más bien es “uno de esos hombres acosados y asombrados por la naturaleza”. En su poesía entonces se hacen presentes el mar, el río, peces, iguanas, pájaros… “Una naturaleza que no termina y renace de sus cenizas”, remata Oviedo.
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
LA MUERTE ME PERTENECE
Gerardo de la Torre Ediciones B México, 2015
El ángel de la eutanasia ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
N
o es la primera vez que Gerardo de la Torre acierta con un protagonista estoicamente diseñado para someterse a los caprichos y a la rapacidad emocional de algunas mujeres. Ahí está, para mayor evidencia, el patético viudo de Morderán el polvo (1999), a quien no paramos de desearle una caída más estrepitosa que la que promete la autohumillación. Tampoco es la primera vez que incursiona en los páramos donde la agonía no puede obtener el favor de la eutanasia: lo hizo en Muertes de Aurora (1980) y lo hizo con rabia autobiográfica. Esta atmósfera agónica y una reencarnación superior de aquel protagonista son las fuerzas telúricas de su nueva novela. Nuestro reloj psíquico no necesita tiempo para adaptarse al hecho básico de la catástrofe, a la inminencia del dolor físico, a la descomposición y a las voces suplicantes. Desde las primeras páginas, Gerardo de la Torre acaba con la paz de los lectores, aunque no tiene prisa en conducirnos por los argumentos en favor de la nada cuando la vida es pura y épicamente una batalla perdida contra el dolor. Sabemos de inmediato que el traumatólogo Damián Miranda enfrenta el cáncer terminal de su esposa y sabemos también que pertenece a una sociedad secreta que procura la muerte buena y misericordiosa siguiendo las prescripciones del médico estadunidense Jack Kevorkian. Pero ignoramos muchas otras cosas, entre las cuales figura un buen número de interrogantes. La muerte me pertenece pasa muy poco por el dilema de Damián Miranda. Se ocupa, en realidad, de su conversión, diez años de oír y desoír las invitaciones que le susurra el ángel de la eutanasia. De modo que en un principio es la condena que lanza un alma religiosa y después la duda razonable; más tarde es la aceptación de los mandamientos de un credo “terrible en apariencia” y por último la práctica piadosa mientras Damián Miranda padece la ruina amorosa y sexual a manos de mujeres que son la propaganda eficaz de la misoginia. Suerte de alter ego de Gerardo de la Torre —la misma cariñosa resequedad de sus modales, la misma sabiduría adquirida tras una cadena de reveses compensados por el trato con unos cuantos placeres mundanos—, el psiquiatra Javier Iribarren personifica a ese ángel negro que tiene por misión liberar a los desgraciados de la servidumbre de la muerte. Ni iluminado ni vociferante, conduce a su aprendiz hasta las puertas mismas del verdadero juicio fi nal, con mano suave pero decidida. Es inevitable preguntarse cuántos libros fueron necesarios para que el pendenciero militante comunista desapareciera de la escena para dar paso a un autor cuya voz equilibrada trabaja por decir que así como uno se las arregla para vivir debe también arreglárselas para morir sin temor, sin amargura. Ese autor nos dio el desencanto político. Nos dio la sátira amorosa y la indignación social. Ahora ya está en condiciones de dar una respuesta literaria a nuestra mayor vulnerabilidad. L
CINE
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LABERINTO
ESPECIAL
Ettore Scola
La invención de lo romano El creador de películas como Sucios, feos y malos (1976), Pasión de amor (1981) y La cena (1998), fue uno de los últimos que hicieron de Roma el escenario de sus fábulas humorísticas. El siguiente ensayo hace un breve repaso de la obra de este terrón desencantado que murió el 19 de enero MEMORIA FERNANDO ZAMORA
H
