Laberinto
PASIÓN DE PETER NICHOLS alegría martínez, braulio peralta p. 11
SOLEDADES CÓMPLICES
sandra lorenzano p. 08
CACERÍA (INÉDITO EN ESPAÑOL) fernando pessoa p. 05
MILENIO
NÚM. 674
sábado 14 de mayo de 2016 FOTO: ESPECIAL
ENTREVISTA CON ADONIS melina balcázar moreno p. 06 y 07
ANTESALA
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sábado 14 de mayo de 2016
LABERINTO
ESPECIAL
Una fábula feminista ESCOLIOS
ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdonar
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ace poco, en la madrugada de la Feria de Aguascalientes, vi un espectáculo tan chusco como vindicatorio de las atroces y cotidianas escenas de acoso a mujeres: una muchacha, aclamada por sus amigas, le pegaba con su bolsa a un borracho que había intentado propasarse. El borracho, humillado, derribado y extenuado, ponía la testa en el suelo, como un perro contrito, mientras la chica le recordaba, con merecidos insultos, que en el asunto de las caricias se requiere consenso. En 1915, Charlotte Perkins Gilman, la conocida escritora y activista norteamericana, publicó su novela Dellas, un mundo femenino, una deliciosa utopía en torno a un país de mujeres donde no ha habido hombres por cerca de dos mil años. La trama: tres aventureros norteamericanos se enteran de un país de amazonas y encuentran el mítico sitio. Cuando descienden por avioneta, intentan seducir a las mujeres con labia y regalos, pero sus artes fallan y son sujetos a un benigno cautiverio preventivo. Los tres personajes comienzan a conocer el pueblo de las amazonas y, al mismo tiempo, a revelarse a sí mismos: Terry, el macho alfa, brutal y ostentoso seductor; Jeff, romántico y manso; y Van, el cerebral narrador. Se enteran que Dellas era un reino convencional, siempre inmerso en guerras sangrientas, una de las cuales provocó la muerte de todos los varones. Aunado a esta tragedia, un terremoto terminó de aislar el valle, lo que condenaba a las mujeres sobrevivientes a la extinción. Sin embargo, mediante una milagrosa germinación virginal, esta raza pudo reproducirse por siglos y desplegar al máximo
ALFILERES ARMANDO ALANÍS alaniscanales@gmail.com
las virtudes de solidaridad, compasión, fraternidad y practicidad presentes en el espíritu femenino. El resultado es una civilización avanzada, con ciudades limpias y ordenadas, tecnologías sencillas y amigables con la naturaleza, una economía sobria pero digna, y habitantes sanas, inteligentes y realizadas. Los tres amigos son puestos a prueba para ser admitidos y cada uno adquiere una esposa. En el matrimonio las diferencias afloran y, con pericia narrativa y humor sutil, se describe lo artificial y anacrónico de los estereotipos y las pretensiones de dominación masculinas. Por ejemplo, los esposos, con profesiones inútiles en un país frugal y pacifista, fungen como
Los gatos nos miran como si quisieran convertirnos en ratones.
Calamidades de Pandora LOS PAISAJES INVISIBLES
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asistentes de sus esposas silvicultoras y no pueden proveerlas (pues todos reciben lo que necesitan), ni protegerlas (pues no hay peligros y, además, ellas son más fuertes). Van logra una difícil pero sincera relación con su mujer; Jeff se vuelve un hijo obediente de su esposa y el conflictivo Terry echa todo a perder cuando intenta forzar a su amazona a tener relaciones sin que ella lo desee. Aunque el abusivo recibe una justa paliza por parte de su mujer, el hecho resulta tan indignante e insólito en este país, que Terry es expulsado y, a condición de que no revele la localización de la prodigiosa Dellas, devuelto a su “civilización”, donde el abuso y la inequidad entre géneros son consuetudinarios. L
o tenemos una idea concreta del progreso. La cotidianidad disuelve cualquier esbozo narrativo, la vida se torna inercia salpicada de evocaciones personales y algunos datos sueltos del pasado. Nos limitamos a volver sobre ciertas experiencias, el aquí y ahora de nuestra biografía y, así, el mundo sigue su curso sin que apenas confrontemos al ser que ha cambiado en el espejo. Y es que el progreso transforma. Trastoca o deforma el sentido de realidad. La mirada ya no intenta apreciar el cuadro y sus metamorfosis, porque el planeta se cimbra únicamente al contemplar una intempestiva vuelta a los hechos que se creyeron superados. Gabriel Zaid señala los puntos clave de la innovación en la vida humana: biológicos, físicos, materiales, culturales, tecnológicos. Evoca impecablemente el camino que, como ser independiente o en sociedad, el hombre ha debido recorrer hasta este extremo en el que estamos, tan solo un área intermedia de un futuro impensado. En el capítulo “En el fuego del saber”,
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
de Cronología del progreso (Debate, México, 2016), Zaid explica: “Según Hesíodo (Teogonía), Zeus castigó no solo a Prometeo, sino a los hombres: ‘La cólera conmovió todo su corazón en cuanto vio resplandecer entre los hombres el brillo del fuego. Y a causa de este fuego los hirió con una pronta calamidad’ (traducción de José Miel Villalaz). La calamidad fue Pandora: la curiosidad que destapa todos los males”. Curiosidad como merodeo, indagación, búsqueda o exploración. Sin esos atributos, el progreso carecería de puntos de partida o de perspectivas ulteriores. El progreso es producción: se obtiene o se elabora, se manufactura y se crea. Producción no solo de bienes y utensilios. Realización que deriva en arte: “Hay algo en la obsesión de producir, aunque sea basura. ¿De dónde viene? Quizá de la fascinación por lo posible. Producir es producirse: como creador, como hacedor de cosas. Producir lo imaginable. Producir es ser más. Es poblar la realidad de nuevas zonas de la realidad y de seres humanos que se vuelven
más. Producir una conversación entre las manos, la imaginación y la materia. Producir es vivir”. Del Big Bang a la evolución de las especies. De la alimentación de lo crudo a lo cocido. La rueda. El alfabeto. La imprenta. Los textos sagrados. La música. La poesía. La máquina de vapor. La medicina. El progreso pende del frágil hilo del olvido, la reminiscencia muere si el memorioso no tiene interlocutor. Producir, también, es dialogar: “La más alta producción, la que rebasa la vida vegetal y animal, es el arte y la conversación: la producción de vida comunicante en una ‘ecología’ antes desconocida. En la conversación, como en el fuego, la producción y el consumo se dan al mismo tiempo. En la producción de cosas, como en la agricultura, queda algo acumulable, aunque sea basura. El pecado original fue preferir el trabajo al paraíso de la conversación”. El progreso es pensamiento. La razón su idea concreta. En esta asombrosa por sucinta pero exacta cronología del devenir humano, Gabriel Zaid no olvida a Baudelaire luego de aclarar que la expulsión del Paraíso no fue por una manzana sino por la renuncia al existir contemplativo: “La verdadera civilización no está en la máquina de vapor, está en ‘la disminución de las huellas del pecado original’ (Mon couer mis à un 32)”. L
dirección josé luis martínez s. edición roberto pliego, iván ríos gascón arte y diseño salvador vázquez
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RACHEL HARRISON
× C L AU D I A
H E R N Á N D E Z
D E
VA L L E -A R I Z P E ×
Iluminaciones Este poema forma parte de A salvo de la destrucción, el libro ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz de 2016 Retrato de Amy Winehouse
IV Brotarán en sendas exuberantes los vericuetos del agua, tus gestos tus pupilas
Los retratos del Whitney
tu piel yaqui tensa como un arco. Crecerán como orquídeas de tierra y de aire tu boca y tu lengua sobre mi piel que te busca con su aguijón en el vientre. Soy el nuevo hijo de mi padre, soy el lord de piel tatuada en tus ojos. Escuchas del río sus acertijos cuando entro a tu habitación y declaro: Es tuya la plantación de café. ¡Alégrate!
