Laberinto
entrevista con stéphane michaud
VARGAS LLOSA EN LA PLÉIADE melina balcázar moreno p. 04 y 05
DESPEDIDAS
claudio magris, alessandro baricco p. 07
MILENIO
NÚM. 663
sábado 27 de febrero de 2016 FOTO: ED ERNST
DOS INÉDITOS EN ESPAÑOL
UMBERTO ECO
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ANTESALA
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sábado 27 de febrero de 2016
LABERINTO
HENRI GERVEX
Rojo AVELINA LÉSPER www.avelinalesper.com
CASTA DIVA
I
ncita al sacrificio, muerte, cambio, resurrección, entrega, estallido, el rojo desata el apetito porque nos excita, lo deseamos y exige el precio de tenerlo. En los retablos góticos el manto de Cristo es cascadas de sangre, heridas que nunca cicatrizan, la resurrección del dolor cubre al cuerpo para hacer visible el alma. Velázquez, que hizo del retrato un espejo, pinta a Inocencio X envuelto en rojo, manto, trono, piel sanguina, el realismo le recuerda al pontífice que representar a un dios no lo hace divino. Francisco I toma en sus brazos a Leonardo da Vinci, el poder pidiendo piedad al arte, el pintor fallece y todo el arte se muere, el lecho mortuorio que pinta Ingres es rojo, cueva densa de terciopelo, sepulta el misterio, el cuerpo deja una obra eterna. Anita Berber se viste de rojo para suicidarse, Otto Dix pinta un altar en el cabello, el vestido, las uñas, los labios, la ofrenda a sus vicios, la redime en el exceso. Courbet exacerba la visión del sexo y retrata a una joven que se desnuda mientras lleva puesto un zapato rojo. Hans Christian Andersen castigó a la lujuria y la vanidad de Courbet y en su cuento esos zapatos rojos desobedecen a la voluntad, enviciados en un tortuoso y frenético baile, hasta que un verdugo los mutila, el muñón queda como memoria y ausencia. El corset rojo tirado en el piso, Henri Gervex se inspira en “Rolla”, un cuento de Musset, la mujer descansa mientras su amante la mira antes de envenenarse. Rubens anuncia el ultraje de Las hijas de Leucipo, el manto rojo entre sus cuerpos es sostenido por Castor, la violencia de la escena, el movimiento de lucha y orgía, está dirigida por los Cupidos que llevan las riendas de los caballos, el apetito de la carne es un círculo de insatisfacción. En los rojos paisajes de Turner el cielo pinta a la tierra, que se prolonga hasta la pintura de Rotko, un paisaje sin cielo, sin tierra, clima
ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com
Rolla
puro que nace de no mirar, nace de sentir. El cuerpo dentro de un cuadro rojo, microscopio que lo expande y lo deforma, Bacon retuerce las extremidades, saca los cerebros, mastica el sexo y lo abandona en la amorfidad esencial del cuerpo rendido que escupe su sangre en una muralla. El chakra que conecta los genitales con la Tierra es rojo, el calor del sexo se funde con el de la naturaleza, el gobierno del cuerpo está en ese centro. Matisse se engolosina y plasma la armonía en una habitación roja, todo en esa pintura se come: la pared, el mantel de la mesa, las frutas, el vino, es la gula por el color y el trazo. Tamayo rebana la sandía y se come la pulpa, engolosinado repite decenas de veces hasta que nos deja hartos y decepcionados, buscando comer otra cosa que no sea su
sandía. Los muros de Pompeya son rojos, la lava del volcán los dejó intactos, los lamió para descubrir a qué sabían, cómo conseguían estar ahí, ignorándola, retándola. Baco consagró la sangre como vino, las religiones beben sangre, el vicio y el fanatismo insaciables se dirigen al mismo lugar, comparten caminos, se encontrarán aunque se odien. Federico García Lorca tiene un río, llagas, alacrán y tristeza, vio y cantó demasiado rojo, él, como su Juana la Loca, fue “un rojo clavel ensangrentado”. La libertad, la revolución, la lucha armada, las banderas tiñen de rojo a héroes y tiranos, un orden muere para que otro surja. José Clemente Orozco pinta un hombre en llamas, Ícaro incendiado renace en la bóveda de la Historia, rojo óxido eterno. L
A veces las erratas corrigen a los autores. ESPECIAL
Mejor llama a Saúl SANTIAGO GAMBOA Facebook: Santiago Gamboa-círculo de lectores
AMBOS MUNDOS
H
ace unos años le escuché decir al director de cine Sergio Cabrera algo muy aleccionador en relación con el cine y la novela: “una novela puede tener 100 páginas o mil 500 y en cualquier caso sigue siendo una novela, pero una película no puede tener 8 horas, pues dejaría de serlo”. Pienso en esto tras caer en el influjo de las series de televisión Breaking Bad y ahora Better Call Saul, cuya segunda temporada acaba de iniciarse esta semana. Entonces las palabras de Cabrera regresaron con nitidez, pues este tipo de series, cuando son de tan alta calidad, vienen a ocupar ese espacio que la novela ya tenía y que en el cine era aún una utopía. El concepto clásico de las viejas series de televisión no tiene nada qué ver con esto. De adolescente vi, como supongo casi todos, series tipo Las calles de San Francisco, Kojak o Baretta y por supuesto la mítica Columbo. Pero éstas serían más comparables a una colección de cuentos con los mismos personajes y no a una “novela río”.
Las novelas largas forman una familia dentro de la literatura, y como tal tienen su propio canon. Una de las mejores que he leído (casi mil páginas) es de Anthony Burgess: Poderes terrenales. En español creo que no hay duda de que la gran obra maestra por encima de las mil cuartillas es 2666, de Roberto Bolaño. Hasta antes de estas series, había un tipo de filme más largo que era especial y que parecía también una familia separada al interior del mundo cinematográfico: recuerdo el caso de Pulp Fiction (178 minutos) o de Magnolia (188 minutos) y el increíble caso de Andrei Rublev, de Tarkovski, con sus geniales 205 minutos. Lo que antes se llamaba un colossal, como lo fue Lawrence de Arabia, duraba nada menos que 222 minutos. Para hacernos una idea comparativa de lo que eran estos filmes y cómo ha cambiado el mundo, una película que hoy nos parece larga, como El renacido de González Iñárritu, tiene apenas 155 minutos.
El actor Bob Odernkirk
Pero las series lo cambiaron todo y su gran valor es justamente la longitud que les permite desarrollar de forma detallada cada personaje y llevar adelante tramas complejas. Si el tema central de la novela es el paso del tiempo y el modo en que imprime cambios a las vidas humanas, las series ofrecen la posibilidad de explorar aún con más detalle esta situación que tanto se parece a la vida. El modo magistral en que Vince Gilligan produjo ese increíble mundo que es Breaking Bad, tan alejado del producto fílmico convencional —no hay mujeres exuberantes ni hombres guapos—, muestra cómo ahora esas series, manejadas por talentosos directores y productores, tienen la misma capacidad de auscultar el alma humana y las dolencias de una sociedad que una novela larga. Y su destreza narrativa sigue con Mejor llama a Saúl, que acaba de iniciar su segunda temporada, trabajando sobre un material que me parece extraordinario: el análisis de un hombre derrotado que, a pesar de saberlo, sigue saliendo al ruedo para dar la batalla. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
MILENIO
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sábado 27 de febrero de 2016
ANTESALA
ESPECIAL
× E D UA R D O
C H I R I N OS ×
Raritan Blues El poeta peruano murió el 17 de febrero. Lo recordamos con este poema que forma parte de Raritan Blues, antología personal 1987–1996 (UAM, 1997)
A
Para Margarita Sánchez
quí no hay bulla ni miseria, solo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas correteando vivaces o escarbando una nuez. A lo lejos un puente una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares y nubes balando ante un perro pastor y amarillo. ¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan? Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas disputan su presa con los perros y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol. Ni bulla ni miseria. El río fluye educado como en una tarjeta postal y nos habla igual que hace siglos, congelándose y descongelándose, viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles, plantas refinadoras de petróleo. Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos, de los enormes gansos salvajes. Han venido desde Ontario hasta New Brunswick, con las primeras nieves volarán al sur. Dicen que el río es la vida y el mar la muerte. He aquí mi elegía: un río es un río y la muerte un asunto que no nos debe importar.