acia el fin de la película La nuit de Varennes de 1982, una mujer se hinca ante un maniquí vestido como rey de Francia: “Si la gente viera al rey así nadie se atrevería a matarlo”. La escena tiene un poderoso contenido metafórico. Confirma que la forma es el fondo; no solo en política, también en el arte. Ettore Scola consiguió que forma y fondo formasen una unidad con la que hizo un cine tan importante que dignificó al pícaro romano, ese que llaman allá romanaccio y que vive en Il commisario Pepe, en el maestro de latín de Il vittimista, en el albañil de Dramma della Gelosia. Antes de Scola, Roma no era tanto la capital de Italia como la ciudad del Papa. Ettore tenía cinco años cuando sus padres se mudaron a Roma. En 1936, Mussolini era el Duce de un país que no había conseguido unirse. El muchacho era un terrón (así llamaban los romanos a los sureños como él) que lograría con otros artistas lo que Garibaldi no pudo: unir a Italia. Lo hizo ofreciendo al público retratos picarescos. Los hay franceses (como los protagonistas de Le bal) y los hay napolitanos (como los de Maccaroni), pero los más significativos en su país son los romanos, los de Brutti, sporchi e cattivi, por ejemplo, los burgueses de La famiglia o la mancuerna histriónica de Massimo Troisi y Marcello Mastroianni en Che ora è? de 1989. Ettore Scola se volvió mundialmente famoso en 1974 gracias al éxito de la película C’eravamo tanto amati (Una mujer y tres hombres). Más que un homenaje al cine de su país, C’eravamo
tanto amati es el elogio de una Italia que no termina por arreglárselas muy bien en el nuevo orden que siguió a la Segunda Guerra Mundial. En C’eravamo tanto amati, Scola inaugura el género de comedia italiana por la que se le reconoce tanto. La suya es una comedia ácida, feroz. En ella se salvan solo los desheredados; personajes como los que interpretan Mastroianni y Sophia Loren en Una giornata particolare de 1977. Los perdedores ganan en el cine de Scola, lo demuestra también el protagonista de La terraza, estrenada en 1980. A pesar de que el realizador siempre reconoció la influencia que en su obra tuvieron De Sica, Fellini, Antonioni, Rossellini y Alain Resnais, sus historias no tuvieron nunca el optimismo de estos autores. Al contrario, su cine es más desencantado. Scola es un artista paradigmático de la Italia que estuvo a punto de volverse socialista por vías de la democracia y visto que la historia no resultó como él hubiese querido, hay en sus comedias un mal de vivre muy francés, una percepción trágica de lo que significa vivir. El sarcasmo es solo un arma política. La narrativa de Scola ofrece una visión de lo humano que trasciende al neorrealismo. Sus influencias llegan hasta Balzac y Gógol. La ironía, el chiste, irrumpen en sus escenas con un knock out. Aprendió a hacerlo cuando escribía viñetas cómicas en la revista Marc’Aurelio y más tarde cuando comenzó a escribir teatro para Alberto Sordi quien, con otros actores, se solazaba justamente en la creación de personajes callejeros y romanos. En 1950 Ettore Scola escribió Totò Tarzan, una obra menor hecha para lucimiento del cómico Totò. El cine era todavía un divertimento. La vida se la ganaba en Marc’Aurelio, donde también era tipógrafo. El amor por este pasado
se expresará en algunos de sus filmes. En Il romanzo di un giovane povero, por ejemplo. También hay ecos autobiográficos en Mario, Maria e Mario de 1993. En la revista Marc’Aurelio, Scola también se hizo de un amigo. Ruggero Maccari (a quien él llamaba romanamente Mac) jugaría un papel fundamental en su carrera. Animado por él y gracias al éxito que tuvo con los sketches para Alberto Sordi, Scola consiguió que dos productores míticos se interesaran en su trabajo. Ponti y Di Laurentiis lo escogieron para escribir Dos noches con Cleopatra. Gracias a su trabajo en este guión, Ettore Scola se hizo de un nuevo amigo. Antonio