×EKO×EX LIBRIS×MARY Y PERCY SHELLEY×
GUÍA VISUAL
MAGALI TERCERO @magali.tercero
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n la polémica sede definitiva del Whitney Museum, construida en Nueva York por Renzo Piano, el arquitecto italiano especializado en museos, esta cronista pudo ver a fines de abril Human Interest: Portraits from the Whitney’s Collection, muestra de 200 retratos de una de las colecciones centrales del Whitney. Se sabe que Gertrude Vanderbilt Whitney, la fundadora, tuvo un amor especial por las obras figurativas, y es la primera vez que el público, debido a las dimensiones del nuevo edificio levantado cerca del Hudson, tiene acceso no solo a retratos como el que hiciera Rachel Harrison (1966) a Amy Winehouse, sino a autorretratos formidables de Francesca Woodman (1958-1981) o a una inquietante imagen, pintada por Alice Neel (1900-1984), de Andy Warhol vulnerado, con cicatrices y un corsé, por el atentado de una escritora esquizofrénica en 1968: Valerie Jean Solanas (1936-1988), feminista radical y autora del Manifiesto SCUM (escoria, en inglés). Presuntamente, Solanas decidió asesinar al líder artístico de Manhattan por ignorar una obra teatral que le propuso para The Factory. “El nuevo Whitney es un lienzo en blanco para los artistas, es un museo para artistas, para colgar sus obras y para que creen con y en él”, se dijo después de la inauguración en mayo de 2015. Y es verdad. A diferencia de esos museos en donde el arquitecto solo piensa en su celebridad futura, este lugar ha dado un renovado carácter a la que fuera la zona de los empacadores de carne en Manhattan, hoy tan gentrificada. Dicen que el verdadero Nueva York murió en los años noventa del siglo pasado, y puede ser verdad. El espectáculo en el Whitney, en esta época en que todo se anuncia como tal, incluso en el más modesto perfil de Facebook, comienza con los enormes elevadores-obras de arte de Arschwager (1923-2013) y se continúa en cada sala de extensos muros. Human Interest… puede verse a lo largo de varios kilómetros en dos pisos distintos y cuenta también con dos esculturas, Black Star y Wooden Star de Frank Stella (1936); además de White Snow de Paul McCarthy (1945) ubicadas en las terrazas. Entre otros artistas figuran Alexander Calder, Nkideka Akunyili Crosby, Rosalyn Drexer, Duane Hanson, Marsden Hartley, Edward Hooper, Barkley L. Hendricks, Huey P. Newton, Urs Fischer, Rudolf Stingel, Julian Schnabel, Joan Semmel, Henry Tyler (con un retrato del líder de los Panteras Negras), Huey Newton y muchos más. La impresión al finalizar la visita es la de haber asistido al espectáculo de la condición humana profundamente estudiada por artistas a los que importa mucho mostrar el corazón. Algunos retratos de artistas nacidos en los años setenta del siglo pasado se quedan en la denuncia casi periodística de los afroamericanos, pero son lo menos y no son malos aunque quizá pierdan vigencia demasiado pronto. Por lo pronto, el retrato de Andy Warhol es el que queda impreso en mis sentidos. No conocía a ese individuo semidesnudo que, sentado en un banco, muestra su blanquecina humanidad después de una vida en la que ejerció el arte de vivir y cambió literalmente a Nueva York, la ciudad que hace mucho dejó de ser la capital más importante del arte. L
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Manuel Moya
“Pessoa representa la dignidad del fracaso”
El traductor español conversa aquí sobre las cualidades proteicas del poeta portugués y los muchos enigmas que aún arroja su obra. En otro orden, y por cortesía de Páginas de Espuma, ofrecemos un inédito en español que forma parte de Cuentos (España, 2016), la mayor aventura antologadora que se ha emprendido hasta hoy ENTREVISTA CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID
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ernando Pessoa vivió una especie de fracaso consentido, que no exaltó pero que mantuvo como una actitud constante a lo largo de su vida creativa. “Fue un hombre que vivió para la literatura, pero sin esperar nada de ella; vivió para sus sueños, pero tampoco esperó nada de ellos”, afirma Manuel Moya (Huelva, 1960), quien ha realizado una laboriosa tarea de recopilación, traducción y edición de la práctica totalidad de sus cuentos. El sello Páginas de Espuma, que acaba de publicarlos en nuestro idioma, lo considera “un acto de justicia a su obra y legado, ya que hasta ahora solo había trascendido su faceta de poeta y narrador”. “Pessoa era un escritor compulsivo y, aunque habría que matizar que publicó poco, lo que le interesaba era escribir”, dice Moya en entrevista para Laberinto. “Sin embargo, hay que verlo todo en perspectiva: cuando era muy joven murió su padre y al poco lo hizo su hermano, lo que le empujó a vivir la vida como una especie de despojo, de exilio continuo. Además, Pessoa tenía dos pulsiones extrañas: una era la locura, pues pensaba que, como en su familia había casos de locura, entraría en ese mundo; y la muerte, que lo había sorprendido a él y a su familia. Y esas dos pulsiones, Pessoa las revoca con la literatura y para eso se sirve de ella, interesándose mucho menos en la publicación”. Moya recuerda que Pessoa (1888-1935) había comenzado moviéndose en pequeños círculos literarios, como el de los saudosistas o el de la revista Orpheu: “pero cuando muere Mário de Sá-Carneiro, su compañero de aventuras, pasa a una especie de retiro relativo, concentrándose en su pasión por la escritura y no en la difusión de sus obras”. Con el paso de los años, Pessoa se cuela por ese conducto de los llamados autores “de culto” y mucho después de su muerte resurge con la publicación, en 1982, del Libro de desasosiego. “Uno de los hitos fundamentales en la vida literaria de Pessoa es su participación en la revista Orpheu. Representa el gran momento en el que la literatura deja de ser un juego y se da cuenta de que sirve para epatar e incluso para fastidiar a los otros. Pero a partir de ahí se apaga, se enfunda en su gabardina, se pone sus gafitas y su sombrero y vive como un extranjero en Lisboa”. ¿Se refugia en sus heterónimos, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis? “Los heterónimos representan más que eso. Pessoa necesitaba vivir en otros mundos. La realidad no le gustaba, necesitaba escapar de ella. Fue alguien que hablaba continuamente del sueño, del esoterismo, del panlusitanismo, buscando de alguna manera otras realidades. Terminó en la realidad del alcohol, que es otra manera de evasión. Pessoa es como un personaje de Lewis Carroll, que quiere pasar a la otra parte.
Así que más que hacedor de heterónimos, fue constructor de otros mundos, y esos heterónimos vienen de mundos contiguos. La palabra que más aparece en su obra, y que más utiliza, es sueño; pero el sueño como esa otra realidad que, adormecida o no, es paralela a la realidad en que vivimos. Pessoa se consideraba a sí mismo un soñador, como en aquellos versos famosos de Álvaro de Campos: ‘No soy nada, no llegaré a ser nada, pero en mí albergo todos los sueños del mundo’. Y esos sueños no vinculan la esperanza, sino la posibilidad de tener otras vidas”. Moya dice que, “aunque parezca sorprendente, nunca, ni siquiera en portugués, ha habido una recopilación de los cuentos que se conocen de Pessoa como se ha hecho en esta edición. Se han publicado pequeños volúmenes, pero a nadie se le había ocurrido hacer este trabajo. Tal vez porque pensó que estas prosas representaban una parte menor del gran poeta que se le considera. En España se han publicado menos de diez. En Portugal hay una edición que publicó 25 inéditos, pero en este libro aparecen 58 inéditos. Así que ni en Portugal ni en Italia ni en el mundo anglosajón hay una edición como ésta, que es la primera que recoge todos los cuentos que se conocen. Por eso no hemos querido hablar de cuentos completos, porque hay que estar prevenidos de que hablando
ESPECIAL
de Pessoa mañana podrían aparecer otros dos o tres cuentos perdidos. Así que nos pareció más honesto el titulo Cuentos”. La labor de investigación que realizó el traductor le llevó a bucear, además de en el propio Archivo Pessoa, en Internet, donde apareció una pepita de oro. En su afán rastreador, encontró también un relato en una revista francesa de psiquiatría. “Quisiera que se acabara de revisar todo lo que existe en la famosa Arca do Espólio de Fernando Pessoa. A ochenta años de su muerte, ya es hora de que tengamos un corpus o canon establecido y sepamos qué corresponde a cada género y a qué reglas atenernos, porque puede ocurrir que los propios editores estén mezclando textos”. En cuanto a los rasgos que reflejan los Cuentos de Pessoa, Moya expone que “en estas obras hay una gran transparencia. Mientras Pessoa más se aleja de sí mismo, más se acerca a sí mismo. Cuando escribe un diario es muy pudoroso y no cuenta nada; pero cuando se pone en la piel de otro, se desnuda y se revela. Por otro lado, se ven claramente las pulsiones mencionadas (la muerte y la locura) y su manera de combatirlas. Hay cuentos sobre la locura, cuentos esotéricos, sobre el camino de la vida; hay cuentos muy dramáticos que abordan la Primera Guerra Mundial y cuentos políticos; hay cuentos de introspección psicológica y raciocinio. Por otra parte, se refleja un Pessoa deslavazado, con cuentos que parecen inacabados, desconchados, con formulaciones casi de esbozo o de reescritura, como continuación del Libro de desasosiego”. Lo curioso en Pessoa es que distinguir entre prosa, poesía o apuntes no es tan sencillo, ya que no se atuvo a las reglas. Empieza siendo muy poético, e incluso escribe sus primeros relatos en inglés. Lo que ocurre es que en ellos podemos ver las costuras, las dudas, una literatura que, estando lejos de la perfección, muestra un lado muy humano. Hay frases con una lírica de la extrañeza, de la descomposición, y hay una mirada que, a medida que va pasando el tiempo, es mucho más consistente y que ha comprendido, como si Pessoa justificara, sin ponerse por encima de nadie, la condición humana”. Respecto a la forma en que enfrentó los cuentos de Pessoa, Moya, traductor de Miguel Torga, José Saramago, Mia Couto o Lidia Jorge, considera que, como en toda traducción, “ha sido una gran ocasión para entrar en las tripas del personaje. Pienso en la figura del restaurador, que no puede agregar o quitar nada y debe intentar sacar de una obra el fulgor que tenía. Por otro lado, cada lengua respira de una forma distinta, y he tratado de hacer un Pessoa que no traicione su lengua (portuguesa) pero tampoco la nuestra, y que el lector se sienta cómodo. Así que he sido como un puente que une la obra y su restauración con el lector. Pessoa es complejo porque casi todo lo que tenemos es esbozado e inacabado, y hay que tomar decisiones. Yo he tratado de ser lo más riguroso posible con el portugués de Pessoa, que es menos de levita y corbata que sus antecesores, y, sin llegar a ser un vanguardista que rompe con todo, su lenguaje es filtrado, más de la calle y menos pretencioso o edulcorado”. Moya destaca que el legado de Fernando Pessoa está “en esa sensación de fragilidad que transmite toda su obra. Estamos muy acostumbrados a los machos alfa de la literatura, esos autores muy engolados y guerreros. Pessoa representa todo lo contrario: la dignidad del fracaso, el hombre con sueños, el hombre anónimo, la fragilidad de la vida. Nos da la sensación de que el individuo que anda por esas páginas podríamos ser nosotros y nos hace sentir que podemos quitarnos un peso de encima, que uno no tiene por qué ser nada en la vida. Es una voz en sordina, una voz que nunca levanta el tono pero que se escucha porque late dentro de nosotros. Es la voz de uno de los escritores más entrañables de la literatura universal”. L
