Laberinto No.661 (13/02/16)

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Laberinto

BULERÍA DE LO FEMENINO argelia guerrero p. 11

EVANGELIA david toscana p. 04 y 05

MILENIO

NÚM. 661

sábado 13 de febrero de 2016 EL PAPA FRANCISCO SE CONFIESA/FOTO: EFE

EL CATOLICISMO: ¿ÚLTIMA LLAMADA? armando gonzález torres, marcela garcía, luis xavier lópez farjeat, roberto blancarte

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ANTESALA

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sábado 13 de febrero de 2016

LABERINTO

ESPECIAL

Patético cumpleaños AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com

CASTA DIVA

E

l dadaísmo cumple cien años reencarnado en su nieto el arte contemporáneo VIP, una mala copia que ha pervertido su herencia, reduciéndola a expresiones burguesas, cargadas de una artificial intelectualización y con penosos compromisos mercadológicos. Johannes Baader dijo que era más fácil decir lo que Dadá no era, huían de las definiciones y eran antipolíticos, hoy son una fábrica de definiciones y consignas políticas. Los dadaístas se manifestaban en la clandestinidad de bares, casas, teatros marginales, hoy los artistas VIP están en bienales, museos, ferias, protegidos por presupuestos oficiales. En las escuelas los alumnos se gradúan con performances desnatados que sus maestros califican con paloma o tache. La no búsqueda dadaísta era efímera, lo que hacían no tenía valor ni para ellos mismos; los artistas y curadores VIP celebran congresos de conservación, discuten cómo preservar una instalación de chocolate, documentan los performances y venden obras invisibles con certificados, obsesionados en perpetuar lo que debería desaparecer. ¿Cuál es el proceso para que un movimiento anarquista se mercantilice y se convierta en el negocio de un montón de indigentes del talento? La no definición del dadaísmo responde a que era únicamente anarquía exhibicionista, entre las mil cosas que el Dadá no era está el arte, fue una expresión rebelde contra el estatus cotidiano. El movimiento que lo siguió con fidelidad fue el Punk, que también padeció la absorción social y se diluyó hasta la cursilería de Cyndi Lauper, así como el Dadá está degradado en obras de Martin Creed. El empecinamiento en prolongar lo que por definición era anarquía hizo que la sociedad se acostumbrara a presenciarlo, el niño

ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com

La cantante Cyndi Lauper

berrinchudo se transformó en niño mimado. La anarquía por la anarquía es improductiva, su obsesión es generar el ruido de su caos pasajero. Los agentes del poder comprendieron rápidamente que si integraban ese ruido en lugar de reprimirlo acabarían con la resistencia, y lo adoptaron como un placebo de la libertad. El arte conceptual cometió la aberración de asignarle un concepto a lo que en su origen era impulso visceral y arranque momentáneo. Sobreintelectualizaron la ocurrencia para que las instituciones académicas y los museos la integraran y la patrocinaran, es decir, se vendieron. La bipolaridad dadaísta se adormeció con el Tafil del capitalismo que aceptó de inmediato el arte sin arte porque eso hacía felices a los jóvenes aspirantes a artistas, les daba realización instantánea y despreciaba a la disciplina. El neoliberalismo, que no necesita del arte, con

esta primicia consiguió mediatizar la libertad creadora en obras que no tienen valor artístico imponiendo la dependencia total del arte con las instituciones, por primera vez en la historia del arte, el artista crea cosas que fuera del marco institucional no pueden manifestarse como arte. El mercado con la especulación de las obras VIP consiguió afianzar su sueño: el dinero adquirió capacidad de validación metaintelectual y transforma la basura en arte. El sistema que vende un vómito como arte “legaliza” la estafa, la integra en sus formas de transacción. El público se hace selfies delante de las obras VIP, se ríen de ellas y de sus compradores, mientras en las escuelas de economía enseñan cómo implementar productos financieros que saqueen a los cuentahabientes. Los banqueros y los artistas VIP comparten fiestas, las noches del Cabaret Voltaire hoy son las noches en un yate en Art Basel Miami. L

Las pistas condujeron al detective hasta el espejo de la habitación. ESPECIAL

La octava de Tarantino SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa–círculo de lectores

AMBOS MUNDOS

U

na de las pocas costumbres que conservo desde hace más de veinte años es la de ver las películas de Quentin Tarantino —también las de James Bond, aunque la verdad ya me estoy cansando—, desde aquella primera, Reservoir Dogs (Perros de reserva), impresionante, hasta la última, Los 8 más odiados. Vivía en París cuando llegó Reservoir Dogs, que vi en los cines Odeón, y luego vino la apoteosis de Pulp Fiction, que habré visto, sin exagerar, una docena de veces. ¿Qué me gustó de la estética de Tarantino? Muchas cosas: su actitud retadora con el espectador, la inteligencia profunda de sus historias, el retrato sencillo del ser humano llevado al límite, el rechazo a lo consensual a través de personajes desesperados y viscerales, lo que hace que su cine sea violento e incluya contenidos racistas, inmorales o machistas, nada políticamente correctos, y que se presentan en la pantalla de un modo descarnado, tal como lo son en la realidad; pero sobre todo me atrajo que sus guiones —esos

primeros, al menos— fueran verdaderas obras literarias. Y algo para mí muy importante: su diálogo fecundo con la tradición del cine. Valoro mucho la relación de un autor con su genealogía, en la disciplina que sea, pues ese diálogo con el pasado le da relieve y lo proyecta hacia delante, continuando con el espeso tejido de algo que podemos llamar Cultura con mayúscula. Y ahí Tarantino es genial, pues sus películas están llenas de ecos de lo mejor de la tradición: su amor por los filmes de guerra está en Bastardos sin gloria; las películas de artes marciales en Kill Bill, el cine negro en Pulp Fiction y las películas de asaltos en Reservoir Dogs, con la asombrosa elusión del atraco, que no se ve en el filme. Su amor por los westerns está en Django y en Los 8 más odiados, aunque ésta, a mi modo de ver, es mucho más interesante. En Los 8 más odiados parte de un argumento clásico: un grupo de personajes está obligado a convivir en un espacio cerrado, similar a lo que ya hizo en Reservoir Dogs y que en la literatura recuerda a El Decamerón, de

Samuel L. Jackson en una escena de Los 8 más odiados

Boccaccio. El factor exterior que los encierra varía: la peste, en El Decamerón o en este caso una tormenta de nieve, lo cierto es que el encierro hace que los personajes cambien de piel a través de sus propias historias. Historias eróticas, en el caso de Boccaccio, o la historia de la guerra de secesión de Estados Unidos en Tarantino, con dos ex combatientes que acaban por transformar el Parador de Minnie (una especie de restaurante de carretera que les sirve de refugio) en una metáfora del país y de su historia. A partir de una divertida cadena de suplantaciones, Tarantino va revelando quién es cada uno para volver a su tema de siempre: el retrato del hombre que intenta, a través de la violencia y las palabras, abrirse un espacio en la vida y trascender su pequeña condición humana, aunque acabe matándose con sus congéneres, claro, y la mayoría de las veces no pueda lograrlo. L

dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez


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ANTESALA

ESPECIAL

× I R M A

C U Ñ A ×

Somos siempre… Publicado originalmente en El extraño (1977), este poema se recoge ahora en Pasajera del viento, la antología que Irene Gruss preparó y prologó para el FCE

La mamá

S

omos siempre como el viento en la orilla, como el reverbero. Te conjuré con hojas verdes sobre la arena patagónica. (Nadie te verá, extraviado, equivocar el árbol de la noche.) Porque en espejo te dupliques, porque copies tu propio paso en el laberinto del día, te modifico el rostro, la mano, la memoria; salvo solamente tus ojos. Amor: ni el deseo ni el aroma. Una aguja de pino entre las flores, empecinado cacto.

×EKO×EX LIBRIS×MEDEA Y SU HIJA×

CARACTERES

ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

S

u nombre verdadero es Nadia, porque su madre (moderna en la década de 1960) leyó la novela homónima de André Breton y le habría gustado emular a la heroína de esa historia menos surrealista que romántica y, ya que ella no pudo, deseó que su hija lo intentara. Pero ésta, no tanto por desprecio al eterno femenino fabulado por Breton como por haber crecido en otra época más promiscua y más politizada que la de su progenitora, prefirió desde muy joven que la llamaran Naná, en alusión a la personaja arquetípica de Émile Zola. Apenas cumplidos los catorce perdió la virginidad en una fiesta borrascosa donde circularon el alcohol y las drogas y arreciaron los besos y los manoseos hasta que, de pronto, ya la había penetrado quién sabe quién. Su vergüenza duró un año. Luego Naná se dedicó a coger (nunca en su adolescencia habría dicho “acostarse”, ni mucho menos “hacer el amor”) con cuanto varón se le antojara. En la Universidad (la Nacional Autónoma, pues sus principios le impidieron estudiar en una institución privada, como ya para entonces quería su madre) probó el sexo con otra mujer. O quizá fueran dos. O varias. Lo cierto es que ella, por motivos tanto intelectuales como anatómicos, favoreció a los varones. Y que en su tránsito por la Facultad de Psicología se ganó con creces el apodo prostibulario de Naná. De acuerdo con su versión, no terminó los estudios universitarios por amor. De acuerdo con la de su exmarido, no obtuvo el título de psicóloga por necedad. Ambas explicaciones coinciden en que el hecho capital de la vida adulta de Naná es que a los 22 años se embarazó y no la dejaron (según ella) o no quiso (según él) abortar. El vástago resultó muy bonito y muy inteligente, como creen todas las madres que son sus primogénitos. Y aunque el primer hombre que ella amara de verdad (y que parecía amarla también) no había querido tener ese hijo, Naná se empeñó en parir otro más. La ocurrencia le sobrevino mientras veía en la televisión a una famosa actriz de Hollywood notoriamente embarazada que dijo, al recibir el Óscar, que ahora estaba lista para desempeñar el papel más importante de su carrera. De nada sirvió que su entonces marido se burlara, le rogara, la amenazara. Naná tuvo su segunda creatura (una niña menos bonita y menos inteligente que su hermano) y la pareja degeneró ya sin remedio en familia. Las cosas van de mal en peor desde el divorcio. Naná (la mujer más perseguida y muchas veces alcanzada en su no remota juventud) es hoy una señora descompuesta. Quejumbrosa. Insufrible para su exmarido, que debe mantenerla a ella y a unos críos que dice adorar, pero que hubiera deseado no producir. Apenas tolerable para sus parientes y amigos y vecinos, a quienes les pide (les exige) solidaridad y auxilio para la madre abandonada que alega ser. Y si insinúas que nadie le debe nada por haber procreado y que ella sola se buscó su amarga condición, Naná la mamá te escupe enfurecida que, de no ser por una madre como ella, tú ni siquiera estarías aquí.L