Pietrangeli era un crítico que había cambiado de bando y ahora era director de cine. Pietrangeli acababa de rodar su primera película y en la preparación de la segunda (que llamaría Nata di marzo) escogió a Scola quien definitivamente tenía ya los créditos para dejar atrás su vida en la revista que quiso tanto. El muchacho de Trevico, el tipógrafo, había entrado al mundo del cine. Pero no fue hasta la década de 1960, cuando el neorrealismo comenzaba a agotarse y los estudios Cinecittà estaban a punto de quebrar (de hecho, sobrevivían alquilándose para producciones estadunidenses como Ben Hur, de 1959), que Ettore Scola pudo traspasar la línea que separa al guionista del director. Se permettete parliamo di donne (Si ustedes permiten, hablemos de mujeres), en 1964, fue su primera película como realizador. La obra (escrita en nueve episodios) tuvo buena recepción crítica, pero más importante: resultó un extraordinario éxito comercial. Si ya antes Scola había podido darse el lujo de vivir del cine, ahora podía vivir del cine muy bien. Con todo y su familia Ettore se mudó a una casa más amplia y pudo dedicarse de tiempo completo a inventar historias
humorísticas y humanas, historias llenas de esa metáfora política que había aprendido a escribir cuando trabajaba en el Marc’Aurelio. Entre 1964 y 1974 (año en que filmó Una mujer y tres hombres) trabajó en doce películas, más de una por año. Y aunque definitivamente no son los números quienes dan cuenta del triunfo de un artista, sí que muestran el éxito que tuvo el autor en una cinematografía que se estaba reinventando. El país había conseguido dejar atrás su cine de oro (el neorrealismo) y comenzaba una nueva época que habría de seguir poniendo a Italia al frente del cine mundial. Sería equivocado definir a Scola exclusivamente por su trabajo cómico. En la escuela su pasión fueron el griego y la poesía épica. En el liceo cultivó el conocimiento de la historia y la literatura francesas. Il viaggio di Capitan Fracassa, por ejemplo, está basada en una novela de Théophile Gautier. Así, el gusto por la cultura francesa (un gusto muy italiano, hay que decir) lo llevaría a crear dos de sus películas más importantes: La nuit de Varennes y Le bal, historia de un salón de baile desde los años veinte. Pero su obra más importante tal vez sea Passione d’Amore, que se aleja de la comedia para develar la falsa complementariedad entre los sexos. Passione d’Amore cuenta la historia de una mujer intolerablemente fea que desprecia a un hombre guapo. Al final, un enano que recuerda a Lautrec afirma que eso no es posible: “Ningún hombre puede enamorarse de una mujer fea. Una mujer se puede enamorar de un adefesio, un hombre jamás”. Por obras como Passione d’Amore se reconoce a Scola fuera de Italia; la verdad es que dentro se le recuerda más por los pícaros que viven en la que fuese la urbe papal. Artistas como él insertaron a Roma en “la italianidad”. El 19 de enero Ettore Scola murió en la ciudad de Roma a la que había llegado cuando tenía cinco años y todavía usaba pantalones cortos. Lejos, en el pasado, han quedado los discursos de Mussolini. El neorrealismo se estudia hoy en clases de historia y él es ya el recuerdo de un cine cómico y profundo, lleno de ironía política y con la gracia necesaria para unificar a una nación de la mejor manera posible: haciéndola reír. Su última película, ¡Qué extraño llamarse Federico!, se estrenó hace dos años. Es un documental en el que rinde homenaje a otro grande que hizo de Roma la ciudad de su arte y sus fantasías: Fellini. L
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ESCENARIOS
ESPECIAL
Nuestros patéticos apegos Dirigida por Boris Schoemann, Bajo la mirada de las moscas expone la pulsión autodestructiva de un grupo de personajes que conviven a su pesar ESPECIAL
Dirigir o escribir teatro MERDE!