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LITERATURA
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Cacería
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ara quien viniese del alto, de un alto absurdo, de una eminencia que allí no había o de un aparato volador que no volara, la escena era de un pintoresco colorido que ponía movimiento y color al atardecer. Entendíanse los campos anchos y divididos hasta el muro ni muy alto ni muy bajo que definía la Quinta da Cruz. En los campos, irregulares en altura, se esparcían, irregularmente también, las figuras móviles del episodio venatorio. Aquí en un pequeño alto, una especie de montículo, el cabo Soares, el guarda, y tres o cuatro curiosos, vigilaban los inciertos alrededores y hacían conjeturas entre sí acerca del paradero del fugitivo. En las siluetas de las cosas contra el cielo destacaban el hombro de Soares y el cañón duro de la carabina. Soares y uno de los otros fumaban; los demás permanecían junto a ellos. —Está por aquí —dijo el guarda—. Está en alguna parte de por aquí. Lo malo es que casi no se ve nada por estos campos. Con estas retamas y todas esas cosas, esos árboles de allí, por ejemplo —y apuntaba hacia una hilera de árboles donde no había nadie—, la caza va a ser difícil. El entusiasmo de la caza animaba a todos. El placer de tomar la presa, el animal, hacía brillar en un fulgor sin egoísmo, un fulgor deportivo como se diría hoy en día, los ojos de los guardas y se reflejaba ingenuamente en las perspectivas de los chicos, en la sorpresa acompañadora de los críos. Toda aquella asamblea dispersa era una concentrada partida de caza. Y en todos se veía tal alegría por la búsqueda, y tal ansia por el animal, que los transfiguraba. Todos parecían niños jugando a encontrar algo. El día maravilloso, el sol claro, ya casi en el ocaso, el azul absoluto del cielo, encuadraban todo aquel movimiento. La escena visible, si pudiese contemplarse por entero, parecía hecha para el objetivo de un notable pintor. Tenía frescura, juventud, ansia, belleza. Si un aspecto del paisaje, si la conjunción del paisaje con el hombre, pudiera presentar una forma ideal y ficticia, esta se nos figuraría como una chica sana, joven tanto en el cuerpo como en su vestido, regresando por la tarde a casa bajo la bendición del sol y de la brisa. Los cazadores dudaban. Nada se movía directa o indirectamente por ninguna parte. Pero el hombre debía andar por allí… Así lo afirmaba el cabo Soares, encendiendo un nuevo cigarro. Y ni en el encender el cigarro fijaba mucho la vista en encenderlo. Sus ojos no se apartaban de
FERNANDO PESSOA la extensión de los campos y brillaban a través del humo aun más cuando el cigarro acababa de ser encendido. Pero desde el pequeño alto donde estaban no se veía nada… —¿El tipo no irá armado, señor Soares? —preguntó el sacristán —No debe estarlo, ¿por qué? —Es que, si no lo está, los críos podrían buscarlo aquí y allá. Se giró a los críos. —Id con cuidado. Si veis al hombre, gritad, dais un grito. No os acerquéis. Soares meditó un momento. Habló lentamente y con sicología. —No creo que se atreva a tirar sobre los niños… Es un cobarde. Los niños dudaron un momento. Pero, de seguida, bajo el influjo audaz del hijo del herrador, un chico rubio y alegre, ya no tuvieron miedo. Y fue todo aquello —un poco más junto de lo que debiera— una manera de jugar por los campos, al pie del camino, haciéndose schiu schiu unos a los otros, de tal modo que se oían desde lejos. El fugitivo, oculto entre el cerrado monte que lo guardaba en el campo extremo, no conocía ni podía conocer los humanos senderos del destino. Un gran cansancio llenaba toda su vida consciente, una amargura total, como si el universo fuera a acabarse. La pequeña gritó de repente: ¡está ahí, está ahí! Y se vio pasar un relámpago. Como un gato grande y no muy veloz, en cuclillas, entre dos retamas en la hondonada de un campo lejano. Se agachó de prisa porque las retamas le eran propicias. —No hay duda, anda por ahí— gritó el guarda. Y una enorme animación. —Mendonça —dijo el cabo Soares—, vaya con los críos y les dice que jueguen con las retamas de allí abajo. Si el tipo anda por allí, tiene que salir a campo abierto hacia allá o escalar el muro de la Quinta da Cruz. Espere un poco. Vaya a decirle esto a los pequeños, pero tranquilo. Deje que alcance ese altillo de ahí enfrente. Ya sabemos dónde está el menda. Y desde allí, si al fin se decide por tomar por campo abierto, me lo cargo. Y si escala el muro me lo cargo lo mismo. Debe estar yendo hacia el muro. El campo abierto me mete más miedo y lo que yo quisiera es que vaya hacia el muro. Si me colocara allí —y en ese momento se sacó lentamente el cigarrillo de la boca—, si yo me colocara allí —y apuntó con el cigarrillo hacia otro montículo—, les puedo asegurar que escalará el muro, pero será el último muro que escale en su vida.
Y sonrió… Los demás sonrieron con admiración. El sacristán avanzó tras los niños campo a través. Soares descendió la pequeña cuesta y, seguido por los otros, siguió a grandes zancadas en dirección al cerrillo que se veía más adelante. Su manera de escalar el muro no era muy práctica a pesar de la prisa y no parecía darse cuenta que se estaba convirtiendo en un blanco. En un salto fulgurante, apareció en lo alto del muro, ofreciendo sus anchas espaldas a los campos. Sonó un disparo y cayó al otro lado con una manera de caer que no tenía nada que ver con la de subir. Más tarde todos comentaron que parecía imposible que en tan poco tiempo pudiera llevarse el arma a la cara, apuntar y disparar. La impresión de todos, incluidos los más cercanos, fue el sobresalto súbito del disparo. Pero el bulto que subía por el muro cambió al pasar al otro lado. Todos entendieron que quien caía sobre el otro lado lo hacía de forma extraña. El cabo Soares los miró sonriente. Era una cacería corriente y moliente, la caza de cualquier persona, un ejemplar típico de la humanidad, después de que hubiera venido por aquel camino. El grupo formaba un conjunto colorido en aquel sereno atardecer, digno de un (hipotético) notable pintor que pretendiera lucirse. Los novios, de manos entrelazadas, estaban un poco apartados, por motivo de su posición social. Más adelante flotaban (este es el término), aunque estuvieran quietos, un par de los chicos que jugaban al futbol y dos trabajadores que vinieron a la cacería. Junto al animal cazado se hallaban quienes habían llegado desde el montículo: el cabo Soares, fumando con indiferencia, el guarda mirando al muerto, y, un poco distraídos, los niños que dieron la alerta. El sol oblicuo de la tarde lenta daba de lleno sobre los ojos guiñados y en el rostro morenito de la niña de la tendera, mientras junto a ella ponía oro en los rizos dorados del hijo del herrador. En la sombra, tras el níspero, fisgando alrededor del tronco, tímido y umbrío, el chucho miraba todo aquello con un sincero aire de quien nada comprendía. Con gran agudeza dicen los entendidos que el hombre se siente normalmente más próximo del animal que lo ama que del criminal que se aparta de la comunidad. Pero no era eso, ni era todo eso lo que conjugaba en un voluntario abrazo deportivo, aquella multitud unánime. Era la lujuria de la persecución, amor ancestral a la caza. L Traducción de Manuel Moya.
LABERINTO
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Adonis
“Mi sueño es una socieda La publicación de Violencia e Islam es el punto de partida de esta charla exclusiva para Laberinto en la que el poeta e intelectual sirio, que desde 1985 vive en Francia, habla sobre el compromiso político, la violencia inherente al mundo musulmán y su rechazo a todo monoteísmo ENTREVISTA
¿
MELINA BALCÁZAR MORENO/ PARÍS
Cuando curaremos esa enfermedad que solemos llamar patria?”, se pregunta el poeta Adonis, para quien el lugar propio de la poesía no puede ser sino el exilio, ese estar entre varias lenguas, permanentemente confrontado a las fronteras. Tres lugares han marcado su vida: la Siria que lo vio nacer en 1930; el Líbano de sus primeros combates poéticos con las revistas Chi’r (Poesía, 1960) y Mawâkif (Posiciones, 1968), y Francia, donde reside desde 1985. Su vasta obra que une de manera profunda la poesía y la reflexión fi losófica e histórica concede una gran importancia a la traducción, como una forma de ir hacia el otro, de conocerlo íntimamente a través de la lengua. De ahí tal vez su nombre de poeta, que lo acompaña desde 1950 —poniendo entre paréntesis su nombre de nacimiento, Ali Ahmad Saïd Esber—, como si se tratara de recordar lo que liga desde épocas muy remotas a Occidente y Oriente y que la historia moderna ha querido ocultar. Adonis, ese dios griego de origen fenicio, le permite hacer suya la historia de la antigüedad mediterránea que irradia con fuerza creativa su escritura. Entre sus obras poéticas podemos mencionar Canciones de Mihyar el de Damasco, Historia desgarrándose en cuerpo de mujer y la ambiciosa trilogía Al Kitab. El Libro. Entre su abundante obra ensayística podemos destacar Poesía y poética árabes y Sufismo y surrealismo. En su último libro, Violencia e Islam (Ariel, 2016), que reúne una serie de conversaciones con su traductora Houria Abdelouahed, realiza una crítica sin concesiones del islam, tomando como ángulo de análisis la laicidad y la lucha feminista: “Nuestra mirada debe feminizarse para que la revolución sea posible”. Entre los numerosos premios que han reconocido su obra está el prestigioso Premio Goethe, que recibió en 2011. Con su voz suave, que sabe dar un espacio al silencio, Adonis responde algunas preguntas para Laberinto, con esa lucidez que invita a mirar de otra manera el mundo actual. Su primer viaje a México dio lugar a un libro de poemas, Zócalo (Vaso roto, 2014), en el que re–traza sus impresiones de la capital. ¿Podría hablarnos de este interés por nuestro país?