×EKO×EX LIBRIS×ORFEO Y LAS MÉNADES×
El supersticioso CARACTERES
ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx
S
e califica de ateo riguroso, pues piensa que Dios, cualquier dios, constituye una hipótesis prescindible para dar cuenta del cosmos. Se jacta, además, de ser racional a ultranza, ya que está seguro, sin necesidad de pruebas empíricas, de que no hay en el universo ningún fenómeno que la razón no sea capaz, en potencia o en acto, de explicar. Solo que a veces actúa como si no todo en la vida fuera fenoménico en sentido estricto. Como si hubiera percepciones o, mejor dicho, intuiciones de origen sobrenatural. De niño, cuando lo dejaban salir a la calle sin la tutela de un adulto, evitaba posar sus pies sobre las rayas que dividían (y aún dividen) los bloques de pavimento en las banquetas, con base en la certidumbre, nunca cuestionada ni compartida con nadie, de que era de mala suerte pisarlas. Años después leyó Retrato del artista adolescente, de James Joyce, cuyo héroe hace lo mismo al caminar por Dublín, y se convenció de que su manía infantil no era indicio de un carácter supersticioso, sino de un temperamento artístico. Se engañaba. Ahora que va para sexagenario y no ha hecho nada susceptible de considerarse como obra de arte, Reynoso sigue practicando con ahínco (y casi siempre a hurtadillas) los rituales ridículos, aunque por lo general inofensivos, de la superstición. Al levantarse de la cama (cosa que últimamente, urgido por la debilidad de su próstata, hace varias veces cada noche) pone primero el pie derecho en el suelo. Y si por estar adormilado se confunde y toca el tapete antes con el otro pie, invariablemente se acuesta de nuevo y vuelve a empezar. Un procedimiento análogo corresponde a los calcetines y a los zapatos, salvo que en estos casos comienza por el lado izquierdo. Luego están, por supuesto, las escaleras, muy difíciles de esquivar en una ciudad en perpetua reparación como la de México. Reynoso, según te consta, da rodeos inverosímiles y llega incluso a modificar su itinerario por completo con tal de no atraerse una temida, si bien indefinible, calamidad. Y tiene días peores. Días en que le da por cancelar sus citas y quedarse encerrado en su casa. Días en que el pesaroso Reynoso intuye que, si uno lo contempla sin prejuicios, todo el espacio urbano, todo el país, todo el planeta, todo, se encuentra bajo la hipotenusa de una escalera virtual. Pero no todos sus ritos son de dimensiones cósmicas. Hace poco, alguien le regaló una botella de champán por su cumpleaños. Y él, que acababa de mandar uno de sus torpes libros a un concurso literario, decidió que el vino era un amuleto y que solo se lo tomaría cuando ganara el premio. Horas más tarde estaba tan borracho de otras bebidas que te confió su absurda cábala. Y, como siempre, te burlaste de las nimiedades de Reynoso el supersticioso. Pero no le dijiste que tú también habías mandado un libro al mismo concurso. Ni que al día siguiente, por si las dudas, ibas a comprar (no para beberla de inmediato, sino para guardarla hasta la ocasión propicia) una botella de champán. L
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LABERINTO
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REUTERS
Stéphane Michaud
“Vargas Llosa ha mantenido una relación muy estrecha con Francia” El editor expone los motivos que llevaron a Antoine Gallimard a incluir a Mario Vargas Llosa en la biblioteca de La Pléiade, un privilegio solo alcanzado por dos autores latinoamericanos: Jorge Luis Borges y Octavio Paz ENTREVISTA MELINA BALCÁZAR MORENO
Los años que pasé en París fueron los más decisivos de mi vida. Fue aquí, en efecto, donde me volví escritor, aquí donde descubrí el amor pasión del que tanto hablaban los surrealistas y fue también aquí donde he sido más feliz —o menos infeliz— que en ninguna otra parte. Mario Vargas Llosa, La Sorbona, 10 de marzo de 2005
A
principios de este año, se ha anunciado la entrada de la obra de Mario Vargas Llosa a la prestigiosa biblioteca de La Pléiade. Creada en 1931 por el editor Jacques Schiffrin y acogida, a partir de 1933, por la editorial francesa Gallimard, la biblioteca se ha constituido en un verdadero panteón de la literatura universal, con más de 600 títulos y 200 autores de orígenes diversos. Así, aun hoy, a pesar de los avatares del mundo del libro, ser “pleiadizado” significa una consagración que no pocos autores han intentado obtener en vida, como lo hicieron en su momento Aragon o Céline, ya que en general este reconocimiento llega después de la muerte. Hasta ahora solo dieciséis escritores han escapado a esta regla tácita, entre ellos André Gide, Milan Kundera o más recientemente el poeta Philippe Jacottet. La colección de La Pléiade se distingue también en el panorama editorial actual por el riguroso y extenso aparato crítico que acompaña cada volumen, convirtiéndose de esta manera en la edición de referencia del autor que incluye.
Hemos conversado con el editor y profesor Stéphane Michaud acerca de la publicación —bajo su responsabilidad— de los dos volúmenes que reunirán, para el público francófono, una parte de la obra del escritor. ¿Podría darnos más detalles sobre la manera en que se ha tomado la decisión de incluir a Mario Vargas Llosa en la biblioteca de La Pléiade?
En su caso, la decisión surgió de una propuesta del director general de la editorial, Antoine Gallimard, como un reconocimiento a un autor de la casa, que siempre se ha mantenido fiel a la editorial. Desde su primer libro en francés, con la traducción en 1966 de La ciudad y los perros, hasta su última novela, que Posee la capacidad se publicará en francés de revivir toda una en los próximos meses, época y al mismo Cinco esquinas, todo ha tiempo no deja de ser aparecido en Gallimard. un novelista Así, el lector francés ha y reescribe la historia correspondido con un entusiasmo constante al apego que Vargas Llosa tiene por Francia. Además, La Pléiade siempre ha tenido para nuestro autor una significación muy especial. Su primer ejemplar se lo regaló Julia, su primera mujer, con muchos esfuerzos, supongo, ya que en aquella época ninguno de los dos tenía muchos recursos. Se trataba de la colección de textos de Balzac que, como es sabido, fue un autor que contó mucho en su formación. Desde entonces apreció la seriedad y el cuidado de las ediciones.
Antes de Mario Vargas Llosa solo se han incluido en la biblioteca de la Pléiade dos escritores latinoamericanos: Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Resulta sorprendente la ausencia, por ejemplo, de Julio Cortázar que, como Vargas Llosa, mantuvo una relación muy estrecha con Francia. A su parecer, ¿la selección de estos tres escritores implicaría cierta concepción de lo que es o debería ser la literatura latinoamericana para un lector francés?
Me parece que su entrada a la colección significa más bien una apertura hacia la literatura latinoamericana por la que el público francés se sigue interesando mucho. Es cierto que Mario Vargas Llosa siempre ha mantenido con Francia una relación muy estrecha. Vivió siete años en París, de 1959 a 1966, pero, sobre todo, esta ciudad fue el lugar de la toma de conciencia de su identidad latinoamericana. Octavio Paz tuvo mucho que ver en ello, al pedirle, en 1961, que participara con un texto en el número de Les lettres nouvelles (Las nuevas letras) que preparaba entonces con Cortázar sobre la literatura de América Latina. Retomando las palabras de Paz, París era en aquella época “la capital literaria latinoamericana”. Según se anuncia, ha sido el autor mismo quien eligió los textos que comprende la edición.
Se trata en realidad de algo más complicado. La Pléiade podía incluir solo las novelas, lo que dejaba fuera toda una parte importantísima de su obra: el teatro, los ensayos, sus escritos periodísticos y sus memorias. Pero no se podían retomar tampoco todas las novelas: las mil 300 páginas
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con las que contaba debían comprender también el aparato crítico y los anexos que caracterizan las ediciones de la biblioteca. Fue en verdad una lástima que por culpa del comentador, es decir yo, el novelista tuviera que renunciar a una parte de su obra. Al final, se retomarán ocho novelas. El primer tomo abarcará así La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral y La tía Julia y el escribidor. Y el segundo, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, El paraíso en la otra esquina y Travesuras de la niña mala. Aunque no habría que ver en esta selección un juicio de valor; ante todo se trató de ofrecer al lector francés un panorama de su obra, permitirle acceder a su evolución. El trabajo en torno a la traducción toma en cuenta este aspecto y busca dar acceso a la lengua del autor, a su trabajada fluidez. Gracias al extraordinario trabajo de relectura de los textos que realizó Anne Picard —traductora de autores latinoamericanos de renombre como Paz o Alejandra Pizarnik—, hemos logrado restituir en francés una continuidad en la lengua del autor, una verdadera unidad. Mario Vargas Llosa pidió que fuera usted el director de los dos tomos de la Pléiade. Su relación, me parece, comienza a partir de un personaje histórico que los ha apasionado a ambos, la activista social y feminista —podríamos decir hoy— Flora Tristán, de la que es usted especialista.
Este proyecto ha sido para mí una gran muestra de amistad y confianza por parte de Mario Vargas Llosa, que me abrió la puerta al mundo latinoamericano. Fue de hecho una enorme sorpresa cuando entró en contacto conmigo por primera vez, antes de la publicación del Paraíso en la otra esquina, que justamente pone en escena a este personaje y a su célebre descendiente, el pintor Paul Gauguin. Aunque no acudió a mí para que validara su novela, en mi calidad de especialista de Flora Tristán, sino como alguien que, al igual que él, frecuenta asiduamente los archivos históricos. Quería ver conmigo si, en este sentido, su novela funcionaba. Antes de entregarla al editor, le importaba darse el tiempo para hacer los ajustes que le parecían necesarios. Durante la escritura de esta novela, como ocurre con el resto de su obra, no se basó en los libros de los demás, historiadores o escritores, para documentarse. Realizó él mismo investigaciones profundas en los archivos, en particular en la prensa de la época, para lograr impregnarse del ambiente y visitó también los lugares que aborda. Esto pude comprobarlo durante mi trabajo con sus archivos que se encuentran en la Universidad de Princeton y que me ha permitido enriquecer la edición con informaciones valiosas sobre su proceso de escritura. Mario Vargas Llosa posee la capacidad de revivir toda una época y al mismo tiempo no deja de ser un novelista y reescribe la historia. Es lo que puede verse en sus manuscritos, pues todo lo escribe a mano, en sus cuadernos: vemos cómo retoma la primera versión de su novela a partir del desafío que siempre implica para él una nueva obra: ¿podrá nuevamente lograr dar una personalidad novelesca a sus personajes? Lo retoma entonces todo con la voluntad de ajustarlo, de ampliarlo, de adueñarse finalmente de lo que ha escrito y que antes de este trabajo de reescritura seguía dependiendo de las fuentes que lo inspiraron. De ahí ese vínculo con lo real que se percibe en sus escritos, movido por esa curiosidad universal tan suya que al mismo tiempo es capaz de recibir en su escritura. Hay muchos cosmopolitas, o que se reivindican como tales, pero que no consiguen estar realmente en ninguna parte. No es el caso de Mario Vargas Llosa que ha conservado Perú como su lugar de arraigo. Su manera de abordar la escritura refleja una pasión por la historia, por la actualidad, que hace de ella una “obra mundo”, como lo planteo en mi prefacio, que lleva por cierto ese título.
¿Cuál sería su opinión acerca del devenir fi ccional de este personaje histórico, cuya importancia usted ha contribuido a demostrar?