N La obra escrita por Michel Marc Bouchard se presenta de miércoles a domingo en el Teatro El Galeón
TEATRO
U
n espacio inmaculado en medio de la soledad y el frío parece preservar a una desmembrada familia de la podredumbre de su alma. Una madre mayor, abandonada por su marido, convive con su hijo, su sobrino —huérfano de madre— y dos empleadas que semejan enfermeras. Poseedores de una inmensa porqueriza y rodeados de moscas de tres especies distintas que acechan su existencia, los habitantes de esta casa son fuertemente vulnerados por la inesperada presencia de una hermosa joven que ignora su agonía permanente. Michel Marc Bouchard, autor quebequense —de quien hemos visto en México obras como El juego de la oca, bajo la dirección de Emmanuel Márquez; Las musas huérfanas, con dirección de Mauricio Jiménez, así como Tom en el granero, El camino de los pasos peligrosos, Los endebles y actualmente Bajo la mirada de las moscas, éstas últimas con dirección de Boris Schoemann—, escribe odas dramáticas sobre la atrocidad humana. Traducida por Pilar Sánchez Navarro, quien encuentra las palabras precisas para cada uno de los personajes —semejantes solo en su intenso sufrimiento—, Bajo la mirada de las moscas asciende en la ruta que el dramaturgo nacido en 1958 ha trazado en sus obras que enfrentan al espectador a la debilidad humana, poderoso motor que impulsa a sus personajes a intervenir en el destino de los demás para proveerse de poder, tranquilidad o bienes materiales que aquieten su insatisfacción perenne. Schoemann, profundo conocedor de la obra de este autor, elige acertadamente un sólido elenco encabezado por la primera actriz Pilar Pellicer, quien celebra 55 años de carrera, además de Antón Araiza, Teté Espinoza, Constantino Morán, Miguel Romero, Pilar Boliver, Mercedes Olea y Stefanie Izquierdo, todos entregados a un trabajo de resultado impecable pocas veces alcanzado. Sintiéndose observados por las 18 mil unidades individuales que componen los
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
ojos de las moscas, capaces de detectar toda emisión de luz y de percibir su entorno a 360 grados, los integrantes de la familia poseedora de 14 mil puercos propician un fuerte vínculo con la muerte a través de la eutanasia, el dinero, la dominación y el abuso, la matanza de cerdos, la morfina y la dependencia. Mientras que dos personajes externos, el veterinario y su mujer, se relacionan con la muerte a través del suministro ilegal de sustancias nocivas y del espectáculo televisivo cotidiano, el tercer personaje, ajeno a este círculo, la joven llamada Dócil, descubre dos caras del abismo: la culta y silenciosa, y la liviana y estridente. En oposición a la metáfora creada por el autor que deposita en los insectos alados el poder de una sórdida conciencia, una estancia blanca con cortinas ligeras movidas por el viento como pared de fondo, donde los muebles del comedor son negros y los de la sala blancos sobre estructuras metálicas, contiene la pasión de los personajes desfallecidos en su búsqueda por cumplir su deseo: la madre el de tener cerca a su hijo al precio que se imponga, el de éste por liberarse de ella, de su primo y de un dolor que lo sujeta a la muerte cuando por fin descubre que hay vida —el anhelo del sobrino por no soltar el control absoluto y el de las servidoras domésticas por cumplir las reglas. Con escenografía de Xóchitl González, iluminación de Víctor Zapatero, vestuario de Pilar Boliver, diseño sonoro de Joaquín López Chas y producción de Altagracia Fraustro, Bajo la mirada de las moscas es una puesta en escena reveladora cuyo humor redimensiona nuestros patéticos apegos. Dedicado a desentrañar la transformación del ser humano en su proceso de supervivencia, avasallado por alargar una existencia devaluada, Michel Marc Bouchard ha encontrado en Schoemann y en los integrantes de este equipo artístico una propuesta consistente sobre nuestro afán autodestructivo, que aniquila lo que podría salvarnos. L
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