Estuve muy contento cuando fui por primera vez a México y aún más cuando visité recientemente la península, Mérida, la costa… Es tan bello, ojalá pudiera volver a hacerlo. Algo con lo que sueño es poder pasar varios meses en México, para ver mejor ese gran país que, me parece, está como camuflado por su política. Para poder comprender la profundidad de un país hay que vivir un poco en él. Sin embargo, no creo que será posible. Durante un viaje, toma tiempo poder llegar a impresiones como las que aparecen en el libro, que son como destellos en la vida. Viajar, ver otros países diferentes de Europa o del mundo árabe clásico es una necesidad existencial para todo creador. Para ver otro cielo, otros colores, otros rostros, otras cotidianidades. Ese tipo de viajes refuerza la idea de que la identidad no es algo preESPECIAL
fabricado. Un ser humano tiene su identidad ante él. La identidad humana es una creación perpetua, no es algo preexistente. Es por esto que lo otro, lo diferente, es una parte constitutiva del yo, del ser humano. Sin el otro no podemos existir. Su obra es reconocida por su fuerza crítica, no solo
respecto a las formas poéticas existentes sino con respecto a las formas en que se ejerce el poder. A su parecer, ¿existiría un compromiso propio a la poesía?
La concepción del compromiso, tal como la hemos vivido durante más de medio siglo, aparece ligada a la ideología, que más bien es algo político destinado a servir a una causa. Sin embargo, en el plano artístico, el resultado de ese compromiso no ha estado a la altura de las supuestas causas defendidas. A la luz de esa experiencia, podemos decir que una concepción política, ideológica, como el compromiso, lo falsea todo, tanto la causa por la que se lucha como el arte. No podría situarme del lado de la ideología, porque es un velo sobre la realidad y la misión de un creador consiste justamente en desvelar, en desgarrar todos los velos. Además, un creador es alguien que practica la autocrítica incesantemente, lo que resulta incompatible con la ideología que rara vez reconoce sus errores; es como la religión, que pretende establecer la verdad absoluta y considera todo lo que se le opone como falso e incluso antiartístico. Políticamente hablando, estoy en contra de esta concepción del compromiso ya que el arte es el compromiso por excelencia y crear es, en sí, comprometerse. Crear es cambiar, intentar hacer que el mundo sea más justo, más humano. Un poema nunca es un medio, es el punto de encuentro entre dos creadores, el poeta y el lector que, a su manera, también es un creador. El poeta puede comprometerse como todo el mundo en su vida cotidiana, pero no en su trabajo creativo.
En Violencia e Islam apunta que en los árabes de hoy “se puede constatar la falta de un espíritu de búsqueda y de innovación”, y que “carecen de espíritu de cuestionamiento”. De igual manera, señala la necesidad de salir de la repetición de modelos que ha dominado al mundo árabe. ¿Cómo salir entonces de este estancamiento?
El monoteísmo musulmán ha sido la cúspide del monoteísmo. Es decir, el profeta musulmán se presentó como el último de todos los profetas, después de él no puede existir ninguno. El mundo se cerró con él, lo que significa que el único creador es dios, el hombre no puede crear, puesto que dios ha dicho su última palabra al profeta. Siguiendo esta lógica, ¿cómo podría el hombre añadir algo a lo que dios ha enunciado? Si intenta añadir cualquier cosa sería como contradecir a dios, de ahí que se diga que los creadores son apóstatas. Y a causa de esto, el mundo musulmán se conforma con repetir e imitar. Esta limitante no solo abarca el ámbito de la creencia sino también el de la vida cotidiana, que es inseparable de la religión, sobre todo para los musulmanes —aunque también un poco para los judíos—. Así, los hombres tienen que seguir la tradición, a los profetas, a dios, y repiten lo que se supone que dios dijo. Sin embargo, no únicamente los musulmanes actúan así. Los tres monoteísmos hacen lo mismo. La diferencia entre ellos no reside más que en la intensidad; no es una diferencia de esencia pues, en el fondo, son lo mismo. Así, ser un creador significa ser antirreligioso y es por eso que cuando fundé con otros poetas la revista Chi’r, todo el mundo se puso en contra nuestra. Consideraban que éramos antirreligiosos,
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ad sin religión” MELINA BALCÁZAR MORENO
antiárabes, antimusulmanes. En la sociedad árabe, la vida se reduce a hacer siempre lo mismo: comer, casarse, tener hijos y luego morir. Es lo que llamamos la umma, la multitud, el pueblo, en la que el individuo no tiene cabida, no hay espacio para la subjetividad; cada uno forma parte de ese cuerpo colectivo. Pero afortunadamente hay muchos que no se pliegan a esto. Para cambiar la vida, la cultura, la sociedad, tendría que emprenderse lo que Occidente realizó a lo largo de su historia: separar la religión del Estado. Aunque no sea alguien religioso, no estoy en contra de que la gente crea en lo que le apetezca. Es un derecho humano el poder organizar su relación con el más allá. Desde luego que se tiene que defender este derecho. Pero siempre he estado, y seguiré estando, contra toda creencia institucionalizada, impuesta a toda sociedad. Hay que respetar el derecho a no creer en nada. Sueño con una sociedad árabe en la que la religión se vuelva una experiencia interior, como el amor. Mi sueño es una sociedad sin religión. Pero no es algo sencillo de realizar. Los musulmanes no lo aceptarán, seguirán queriendo imponer el islam, seguirán matando por él. Para conseguir un cambio, en este contexto, habrá que desencadenar una revolución, combatir, de lo contrario nada ocurrirá. La libertad es una lucha perpetua. Al afirmar que el islam es indisociable de la violencia, ¿cómo podría encontrar un lugar en una sociedad que separe al Estado y la religión?
Cuando hablo del islam me refiero siempre a la institución y al poder, no a los individuos. El creyente continuará depositando su fe en el Corán. Pero si comete un acto contra la sociedad en nombre del islam, será castigado por la ley civil. La sociedad se vuelve, así, una sociedad civil y no religiosa.
Estoy en contra de todas las religiones monoteístas, no solo del islam. Del cristianismo conservaría únicamente a Cristo. Es un gran personaje, creo que fue el primer revolucionario en el mundo pues se opuso a la institución y fue, además, el primero en tomar partido por la feminidad del mundo. Desafortunadamente, la Iglesia es otra cosa, san Pablo cambió todo, institucionalizó la figura de Cristo. Yo hubiera preferido que permaneciera fuera de la institución y es por eso que en algún momento intenté escribir algo sobre él, sobre la figura del Cristo–poeta que, me parece, representa; sigo teniendo ese proyecto, desearía poder continuarlo. En numerosas ocasiones ha afirmado que la revolución árabe no es posible sin la liberación de las mujeres sometidas a la charia, la ley islámica. ¿La democratización debe pasar por la lucha de los derechos de las mujeres?
Eso es lo que hace el monoteísmo: estar en contra de las mujeres, no solamente el islam. Transforma a la mujer en una mercancía . No es dueña de su persona, de su libertad, de su independencia, de su subjetividad. Incluso, podemos afirmar que no se puede liberar al hombre si no se libera a la mujer. En ninguna sociedad en la que se encadene a la mujer, un hombre puede decirse libre; no es más que un espejismo de libertad. Incluso aquí, en Europa, la mujer no es libre, aún tiene a la iglesia en contra de ella. Este cuestionamiento crítico del islam se encuentra también en su obra poética, por ejemplo en Al Kitab. El Libro, en el que se observa su profundo interés por la historia o, más bien, por la manera en que el sujeto se inscribe en ella. Descubrimos en este gran libro que la historia del islam es muy violenta.