Con su novela, Mario Vargas Llosa logró lo que otros en Francia no han podido hacer con el personaje de Flora Tristán: rehabilitarla mediante las letras, concediéndole un extraordinario estatuto novelesco. Lo que hace grande a Vargas Llosa es la manera en que se identifica con los más débiles, su complicidad con los humildes, como cuando fi rma “yo, un negro” en uno de sus artículos de su columna “Piedra de toque”. Y es lo que hace con su heroína, Flora, que defiende y hace más cercana a nosotros, al hacernos entender sus sufrimientos. Aborda con gran empatía su lucha por reparar lo que la Revolución francesa dejó a medio camino, como la condición de las mujeres, o su utopía socialista que intenta hacer llegar al mundo obrero. Pero el escritor introduce, en este personaje grave y exaltado, un poco de humor, al llamarla en su novela Madame–la–Colère. El paraíso en la otra esquina me parece de una audacia extraordinaria, al conseguir abordar dos continentes a partir de dos figuras que comparten una misma pasión, una misma locura: acceder al paraíso. Al lector francés, esta novela le permitió descubrir París, a través de la mirada de un latinoamericano. De hecho, para el lector francés es una ocasión extraordinaria para abrir los ojos y ver el mundo a través del punto de vista de un “afrancesado”, como él mismo suele llamarse. Sin embargo, al mismo tiempo Vargas Llosa ha sido un crítico severo de las utopías políticas y sociales.
Como se ve en varias de sus novelas, que retoman episodios históricos, las utopías conllevan el riesgo de las desviaciones más abominables. Pero Mario Vargas Llosa mantiene una afinidad con la utopía, en el sentido de que, también para él, el mundo no es algo que ya esté dado de una vez por todas, y al que no habría más que someterse. En el fondo, conserva un germen de esperanza. Pues ¿qué otra cosa es la literatura sino un deicidio, es decir, la posibilidad de volver a hacer el mundo? Aunque, a su modo de ver, no habría que olvidar al hombre en aras de un ideal. Pero, en la realidad, la prudencia se impone, ya que sin prudencia lo peor puede ocurrir. Ese odio por la tiranía que está presente desde el inicio en sus cuadernos de trabajo no lo ha abandonado y lo mantiene alerta. Y también sus personajes pasan por el filtro de los que podríamos llamar sus “demonios”, sus pasiones, su itinerario. La literatura es una manera de conservar su equilibrio ante la fuerza de la historia, por ejemplo al momento del caso Padilla y de la ruptura de su relación con Cuba. Sin embargo, para Mario Vargas Llosa solo la literatura puede ocupar un lugar central en su quehacer y en eso se diferencia de alguien como Sartre, que en sus inicios significó mucho para él (tanto que sus amigos llegaron a apodarlo el Sartrecillo valiente), pero que dejó detrás al hacer de la literatura su única brújula. Cuando lo conocí, a principios de los años 2000, me dijo que recibía aún propuestas para ocupar cargos políticos, que rechazaba sin dudar pues el único compromiso que podía aceptar era con la literatura. Finalmente, espero que La Pléiade pueda mostrar a los lectores franceses la complejidad de la estética de Mario Vargas Llosa, que en efecto no puede separarse de sus posiciones políticas. En ningún momento se han maquillado las cosas; por el contrario, se ha intentado dar todos los elementos para que el lector pueda entender y formarse su propia opinión. Y un lector más especializado, conocedor de la literatura latinoamericana, podrá encontrar reunidas en esta edición informaciones de difícil acceso que le permitirán profundizar su conocimiento de la obra y de su contexto. L
sábado 27 de febrero de 2016
LITERATURA
Utopía del texto RESEÑA DIEGO JOSÉ
L
a publicación de Los diarios de Emilio Renzi, así como el conjunto de conversaciones entre Ricardo Piglia y Saer, Por un relato futuro, representan uno de los aciertos editoriales más significativos de estos años, porque nos sugiere a los lectores la posibilidad de organizar una teoría literaria aplicable al corpus narrativo del autor de Blanco nocturno. Lo literario en Ricardo Piglia abarca de igual manera la ficción —relatos, novelas— como la reflexión poética —ensayos, diarios, bosquejos— derivada del acto de leer y escribir, de tal manera que los procedimientos de la escritura, la intencionalidad y los mecanismos narrativos intrínsecos al texto fungen como detonantes de la ficción, e incluso como fi n último de la escritura; no tanto como una fi losofía de la composición, a la manera de Edgar Allan Poe, sino, en cuanto que conforman una narración interna del texto, llamémosle “metaficcional” que se convierte en el motivo del relato, al grado de protagonizar la naturaleza de lo narrativo como sucede en Respiración artificial y en La ciudad ausente. La primera entrega de Los diarios de Emilio Renzi constituye una dialéctica que el lector resuelve, enfrentándose a una narración que contrapone la temporalidad supuesta por el registro cronológico de los diarios, frente a la memoria que reconstruye las apreciaciones del joven aspirante a escritor, desde el otro umbral del tiempo: nuestro presente. Se trata de un juego borgeseano en el que Piglia-Renzi se superponen confundiéndose, esta vez —más que nunca— como narrador y personaje, para recordarnos aquellos versos del “Poema de los dones”: “Cuál de los dos escribe este poema/ De un yo plural y de una sola sombra?”. No me refiero a la narración autodiegética, más bien, a una relatoría a dos voces. Tampoco se trata del simple artificio de la alteridad, sino de la inmersión en la trama narrativa y en sus vertientes, es decir, que testimonio y ficción se compenetran y asimilan, constituyendo —más allá del interés en los años de formación del escritor consagrado— una novela sobre el devenir, la escritura y la imaginación. Por un relato futuro (publicado con antelación por la Universidad Nacional del Litoral en 1995) muestra la complicidad literaria de Ricardo Piglia con Juan José Saer (autor de El entenado, La pesquisa, Nadie nada nunca). El acierto editorial, en este caso, es por la revaloración de un trabajo diferente en el momento apropiado. El diálogo propone una aproximación a las ideas narrativas de ambos autores, entre las que pareciera postularse un montaje utópico del relato. Mencioné que este diálogo proporciona los indicios que dan sentido al entramado de un proyecto literario como el de Ricardo Piglia porque ponen en evidencia las lecciones emprendidas por el autor en sus relatos, novelas, ensayos y diarios. El proyector de esta utopía tiene como motor el lenguaje. Partiendo de una revolución literaria que trascendiera los límites idiomáticos y culturales para desarrollar una tradición más allá de los géneros y de las determinantes lingüísticas, dice Piglia: “Hasta dónde la literatura no es ya una práctica que excede las tradiciones nacionales y las fronteras. Una práctica que escapa a los espacios políticos. Y si hablamos del relato futuro tal vez tengamos que pensar en un tipo de escritura que exceda los ámbitos muy circunscriptos de las tradiciones políticas y lingüísticas”. El diálogo conduce a una reflexión sobre el comportamiento de los textos a partir del lenguaje, por eso, concluye Piglia: “Una lengua que imprevistamente pasa del español al inglés o del inglés al alemán. Y quizá uno podría pensar en Finnegans Wake como el primer texto que responde a esta suerte de movimiento posible, utópico, de una lengua que sería por fin la verdadera lengua de la literatura”. Esta consecución también puede aplicarse al marco de los géneros literarios. El futuro del relato o el relato futuro implicaría, junto con la apuesta renovadora del lenguaje, ese “paso imprevisto” de lo policial a la ciencia ficción o a la trama política (pensemos en las novelas de Ricardo Piglia). Pero también, en la transgresión narrativa del poema o en el entrecruzamiento del periodismo y la ficción. La utopía de esta clase de relato es la posibilidad, no la resolución de lo que un texto literario puede o no construir, esa sensación de perdurabilidad que nos proporciona una visión distinta del mundo y de las palabras, porque de acuerdo con lo que Piglia señala de Faulkner: “lo que interesa no es el tema que este hombre esté desarrollando, sino el modo en que desarrolla, para él, esa suerte de árbol de relaciones y de asociaciones”. L
LABERINTO
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Umberto Eco (1932-2016)
Lecciones de un intelectual El 19 de febrero murió una de las grandes figuras de la cultura europea, cuya obra poliédrica se instala por igual en la semiótica que en la novela, en el periodismo que en la crítica de arte. Los dos textos que presentamos en estas páginas aparecieron en el diario L’Espresso y dan cuenta de su sabiduría y su sentido del humor. Vienen acompañados de dos despedidas, de otras figuras inmensas de las letras italianas, publicadas el domingo posterior a su muerte. Todos fueron traducidos por María Teresa Meneses
Cómo prepararse serenamente para la muerte Humildes instrucciones a un eventual discípulo
N
o estoy muy seguro de decir algo original, pero uno de los mayores problemas del ser humano es precisamente cómo afrontar la muerte. Parece que el problema es difícil para los no creyentes (¿cómo afrontar la Nada que nos espera después?), pero las estadísticas indican que la cuestión también preocupa a muchísimos creyentes que impávidamente consideran que existe una vida después de la muerte y, sin embargo, piensan que la vida es, en sí misma, muy agradable como para considerar abandonarla. De tal suerte que anhelan, sí, unirse al coro de ángeles, pero lo más tarde posible. Recientemente, un meditabundo discípulo (tal Critón) me preguntó: “Maestro, ¿cómo puede uno alistarse para la muerte?”. Le respondí que la única manera de prepararse para la muerte es convencerse de que todos los demás son unos idiotas. Ante el estupor de Critón, le aclaré. “Mira”, le dije, “¿cómo puedes disponerte para la muerte —incluso si eres creyente—, si piensas que, mientras estás muriendo, jóvenes muy guapos y deseables de ambos sexos bailan en la discoteca divirtiéndose en exceso, iluminados científicos develan los últimos misterios del cosmos, políticos incorruptibles están creando una sociedad mejor, periódicos y televisoras tienen como objetivo solamente el de informar noticias relevantes, empresarios responsables se preocupan de que sus productos no degraden el medio ambiente y se las ingenian para rehabilitar una naturaleza formada por ríos de agua potable, declives boscosos, cielos tersos y serenos protegidos por un providente ozono, nubes ligeras que nuevamente vuelven a filtrar lluvias dulcísimas? Sería insoportable pensar que, mientras te estás marchando, todas estas cosas maravillosas están sucediendo a tu alrededor. “Solamente intenta pensar que, en el momento en el que adviertes que estás dejando este valle, tienes la certeza inmarcesible de que el mundo (seis mil millones de seres humanos) está lleno de idiotas, que son unos idiotas los que están bailando en la discoteca, que son unos idiotas los científicos que creen que han resuelto el misterio del cosmos, que son unos verdaderos idiotas los políticos que proponen la panacea para nuestros males, idiotas aquellos que atiborran páginas y páginas de insulsos chismorreos marginales, idiotas los industriales suicidas que destruyen el planeta. ¿Acaso no te sentirías feliz en ese momento, aliviado, satisfecho de abandonar este valle de idiotas?” Entonces, Critón me preguntó: “Maestro, ¿pero cuándo tendría que empezar a pensar de esta mane-