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LABERINTO

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Evangelia Por cortesía de Penguin Random House presentamos cuatro fragmentos de la más reciente novela del escritor regiomontano que comenzó a circular en estos días. Es una parodia que tuerce las profecías y lo escrito en los evangelios pues María no engendra a un hijo, el llamado a salvar al pueblo de Israel, sino a una hija que llevará por nombre Emanuel. Arcángeles, hombres y el mismo Jehová escenifican una desternillante comedia de imposturas

NARRATIVA DAVID TOSCANA

Y

a los ángeles, arcángeles y querubines le habían advertido al Altísimo que era un desatino enviar a su hijo a la Tierra, pero Jehová difícilmente oía consejo. Tal como no lo oyó cuando le aconsejaron no crear al hombre. Por eso llegó el día en que Luzbel le dijo: “Mira, Señor nuestro, jamás habías tenido un disgusto con los venados o los leones, con las lombrices o las hormigas, con los peces o las aves, con las nubes o los astros, y ahora te la pasas haciendo llover azufre sobre ciudades, abriendo en el suelo grietas que se tragan a miles de hombres, mandando pestes, inundaciones y sequías que de paso matan a esos venados, leones y lombrices con los que no tenías problema alguno”. El Señor de los Cielos también fue de oídos sordos cuando vino a dar con el disparate de elegir un pueblo y bendecirlo por sobre las demás naciones. “Tu bendición caerá como una maldición”, le previnieron. Mas Él ya había resuelto llevar a cabo su plan. Le recomendaron que eligiera a los hititas o a los sumerios o a los amoritas. Hasta podrían ser los propios egipcios, que con una buena dosis de cataclismos acabarían por olvidarse de Amón–Ra, Isis, Sejmet, Osiris, Neftis y Geb para aceptar a un solo dios. Pero no, la propia testarudez del Creador le hizo simpatizar con el más obstinado de los pueblos. Y ya que vio en sus elegidos madera de sufridos, torturó a los hombres con la circuncisión y sometió a las mujeres; a todos les prohibió la sabrosura del cerdo y los placeres de los mariscos. Los abrumó con centenares de mandatos y prohibiciones. Como una deidad de las cavernas se gozó en el sacrificio y quemazón de animales y pidió sangre en su altar. Cuando no lo complacían, azotaba a sus elegidos con una saña que Zeus nunca practicó. Pero hasta ahí, nadie podía acusarlo de no comportarse como un dios. Cierto es que también tuvo buenos momentos con ellos y por un tiempo les dio tierra y hasta un reino. También practicaba algunos milagros bondadosos. Su preferido era permitir que alguna anciana se embarazara. A decir de los ángeles del cielo, el juicio de Jehová de la sabiduría se torció a causa de esas bandadas de escritores y pensadores griegos que, sin ser del pueblo elegido, sin ser profetas que escucharan los dictados del Dios de Abraham y de Jacob, habían escrito y pensado mejor que Él con la mera asistencia de una musa. Y aunque en el cielo no hay noche ni día, metafóricamente se dice que pasó las noches en vela leyendo los relatos griegos que en fondo y forma superaban a los de Jonás y Job y ni se diga a textos tan profundamente aburridos como el tercer libro de Moisés o las peroratas interminables de Ezequiel o el ridículo diálogo que sostuvo con Abraham sobre el número de justos necesarios para perdonar a una ciudad o sus mandamientos carentes de poesía o tantas historias que se contaban dos o más veces. Durante unos instantes celestiales que en la Tierra se sintieron como siglos, se olvidó de escuchar los ruegos y lamentaciones de los hijos de Israel por atender a los rapsodas que contaban historias fascinantes de manera fascinante y, para cuando acordaba, ya a su pueblo lo habían despedazado en alguna batalla o lo habían exiliado o se hallaba bajo el yugo de un imperio. “Los griegos debieron ser mi pueblo elegido”, concluyó el Altísimo. Les habría dado el don de la profecía a Esquilo y a Sófocles. El Pentateuco sería una maravilla narrada por Homero.

Miró con envidia a esos dioses griegos que se emborrachaban, copulaban con diosas, engendraban hijos y vivían en las alturas las emocionantes intrigas por las que pasaban reyes y emperadores terrenales. Y así fue como le vino la idea de engendrar un hijo, y que ese hijo emulara las acciones de Aquiles y liberara al pueblo de Israel con una guerra que ensombreciese las batallas de Saúl. Mas sin tener en los cielos una pareja femenina, hubo de diseñar un proceso mediante el cual el Espíritu Santo portara su simiente allá abajo, donde los mortales. Aunque María tenía la gracia de sus trece años, estaba lejos de poseer la belleza de Sara o Ester o Betsabé o Rut, pero aun ante esa muchacha rural e inexperta, Dios se sintió apocado. Él no le hablaba a una mujer desde que echó a Eva del paraíso con palabras que nunca hubiese empleado un caballero. En su faceta de seductor, Jehová era incompetente. Por eso hubo de enviar a un ángel que hiciese de casamentero. El acto se consumó sin deseo y fue tan poco deleitable que ni aun con su gnosis divina pudo el Señor comprender por qué los hombres perdían la cabeza y hasta mataban por hacer eso mismo. “No soy humano”, se encogió de hombros, “mucho de lo humano me es ajeno”. Y era una gran verdad. Dios no sabía lo que era tener hambre, ampollas en los pies, comezón en la espalda, cólico estomacal, ojos irritados, nariz congestionada, calor o frío, borrachera y cruda, diarrea o caries, insomnio, una uña rota, tortícolis, lepra o dolores postcircuncisión, como tampoco miedo, deseo carnal, ganas de robar o remordimiento. Su contacto con lo humano se reducía a ciertas pasiones como la sed de venganza, la demagogia, los celos y el egoísmo. Sobre todo esto último. Por eso el mandamiento primero era el más importante. Él lo cumplía cabalmente, amándose a sí mismo por sobre todas las cosas desde el principio de los tiempos. Ahora estaba experimentando una pasión humana: la rabia mezclada con el impulso de culpar a otros por las propias faltas. Y es que después de haber bendecido a tantos de su pueblo con unigénitos o primogénitos varones, después de haberle dado a Jacob trece hijos, entre los cuales doce fueron hombres, vino a resultar que Él tuvo una niña. Podía esperar a que Emanuel muriese y viniera a sentarse a su derecha, entonces la transubstanciaría en el hombre que siempre debió ser, para enviarla de nuevo a Belén de Judea en forma espiritual y celular, y que al paso de los meses se volviera un recién nacido. Pero eso podía tardar muchos años, y para cuando Juan estuviese predicando y bautizando en el Jordán, quizá “el que había de venir” no estuviese siquiera en un vientre de mujer. Él no podía alzar la mano contra su propia hija para acelerar el proceso, pues cualquier dios sabe que tiene prohibido el deicidio. Jehová se resignó. Tendría que esperar a que las cosas se dieran por sí solas. Cruzó los dedos cuando se enteró de que las huestes de Herodes marchaban hacia Belén para matar a cada varón menor de dos años. En la masacre bien podrían incluir a Emanuel. Por eso mismo no hubo un ángel del Señor que dijera a José que huyera a Egipto, cosa que de cualquier modo no hubiese podido hacer sin el oro que se llevaron los magos. ◆◆◆ Dado que el historiador Flavio Josefo no habló de la masacre de los inocentes, tal como no lo hizo ningún cronista ni ninguno de los testigos que vivieron tan pavorosa experiencia, el asunto se convirtió en tema para la leyenda; y la leyenda habló de las madres desesperadas que corrían con sus niños en brazos o se escondían en cualquier callejón o bajo un mueble; habló de soldados que alanceaban o acuchillaban o azotaban o descuartizaban o pisoteaban a las criaturas que no tenían conciencia para saber qué estaba pasando pero sí captaban que había que temer y llorar. En el futuro los pintores darían su mejor aproximación a esas madres horrorizadas, a esos niños muertos o a punto de morir y se solazarían mostrando los músculos de los romanos que contrastaban en belleza con la crueldad de sus actos y expresiones. Leyenda y arte convertirían este hecho más que verdadero en una lucha entre las huestes de Herodes y las madres aterradas. Como si en Belén no hubiera hombres. Como si esos niños no tuviesen padres. Como si los padres no supieran defenderlos.