La historia la escribe el poder, el régimen en turno y la cultura que lo sostiene. Así ha sido con nuestra
sábado 14 de mayo de 2016
DE PORTADA
historia árabe durante catorce, casi quince siglos. Desde el primer gobierno del primer régimen araboislámico, la historia ha sido escrita por el poder y ha sido tergiversada. Se han excluido de ella la mayor parte de los grandes creadores en todos los dominios al no haber estado del lado del poder. Y el poder es algo complicado en el mundo árabe, puesto que no es simplemente político, es también religioso. La religión es el fundamento esencial de nuestra cultura y, por ende, de nuestra historia. La mayoría de los grandes creadores era antirreligiosa. En nuestra historia poética no ha habido un solo poeta del que se pueda decir, como de Paul Claudel, que era creyente y un gran poeta. Todos los grandes poetas han sido, sin excepción, antirreligiosos. Existen, y siempre han existido, muchos poetas menores que no valen nada y que forman parte del poder y de la cultura dominante. Así, pues, quise recrear la historia desde la poesía. Viajar, culturalmente hablando, a lo largo de esta historia pero, en lugar de seguir los pasos de Homero, narrando y recitando nuevamente la historia mitológica, o bien de Dante en su Comedia, en la que realizó una travesía en el más allá de la civilización cristiana, emprendí un viaje a lo largo de la historia árabe. Se trata de un viaje terrestre y no celeste. Procuré dar otra imagen que la presentada por el poder haciendo resurgir esa imagen que ha sido reprimida a lo largo de nuestra historia. Por eso abordo todo lo que ha sido marginado, todo lo que ha sido torturado, asesinado. De ahí que lo haya llamado Al–Kitâb. El Libro, pues, al igual que el libro imaginado por Mallarmé, intenta abarcar la totalidad. En cada página hay cuatro textos simultáneos ya que me parece que solo así puede verse la historia, los documentos que le dan forma, la poesía, todo lo que ha sido reprimido, la violencia que habita todo, incluso las palabras. No obstante, tuve que concentrarme en los tres primeros siglos, que son los siglos fundadores. Y todo lo que las versiones oficiales han ocultado. Quien creó la gloria de la tradición árabe fue la gente marginada, o bien asesinada o mantenida a distancia. De ahí que en Al–Kitâb haya repasado nuestra historia, la haya leído de otra manera. Nuestra historia árabe se ha fundado en la violencia, como todas las historias del mundo. Cuando en México vi por primera vez el Museo de Antropología, pude apreciar lo que quedó de la destrucción masiva que efectuaron los cristianos de España. Pero nada de lo que ha construido el cristianismo ha podido alcanzar esa extraordinaria creatividad. Las religiones monoteístas dicen haber llegado para crear un mundo más justo pero, en realidad, es todo lo contrario. Los que estaban antes del monoteísmo, no solo los mayas o los aztecas, sino también los sumerios, los babilonios, los griegos, los romanos, fueron los más grandes creadores de la humanidad. En el monoteísmo no vemos ningún creador que los iguale. El monoteísmo no ha hecho más que la guerra, que habita su realidad y su imaginario. Todo esto me ha dado la prueba de que la cadena más pesada que nos retiene es la religión, el monoteísmo. Los llamados paganos nunca intentaron imitar a dios. El monoteísmo intentó imitar a dios, es decir, volverse él mismo otro dios en la Tierra e imitar a los profetas, adueñarse de su poder y crear una dictadura. Hoy se emprenden guerras para defender a dios, se mata en nombre de dios, se exterminan pueblos enteros en su nombre. La enfermedad de nuestra época es el espíritu monoteísta que niega al otro y que piensa el poder en términos de hegemonía. El monoteísmo se ha vuelto una gran prisión. ¿Cree que Europa tiene aún algo que ofrecer?
Hasta hace unos años, se podía hablar todavía de Occidente como una entidad. Pero cuando habla usted de Occidente, ¿a cuál se refiere? ¿Al americano, al alemán o al francés? Hay muchos occidentes contenidos en esa palabra. Y Latinoamérica, ¿forma parte de Occidente? Me parecen nociones muy imprecisas, creo que deberíamos hablar más bien de países. En general, observo que en el plano cultural estamos en una especie de decadencia, o bien de regresión. Ahora es la informática y las reglas del mercado lo que nos rige. Y todo eso se ha vuelto superficial, aunque no en el sentido en que se le entiende sino porque la economía de mercado crea una superficie y suprime toda verticalidad, toda profundidad. Por eso podríamos decir que la poesía retrocede, todo lo que es grande retrocede, y la cosificación gana. En el plano político, la situación es catastrófica. Ya no hay ninguna ética, el ser humano ha desaparecido de la visión política, dominada por los intereses económicos. Y el mundo árabe es el mejor ejemplo de ello pues se ha convertido a los ojos de los occidentales, americanos o europeos, en un espacio estratégico, fuente de riquezas. Pero lo que ocurre ahí, que la gente sea asesinada en masa o que tenga que exiliarse no importa. El dinero lo compra todo, el dinero ignorante, decadente, el dinero que proviene de la religión, del oscurantismo, ha comprado el país de Jefferson, el país de Voltaire. Es algo lamentable. Debe de resultarle muy difícil observar la situación que vive su país, Siria.
Europa ha abandonado a Siria, pero también a Irak y a Líbano. Ha olvidado que esos países son también la base de su civilización. Es vergonzoso lo que hacen Europa y el resto del mundo occidental. L
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sábado 14 de mayo de 2016
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LABERINTO
ESPECIAL
Soledades cómplices RESEÑA SANDRA LORENZANO
Para Anamaría e Irma Pía, por el cariño, por la memoria
M
ario Palmero, el protagonista de Viaje al fin de la memoria de Gastón García Marinozzi (Tusquets, Mexico, 2015), quiere olvidar. Es un melancólico nato. Un solitario bastante neurótico (¿hay alguno que no lo sea?) que no soporta ni a sus compañeros de trabajo, ni a los chilangos que corren bajo la lluvia, ni al mesero del Sanborns, ni a su madre. Mario Palmero quiere olvidar que es un desarraigado, que las identidades no se construyen por decreto, ni siquiera si se trata de un decreto materno. Quiere olvidar lo que no acabó de entender de su padre. Quiere olvidar su infancia, a su perro Tom, su precaria vida en esta ciudad nuestra. Quiere olvidar sus neuras y su acento. Mario Palmero quiere olvidar lo que lleva tatuado en la piel. Quiere olvidar su historia, el camino que acaba de recorrer en el viejo Dodge rojo de los noventa que le dieron en el canal, quiere olvidar a los decapitados que aparecen en cualquier sitio de este país. Mario Palmero quiere olvidar, pero Gastón García Marinozzi —¿personaje quizá inventado por el periodista del segundo noticiero más visto de la televisión?— no lo deja. Un día cualquiera está en la redacción, escribiendo sobre cabezas cortadas y el olor a mayonesa que desprenden —la ironía será su arma; especialmente para usarla contra sí mismo. Mario Palmero se hace cotidianamente el harakiri con su irónico cuchillito; y cotidianamente sobrevive. Mala suerte, Mario—. Digo que un día cualquiera está sentado ante la pantalla, con las manos en el teclado y los audífonos a todo volumen. Suena “Sister Ray” de los Velvet. Un día cualquiera intenta seguir con su vida de homeless, cambiándose y lavando los calzoncillos y los calcetines en el baño de la oficina, porque si se trata de ser un fracasado, despojado de todo (¿de todo aquello de lo que no lograron despojarlo a los tres años y medio cuando comenzó el exilio?), lo será hasta sus últimas consecuencias. Lamentablemente para él, ese día cualquiera no será finalmente cualquier día. Será ni más ni menos que el 11 de septiembre de 2001. Así que, lo quiera o no, es parte de una historia colectiva. Mario Palmero quiere olvidar, quiere convertirse en el rey de los misántropos. Pero Gastón —ese sonriente personaje quizá de ficción que cree controlar todo con mirada canchera— y la historia, la que se escribe con H mayúscula, no se lo permiten. ¿Será posible que no te dejen en paz, che? Un par de mudas de ropa, unas hojas, plumas, un casete TDK con un disco de Lou Reed, y está listo para comenzar su propia road movie. Ah, y el cuchillito para el harakiri. Mario Palmero le deja las llaves de su departamento al portero del edificio, le importa un bledo mirar el Palacio de Bellas Artes desde la ventana, se despide de Yoli, la señora que cuida a su ya deteriorada madre, y comienza su novela de carretera. Sus desplazamientos no serán tan veloces como los de su adorado Céline en Viaje al fin de la noche, pero tampoco tan lentos como los de Cortázar y Carol Dunlop en Los autonautas de la cosmopista. Sino que tendrán la velocidad justa para ir permitiéndole el striptease interior que convertirá el viaje en un viaje de despojamiento. Buenos Aires, México, el fútbol y Kempes, y después el futbol (sin el acento argentino) y el refresco en bolsita, y la vida es un mal truco de circo. O dicho como buenos tangueros, Gastón: “ya sé, no me digás, tenés razón: la vida es una herida absurda”. Mi vida se parecía a un mal truco de circo: todo a mi alrededor desaparecía bajo la batuta de un mago, de un dictador, y para siempre. No supe nada de mi padre por mucho tiempo. Y no quise saber nada de Argentina por el resto de mi vida.
El escritor argentino Gastón García Marinozzi
Coca Cola, Adviles, cigarros… ésa es la dieta que prefiere Mario. Antes de poder tomar la carretera como rito de pasaje entre una vida y otra, entre un imposible olvido y otro, todos quieren saber: ¿ahora nos van a atacar a nosotros? ¿Quiénes? Los malos, ¿quiénes van a ser? Los árabes. Como en el siglo XV. Los Reyes Católicos expulsaron a los árabes de España después de siete siglos de convivencia, el mismo año en que “descubrieron” América. A los árabes y a los judíos. Pero bueno, los judíos siempre han sido los malos de la historia, ¿no? Los Reyes Católicos podrían haber aprendido tanto de Alfonso X el Sabio. Pero no, prefirieron la expulsión, la exclusión, la intolerancia. ¿Te parece, Mario, que ahora nos van a atacar a nosotros? ¿Pero estos árabes son los mismos expulsados de España? ¿Ahora son nuestros enemigos? ¿Cómo podría pensarse la cultura occidental sin los árabes? Coca Cola, Adviles, cigarros… y Lou Reed para el camino. Se suma Merisi, un italiano, instalado en el desencanto burlón y quebrado, que fue fotógrafo de guerra, y Beto, un viejo periodista latinoamericano acosado por las imágenes de la violencia y sus propios escrúpulos. También se suman los muertos: los descabezados, los de las Torres Gemelas, los de las guerras de Merisi, y tu abuelo, Mario, muerto en una de las noches del festival frente al lago de la infancia.