o soy como Ionesco, que prefería entenderse primero con los actores antes que con directores. No. Los dramaturgos no terminan por aceptar el funcionamiento del director teatral. Es así. Y es comprensible. Traicionar un texto es como un cuchillo en las entrañas. El arte no es un juego. Dirigir teatro exige el rigor de la escena, de partirle la madre a los actores para que logren la tragedia, ahí donde las palabras lleven el eco de la verdad, con tono, ritmo, feeling… Para eso se necesita un director de escena, no un texto bien escrito que apenas tiene indicaciones generales. La dramaturgia como final del teatro pasó a la historia. Hoy es el momento de los directores a cargo del teatro total. Hay quien cree que cualquiera puede dirigir. Como si fuera sencillo elegir reparto, escoger escenógrafo, buscar la música, dar iluminación a la escena, encontrar la sala de teatro adecuada, seleccionar el vestuario. Sobre todo analizar un texto para que los actores asimilen el “detrás de las palabras”: significado e intenciones. Llenar momentos en que las emociones y razones son dichas como en la vida, eso: dirigir, llegar al estreno de un montaje con las piezas entrelazadas exige un rigor que no puede, bajo ningún aspecto, cubrir un dramaturgo. Un director sin oído no es un buen director. Un director sin conocimiento de la sicología —y la vida—, menos: sin sustento para trabajar con esas almas locas que son los actores. Lo mismo para el dramaturgo y sus personajes. Un dramaturgo de hoy que no entiende el engranaje de la escena escribe un texto muerto. Por eso muchos directores prefieren recurrir a los clásicos y adaptarlos. Sí, hay abuso. Sí, muchos son malísimos. Pero no más que textos dramáticos que andan por ahí presumiendo de creatividad posmoderna. La discusión entre dramaturgos y directores no es nueva. Sí, hay buenos dramaturgos, como hay pésimos directores. Eso es algo que el público debe aprender para no errar a la hora de elegir qué obra ver. Sin estilo no hay director creativo. Sin actores la puesta en escena es un caos. Pero sin texto teatral el resultado es la mediocridad misma. Los clásicos siguen funcionando porque ellos —como Sófocles, como Shakespeare— dirigían sus obras, corregían sus errores por escrito, lo sometían al montaje. Un dramaturgo dispuesto a la prueba escénica merece mis respetos. Un dramaturgo que se pelea con la escena pierde sus propias posibilidades. Los directores son necesarios, sí, pero con talento. Igual que un dramaturgo. Igual que un actor. Parece simple pero no todos entienden cuando van al teatro y quieren reír un rato. El buen teatro está lejos del esparcimiento. El buen teatro reclama conocimiento del espectador. Como quien lee por gusto y termina como un gran lector que analiza y distingue una buena de una mala obra. (Escribí esto porque preferí no hacerlo con esa cartelera teatral que despierta cada inicio de año, sin grandes propuestas.) L
VARIA
sábado 23 de enero de 2016
p. 12
LABERINTO
ESPECIAL
Gogolear TOSCANADAS
DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
D
ostoievski dijo que todos veníamos de El capote de Gógol, o, según la traducción, que habíamos salido o éramos hijos de él. La frase puede ser literaria. De tal modo, los escritores distinguen en los hombres pequeños y sin atributos un manantial de historias para contar. No hace falta encabezar un ejército o salir a deshacer entuertos para que un personaje pueda llamarse héroe. La frase también puede salirse del dominio de la literatura y dirigirse al ser humano en su vida cotidiana. En ella vemos una legión detrás de otra de Akakis Akakievich. Adonde uno voltee, descubre personajes secundarios o terciarios o menos aún. Gógol habla así de su personaje: “En cierto departamento ministerial trabajaba un funcionario, de quien apenas si se puede decir que tenía algo de particular”. Pero esto no es un problema. Una sociedad no puede funcionar si todos aspiran a ser Beethoven o Einstein o Cervantes o Magallanes o Jobs o Maradona o Pavarotti o a ganar un Premio Nobel de Física o de Medicina. Esas ambiciones a veces se expresan en la infancia a modo de sueño, pero sin ir acompañadas del hambre, la inteligencia, el ingenio y la disciplina necesarios. Si ningún niño tiene el anhelo de convertirse en albañil o cajero o taxista o afanador, ¿entonces de dónde salen los albañiles y cajeros y taxistas y afanadores? Tiene que haber un momento en el que el niño se quita la capa de superhéroe y se pone el capote de Gógol. Quizá el texto más influyente para modelar la vida de los seres humanos no sea algún clásico de la literatura o un libro sagrado o un tratado científico sino el aviso oportuno. Se solicita ayudante de chofer, guardias de seguridad, operario de torno, demostradoras, agentes de