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LITERATURA

ANÓNIMO

Fresco en la Iglesia de San Gregorio Maggiore, Spoleta, siglo VI

No, damas y caballeros, matar a tanto niño no es cosa liviana. No es como si los inocentes estuviesen en una plaza pública listos para ser alanceados. La campaña duró cuatro días. Luego de la acometida inicial, hubo que tomar control sobre la población. Sacar a los habitantes a las calles y hacerlos marchar fuera de los muros. Aunque Belén fuese pequeña había muchos escondrijos. No resultó fácil inspeccionar cada casa, cada almacén, cada pozo o cavidad, cada mueble, horno y tinaja. Afuera de las murallas, las mujeres lloraban con grandes voces para ahogar el llanto de los niños que dejaron ocultos. Los romanos prendieron fuego a pajares y almacenes y en cualquier sitio que dejara una duda. Cuando las madres vieron el humo pidieron ir adonde habían dejado a sus hijos; ellas mismas acabaron por delatar los escondites porque les quedaba la huera esperanza de que un ser humano mostrara la misericordia que el fuego nunca tiene, o quizá porque el acero deja un cuerpo muerto, en tanto la hoguera se lo lleva todo. Cuando obligaron a los betlemitas a salir de la ciudad, María alzó sobre su cabeza a Emanuel desnuda. Exhibió lo mejor que supo su mujeridad. De cualquier modo un romano se acercó a husmear, no fuera a ser un truco o, según se decía por aquellos días sobre los eunucos, un exceso de circuncisión. Quienes gustan de ver señales premonitorias habrán notado que María sostenía a Emanuel de sus brazos extendidos, y la pequeña dejaba caer su cuerpo relajado y desnudo delante de soldados enemigos. Al final, junto con las criaturas, habían muerto once hombres betlemitas y tres mujeres, además de cuatro enviados de Herodes. No hubo cuenta de heridos. Los soldados se llevaron a diez prisioneros y los encerraron en Masala. Cinco fueron ejecutados. Los otros cinco salieron libres poco tiempo después, cuando Herodes acabó de morirse. Entre los caídos y arrestados hubo varios canteros y carpinteros. No es que fueran más beligerantes que el resto de los pobladores, pero ellos tenían a mano lo más parecido a un arsenal. A un romano le partieron la cabeza con golpe de martillo; a otro le clavaron un cincel. Dos más murieron de pedrada certera y cuchillada profunda. Cuando por fin las madres dejaron de abrazar y besar a sus pequeños cadáveres, se cerraron los sepulcros. Ahí pasarían la suma de sus noches los Santos Inocentes, de los que luego se sabría que no eran ni santos ni inocentes ya que jamás pasaron por el ritual del bautismo y llevaban en sus almas el pecado que Eva les había heredado. Como no hubo necesidad de llevarse a Emanuel a Egipto y quedaron vacantes algunos puestos de carpintero, José decidió quedarse en Belén y, en vez de que se cumpliese lo que anunció el Señor por medio de Oseas, cuando dijo: “De Egipto llamé a mi Hijo”, hubo de aceptarse que la tal no era una profecía mesiánica sino una licencia poética que hablaba de los israelitas saliendo

de los dominios de Faraón mil quinientos años atrás. Por supuesto a José y María les gustó esa interpretación, pues no les venía en gana hacer tan largo viaje solo para no contradecir al bueno de Oseas, profeta menor. ◆◆◆ En la corte celestial se tomó una resolución poco meditada: la Trinidad se convertiría en Tétrada. Había que mandar al mundo otro Hijo de Dios para que padeciera y fuera sepultado. —Esta vez —el Creador jaló la oreja de Gabriel— asegúrate de que sea circuncidable. El arcángel asintió a sabiendas de que él no tenía parte en el asunto. Se optó por hacer la nueva Anunciación directamente en Belén. No es que ahí hubiera tantas vírgenes a punto de desposarse, pero tampoco César Augusto habría de organizar otro censo para justificar que una embarazada saliera de Nazaret y le pillara el parto justo en la ciudad de David. Fue Gabriel quien realizó algo parecido a un censo. Le satisfizo encontrar dos candidatas cuyas ascendencias podían rastrearse hasta Abraham, pasando, por supuesto, por la sangre davídica, cosa que no era tan complicada, Como no hubo necesidad pues cuarenta generaciode llevarse a Emanuel nes después del reinado a Egipto y quedaron de David había tantos vacantes algunos puestos descendientes suyos que de carpintero, José casi todos en Belén y en el decidió quedarse en Belén resto de Judea e incluso en Galilea podían asegurar que algo les correspondía de esa sangre real y hasta por más de una ruta en las complicadas genealogías, que para eso David había tenido con sus mujeres diecinueve hijos varones mas no se sabe cuántos con sus concubinas; y vaya uno a saber cuántas hijas procreó durante sus estancias en Hebrón y Jerusalén y cuando andaba de paseo y cuando sus campañas militares, y ni se diga si buscamos la descendencia que tuvo a través de las setecientas esposas y trescientas concubinas de su hijo Salomón. Entre las dos candidatas, Gabriel eligió a una virgen de quince años llamada Margalit. Aunque su nombre tenía origen helénico, ella era fiel seguidora de la ley de Moisés y temerosa de Dios. Además, era más bella que la otra. El ángel esperó a que Margalit quedase sola para entrar en su aposento por la ventana. —¡Salve, muy favorecida! —le dijo—. El Señor es contigo. Bendita tú entre las mujeres. Margalit se turbó a tal punto que agarró un azadón y apaleó al alicaído mensajero. Por eso hoy nadie reza el Ave Margalit. Gabriel esperó una noche de luna llena para visitar a Shifra, la otra virgen, que por ser poco agraciada sería más sumisa. Primero la llamó por su nombre para no asustarla; luego procedió con su ostentoso saludo:

—¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo. Bendita tú entre las mujeres. Shifra se turbó mucho por estas palabras, y se preguntaba qué clase de saludo sería éste. El ángel le dijo: —No temas, Shifra, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su padre David, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces Shifra dijo al ángel: —¿Cómo será esto, puesto que soy virgen? Respondiendo el ángel, le dijo: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios. Y he aquí, tu parienta Elisabet en su vejez también ha concebido un hijo. —No tengo ninguna parienta con ese nombre —dijo Shifra. —Eso importa poco —Gabriel creyó recordar que el parentesco entre el Cristo y Juan el Bautista no estaba en ningún libro de profecía, así es que pudo haberse saltado esa parte del anuncio. Entonces Shifra dijo: —He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia. Shifra se sintió tan llena de gracia que comunicó a sus parientes la noticia del embarazo divino. Naamah, su prometido, la repudió. Antes de que cantara el gallo, los hombres de la ciudad la habían apedreado. El cuerpo de la madre de Dios yació sobre la tierra hormigueada con la semilla de su vientre aún palpitante, hasta que el propio arcángel Gabriel lo llevó a darle sepultura. ◆◆◆ María había sido la primera en sorprenderse cuando alumbró una niña. Aunque en un principio el nombre de Emanuel le había parecido de hombre, pues terminaba como Abel, Israel, Daniel, Samuel, Zorobabel o el propio Gabriel que vino a imponérselo, lo cierto es que también podía funcionar para una mujer, como Raquel, Jael o Jezabel. No iba ella a desconfiar de Dios, así es que su promesa seguiría vigente. Emanuel habría de ser grande y sería llamada Hija del Altísimo y el Señor Dios le daría el trono de David su padre. José fue quien se sintió desesperanzado cuando vio lo que su mujer había parido. Llegó a pensar que Jehová le había gastado una broma y el trono de David sería, sin metáforas, el trono de David: un trasto desvencijado que le traerían al carpintero para lijar y cambiarle una pata rota y luego olvidarían durante años hasta que pasara a manos de su hija Emanuel, que habría de sentarse en él para amamantar a sus hijos o desgranar una granada. La llegada de los magos con obsequios lo había llenado de ambición. Se preguntó cuánto oro habría en el cofre, si medio talento o aún más. Supuso que el incienso y la mirra serían de la mejor calidad. También con ellos hizo conversiones monetarias. Por eso tuvo una fuerte discusión con María cuando los magos se retiraron con sus tesoros y al fin les dieron un momento de privacidad el Señor y su ángel. Por causa de la lujuria también le había molestado a José que Emanuel hubiese nacido niña. Luego de casarse con María, pasó meses en los que no pudo conocerla hasta que llegase el alumbramiento y transcurrieran los cuarenta días de purificación ordenados en la ley. Mas por razones que José desconocía, Moisés había decretado que la impureza de la mujer duraba el doble cuando paría a una de su mismo género. La noche en que Emanuel cumplió ochentaiún días, José lloró de felicidad. Desde ese momento habría de darle poca tregua a María madre de Dios a la que también volvió María madre de Jacobo y de José y de Judas y de Simón y de otras tantas hermanas y, a fuer de la mortandad infantil, de al menos otros tres críos que no llegaron a edad adulta. Por eso, aunque el arcángel Gabriel hubiese convencido a su Señor de volver a intentarlo con la propia María, habría sido imposible encontrar una vacante en ese vientre tan industrioso. L


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Catolicismo: ¿última llamada? La visita del Papa Francisco a México lleva a preguntarnos por las relaciones entre la fe y la creación artística y filosófica. Invitamos a cuatro escritores y pensadores, los tres primeros de raigambre católica, para que expusieran los fundamentos de estas relaciones y trazaran la ruta que va de la espiritualidad a la razón, establecieran los aportes del catolicismo a la filosofía y definieran los vínculos de las instituciones políticas mexicanas con los poderes religiosos

Actualizar la fe: de ortodoxos y heterodoxos ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