ra?”. Le respondí que no se debe hacer muy pronto, porque alguien que a los veinte o incluso a los treinta piense que todos son unos idiotas, nunca alcanzará la sabiduría. Es necesario comenzar pensando que todos los demás son mejor que nosotros, luego ir evolucionando poco a poco, empezar a albergar las primeras dudas hacia los cuarenta, iniciar la revisión entre los cincuenta y los sesenta, y alcanzar la certeza mientras uno se encamina hacia los cien, pero listos para alcanzar el equilibrio apenas y llegue el telegrama de requerimiento. Convencerse de que todos los que están a nuestro alrededor (seis mil millones) son unos idiotas, es efecto de un arte sutil y sensato, no es disposición del primer Cebes con el aro en la oreja (o en la nariz). Se requiere estudio y trabajo. No hay que forzar los tiempos. Se necesita llegar a él dulcemente, justo a tiempo para morir serenamente. Sin embargo, todavía un día antes podría pensarse que alguien, que amamos o admiramos, realmente no es un idiota. La sabiduría consiste precisamente en reconocer, en el momento justo (no antes), que también él es un idiota. Hasta entonces, ya se puede uno morir. Por consiguiente, el gran arte consiste en estudiar poco a poco el pensamiento universal, escrutar las vicisitudes de los hábitos, monitorear día a día los periódicos, las afirmaciones de los artistas seguros de sí mismos, los apotegmas de los políticos independientes, los filosofemas de los críticos apocalípticos, los aforismos de los héroes carismáticos, estudiando las teorías, las propuestas, las apelaciones, las imágenes, las apariciones. Solo entonces, al final, obtendrás la avasallante revelación de que todos son unos idiotas. Llegado a ese punto, estarás listo para el encuentro con la muerte. Deberás resistirte hasta el final ante esta impugnable revelación, te obstinarás en pensar que alguien dice cosas sensatas, que ese libro es mejor que los otros, que ese cabecilla en verdad desea el bien común. Es natural y humano, es propio de nuestra especie rechazar la persuasión de que todos los demás son, indistintamente, idiotas, ¿de otra manera, por qué valdría la pena vivir? Pero cuando, al final, lo sepas, habrás comprendido por qué vale la pena (es más, es espléndido) morir. Entonces, Critón me dijo: “Maestro, no quisiera tomar decisiones precipitadas, pero alimento la sospecha de que usted es un idiota”. “Ya ves”, le dije, “ya estás en el camino correcto”. L 12 de junio de 1997
La sociedad líquida
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a idea de modernidad o sociedad líquida se debe, como es conocido, a Zygmunt Bauman. Para aquellos que quieran entender las diversas implicaciones de este concepto les puede ser útil Estado de crisis (Paidós, Barcelona, 2016), en donde Bauman y Carlo Bordoni discuten éste y otros problemas. La sociedad líquida comienza a delinearse con esa corriente llamada postmoderna (por otra parte, término paraguas bajo el cual se apiñan diversos fenómenos, desde arquitectura hasta filosofía y literatura, y no siempre de una manera coherente). El postmodernismo marcaba la crisis de las grandes narraciones que consideraban poder sobreponerle al mundo un modelo de orden; dedicado a una revisitación lúdica o irónica del pasado, en diversos modos se ha traspuesto con las pulsiones nihilistas. Pero para Bordoni también el postmodernismo se encuentra en fase decreciente. De carácter temporal, hemos pasado a través de él sin darnos cuenta y un día será estudiado como el pre–romanticismo que servía para señalar un acontecimiento en curso, simbolizando una especie de transbordador que llevaba de la modernidad hasta un presente todavía sin nombre. Para Bauman, entre las características de este presente en estado naciente se puede contar la crisis del Estado (¿qué libertad de decisión le queda a los Estados nacionales ante los poderes de las fuerzas supranacionales?). Desaparece una entidad que le garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver de manera homogénea los diversos problemas de nuestro tiempo, y con su crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías y, por lo tanto, de los partidos, y en general de toda apelación a una comunidad de valores que le permitía al individuo sentirse parte de algo que sabía interpretar sus necesidades. Con la crisis del concepto de comunidad emerge un individualismo desenfrenado: ya nadie puede ser considerado compañero de ruta, sino enemigo de cada uno de los otros, de los cuales hay que tener mucho cuidado. Este subjetivismo ha minado las bases de la modernidad, la hizo frágil, creándose una situación en la que, a falta de cualquier punto de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez. Se pierde la certeza del Derecho (la magistratura es vista como enemiga)
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sábado 27 de febrero de 2016
DE PORTADA
ESPECIAL
El placer del saber ALESSANDRO BARICCO
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¿Qué puede sustituir a esta licuefacción? Todavía no lo sabemos y este interregno durará bastante tiempo. Bauman observa cómo (terminada la fe en una salvación proveniente de lo alto, del Estado o de la revolución) es típico del interregno el movimiento de indignación. Estos movimientos saben qué es lo que no quieren pero no qué quieren. Y quisiera recordar que uno de los problemas planteados por los responsables del orden público a propósito de los black bloc es que nunca se logra etiquetarlos, como sucedía con los anarquistas, con los fascistas, con las Brigadas Rojas. Ellos actúan, pero nadie sabe cuándo y en qué dirección. Ni siquiera ellos. ¿Existe una manera de sobrevivir a la liquidez? Existe, y es precisamente darse cuenta que se vive en una sociedad líquida que requiere, para ser entendida y acaso superada, nuevos instrumentos. Pero el problema es que la política y en gran parte la intelligentsia todavía no ha comprendido el alcance del fenómeno. Bauman sigue siendo, por ahora, una vox clamantis in deserto. L
implifico: era el más grande. Lo era en un deporte muy particular, que a muchos nos podría parecer un lujo tan aburrido como el polo y que, por el contrario, puede llegar a ser encantador, y lo digo sin tapujos: ser intelectual. Quizá a algunos ya se nos olvidaron las reglas, entonces, se las recuerdo: se gana cuando se comprende, se narra o se nombra al mundo. Fin. Periódicamente, en ese deporte llegan algunos que no se limitan a jugar como Dios; ellos entran en el campo, juegan, y cuando salen, el campo ya no es el mismo. No en el sentido que lo hayan arruinado, sino en el sentido que nadie había pensado en usarlo de esa manera, nadie había visto antes esas trayectorias, esa velocidad, esa táctica, esa ligereza, esa precisión. Regresan a los vestidores, y dejan atrás un deporte que ya no es el mismo, campeones que se han vuelto dinosaurios en una tarde, y praderas de juego por inventar para quienes posean el talento para hacerlo. Son fenómenos, y haberlos visto jugar es considerado, siempre y de cualquier manera, un privilegio. Umberto Eco era uno de ellos, y si pienso en el fragmento de historia en el que me tocó crecer, pasando del estupor frenético del veinteañero a la maravilla absorta del cincuentón, acaso me vienen a la mente otros dos o tres tan grandes como él, pero ninguno que hubiese nacido aquí. Naturalmente, sería necesario tratar de explicar cuál fue su revolución y hacerlo de una manera en la que todos puedan comprender. Un típico ejercicio en el que él habría sido muy ágil. Podría intentar hacerlo de esta manera: entendió que el corazón del mundo no se había quedado inmóvil en un tabernáculo custodiado por los sacerdotes del saber, comprendió que era nómada, capaz de moverse hacia los lugares más absurdos, de esconderse en el detalle, de expandirse en arcos de tiempo colosales, de frecuentar cualquier belleza, de latir dentro de un contenedor de basura y de desaparecer cuando le venía en gana. No fue el único, pero mientras otros externaban tribulación, incredulidad y aturdimiento ante este hecho, él lo vio como algo natural, obvio y, también digámoslo, como algo discretamente divertido. Así, nos enseñó que el saber no era solo un deber, sino también un placer, reservado para esa gente en la que fuerza y ligereza, memoria y fantasía, trabajaban una dentro de la otra y no una contra la otra; gente con la valentía, la determinación y el desvarío de los exploradores. No se limitó a explicarlo, hizo una praxis de ello. Más que heredarnos una teoría, nos dejó una serie de ejemplos, de gestos, de comportamientos, de golpes, de movimientos. Era su manera de jugar. Una idea muy suya del mundo, si puedo usar esta frase. Valga, para todos, el ejemplo de El nombre de la rosa . Acaso lo sobrevaloro, pero, como ya he tenido la oportunidad de decirlo en otro lado, yo pienso que es el libro que inauguró una nueva época de los libros, aquella en la que una novela no es tanto hija de un incesto entre consanguíneos, es decir, la heredera directa de una dinastía, la literaria, sino que es el espacio en el que narraciones, habilidad, tradiciones y saberes completamente diversos cohabitan juntos; una suerte de centro magnético capaz de colegir fragmentos de mundo exiliados de todas partes. De literario, El nombre de la rosa tenía el justo barniz, la atmósfera, el sabor de fondo; todo lo demás era una suerte de orgía de saberes y bellezas que habían ido a reunirse allí, por razones misteriosas. Podría ser una exquisitez de catedrático brillante, y muy de acuerdo. Además, es uno de esos libros que se colocan en la mesita de centro para quedar bien. Sin embargo, intuía un mundo que ya era nuevo, bajo la piel de ese viejo. Terminó en las casas de todo el planeta y todavía sigue allí, y no tiene ninguna intención de moverse. Por lo tanto, habría que decir que hoy ese hombre nos deja un vacío enorme. Pero en este momento, más bien, quisiera reconocerle la grandeza de haber dejado una frontera enorme, una especie de épico West, en el que muchos, y ya desde hace tiempo, liberamos nuestras más modestas correrías. En un cierto sentido, todavía estamos allí, colonizando tierras de las que él, junto con otros pocos visionarios, había intuido su existencia. No parece una tarea próxima a su fin, por lo tanto, algo de ese hombre seguirá respirando en cada colina que sabremos atravesar y en toda tierra de la que sabremos obtener frutos. Será inevitable, y es justo. Un homenaje dilatadísimo que será delicioso reservarle. L
29 de mayo de 2015
La Repubblica, 21 de febrero de 2016
El genio de Eco
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CLAUDIO MAGRIS
n este momento no pienso solo en la poliédrica genialidad de Umberto Eco, en sus libros famosos en todo el mundo, en su rara combinación de creatividad literaria y agudeza analítica. Pienso en nuestros encuentros, sobre todo, aunque no solamente, en los inolvidables días que pasamos juntos hace tantos años en la devastada Rumania de Ceausescu, en nuestra complicidad afectuosamente socarrona, en su capacidad de recomenzar, como estaba sucediendo con su compromiso en la fundación de una nueva casa editorial. De sus libros quisiera recordar uno que no es el más grande ni el más famoso pero que a mí me ha marcado, Apocalípticos e integrados —un libro escrito hace muchos años pero hoy más que nunca actual para afrontar las increíbles y sobrecogedoras transformaciones del mundo y de la vida con libre espíritu crítico, sin ansiosas y obsesivas denegaciones, y sin servil y pasiva aquiescencia—. Y pienso en tantas fraternas carcajadas que ayudan a vivir mejor. L Il Corriere della Sera, 21 de febrero de 2016.