Mario Palmero quiere olvidar, pero Gastón, la Historia y las cabezas se lo impiden.
Todos lloran, menos mi abuela, que va con su dedo índice a despertar a los nietos, para decirnos que el abuelo se murió, que no quiere nada de llantos, y que así es la vida y qué joder. Ninguno de los tres llora, testigos del fin del mundo.
Somos el resultado de nuestras guerras y nuestros muertos. Y de nuestras lluvias. Estamos hechos de aquello de lo que escapamos. Nos pasamos la vida sobreviviendo y contando muertos. Hemos estado todos los años de nuestras vidas sepultando cadáveres, cuando los encontrábamos. Todos los caminos son este camino frente a la nada, frente a la memoria que se hunde en un lago en pleno invierno.
Con historia como ésta, ¿cómo vas a olvidar, Mario Palmero? Así es la vida. Qué joder. La ruta del deseado olvido va del sur al norte, del pasado al presente, de la infancia a Manhattan. Al revés de lo que dice la intuición de muchos. Aunque en realidad, en el momento en que el Dodge rojo cruza del sur al norte, ambos son dos territorios igualmente resquebrajados, caídos. ¿Y qué decir de todo lo que queda en el medio, en especial nuestro México?
Yo tengo cincuenta años, y estuve en varias guerras, estuve en varios lugares, yo que vi tantos muertos, balas, fuego, todavía me impresiono con las cabezas mexicanas, rodando solas por ahí. Es una guerra lenta, poco a poco. […] Hay sangre desde siempre, nadie podría decir cuál fue la primera cabeza que rodó. Y ninguno de nosotros, ni los hijos de los hijos de nuestros hijos, verán la última.
Mario Palmero quiere olvidar. Reivindica su derecho a olvidar. Pero por más que lo intente, ya no es solo que Gastón, o la Historia, no se lo permitan. Es que Mario es un sobreviviente. No, me equivoco, no es un sobreviviente, es un “aparecido”. Dice Jorge Semprún en ese libro excepcional que es La escritura o la vida que cuando los soldados ingleses llegaron al campo de concentración en el que él estuvo prisionero, vio sus ojos de espanto y entendió que lo veían como a un aparecido, es decir como a alguien que ya había pasado por la muerte, que estaba regresando de la muerte. Paul Celan escribió que, a pesar de todo, la lengua sobrevivió al horror, pero quedó para siempre lastimada, dolida. Y por eso ni Mario ni Gastón pueden olvidar. Porque es la suya también una lengua lastimada, calcinada, una lengua en duelo. Cierro con uno de los últimos párrafos de la novela:
Como Mario, como Gastón, como Merisi y Beto, como tantos y tantos en nuestros dolidos países, también yo sé que “todos los caminos son este camino frente a la nada”. Y por eso, como ellos, me tatúo en la piel la frase “Estamos hechos de aquello de lo que escapamos”. L
MILENIO
EL MATÓN QUE SOÑABA CON UN LUGAR EN EL PARAÍSO JONAS JONASSON Salamandra España, 2016 346 pp. El sueco Jonas Jonasson halló —y sigue explotando alegremente— la fórmula perfecta del mercado porque desde El abuelo que saltó por la ventana y se largó, que ha vendido más de seis millones de ejemplares, los éxitos no dejan a este autor experto en los pícaros y los bajos fondos. En esta ocasión, tres personajes saltan a la palestra para idear el negocio perfecto y salir de la pobreza: Johan Asesino Andersson, una pastora protestante y el recepcionista de un hostal de una sola estrella, tres perdedores a punto de hacerse millonarios de no ser porque uno de ellos se topará con Jesucristo.
ESTHER EN ALGUNA PARTE ELISEO ALBERTO Alfaguara México, 2016 184 pp. Vuelve a circular esta novela publicada en 2005, un canto doloroso a la noche de La Habana y a esos amores que no se atreven a decir su nombre. El narrador convoca a dos hombres que no podían ser más disímbolos: el viudo y linotipista de profesión Lino Catalá y el actor sin suerte Arístidez Antúnez, también un don Juan de pura cepa. Disímbolos son también los propósitos que persiguen mientras buscan rearmar los fragmentos de su pasado. Saben, y poco les importa, que hay puertas que no deben abrirse, “y no por miedo a lo desconocido, sino por todo lo contrario”.
EL REGRESO DEL CAMARADA RICARDO FLORES MAGÓN CLAUDIO LOMNITZ Ediciones Era México, 2016 718 pp. Aunque el título distingue a Ricardo Flores Magón, este libro se ocupa en realidad del grupo trasnacional al que perteneció, un grupo de individuos formados en la certeza de que los intereses predatorios son el mayor enemigo del bien colectivo. Se ocupa así del Partido Liberal Mexicano y de las ideas apadrinadas por Piotr Kropotkin y de cómo esas ideas intentaron alimentar sin suerte el descontento que habría de encender la Revolución mexicana. El contexto está bien definido: el movimiento socialista en Estados Unidos del cual el magonismo fue una extensión.
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sábado 14 de mayo de 2016
× A
F U EG O
EN LIBRERÍAS
L E N TO ×
Una menesterosa Nellie Campobello ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
H
abría que aconsejarles a quienes prueban suerte en la novela histórica que la gracia está en vencer la tentación de decirlo todo. Muy pesados caen los sustratos documentales que ocupan la página por mera necesidad de justificar las horas de estudio en la biblioteca. Muy farragosas resultan asimismo las citas extraídas de la prensa de época o todas esas voces del más allá que salen de alguna biografía para servir como testigos de calidad. Como si la novela histórica fuera el prototipo del academicismo bien informado y no, como ha dicho Seymour Menton, un antídoto contra el dogmatismo de cualquier especie. Es una lástima que Sandra Frid no haya recibido o que haya desoído este consejo pues, en vez de ser una obra de la imaginación, La danza de mi muerte acaba pareciendo un expediente judicial que a ratos permite algunas travesuras. ¿Un expediente judicial? Con honesta profesión de denuncia, Frid escribe sobre lo que pudo ocurrirle a Nellie Campobello desde su secuestro a manos de Claudio Fuentes Figueroa y María Cristina Belmont en 1983-1984 y el descubrimiento de sus restos en los últimos días de 1998. La voz narrativa pertenece ¡a Nellie Campobello!, y es una voz delirante a causa del régimen a base de somníferos y alcohol prescrito por la pareja. Va de su presente menesteroso como prisionera de la ambición a sus días de gloria en los escenarios. Hay ciertamente un retrato sobrecogedor de la bajeza y de la efectividad con la que consigue reducir a un ser humano a la escala más baja del ser pero cuesta trabajo creer que en tal estado de sonambulismo una anciana pueda atraer con tanta precisión sus recuerdos. Alcoholizada, desnutrida, amnésica, Nellie Campobello exhibe
LA DANZA DE MI MUERTE
Sandra Frid Planeta México, 2016 de pronto, y con inusitada lucidez, una memoria de talmudista que, más que arrojar luces sobre su pasado, sirve de excusa para demostrar el alcance de la investigación que Sandra Frid llevó a cabo. Y eso para no abundar en la calidad vaporosa que ostenta su escritura: poetry con exceso de olanes y encajes. Si se supone que debemos preocuparnos o dolernos por el escuálido fi nal de Nellie Campobello, ¿no habría sido más contundente un reportaje que una novela cuyo presunto valor solo radica en la denuncia valiente, aunque obsoleta, de una injusticia? Que la ficción literaria es lo de menos en La danza de mi muerte se pone de relieve en las páginas que abren y cierran, y exponen los afanes del visitador de la Comisión de Derechos Humanos a quien llega la orden de averiguar el paradero de Nellie Campobello: son la radiografía de un sistema incapaz de administrar la ley, es decir, llamados a la indignación. No basta con ella para escribir una novela, mucho menos con ese ardor lleno de orgullo por sentirse parte de una buena causa. Tal vez sea suficiente con declararse enemigo de ese aletargamiento que deja a todos tranquilos. L
CINE
sábado 14 de mayo de 2016
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LABERINTO
ESPECIAL
Juan Manuel Sepúlveda
“La revolución no la hace el cine” El exterminio de los indígenas canadienses está en el centro de la mirada de La balada del Oppenheimer Park ENTREVISTA
HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjordan@gmail.com
E
ntre 1860 y 1990, 150 mil niños indígenas canadienses fueron internados forzosamente en escuelas residenciales con la finalidad de “matar al indio en el niño”, según el lema oficial. Sujetos a maltratos, abusos, hambre y enfermedades, solo 80 mil lograron sobrevivir y residen en reservas. Sin ánimo de victimizarlos, el director mexicano Juan Manuel Sepúlveda filmó La balada del Oppenheimer Park, donde a partir de una narrativa heredera del western muestra su vida cotidiana. ¿Cuál fue la reacción de los indígenas canadienses cuando les propuso participar?
decir, y saber decir en el sentido generoso de la palabra, para generar un relato cinematográfico. ¿Por qué plantear el filme en términos de western? ¿Qué elementos narrativos del género le parecieron interesantes?
Lo primero que hice fue agarrar los westerns clásicos e identificar los elementos icónicos así como los puntos de narración importantes para relacionarlos con la vida cotidiana de mis personajes. Esto generó una nueva aproximación a la confrontación contra la ley y el orden que los indígenas enfrentan día con día.
El barrio donde filmé está considerado como el más pobre de Canadá. En Canadá, es muy común ver población indígena en condiciones marginales y por tanto no es raro ver documentalistas rodando. Cuando les propuse hacer algo aceptaron siempre y cuando no hiciera la típica película que se regodea en sus condiciones de vida. Me pareció más interesante y justo, de modo que me planteé hacer un western basado en su vida cotidiana. Hay momentos en que interviene en la peLo que muestra su hartazgo de ser vistos o exhibidos como seres extraños y marginales.