C

ualquiera con un poco de sentido común sabe que revelarse como católico en los círculos intelectuales o artísticos es anticlimático: constituye la peor manera de ser sometido al ostracismo u observado como un bicho rancio. No es extraño, especialmente en los países con más fuerte tradición católica, que el estamento intelectual tienda a ejercer cierto extremismo secular y a sospechar de aquel que confiesa una fe religiosa. En particular, desde el estallido de la Revolución francesa, el catolicismo ha sido esquematizado como un adversario tenaz del pensamiento y las costumbres modernas y ha mantenido una relación tirante con la clase artística e intelectual. Es natural que, en este entorno de mutua desconfianza, la cultura de inspiración católica contemporánea constituya un terreno poco conocido, que no haya una visión orgánica de su naturaleza y aportaciones y que persista una mezcla de ignorancia y animosidad al evaluarla. Esta noción tópica pierde de vista la pluralidad del horizonte católico (que va de lo más retrógrado a lo más radical) como una constelación de tradiciones y comunidades heterogéneas y confunde la cultura católica con las posturas (a menudo indefendibles) de la Iglesia o con los actos criminales de algunos de sus miembros. Por supuesto, modernidad y catolicismo son, más que visiones unívocas condenadas a enfrentarse, realidades híbridas y cambiantes con numerosos puntos de vinculación. El catolicismo no solo es un punto relevante del poder geopolítico o un conjunto de dogmas y prácticas devocionales, sino un acervo extraordinariamente fecundo y variado de textos literarios, formas pictóricas, géneros musicales, estilos arquitectónicos, modelos de urbanismo, esbozos de teoría política, modos de razonamiento jurídico o propuestas de organización y reforma social, que conforman el sello genético de Occidente. Tras las primeras décadas de pasmo, después de 1789, la Iglesia dejó de concebir a la modernidad como un remolino sangriento y asumió que se trataba de una estructura permanente de instituciones y

pensamiento dentro de la que debía luchar por su supervivencia. Diseminado en múltiples, y a veces encontradas propuestas, el pensamiento y la producción artística católicas siguieron operantes y dinámicos en los siglos XIX y XX y si bien esta religión llegó a asociarse con las peores causas, también constituyó focos progresistas y fuentes de ideas. Desde mediados del siglo XIX, hubo un intento de responder a la secularización y se establecieron medios de comunicación, instituciones filantrópicas, centros educativos, sindicatos o partidos con el fin de crear cuadros afines a la cosmovisión católica e influir en la vida pública. Sin embargo, más allá de esta ramificación institucional, más o menos ligada a la estructura de la Iglesia y muchas veces reactiva a la modernidad y opositora al cambio social, de forma individual muchos pensaLa mayoría del arte dores y artistas católicos y el pensamiento impulsaron la indagación contemporáneo con y actualización de su fe. De inspiración religiosa ya esta manera, la vitalidad no constituye un brazo intelectual de inspiración pedagógico de la Iglesia católica de finales del siglo XIX y principios del XX incluye ideas originales en materia de reforma social y organización económica, doctrinas filosóficas, renovaciones teológicas y un amplio catálogo de obras artísticas, particularmente valiosas en la música, la arquitectura, la poesía y la narrativa. Esta renovación fue encabezada por un nutrido y variopinto catálogo de personajes que incluye a G. K. Chesterton, C. S. Lewis, T. S. Eliot, Hilaire Belloc, J. R. R. Tolkien, Leon Bloy, Charles Péguy, Jacques Maritain, Ramón López Velarde, Ramiro de Maeztu, Georges Bernanos, Paul Claudel, Gabriel Marcel, Emmanuel Mounier, Romano Guardini, Giovanni Papini, Edith Stein, Antoni Gaudí o Francis Póulenc, por mencionar solo algunos nombres. Con el tiempo, la asimilación gradual de las novedades científicas y de las ciencias sociales en el medio religioso, la liberación general de las costumbres y la paulatina actualización de la Iglesia con el Concilio Vaticano II se orientan a modificar definitivamente la relación del católico con su entorno. Cualquier artista o intelectual que

profese cualquier religión debe entender que la esfera de la fe pertenece estrictamente al ámbito privado y no brinda ninguna validez o autoridad intrínseca a su actividad profesional. La mayoría del arte y el pensamiento contemporáneo con inspiración religiosa ya no constituye un brazo pedagógico de la Iglesia, ni cumple una función litúrgica, sino que representa un medio de expresión poderosamente individual, y en muchas ocasiones ambivalente y desconcertante para el buscador de certezas. De hecho, el frenesí, la excentricidad y la radicalidad de muchas búsquedas individuales choca con el dogma y vuelve a muchos creyentes, de Simone Weil a Lanza del Vasto, de Gerald Manley Hopkins a Graham Greene, de Jack Kerouac a Martin Scorsese, de Thomas Merton a Garry Wills, de Charles Péguy a Maurice Dantec, de Alfredo Placencia y Concha Urquiza a José Lezama Lima, una compañía incómoda para la institución eclesial. Los mejores intelectuales y artistas de espíritu religioso no se dirigen a un auditorio de correligionarios o feligreses, sino que emprenden un diálogo intercultural amplio, escudriñan y cuestionan dogmas y actitudes y bordean las fronteras entre lo sacro y lo profano, entre la indagación y la provocación. En efecto, la intuición espiritual del artista, del pensador original o del místico raras veces coincide con la ortodoxia, pero permite una exploración, tan cruda como reconfortante, por los misterios y paradojas de la condición humana y de las sociedades. Por eso, acaso frecuentar el complejo y plural campo del arte y el pensamiento de inspiración católica permite constatar que la fe no siempre se honra con la obediencia ciega a la jerarquía, sino, al contrario, con la duda, la crítica y la disidencia. L Armando González Torres. Escritor. Su más reciente libro es Salvar al buitre.


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sábado 13 de febrero de 2016

DE PORTADA

ESPECIAL

¿Es posible ser un intelectual creyente?

E

MARCELA GARCÍA

n tiempos del “nuevo ateísmo”, que califica de irracional todo lo que no se obtenga de la evidencia empírica, y del terrorismo del Estado Islámico, pareciera más adecuada y sensata que nunca la idea de que religión y racionalidad son incompatibles. Se supone que la racionalidad se ejerce en el pensamiento crítico, autónomo, que no se deja limitar por sistemas impuestos. Sin embargo, aun en nuestro tiempo hay una lista considerable de personas que sobresalen como científicos, pensadores o filósofos rigurosos, y, a la vez, profesan una fe religiosa. Para dar sentido a esta aparente contradicción, sugiero considerar cómo entienden algunos de estos pensadores los dos elementos en tensión: la racionalidad y la fe. Me concentraré en filósofos contemporáneos que se reconocen cristianos (entre los cuales están Simone Weil, Peter Geach, Elizabeth Anscombe, Michael Dummet, Paul Ricoeur, Charles Taylor, Peter van Inwagen, Dean Zimmerman o Bas van Fraassen). Mientras que el “nuevo ateísmo” sostiene que es irracional creer en algo de lo cual no podremos obtener nunca evidencia dura, Van Inwagen señala un fenómeno curioso: se exige a las creencias religiosas un estándar de evidencia que no pueden cumplir, pero se hace caso omiso de que la mayoría de nuestras creencias filosóficas tampoco podrían pasar esa prueba. Si hubiera evidencia clara para creencias como el nominalismo, habría un poco más de consenso entre filósofos. Lo que tenemos es una inmensa pluralidad de posturas: profesionales de la argumentación que no logran ponerse de acuerdo aunque reconozcan que los argumentos contrarios son razonables. En otras palabras, lo racional es más amplio que lo que se puede comprobar de una vez por todas con el método científico. Aun así, una cosa es una racionalidad amplia, y otra es someterse a una serie de dogmas que no se pueden cuestionar, algo que, se supone, implicaría la fe. ¿Qué clase de intelectual podría ser alguien que no pensara libremente? Simone Weil, filósofa radical, habla de la fe como una inteligencia que se somete al amor, pero sirviéndose de sus propios medios. “No debe someterse si no es sabiendo por qué de manera precisa y clara”. Los misterios cristianos (la Trinidad, la Encarnación) son novedades y, como tales, no acabamos de comprenderlos. Siguen dando para pensar. Definir un misterio no clausura la reflexión sino que, al contrario, la obliga a ir más allá de sus límites, a contemplar lo inabarcable. Ese momento de aceptar lo que nos supera podría verse como una subversión del intelecto, como dice Hume: “quien asiente movido por la fe es consciente de un milagro continuo en su persona que subvierte todos los principios de su entendimiento”. A pesar de la ironía humana, Van Inwagen está de acuerdo: la fe requiere un milagro subversivo, pero el milagro no subvierte nuestro intelecto, sino la tendencia innata que tenemos a darnos culto a nosotros mismos. “Y por este milagro, el entendimiento queda libre”. Libre de cerrarse sobre sí mismo, entonces, pero ¿libre para qué? Hablemos del otro polo en tensión. Casi ninguno de estos autores habla de la fe como experiencia de certeza. No se trata de una verdad que se tiene en el bolsillo como si fuera una piedra. Más bien subrayan el aspecto dinámico de la fe: la búsqueda, el anhelo, la ausencia. Ya desde Pablo, la fe tradicionalmente se asocia a la escucha, y no a la visión. Estar a la escucha significa aceptar la palabra imprevista del otro. Impide dar por terminado lo que el otro me quiere decir. El plano de la fe no puede reducirse a un sistema de tesis filosóficas, sino que implica un componente vital de confianza y apertura a otra persona. Esa experiencia de fe que me lleva a abrirme a otro me obliga a cuestionarme una y otra vez a mí mismo, sobre todo a un nivel práctico. Amar al de al lado como a mí mismo es una exigencia tan desmedida que no puedo nunca satisfacerla. La experiencia del creyente no es la de haber llegado ya, sino la de aventurarse por un camino en el cual se topa constantemente con su limitación. L Marcela García. Investigadora en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM.