y las únicas salidas para el individuo sin puntos de referencia son, por un lado, la apariencia a toda costa, la apariencia y el consumismo como valor (fenómenos de los cuales a menudo me he ocupado en los artículos de mi columna “La Bustina di Minerva”). Sin embargo, se trata de un consumismo que no busca poseer objetos de deseo con los cuales quedarse satisfechos, sino que de inmediato los vuelve obsoletos, y el individuo pasa de un consumo a otro en una suerte de bulimia sin objetivo (el nuevo teléfono celular nos ofrece muy pocas ventajas respecto al viejo, pero el viejo lo desechamos como chatarra para participar en esta orgía del deseo). Crisis de las ideologías y de los partidos: alguien ha dicho que estos últimos ya son taxis en los que se sube un cabecilla o capo mafioso que controla los votos, escogiéndolos con desfachatez de acuerdo a las oportunidades que le permiten —y esto hace comprensibles y hasta honestos a los oportunistas que cambian constantemente de partido—. No solamente los individuos, sino la sociedad misma, viven en un continuo proceso de precarización.
DE PORTADA
sábado 27 de febrero de 2016
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LABERINTO
JULIO RUELAS
El asombro ENSAYO JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
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as historias personales de lectura tienen el encanto de poder basarse en la subjetividad sin que eso sea motivo de juicio. Si acaso, esa subjetividad se va modelando conforme se acumulan las lecturas, conforme los argumentos van confiriendo peso a las simples opiniones. A lo largo del oficio de lector, la pregunta se vuelve recurrente: “¿cuál es tu autor favorito?”. Quien se dedique a esta labor sabe que la respuesta es imposible si se le entiende como un absoluto. Sin embargo, existe la posibilidad de relativizar. A fi n de cuentas, leer es una pasión como cualquier otra: uno se convence, cada tanto, que el capítulo en turno es el mejor de todos los que se han leído. Sin entusiasmo, de poco vale el oficio. Umberto Eco llegó temprano a mi vida de lector, en una época en que transitaba de la literatura juvenil a la literatura seria. Tal vez por eso me empeciné en mi deseo por leer El nombre de la rosa. Tal vez por eso lo leí sin entender todos sus niveles discursivos, atrapado por la trama detectivesca y por una intuición: en las novelas se podían hacer otras cosas además de contar. Aun cuando no lo comprendí del todo, esa sospecha sería fundamental para mi vida como lector y, más tarde, como escritor. A la distancia, puedo evaluar el trabajo que entraña escribir una novela que cuente una historia apasionante y, al mismo tiempo, se dé el lujo de elaborar argumentos, plantear posibilidades, insertarse en un momento histórico único y salir avante: dejando al lector con muchas preguntas e inquietudes. En otras palabras, se apoderó de mí el asombro. Un asombro que se replicó, en mayor o menor medida, en el resto de las novelas de Eco. Un asombro que se multiplicó exponencialmente con Baudolino. Llegó a mis manos cuando ya era un lector mucho más formado, cuando ya había leído una buena parte de la obra teórica de Eco y cuando las expectativas estaban demasiado altas. No importó. Baudolino fue capaz de llevar el asombro a un nuevo nivel, donde los libros dejan de ser favoritos para volverse queridos, dado que las relaciones con ellos se llevan a cabo, también, en el plano emocional. Sé que los dos párrafos anteriores hablan de experiencias sensibles, cuando, para muchos, Umberto Eco se acerca demasiado a la intelectualidad plena: la de quien puede opinar con conocimiento de causa sobre casi cualquier tema. Es cierto, a mí también llegó a sorprenderme desde esa perspectiva. Entendí, gracias a su peculiar capacidad ejemplificativa, conceptos que se me habían escapado de las manos. Fui testigo de primera mano de discusiones imposibles con otros expertos en semiótica. Tomé citas de su obra para mis trabajos académicos. Me dejé seducir por la dulce petulancia de su sabiduría. En efecto: Umberto Eco era un erudito que no lo ocultaba. Y eso también me resultaba sorprendente. Estoy convencido de que hay placeres cotidianos, sencillos, que se presentan casi sin buscarlos. También existen otros, más elaborados, que llegan tras un proceso y su consiguiente esfuerzo. Los placeres intelectuales son de ese tipo. No diré, ahora, que descubrí ese tipo de placeres con Eco. Diré, en cambio, que me proporcionó muchos de ellos. Y lo hizo no solo desde el ensayo o el texto académico. Lo hizo también desde su narrativa. Para no pecar de elogioso, confieso que sus últimas novelas me dejaron insatisfecho. Ya no tuvieron el poder de las cuatro primeras. Siempre he considerado que es una injusticia juzgar a los autores por sus peores libros. Si alguien ha roto un récord o escalado una cumbre, no es justo criticarlo por caminar lento o por subir en coche una pequeña colina. Umberto Eco me ha regalado un par de décadas de lecturas no solo deliciosas sino nutritivas. Eso no cualquiera lo consigue. He dicho que me resulta imposible decir quién es mi autor favorito. No me desdigo: Eco no lo es. Sin embargo, en determinados momentos de mi vida lo ha sido, junto con muchos otros. Descanse, pues, rodeado de la biblioteca que merece. L
Porfirio Díaz: el guerrero RESEÑA IGNACIO TREJO FUENTES
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ueda claro que la vida de Porfirio Díaz se divide en dos segmentos importantes: el primero lleno de heroísmo, pues fue uno de los militares más enjundiosos e inteligentes que ha tenido el país; y el segundo, sellado por su imagen de dictador inclemente que gobernó al país durante 30 años. De Díaz se han escrito más de 100 biografías, la mitad apologías y la otra mitad diatribas. De cuantas conozco (incluida su autobiografía), ninguna me parece tan completa como la reciente hecha por Carlos Tello Díaz: Porfirio Díaz. Su vida y su tiempo. 1850–1867 (Debate, México, 2015). Como indican las fechas del título, se retratan aquí los hechos que hicieron de Díaz un auténtico, innegable héroe nacional. La revisión empieza en los tiempos infantiles del oaxaqueño, con necesarias referencias a sus padres y a su entorno. Se sabe, así, que su mamá quería que él fuera sacerdote, y enfiló sus baterías a ese propósito; pero el destino se torció y el muchachito —educado, informado— percibió que las cosas no funcionaban bien en su ciudad, en su estado, en su país, y se concentró en analizar posibles soluciones. Ya enlistado en la milicia se declaró republicano, liberal, y de repente estuvo a cargo del Ejército de Oriente. Estuvo al lado de Juárez en sus pugnas con Santa Anna, y lo apoyó cuando promulgó las Leyes de Reforma, que lo confrontaban con la Iglesia. Enfrentó a la intervención estadunidense, la francesa y al imperio de Maximiliano de Habsburgo, y de todas salió triunfante, exitoso. ¿Cómo sería posible, entonces, marginarlo del pedestal de los héroes patrios? En el voluminoso libro de Carlos Tello Díaz, y siguiendo los pasos del militar, se ofrece un panorama preciso y sorprendente de lo que era México en ese largo periodo, como las inevitables pugnas entre liberales y conservadores. Y mediante una extensa serie de mini biografías sabemos de la vida y circunstancia de personajes no menos importantes de los hechos políticos y bélicos que circunscribieron a Porfi rio Díaz, siendo Benito Juárez el más notable. Debe entenderse que el soldado fue siempre fiel al gobernante, que lo siguió en las buenas y en las malas. Así, mientras muchos abandonaron a Juárez en los momentos críticos (incluida gran parte de la población), Díaz permaneció a su lado y, literalmente, al pie del cañón. La de Tello Díaz es una biografía, pero también un tratado histórico y sobre todo una novela. Tantísima información como posee el autor pudo
haberle causado serios problemas de organización, mas supo arreglárselas para eludir la monotonía, la reiteración inútil de lo ya sabido y la extenuante acumulación de cifras, datos, fechas. Y eso se debe a que Tello Díaz tiene notables cualidades narrativas, sabe en qué momento dejar tal o cual episodio para llevarnos, sin transición aparente, a otro, a otros. Sus dotes de narrador se hacen evidentes en la descripción de paisajes, de personajes: nos lleva a ellos con precisión. Y sabe meterse, también, al alma de la gente, cosa poco usual en los historiadores, que suelen ser metódicos, calculadores, fríos. Si se me permite, diré que Carlos Tello Díaz nos atrapa desde el principio y no nos suelta. ¿No es esa la gran aspiración de todo escritor? Como se sabe, Tello Díaz es descendiente del héroe–dictador y por eso creo que otro de sus méritos es su imparcialidad: nos ofrece los momentos gloriosos del personaje, aunque también sus tropiezos, su parte desalmada. Por ejemplo, se relata cómo el general destruyó la ciudad de Oaxaca, o cómo mató a un hombre que había sido su amigo, cosa que lo atormentó durante toda su vida. Y esto llama la atención porque la historia de Díaz está llena de asesinatos, de ejecuciones masivas; pero era la guerra, y en ésta no se reparten bombones y besitos. El historiador–novelista hubiera podido escamotear al lector esos pasajes, mas prefirió incluirlos, lo que habla bien de su templanza, de su buen juicio, de su afán de imparcialidad. Que sea el lector el encargado de hacer valoraciones. Detrás del militar está también el hombre. Eso lo ilustra su amor por su sobrina Delfina, con quien habría de casarse. Y su relación con otras mujeres con las que incluso tuvo descendencia. Luego, el general fue un hombre excepcional, aunque no inmune al juicio de sus detractores. A esta conclusión llego, insisto, por el excelente manejo que de su figura ha hecho su biógrafo, quien consigue escenas dignas del cinematógrafo, como la fuga de Díaz de la cárcel. El final de la obra me parece literariamente espléndido. Cuando gracias al auxilio de fieles suyos como Porfirio Díaz, Juárez puede por fin volver a la capital del país para seguir gobernando, al encontrarse con el general se nota que algo se ha roto entre ellos, y se anuncia una tormenta de dimensiones incalculables. Esas que Carlos Tello Díaz abordará en volúmenes posteriores de esta magnífica biografía. Tengo entendido que en el libro siguiente se seguirá a Porfi rio Díaz en los tiempos posteriores al triunfo de la República: ¿qué hizo en ese lapso? Y claro, sus luchas militares y políticas, su distanciamiento de Juárez y su asunción como presidente de México. Esa será otra parte del banquete que ha iniciado Carlos Tello Díaz. L
MILENIO
TRES NOVELAS EXÓTICAS RODRIGO REY ROSA Alfaguara México, 2016 266 pp.