Janeth, mi protagonista, ha participado en cuatro documentales y en el último la hicieron hablar sobre etapas de su vida en la que fue violada. No quería caer en lo mismo, por eso quise hacer algo diferente, menos sórdido.
¿Cómo concilió ese condicionamiento con la inducción de estados de ánimo que le interesaba explorar?
Es difícil saber en qué momento alguien que se sabe filmado hace las cosas para la cámara o no. El cine es el arte del saber
lícula. ¿Hasta qué punto le interesa que se note su punto de vista?
El director puede meterse hasta donde los personajes lo permitan. Si no hay un salario, dependes de su voluntad, pero naturalmente intento explorar una línea. Los límites se descubren durante el rodaje. Ha trabajado con indígenas al sur de México y ahora en Canadá. ¿Qué diferencias encuentra entre ambas minorías?
Asomarme a la realidad de los pueblos indígenas de Norteamérica era también asomarme a los
HOMBRE DE CELULOIDE
del resto de América y el mundo. Su historia está marcada por exterminios o fusilamientos, aunque en el norte se les confina en reservas. Algo que ha caracterizado sus películas es que no hace apología gratuita ni del migrante ni del indígena.
Me interesa desarticular la forma documental para romper con los lugares comunes: la lágrima fácil, entender al otro como víctima y a nosotros como los salvadores. La política cinematográfica empieza desde el rodaje. Creo, por eso, en la necesidad de considerarlo como un espacio de inclusión donde todos tengamos el sentido común para proponer un nuevo proceso de conocimiento. El cine no le salva la vida a nadie. Es más, si le cambia la vida a una persona la mayoría de las veces es para mal. ¿Por qué?
Al pensar que les salvamos la vida a las personas lo único que hacemos es reivindicar la figura totalitaria del cineasta. El discurso de que el cine cambia el orden de las cosas es regionalista. La verdad es que la revolución no la hace el cine, sino quienes están en las calles. L FERNANDO ZAMORA
@fernandovzamora ESPECIAL
Estilo nada más
L
a película El rascacielos comienza con música de Bach y un aire de cuento que pronto se vuelve pesadilla. El rascacielos de arquitectura funcionalista es un pretexto para culpar de los males del siglo al modelo neoliberal. El director Ben Wheatley tiene ritmo, no cabe duda. El montaje se mueve con base en una repetición de patrones que al principio emociona. Fogueado en la producción televisiva Doctor Who, Wheatley promete mucho pero cumple poco. Porque El rascacielos tiene más forma que fondo. Hay aquí más imagen que contenido. Y la cosa no estaría mal si la intención fuese expresamente la de ofrecer una obra de arte visual. Sin embargo, Wheatley y los productores de El rascacielos están tratando de regalarnos la versión fílmica de una famosa novela inglesa que con el mismo título da cuenta de la descomposición social y cultural de Londres en la segunda mitad del siglo XX. El edificio tiene que ser entonces la alegoría de un país que está a punto de entregarse al gobierno de Thatcher cuya vocecita chillona escuchamos en un discurso al final. No lo consigue.
Entre Bach y Abba, la banda sonora es prueba de la inexperiencia del director quien, como todos los novatos, ha puesto más interés en la música que en la narrativa. En fin, que no hay duda de que Wheatley tiene estilo pero le ha sucedido que esta historia lo tiene a él tan sin cuidado como a nosotros. La verdad es que por más que interesan los primeros minutos de la obra, poco a poco nos vamos desconectando. Y nos vamos desconectando sobre todo porque El rascacielos no está pensada para ser una obra de arte visual sino más bien arte narrativo, de modo que las imágenes se interponen entre el mensaje socialista y nosotros. No pasan ni quince minutos cuando hemos perdido toda esperanza de entretenernos. No ha quedado claro ni siquiera si tendríamos que reírnos o indignarnos con esta burda metáfora del edificio moderno que, según el autor de la novela, es la política capitalista en el corazón de Inglaterra. Las mejores escenas preceden la aparición de Jeremy Irons, un actor que (nunca creí que escribiría esto) resulta sobreactuado. Irons es Royal, arquitecto pudiente que en el jardín
El rascacielos (High Rise). dirección: Ben Wheatley. guión: Amy Jump basada en la novela de J. G. Ballard. con Ricardo Tom Hiddleston, Sienna Miller, Jeremy Irons, Luke Evans. Gran Bretaña, Irlanda, Bélgica, 2016.
de su penthouse organiza fiestas decimonónicas, pero con música de los años ochenta. Tom Hiddleston es el antagonista: médico de buena estampa, se ha mudado al edificio. Ni la relación con el arquitecto ni los paralelismos entre uno y otro oficio se hacen esperar. Después de todo, Royal es el Frankenstein de la arquitectura, el creador de una mole de concreto y fierro que comienza a “devorar” a sus habitantes.
El edificio vivo es un clásico del cine de terror. Walled In, por ejemplo, trataba de un arquitecto que se ofrecía a sí mismo en sacrificio por su obra maestra, un rascacielos tan truculento como el de esta película que tiene muy buena imagen, suficiente como para ser nominada en los festivales de Toronto y San Sebastián, pero que a decir verdad no ofrece ni misterio ni entretenimiento. Es un ejercicio de estilo, nada más. L
MILENIO
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sábado 14 de mayo de 2016
ESCENARIOS
ESPECIAL
La conciencia del otro MERDE!
BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com
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La obra de Peter Nichols se presenta viernes, sábado y domingo en el Teatro Helénico
Réquiem por el deseo David Olguín dirige Pasión, una tragicomedia que se alimenta de la falsa placidez en que vive una pareja TEATRO
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avid Olguín tiene un creciente número de seguidores que buscan su dramaturgia, su puesta en escena, su ojo experto que se involucra y se hunde en lo humano, y por más terrible que sea cada hallazgo resulta esclarecedor. Sus obras, como un grabado de M. C. Escher, rompen esquemas, abren camino donde parecía no haberlo, desafían, y cada nueva mirada al mismo montaje revela otra perspectiva. Hoy, David Olguín entra por la puerta del Teatro Helénico a la marquesina del teatro comercial, donde el espectador promedio espera algo interesante y divertido, que desde luego obtiene en esta ocasión, quizá sin saber aún lo que este dramaturgo–director es capaz de proponer en su ámbito escénico. Pasión, de Peter Nichols, estrenada por la Royal Shakespeare Company en 1981, traducida por María Renée Prudencio y adaptada por Olguín, invita al espectador a observar el deslave de una pareja con 25 años de matrimonio debido a la inclusión de una joven y guapa viuda en su vida cotidiana, donde irrumpen el alter ego de ella y el de él para decir lo que Leonor y James callan respecto a lo que verdaderamente sienten. La dramaturgia de Nichols desarrolla a una pareja de personajes cultos, inteligentes y maduros ante una circunstancia inesperada que hace estallar en añicos la placidez y la seguridad conseguidas, aunque en cámara lenta. El espacio escénico diseñado por Jorge Kuri Neuman semeja un rombo abierto, con el vértice del techo y del suelo en punta hacia el espectador. En su interior hay una sala con un sillón rectangular, mesa de centro y dos sillas ante el cuadro de un paisaje abstracto, que se abrirá cual ventana para dejar ver la cama en el departamento de la joven que busca diversión sexual y el estudio de James o una tienda de lencería. El hábitat de la pareja parece inclinarse, como las líneas que determinan el tránsito de los personajes, dentro o fuera
ALEGRÍA MARTÍNEZ alegriamtz@gmail.com
de la geometría ornamental, bajo una ligera asimetría en la parte superior de las salidas– puertas, donde la estabilidad se fuga. James, cincuentón que al inicio dice tener una edad en la que se vive bostezando, a cargo del actor Juan Carlos Barreto, se transforma en un adolescente enamorado que expresa libremente sus deseos sexuales en la voz de su ser interior, interpretado por Moisés Arizmendi quien, desde la urgencia espontánea del que necesita saciarse, le otorga a la infidelidad un barniz cómico. Por su parte, Leonor, que interpreta Carmen Beato, se mantiene en su cómodo centro e incluso se excede en autoconfianza y comprensión hacia la conducta de la joven viuda aficionada a relacionarse sexualmente con hombres casados y maduros, mientras que su alter ego, a cargo de Verónica Merchant, expulsa la voz rabiosa, dolorida y grave de la mujer engañada. David Olguín propone un montaje lúdico para esta tragicomedia que avanza en complejidad rumbo al descubrimiento de traiciones diversas, una vez que se ha abierto la oportunidad a la satisfacción del deseo. Realiza un trabajo profesional y equilibra a un elenco procedente de distintas generaciones, objetivos y escuelas, en el que se encuentra Paloma Woolrich, quien le imprime a su personaje la profunda amargura que éste fermenta. Alejandra Ambrosi desempeña bien el rol de la ligera Kate, así como Verónica Bravo, quien representa varios personajes secundarios. Pasión, bajo la batuta de Olguín, gana una profundidad que difícilmente le otorgaría otro director. La pasión amorosa que nace en James, la artística que nutre la vida profesional de la pareja, y la religiosa, presente en las obras plásticas que James restaura, en la música que fascina a Leonor y cuya sonoridad toma importante presencia en el montaje, eslabonan la existencia de esta mujer y este hombre que eligen rutas distintas entre notas de réquiem. L