Filosofía para quién LUIS XAVIER LÓPEZ FARJEAT

El católico debe simplificar su vida y complicar su pensamiento. Nicolás Gómez Dávila

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uan Pablo II redactó en 1998 la carta encíclica Fides et Ratio. Este documento es una de las iniciativas más recientes de la Iglesia católica para revitalizar el pensamiento filosófico católico y defender la fuerza de la razón y su capacidad para aproximarnos a la verdad. El documento dirigido, como es lógico, principalmente a los creyentes, aclaraba sin embargo que los temas y problemas ahí expuestos no eran de interés exclusivo para pensadores católicos, sino para la comunidad filosófica en general. Diez años después, Benedicto XVI declaraba que la encíclica trataba un tema de perdurable actualidad y que el pensamiento filosófico resultaba esencial para construir una sociedad más humana y más justa. La realidad, sin embargo, es que el impacto de Fides et Ratio en ambientes no confesionales fue prácticamente nulo. En los sectores católicos, sobre todo en universidades, el planteamiento fue en general bien recibido: fe y razón se animan recíprocamente como dos alas con las cuales el espíritu humano puede elevarse hacia la verdad. Aunque cada una es autónoma, se insiste en la carta, su disociación no es conveniente. En otras palabras: ni el racionalismo ni el fideísmo resultan posiciones pertinentes para hacer filosofía. La fórmula de Juan Pablo II no era nueva: en el siglo XIII Tomás de Aquino había defendido la autonomía de la fe y de la razón añadiendo que, a pesar de ello, se encontraban interconectadas e incluso se iluminaban entre sí. Con todo y su celebrada aparición, Fides et Ratio motivó al mismo tiempo algunos debates en los propios contextos católicos: ¿no estábamos ante un falso dilema?, ¿qué debían hacer los católicos que hacen filosofía: filosofía o filosofía católica?, ¿buscaba este documento establecer los lineamientos oficiales para hacer filosofía al servicio del catolicismo?, ¿estábamos de nuevo, como había sucedido en 1879 con la encíclica Aeterni Patris de León XIII, ante la rehabilitación del tomismo como la filosofía oficial de la Iglesia católica? Fides et Ratio resolvió pocos problemas y en cambio abrió muchas preguntas para los escasos filósofos que en esta era secular y postcatólica —como ha sido denominada— todavía se preguntan si es posible armonizar su labor filosófica con su credo personal: ¿hasta dónde puede un creyente reconocer la autonomía de una disciplina científica como la filosofía, y hasta qué grado las creencias religiosas afectan la manera de construir los argumentos filosóficos? ¿Está obligado un

filósofo católico a hacer filosofía confesional? Con esta clase de interrogantes, la encíclica conseguía en cierta forma uno de sus objetivos, a saber, retomar la gran cuestión que desde siempre se han hecho los grandes pensadores católicos, desde san Agustín hasta Chesterton: ¿cómo sobrellevar las tensiones propias de quien confía sin firme evidencia en la existencia de Dios, y a la vez se dedica al cultivo de una disciplina racional? En su momento, la encíclica de León XIII tuvo una mejor recepción que Fides et Ratio. León XIII creía que el tomismo contenía los recursos necesarios para aproximar hasta donde fuera posible el catolicismo a la modernidad. Su llamado condujo a un renacimiento de la filosofía tomista en el que destacarían pensadores importantes: Joseph Maréchal, Jacques Maritain, Garrigou–Lagrange, Étienne Gilson, Cornelio Fabro, entre otros. Varios filósofos consideraron seriamente el llamado de León XIII consiguiendo algunos resultados: el restablecimiento de la escolástica, el interés en la filosofía existencialista y en la fenomenología, e incluso, como en el caso del padre Bochénski, el cultivo de la lógica formal. Sin embargo, a pesar de la genialidad de varios pensadores católicos, el efecto final de la encíclica no fue del todo positivo: la Aeterni Patris condujo a una visión simplista y dogmática del tomismo. Desde entonces, y a pesar de los esfuerzos de los así llamados tomistas analíticos —en cierto modo Elizabeth Anscombe y Peter Geach, pero además Anthony Kenny, John Haldane, Eleonore Stump, y otros—, ha sido difícil conseguir que Tomás de Aquino y otros filósofos católicos se consideren relevantes en el debate filosófico contemporáneo. Algunas excepciones, y a riesgo de omitir el nombre de otros católicos, son tal vez Michael Dummett, Nicholas Rescher, Charles Taylor y Alasdair MacIntyre. A pesar de ser una minoría, todavía existen filósofos con una visión católica interesados en participar activamente en las discusiones filosóficas contemporáneas. Sin embargo, las preguntas centrales siguen abiertas a la discusión: ¿qué significa actualmente ser un filósofo católico?, ¿existe una filosofía católica o existen más bien católicos que hacen filosofía?, ¿qué tanto puede hacer la filosofía para renovar o regenerar la propia tradición católica?, ¿qué puede aportar el catolicismo a la filosofía? Sería deseable una discusión intensa sobre estas cuestiones en el propio catolicismo. L Luis Xavier López Farjeat. Filósofo y ensayista. Es autor de Routledge Companion to Islamic Philosophy (Routledge, Londres-Nueva York, 2016).


DE PORTADA

sábado 13 de febrero de 2016

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LABERINTO

DAVID HELMAN

¿Existe una cultura católica en México?

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ROBERTO BLANCARTE

iempre me he preguntado si en México existe realmente una cultura católica y, si acaso, qué características tiene. Al hablar de cultura es necesario de cualquier manera definir qué entendemos por ésta, porque muy fácilmente se pueden generar confusiones. La existencia de católicos cultos no garantiza una cultura católica, por lo menos no como algunos podrían concebirla. Si por cultura entendemos el conjunto de representaciones colectivas en una sociedad determinada, entonces ciertamente hay en nuestro país una cultura católica determinada o varias culturas católicas, dependiendo del tipo de estrato, etnia o cosmovisión que se tenga. Pero si por “cultura católica” entendemos una perspectiva de la sociedad arraigada en instituciones que forjan y reproducen una manera de ver el mundo, entonces quizá en México no la tenemos. Pienso en países como Bélgica o Argentina donde, desde mi parecer, existe indudablemente una cultura católica porque hay instituciones sociales o políticas que la reproducen. En Bélgica, por ejemplo, existe lo que se ha dado en llamar una “pilarización” de la sociedad. Ésta se inscribe en tres pilares o modelos de pensamiento diversos: socialista, laica o católica. Hay así escuelas laicas (liberales), sindicatos laicos, partidos políticos laicos, organizaciones de la sociedad civil laicas, al mismo tiempo que hay escuelas católicas, sindicatos católicos, partidos políticos católicos, etcétera, y lo mismo sucede con los socialistas. Existe entonces toda una estructura institucional social y política que intenta reproducir un modelo de sociedad y en la que se inscriben diversos sectores de la ciudadanía. En realidad, en la actualidad muchos de estos modelos, incluso el católico, ya han conocido un proceso de secularización. Pero no me interesa aquí ahondar en dicho fenómeno. Lo cierto es que en la sociedad belga hay una cultura católica que es reproducida por esta infraestructura institucional y que alimenta una determinada visión del mundo. En Argentina no hay el mismo tipo de instituciones, por lo menos formalmente. Y sin embargo, la cultura católica ha permeado a las instituciones políticas, desde la época de la caída de las oligarquías agro–exportadoras con el crack bursátil de 1929 y el ascenso de regímenes nacional–católicos o católico– populistas en la década de 1930. Desde entonces y hasta ahora el discurso político está impregnado de referencias católicas y la legitimidad de los gobiernos pasa incluso por una determinada consagración proveniente de la Iglesia católica, la cual pasa una factura correspondiente en una enorme cantidad de subsidios y privilegios. Hay, desde esa perspectiva, una enorme cultura política católica que hace que todavía existan los Te Deum y que personajes como los Kirchner no hayan podido y ni siquiera intentado cambiar. Si acaso cambian de obispo para la consagración del poder. La llegada de un Papa argentino complica todavía más el panorama y explica que el candidato peronista a la presidencia no haya dudado en apelar al nombre del Papa Francisco en más de una ocasión durante los debates electorales. Pero volviendo a México, y por esas mismas razones, me parece que en México no hay una cultura católica entendida como tal, o es una cultura completamente subordinada a la cultura laica, independientemente de los deslices cada vez más recurrentes de toda una clase política. En México sigue siendo mal visto que un político intente desplegar una determinada cultura o visión católica del mundo. Esto se lo debemos, para bien o para mal (según el gusto), a una tradición liberal muy arraigada en nuestro país desde mediados del siglo XIX, que se reforzó con el anticlericalismo de la Revolución mexicana, arraigado entre los constitucionalistas, quienes además resultaron los vencedores entre todas las facciones revolucionarias. Aunque el villismo también compartió ese anticlericalismo popular. Por supuesto, todo ello no hace que desaparezca una “cultura católica” popular, que no se parece ni se acerca remotamente a lo que Roma (o para ser más precisos, la Santa Sede) quisiera que fuese. L Roberto Blancarte. Sociólogo, historiador y científico social especializado en religión, laicidad y democracia.

David Toscana

Atizar el fuego RESEÑA JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ

R

efigurar una obra literaria no es un simple proceso de reescritura. Requiere sumar el proceso de adaptación, por ejemplo, dar un nuevo sentido a los personajes, dejar que se nutran desde su génesis y hacerlos llegar a un nuevo estadio en que su presencia signifique una cosa diferente. Implica, también, respetar los valores del relato originario de forma tal que la refiguración no pretenda ser un texto nuevo, separado del primero. Justo ahí es donde estriba su riesgo: en la inmediata comparación. Es como si se le quisiera rendir homenaje al tiempo en que se ofrece una nueva versión, enriquecida por el tiempo, el lenguaje y una alta dosis de atrevimiento. Cada tanto aparece un nuevo evangelio. Apócrifo y literario, por supuesto. Fuera de todo canon y de toda posibilidad de serlo. A muchos escritores les ha impulsado la pluma un cuestionamiento en torno al mito fundacional de buena parte de las religiones occidentales. Tal vez la tentación sea tanta que, a la larga, no les quede otro remedio que escribir una novela. Pero pensar en ella implica tomar riesgos. No solo por las comparaciones; a fin de cuentas, éstas llegarán incluso si se pretende contar la vida de Cristo desde la ortodoxia religiosa. Éstos se suman cuando la intención es ir más allá, sumar posibilidades y versiones, cuestionamientos y giros. Con El Evangelio según Jesucristo, Saramago decidió hacerse de un recurso poderoso. Su narrador era capaz de cuestionar los hechos, incluso el mandato divino. De esta forma, algo que podía parecer tan natural tras siglos de abrevar en la misma historia, de pronto se convertía en algo oscuro o carente de sentido. Saramago no fue más lejos y no necesitó hacerlo. Su novela quedó redonda. David Toscana se ha atrevido a más. Se le ocurrió cambiar un pequeño detalle. Sabedor