Lo que soñó Sebastián, La orilla africana y El tren de Travancore (Cartas indias) son las tres novelas que reúne esta suerte de antología narrativa del escritor guatemalteco, mejor conocido por Ningún lugar sagrado o El material humano o Severina. Del estilo de Rey Rosa, su amigo y colega Pere Gimferrer ha dicho: “Una escritura despojada hasta el máximo en la que ninguna palabra sobra, y sin embargo envolvente y sensual hasta rozar lo obsesivo, casi como un sueño vivido”. Queda entonces la opinión del lector sobre estos relatos ubicados en la selva de Centroamérica, en Marruecos y la India. LOS PLACERES Y LOS DÍAS ALMA GUILLERMOPRIETO Almadía México, 2015 136 pp. Publicados originalmente entre 1983 y 2008 en revistas como Nexos, The New Yorker o National Geographic, estos ensayos y reportajes variopintos tienen una cosa en común: se rinden frente a la felicidad sensorial. Pasan por el tango y la lucha libre en El Alto, en Bolivia; por La Habana del Buena Vista Social Club y los esfuerzos de Diana Kennedy por conservar los secretos de la cocina tradicional mexicana. Alma Guillermoprieto practica en ocasiones el llamado periodismo de inmersión y en otras el de la observación imparcial. Exhibe, como siempre, un paladar refinado. HISTORIA CRÍTICA DE LA POESÍA MEXICANA ROGELIO GUEDEA (COORD.) Fondo de Cultura Económica México, 2015 557 pp. Dos siglos de tradición condensa este primer tomo: de fines del siglo XVIII hasta la obra de Alí Chumacero. Para ello ha reunido a investigadores, editores y poetas, cada uno de los cuales se ha dado a la tarea de escribir sobre una figura emblemática. Raquel HuertaNava, por ejemplo, se ocupa de algunos representantes del neoclasicismo; Ernesto Lumbreras de Salvador Díaz Mirón; José Homero de José Juan Tablada; Víctor Manuel Mendiola de Octavio Paz y Efraín Huerta. Más que útiles son los estudios monográficos sobre el romanticismo, el modernismo y el estridentismo.
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sábado 27 de febrero de 2016
EN LIBRERÍAS
La madre sin Edipo POESÍA EN SEGUNDOS
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a provincia inmutable (La Otra/ Conaculta/ IZC, 2015) de Marta L. Canfield es un libro apasionante. Este texto, primera edición fuera de Italia, propone desentrañar las claves “analíticas” de la poesía de Ramón López Velarde. Hace más de 15 años, José Emilio Pacheco comentó la edición florentina y ponderó su importancia. Por eso, la nueva versión significa un aporte a las lecturas sobre “nuestro poeta de mañana”, como dijo Julio Torri. En términos concretos el ensayo de Canfield es claro, minucioso, revela aspectos técnicos relevantes y va al fondo tanto de la “retórica” como del alma poética. La aplicación del enfoque psicoanalítico en forma amable, sin impostaciones y sin la jerga confusa y pretensiosa de los estructuralistas, hace que el estudio resulte muy útil y, muchas veces, iluminador. Al leerlo comprendemos mejor la oscuridad lópezvelardeana y sus obsesiones. Canfield va al meollo del asunto: la idealización de la mujer y la identidad entre ésta y la provincia y la infancia. López Velarde creó su visión en un principio edénico, pueril y materno. Así, todas las piezas del poeta alcanzan su unidad en el pasado. Cuesta pensó lo mismo, pero lo concibió como parte del irracionalismo. Sin embargo, no faltan las dudas. El examen analítico lleva a Canfield a sostener que López Velarde sufría el complejo de Edipo, es decir, los poemas son la expresión del amor y el deseo hacia la madre. La presencia de imágenes infantiles, de la ternura y de una sensualidad láctea ¿son sin duda una “transferencia” y una “fijación”? No necesariamente. En primer lugar, hallamos textos, tanto en “Primeras poesías” como en La sangre devota que pueden ser vistos como un panteísmo sexual y como la reencarnación extrema
VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx
del fetichismo tétrico que tiene en Edgar Allan Poe y en Baudelaire su expresión original. López Velarde es un poeta romántico por su tenebrismo y su concepción del amor fallido, pero no lo es porque en lugar de liberar el lenguaje lo comprime de un modo radical bajo la lujuria verbal de Lugones, la forma de la complicación barroca y el uso de la rima vanguardista aún hoy. En segundo lugar, Zozobra y El son del corazón nos revelan una plenitud erótica e intelectual que un autor bajo el efecto de la “represión” no tendría. El poeta de Jerez conoce perfectamente sus contradicciones y las usa para autoironizarse y escribir. Él, con rebeldía, superó el imperio de la madre y el padre y especuló, con una libertad inusual, sobre la mujer a través de una alabanza voluptuosa y temeraria, tan teológica como escatológica. Por ello, abordó el carácter femenino de la patria mexicana y vio en el arte de la suavidad, en oposición a las formas violentas de la autoridad (familiar, académica o revolucionaria), una solución para el presente y el futuro. Si hay “inconsciente” en él, lo hay porque reconoció la sed de sus “cinco sentidos vehementes” y porque escribió “en la pizarra del colegio anciano” las “ecuaciones psicológicas” que revelan su drama interior. Si volteamos al revés la fórmula de Canfield, si comprendemos que la rebeldía de López Velarde superó a la madre y al padre para entregarse a su propio destino y libertad, podemos entender mejor la singularidad de su poesía y podemos vislumbrar que la tierra original, la infancia y el pasado —en su irremediable carácter inmutable— pueden ser también una forma de beneficiar el instante presente y oír lo que aún no oímos ni tocamos. Eliot se acercó al mismo problema: “El tiempo presente y el tiempo pasado/ Están quizá ambos presentes en el tiempo futuro”. L
CINE
sábado 27 de febrero de 2016
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LABERINTO
Juan Rocha
“¿Qué poeta no está olvidado?” La asunción de José parte del naufragio en que el colombiano José Asunción Silva perdió toda su obra y el arduo proceso de reescritura HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
ENTREVISTA
ESPECIAL
E
n 1896, durante un viaje de Venezuela a Bogotá, José Asunción Silva perdió casi todo su trabajo literario. Por necesidad o vocación, el poeta emprendió un proceso de reescritura pocas veces visto. A partir de este episodio, el realizador colombiano Juan Rocha decidió filmar La asunción de José, cinta que aborda la relación del autor modernista con la muerte, sus versos y consigo mismo.
Filmar en blanco y negro permite establecer una relación poética con el tiempo.
Justo por eso lo hice. Creímos importante construir una sensación de época y cercanía con su tiempo.
Recordemos que perdió casi todo su trabajo en un naufragio y la mayoría de los textos que conocemos son producto de ese esfuerzo. Me parece impresionante su capacidad para sentarse y recuperar todo pacientemente en lugar de pegarse un tiro. Eso nos dice mucho de su personalidad, de seguro era un romántico pero también un ser menospreciado y solitario.