EL AKAKI DE PALABRAS ES GRANDE. PERO AKAKI DE CARNE Y HUESO ES TRISTE Y PATÉTICO
ventas, auxiliar de almacén, empacador, intendente, mesero, parrillero, promotor de tarjeta de crédito, recepcionista. Se solicitan Akakis Akakievich, o, para seguir con Gógol: se solicitan almas muertas. Luego de muchos esfuerzos, Akaki Akakievich pudo comprarse un capote nuevo. Eso lo hizo sentirse un hombre nuevo. Distinto. Más digno que él mismo con el capote viejo. Y es que cuando flaquea el ser siempre se puede engañar con el tener. Pero que Akaki Akakievich sea el protagonista de El capote, y que El capote sea una obra de arte, no significa que la vida de los empleados se acerque al arte. Nada de eso. Si Akaki tiene grandeza es porque ésta se la concedió Gógol. El Akaki de palabras es grande. Pero Akaki de carne y hueso es triste y patético. Ergo, si todos venimos de El capote, entonces todos somos tristes y patéticos. Y nuestra vida siempre será muy distinta al relato de nuestra vida. L
LO QUE CONTEMPLAS
ADRIANA DÍAZ ENCISO
adrianadiazenciso@gmail.com ESPECIAL
Lazarus F
río, cada vez más frío. Es el invierno que vuelve el aire de cristal, igual de frágil, transparente. En el cielo azul abierto como la cuenca de un lago sin fondo, brilla en pleno día la luna creciente. Lázaro no se levanta más. Ató con precisión casi absoluta el nudo; se dio, nos dio, su regalo de cumpleaños y final; sus decenas de rostros estallaron en las portadas de la prensa del mundo, y en su ciudad natal se alarga la despedida. Silenciadas ya las fiestas callejeras en su primer barrio, los homenajes espontáneos en el festival de la luz, y vivos los rumores del espacio (la supuesta constelación que lleva/ no lleva su nombre), perdura la extrañeza de tanta reverencia, tanto afecto, por un hombre que era muchos, que nunca creímos saber quién era. Ahora es libre. Eso dijo en su adiós. Lleno de angustia, escribiendo apresurado fuera del papel, del escritorio, en el espacio, todas las palabras que le quedaron por decir. Nos dijo que está en el cielo desde una cama de hospital, y el rostro desfigurado por el elemento teatral que fue siempre su elemento (dos botones como ojos asomando entre las vendas) es el rostro más expresivo y más sincero imaginable de un hombre que camina, sin desearlo, hacia su muerte. Nos dijo de cicatrices invisibles, del drama que no puede serle arrebatado: “Ahora todos me conocen”. Detrás de los personajes infinitos, todos esos “¿quién eres?” desafiantes, marginales, divertidos, provocadores, lo que queda es un hombre envejecido, enfermo, el rostro que reconocemos como uno y como extraño porque está solo, completamente solo; porque ya se va. “Ahora todos me conocen...”. Y claro, Bowie (que no era Bowie) era maestro en la ironía y nos deja preguntándonos si es verdad. ¿No es el video teatro,
Imagen del último video de David Bowie
artificio? El hombre moribundo que proyecta hasta nuestra habitación la íntima presencia de la muerte, traspasando la materia de todas las pantallas con una dosis de realidad que nos deja estremecidos, ¿no es acaso un personaje, nada más? Lo que este Lázaro siempre fue, y quiso ser. Él y El Otro, personajes, la voz encarnada y reencarnada en busca de, jugando con, la identidad en el bucle infinito de imágenes de la cultura pop. Siempre desafiante. Pero no más en la última escena: nos aflige su regalo de sí mismo vencido y frágil. Un hombre nada más, un hombre con su dolor y con su miedo, porque muere.
Sí, sé que en nuestro mundo frenético ya no es novedad, que el homenaje fue ayer. Pero en el frío del invierno que se recrudece, lejos ya del tributo multitudinario en su barrio, el mundo tocado por el hechizo de una luz que arde diáfana en lo frío y arranca la solidez de los objetos y los cuerpos, una luz que hace de los rostros lámparas, receptáculos de espíritu y nada, nada más, los jóvenes ponen “Space Oddity” en el café y nos quedamos callados, escuchando, prendidos al aire por la luz, y entendemos que Lázaro no tendrá que levantarse: dejó su voz como la llama que, “en el centro de todo”, arde. L