de las leyes de la probabilidad, planteó algo lógico: ¿y si el primer hijo de María y José hubiera sido mujer? La pregunta hasta parece ingenua. La genialidad no radica en ella. A todos se les pueden ocurrir preguntas extremas. No cualquiera es capaz de resolverlas. Así que fue mujer y la nombraron Emanuel. Eso, claro está, no puede gustarle a Dios. El machismo ha estado presente desde entonces. Una mujer de hace dos mil años no tiene las mismas oportunidades que un hombre. Si competir para ganarse el sustento es difícil, mucho más lo será para hacerse un lugar en la divinidad. Melchor, Gaspar y Baltazar, cansados de una larga caminata, no quisieron dejarle los regalos que llevaban con ellos. Dios fue, entonces, implacable: Gabriel, su arcángel, corregiría el daño. No era sencillo. Piénsese en un ángel intentando encontrar a otra mujer virgen para embarazar sin intervención de varón para luego convencer al esposo de que ella está esperando al hijo de Dios. Piénsese, también, en la posible respuesta de un grupo de hombres a quienes sus mujeres les han hablado de la aparición de este ángel. No, a Gabriel no podía irle bien. El planteamiento de Toscana es tan extremo que, de pronto, todo se desvía. Pero el cambio no puede ser excesivo. Evangelia (Alfaguara, México, 2016) es un evangelio y, en consecuencia, debe contar la vida del primogénito de María y José. Solo que ahora no basta con discutir los argumentos, con cuestionar la voluntad divina o con confrontar al mundo celestial. También se deben resolver los conflictos propios de la trama. Porque la ocurrencia original despliega, por fuerza, otros cambios mayores. Por triste que parezca, no es lo mismo si el hijo de Dios es hija. David Toscana es, sin duda, uno de los más grandes novelistas de nuestro país. Si en sus primeras novelas había hilado en torno a sus obsesiones, si en las subsecuentes depuró su prosa casi hasta el límite, si en todo momento se ha ocupado de construir personajes tan complejos como entrañables, Evangelia es el resultado de un autor que ha alcanzado su mejor momento. L


MILENIO

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sábado 13 de febrero de 2016

× A

OBRAS COMPLETAS JUAN RULFO RM Editorial/ Fundación Juan Rulfo México, 2016 456 pp. Llamamos Obras completas a este tríptico conformado por Pedro Páramo, el Llano en llamas y El gallo de oro que RM Editorial y la Fundación Juan Rulfo lanzan en paquete. La primera, esa célebre, admirada e insuperable gran novela mexicana; el segundo una colección de 17 cuentos, algunos inolvidables (“Talpa”, “¡Diles que no me maten!”, “No oyes ladrar los perros”) y el tercero, la segunda novela de Rulfo que Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez adaptaron para el cine, germen del filme homónimo que en 1964 dirigió Roberto Gavaldón. AIRE EN LIBERTAD. OCTAVIO PAZ Y LA CRÍTICA JOSÉ ANTONIO AGUILAR RIVERA (COORD.) Fondo de Cultura Económica México, 2015 300 pp. Doce escritores, historiadores, críticos literarios, científicos sociales y poetas pasean por ese inmenso paraje que Paz tantas veces frecuentó: el de la imaginación al servicio de la crítica. Y lo hacen sin ánimo conmemorativo ni hagiográfico, dialogando y debatiendo, a veces incluso riñendo. Es posible hallar textos con un acentuado tono personal —como el de Héctor Aguilar Camín— o solo para especialistas —Yvon Grennier—. Privan, sin embargo, las imágenes del joven que se maravillaba ante los mundos recién descubiertos y el del mandarín pendenciero. LA MÚSICA DELGADA HÉCTOR PEREA UNAM/ Coordinación de Difusión Cultural/ Dirección de Literatura México, 2015 209 pp. Escritos entre 2003 y 2013, y algunos publicados aquí en Laberinto, estos ensayos certifican la amplitud de intereses y registros de Héctor Perea. Son capaces de arrojar una mirada a la obra pictórica de Joaquín Clausell o a las peripecias carcelarias de Guillermo Enríquez Simoni, de acercarse al Carlos Fuentes cinéfilo y cineasta o a los vínculos culturales entre México y España tras la caída de la II República. No falta una visita a Alfonso Reyes, de quien Héctor Perea se ha ocupado en muchas ocasiones, ahora con el fin de mostrarlo como un escritor caleidoscópico. LA VIDA ÍNTIMA DE LAURA CLARICE LISPECTOR Conaculta México, 2015 s/ p. La escritora de origen ucraniano y de corazón brasileño escribió docenas de cuentos infantiles, siempre rechazados por los editores de diarios y revistas. Estaban dirigidos a sus hijos y tenían estructuras y argumentos nada convencionales. En este caso, hace vivir a una gallina con el pescuezo más feo del mundo y capaz de producir sentimientos y pensamientos que tiene, además, experiencias nunca reservadas para las de su especie. Lispector piensa en niños de corta edad. No es casual que prefiera la sencillez al artificio. LA DIGNA METÁFORA Año I, número 27 México, 8 de febrero de 2016 18 pp. El catorcenal que dirige Víctor Roura cumple un año y lo celebra con un número dedicado a Miguel de Cervantes. El elenco es en verdad numeroso y toma camino desde muchas direcciones. Baste mencionar a unas cuantas plumas: Margit Frenk, Eulalio Ferrer, Dolores Castro, Raúl Renán, Adolfo Castañón, Humberto Musacchio, Ernesto de la Peña. Cervantes aparece bajo la óptica de un gran cómico, un libertario, un pionero de la novela moderna, un bastión de la modernidad. El número ofrece además una entrevista a Edward James Olmos y una exhumación de Amy Winehouse.

F U EG O

EN LIBRERÍAS

L E N TO ×

LA HORA MALA

Luis Panini Tusquets México, 2016

Carnavalesca ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com

N

o han transcurrido ni diez páginas de La hora mala, que por lo demás se lee en el lapso que dura una buena sobremesa, y ya el lector se siente a merced de una delirante imaginería teatral. No hay nada de extraordinario en el cuerpo moribundo de un joven que yace a mitad de la acera y a mitad igualmente del paso vehicular después de caer desde lo alto de un edificio, y tampoco en los espontáneos que convoca. Lo que resulta en verdad extraordinario es el esforzado trabajo de Luis Panini para desplegar un abanico anecdótico sobre la probable identidad de ese joven y las razones por las cuales yace con el cráneo machacado. Pisamos terrenos de un arte especulativo que multiplica las posibilidades de modo finito, pues finito es el elenco de personajes y el del tiempo de sus actos. O quizá sería mejor decir el tiempo de sus palabras. Dije que La mala hora alcanza la dimensión de una delirante imaginería teatral porque, antes que por los hechos o los pensamientos, los personajes se definen por sus palabras. No llegan a ser una decena y aparecen y reaparecen o desaparecen después de aventurar una historia y… mientras más descabellada, más digna de atención. En cada uno reconocemos a un fabulador que, tras el necesario proceso de seducción, se zambulle en la corriente general de la vida hasta alcanzar esa orilla donde solo importa la pericia para conducir la narración. Especulan el vecino, el ama de casa, el empleado de la funeraria, el mago, la beata… y lo hacen con tanta convicción que el cuerpo moribundo termina perdiendo su investidura humana y convirtiéndose en un vano pretexto para ejercer la palabra. Conservan todo menos la inocencia pues, movidos por sus prejuicios religiosos, su estabilidad matrimonial, su estulticia laboral o su indecente apego a un horario, son capaces de adelantar las más inescrupulosas hipótesis y posponer el acto supremo, el gesto solidario. Preocupados por convencer a sus interlocutores, se olvidan de prestar auxilio. Es fácil imaginar que por La hora mala corre el sentido del humor. Corre, en efecto, pero siempre a velocidad moderada. Ni siquiera cuando ha podido convencernos de que la gente ordinaria es, si bien se mira, desusadamente extraña, incurre en el exceso. Si al humor agregamos la utilización — también a cuentagotas— de un lenguaje anacrónico, obtendremos una atmósfera que debe mucho a la farsa. Por momentos, creemos estar en una mascarada. Luis Panini huye de las presencias ominosas que han establecido su base en las letras mexicanas de las últimas dos décadas: el narquillo indigno ataviado con camisa vaquera, el político que despacha en una cantina, el reportero de corazón puro, la fogosa meretriz sobreponiéndose a un orgasmo múltiple. Enseña todavía algo mejor: aunque nacido en Monterrey, no pierde la cabeza suscribiendo alguna preceptiva norteña. Sin aspavientos, con La hora mala ha ingresado al club insólito de escritores que anteponen la elegancia al exhibicionismo y el alarido a la mitad del foro. L


CINE

sábado 13 de febrero de 2016

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LABERINTO

ESPECIAL

Gust Van den Berghe

“Necesitamos del mal para entender el bien” Lucifer explora los absolutos de la condición humana a través del personaje más extremo de la cultura flamenca HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com

ENTREVISTA

T

ras una efímera polémica ocasionada por una eventual cancelación de su proyección, la Cineteca Nacional estrenó Lucifer, la última parte del tríptico sobre la fe que realizó el cineasta belga Gust Van den Berghe. Las anteriores son Pequeño niño Jesús de Flandes y Pájaro azul. Filmada en México, la historia narra el paso de Lucifer por un pueblo michoacano. Inspirado en el arte flamenco, Van den Berghe expone los argumentos de un proyecto que aborda la necesidad de creer en algo. ¿Qué te lleva a hacer este proyecto a manera de trilogía?

Es un tríptico que encuentra su referencia en la tradición flamenca. Las películas, de hecho, provienen de obras antiguas de la literatura flamenca pero traducidas a la actualidad. Cada historia ocurre en distintos lugares del mundo. La primera sucede en Bélgica, la segunda en Ciudad del Cabo, y la tercera en México. ¿Por qué en México?

Vine a México a presentar Pájaro azul en la Cineteca Nacional. Aquí encontré una serie de imágenes muy sugerentes. ¿Encontró alguna relación cultural con el tema de Lucifer?

En la literatura flamenca antigua el diablo es representado por alguien que habla castellano,

dado que en España se quemaban a las brujas y las bibliotecas. Por su orientación católica, los españoles tienen una definición diferente de lo que es bueno y malo. En cambio, en México hay una mezcla de culturas; por eso creo que fue el lugar adecuado. Una buena película es aquella que se encuentra por encima del tiempo y el espacio. El tríptico conlleva una reflexión sobre la fe. ¿Piensa igual después de hacer la película?