Esto es interesante. No sabría decir si emprende la reescritura por una necesidad. No creo que lo hiciera por un impulso personal o íntimo porque finalmente ya lo había escrito. Prefiero suponer que Silva sabía de la importancia de su trabajo y de la trascendencia que podía tener para la poesía colombiana.
Si bien es un escritor que me interesa desde hace muchos años, decidimos filmar la película por una coincidencia con el productor, no porque llevara años maquinándola en la cabeza.
Qué poeta no está olvidado… En Bogotá hay una casa de cultura en su honor; en las escuelas se lee su poesía pero tienes razón: es un poeta relegado en el resto de Latinoamérica.
¿Por qué centrarse en el proceso de reescritura emprendido por Silva?
Aquí nace otro tema de la película: el proceso creativo.
¿Por qué aproximarse a la vida de José Asunción Silva?
¿A nivel latinoamericano es un poeta olvidado?
Por otro lado, es una película muy estructurada en términos de guión. El montaje duró entre cinco y seis meses y fue el proceso culminante porque incorporamos el elemento sonoro. El sonido es lo que hace una película tridimensional y es fundamental a la hora de comunicar.
¿Qué encontró de nuevo y vigente en la obra del poeta? El naturalismo es importante en la poesía de José Asunción Silva, elemento que usted convierte en un personaje más.
Desde el guión planteamos emparejar el uso de la naturaleza con la presencia de la muerte. A lo largo de la película, la fatalidad es una constante. Rodeamos al protagonista de muchas naturalezas muertas para plantear la posibilidad de que José Asunción Silva anticipara su propia muerte. Ayudó, además,
el paisaje natural de los pueblos de Jalisco donde filmamos. Los diálogos se apoyan en los versos del poeta. Incluso hay un ritmo recitativo en los diálogos. ¿Cómo empatar la edición con los textos y no quedar en algo demasiado etéreo?
En 1800 la gente hablaba más lento y con menos ansiedad; usaba otras palabras. El ritmo de los diálogos ayudó a construir la atmósfera de la película.
HOMBRE DE CELULOIDE
Casi todo. Su poesía es romántica pero a la vez incendiaria. Sigue reflejando el sentir del colombiano; ahí radica su vigencia. El público natural de la película es el colombiano, ¿por qué se exhibe primero en México?
No es tan extraño. Hace muchos años me fui de Colombia y siempre he tenido una relación con mi país. Por supuesto, me gustaría que se viera por allá pero aún no lo sé. Veremos qué pasa. L
FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
El ajedrecista iluminado
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awn Sacrifice (La jugada maestra) pudo ser una gran película. El guión es bueno pero la dirección de Edward Zwick resulta mediocre. El principal logro del guionista consiste en recrear una historia en la que el ajedrez resulta emocionante en la pantalla. Por otro lado, el director permite que Tobey Maguire se sobreactúe como Bobby Fischer y que Liev Schreiber haga a un Boris Spassky que más parece rockstar que gran maestro de ajedrez. La historia está construida en torno a la idea de Fischer de que el ajedrez es una “búsqueda de la Verdad”. La idea ahí está, pero no se ve reforzada por el director más que en los créditos finales. Aun así, quien quiera verla la encontrará desde el inicio cuando el pequeño Bobby sale de su habitación y, adormilado, se encuentra con su madre bebiendo y coqueteando con diversos rusos comunistas; la búsqueda está en el muchacho que pregunta ¿quién es mi padre? o cuando reproduce un juego que ha perdido e indaga cuál era la jugada próxima a La Verdad. Las averiguaciones de Fischer son auténticas guías existenciales para un hombre que de otra manera se hubiese vuelto loco. Creo (los guionistas parecen creerlo también) que Fischer no estaba tan loco como presume el gobierno que lo persiguió: el de Estados Unidos. Ahora bien, la infancia y adolescencia de Fischer, lejos de conducirlo hacia su ego, lo lanzan a buscar certezas en un tablero de ocho por ocho. De aquí se desprende la intensa espiritualidad que tuvo el ajedrecista y que tampoco se explora mucho. Es por esto que molesta la imagen del cura que hizo de entrenador de Bobby Fischer: es una caricatura, un
Pawn Sacrifice (La jugada maestra). dirección: Edward Zwick. guión: Steven Knight basado en la historia de Stephen J. Rivele y Christopher Wilkinson. con Tobey Maguire, Liev Schreiber, Peter Sarsgaard. Estados Unidos, 2014.
sacerdote para el que el vestir sotana no lo detiene para decir groserías y beber. Pawn Sacrifice está más cerca del melodrama de Rocky Balboa que de una película como El árbol de la vida, a pesar de que su vocación es tan espiritual como la de ésta última. Creo que el director no entendió las profundidades de Fischer y con ello perdió la oportunidad de hacer una buena película sobre el ajedrez, un arte sobre el que no hay, hasta la fecha, ningún filme que en realidad valga la pena ver. Otro tema que se queda suelto es que la búsqueda de la verdad se transforma en un cuestionamiento de la realidad existencial del oponente. Durante una entrevista, Fischer dice
que lo más placentero del ajedrez es ver cómo se derrumba el ego del contrincante. Y es que a pesar de lo que uno podría creer, el ego de Fischer no solo no crece, se está derrumbando. Por eso le extraña que le aplaudan y, sobre todo, que en otra secuencia su oponente se levante para reconocer el juego que es considerado, hasta la fecha, el más elegante en la historia del ajedrez. Mal dirigida, Pawn Sacrifice se limita a desarrollar el chisme de una partida que se volvió simbólica de la lucha entre los imperialismos de Estados Unidos y la Unión Soviética. Fischer hizo de aquella lucha algo mucho más profundo. No todos lo pueden ver. Porque no era un loco; Fischer era un iluminado. L
MILENIO
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sábado 27 de febrero de 2016
ESCENARIOS
ESPECIAL
Una mujer desgraciada La semana pasada se presentó, en todo su esplendor, la ópera Antonieta, de Federico Ibarra, en Bellas Artes HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com
VIBRACIONES
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ecuerdo a Federico Ibarra vestido de negro, sentado de espaldas a su piano, junto a un dragón de madera, bajo el cuadro que le regaló Leonora Carrington, con el pulgar derecho destruido a causa de un año de haber trazado bolitas en la partitura de El juego de los insectos (ópera de cámara basada en el drama De los insectos de los hermanos Cápeck). Terminaba la tarde; era un jueves otoñal de 2009. La partitura de su última ópera, recién terminada, colocada en el atril del piano. Una ópera trágica sobre la vida de Antonieta Rivas Mercado. Una ópera única en su repertorio; diferente a cualquiera de sus anteriores siete por un detalle contundente: su historia no proviene del mundo de la ficción (como Drácula, el Principito o Alicia, personajes de sus óperas antiguas) sino de la realidad. De una realidad mexicana. Recuerdo esa tarde a Federico Ibarra en su casa llena de juguetes fantásticos. Un ocaso rojo pálido lleno de nubes. Lo recuerdo contento por su próximo estreno, con su voz espesa, con su ropa negra, con sus manos pequeñas, y su dedo inútil en forma de gatillo. ◆◆◆ Antonieta (mezzosoprano) se dispara en el corazón con la pistola de José Vasconcelos frente al Cristo Crucificado en la Catedral de Notre Dame. Entonces su alma retrocede por el camino vivido hasta llegar a la pubescencia, desde donde recorre cronológicamente momentos clave en su existencia hasta llegar, otra vez, al disparo. En el espacio entre los suicidios, un acto irracional y violento se convierte en la delicada sublimación de una vida a través de la muerte.
El libreto —escrito por Verónica Musalem— divide el alma de Antonieta en tres dimensiones —Amor (soprano), Arte (tenor) y Política (barítono)— y les crea sendos personajes que a lo largo del íntimo recorrido cuestionan salvajemente el sentido de cada decisión que la empujó hasta fusionarse con su trágico destino. ◆◆◆ Antonieta se montó en un teatro demasiado pequeño (el Raúl Flores Canelo, para 336 espectadores, el 27 de octubre de 2010) y los recursos para la escena —dirigida por José Antonio Morales y diseñada por Rosa Blanes Rex— se liberaron cinco días antes. De las cuatro funciones anunciadas, una se canceló por huelga de los trabajadores del Cenart y otra comenzó dos horas tarde. ◆◆◆ Y recuerdo a Federico Ibarra vestido de gris, sentado en la sala, al lado del dragón de madera, en diagonal al piano y frente al cuadro que le regaló Leonora Carrington. Mediodía; un martes de septiembre de 2013. La sala muy limpia y una ventana abierta. Viento frío y lluvia tenue. Perros ladrando en el Parque España. Jugo de naranja en una jarra sobre la mesa del comedor al lado de una antigua edición bilingüe de Poeta en Nueva York, el brutal enigma del arte lorquiano, abierto en el prólogo. Sobre el piano, dos discos nuevos: sus óperas Alicia y Antonieta (editadas por el sello Tempus clásico). Una sensación agridulce. Qué felicidad tener un registro permanente de cada una. Pero la ópera es teatro. Sin la fantasía de la escena es como si estuviera muerta. Y Alicia, en 1995, subió a Bellas Artes, con sus 15 solistas, en una
DANZA
producción emocionante y digna. Antonieta no. Antonieta tuvo un estreno deslucido e incierto. Recuerdo a Federico Ibarra ese mediodía en su casa poniendo el disco de Alicia: la escena instrumental en la que la niña vence al monstruo Jabberwock, azuzada por madrigales renacentistas. Lo recuerdo triste con su voz espesa, con sus manos pequeñas, con sus largos silencios, escuchando el triunfo de Alicia, pero pensando en su Antonieta muerta. ◆◆◆ Antonieta se presentó en Bellas Artes la semana pasada y lució, por fin, en todo su esplendor de brutal tragedia escénica. Es una ópera en acto único que rinde homenaje a una mujer desgraciada que componía poemas y cantaba al piano canciones francesas. Que financió al teatro Ulises y a la Orquesta Sinfónica Nacional. Que le escribía los discursos a José Vasconcelos, a quien amó; como también amó al pintor Manuel Rodríguez Lozano. Ambos le rompieron el corazón. De la partitura de Antonieta extraigo un momento: se inaugura el Ángel —que construyó el papá de Antonieta— con motivo de los 100 años de la independencia de México; fiesta fastuosa dirigida por un vals elegante que lentamente se va desfigurando: primero invadido desde las percusiones —parecen predecir horrores—, luego por los alientos, que abiertamente llaman a la guerra. Una desfragmentación que denuncia a una sociedad que se divierte bailando en salones lujosos mientras México es atravesado por la espada de las guerras revolucionarias, y al mismo tiempo refleja la tragedia de una brillante mujer que se disparó en el corazón a los 31 años. L ARGELIA GUERRERO
makarova81@yahoo.com.mx ESPECIAL
Una ruta equivocada
E
n estos días, la danza contemporánea mexicana ha puesto énfasis en la danza unipersonal a través del festival Cuerpo al descubierto, organizado por la Coordinación Nacional de Danza, y la temporada de Soliloquios y diálogos bailados impulsada por el Centro Cultural Los Talleres. Estos encuentros centran la mirada en la figura del bailarín y llevan a reflexionar sobre sus necesidades de ejecución y de interpretación en todos los géneros de la danza. La figura del bailarín resulta aparentemente familiar, pero en un sentido estricto es sobre la que menos nos detenemos a pensar y profundizar. A veces se concibe como cuerpo estilizado capaz de ejecutar desafíos físicos, otras veces se utiliza como intermediario de los creadores, otras tantas como mera materia de trabajo explotable y desechable. Pocos se interesan por lo que puede aportar más allá del desafío técnico o de la intermediación entre el público y el creador. Existen honrosas excepciones, pero en términos generales es lo que ocurre; basta indagar un poco en este universo para constatarlo.