ara el montaje de Pasión, la obra del dramaturgo inglés Peter Nichols, hay que ser poco serios aunque lo que vemos en el escenario sea un intento de suicidio. Una comedia donde lo peor no es lo que se dice sino lo que se calla. Por fortuna el escritor recurre al alter ego de sus personajes para que expresen el verdadero sentir de sus deseos y pasiones. Lo que provoca risa ante las mentiras de sus protagonistas. La doble moral tiene entonces la coartada de divertirte, aun con los sobresaltos del corazón cuando el adulterio te toca en carne propia. ¿Reímos por cínicos? Explico: dos actores interpretan a una pareja estable. Un matrimonio que se desdobla en otros dos actores que dicen la verdad que los otros ocultan y el público se desternilla de risa al descubrir la hipocresía de razones frente a emociones, amor frente a pasión: coger es una pulsión erótica que nada tiene que ver con la racionalidad del amor, aun en los tiempos del cólera. Entre los protagonistas de la obra y sus alter ego uno se queda con los segundos porque son la realidad del deseo, sin invenciones literarias. Esa simple razón hace a la obra de Nichols una pieza lúdica, pero no notable. Para la realización del montaje se necesitan actores y actrices de primerísimo nivel, no que actúen bien cada uno de ellos —porque el elenco es impecable— sino que se comuniquen y logren hacer verosímil que los alter ego del escenario no existen, pero sí sus verdades y sus intérpretes. Desgraciadamente no se logra eso con la dirección de David Olguín, o faltan semanas de ensayo para lograrlo antes de que termine la temporada. Insisto: no falla el elenco. La dirección no logró cercar a los reales de los irreales, sin duda uno de los retos más grandes para montar a Nichols que, por otra parte y con riesgo de ser cercenado por los que dicen saber de teatro, no me parece tampoco un gran dramaturgo. Está de promoción por los agentes literarios que buscan en el pasado encontrar los temas recurrentes de siempre, entre ellos la infidelidad. Uno sabe de los alter ego del matrimonio pero nada sabemos del pensamiento secreto de la amante. ¿Por qué? ¿Ella no tiene alter ego? ¿Es solo carne? Así, Pasión nada aporta a la carrera de director de David Olguín, ni de los actores Carmen Beato, Juan Carlos Barreto, Paloma Woolrich, Alejandra Ambrosi, Verónica Bravo, Verónica Merchant y Moisés Arizmendi, aunque los dos últimos estén superiores en credibilidad, sobre todo porque sus parlamentos son la salsa de la obra. Faltó comunicación. Faltó tener la conciencia del otro para actuar en consecuencia. Nichols exige un engranaje donde la verdad y la mentira valen lo mismo cuando de amor y pasión se trata. A pesar de lo escrito, auguramos teatro lleno. Ver historias reales en el escenario no tiene pierde. No importa el resultado teatral: importa el asombro de vernos con la pasión por dentro. Y el cinismo de la risa como remedio: lo que no responde al carácter de David Olguín. L ESPECIAL
David Olguín y parte del elenco de Pasión
VARIA
sábado 14 de mayo de 2016
p. 12
LABERINTO
ESPECIAL
Adiós a la cultura DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com
TOSCANADAS
H
ace algunos siglos, la palabra “cultura” tenía que ver directamente con el verbo “cultivar”, o sea, como dice el Diccionario de Autoridades: “Labrar la tierra, sembrarla, plantarla y cuidarla”. De ahí se aceptaba que metafóricamente significara: “Disponer los medios para que alguna cosa llegue a la perfección que requiere”. Así, la vitivinicultura se ocupaba de sembrar y cuidar la vid, para después producir vinos con “la perfección que requieren”. Por supuesto, puedo decir que al leer un libro cultivo mi mente. Cuidar a un niño y educarlo es cosa de la “puericultura”. Engordar cerdos es “porcicultura”. Tenemos agricultores, apicultores, floricultores, fruticultores. De ese modo, la famosa “cultura” se paseó discretamente por el mundo durante muchos años, significando lo que significaba y respetando su origen latino. Don Quijote, que mucho habla de libros, nunca la pronunció. Apenas Cervantes en el prólogo al desocupado lector hace referencia a su “mal cultivado ingenio”. Pero poco a poco, manoseada en especial por antropólogos y demagogos, “cultura” pasó a formar parte de lenguas no latinas como kultur o kultura o kulttuuri u otras formas para acabar significando cualquier cosa que hace el ser humano; o sea, para no significar nada. Todavía en el siglo XIX hubo gente como Matthew Arnold para quien la cultura tenía que agrupar las más elevadas manifestaciones del hombre. Pero Arnold iba contra el espíritu
de los tiempos que no aceptaban juicios de valor. Así es que cultura era un Caravaggio y un jarrito de Tlaquepaque; eran Octavio Paz y Paulina Rubio. Ni siquiera sobrevivió el concepto de alta cultura y baja cultura, porque la masa de la baja cultura es mayoría y acabó por imponer sus visiones aun donde debían prevalecer las diferencias. No es gratuito que hoy la palabra “cultura” se utilice veinticinco veces más frecuentemente que hace cien años. Y sin embargo, dentro de la familia de raíz “cult”, solo se prostituyeron “cultura” y su prima “cultural”. No pasa lo mismo con “cultivar” ni con “culto” ni con otros parientes, pues aunque comer tortillas sea parte de nuestra cultura, no llamamos culto a un devorador de tortillas. Aunque la corrupción sea un fenómeno cultural, nadie dice que Rodrigo Medina se cultivó con el erario público. Góngora practicó el culteranismo, pero lo de Moreira fue otra cosa. Además, “cultura” sabe copular con cualquier prefijo que venga a cuento: narcocultura, contracultura, telecultura… o enlazarse con cualquier sustantivo o adjetivo que hable de algo más próximo a la incultura: cultura de la violencia, cultura machista, cultura de la ilegalidad… Otra vez, la palabrita de marras se ha vuelto tan huera, que omitirla dice más que usarla. Así, decir “violencia” a secas tiene más fuerza que decir “cultura de la violencia”. Y condenar la corrupción es más categórico que condenar la cultura de la corrupción.
LO QUE CONTEMPLAS
Matthew Arnold
Lo que debía ser la más elevada aspiración del hombre se volvió un eufemismo. Más cosa de animales que de hombres. Quizá para hablar de lo que hablaba Matthew Arnold, hoy deberíamos emplear el término “humanidades”; y para no perder la brújula, el Conaculta habría de llamarse Conahúm. Por eso me despido de la cultura. Ahora cuando lea, escuche buena música o visite un museo, ya no me sentiré culto, sino humano, demasiado humano; y mi humanidad sabrá separar el trigo de la paja, manque la cultura lo meta todo en un mismo cajón. L ADRIANA DÍAZ ENCISO
adrianadiazenciso@gmail.com EDWARD COTTRELL
Centros de cataclismo H
ace 50 años Ted Hughes tuvo una idea: crear una revista de traducción de poesía. El poeta Daniel Weissbort secundó su entusiasmo y así nació Modern Poetry in Translation. De pronto se desbordó la poesía del mundo sobre el Reino Unido, hasta entonces más bien inmune a la influencia de otras voces. La idea tenía mucho de ideal: publicada en formato de periódico, Hughes quería que la revista se enviara gratuitamente a todos los poetas. Aunque la realidad se impuso sobre ese deseo inicial, la generosidad distinguió a la revista en manos de Hughes y Weissbort (la fuerza de la poesía como puente que salva todas las fronteras revelada por MPT instó a Hughes a fundar el aún vivo Festival Internacional de Poesía en el South Bank de Londres); durante los años en que Weissbort la continuó solo; bajo el mando posterior de David y Helen Constantine, y la distingue ahora, editada por Sasha Dugdale. La generosidad de la poesía es propiciada por un sentido de urgencia. Lo tenían Hughes y Weissbort en 1965: su atención se concentraba en los poetas de Europa del Este, que estaba entonces en el “centro del cataclismo”. Pronto fue claro que lo que nació de la pasión por la poesía se había convertido también en instrumento para la defensa de la libertad. MPT recordó a poetas, traductores, editores y lectores que ambas cosas son inseparables, y al paso de medio siglo este afán paralelo ha congregado al planeta entero, llevando a la lengua inglesa la voz de los testigos de muchos cataclismos, pero también el canto y la celebración. Para conmemorar este aniversario Dugdale, David y Helen Constantine editaron Centres of Cataclysm,
Carol Hughes
una antología de casi 400 páginas que si bien no representa a todos los poetas que han pasado por MPT —tarea imposible—, sí es testimonio de la trascendencia de esta publicación, en la que la curiosidad por la voz del otro y por lo que nos hace humanos expone a los lectores de habla inglesa a un caudal de poesía escrita en muchas otras lenguas que de hecho ha transformado el lenguaje poético contemporáneo en el Reino Unido. Ocioso e impracticable sería hacer en este breve espacio una lista de los grandes poetas del mundo que han hablado en sus páginas. El libro se presentó recientemente en la capilla de King’s College en Londres, obra
de Gilbert Scott y ejemplo soberbio de exuberancia victoriana. Oímos la voz de un poeta malayo que sabe del valor de la poesía en cautiverio y poemas del Diario de prisión de Ho Chi Minh; a una poeta que rescata la lengua tamil de la brutalidad de la guerra y la voz lúdica de una contemporánea rusa; un renovado diálogo con Ovidio en el exilio, otro con una reflexión en anglosajón del siglo X sobre las ruinas, y el clamor de un poeta italiano postrado por la guerra en 1915. Oímos también traducciones de Hughes en voz de un actor amigo, David Bradley, y de su viuda, Carol, para recordar que la voz humana, que es la poesía, es también la esencia de nuestra libertad. L