Creer en algo es un reflejo humano; ocurre en cualquier tiempo y lugar del mundo. Cambian los objetos de devoción pero la fe es universal. El cine es una manera de creer y me gusta que la película se llame Lucifer, que significa “el que ve la luz”, lo que es muy cinematográfico. Y es la representación del mal.

Representa el nacimiento de un nuevo mundo caído del paraíso. Quería que cada personaje reflejara una búsqueda personal e independiente. Esta sensación de pérdida me remite al periodo en que dejamos la juventud que, debo reconocer, es una etapa que me remite al paraíso. ¿A partir de la película cambió su perspectiva sobre estos temas?

Es una película sobre el mal, sobre cómo necesitamos del mal para entender el bien, sobre cómo estamos en los dos lados. No hay absolutos porque eso no es humano.

Al final todo está lleno de matices.

Especialmente hoy. Vivimos en un mundo cada vez más pequeño: las diferentes tradiciones y culturas están cada vez más cerca. Queremos definir todo bajo los mismos criterios; por eso me interesaba abrir un espacio para otro tipo de ideas. Incluso también en términos de narrativa visual. ¿Cómo construyó el discurso de la película?

Fue un reto mirar al pasado de mi cultura y mis raíces, entender a los escultores, al Renacimiento temprano y al flamenco. Utilicé sus lugares. Recordemos que sus pinturas cambiaron al mundo para construir la narrativa visual de la historia. Fuimos a un lenguaje anterior, incluso del cine. Aunque Peter Greenaway dice que el cine ya está muerto.

De cierto modo hay un cine que está muerto pero creo que también puede ser el nacimiento de un nuevo cine. Los jóvenes no tenemos que esperar a que llegue un nuevo cine, sino hacerlo. Hacer un cine limpio y construido sobre algo del pasado. L

HOMBRE DE CELULOIDE

FERNANDO ZAMORA

@fernandovzamora ESPECIAL

¿Es imposible amar?

C

harlie Kaufman se vende como uno de los mejores guionistas del mundo y lo es. Por más que haya quien piensa que Eternal Sunshine of the Spotless Mind es solo una extraña película cursi hay otros, como yo, que pensamos que la idea original es magnífica. Con Adaptation sucede lo contrario: el guión es bueno y la idea muy mala. Creo que solo en Being John Malkovich es claro que el guión es tan bueno como la idea, esa que Kaufman vende tan bien que uno cree que nunca ha visto nada igual. Anomalisa es una de las películas más hermosas que haya visto. La animación, claro, no implica que sea para niños. Tal vez parezca obvio, pero hay que subrayar que no hay nada más lejano de las ideas de Kaufman que lo que viene a la mente cuando uno escucha: “Pixar”. Creo, por ejemplo, que Anomalisa trata de la idea de que el amor solo puede existir entre el Yo y el Otro. Bob’s Birthday, otra animación (que, por cierto, tiene una escena culminante muy similar a la de Anomalisa), trata de lo mismo. Pero Kaufman es tan buen guionista, sabe seducirnos tan bien que, más por su tratamiento que por su idea, va a convencernos de que Anomalisa es una de las obras más originales que hemos visto. Sea cual sea nuestra idea de lo que es “original”. Ahora bien, el hecho de que la animación no implique que Anomalisa esté dirigida al público infantil, tampoco significa que cualquier historia tenga por qué ser hecha en animación. Creo que uno de los mayores logros de Kaufman consiste en haberse dado cuenta de que esta historia se cuenta mejor así. Sucede como con Waltz with

Anomalisa. Dirección: Duke Johnson, Charlie Kaufman. Guión: Duke Johnson, Charlie Kaufman. Con las voces de David Thewlis, Jennifer Jason Leigh y Tom Noonan. Estados Unidos, 2015.

Bashir: el hecho de que director y guionistas hayan decidido producir una animación no es cosa de caprichos, es cosa de narrativa. ¿Lo que está viviendo el protagonista de Anomalisa no es un brote psicótico? Si así fuera (Kaufman es suficientemente buen escritor como para dejarnos decidir), la idea de la película está en línea con todo su trabajo anterior. La realidad es subjetiva: locura no implica falta de realidad. Si Michael, protagonista de Anomalisa, estuviese viviendo un brote psicótico podríamos explorar aún más la noción de que el amor solo puede darse entre Yo y el Otro. En realidad es equívoco decir que un narcisista (y Michael lo es) se ama a sí mismo. El narcisista no puede salir de su Yo: no puede amar nada. Esto justificaría otro

aparente capricho del director. ¿Por qué hay solo tres voces para contar una película en la que aparecen decenas de personajes? Un hombre como Michael solo se escucha a sí mismo. Todos los otros son un caos imposible de amar. Pero a veces aparece en la vida del narcisista algo que cree que es amor. Así Michael, después de una inquietante escena sexual, verá que ella pierde también su voz. Se confunde con la de todos los otros. El Yo vuelve a cerrarse sobre sí mismo y no hay nada que se pueda amar. Kaufman, evidentemente, no es el primer escritor en hablar de esto, pero es tan bueno que nos hace creer que sí. Como buen narcisista nos seduce, nos introduce en su mente. Una mente incapaz de amar. L


MILENIO

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sábado 13 de febrero de 2016

ESCENARIOS

ESPECIAL

Diez años del CMMAS En entrevista, Rodrigo Sigal hace el elogio de las nuevas tecnologías aplicadas a la creación de arte sonoro HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

VIBRACIONES

P

orque convierte el sonido en materia —y permite, por lo tanto, manipular sus parámetros a través de la tecnología—, la electroacústica es la revolución más importante en la historia de la música moderna. Que su exploración en México no tenga cabida en la programación de los grandes teatros y se produzca en ámbitos cerrados, ante público escaso, es una profunda deficiencia cultural y educativa que el Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras (CMMAS), a lo largo de sus diez años de historia, ha combatido. Se trata de una lucha ardua y atípica que acontece sobre distintos tipos de campos, desde el de la formación técnica (enseñarle a un artista plástico cómo incorporar el sonido en su obra) hasta el de la transformación social (lograr que los jóvenes se acerquen a las nuevas tecnologías con hambre de creación y no de consumo). Una lucha en la que Rodrigo Sigal, fundador y director del CMMAS, es protagonista. —¿Qué ofrece el CMMAS? —Un ambiente de reflexión en torno al sonido en donde tanto estudiantes como profesionales reciben una formación sistematizada sobre el uso de las nuevas tecnologías. —¿Cuál es la relación entre el CMMAS y las escuelas de música? —Somos una contraparte de festivales, escuelas y conservatorios. La idea es que no tengan que abrir sus propios laboratorios y nosotros les proveemos contenidos actualizados sobre lo que ofrece la música y las nuevas tecnologías. Por ejemplo, ofrecemos clases a nivel licenciatura, maestría y doctorado en alianza con el Conservatorio de las Rosas, la Universidad Michoacana y la UNAM. —¿Además cuentan con esquemas propios de formación académica?

—Contamos con un diplomado en herramientas y composición con tecnologías que se compone de quince módulos. —¿Su oferta está dirigida exclusivamente a músicos? —No es necesario haber estudiado música. Lo que es necesario es un interés en las nuevas tecnologías. En el caso de artistas de otras áreas, trabajamos con bailarines, gente de video y músicos populares que no leen partituras. Lo interesante es que en el CMMAS pueden encontrar nuevos métodos de expresión con el sonido sin la idea formal de leer una partitura. Han encontrado el proceso que la tecnología les abre para ser mucho más libres que con la partitura. También tenemos un programa (Acércate) en donde ofrecemos un acercamiento práctico —y no artístico— al sonido. Recibimos a jóvenes de Michoacán y les enseñamos a utilizar la tecnología como medio de expresión: a hacer podcast, guiones para radio o a editar videos y a distribuir este contenido a través de sus celulares. El punto central de estos acercamientos sonoros es mostrar que toda la tecnología digital que nos rodea no es nada más una ventana para consumir, sino que debe ser una posibilidad para crear contenidos propios. —¿Hay alguna diferencia entre una pieza de arte sonoro creada por un compositor de formación y un artista proveniente de otra disciplina, por ejemplo de la plástica? —Una pieza de arte sonoro es una pieza de arte sonoro. Ni la teoría, ni la práctica, ni la experiencia de los artistas tienen que ver en el resultado desde el punto de vista de la etiqueta. Lo que tiene que ser importante es apropiarse de las tecnologías para poder reutilizarlas desde una perspectiva artística y eso es lo que el CMMAS tiene como objetivo principal. —¿Cómo celebrarán estos diez años de historia? —Con una serie de 50 conciertos gratuitos (el

DANZA

La sede del Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras

primero aconteció el 29 de enero) en los que el público podrá conocer propuestas súper interesantes de música y tecnología de artistas mexicanos e internacionales. La idea es que estos conciertos expongan el resultado que han tenido nuestros estudiantes, becarios y maestros en este lapso. Los festejos terminarán con nuestro festival anual Visiones sonoras, a principios de octubre. En esta edición celebraremos la reunión internacional de la Organización Internacional de Música Electroacústica de la UNESCO. Tendremos la visita del compositor argentino Horacio Vaggione y estrenaremos varias obras comisionadas a grandes artistas, como Javier Álvarez. —¿La continuidad del CMMAS está asegurada? —No. Hay un compromiso fantástico de las instituciones, de la federación y del estado de Michoacán. Han sido realmente receptivos. Pero la continuidad depende de la coyuntura política, pero sobre todo de nuestros resultados. Año con año hay una evaluación. La continuidad depende de que en este décimo aniversario demostremos que podemos seguir siendo una institución que pone su granito de arena para restablecer un poco la credibilidad del arte como medio de expresión y de reconstrucción del tejido social. A partir de eso, podremos defender el por qué del CMMAS y asegurar su continuidad. L ARGELIA GUERRERO

makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL

Bulería de lo femenino

D

esde inicios del mes de febrero y hasta el 2 de marzo se lleva a cabo en la Ciudad de México la Temporada de Flamenco y danzas españolas organizada por la Coordinación Nacional de Danza, con sede en los teatros de la Danza y Julio Jiménez Rueda. Este ciclo ha contado con la participación de compañías como Alas y Raíces, Tauro Flamenco, Caña y Candela Pura, y el grupo Arcai. En próximos días pisaran el escenario la compañía INTERFlamenca, el grupo de Ana Pruneda, ¡Viva Flamenco¡ y la compañía de Lina Ravines. Además de las múltiples y diversas funciones, la temporada llevará a cabo entre el 15 y 16 de febrero una serie de actividades académicas que comprenden cursos y talleres de improvisación, bulería, conservación de repertorio, mecanismos de lesiones, historia; clases abiertas y un taller de flamenco infantil dirigido a niños y niñas entre los 6 y 14 años. Esta agenda académica tendrá como sede el Teatro de la Danza y la Escuela Nacional de Danza Nellie y Gloria Campobello.