El rol del bailarín debiera adquirir relevancia y todos en el gremio podrían profundizar en el desarrollo de los diferentes procesos por los que atraviesa en las etapas de su vida interpretativa. Las escuelas debieran también pensar en qué herramientas formativas requiere verdaderamente un futuro ejecutante de danza y desde su formación dotarlo de los elementos necesarios para ejercer con la menor desventaja posible. Tristemente, no sucede así. En días pasados leía opiniones de algunas figuras “expertas” a propósito de la crisis desatada en la Compañía Nacional de Danza y que no se circunscribe solo a esta compañía. Dichas opiniones sostienen que la responsabilidad de la crisis radica principalmente en los bailarines y sus carencias técnicas y el poco interés en tener un elevado nivel artístico, llegando incluso a mencionar que “muchos bailarines no tienen presión de ser sustituidos, lo que sí sucede en gran parte de las compañías de primera fuerza del mundo, donde los bailarines
saben que hay 50 formados detrás de ti y que están afilándose los colmillos decididos a ocupar un lugar”. Obvian poner en la mesa que en esos países existen opciones para bailar en un gran número de compañías, mientras que en México existe una sola consolidada en todo el país y el resto depende no de un nivel artístico, no de calidades interpretativas, no de la riqueza de repertorio, sino de caprichos de quienes ocupen cargos públicos y los intereses
particulares de funcionaros y autoridades para otorgar presupuestos. ¿De verdad alguien piensa que el miedo a perder el trabajo es un incentivo para desarrollar el proceso de un artista? ¿Se limita entonces el rol de un bailarín a “bailar y bailar bien”? Si queremos que la danza incida en nuestras realidades y las transforme, andamos por la ruta equivocada. El respeto al bailarín es indispensable para un arte digno. L
VARIA
sábado 27 de febrero de 2016
p. 12
LABERINTO
ESPECIAL
Lucy TOSCANADAS
DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
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l 4 de diciembre de 1967, los periódicos del mundo reportaron a ocho columnas que se había realizado el primer trasplante de corazón humano. Éste se llevó a cabo en Sudáfrica, no porque ahí se tuviesen los mejores especialistas del mundo, sino porque el gobierno de ese país no puso trabas morales para acabar de matar a una persona que irreversiblemente iba a morir en el corto plazo. El equipo médico solo se exigió el requisito de que el primer donante fuera una persona de raza blanca, pues con las tensiones raciales existentes, no fueran a decir que habían matado a un negro para darle su corazón a Louis Washkansky, un inmigrante lituano. En ese momento, Christiaan Barnard se convirtió en el sudafricano más célebre, por encima de Nelson Mandela, que entonces se pudría en prisión. Apenas el 21 de ese mismo diciembre, los medios informaron que había fallecido el paciente del doctor Barnard. Para pena de Washkansky, había muerto de neumonía, pues le habían anulado su sistema inmunológico para que no rechazara el corazón. Para honor de la ciencia, no murió de un paro cardiaco. Y para mezcla de política y medicina, Barnard nunca recibió el Premio Nobel. Lo cierto es que tres años antes se había realizado un trasplante de corazón en Estados Unidos. Pero debido a los pruritos morales de sus legisladores, los médicos tuvieron que utilizar uno de chimpancé. Pese a que ambos primates compartimos 98 por ciento del ADN, el receptor pudo vivir apenas hora y media.
Cosa curiosa, hoy se tiene reglamentado el proceso de donación de órganos entre humanos; en cambio resultaría ilegal matar a un simio para sacarle el corazón y meterlo en un hombre. Un paciente podría demandar a un hospital si se entera de que entró con corazón humano y salió con uno de orangután o bonobo o gorila, nuestros otros parientes más cercanos. Con los cerebros ocurre algo distinto, pues todos nacemos con el mismo contenido cerebral que tuvieron nuestros antepasados homínidos y pocos hacen lo posible por volverse hijos de la evolución. Lo que al ser humano le costó tres millones de años, ahora lo podemos acumular en pocas décadas. Sin embargo la gran mayoría se queda en el estado de la famosa
CAFÉ MADRID
Lucy, o sea, meros Australopithecus afarensis. Estos suelen ver con recelo al Homo sapiens; en cambio se vuelven locos, gritan y brincotean entusiasmados ante el Homo habilis que suele andar en grupos de once. Por fortuna no hace falta un cirujano para extirpar el jugoso cerebro de un Homo sapiens y ponerlo en el páramo cerebral del Australopithecus. Esto se realiza mediante un dispositivo casi mágico y digno de la mejor ciencia. Se llama libro. Los buenos efectos de este trasplante suelen durar mucho más que las tres semanas de Washkansky. Aunque al final, es verdad, uno acaba por morirse del corazón, de neumonía o de cualquier otra cosa y no deja sino un esqueleto mucho menos fascinante que el de Lucy. L
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
ESPECIAL
La cuesta de los libros viejos
L
a Cuesta de Moyano es una ancha y pequeña calle empinada, ubicada a un costado del Real Jardín Botánico, que conecta el Paseo del Prado con el Parque del Retiro, en el distrito centro de Madrid. Todos los días, desde hace 90 años, los libreros de viejo ofrecen allí miles de ejemplares amarillentos de autores clásicos y contemporáneos, nacionales y extranjeros, la mayoría a precios bajos (uno, cinco, diez euros), que muchas veces son adquiridos por personas cuya economía no les permite comprar libros nuevos o por bibliófilos que pasan horas en el lugar buscando libros únicos para sus colecciones. Justo a la mitad de esa calle– refugio se encuentra la caseta que ocupa el vendedor más antiguo de la cuesta. Se llama Alfonso Riudavets, tiene 81 años, suele vestir una bata azul y una boina gris, pasa el día sentado en un pequeño banco de madera y, desde ahí, vigila a quienes manosean los libros que vende. Alguno voltea y le pregunta el precio de tal o cual ejemplar o directamente va hacia él y le paga sin rodeos el que decidió llevarse. Detrás de
su gruesa y respetable figura, don Alfonso tiene apilados —en riguroso desorden— unos 4 mil libros, según calcula él mismo. “Alguna joya tendré entre todo esto, digo yo. O: algún libro bueno, importante. Porque los tiempos han cambiado y ya no hay tantas cosas únicas”, dice con aparente resignación el hombre que, desde 1967, atiende todos los días del año la caseta número 15. El otro día fui por un libro que le encargué a don Alfonso (Enviado especial, una antología de crónicas de guerra de Ernest Hemingway) y, de paso, me dijo que él y sus colegas esperan que este sitio sea declarado Bien de Interés Cultural. “El perfil del cliente ha cambiado como ha cambiado el país. Antes alguien se compraba varios libros al mes y ahora solo alguno. La gente joven tiene otros métodos para acceder a la lectura y casi no viene, y los bibliófilos también han ido desapareciendo, quizá porque suelen ser gente mayor y, claro, la vida se acaba, o porque aquí dejamos de tener verdaderas joyas literarias en abundancia”, me contó después Francisco Martínez, presidente de la Asociación de
periodismovictor@yahoo.com.mx
La Cuesta de Moyano
Libreros de la Cuesta de Moyano, un grupo que solo ha cerrado este establecimiento durante quince días, en 1939, al término de la Guerra Civil, cuando el recién instaurado régimen de Francisco Franco ordenó una inspección para incautar libros prohibidos. Martínez trabaja aquí desde hace 40 años. Dice que comenzó siendo ayudante de un librero y, tiempo después, consiguió la concesión de la caseta que atiende. Como la mayoría de los vendedores de los 30 puestos de la cuesta, ofrece libros de todo tipo: historia, literatura, arte… (solo hay una
caseta especializada en música); compra bibliotecas particulares y, de vez en cuando, recorre algún mercado con la intención de encontrar tesoros bibliográficos para luego ofrecérselos a sus clientes habituales. “Esta calle no iba a ser peatonal, pero la hicieron y, con ello, los libreros hemos perdido visibilidad. Además, en verano, quizá por el granito del suelo, el calor es insoportable”, subraya este librero de canas bien peinadas, quien espera, además, que se consolide la propuesta de que la Cuesta de Moyano sea declarada Bien de Interés Cultural. L