Las temáticas presentadas por las diferentes compañías van desde piezas clásicas como Carmen hasta obras de corte más contemporáneo, con un asunto que, sin proponérselo, comparten varias de las compañías participantes: el rol de la mujer en los diferentes contextos históricos y sociales puesto en perspectiva desde algunas obras presentadas. Cómo obviar esta reflexión con una emblemática Carmen que rompe con los esquemas de mujeres adjuntas a un protagonista varón, que posee una serie de características socialmente censurables. La danza española concede a la mujer un rol protagónico y liberador que pocas danzas explotan, pero este género rara vez enclaustra a la mujer en un estereotipo contenido y obediente; por el contrario, genera un ambiente propicio para el desfogue emocional y corporal de las bailaoras. La obra Cali, presentada por la compañía de Lourdes Lecuona, propone, de un modo más intencional, indagar el universo de lo femenino y analizar estigmas y convenciones sociales

Integrantes de la compañía ¡Viva Flamenco!

que a menudo se imponen sobre las mujeres. Para ello soporta la reflexión sobre textos de García Lorca, Rafael de León y Alfonsina Storni, y a través de ellos evidencia muchos de los patrones culturales que se transmiten generacionalmente para cuestionarlos y pensar en la posibilidad de cambiar esas estructuras y proponer un universo femenino más liberado, mejor. La compañía INTERFlamenca dirige su espectáculo especialmente al público infantil y lo invita a estimular la

imaginación integrándolo de manera dinámica al propio espectáculo. Una de las riquezas de la danza flamenca y de las danzas españolas es que no se han circunscrito a repetir el repertorio histórico, que sin duda es muy rico, sino que se han adecuado al avance de la historia, se han permitido el contacto con otros géneros y estilos, y han enriquecido sus temas más allá del folclor regional. La danza flamenca se ha puesto al servicio de las pulsiones humanas más profundas. ¡Olé! L


VARIA

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LABERINTO

ESPECIAL

¿Para qué? TOSCANADAS

DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

E

n 1940, Edward Kasner publicó un libro titulado Matemáticas y la imaginación. Continúa siendo un libro excelente para ver el mundo a través de los números, para despertar la creatividad y el interés en muchas áreas del conocimiento, no solo en matemáticas. En cierto capítulo habla de pi. Escribiendo en una época previa a las computadoras, dice: “Shanks, un matemático inglés, alcanzó un curioso tipo de inmortalidad al determinar pi hasta 707 cifras decimales. Incluso hoy se requerirían diez años de cálculos para expresar pi con mil decimales. Y sin embargo eso no sería una pérdida de tiempo si se compara con los miles de millones de horas que consumen millones de personas resolviendo crucigramas o jugando a las cartas o debatiendo sobre política”. Por supuesto, Kasner también escribía antes de la televisión, o sus ejemplos no se habrían referido a los crucigramas y naipes, sino a las telenovelas y el futbol. Y es que resulta que siempre que se dedica el tiempo a actividades intelectuales, proliferan los mentecatos que preguntan ¿para qué? Haga usted la prueba. Llame a un grupo de amigos e invítelos a su casa para ver un partido de la selección nacional. Nadie le preguntará ¿para qué? En otra ocasión vuélvalos a convocar. Dígales que se van a reunir para discutir sobre san Anselmo y su prueba ontológica de la existencia de Dios; o bien, dígales que van a analizar la solución que le dio Andrew Wiles al último teorema de Fermat; o que examinarán las raíces judeocristianas de la homofobia; o bien que debatirán si la evolución de las especies se debe exclusivamente a la selección natural; o que van a calcular el mínimo de movimientos para que un caballo pise todos los cuadros de un tablero de ajedrez; o que van a comparar dos traducciones del Otelo de Shakespeare al español. Todos

RESULTA QUE SIEMPRE QUE SE DEDICA EL TIEMPO A ACTIVIDADES

INTELECTUALES,

PROLIFERAN LOS MENTECATOS QUE PREGUNTAN ¿PARA QUÉ?

CAFÉ MADRID

le preguntarán ¿para qué?, y quizá ninguno asista a la cita. La presunción de inocencia está con la mente en blanco. La actividad mental, en cambio, debe justificarse. ¿Por qué estás oyendo eso? Alguien me pregunta si en el radio está Anton Bruckner. Pero esa misma persona simplemente se pondría a cantar si se escuchara la última inframelodía de moda. Constantemente debo explicar a la gente por qué no tengo televisión; pero la gente nunca me explica por qué no tienen bibliotecas en casa. Tengo un amigo que fue golpeado el 25 de junio de 1978 en Buenos Aires. ¿La razón? Él iba saliendo de la Biblioteca Nacional con un montón de libros bajo el brazo en tanto la masa bonaerense celebraba que Argentina era campeona mundial de futbol. Ni siquiera le preguntaron ¿para qué? Ipso facto lo declararon culpable de tener aspiraciones para su cerebro. En Lisboa, constantemente me piden que les cuente sobre el día en que conocí a Eusebio; hasta vinieron la prensa escrita y la de televisión a entrevistarme al respecto. Pero nadie me ha preguntado sobre el día en que conocí a Saramago. Y a pesar del aforismo griego sobre la máxima sabiduría, mucho menos hay gente interesada en el día en que me conocí a mí mismo. Al final resultó que Shanks cometió un error, y sus 707 dígitos de pi fueron correctos solo hasta la posición 527. Además, con las computadoras de hoy, la cifra ya se ha calculado más allá de los trece billones de dígitos. Sin embargo, siempre preferiría beberme una cerveza con el inútil Shanks que con el útil Messi. L VÍCTOR NÚÑEZ JAIME

periodismovictor@yahoo.com.mx LARRY FINK

Periodista participativo

U

n restaurante del Upper East Side de Nueva York llamado Elaine’s fue, hasta 2011, el año en que cerró, el local donde se dejaban ver con frecuencia varios personajes del mundillo cultural estadunidense. Lo sabía bien George Plimpton (1927–2003), un periodista, deportista ocasional, editor literario y cofundador de la mítica The Paris Review, famosa por sus entrevistas con escritores. Así que cuando la televisión pública del estado de Filadelfia subastó “Una noche con George Plimpton”, llevó a ese lugar a Jerry Spinelli, quien había ofrecido 425 dólares a cambio. Plimpton era un reportero que tenía un método para realizar su trabajo denominado “participativo”: vivir experiencias para luego contarlas. De esta manera llegó a competir en deportes como el futbol americano, el boxeo y el golf, actuar en un western, interpretar un monólogo humorístico en el Caesars Palace de Las Vegas o tocar con la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Su “participación” en los hechos, y sus relatos sobre lo experimentado, tienen cierta ligereza comparados con lo que hacía Hunter Thompson en su

desmadroso “periodismo gonzo”, pero el acercamiento a los personajes que retrata roza tanto la intimidad que todo se convierte en un trabajo mucho más profundo y estilizado. Poco se conoce en el mundo hispano sobre este representante del Nuevo Periodismo. Por eso una editorial independiente nacida hace casi cinco años en (la todavía no independiente) Barcelona, especializada en libros de música, deportes y cine, ha publicado una antología con los mejores trabajos del escritor neoyorkino. Se llama El hombre que estuvo allí (Contra) y sus casi 300 páginas condensan un estilo calificado por Ernest Hemingway como “bellamente descrito e increíblemente concebido” y destaca estos días en las librerías españolas. Entre otras cosas, el libro contiene un perfil del boxeador Muhammad Ali (más corto y, sin embargo, más “invasivo” que el realizado por Norman Mailer). Pero entre todas sus crónicas triunfa la de aquella noche en el Elaine’s. Spinelli pagó 425 dólares con la intención de tener en Plimpton “un contacto literario en Nueva York”, pues estaba a punto de terminar una novela que, claro, quería publicar en “una

Al centro, George Plimpton

buena editorial”, para que luego alguna luminaria de la literatura la elogiara en la prensa y entonces, cómo no, las ventas del libro, y la fama del autor, se dispararan. Poco después de la subasta televisiva, este par de hombres entraron al restaurante y en una mesa saludaron a un grupo de reporteros de Esquire y The New Yorker. Más adelante estrecharon la mano de Gay Talese, quien acababa de publicar La mujer de tu prójimo. Luego caminaron hacia el fondo para ver si “la eterna mesa reservada” del Elaine’s estaba ocupada por su habitual e ilustre comensal, el cineasta Woody Allen. Y estaba. Plimpton se le acercó y le dijo: “Permítame presentarle a Jerry Spinelli, el escritor de Filadelfia”. Spinelli sonrió de oreja a oreja y Woody Allen respondió: “Sí, ya lo sé”. Tres meses después, aquel junta–palabras que había recibido una inyección de ánimo con la sencilla frase de Allen (“¡Me conocen, incluso él me conoce!”) publicó su novela. Hoy Spinelli es un reconocido autor de libros infantiles. L


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